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Argumentos (México, D.F.)

versión impresa ISSN 0187-5795

Argumentos (Méx.) vol.26 no.72 Ciudad de México may./ago. 2013

 

Diversa

 

El Trabajo*

 

Aníbal Quijano **

 

** Doctor por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Lima, Perú) y Doctor Honoris Causa por la Universidad Central de Venezuela. Actualmente es profesor del Departamento de Sociología de la Universidad de Binghamton (Nueva York) y director del Centro de Investigaciones Sociales (Ceis) (Lima, Perú). Investigador y profesor universal como pocos, ha escrito numerosos libros sobre la problemática social, política, democracia, teorías del desarrollo, globalización y, entre otros muchos, la modernidad y colonialidad del saber eurocentrado.

 

La amplia mayoría de quienes observan los procesos y las perspectivas del tramo final del siglo XX, admiten que este periodo se caracteriza, en lo fundamental, por la globalización. Todos, o casi, usamos este término, aunque sería inútil buscar algún consenso inequívoco sobre lo que nombra. Probablemente la idea más familiar, la más difundida en todo caso, se refiere a una integración de la población de todo el globo en una malla común de relaciones económicas y de comunicación, integración que sería un producto del alto nivel de la tecnología disponible, la cual está, además, en continua innovación.

Ésta no es la ocasión para discutir a fondo esos problemas. No obstante, apenas para aclarar la perspectiva desde la cual quiero debatir la cuestión del trabajo, es pertinente dejar algunas de las señales principales de una opción distinta.

 

¿Qué se "globaliza"? y ¿por qué?

Primero que nada, me parece necesario señalar que lo que se denomina así es, ante todo, el modo como se procesa hoy el patrón de poder mundial, la Colonialidad del Poder, que comenzó con la constitución de América y de Europa, desde 1492, y cuyos ejes centrales son:

1) Un sistema nuevo de dominación social, fundado en la clasificación social básica y universal de la población mundial sobre la base de, y en torno de, la idea de "raza". Esta idea y sus efectos en las relaciones de poder produjeron una episteme racista en el proceso de mundialización del colonialismo europeo desde el siglo XVIII. Impuesto sobre la totalidad de la población del mundo, este sistema constituye la primera forma global de dominación social.

2) Asociadamente con aquella, la formación de una estructura de control del trabajo, de sus recursos y productos, que articuló a todas las formas históricamente conocidas (esclavitud, servidumbre, pequeña producción mercantil independiente, reciprocidad y capital), en torno de y bajo el predominio de la relación capital-salario (en adelante, capital) y del mercado mundial. Por el lugar central y dominante del capital en esa estructura, ésta admitió, en lo fundamental, un carácter capitalista y fue impuesta sobre todo el mundo. De ese modo, se constituyó un nuevo patrón de explotación: el capitalismo mundial. Y puesto que se trata de una estructura de control sobre todas las formas de trabajo y que así afecta a la totalidad de la población mundial, también se trata de la primera forma global de explotación social.

3) La división del globo entre regiones identificadas, primero según su lugar en la colonialidad del poder, "blancos"/europeos, dominantes y los "de color", dominados. En segundo lugar, según su lugar en la estructura mundial del capitalismo, entre centros imperiales y regiones dependientes. Y, tercero, su eurocentramiento, es decir la formación de Europa Occidental como la sede del control central sobre el conjunto de esa estructura mundial de poder.

4) El eurocentrismo como la perspectiva dominante de intersubjetividad —imaginario y memoria histórico/sociales y conocimiento— un modo de producir y controlar la subjetividad y las relaciones intersubjetivas, un instrumento de la colonialidad del poder.

Dicho de manera breve, tal patrón de poder fue, desde el comienzo, mundial, capitalista, eurocentrado, colonial-moderno.1 Esa específica configuración de poder implicó la constitución de un mundo nuevo, propio. Dado el carácter de sus ejes fundantes, sus tendencias centrales implicaron desde el comienzo al conjunto de la población del planeta. En ese preciso sentido fue "global" desde la partida. Es decir, se ha movido históricamente siempre y de modo necesario como conjunto, aunque dada su heterogeneidad histórico-estructural, sus procesos específicos hayan afectado la vida cotidiana de la población del mundo, sobre todo en su inmediatez, de modo discontinuo y diverso. Por eso, las relaciones entre el carácter global de la configuración de poder y de su movimiento histórico, de una parte, y la percepción de la gente implicada, de la otra, han sido, necesariamente, discontinuas. No toda la gente, ni siempre, ha estado en condiciones de percibir la globalidad del patrón de poder, ni su lugar o sus relaciones dentro de él. Ahora, en el tramo final del siglo, es diferente. Todo el mundo, virtualmente, habla de la globalización. ¿Qué es, pues, lo que ha llevado al cambio de tales relaciones, en particular de la percepción de la gente?

Hay un consenso virtual acerca de que el factor de mayor impacto es la creciente velocidad en la comunicación y en la información y de que son los medios tecnológicos disponibles los que la producen. Y es cierto, obviamente, que los medios para la comunicación, el transporte, la producción y la circulación de información y de conocimiento, en fin para la producción y circulación de objetos materiales y simbólicos, son más rápidos y eficaces que nunca antes, que abarcan o pueden abarcar todo el planeta al mismo tiempo y que han cambiado nuestra forma de percibir el tiempo y el espacio, así como nuestra propia ubicación respecto de ellos y de las demás personas.

El mundo humano parece, pues, no sólo haberse encogido, sino integrado dentro de un mundo único, con una única economía, una única política, una única sociedad, con una única cultura. Aunque sobre esta última ya está difundida la idea de la "multiculturalidad", esta categoría parece referirse, principalmente, a aspectos laterales, hasta externos, a los otros, sobre todo a la economía. Por eso, esas otras dimensiones de la existencia social y del poder no están en cuestión. Lo que sí lo está es la identidad. En otros términos, pareciera que todos somos parte de un poder mundial único e integrado de modo sistémico, y en ese sentido específico, globalizado. Y todo eso sería consecuencia natural de la tecnología existente.

Esa perspectiva no es inexacta en todo, pero tampoco está libre de riesgos. Veamos algunos de los principales:

1) Esa imagen implica, primero, que la globalización ocurre como los fenómenos naturales, esto es, sin que la gente pueda intervenir en ellos para controlarlos y son en ese sentido inevitables, es decir, respecto de ellos las decisiones de la gente no cuentan mucho. Se trataría de algo dado, sobre lo cual no hay, o no caben, sino algunas preguntas puntuales y factuales, y que puede ser usado, y de hecho lo es, para explicar casi todo lo más importante de lo que hoy ocurre en el mundo que habitamos y que nos habita.

2) La idea de que es virtualmente total la integración del patrón de poder emergido con la constitución del capitalismo, de América y de Europa, ha dado lugar al reingreso de una vieja idea eurocéntrica: puesto que toda la población mundial está ahora, por fin, integrada dentro de un mundo histórico-cultural único, configurado según el patrón eurocéntrico (el dominio del mercado, de las instituciones políticas liberales y del pensamiento racional), la humanidad habría alcanzado sus metas históricas. Eso implicaría que la Historia ha llegado a su plena realización. En adelante, no habría más razones para desear, buscar o esperar cambios históricos fundamentales. Este mundo globalizado tiene, pues, carácter ahistórico. En ese sentido, habríamos llegado al "fin de la historia".2

3) Desde ese punto de vista, la Historia no es lo que la gente hace y decide hacer, sino algo que opera por encima de ella, un macrosujeto, como el Destino, o la Providencia, o como la hegeliana Idea Absoluta, y que se realiza conduciendo la existencia y la historia de la especie. No es sorprendente, pues, que mucha gente admita que la globalización escapa a cualquier posibilidad de control o de intervención humana y respecto de la cual, en consecuencia, no cabe otra cosa que adecuar la conducta, los fines, los proyectos, individuales y colectivos, o resignarse a ser simplemente víctimas.

4) Por fin, la globalización implicaría una integración del mundo y del poder tan completa y sistémica como la de un machihembrado, una suerte de maquinaria o de ensamblaje sin fisuras, ni resquicios y del cual, en consecuencia, no habría cómo escapar, ni tendría sentido pretenderlo.

Por supuesto, esa es una visión mistificatoria, ya que la Historia como algo producido por las acciones de la gente queda oscurecida. Eso impide percibir, precisamente, la gente, sus acciones, sus relaciones y los procesos en que toman parte. Entre otras cosas, lo que ha ocurrido y ocurre hoy con las relaciones de poder. De hecho, el poder está fuera de cuestión en la imagen dominante acerca de la globalización.

En fin, la globalidad inherente al patrón de poder vigente se ha impuesto a la percepción de la población implicada, pero al costo de profundas distorsiones acerca de los otros rasgos fundantes de tal estructura de poder. Con todo, el hecho de que dicha globalidad sea hoy globalmente percibida, tiene implicaciones decisivas.

Más allá de lo que cada uno piense sobre la "globalización", hay algo muy importante: su debate nos ha obligado a todos a volver a mirar el mundo en su conjunto; es decir, abrir de nuevo, volver a elaborar una perspectiva global de este mundo y de su específico patrón de poder. Eso, sin duda, nos permite ver cosas nuevas. Pero lo que es igualmente importante, es que nos posibilita ver de otro modo cosas que antes habíamos visto, quizás, parcialmente o mal, y además observar cosas que no habíamos visto realmente. Y esto es no sólo importante, es en verdad decisivo, porque se relaciona con la perspectiva de conocimiento misma, no solamente con la percepción puntual de los fenómenos con los cuales vamos a trabajar. Todos necesitamos tener en cuenta este cambio de perspectiva en el punto mismo de partida de nuestra conversación sobre la cuestión del trabajo.

 

La crisis de las relaciones de trabajo en el capitalismo

Quisiera comenzar explorando la significación que tiene o puede tener un dato que todos aquí, probablemente, conocemos. La estimación estadística más difundida es que a fines de este siglo, o sea dentro de muy poco tiempo, habrá en el mundo aproximadamente 800 millones de desempleados. Esta es una estimación conservadora, ya que solamente cuenta los que ahora buscan trabajo asalariado y no lo encuentran, y no a los que ya no lo buscan o nunca lo han buscado.

¿Qué indica o podría indicar esa información? Los economistas han acuñado la idea de "desempleo estructural", como admisión empírica de que el creciente desempleo mundial no es una situación coyuntural que podrá ser sobrepasada cuando se arregle la situación, sino, por el contrario, una nueva tendencia de la estructura mundial de las relaciones capital-trabajo, un rasgo inherente a las condiciones del sistema capitalista de este momento y del futuro. Y, en consecuencia, que la tradicional propuesta de "pleno empleo" bajo el capitalismo, sea en el centro o en la periferia, debe ser finalmente abandonada.

De otro lado ya no es tan marginal como hace 20 o 25 años, la percepción de que cuanto más altos los niveles tecnológicos en la estructura de acumulación y de apropiación de la economía contemporánea, la presencia de la fuerza viva de trabajo individual tiende a disminuir, de manera que en los máximos niveles es, probablemente, no significativa. Si esto no es la expresión de una situación coyuntural, sino de una tendencia estructural que se desarrollará conforme lo haga la tecnología respectiva, es inevitable admitir que se trata de una tendencia global de continuada declinación del trabajo asalariado.

Como sabemos, esas tendencias ya han dado lugar a la idea de que el trabajo mismo está tocando a su fin. Esa idea, la del fin del trabajo, es ya relativamente difundida, aunque no realmente discutida, con autores como Jeremy Rifkin en Estados Unidos o Dominique Meda en Francia, entre los más conocidos.3

¿Por qué la idea del fin del trabajo? En primer lugar, da cuenta de que en nuestra cabeza, en la cabeza de buena parte de nosotros, se ha establecido una equivalencia, una sinonimia, entre la idea de trabajo asalariado y la idea general del trabajo. Así, en nuestro lenguaje corriente decimos "estoy sin trabajo", o que alguien "no tiene trabajo", cuando queremos decir: "no tengo empleo asalariado" o que alguien otro no lo tiene. Eso significa que hacemos sinónimos el empleo asalariado con la idea general del trabajo.

¿Por qué ocurre así? En verdad, ésta es una indicación de la presencia de la lógica del capitalismo en nuestro modo de pensar y específicamente de una de sus particulares formas, lo que llamamos la perspectiva eurocéntrica de conocimiento y de producción del conocimiento. Unas de las características de esa perspectiva de conocimiento es la tendencia a homogeneizar fenómenos que son por su carácter heterogéneos, como el trabajo. Decir que todo trabajo es equivalente a empleo asalariado, obviamente hace percibir como homogéneo algo que por su naturaleza es heterogéneo y esto es exactamente el punto a partir del cual tenemos que reabrir las puertas.

Si admitimos que el trabajo asalariado, en tanto fuerza de trabajo individual convertida en mercancía, tiende a declinar, sobre todo conforme se sube en los niveles tecnológicos del aparato productivo y que eso no es más una situación de crisis conyuntural sino la tendencia secular inherente a la estructura capitalista de aquí en adelante, esto significa que ciertamente el trabajo asalariado está en cuestión, en crisis. Entonces otras preguntas son inevitables: ¿qué hacen los trabajadores que no encuentran empleo?, y ¿qué pasa con sus asociados primarios, sus familias en primer lugar, es decir con la "clase social" de los trabajadores asalariados? Porque a ese respecto, 800 millones es una cifra que debe ser multiplicada por lo menos por cinco ¿no es verdad? Bien, ¿qué hacen, pues, los trabajadores?, ¿se suicidan colectivamente? Si se trata de una economía en la cual hoy no se puede vivir sin ingresos y el único ingreso posible de los trabajadores proviene del empleo, entonces estamos hablando de un problema absolutamente vital. La pregunta sin duda existe ahora en todas las personas. Ahí está la extensa literatura sobre la "pobreza" para testimoniarlo.

En 1991 la Organización de las Naciones Unidas (ONU) admitió la necesidad de nombrar una comisión específica para estudiar la esclavitud actual en el mundo. Su más reciente informe, de 1993, indica que más o menos 200 millones de personas están hoy en día en estado de esclavitud en todo el mundo. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) por su lado, más o menos por la misma fecha, informaba que sus investigaciones indicaban que había, más o menos, entre 6 y 10 millones de esclavos en el mundo. Inclusive en un reciente informe de un instituto de investigaciones en la India, se concluye que sólo en ese país habrían alrededor de 3 millones de esclavos.4

¿Qué quiere decir todo esto? Para comenzar, que la esclavitud no se ha terminado como parecía o que está de regreso. En realidad, existen suficientes indicaciones de que la esclavitud está en curso de reexpansión o reproducción, así como la servidumbre personal, la pequeña producción mercantil y la reciprocidad. Pero, obviamente, no se reproducen como "modos de producción precapitalistas". Todo lo contrario, son el producto de las actuales tendencias del capitalismo mundial, de su tendencia de "desocupación estructural". Los trabajadores obligados a vivir en el mercado, pero que no consiguen vender su fuerza de trabajo, se ven también forzados a aceptar cualquier forma de explotación para sobrevivir, inclusive la esclavitud. Paralelamente comienzan a reproducirse las redes de esclavitud, como en la frontera entre Estados Unidos y México, en el suroeste o en el sur de Estados Unidos o en la Cuenca Amazónica, lo que significa que se reproduce también la ética social correspondiente. Dadas esas condiciones, no puede ser arbitrario señalar una vinculación entre estas tendencias y las limitaciones crecientes a la presencia de la fuerza de trabajo individual mercantizada, en los niveles tecnológicamente más avanzados de la estructura mundial de acumulación.

Eso contradice una de las ideas más difundidas que hemos manejado virtualmente todos durante este último siglo, ¿no es verdad? Creo que todos podemos admitir esto. Nos habíamos acostumbrado a pensar que el capitalismo eslabonaba al conjunto de la población mundial, con diferencias de ritmo y de calendario según los lugares, en un único patrón de clasificación social correspondiente a las relaciones capital-salario, y que por lo tanto tarde o temprano tendríamos a todos convertidos en trabajadores asalariados, en sectores medios o en burguesía. Muchos han insistido, sin embargo, en que no se desaparecían los campesinos, y que ese fenómeno se había mostrado intratable en esa teoría del capitalismo y de sus clases sociales, por eso, la "clase incómoda".5

Sin embargo, si existen 200 millones de esclavos, si la servidumbre personal está de regreso, si la pequeña producción mercantil es ubicua mundialmente, ya que es el elemento central de lo que se denomina "economía informal", si la reciprocidad, es decir, el intercambio de trabajo y fuerza de trabajo que no pasa por el mercado, están en proceso de reexpansión, entonces tenemos la obligación teórica e histórica de preguntarnos, si por lo tanto hay algo que no habíamos visto bien en esta idea de que el capitalismo generaba tal patrón de clasificación social único y creo que la conclusión es inevitable: esta idea era básicamente errónea porque nunca ocurrió así y porque, con toda probabilidad, nunca ocurrirá así. Y creo que América Latina es un excelente ejemplo para mostrar que así no fue nunca.

 

América y el control capitalista del trabajo

América Latina, permítanme recordar a todos nosotros, latinoamericanos y latinoamericanistas, es un sujeto fundamental de la historia de los últimos 500 años. Con la constitución histórica de lo que hoy llamamos América, se constituye también el capitalismo mundial y comienza el periodo de la modernidad. Para hacer visibles estos hechos, quisiera proponer lo siguiente: supongamos que estamos a comienzos del siglo XVI en América, para entonces exclusivamente lo que hoy es América Latina. ¿Qué cosas encontraríamos en términos de las formas de control y de explotación del trabajo? Probablemente las siguientes: esclavitud, servidumbre personal, reciprocidad, pequeña producción mercantil y salario. Y todavía sin mencionar lo que se llama economía natural entre los economistas, ¿verdad? Cinco siglos después, ¿qué encontraríamos en América Latina y ahora en el mundo entero? De nuevo, las siguientes cosas, pero ya en el siguiente orden: asalariado, pequeña producción mercantil, servidumbre personal, esclavitud y reciprocidad. Y todavía los últimos espacios de economía natural. Quiere decir que en estos 500 años en que el capitalismo y el mercado mundial se constituyen como dominantes, en realidad no ha habido sino una forma cambiante de articulación de elementos que siempre estuvieron ahí.

Necesitamos contrastar esos hechos con ciertos supuestos que han fundado la perspectiva histórica dominante aún hoy. Dos son los más importantes. Primero, la idea de la división de la historia del mundo en dos grandes periodos: precapitalismo y capitalismo. La reciprocidad, la esclavitud y la servidumbre son, sin duda, pre-capitalistas en el sentido cronológico, ya que el capital como relación social fundada en el salario llegó después. Pero esa periodización de la historia implicaba también que dichas formas de explotación serían, más tarde o más temprano, eliminadas del escenario histórico y reemplazadas únicamente por la relación capital-salario, hasta su agotamiento histórico. La segunda, es la idea de que, por lo tanto, capitalismo es un concepto referido exclusivamente a la relación capital-salario.

Sin embargo, en América la esclavitud no fue una prolongación de la esclavitud clásica, sino un fenómeno histórico y sociológicamente nuevo: fue deliberadamente establecida y desarrollada como mercancía, para abastecer el mercado mundial. Lo mismo ocurrió con la servidumbre personal. Incluso la reciprocidad, probablemente lo más opuesto a las relaciones mercantiles —como en la historia de las sociedades mesoamericanas o las sociedades andinas, donde el intercambio no mercantil de fuerza de trabajo y trabajo era el patrón central de organización del trabajo y de producción— fue reconstituida para producir mercancías para el mercado mundial. La mita, institución central de la reciprocidad andina, fue empleada para llevar a la gente a trabajar en las minas, en los obrajes, en las haciendas, para producir mercancías para el mercado mundial. De manera que todas las formas que conocemos hoy de control y de explotación del trabajo, a partir de América fueron reorganizadas, ya no como una secuencia de previos modos de producción, sino como formas de organización de explotación y de control del trabajo para producir mercancías. Es decir, no solamente existían simultáneamente, en el mismo momento y en el mismo espacio históricos, sino que fueron articuladas en torno del mercado y de la relación capital-salario que desde entonces pasó a ser el eje central de esa articulación; de esa manera se hizo dominante sobre todas las demás relaciones de producción y sobre todo el mundo.

Con América, se establecía una nueva configuración de control del trabajo, de sus recursos, de sus productos, en la cual todas las formas quedaban articuladas en torno de la relación capital-salario y del mercado mundial. Capitalismo, en consecuencia, es una categoría que históricamente no se refiere solamente a la relación capital-salario, sino al conjunto de la nueva estructura de control global del trabajo articulada bajo el dominio del capital. Y, notablemente, lo que comenzó en América es lo que existe hoy en todo el mundo, esto es: el capitalismo mundial.

Desde una perspectiva global, la relación capital-salario no ha existido, en su posición dominante, separada, mucho menos aislada, de las demás, en momento alguno de la historia de los últimos 500 años. Desde entonces, se ha desarrollado solamente como el eje central de articulación de todas las demás formas de control y de explotación del trabajo. Y con toda probabilidad no habría podido desarrollarse de otro modo. Por consecuencia, el concepto de capitalismo mundial no se refiere solamente a la presencia de la relación capital-salario en todo el mundo, sino al conjunto de la estructura capitalista global de control del trabajo, de sus recursos y de sus productos.

En cambio, por supuesto, si se pierde la perspectiva del capitalismo mundial y se la reemplaza por una exclusivamente local, sería posible encontrar la presencia virtualmente exclusiva de la relación capital-salario. Eso ha llevado a los economistas liberales, sobre todo desde la Primera Guerra Mundial, a postular, primero, la idea del capitalismo nacional y de la homogeneidad de las economías capitalistas de los países que ahora llamamos "centrales". Segundo, a colocar según ese criterio como capitalistas a los países "centrales" y a los demás como precapitalistas o en curso hacia el capitalismo. A esa visión fueron arrastrados también los economistas del llamado materialismo histórico. Esto es, se impuso sobre casi todos esa curiosa amalgama eurocéntrica entre el evolucionismo unilineal y unidireccional y el dualismo estructural.

Es dudoso, sin embargo, que así ocurra a la escala de todo un Estado-nación, sobre todo si se trata de entidades muy vastas y complejas, ni siquiera en esos países llamados "centrales". En todos ellos, la heterogeneidad histórico-estructural sigue siendo un rasgo inescapable de la realidad, si uno piensa, por ejemplo, en las diferencias entre Chicago y los Apalaches del Sur. O desde la Segunda Guerra Mundial en adelante, la extrema heterogeneidad de las relaciones de trabajo de las "maquilas" y en el trabajo familiar en la producción de calzado en el Mediterráneo, para no mencionar lo que ocurre en el Asia, Africa o América Latina.

 

Heterogeneidad histórico-estructural de las relaciones capital-trabajo

Éste es uno de los problemas teóricos e históricos que confrontamos hoy, porque ahora podemos percibir que tenemos un nuevo y más complejo universo de relaciones sociales entre capital y trabajo y que, en consecuencia, necesitamos replantearnos la relación trabajo asalariado y capital dentro de esta perspectiva global, así como la relación entre capital y trabajo no-asalariado y la relación entre trabajo asalariado y trabajo no-asalariado.

El trabajo asalariado siempre ha sido una pequeña minoría en el conjunto del trabajo en el mundo capitalista, ya que todas las formas de trabajo han operado dentro de la articulación con el capital y al servicio del capital, por lo tanto, como parte del capitalismo. Esto no niega que la relación capital y trabajo asalariado fue el eje en torno al cual se articularon, desde el comienzo del capitalismo, todas las formas del trabajo.

Esa verificación abre otra cuestión importante: quiere decir que el trabajo asalariado no es el único sujeto antagonista o alternativo al capital, aunque sí fue central en la configuración global del capitalismo. Esa centralidad fue sin duda mucho más visible hasta la crisis de la década de 1970. Pero si avanza el proceso de declinación del trabajo asalariado en las puntas tecnológicamente más avanzadas de la estructura mundial de acumulación, así como la reexpansión de las otras formas de trabajo ¿qué ocurre con la centralidad del trabajo asalariado en la confrontación del trabajo con el capital? ¿También está entrando en crisis? ¿Y en consecuencia es indispensable replantear las relaciones del conjunto de la fuerza de trabajo con el capital?

Estamos aquí hablando de algo sumamente delicado. La idea de que la clase obrera industrial o el proletariado fuera el sujeto antagonista par excellence respecto del capitalismo, ya tenía la dificultad de hacer de algo heterogéneo, el proletariado industrial, una categoría homogénea; sin embargo, dicha heterogeneidad no era visible para todos, dado el dominio de la perspectiva nacional en el debate del capitalismo. Ahora, en cambio, la heterogeneidad del conjunto de los trabajadores sometidos al capital en todas las formas de explotación articuladas a su dominio, se presenta de manera más perceptible que antes, debido, precisamente, a la perspectiva de la globalidad. Por lo tanto, el sujeto antagonista del capital no es más uno solo y homogéneo, sino por el contrario una vasta pluralidad heterogénea, con una diversidad de identidades e intereses concretos. No obstante, todos ellos juntos tienen un solo antagonista al frente: el capital. Por lo cual, sus relaciones de conflicto con el capital, sea para negociar con él o para destruirlo, constituyen ahora un problema nuevo y diferente que es indispensable replantear.

 

Colonialidad de las relaciones capital-trabajo

Esto implica un cambio necesario en la perspectiva habitual acerca de nuestra experiencia y va en contra de la perspectiva eurocéntrica que no nos permitió percibir esos problemas, ni preguntarnos sobre ellos. Tampoco nos permitió ver otros problemas que afectan, de modo igualmente importante las relaciones entre trabajo y capital. Los compañeros que trabajan en la historia del sindicalismo en Estados Unidos saben bien, sin duda, que uno de los problemas centrales del movimiento sindical en ese país fue la discriminación social fundada en la idea de "raza" o "color", que diferencia y jerarquiza a los trabajadores llamados "blancos" y los de "color". Este conflicto que pareció por un momento entrar en una vía de solución, sin embargo no sólo no se ha resuelto, sino que vuelve a plantearse con mucha más crudeza que antes en diferentes áreas.

Es preciso detenernos un poco en las cuestiones que se plantean con la dominación racial para las relaciones entre capital y trabajo. La idea de raza no existe en la historia del mundo antes de América. Pero desde entonces, desde el comienzo mismo de las relaciones de dominación colonial, fue establecida e impuesta como el más eficaz instrumento de dominación social de los últimos 500 años, como fundamento de la clasificación social básica de la población del mundo, y de ese modo asociada al capitalismo, a su vez el primer y más eficaz patrón global de control del trabajo.

La idea de raza no se apoya en ámbito alguno de la realidad biológica de la especie. Pero fue impuesta profunda y perdurablemente en la intersubjetividad de la población mundial, tanto entre sus beneficiarios, como entre sus víctimas. Es el más arraigado y perdurable producto de la experiencia colonial, y sin el colonialismo originado a partir de América no hubiera sido posible. Pero el colonialismo ha quedado atrás y su más perdurable producto aún forma parte constitutiva del específico patrón de poder vigente. La raza es, pues, un elemento de colonialidad en tales relaciones de poder.6 No tenemos ahora la ocasión de ir muy lejos en la exploración de las implicaciones de dicha colonialidad del poder en las relaciones entre capital y trabajo. Pero hay algo que todos podemos observar. Y es en verdad muy notable: no puede ser una coincidencia o simplemente un accidente histórico que la inmensa mayoría de los trabajadores asalariados de más bajos salarios, y los no-asalariados, esto es, los más explotados, dominados y discriminados, en todo el mundo, donde quiera que estén, son las llamadas de "razas inferiores" o "de color". Y de otro lado, la inmensa mayoría de ellos habita, precisamente, los países que llamamos periferia, subdesarrollados, etcétera, y todos los cuales fueron, curiosamente, colonias europeas.

Hasta la crisis de la década de 1870, el trabajo asalariado estaba, principalmente, en lo que llamamos el "centro". Y el trabajo no asalariado, la esclavitud, la servidumbre personal, la reciprocidad, estaban sobre todo en la "periferia". Pero, aunque todo eso constituía y constituye hoy un único sistema, fuimos acostumbrados a pensar que eran dos mundos separados, no sólo como geografía del capitalismo, sino en el tiempo, entre capitalismo y precapitalismo. La visión del tránsito entre ambos consistía, por lo tanto, en un proceso de llegar a ser como Europa o como Estados Unidos. Es decir, todos los países tendrían alguna vez una economía homogéneamente capitalista y sus poblaciones serían ubicadas en las diversas clases sociales según los roles y los rangos del capitalismo.

Semejante visión no tomaba en cuenta, obviamente, la estrecha y radical asociación entre el patrón de dominación social armado en torno de la idea de raza y el patrón de explotación del trabajo bajo la dominación del capital. Y que en consecuencia la clasificación de la gente en el poder no se fundaba, nunca se fundó en realidad, solamente en los roles y en su lugar en el sistema de explotación, excepto en términos locales y sólo en los espacios donde la discriminación de raza estuviera ausente. Y ahora, desde una perspectiva global, desde la visión del patrón mundial de poder configurado en torno de la colonialidad y del capitalismo, podemos por fin ver que no era así, que la clasificación de la gente, desde América en adelante, tuvo siempre al globo como su contexto y como su escenario. Que las diferencias entre "centro" y "periferia", la distribución de identidades geoculturales, la distribución del trabajo, y la distribución de regímenes socioculturales y políticos en el mundo, no podrían ser explicadas sin esa articulación entre ambos ejes del patrón de poder mundial.

 

Reclasificación social de la población mundial

Como vimos, el patrón de poder mundial hoy vigente no consiste solamente en el capitalismo, sino también en un patrón de dominación racial. Por lo tanto, la clasificación social de la gente en este patrón de poder es el resultado del modo en que se articulan los dos ejes del poder en el mundo, no sólo en uno de ellos. Esto nos abre una cuestión necesaria. Actualmente, el control y la explotación del trabajo es mucho más complejo y está cambiando profundamente debido a las nuevas relaciones entre capital y salario, capital y trabajo no-salarial. Y el patrón de dominación está igualmente en crisis a escala mundial.

Aun cuando la población asalariada nunca dejó de ser minoría dentro del conjunto de los trabajadores sometidos al capitalismo mundial, la tendencia de mercantilización de la fuerza de trabajo era hasta antes de la crisis de mediados de la década de 1970, la predominante. En ese sentido, bien podría decirse que no era del todo infundada la percepción de que tarde o temprano uno de los ejes del patrón de clases sociales del capital sería finalmente el único, no sólo el dominante. En la actualidad, sin embargo, aún cuando la mercantilización de la fuerza de trabajo es, quizá, todavía la tendencia más universal concerniente al trabajo en el capitalismo mundial, el hecho de que sus límites sean visibles y crecientes en los niveles tecnológicamente más altos de la estructura mundial de acumulación capitalista, implica que el asalariamiento de los trabajadores continúa expandiéndose en el mundo, ya sólo de modo igual a como avanza un reloj que se atrasa sistemáticamente.

Si la esclavitud, la servidumbre personal, la pequeña producción mercantil independiente y la reprocidad tienden a reproducirse conforme se profundizan las actuales tendencias del capital; si, en consecuencia, el asalariado podría no ser sino una de las tendencias en curso, todo eso implicaría que los dominantes del sistema capitalista y las capas medias asociadas a ellos, no se relacionan en el control del trabajo solamente con el asalariado, ni real, ni tendencialmente.

Por otra parte, las modalidades de dominación social universal, fundadas en las diferencias sexuales o en las llamadas diferencias raciales, están sin duda en plena crisis. En un mundo marcado por la heterogeneidad histórico-estructural y la discontinuidad de sus movimientos históricos, dicha crisis tiene momentos, formas y límites diversos. En unos lados se trata de imponer la relegitimación de las peores formas de esta dominación, mientras en otros avanza, aunque irregularmente, la desintegración de la intersubjetividad en la cual esta dominación se asienta. Globalmente, en todo caso, esta forma de dominación está material y subjetivamente en crisis.

Una inferencia hipotética parece ser inescapable, no obstante toda su provisoriedad mientras procede la investigación: estamos inmersos en un proceso de reclasificación social de la población a escala global. Es decir, la gente se distribuye en las relaciones de poder, en una tendencia que no se restringe solamente a las relaciones capital-salario, sino que ahora concierne más a todo lo que ocurre con el conjunto de la explotación capitalista, así como con las viejas formas de dominación social embutidas en esos constructos mentales de la modernidad que se conocen como raza y género.

 

Poder capitalista y crisis de las relaciones de trabajo

¿Cuáles son o pueden ser las implicaciones de estas tendencias para el destino del poder en su conjunto y en especial para los trabajadores?

Hay aquí muchas y muy importantes cuestiones, en esta ocasión, quiero abrir sólo algunas de ellas ya que no dispondremos de mucho tiempo. Hoy trabajamos y pensamos todo eso en el marco de una profunda derrota mundial. Y creo que es indispensable pasar revista a lo que ha sido derrotado. Ha sido derrotado el "socialismo real"; han sido derrotados los "movimientos de liberación nacional", incluido el "socialismo africano". Han sido derrotados los esfuerzos de "desarrollo", —es decir, de llegar a ser como los países del "centro"—, de los países del "Tercer Mundo" o de la "periferia". Han sido inclusive derrotados los rudimentos de Welfare State que estaba constituyéndose en ciertos países "periféricos". Y en el propio "centro", el Welfare State se bate a la defensiva. El movimiento sindical está a la defensiva, cede trinchera tras trinchera y tiene que hacer cada vez concesiones más grandes. Uno de los hechos emblemáticos de esa derrota sindical, ocurrió no hace mucho en Alemania —país sede de uno de los más exitosos y perdurables experimentos de Welfare State y de pactos explícitos entre capital y trabajo asalariado— cuando los trabajadores de la Volskwagen fueron forzados a aceptar una muy drástica reducción de sus salarios como condición para mantener sus empleos. Esto es el fin de Weimar, dijo entonces Oskar Negt, último heredero radical de la Escuela de Frankfurt y profesor de la Universidad de Hannover, donde está la sede central de la Volkswagen.

Lo que vemos, lo que podemos ver, es que fueron derrotadas muchas cosas que fueron muy diferentes en concreto entre sí, pero que a mi juicio tienen, todas, un elemento común. Todos esos movimientos, organizaciones y regímenes plantearon el problema del poder en términos de una única estructura de autoridad pública: el Estado-nación, incluso cuando el discurso político apelaba a un sedicente internacionalismo.

Eso dejaba pendientes dos cuestiones mayores. Primero, que la clasificación social básica de la población mundial en términos raciales, o en otros términos, la colonialidad del poder, ha permitido que los procesos de nacionalización / democratización de sociedades y Estados fuera desarrollada en el "centro", pero constantemente bloqueada en la "periferia". Por ejemplo, en América Latina, a pesar de ser una de las primeras regiones donde el colonialismo europeo fue erradicado, la colonialidad del poder no ha podido ser nunca erradicada del todo y en algunos lugares ni siquiera reducida o seriamente cuestionada. Por lo cual, desde mi punto de vista no hay en América Latina un sólo Estado-nación plenamente constituido. México inició temprano un proceso de nacionalización de la sociedad, pues la guerra civil revolucionaria entre 1910 y 1927 fue ante todo un proceso de descolonización de las relaciones sociales, es decir de democratización de la sociedad. Pero ese proceso fue tempranamente mutilado y desde fines de la década de 1970 no sólo se ha "interrumpido" ("revolución interrumpida" es el concepto acuñado por Adolfo Gilly), sino que ha sido derrotado y sus consecuencias están a la vista. En el Cono Sur de América Latina, Chile y Uruguay fueron los países donde la nacionalización fue la otra cara del exterminio genocida de las poblaciones aborígenes. Pero en todas partes, el proceso está contenido y en riesgo, precisamente porque la descolonización social, la democratización de la sociedad y del Estado, están en riesgo más que en momento alguno de los últimos 200 años. Hablo por ejemplo de mi propio país, el Perú. Ahí tras décadas de esfuerzos por democratizar la sociedad peruana y su representación en el Estado, es decir, de nacionalizar la sociedad y su Estado, el proceso ha sido detenido y sufre un profundo retroceso. Éste puede ser un ejemplo extremo en América Latina, pero esa es la tendencia del conjunto.

En segundo término, que incluso en los casos en que pareció exitoso el proyecto de conquistar el dominio del Estado-nación como eje y punto de partida para resolver los problemas de la dominación de los pueblos y de la explotación del trabajo, la experiencia ha dejado rigurosamente claro que no era ese el camino más adecuado. De hecho, la derrota mundial a la que antes he aludido, y en especial la desintegración del "socialismo realmente existente", ya estaba implicada en la adopción de ese camino estratégico.

Ambas cuestiones remiten a un problema en la perspectiva de conocimiento, en el eurocentrismo en definitiva. No tendremos hoy el tiempo necesario para examinar tan complicado asunto.7 De todos modos, sugiero que la propensión de pensar los fenómenos histórico-sociales como si fueran homogéneos, de estructura dual, y actuando históricamente de modo evolutivo unilineal y unidireccional, es una de las explicaciones centrales de esa derrota.

En efecto, si las clases sociales fueran homogéneas y actuaran en la historia de modo lineal y evolutivo, los dominados/explotados podrían conquistar como unidad homogénea un Estado-nación homogéneo. Ya es más controvertible que pudieran también conducirlo homogénea y evolutivamente en dirección a su propia destrucción.

Pero la población trabajadora ha sido siempre heterogénea, no sólo a escala mundial, sino en cada lugar, en cada país. No puede actuar históricamente de manera homogénea, ni continua ni evolutiva. Ahora es más heterogénea y discontinua que nunca antes.

Y aunque todos los trabajadores tienen en el capital un antagonista común, no cada sector o en cada momento lo tienen de la misma manera. Por lo cual es difícil que se pueda transformar en una única fuerza organizada, cuyo único interés conjunto fuera luchar por el control de un único Estado y partir de ahí a la "construcción" de otra sociedad, como solía decirse antes de la derrota.

El Estado no ha desaparecido ni desaparecerá a corto plazo. El capital lo necesita más que nunca, pero no el llamado moderno Estado-nación. Porque este último requiere, para ser efectivo, un proceso de relativa, pero real e importante, democratización del control del trabajo y de la autoridad pública. Esto es absolutamente incompatible con la actual tendencia dominante del capitalismo, sometido en su conjunto al interés de creciente reconcentración del control del trabajo, de recursos, de productos, y para todo lo cual requiere reconcentrar aún más el control del Estado. El neoliberalismo insiste, y eso es casi cómico, en que el mercado es contrario al Estado. Pero eso no tiene sentido en la realidad. Sin Estado, ese mercado sería simplemente imposible. La entrega de la producción y distribución de servicios públicos al mercado dominado por las corporaciones, es una imposición del Estado. Pero para eso ha sido necesario primero desalojar del Estado a la representación política de los intereses sociales de las capas medias y de los trabajadores. Es decir, ha sido necesaria una reprivatización del Estado, para reprivatizar el control de la economía.

En otros términos, el capitalismo requiere desdemocratizar y desnacionalizar sociedades y Estados. En consecuencia, el eje principal de conflicto de poder parecería, a primera vista, en sostener o restaurar el carácter de Estado-nación de la autoridad pública. Y en efecto, en el punto de partida y también por un momento no desdeñable, la lucha de los trabajadores y de las capas medias empobrecidas contra los efectos más nocivos del neoliberalismo, sin duda tenderá a reconquistar lo que les ha sido arrebatado.

Y para eso, será también necesario recuperar lo que habían logrado conquistar como representación, o por lo menos de intermediación política, en el Estado.

En esa lucha, sin embargo, será tarde o temprano descubierto que esas conquistas no pueden ser afirmadas, ni estabilizadas, sino por la ampliación continua y cotidiana de la democracia en la sociedad y que eso implica individuos libres y socialmente iguales, que por eso tengan, todos, igual acceso a tomar parte en la generación y en la gestión de las instituciones de autoridad pública en la sociedad. Es decir, una ciudadanía que no se restrinja, ni se agote, en el ritual ejercicio del voto. Porque esa es la conquista principal de la modernidad: los individuos para ser libres requieren ser socialmente iguales. La democracia es, por eso, un interés social material de la sociedad, no sólo una aspiración ético-estética. Por lo tanto, también es un campo de conflicto en la sociedad, como ocurre con todo interés social genuino.

La afirmación y la estabilización de la democracia en la sociedad requiere una lucha constante por su ampliación en la vida cotidiana de esa sociedad. Eso requiere, sin duda, la descolonización de las relaciones de poder, en primer término. Y dada la notable y más compleja heterogeneidad histórico-estructural de la población dominada y sometida al capitalismo, en todas las formas de control y dominación de trabajo, de raza, género, de control de sexo, de subjetividad, de autoridad, de la "naturaleza", y de sus respectivos recursos y productos, la democracia como forma de vida cotidiana de la sociedad requiere un universo institucional también heterogéneo, que sin duda rebasa la institucionalidad del Estado-nación. Aun el más moderno, esto es, el más democrático de los Estados-nación está armado en función del poder del capitalismo, en el cual la democracia es ahora sobre todo un campo de conflicto porque interesa cada vez menos a la burguesía, ya que sus intereses llevan, exactamente debido a la globalización, a la continuada reducción de los márgenes de democracia en la sociedad y en el Estado.

Se sabe bien que en la esclavitud o en la servidumbre personal ninguna forma de democracia es posible en la sociedad, ni en su Estado. Los límites de lo que puede conquistarse en el capital-salario son conocidos. Y el "socialismo real" mostró esos límites de modo aún más decisivo. Eso sugiere, seguramente, que sería más bien en relaciones sociales de reciprocidad y bajo formas de autoridad de carácter comunal, donde la ciudadanía plena, la libertad individual, la diversidad cultural, la igualdad social y la solidaridad social, son y pueden ser viables en el largo plazo como formas cotidianas de la existencia social en el vasto universo de la diversidad y de la heterogeneidad histórico-estructural. No es, por eso, seguramente accidental que en muchos lugares del mundo estén apareciendo formas comunales de autoridad pública y formas de organización del trabajo en términos de reciprocidad. Éstas, no solamente sirven ahora para asegurar la sobrevivencia, sino también como parte de un proceso histórico alternativo al de un poder fundado en la colonialidad, como instrumento de dominación, y en el capitalismo como modo de explotación. Tales experiencias de reciprocidad y de comunidad se combinan y se articulan de muchos modos con el Estado y con el mercado. Nada podría existir, hoy, por separado de éstos. Pero ahora es patente que tampoco solamente con ellos. Lo que quizás veremos en el futuro, por lo tanto, en un mundo heterogéneo, serán combinaciones heterogéneas entre todos esos procesos.

El mundo es realmente muy diverso. Seguramente veremos en adelante no solamente las combinaciones, sino también los conflictos. Tales conflictos se moverán entre el extremo mercado-Estado y el extremo comunidad-reciprocidad, haciendo muchas combinaciones posibles.

En América Latina eso comenzó a ser relativamente visible desde muy temprano, para una parte, es verdad que minoritaria, del debate. Nuestras investigaciones en el famoso debate de la marginalización en América Latina apuntaban, ya en la década de 1960, a la idea de la declinación del salariado, por la pérdida de interés y de capacidad del capital para convertir toda la fuerza de trabajo mundial en mercancía. Ese proceso comienza a ser visible ahora para cada vez más gente. Tanto que hasta se puede hablar del fin del trabajo.

 

Las perspectivas próximas

He procurado aquí, sobre todo, abrir cuestiones cuyo debate me parece necesario y urgente, en particular entre los trabajadores. Lo he hecho de manera apretada y esquemática, en el breve tiempo del cual disponemos. Permítanme ahora terminar con unas pocas notas sobre el nuevo periodo que estamos comenzando.

Si observamos el escenario mundial, dos notas son claramente perceptibles. En primer término, el agotamiento del inmenso atractivo del neoliberalismo que la burguesía logró imponer después de la crisis mundial comenzada a mediados de la década de 1970. Sus terribles efectos sobre la mayoría de la población mundial son no sólo tan visibles, sino sobre todo tan potencialmente conflictivos, que han llegado a preocupar a los capitanes políticos de la burguesía mundial. El empobrecimiento cada vez mayor de la población mundial, la polarización social extrema (20% de la población mundial controla 80% del producto mundial), no llevan a la estabilización y a la relegitimación del patrón mundial de poder actual, sino a su más grave crisis, tanto en las relaciones capital-trabajo, como en las relaciones entre "razas" y "géneros", así como en el modo eurocéntrico de producir conocimiento. En segundo término, estas tendencias y las insostenibles situaciones que se han creado en todo el mundo, ya han desatado la resistencia de sus víctimas, lo que agudiza la preocupación de los beneficiarios. Las numerosas huelgas de asalariados en todo el mundo, las luchas políticas contra los regímenes que sólo sirven a los fines del capital financiero, las disputas de hegemonía sobre los mercados de Asia y América Latina, son las señales de que ya hemos ingresado en un periodo de grandes tormentas sociales y políticas en todo el mundo. El tiempo de la derrota está terminando.

La resistencia, sin embargo, no será suficiente ni siquiera para reconquistar lo perdido. Aunque después de las derrotas las luchas se reinician siempre con la memoria de la gente, por lo tanto en busca de reconquistar lo que fue perdido, no es la nostalgia, sino la esperanza, es decir, el futuro lo que tiene que ser confrontado. En ese derrotero, las luchas por la continua ampliación de la democracia en las relaciones sociales cotidianas, más allá en consecuencia de los límites del Estado-nación, ya están en el horizonte.

 

BIBLIOGRAFÍA

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Notas

* Versión ligeramente revisada de la transcripción de una conferencia ofrecida en octubre de 1998, en el Auditorio de la Universidad de Puerto Rico, Río Piedras, en ocasión del Primer centenario de la fundación de la Confederación General de Trabajadores de Puerto Rico y del Caribe, y por generosa invitación de ellos. Y a ellos está dedicada.

1 Una discusión detenida de esta cuestión en Aníbal Quijano: "Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina", en Edgardo Lander (ed.), Colonialidad del saber, Clacso-Unesco, Buenos Aires, Argentina, 2000. Versión al inglés en Nepantla, vol. 1, núm. 3, Duke University, NC, Estados Unidos.

2 La propuesta original es de Hegel (Lecciones sobre la filosofía de la Historia). Fue retomada por Alexandre Kojève, en Francia, después de la Segunda Guerra Mundial. Y ganó audiencia mundial, junto con la imposición del neoliberalismo, por Francis Fukuyama y su célebre artículo "El fin de la Historia". Sobre este debate véase: "¿El fin de cuál Historia?", en Análisis Político, núm. 32, septiembre-octubre 1997, Instituto de Estudios Políticos e Internacionales, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, pp. 27-32.

3 Jeremy Rifkin, El fin del trabajo, Paidós, Buenos Aires, Argentina, 1994; Dominique Meda, Le travail, une valeur en voi de disparition, Champs, Flamarion, 1995, París, Francia.

4 Sobre estas cuestiones véase Aníbal Quijano, La economía popular y sus caminos en América Latina, CEIS-Cecosam, Lima, Perú, 1998.

5 Theodore Shanin, The Awkward Class, Oxford, 1972.

6 La idea de raza o color es uno de los productos centrales de la dominación colonial específica que comenzó con América. Ha servido a los colonizadores blancos para controlar el poder mundial, como criterio de clasificación social básica de la población del mundo y para el control del capitalismo mundial, como elemento de la división social del trabajo. Véase Aníbal Quijano, "¡Qué tal raza!", en Familia y Cambio Social, Cecosam, Lima, Perú,1999, y en Revista Venezolana de Ciencias Economicasy Sociales, vol. 6, núm. 1, Caracas, Venezuela, 2000, pp. 37-45. Sobre las relaciones entre raza y biología, véase Jonathan Marks, Human Biodiversity. Genes, Race and History, Aldine de Gruyter, Nueva York, 1994.

7 Discuto algo más extensamente esas cuestiones en "Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina", op. cit. Véase también "El fantasma del desarrollo en América Latina", en Revista Venezolana de Economíay Ciencias Sociales, vol. 6, núm. 2, 2000, Caracas, Venezuela, pp. 73-90.

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