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Argumentos (México, D.F.)

versão impressa ISSN 0187-5795

Argumentos (Méx.) vol.23 no.63 Ciudad de México Mai./Ago. 2010

 

Dossier "Nosotros somos su crisis": debates sobre la crisis económica mundial

 

Organización para la transición anti–capitalista*

 

David Harvey

 

Doctorado en St Johns College, Cambridge. Profesor en la City University of New York (CUNY) y Miliband Fellow de la London School of Economics. Es autor de numerosos artículos y libros de gran influencia en el desarrollo de la geografía moderna.

 

Resumen

La reflexión de David Harvey en este trabajo parte de los siguientes cuestionamientos: ¿puede el capitalismo sobrevivir al trauma actual?, ¿puede la clase capitalista reproducir su poder en nombre de un sinnúmero de dificultades económicas, sociales, políticas, geopolíticas y ambientales?, ¿cómo saldrá la clase capitalista de la crisis actual y qué tan rápida será esta salida?, ¿puede el mundo cambiar material, social, mental y políticamente, de tal manera que enfrente no sólo el terrible estado de las relaciones sociales y naturales en tantas partes del mundo, sino también la perpetuación del interminable crecimiento compuesto?, ¿cuáles son los espacios que quedan en la economía global para nuevos arreglos espaciales que absorben el excedente de capital?, ¿puede la izquierda negociar la dinámica de la crisis?, ¿otro mundo es posible?, ¿otro comunismo es posible?

Palabras clave: carácter de clase de la crisis actual, capital excedente, mano de obra excedente, control social de los excedentes, movimiento político anticapitalista, teoría correvolucionaria.

 

Abstract

Harvey's article is structured around the following questions: Can capitalism survive its current trauma? Can the capitalist class reproduce its power in the name of countless serious economic, social, political, geopolitical and environmental difficulties? How will the capitalist class emerge from the current crisis and how soon will it end? Can the world change materially, socially, mentally and politically, so that it can face not only the terrible state of natural and social relations, but also the endless perpetuation of compound growth? What are the spaces remaining in the global economy for new spatial arrangements to absorb surplus capital? Can the Left negotiate the dynamics of the crisis? Another world is possible? Another communism is possible?

Key words: class character of the current crisis, surplus capital, surplus labor, accumulation by dispossession, social control of surplus, anti–capitalist political movement, co–revolutionary theory.

 

La geografía histórica del desarrollo capitalista se encuentra en un punto de inflexión en el que la conformación geográfica de poder está cambiando a gran velocidad en el momento preciso en que la dinámica actual enfrenta restricciones de suma importancia. El 3% de crecimiento compuesto (generalmente considerado la tasa de crecimiento mínima satisfactoria para mantener una economía capitalista saludable) va siendo cada vez menos posible de mantener por sí misma sin recurrir a toda clase de apariencias (tales como las que han caracterizado a los mercados de capitales, así como a los aspectos financieros a lo largo de las dos últimas décadas). Desde finales de la década de 1990, el Foro Social Mundial se ha convertido en el centro donde se ha discutido el tema "otro mundo es posible". Es ahora cuando se debe asumir la tarea de definir la manera para hacer posible otro socialismo o comunismo y la forma para lograr la transición a estas alternativas. La crisis actual ofrece una ventana de oportunidades para analizar lo que esto representaría.

La crisis por la que atravesamos, ocasionada tras las medidas tomadas para resolver la crisis de la década de 1970, contempla los siguientes pasos:

a) La agresión exitosa en contra de la clase trabajadora y de sus instituciones políticas, al desplazar los excedentes de la fuerza laboral global, implementando cambios tecnológicos para prescindir de ésta y así acrecentar la competencia. El resultado se ha traducido en una disminución del salario global (una participación de salarios en descenso en el producto interno bruto total casi general) y la creación de una reserva de mano de obra disponible cada vez más numerosa que vive bajo condiciones marginales.

b) Debilitamiento de las estructuras previas del poder monopólico y desplazamiento de la etapa previa del (Estado–nación) capitalismo monopólico, al abrirlo a una competencia internacional totalmente violenta. De igual forma, la intensificación de la competencia global traducida en una disminución de las utilidades de empresas no financieras. El desarrollo geográfico desigual y la competencia entre naciones llegaron a ser un aspecto fundamental en el desarrollo capitalista, al abrir el camino hacia los orígenes de un cambio de poder hegemónico en particular, aunque no exclusivamente dirigido a Asia Oriental.

c) Utilización y otorgamiento de poder a la forma más cambiable y dinámica del capital —capital de dinero— para destinar estos recursos de capital de manera global (finalmente por medio de mercados electrónicos), lo que lleva a la desindustrialización en regiones medulares tradicionales y a nuevas formas de industrialización (ultra–opresiva), así como a extracciones de materia prima agrícola y recursos naturales en mercados emergentes; la finalidad era mejorar la utilidad de las empresas financieras y encontrar nuevas formas de globalizar y supuestamente absorber los riesgos a partir de la creación de mercados de capitales ficticios.

d) En el otro extremo de la escala social, esto significó fortalecer la confianza en la "acumulación por desposesión" como medio para aumentar el poder de la clase capitalista. Las nuevas cuotas de acumulación primitiva en contra de los indígenas y de las poblaciones campesinas aumentaron mediante pérdidas de bienes de las clases más bajas de las economías medulares (como se observó en el mercado de vivienda básico en Estados Unidos, que originó ilegítimamente una enorme pérdida de bienes particularmente en las poblaciones afroamericanas.

e) El aumento, nuevamente, de una demanda efectiva abatida como efecto de la presión de una economía en deuda (gubernamental, empresarial y doméstica) a su límite (en particular en Estados Unidos y Reino Unido, aunque también en otros países desde Letonia hasta Dubai).

f) Compensación a los abatidos índices de ganancia en la producción, construyendo toda una serie de burbujas de mercado de bienes, con carácter Ponzi y que culminaron en la burbuja de propiedad que reventó en 2007–2008. Estas burbujas de bienes repercuten en el capital financiero y se dieron a partir de diversas innovaciones financieras, tales como obligaciones de deuda derivada y colateral.

Las fuerzas políticas aliadas y movilizadas detrás de estas transiciones poseían un carácter de clase distintivo y se enmascaraban en una ideología singular llamada neoliberal. La ideología se apoyaba en la idea de que los mercados libres, el tratado libre, la iniciativa personal, ser emprendedor, constituían la mejor garantía de liberación individual y libertad y que el "Estado protector" debía ser desterrado en beneficio de todos. Sin embargo, su práctica ocasionaba que el Estado debiera permanecer detrás de la integridad de las instituciones financieras, dando origen (empezando con la crisis de deuda de México y los países en desarrollo en 1982) a un "riesgo moral" importante dentro del sistema financiero. El Estado (local y nacional) también llegó a estar cada vez más comprometido a ofrecer un "adecuado clima empresarial" para atraer inversiones dentro de un ambiente altamente competitivo. Los intereses de las personas resultaron menos importantes que los intereses del capital y, en caso de que éstos entraran en conflicto, los intereses de la gente tendrían que sacrificarse (como resultó en la práctica regular en los programas de ajuste estructural del Fondo Monetario Internacional (FMI), que se dio de principios de la década de 1980 en adelante). El sistema creado equivale a una forma real de comunismo para la clase capitalista.

Estas condiciones variaban de manera considerable, dependiendo por supuesto del territorio geográfico del mundo en que uno habitara, así como de las relaciones de clase que prevalecieran ahí, de las tradiciones culturales y políticas y de la forma en que los poderes económico y político cambiaran.

Entonces, ¿cómo puede la izquierda negociar la dinámica de la crisis? En tiempos de crisis, la irracionalidad del capitalismo resulta comprensible para todos.

El capital excedente y el de la mano de obra existen de manera paralela, sin encontrar aparentemente la forma de unirlos en medio del inmenso sufrimiento humano y de las necesidades no cubiertas. A mediados del verano de 2009, una tercera parte de las aportaciones de capital de Estados Unidos se mantuvo inactivo, mientras que aproximadamente 17% de la fuerza laboral estaba ya sea desempleada, obligada a trabajar tiempo parcial o bien eran trabajadores "desmotivados". ¡Qué podría ser más irracional que eso!

¿Puede el capitalismo sobrevivir al trauma actual? Sí. Pero, ¿a que costo? Esta pregunta enmascara otra. ¿Puede la clase capitalista reproducir su poder en nombre de un sinnúmero de dificultades económicas, sociales, políticas, geopolíticas y ambientales? Nuevamente, la respuesta es definitivamente "sí". Sin embargo, la mayor parte de las personas tendrán que entregar el fruto de su trabajo a aquellos en el poder, renunciar a muchos de sus derechos y a sus bienes ganados a base de mucho esfuerzo (en todo, desde la vivienda hasta los derechos de pensión), así como sufrir deterioro ambiental, además de detrimento en su calidad de vida, lo que equivale a hambruna para muchos de los que ya se encuentran luchando para sobrevivir con lo mínimo. Las desigualdades de clase aumentarán (como ya está ocurriendo). Todo ello puede requerir más que un poco de represión política, violencia política y control de Estado militarizado para calmar la intranquilidad.

Puesto que mucho de esto es impredecible y ya que los espacios de la economía global son tan variables, entonces la incertidumbre y los efectos de ello se intensifican en tiempos de crisis. Así, surgen todo tipo de posibilidades concretas tanto para los incipientes capitalistas que ven en nuevos espacios oportunidades para retar a la clase antigua y a las hegemonías territoriales (como cuando Silicon Valley reemplazó a Detroit desde mediados de la década de 1970 en adelante en Estados Unidos), así como para que los movimientos radicales desafíen la reproducción de un poder de clase ya desestabilizado. Decir que la clase capitalista y el capitalismo pueden sobrevivir, no es lo mismo que decir que están predestinados a hacerlo, ni tampoco significa que su carácter futuro ya esté dado. Las crisis son momentos de paradojas y posibilidades.

Entonces, ¿qué sucederá ahora? Si pretendemos regresar al crecimiento del 3%, habría que encontrar nuevas y redituables oportunidades de inversión global, para lograr 1.6 trillones de dólares en el 2010, incrementándolos para estar cerca de los tres trillones de dólares para el 2030. Esto contrasta con los 0.15 trillones de dólares que requirió la nueva inversión en 1950 y los 0.42 trillones de dólares que se necesitaron en 1973 (las cifras en dólares se ajustan a la inflación). Los problemas reales para encontrar salidas adecuadas para el capital excedente, empezaron a surgir después de 1980, aun con la apertura de China y el colapso del Bloque Soviético. Las dificultades se resolvieron parcialmente al crear mercados ficticios donde la especulación en los valores de los bienes salió a la luz. ¿A dónde se va toda esta inversión ahora?

Dejando a un lado las indiscutibles restricciones en relación con la naturaleza (como el calentamiento global, de primordial importancia), las otras barreras potenciales de demanda efectiva en el mercado, de tecnologías y de distribuciones geográficas y geopolíticas, se espera que sea de gran repercusión —aun suponiendo que se lleve a cabo, lo cual no es probable— alguna oposición activa seria ante la acumulación de capital continuo y la consolidación de la clase del poder. ¿Cuáles son los espacios que quedan en la economía global para nuevos arreglos espaciales que absorben el excedente de capital? China y el Bloque Socialista ya se integraron. El sur y sureste de Asia van en el mismo camino.

África todavía no está totalmente integrada, pero no hay otro lugar con la capacidad de absorber todo este excedente de capital. ¿Cuáles nuevas líneas de producción pueden abrirse para absorber el crecimiento? Pueden no existir efectivas soluciones capitalistas a largo plazo (fuera de revertir las manipulaciones ficticias del capital) a la crisis del capitalismo. En algún punto, los cambios cuantitativos conducen a cambios cualitativos, por lo que es necesario tomar en cuenta seriamente el hecho de que podemos estar en un punto de inflexión decisivo en la historia del capitalismo. Por lo tanto, cuestionarse el futuro del capitalismo en sí como un adecuado sistema social debe ser la prioridad del debate actual.

No obstante, pareciera haber poco interés para dicha discusión, aun entre la izquierda. Por lo contrario, seguimos escuchando los convencionales discursos reiterativos en relación con la perfectibilidad de la humanidad gracias a la ayuda de los mercados libres y el libre comercio, la propiedad privada y la responsabilidad personal, los bajos impuestos y el mínimo involucramiento en las medidas sociales, aunque todo ello suena cada vez más hueco. Se vislumbra una crisis de legitimidad; sin embargo, estas crisis generalmente se desarrollan a diferente velocidad y ritmo que el mercado de valores. Por ejemplo, tomó de tres a cuatro años antes de que la caída del mercado de valores de 1929 produjera los movimientos sociales masivos (aunque progresivos y fascistas), esto es, después de 1932 aproximadamente. La intensidad de la búsqueda que hace el poder político para encontrar caminos y salir de la presente crisis puede tener algo que ver con el temor político de la posible ilegitimidad.

Sin embargo, los últimos treinta años han vivido la emergencia de los sistemas de gobierno que parecen inmunes a los problemas de legitimidad y hasta despreocupados por la creación de acuerdos. La tendencia es a que prevalezca una combinación de autoritarismo, corrupción monetaria de la democracia representativa, observación continua, acción policial y militarización (especialmente mediante la guerra basada en el terror), control de los medios de comunicación y confusión, que reflejan un mundo en el que el control del descontento por medio de la desinformación, fragmentación de la oposición y la configuración de culturas de oposición a partir de la promoción de las organizaciones no gubernamentales predominan con un alto grado de fuerza coercitiva para dar apoyo en caso de ser necesario.

La idea de que la crisis tuvo orígenes sistémicos se ha discutido muy poco en los principales medios (aun cuando algunos economistas de opinión pública, como Stiglitz, Krugman y Jeffrey Sachs, intenten adelantarse a algunos de la izquierda tratando de reconocerlo). La mayor parte de los movimientos del gobierno para contener la crisis en América del Norte y Europa están dirigidos a perpetuar la empresa como lo ha sido, lo que se traduce en el apoyo de la clase capitalista. El "daño moral", disparador inmediato de las fallas financieras, se está llevando a otras dimensiones con las fianzas bancarias. Las prácticas reales de neoliberalismo (en oposición a su teoría utópica) brindan un evidente apoyo al capital financiero y a ciertos sectores capitalistas (generalmente, sobre la base de que las instituciones financieras deben ser protegidas a toda costa y que es el deber del poder del Estado crear un buen clima empresarial para obtener ganancias sólidas). Esto no ha cambiado en esencia. Dichas prácticas se justifican en nombre de la dudosa propuesta de que la "marea en ascenso" del esfuerzo capitalista "elevará todos los barcos" o que los beneficios del crecimiento compuesto mágicamente se "filtrarán hacia abajo" (lo cual nunca ocurre más que en forma de migajas de la mesa de la gente adinerada).

En consecuencia, ¿cómo saldrá la clase capitalista de la crisis actual y qué tan rápida será esta salida? Se nos ha dicho que la repercusión en el mercado de valores desde Shangai y Tokio hasta Frankfurt, Londres y Nueva York es un buen signo aun cuando el desempleo continúa aumentando en todos lados. No obstante, hay que notar la inclinación de clase que tiene esta medida. Se supone que tenemos que alegrarnos por la repercusión que tiene la bolsa de valores para los capitalistas, ya que se dice que ésta conlleva una repercusión en la "economía real", donde se crean empleos e ingresos para los trabajadores. El hecho de que la última repercusión de la bolsa en los Estados Unidos después del 2002 resultara ser una "recuperación sin empleos" parece que ya se olvidó. El público anglosajón en particular parece estar afectado seriamente de amnesia. Resulta muy fácil olvidar y perdonar las transgresiones de la clase capitalista y los desastres regulares que traen consigo sus acciones. Los medios de comunicación capitalistas promueven con gusto esta amnesia.

China y la India se encuentra todavía en crecimiento, la primera a pasos agigantados. Pero en el caso de China, el costo consiste en una enorme expansión de préstamos bancarios en proyectos de riesgo (los bancos chinos no estaban atrapados en el furor especulativo global, pero ahora están en ese camino). La sobreacumulación de la capacidad productiva está desarrollándose (hasta en mercados de propiedad urbana) y sigue su ritmo con inversiones de infraestructura a largo plazo, cuya productividad no se verá en varios años. Y la demanda floreciente de China está llegando a esas economías proveyendo de materias primas, como a Australia y Chile. La posibilidad de una caída subsecuente en China no debe descartarse, pero llevará tiempo percibirla (una versión a largo plazo de Dubai). Mientras tanto, el epicentro global del capitalismo acelera su cambio, principalmente dirigido a Asia Oriental.

En los antiguos centros financieros, los jóvenes estafadores financieros tomaron ya sus gratificaciones de años anteriores, de manera conjunta iniciaron instituciones financieras accesorias en torno a Wall Street y la Ciudad de Londres a fin de filtrarse a través de los escombros de los antiguos gigantes financieros y controlar la jugosa tajada y así volver a empezar de nuevo. Los bancos de inversión que quedan en los Estados Unidos —Goldman Sachs y J.P Morgan— tras transformarse en casas de bolsa, han sido exonerados (gracias a la Reserva Federal) de los requisitos regulatorios y están logrando grandes ganancias (y reservan dinero para otorgar enormes bonos) a partir de una peligrosa especulación, utilizando el dinero de quienes pagan impuestos en incipientes mercados no regulados y derivativos. La fuerza que nos llevó a la crisis ha vuelto a estar en buenas condiciones, como si nada hubiera pasado. Las innovaciones en aspectos financieros adoptan nuevas formas, así como también otras maneras disimuladas para vender deudas de capital ficticio están surgiendo y siendo ofrecidas a instituciones (tales como fondos de pensión, desesperadas para encontrar nuevos comercios para el capital excedente. Lo ficticio (así como los bonos) está de regreso.

Los consorcios están comprando propiedades en hipoteca, ya sea para esperar el momento propicio del mercado y hacer su agosto o adquiriendo terrenos de gran valor para cuando se active la economía nuevamente. Los bancos comunes están guardando dinero en efectivo para el futuro, gran parte de él proveniente de las arcas públicas, también con la visión de recuperar pagos de bonos, de la misma forma que se hacía en el pasado, mientras un gran número de empresarios están a la caza en espera de aprovechar el momento oportuno gracias a la derrama del dinero público.

Mientras tanto, el poder de la inyección de capital manejado por unos cuantos debilita todo lo que pueda constituir un gobierno democrático. Por ejemplo, los gastos farmacéuticos, de seguro médico y hospitalario, ascendieron a más de 133 millones de dólares en los primeros tres meses del 2009 para asegurar ir en el camino de la reforma de salud pública de los Estados Unidos. Max Baucus, director del Comité Especial de Finanzas del Estado, quien propuso el proyecto de ley de salud pública, recibió 1.5 millones de dólares por una propuesta que destina un gran número de nuevos clientes a las compañías aseguradoras, con pocas restricciones en contra de la cruel explotación y del acaparamiento (Wall Street está satisfecho de ello). Legalmente, otro ciclo electoral que se corrompe por el inmenso poder monetario está por venir. En los Estados Unidos, los partidos de "K Street" y de Wall Street serán debidamente reelegidos mientras que los trabajadores americanos están forzados a trabajar para salir de la oscura situación que la clase en el poder ha creado. Estas abrumadoras restricciones nos hacen pensar en todas las veces que la clase trabajadora americana tienen que remangarse las mangas, apretarse los cinturones y salvar al sistema de un misterioso mecanismo de autodestrucción para el que la clase gobernante se niega a asumir responsabilidad. La responsabilidad personal, después de todo, es para los trabajadores y no para los capitalistas. Si éstos constituyen los lineamientos de la estrategia de salida, entonces casi con seguridad nos encontraremos en otra situación conflictiva dentro de cinco años.

Mientras más rápido salgamos de la crisis y menos capital excedente se destruya en este momento, habrá menos oportunidades para que resurja el crecimiento activo a largo plazo. El FMI afirmó que la pérdida de los valores activos en esta coyuntura (mediados del 2009) es de por lo menos 55 trillones de dólares, el equivalente a casi exactamente un año de rendimiento global de bienes y servicios. Nos encontramos nuevamente en los niveles de rendimiento de 1989. Podríamos esperar pérdidas de 400 trillones de dólares o más. De hecho, un reciente y alarmante cálculo en los Estados Unidos indicaba que el Estado, por sí mismo, podría garantizar más de 200 trillones de dólares en valores activos. La probabilidad de que dichos activos se arriesguen es mínima, pero la idea de que muchos de ellos podrían estar en riesgo cae en el extremo. Sólo por citar un ejemplo concreto: Fannie Mae y Freddie Mac, dirigidos ahora por el gobierno de los Estados Unidos, poseen o garantizan más de cinco trillones de dólares en préstamos de casas, muchas de la cuales se encuentran en un problema serio (pérdidas de más de 150 billones de dólares registrados sólo en 2008). Entonces, ¿cuáles son las alternativas?

Ha sido el sueño de muchas personas en el mundo, que se pueda definir una alternativa a la racionalidad capitalista y llegar a alcanzarla a partir de la movilización de sentimientos humanos en la búsqueda colectiva de una mejor vida para todos. Estas alternativas —históricamente llamadas socialismo o comunismo— se han intentado en distintos tiempos y lugares. En el pasado, tal como fue el caso en la década de 1930, la visión de una u otra constituía una luz de esperanza. Sin embargo, en la actualidad ambas han perdido su esplendor, quedando como un deseo, no sólo gracias al fracaso de experimentos históricos con el comunismo de hacer el bien en promesas y su inclinación a cubrir sus errores con represión, pero también debido a supuestas erróneas presuposiciones en relación con la naturaleza humana y la perfectibilidad potencial de la personalidad y de las instituciones humanas.

La diferencia entre el socialismo y el comunismo es sumamente notoria. El socialismo se enfoca a dirigir y regular democráticamente al capitalismo en diversas formas para contrarrestar sus excesos y redistribuir sus beneficios para el bien común. Pretende repartir la riqueza a partir de cargas fiscales progresivas, mientras que las necesidades básicas —tales como la educación, la salud y hasta la vivienda— son proporcionadas por el Estado fuera de la fuerzas del mercado. Muchos de los principales logros del socialismo redistributivo en el periodo después de 1945, no sólo en Europa sino en otros lugares, han llegado a instituirse socialmente para quedar fuera del ataque neoliberal. Aun en los Estados Unidos, la seguridad social y la asistencia médica son programas sumamente populares que para las fuerzas del ala derecha es casi imposible desplazar. Los "thatcheristas" en Gran Bretaña no podían tocar la salud social nacional salvo en zonas marginadas. La previsión social en Escandinavia y en la mayor parte de Europa Occidental parece ser como una roca inamovible del orden social.

Por otro lado, el comunismo busca desplazar al capitalismo al crear un modo completamente diferente tanto de producción como de distribución de bienes y servicios. En la historia del comunismo existente real, el control social sobre la producción, intercambio y distribución significaban control del Estado, así como planeación estatal sistemática. A largo plazo, esto probó no tener éxito; sin embargo, resulta interesante que su conversión en China (y su rápida adopción en lugares como Singapur) ha demostrado ser más exitoso que el modelo neoliberal puro en la generación de crecimiento capitalista por razones que aquí no se analizarán. Los intentos actuales de revivir la hipótesis comunista generalmente renuncian al control del Estado y buscan otras formas de organización social colectiva para desplazar las fuerzas del mercado y la acumulación del capital, como fundamento para organizar la producción y distribución. Una nueva forma de comunismo está ahora representada por sistemas de coordinación horizontales, a diferencia de jerárquicos entre grupos de productores autónomamente organizados y autogobernados y consumidores.

Las tecnologías de comunicación contemporáneas hacen que ese sistema parezca posible. Se puede encontrar toda clase de experimentos en pequeña escala alrededor del mundo, basados en tales formas políticas y económicas. En esto existe una convergencia de algún tipo entre las tradiciones marxistas y anarquistas que regresan a la idea de amplia colaboración que predominaba en la década de 1860 en Europa.

Aunque no existe la certeza, podría ser que el 2009 marque el inicio de una prolongada sacudida en la que la cuestión de las alternativas al capitalismo grandiosas e inalcanzables, poco a poco vaya saliendo a la superficie en una u otra parte del mundo. Mientras más se prolongue la incertidumbre, así como la miseria, más se cuestionará la legitimidad de la forma existente de hacer negocios e incrementará la demanda para construir algo diferente. Parece ser más necesario llevar a cabo reformas radicales y no sólo poner "curitas" para parchar el sistema financiero.

Además, el desarrollo desigual a consecuencia de las prácticas capitalistas a lo largo del mundo ha hecho surgir movimientos anticapitalistas por todos lados. Las economías centrales de Estado de gran parte de Asia del Este generan diferentes tipos de descontento (como en Japón y China), comparado con las agitadas luchas antineoliberales que ocurren a lo largo de gran parte de América Latina, donde el movimiento revolucionario bolivariano de poder popular existe en una peculiar relación con los intereses de clase del capitalismo que todavía tendría que ser realmente confrontada. Las diferencias en cuanto a tácticas y políticas en respuesta a la crisis entre los Estados que conforman la Unión Europea, están aumentando aun cuando ya se está gestando un segundo intento por lograr una constitución unificada de la Unión Europea. También existen movimientos revolucionarios y decididamente anticapitalistas, aunque no todos son de tipo progresivo en muchas de las zonas marginales del capitalismo. Se han abierto espacios en los que puede darse algo radicalmente diferente en términos de relaciones sociales dominantes, formas de vida, capacidades productivas y concepciones mentales del mundo. Esto aplica tanto a las reglas talibanes como al comunismo en Nepal, como a los zapatistas en Chiapas y a los movimientos indígenas en Bolivia, los movimientos maoístas en la India rural, aun cuando todos ellos difieran en cuanto a objetivos, estrategias y tácticas.

El problema central es que, en general, no existe un movimiento anticapitalista firme y lo suficientemente unificado que pueda desafiar de manera adecuada la reproducción de la clase capitalista y la perpetuación de su poder en el escenario mundial. No existe ninguna forma evidente para atacar la protección de las élites capitalistas o de frenar su excesivo poder monetario o fuerza militar. Si existen oportunidades hacia algún orden social alternativo, nadie sabe en realidad dónde o cuáles son. Sin embargo, ya que no existe una fuerza política capaz de manifestarse, y menos aun de poner en marcha algún programa, justamente no hay alguna razón para abstenerse de plantear alternativas.

La famosa pregunta de Lenin "¿qué se tiene que hacer?", no puede contestarse sin una noción de conocer quién es la fuerza y dónde se encuentra. No obstante, no es posible que surja un movimiento anticapitalista sin una visión alentadora de lo que se tiene que hacer y el porqué. Existe una doble limitación: la falta de una visión alternativa impide la formación de un movimiento de oposición, mientras que la ausencia de dicho movimiento imposibilita la articulación de dicha alternativa. Entonces ¿cómo se puede superar dicha limitación? La relación entre la visión de lo que se tiene que hacer y el porqué de ello y la formación de un movimiento político mediante lugares específicos para hacerlo, tiene que convertirse en una espiral. Cada una tiene que reforzar a la otra si algo se quiere realmente hacer. De otra manera, la oposición potencial siempre estará bloqueada en un círculo cerrado que frustre a los prospectos para un cambio constructivo, dejándonos vulnerables a las futuras crisis del capitalismo con resultados cada vez más graves. La pregunta de Lenin demanda una respuesta.

El problema central por abordar es lo suficientemente claro. El crecimiento compuesto continuo no es posible y los problemas que han ocupado al mundo estos últimos treinta años, son signo de que está apareciendo un límite a la continua acumulación de capital, situación que no puede superarse de no ser por las ficciones creadas que no perduran. A estos hechos hay que agregar el que tanta gente en el mundo viva en condiciones de vil pobreza, que los daños ambientales sigan un curso espiral fuera de control, que las dignidades humanas estén siendo agraviadas en todos lados, aun cuando los ricos acumulan más y más riqueza (el número de multimillonarios en India se duplicó el año pasado de 27 a 52) bajo su control y las fuerzas del poder político, institucional, judicial, militar y de los medios, se ubican en dicha tensión; sin embargo, el control político dogmático es incapaz de hacer mucho más que perpetuar la condición actual y el frustrante descontento.

Una política revolucionaria que pueda controlar la continua acumulación de capital compuesto y que finalmente la elimine como motor esencial de la historia humana, requiere comprender las sutilezas de la forma en que ocurren los cambios sociales. Tendrían que evitarse las fallas pasadas para construir un socialismo y comunismo duradero y así también sería importante aprender las lecciones de esa inmensamente complicada historia. Más aún, debe reconocerse la necesidad absoluta para lograr un movimiento revolucionario anticapitalista. El objetivo principal de ese movimiento es el de asumir el control social de los excedentes, tanto de la producción como de la distribución.

Necesitamos urgentemente una teoría revolucionaria explícita adecuada a nuestros tiempos. Lo que propongo es una "teoría co–revolucionaria" derivada de comprender la tesis de Marx de cómo el capitalismo surgió del feudalismo. El cambio social aparece a partir del despliegue dialéctico de relaciones entre siete momentos en la entidad política del capitalismo, vista como una totalidad o conjunto de actividades y prácticas:

a) Formas de producción tecnológica y de organización, de intercambio y consumo.

b) Relaciones con la naturaleza.

c) Relaciones sociales entre personas.

d) Concepciones mentales del mundo, incluyendo conocimientos, cultura y creencias.

e) Procesos de mano de obra y producción de productos específicos, geografías, servicios.

f) Orden institucional, legal y gubernamental.

g) La conducta de la vida diaria que defiende la reproducción social.

Cada uno de estos momentos es internamente dinámico e internamente marcado por tensiones y contradicciones (sólo piense en las concepciones mentales del mundo), pero todas ellas son codependientes y coevolutivas en relación con las otras. La transición al capitalismo trae consigo un movimiento que se apoya en forma recíproca a lo largo de los siete momentos. Las nuevas tecnologías no podrían ser identificadas y puestas en práctica sin nuevas concepciones mentales del mundo (incluyendo la que está en relación con la naturaleza y las relaciones sociales). Los teóricos sociales tienen el hábito de tomar sólo uno de estos momentos y considerarlo como "la bala de plata" que conlleva todo el cambio. Tenemos deterministas tecnológicos (Tom Friedman), deterministas ambientales (Jarad Diamond), deterministas de la vida diaria (Paul Hawkin), deterministas del proceso de trabajo (los autonomistas), institucionalistas, y así sucesivamente. Todos ellos están equivocados. Es el movimiento dialéctico a lo largo de todos estos momentos lo que realmente cuenta, aun cuando haya desarrollo desigual en ese movimiento.

Cuando el capitalismo en sí mismo pasa por una de sus fases de renovación, lo hace de manera tan precisa a partir de coevolucionar todos los momentos, por supuesto no sin tensiones, luchas, batallas y contradicciones. Sin embargo, hay que tomar en cuenta cómo se configuraron estos siete momentos, aproximadamente en 1970 antes del surgimiento neoliberal y analizar cómo están ahora para darse cuenta que han cambiado en formas que redefinen las características operativas del capitalismo visto como una totalidad no hegeliana.

Un movimiento político anticapitalista puede iniciar en cualquier punto (en los procesos de trabajo, alrededor de las concepciones mentales, en relación con la naturaleza, en las relaciones sociales, en el diseño de tecnologías revolucionarias y formas de organización, fuera de la vida diaria o mediante intentos por reformar las estructuras administrativas e institucionales, incluyendo la reconfiguración de los poderes de Estado). El propósito es mantener el movimiento político trasladándose de un momento a otro en formas que recíprocamente se refuerzan. Esta es la manera en que el capitalismo surgió del feudalismo y esta es la forma como algo radicalmente diferente llamado comunismo, socialismo o como se llame debe surgir del capitalismo. Intentos anteriores para crear una alternativa comunista o socialista definitivamente fracasaron para mantener la dialéctica entre los diferentes momentos en movimiento y fallaron al manejar los imprevistos y las situaciones inciertas en el movimiento dialéctico que se da entre ellos. El capitalismo ha sobrevivido precisamente por permitir que fluya el movimiento dialéctico entre los momentos y por tomar de manera constructiva las inevitables tensiones, como las crisis resultantes.

Ciertamente, el cambio surge a partir de un estado de asuntos existentes y tienen que aprovecharse las posibilidades inherentes dentro de una situación actual. Puesto que dicha situación varía considerablemente de Nepal a la regiones del Pacífico de Bolivia, a las ciudades no industrializadas de Michigan o a las ciudades que se han desarrollado repentinamente como Mumbai y Shangai y a los sacudidos pero no destruidos centros financieros de Nueva York y Londres, por lo que cualquier forma de experimentos en el cambio social en diferentes lugares y en diferentes escalas geográficas constituyen modos posibles y potenciales para crear (o no crear) otro posible mundo. Y en cada instancia puede parecer como si uno u otro aspecto de la situación existente tenga la clave para un futuro político diferente. No obstante, la primera regla para un movimiento anticapitalista debe ser: nunca confiar en las dinámicas de movimiento que surgen sin analizar cuidadosamente cómo se adaptan y repercuten en sus relaciones con otras.

A partir del estado prevaleciente de relaciones entre los diferentes momentos, surgen futuras posibilidades factibles. Las intervenciones políticas estratégicas dentro y a través de las esferas pueden poco a poco conducir el orden social hacia un camino de desarrollo diferente. Esto es lo que los líderes sensatos y las instituciones progresistas hacen normalmente en situaciones locales, por lo que no hay alguna razón para pensar que exista algo particularmente fantástico o utópico en lo que se refiere a esta forma de actuar. La izquierda tiene que buscar construir alianzas en el interior y con aquellos que trabajan en los distintos ámbitos. Un movimiento anticapitalista tiene que ser mucho más amplio que el solo hecho de movilizar grupos en torno a relaciones sociales o girar sobre aspectos cotidianos de ellos mismos. Se requiere atender y vencer hostilidades entre, por ejemplo, personas que tienen experiencia técnica, científica y administrativa y los que coordinan y promueven los movimientos sociales. Dentro de esta atmósfera de movimiento de cambio tendríamos que brindar un ejemplo significativo de cómo podrían empezar a funcionar dichas alianzas.

En esta instancia, la relación hacia la naturaleza constituye el punto de partida; sin embargo, todos saben que algo se tiene que dar en todos los otros momentos y mientras exista una política interesada que quiera ver la solución como puramente tecnológica, resulta cada vez más claro que tendría que existir una participación en la vida diaria de conceptos mentales, arreglos institucionales, procesos de producción y relaciones sociales. Todo ello equivale a un movimiento para reestructurar la sociedad capitalista de forma integral y confrontar la lógica de crecimiento que coloca al problema en primer lugar.

Sin embargo, tiene que haber un libre acuerdo sobre objetivos comunes en cualquier movimiento transicional. Se pueden establecer ciertas directrices. Éstas podrían incluir (aquí sólo menciono estas normas para su discusión) respeto a la naturaleza, igualitarismo radical en las relaciones sociales, reformas institucionales basadas en alguna forma de interés y propiedad común, procedimientos administrativos democráticos (en contraste con las farsas de monetización que ahora existen), procesos de trabajo organizado por los productores directos, la vida diaria como exploración libre de nuevas formas de relaciones sociales y medidas de subsistencia, conceptos mentales enfocados en la autorrealización al servicio de otros e innovaciones tecnológicas y de organización orientadas a alcanzar el bien común, más que a apoyar el poder militarizado, el control y la codicia empresarial. Éstos podrían constituir los aspectos correvolucionarios alrededor de los cuales podría converger y girar la acción social. Evidentemente ¡esto es utópico! Pero, ¡y qué! No podemos permitir que no lo sea.

Permítaseme comentar un aspecto particular del problema que se da en el lugar donde trabajo. Las ideas tienen consecuencias y las falsas ideas pueden tener consecuencias devastadoras. Los fracasos en la política basados en conceptos económicos erróneos desempeñaron un papel esencial en la precipitación del desplome de la década de 1930, así como en la incapacidad aparente para encontrar una adecuada salida. Aunque no hay algún acuerdo entre historiadores y economistas en lo que se refiere al fracaso de las políticas, sí se está de acuerdo en que la estructura del concepto a partir de la cual se entendió la crisis necesitaba transformarse. Keynes y sus colegas lograron dicha tarea. No obstante, para mediados de la década de 1970 fue muy evidente que las medidas políticas keynesianas ya no funcionaban al menos en la forma en que estaban siendo aplicadas, y fue en este contexto que la teoría de producción del monetarismo y el (precioso) modelo matemático de las conductas microeconómicas del mercado, suplantaron rápidamente el pensamiento macroeconómico keynesiano. El monetarismo y el muy limitado marco teórico neoliberal que dominó después de 1980 ahora está en discusión. De hecho, ha fracasado terriblemente.

Necesitamos nuevas concepciones mentales para entender el mundo. ¿Cómo podrían darse y quién las crearía, tomando en cuenta el desazón intelectual y sociológico que prevalece de manera general en la producción de conocimiento y (igualmente importante) en su difusión. Las concepciones mentales profundamente arraigadas asociadas con las teorías neoliberales y con la neoliberalización e institucionalización de las universidades y de los medios, han desempeñado más que un trivial papel en el origen de la crisis actual. Por ejemplo, todo el asunto de qué hacer en relación con el sistema financiero, con el sector bancario, con los nexos de los recursos del Estado y con el poder de los derechos de propiedad privada, no puede solucionarse sin salir de la estructura del pensamiento convencional. Para que esto suceda, se requiere una revolución del pensamiento en lugares tan diversos como en universidades, los medios de comunicación, así como en el gobierno y también dentro de las mismas instituciones financieras.

Carlos Marx, sin que de ninguna manera se inclinara a aceptar el idealismo filosófico, sostenía que las ideas constituyen una fuerza material en la historia. Las concepciones mentales son, después de todo, uno de los siete momentos de su teoría general del cambio correvolucionario. Por lo tanto, los desarrollos autónomos y los conflictos internos sobre la posible hegemonía de los conceptos mentales tienen que desempeñar un importante papel histórico. Esta fue la razón por la que Marx (junto con Engels) escribió el Manifiesto comunista, El capital y otras muchas obras. Estos trabajos proporcionan una crítica sistemática, aunque incompleta del capitalismo y su tendencia a las crisis. Pero Marx también reiteró que el mundo realmente cambiaría cuando estas ideas críticas se lleven al campo de las reformas institucionales, a las formas de organización, a los sistemas de producción, a la vida diaria, a las relaciones sociales, a la tecnología y a la relación con la naturaleza.

Puesto que el objetivo de Marx era cambiar el mundo y no solamente entenderlo, las ideas deberían formularse con cierta intención revolucionaria. Esto inevitablemente significaría un conflicto con formas de pensamiento más afines y útiles para la clase en el poder. El hecho de que las ideas de oposición de Marx, particularmente en los últimos años, han sido el foco de repetidas represiones y exclusiones (y ni hablar de la gran cantidad de censuras y tergiversaciones), sugiere que éstas pueden ser tan peligrosas para ser toleradas por la clase en el poder. Aunque Keynes en repetidas ocasiones admitió que nunca había leído a Marx, en la década de 1930 estaba rodeado e influenciado por muchas personas (como su colega economista Joan Robinson) que sí lo habían leído. Aun cuando muchos de ellos objetaban con clamor los conceptos fundamentales de Marx y su modo dialéctico de razonar, estaban conscientes y profundamente influidos por sus conclusiones proféticas. Yo pienso que es justo decir que la revolución de la teoría keynesiana no se hubiera podido lograr sin la presencia subversiva de Marx, encubierta en un movimiento.

El problema en estos tiempos es que la mayoría de la gente no tiene idea de quién era Keynes y lo que él representaba, mientras que lo que conocen de Marx es muy escaso. La represión de las corrientes de pensamiento crítico y radical o, para ser más exactos, el encajonamiento del radicalismo dentro de los límites del multiculturalismo, la política de igualdad y la elección cultural, crea una situación lamentable dentro y fuera de lo académico, no diferente en principio a tener que pedirle a los banqueros que provocan el desorden que lo ordenen con los mismos instrumentos que usaron para iniciarlo. Algo que no ayuda es la gran adhesión a las ideas posmodernas y posestructuralistas que tienden a lo particular a expensas del pensamiento con una visión general de la situación. Es importante mencionar que lo local y particular son de vital importancia y las teorías que no incluyan por ejemplo la diferencia geográfica, resultan peor que inútiles. Pero cuando el hecho se utiliza para excluir cualquier cosa que salga de su política local, entonces el engaño de los intelectuales y la abrogación de su papel tradicional se consuman.

Las poblaciones actuales de académicos, intelectuales y expertos en ciencias sociales y humanidades no se encuentran preparadas para emprender la tarea colectiva de revolucionar nuestras estructuras de conocimiento. De hecho, han estado profundamente involucrados en la construcción de nuevos sistemas de gobernabilidad neoliberal que evaden asuntos de legitimidad y democracia y promueven una política autoritaria tecnocrática. Sólo unos cuantos parecen dispuestos para comprometerse en una reflexión autocrítica. Las universidades continúan promoviendo los mismos cursos inútiles sobre economía neoclásica o teoría política racional, como si nada pasara y las ostentosas escuelas de negocios, simplemente añaden uno o dos cursos sobre ética en los negocios o cómo hacer dinero a partir de la bancarrota de otras personas. Después de todo, la crisis surgió de la avaricia humana y ante eso, ¡nada se puede hacer!

La estructura de conocimiento actual es claramente disfuncional y, de la misma manera, claramente ilegítima. La única esperanza es que la nueva generación de estudiantes sensibles ante esto (en el sentido amplio de todos aquellos que buscan conocer el mundo) lo verá de forma más clara e insistirá en transformarlo. Esto sucedió en la década de 1960. En otros diversos aspectos críticos de la historia, los estudiantes han inspirado movimientos y reconociendo la desconexión entre lo que está sucediendo en el mundo y lo que se les enseña, o lo que los medios les muestran, estuvieron preparados para enfrentarlo y hacer algo al respecto. Existen signos que van desde Terán hasta Atenas y hacia muchos planteles universitarios de Europa que dan muestras de dicho movimiento. La forma en que las nuevas generaciones de estudiantes en China actuarán seguramente debe ser una gran preocupación en los pasillos del poder político de Beijing.

Un movimiento revolucionario dirigido por estudiantes y jóvenes, con todo y sus incertidumbres y problemas, resulta necesario mas no es una condición suficiente para crear esa revolución en una concepción mental que nos pueda llevar a una solución más racional de los problemas actuales de crecimiento sin límites.

En términos generales, ¿qué pasaría si un movimiento anticapitalista estuviera constituido por una alianza de diversas personas, alienadas, descontentas, despojadas y con carencias? La imagen de toda esa gente levantándose en varios lugares y demandando y logrando un lugar adecuado en la vida política, social y económica, realmente está generando agitación. También ayuda a enfocarse en el asunto de lo que ellos podrían demandar y lo que se requiere hacer.

Las transformaciones revolucionarias no se pueden lograr sin un mínimo cambio de nuestras ideas, el abandono de nuestras valiosas creencias y prejuicios, la renuncia a varias comodidades de la vida diaria y a los derechos, sometiéndose a un régimen de vida nuevo, cambiando nuestro papel político y social, reasignando nuestros derechos, deberes y responsabilidades y modificando nuestro comportamiento para ajustarse mejor a las necesidades colectivas y a la voluntad común. El mundo que nos rodea —nuestras geografías— debe reconfigurarse de manera radical, al igual que nuestras relaciones sociales, la relación con la naturaleza y todos los otros momentos en el proceso correvolucionario. Hasta cierto punto, es comprensible que muchos prefieran una política de negación a una política de confrontación activa con todo esto.

Asimismo, sería reconfortante pensar que todo esto podría llevarse a cabo de manera pacífica y voluntaria, que nos despojaríamos y desprenderíamos de nuestras posesiones que se interponen en el camino de la creación de un orden social de un Estado confiable y socialmente justo. Sin embargo, sería ingenuo imaginar que esto podría ser así, que no se daría ninguna lucha activa que incluya un grado de violencia. El capitalismo llegó al mundo, como Marx dijo alguna vez, bañado en sangre y fuego. Aunque sería posible y más factible salir de él que entrar, la probabilidad es muy alta en contra de cualquier transición puramente pacífica hacia la tierra prometida.

Existen diferentes y rigurosas corrientes de pensamiento en la izquierda en relación con la forma de enfrentar los problemas que actualmente atravesamos. En primer lugar se encuentra el sectarismo común, que proviene de la historia de acción radical y de las articulaciones de la teoría política de izquierda. Curiosamente, el único lugar donde predomina la amnesia es dentro de la izquierda (las divisiones entre anarquistas y marxistas que ocurrieron en la década de 1870, entre trotskistas, maoístas y comunistas ortodoxos, entre los centralizadores que pretendían tomar control del Estado y los autónomos antiestatistas y anarquistas. Los argumentos son tan mordaces y rigurosos, que en ocasiones llevan a pensar que la amnesia aquí funcionaría. Pero más allá de estas sectas revolucionarias tradicionales y facciones políticas, todo el ámbito de la acción política ha experimentado una transformación radical desde mediados de la década de 1970. El terreno de la lucha política y de las posibilidades políticas ha sufrido un cambio tanto geográfico como de organización.

Actualmente existe un gran número de organizaciones no gubernamentales (ONG) que desempeñan un papel político muy poco visible antes de 1970. Fundadas por intereses tanto privados como del Estado, integradas a menudo por pensadores idealistas y organizadores (constituyen un importante programa de empleo), en su mayoría dedicadas a aspectos particulares (medio ambiente, pobreza, derechos de las mujeres, lucha contra la esclavitud y temas de tráfico), evitan practicar abiertamente una política anticapitalista aun cuando apoyen causas e ideas progresistas. Sin embargo, en algunos casos asumen un papel activo en causas neoliberales, involucrándose en funciones del seguridad social o promoviendo reformas institucionales para facilitar la integración de poblaciones marginadas al mercado (un ejemplo característico lo constituyen los esquemas de microcrédito y microfinanciamiento para poblaciones de escasos recursos).

Aunque existen profesionales radicales y dedicados en el terreno de las ONG, su trabajo podría ser mejor. De manera conjunta, cuentan con un registro irregular de logros progresistas, aun cuando en ciertos aspectos tales como los derechos de las mujeres, salud y conservación del medio ambiente, han afirmado justificadamente haber hecho importantes contribuciones al mejoramiento humano. Sin embargo, el cambio revolucionario por medio de las ONG no es posible. Están demasiado restringidas por las instancias políticas y de procedimientos de sus donadores; aunque en apoyo a la igualdad de poder tratan de abrir espacios para hacer posibles alternativas anticapitalistas y favorecer la experimentación con éstas, no hacen nada para evitar la reabsorción de las mismas a la práctica capitalista dominante, incluso, las fomentan. El poder en conjunto de las ONG en estos tiempos se refleja en el papel dominante que desempeñan en el Foro Social Mundial, donde en los últimos diez años se han concentrado los intentos por fraguar un movimiento de justicia global y una alternativa global al neoliberalismo.

La segunda ala numerosa de oposición surge de organizaciones anarquistas, autónomas y populares, que rechazan fondos externos aun cuando algunos de ellos se apoyan en cualquier instancia institucional alternativa (tal es el caso de la Iglesia católica, con sus iniciativas de "apoyo a la comunidad" en América Latina o el gran patrocinio de la iglesia de movilización política en las ciudades del interior de los Estados Unidos). Este grupo está muy lejos de ser homogéneo (de hecho existen mordaces disputas entre ellos, que enfrentan, por ejemplo, a anarquistas sociales en contra de aquellos que ellos mismos refieren con severidad como simple "estilo de vida anarquista". Sin embargo, existe una antipatía común para negociar con el poder del Estado y dan una mayor importancia a la sociedad civil como espacio donde se puede generar el cambio. El poder de la autoorganización de las personas en situaciones cotidianas tiene que ser la base de cualquier alternativa anticapitalista. El modelo ideal de organización es el que llaman sistema horizontal. Y su forma económica y política preferida es la llamada "economía de solidaridad", basada en sistemas de producción locales, colectivos y de cambio. Generalmente se oponen a la idea de la necesidad de cualquier dirección central y rechazan las relaciones sociales jerárquicas o estructuras jerárquicas de poder político, así como a los partidos políticos convencionales. Las organizaciones de este tipo pueden encontrarse en cualquier parte y en algunos lugares han logrado un alto grado de presencia política. Algunos de ellos son radicalmente anticapitalistas en su postura y adoptan objetivos revolucionarios y en ciertas instancias están preparados para emplear sabotaje y otras formas de resistencia (las sombras de las Brigadas Rojas en Italia, el "Baader Meinhoff" en Alemania y el "Weather Underground" en los Estados Unidos, en la década de 1970). Pero la efectividad de todos estos movimientos (dejando a un lado sus grupos extremistas más violentos) es limitada debido a su renuencia e incapacidad para aumentar progresivamente su activismo hacia formas de organización a gran escala capaces de enfrentar los problemas globales. La presuposición de que la acción local constituye el único nivel significativo de cambio y que cualquier cosa que huela a jerarquía es antirrevolucionaria se anula a sí misma cuando se refiere a cuestiones mayores. Sin embargo, estos movimientos sin duda ofrecen una amplia plataforma para experimentar con políticas anticapitalistas.

La tercera tendencia general se da a partir de la transformación que ha estado ocurriendo en la organización tradicional del trabajo y los partidos políticos de izquierda, que van desde tradiciones democráticas sociales hasta las formas más radicales de organización de partido político comunista y trotskista. Esta tendencia no está en oposición a la conquista del poder del Estado o a formas jerárquicas de organización. De hecho, las considera necesarias para la integración de la organización política a través de una gran variedad de niveles políticos. En los años en que la democracia social era hegemónica en Europa, e incluso poderosa en los Estados Unidos, el control del Estado sobre la distribución de los excedentes llegó a ser una herramienta importante para disminuir las desigualdades. La imposibilidad para tomar el control social sobre la producción de excedentes y en consecuencia realmente desafiar el poder de la clase capitalista, constituye el talón de Aquiles de este sistema político. Pero no debemos olvidar los avances logrados por éste, aun cuando ahora sea evidentemente insuficiente regresar a dicho modelo político con su seguridad social y con la economía keynesiana. El movimiento bolivariano en América Latina y el ascenso al poder del Estado de los gobiernos democráticos sociales progresistas, constituye uno de los signos más esperanzadores para lograr un resurgimiento de una nueva forma de estatismo de izquierda.

En los últimos treinta años, tanto la fuerza de trabajo organizada como los partidos políticos de izquierda, han lanzado un ataque al mundo capitalista avanzado. Ambos han sido convencidos o forzados a brindar amplio apoyo a la neoliberalización aunque con una cara un poco más humana. Una forma de analizar al neoliberalismo, como se dijo anteriormente, es como un gran movimiento relativamente revolucionario (dirigido por la autoproclamada revolucionaria, Margaret Thatcher) a fin de privatizar los excedentes o al menos evitar su posterior socialización.

Si bien existen algunos signos de recuperación tanto de la organización del trabajo y de la política de izquierda [en contraposición a la "tercera forma" ("third way"), celebrada por la nueva clase trabajadora ("New Labor") en Gran Bretaña, bajo el gobierno de Tony Blair, y desastrosamente copiada por muchos partidos sociales democráticos en Europa], junto con señales de emergencia de más partidos políticos radicales en diferentes partes del mundo, también es cierto que la confianza exclusiva a ciertos grupos de trabajadores es actualmente cuestionable, como lo es la incapacidad de aquellos partidos de izquierda que ganan algún acceso al poder político para lograr un impacto importante sobre el desarrollo del capitalismo y para enfrentar la problemática dinámica de la acumulación que da origen a la crisis. El desempeño del Partido Verde Alemán en el poder, difícilmente se ha considerado sobresaliente en relación con su postura política ante el poder y los partidos democráticos sociales han perdido su rumbo completamente como fuerza política verdadera. Sin embargo, los partidos políticos de izquierda y los sindicatos laborales están demasiado silenciosos y el control que ellos toman en lo que concierne a aspectos del poder del Estado, como el caso del Partido de los Trabajadores en Brasil o el Movimiento Bolivariano en Venezuela, ha tenido un claro impacto en el pensamiento de izquierda, no sólo en América Latina. El complejo problema de cómo interpretar el papel del Partido Comunista en China, con control exclusivo sobre el poder político y con lo que podrían representar sus políticas futuras, tampoco es fácil de resolver.

La teoría revolucionaria manifestada anteriormente, sugeriría que no existe forma en que el orden social anticapitalista pueda construirse sin tomar el poder del Estado, transformándolo radicalmente y trabajando de nuevo sobre el sistema institucional y constitucional que actualmente apoya la propiedad privada, el sistema de mercado y la continua acumulación de capital. La competencia entre Estados y las luchas geoeconómicas y geopolíticas que van desde el comercio y el dinero, hasta asuntos de hegemonía, son también sumamente importantes para dejarlos en manos de los partidos sociales locales, o para desecharlos por considerarlos demasiado ambiciosos para ser tomados en cuenta. En la búsqueda para construir alternativas a la economía política capitalista, no debe ignorarse la forma en que se analice la arquitectura de los nexos financieros del Estado, junto con el apremiante asunto de la medida común al valor dado por el dinero. Para el movimiento revolucionario anticapitalista, desconocer al Estado y a la dinámica del sistema interestatal resulta por lo tanto una idea ridícula de aceptar.

La cuarta tendencia general está constituida por todos los movimientos sociales que no estén demasiados guiados por alguna filosofía política o inclinación particular, pero con una necesidad pragmática para oponerse al desplazamiento y la desposesión (a partir del aburguesamiento, del desarrollo industrial, la construcción de presas, la privatización del agua, el desmantelamiento de los servicios sociales, las oportunidades de educación pública, o cualquier otra instancia). En este caso, el enfoque en la vida diaria de la ciudad, pueblo, comunidad, o en cualquier otro lugar, proporciona una base material para la organización política en contra de amenazas que invariablemente representan las políticas del Estado y los intereses capitalistas para las poblaciones vulnerables.

Nuevamente se presenta un enorme despliegue de movimientos sociales de este tipo, algunos de los cuales pueden llegar a radicalizarse con el tiempo, a medida que se van dando cada vez más cuenta de que los problemas son generales más que particulares o locales. La unión de dichos movimientos sociales para constituir alianzas en el campo o en contextos urbanos (como la "Via Campesina", el movimiento campesinos desposeídos de tierra en Brasil o los campesinos movilizándose en contra de la apropiación de recursos y de la tierra por parte de corporaciones capitalistas en India) sugiere la posibilidad de crear alianzas más grandes para analizar y enfrentar las fuerzas sistémicas que sustentan las particularidades del aburguesamiento, la construcción de presas, la privatización o cualquier otra cuestión. Sin embargo, más impulsado por prejuicios pragmáticos que ideológicos, estos movimientos pueden llegar a tener una comprensión sistémica a partir de su propia existencia. En la medida en que muchos de ellos existen en el mismo espacio, como en la metrópoli, pueden (como supuestamente sucedió con los trabajadores de las fábricas en las primeras etapas de la revolución industrial) establecer una causa común y empezar a crear, sobre la base de su propia experiencia, una conciencia de cómo funciona el capitalismo y lo que se podría lograr de manera conjunta. Este es el terreno donde la figura del líder "intelectual orgánico" —mucho de él interpretado en la obra de Antonio Gramsci, autodidacta que llega a aprender el mundo de manera directa a partir de experiencias amargas—, que hace una interpretación general del capitalismo, que tiene mucho que decir. Escuchar a los líderes campesinos del "MST" en Brasil o a los líderes de los movimientos anticorporativos relativos a la posesión de tierras en India, requiere alto grado de educación. En este caso, la tarea de los alienados educados e inconformes pretende ensalzar las voces subalternas para que se preste atención a las situaciones de explotación y represión y que las soluciones se adapten a la implementación de un programa anticapitalista.

El quinto epicentro del cambio social corresponde a los movimientos emancipatorios en torno a cuestiones de identidad —mujeres, niños, gays, minorías religiosas, étnicas y raciales, todas en demanda de una condición favorable—, junto con una amplia gama de movimientos ambientales que no son explícitamente anticapitalistas. Los movimientos que exigen emancipación en cualquiera de estos aspectos, no son uniformes geográficamente y, a menudo, desde el punto de vista geográfico se encuentran divididos en términos de necesidades y aspiraciones. Sin embargo, las conferencias globales sobre los derechos de las mujeres (Nairobi en 1985, que condujo a la declaración de Beijing de 1995) y sobre antirracismo (la conferencia más polémica en Durban en 2009) intentan encontrar causas comunes, hecho que se da también en conferencias sobre el medio ambiente, por lo que no hay duda de que las relaciones sociales están cambiando a lo largo de todas estas dimensiones, al menos en algunas partes del mundo. Cuando estos términos se circunscriben en lo fundamental, estos movimientos parecen ser antagónicos a la lucha de clases. En el ámbito académico, ciertamente han alcanzado un lugar prioritario a costa del análisis de clase y de la economía política. Pero la feminización de la fuerza laboral global, la feminización de la pobreza casi en todas partes y la utilización de las desigualdades de género como medio de control laboral hacen que la emancipación y la eventual liberación de las mujeres de sus represiones, sea una condición necesaria para que la lucha de clases intensifique su fin. La misma observación aplica a todas las otras formas de identidad donde exista la discriminación o la represión directa. El racismo y la opresión de las mujeres y los niños fueron fundamentales en el desarrollo del capitalismo; sin embargo, éste puede en principio sobrevivir sin estas formas de discriminación y opresión, aunque su capacidad política para hacerlo se verá reducida de manera importante o seriamente afectada a pesar de una fuerza de clase más unificada. La mesurada aceptación del multiculturalismo y de los derechos de las mujeres dentro del mundo corporativo, en particular en los Estados Unidos, ofrece evidencia de la adaptación del capitalismo a estas dimensiones del cambio social (incluyendo el medio ambiente), aun cuando vuelve a enfatizar las características de las divisiones de clase como dimensión principal de la acción política.

Estas cinco tendencias generales no son recíprocamente exclusivas o exhaustivas de los modelos de organización para la acción política. Algunas organizaciones hábilmente combinan aspectos de las cinco tendencias. Sin embargo, hay mucho que hacer para integrarlas en torno a la cuestión fundamental: ¿puede el mundo cambiar material, social, mental y políticamente, de tal manera que enfrente no sólo el terrible estado de las relaciones sociales y naturales en tantas partes del mundo, sino también la perpetuación del interminable crecimiento compuesto? Esta es la situación que los alienados y descontentos deben continuar cuestionándose una y otra vez, aun cuando éstos aprendan de aquellos que han experimentado el dolor directamente y que son muy afectos a organizar resistencias para las fatales consecuencias del fundamento del crecimiento compuesto.

Los comunistas Marx y Engels afirmaban en su concepción original expuesta en el Manifiesto comunista, que no tenían partido político. Simplemente se consideraban ellos mismos, en todo tiempo y lugar, como aquellos que comprenden los límites, fallas y tendencias destructivas del orden capitalista, así como las innumerables máscaras ideológicas y falsas legitimaciones que los capitalistas y sus defensores (particularmente en los medios de comunicación) producen para perpetuar su peculiar poder de clase. Los comunistas constituyen todos aquellos que trabajan de manera incesante para crear un futuro diferente del que pronostica el capitalismo. Esta es una definición interesante. Aunque el comunismo institucionalizado tradicional está en buena medida muerto y enterrado con esta definición, existen entre nosotros millones de comunistas activos, dispuestos a actuar de acuerdo con su interpretación y preparados para atender de manera creativa las necesidades anticapitalistas. Si, al igual que el movimiento de globalización alternativo de finales de 1990 declaraba que "otro mundo es posible", ¿porqué no decir entonces, "otro comunismo es posible"? Las actuales circunstancias del desarrollo del capitalismo demandan algo así, si se pretende lograr un cambio importante.

Estas ideas se incluyen a profundidad en mi libro El enigma del capital, publicado por Profile Books en abril de 2010.

 

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NOTA

* Traducción: María Teresa Sierra Cedillo.

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