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Argumentos (México, D.F.)

versión impresa ISSN 0187-5795

Argumentos (Méx.) vol.23 no.64 Ciudad de México sep./dic. 2010

 

Crítica de libros

 

Resistencias laborales en Argentina1

 

Ana Drolas

 

1 Salazar, Robinson y Melissa Salazar (ed); Lenguita, Paula y Juan Montes Cató (coord.), Resistencias laborales. Experiencias de repolitización del trabajo en la Argentina (1a. ed., Ediciones Insumisos Latinoamericanos), Buenos Aires, Elaleph, octubre de 2009.

 

Doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires. Becaria del CEIL-PIETTE del CONICET-Argentina

 

Resistencias laborales. Experiencias de repolitización del trabajo en la Argentina editado por Robinson Salazar y Melisa Salazar y coordinado por Paula Lenguita y Juan Montes Cató es un libro más de la Red de Insumisos Latinoamericanos y un motivo de celebración. No sólo porque en él escriben amigos y colegas y porque todos sabemos lo trabajoso y complicado que resulta publicar, sino también porque aborda cuestiones estratégicas para los estudios del mundo del trabajo como es la capacidad de conflicto de los diversos emergentes de la militancia social y política y su posibilidad de resistir las embestidas protegiendo a aquellos con los que se dan formas organizativas.

Así, democracia, política y politicidad, hegemonía, autonomización, experiencia de clase, militancia barrial y sindical, constituyen las marcas que hilvanan cada capítulo del libro y el camino de las resistencias del trabajo. Resistencia al Estado (en tanto empleador y como dinamizador de políticas públicas sostenedoras de un cierto modelo de acumulación); resistencia a las patronales y sus intentos flexibilizadores, precarizadores e individualizantes; resistencia a las propias organizaciones gremiales y a sus encuadramientos y verticalismos jerarquizantes; resistencia a las condiciones de subordinación propias del trabajo asalariado. En suma, resistencias a una cierta noción de explotación social, a lo injusto, a lo inequitativo plasmadas en múltiples experiencias con sentidos y significados propios y que dejan sus marcas en el relato de cada uno de los artículos que desdicen, se oponen y echan por tierra aquella ilusión noventista de pacificar los espacios de trabajo y a la sociedad como un todo orgánico. En este sentido, este libro tiene la virtud de poner en relieve diversas y heterogéneas experiencias sociales de militancia que nos brindan herramientas para hablar de aquello que durante años fue mejor callar: la vida política de los trabajadores con y sin trabajo, la politicidad de los sectores subalternos.

Junto a la resistencia, el conflicto y sus diversas manifestaciones. Conflictos externos con las patronales y el gobierno; y conflictos internos con las formas sindicales anquilosadas; con las formas de organización y supervivencia de los movimientos sociales, incluso conflicto con las propias experiencias militantes. Conflictos emergentes y resultado de las resistencias.

Más allá de los diferentes abordajes y objetos de acercamiento empírico, existe un hilo conductor que une al menos cinco de los ocho artículos que componen el libro y que, si bien aparece como colateral, creo, resulta insoslayable: la democracia y la democratización de las formas populares de organización, especialmente del sindicato. Es aquí en donde voy a detenerme muy brevemente por varias razones que tienen que ver con la generalidad del tema más que con la particularidad de los casos estudiados en los artículos del libro. La primera, porque es un tema que personalmente me preocupa e interpela como observadora de las formas sindicales; en este sentido constituye un problema de reflexión permanente; segundo, porque a lo largo de las páginas que componen el libro, aparece como una idea recurrente pero poco especificada y, tercero, porque muchas veces la pregunta, que desde los ámbitos académicos, nos hacemos por la democracia sindical, se me revela tramposa.

No existen dudas (y creo que en esto estaremos todos de acuerdo) que los sindicatos deberían ser democráticos. Es algo deseable y necesario. Existe también acuerdo de que muchos sindicatos están lejos de serlo y esto termina constituyendo un freno a su dinámica interna. Tampoco hay dudas de su limitada capacidad para producir, provocar y acompañar acciones emancipatorias. Pero también es cierto que las prácticas sindicales cotidianas y las experiencias de sus militantes no pueden ser iguales al análisis que nosotros hacemos sobre ellas. Y no pueden ser iguales, porque de lo contrario nuestro trabajo no tendría valor alguno.

¿Por qué digo esto? El sentido común, tanto de derechas como de izquierdas, afirma, con contundencia y sin ponerse colorado, que los sindicatos no son democráticos y que constituyen organizaciones capaces de unificar todos los males de este mundo a través de sus ostensibles intentos de ir en contra de los intereses de los trabajadores. A veces pareciera que tenemos la fantasía de haber sido capaces de construir una sociedad profundamente democrática y que los sindicatos constituyen excepciones a la regla general. Como si los sindicatos estuvieran compuestos por individualidades militantes y democráticas que, juntos, y vaya a saber uno por qué artilugio de la convivencia, se transforman el la quintaesencia del antidemocratismo. A veces actuamos, decimos y escribimos como si los sindicatos hubieran caído del espacio extraterrestre para enquistarse para vulnerar nuestros principios igualitarios. La pregunta es, ¿por qué ponderamos en los sindicatos una característica que rara y escasamente encontramos en otros ámbitos de las relaciones humanas?, ¿por qué para el análisis de las organizaciones de los trabajadores se las descontextualiza de la sociedad que las contiene? Los sindicatos no son experimentos de probeta, constituyen reflejos más o menos fieles de las características generales de la sociedad que los contiene y, al mismo tiempo, los conforma. En este sentido, llevan enquistadas las prácticas jerárquicas y autoritarias que se reproducen en la familia, en la escuela, en los lugares de trabajo, en los sistemas de producción y circulación de conocimiento, en las burocracias estatales e incluso en las relaciones entre pares.

Todas y cada una de las instituciones y organizaciones sociales que hacen a la convivencia cotidiana, están atravesadas por prácticas autoritarias que vuelven a la democracia y a la democratización un deseo generalizado pero, y esto es central, escasamente militado. Hemos pasado por la escuela, por la universidad, por la organización familiar; muchos hemos militado en partidos políticos o en movimientos de base territorial y sabemos de qué se trata la disciplina necesaria para construir ese entramado reproductor fuertemente naturalizado, ¿por qué le pedimos al sindicato que sea diferente a la sociedad que lo contiene e, insisto, compone? ¿por qué le pedimos a los sectores populares organizados que paguen las cuentas pendientes que todos deberíamos estar dispuestos a pagar?

Es en este sentido que hablar de democracia sindical en términos absolutos es una trampa que termina convirtiéndola en una suerte de entelequia ¿Qué es la democracia sindical?, ¿de qué está hecha?, ¿de elecciones?, ¿de deliberación?, ¿de capacidad y posibilidad de oposición interna?, ¿de alternancia en los puestos dirigentes?, ¿de militancia? Es la respuesta a estas preguntas lo que ayudará a construir, en última instancia, las condiciones de su posibilidad. Y lo más importante, ¿qué condiciones sociales y situacionales la harían realizable? Si bien es cierto que las cúpulas dirigenciales han alimentado y sostenido durante años una estructura sindical beneficiosa para ciertos objetivos, no debemos olvidar que el sindicato es mucho más que esas estructuras y que está compuesto por múltiples instancias insoslayables a la hora de analizarlos. Por otra parte, y aquí Weber reclama lo que es suyo, las instituciones tienden a la monumentalización de sus formas y engranajes y a la burocratización de sus mecanismos internos de funcionamiento si es que no se chocan con alguna fuerza que se oponga a este proceso. El sindicato no tiene por qué ser una excepción a esto, aunque sea deseable y necesario. Es a partir de esto, a partir de su situacionalidad social, que debemos analizar la democracia sindical para poder ser más lúcidos en el acompañamiento de un proceso de ruptura ya abierto.

¿Quiere decir todo esto que hay que tomar el estado de cosas dadas como nuestro universo final de validez? Por supuesto que no, como tampoco implica tener una mirada ingenua de los sindicatos o que los consideremos actores políticos inocentes. ¿Invalida lo dicho la fortaleza de las experiencias relatadas en el libro; experiencias que en tanto tales son profundamente verdaderas? Definitivamente no, al contrario. Las revaloriza en la medida en que dan cuenta de acontecimientos que se plantan frente a lo dado, que discuten lo estatuido y pretenden instituir desde una estrategia democratizante. Lo que quiero decir, lo que me gustaría resaltar es que, insisto, las prácticas y experiencias militantes propias e innegables no pueden ser lo mismo que el análisis que de ellas podamos hacer, porque las cosas no solo son lo que parecen. Y ahí nuestra tarea: hacer el ejercicio sociológico de construir un todo a partir de las experiencias fragmentadas y poder, desde las diversas formas del ser, explorar esto que nos pasa. No alcanza con decir qué es bueno y qué es malo; no alcanza con decir, como el niño del cuento de Andersen, que el rey está desnudo; no alcanza con describir un fenómeno si no hacemos lo mismo con sus condicionamientos y los entramados sociales que los delimitan porque se corre el riesgo de caer en la repetición de lo considerado políticamente correcto que es, justamente, de lo que debemos escapar para poder aportar herramientas de análisis; para no perder de vista el bosque. Y debemos escapar de esta trampa en la medida en que aquello que se espera de nosotros, aquello considerado correcto, es lo que termina cerrando los universos discursivos y políticos en los que enjaulamos nuestra capacidad crítica. Crítica en un sentido frankfurtiano: ser capaces de ver y analizar lo que es, con todas sus determinaciones, para proponer, militar y provocar saltos emancipatorios.

Esto que planteo y que me tomo la libertad de hacer aquí, forma parte de las inquietudes que la lectura de este libro ha ayudado a despertar, lo cual constituye más una virtud del libro que mía propia. Inquietudes que me llevan a preguntarme, y a pensar, de qué está hecho aquello que deseamos, nosotros, como sociólogos; y a pensar si muchas veces la realidad no se empeña en ser diferente a como la pensamos.

Para terminar, y volviendo a lo que nos convoca, este libro y cada uno de sus capítulos me gusta. Me gusta en un sentido fuerte, en un sentido estimulante; en un sentido amplio y en un sentido estricto. Primero, porque cada artículo, en su estilo, hace alarde de una escritura que invita a la lectura, algo que no es fácil de encontrar. Y en un sentido estricto porque, en lo que a mi respecta, aborda un tema relevante y necesitado de nuevos marcos interpretativos y porque tiene la virtud de abrir caminos a la reflexión y a la repregunta, y esto, en una época de facilismo y miserabilidad intelectuales, se agradece.

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