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Argumentos (México, D.F.)

versão impressa ISSN 0187-5795

Argumentos (Méx.) vol.23 no.62 Ciudad de México Jan./Abr. 2010

 

Diversa

 

Sujeto y Psicopatología de nuestro tiempo

 

Enrique Guinsberg*

 

* Doctor en Estudios Latinoamericanos. Profesor–investigador en el Departamento de Educación y Comunicación de la UAM–Xochimilco. Es codirector de la revista Subjetividad y Cultura. Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores.

 

Resumen

Se estudian los cambios psicológicos producto de las transformaciones de nuestro tiempo, considerándose, en el pasado y en el presente, las relaciones entre los sujetos y los procesos históricos.

Palabras clave: globalización, sujeto, narcisismo, depresión.

 

Abstract

Psychological changes are studied as transformation products of our time, considering, in both past and present, the relationship between subjects and the historical process.

Key words: globalization, subject, narcissism, depression.

 

Nunca como en el presente se han producido –y sin duda continuarán e incluso aumentarán– cambios tan rápidos en prácticamente todas las esferas de nuestra realidad, tanto de conocimientos en todas las áreas como tecnológicos de distinto tipo, que han llegado a cambiar las prácticas que se realizan señalando un antes y después de. Y no resulta necesario mostrar cómo las transformaciones sociales y políticas han sido tan grandes, que han modificado desde las características psicosociales de los sujetos de nuestro tiempo como las relaciones entre ellos y el marco cultural, algo realizado por distintas disciplinas pero de manera escasa. Además, se trata de ver si es posible un estudio semejante desde la perspectiva exclusiva de esas disciplinas, o si resulta imperioso romper con la pertinencia disciplinaria que se mantiene, para entrar a una interdisciplinariedad urgente, sobre todo en el campo psi (psicología, psicoanálisis, etcétera), donde el sujeto está cada vez más en relación con un mundo histórico y menos con una familia que permita entender su dinámica de acuerdo con las premisas de un psicoanálisis ortodoxo y tradicional que ha buscado entender al individuo con base en escasos vínculos sociales y con centro en un complejo de Edipo en gran medida a veces convertido en asocial y con pocas relaciones históricas.

Sobre esto es importante recordar que tal psicoanálisis de manera alguna es el único existente, y resaltar que siempre existieron otros que pusieron su énfasis en ver a los sujetos individuales como parte de los procesos históricos y determinados por éstos en amplia medida, aunque sin caer en una postura sociologista (es decir, viendo sólo causas sociales y negadora del importante peso de las influencias familiares y psicológicas de cada persona. Debe recordarse que casi desde sus inicios existieron posturas analíticas de tal tipo, sobre todo en momentos de crisis sociales, donde su peso fue importante: casos como los de Wilhelm Reich en las décadas de ascenso del nazismo, o de escuelas latinoamericanas en un periodo de luchas populares y que buscaban transformaciones revolucionarias en varias naciones. Este tipo de psicoanálisis, con una perspectiva tanto de la dinámica del sujeto psíquico como de los vínculos de éste con el contexto social, tiene herramientas y fundamentos para encarar la búsqueda solicitada por la revista Argumentos, a diferencia del que puede verse como el psicoanálisis domesticado, que carece de ellas.1

Que los individuos siempre han tenido la influencia de su contexto histórico, y son producto del mismo, es algo imposible de negar. Como simples ejemplos recordemos que el capitalismo en gran medida se construyó por el fuerte peso de la ética protestante impuesta en los países centrales de Europa, postura religiosa que fuertemente ayudó al necesario ahorro para posibilitar la acumulación capitalista, y que luego, cuando ésta ya existía y era necesario un importante consumo para mantener la producción, se mantuvo a partir de la limpieza y un rígido ahorro, que son las características actuales de esas sociedades; todo como parte de estructuras psicológicas que hoy se definirían como neuróticas obsesivas. Por su parte, el mismo Freud señaló que la histeria, que era el cuadro dominante de su época y objeto del estudio de los profesionales del momento, era producto de la moral victoriana en esa época existente. De una manera semejante, un autor como Rosen2 realiza un acucioso análisis de las transformaciones de la enfermedad mental a través de los tiempos y como consecuencia de las características sociales existentes. Algo que no es sólo del pasado sino de siempre, donde los no casualmente llamados sujetos tienen una sujetación en tal sentido, y que no puede entenderse sino con base en la misma.

La psico(pato)logía es entonces un indicador preciso de las condiciones en que se ubica cada persona, convertida en producto de las contradicciones históricas de su momento, tal como se vio en los ejemplos antes citados y en los que se verán más adelante. Así, hoy la histeria ya no es el cuadro dominante de nuestro tiempo, como producto del reemplazo de la moral victoriana por diferentes grados de liberación sexual, aunque por supuesto no ha desaparecido, pero convertida en aspecto de sujetos que pueden tenerla lo mismo que otra psicopatología. Pero han aparecido otros cuadros, no nuevos porque eran conocidos e incluso dominantes en otro momento, pero que hoy responden a las características de nuestro tiempo, tales como el narcisismo, las depresiones, la anorexia y la bulimia, montos importantes de inseguridad derivados de múltiples causas, adicciones diferentes, etcétera, que hacen que incluso a algunos de ellos se los vea como normales,3 adecuados o tal vez convenientes, y su ausencia a veces como extraña.

 

LA CULTURA DEL NARCISISMO

Tal el título de un importante libro de Lash, publicado en inglés en 1991 y en español en 1999,4 que destaca la existencia "de un individualismo competitivo, que en su propia decadencia ha llevado la lógica del individualismo al extremo de una guerra de todos contra todos y la búsqueda de la felicidad al punto muerto de una preocupación narcisista por el yo".5 Postura claramente vinculada a un periodo histórico signado por el auge de un liberalismo extremo de economía de mercado de tipo neoliberal, marcado en Estados Unidos por Ronald Reagan, en Inglaterra por Margaret Tatcher, e impulsado por las grandes corporaciones económicas mundiales y los organismos como el Fondo Monetario Internacional y otros. Como es conocido, estas premisas económicas indican que el desarrollo económico y social reside en la fuerte competencia y en el triunfo de los que supuestamente son mejores, sin mayor preocupación por quienes son derrotados. Lo que, llevado al terreno personal, implica buscar destacarse y sobresalir, sin importar las consecuencias sobre una mayoría que no puede aspirar a ningún triunfo. Sino, y sólo en el mejor de los casos, contentarse con apariencias sin sustento serio, como puede ser el uso de una vestimenta que llame la atención, aunque cubra el vacío interior. Algo de este tipo se ve de manera constante en la publicidad diaria, que ofrece a la gente supuestas maravillas de todo tipo, de muy baja duración porque de inmediato surgen otras propuestas indicadas como necesarias e incluso imprescindibles para no perder el estatus.

Es evidente que nuestra época está signada por lo que puede entenderse como un culto a la presentación constante de una "personalidad destacada", pero no sólo en figuras importantes o sobresalientes, como lo fueron en el pasado (estrellas del espectáculo y del deporte, figuras políticas, etcétera), sino todos, algo que, como se sabe, resulta imposible pero es buscado. Pero, también como se sabe, el resultado no puede ser otro que una lucha constante, con ruptura de vínculos, y casi siempre un mayor o menor fracaso entre lo obtenido y lo deseado, que se manifiesta en diferentes magnitudes de perturbaciones neuróticas y en otras características psicopatológicas que se verán en este artículo (sobre todo depresiones, pero no exclusivamente).

Como señala Lasch, "el hombre económico ha dado paso al hombre psicológico de nuestra época, último producto del individualismo burgués. El nuevo narcisismo está obsesionado, no por la culpa sino por la ansiedad, no busca infligir sus propias certezas a los otros, sino encontrar un sentido de vida".6 Un sentido de vida que se convierte en fin supremo pero que no puede ser definido por quienes lo buscan –salvo con sentidos genéricos de éxito y figuración–, pero que pocas veces es logrado y que, como ya se dijo, generalmente fracasa no sólo por el cúmulo de esfuerzos que implica lograrlo, sino también por la gran competencia que significa tal camino, "que se ha transformado en tema central de la cultura contemporánea".7

Es interesante ver las características actuales de las relaciones de amistad y de pareja de nuestro tiempo, campo tal vez extremo pero nítido de las consecuencias que implica tal narcisismo. No puede decirse que ambas han desaparecido, pero sí que tienen características diferentes a las tradicionales, donde los vínculos de amistad se han alivianado y ya no tienen el vigor y la fortaleza de antaño. Y en el campo de las relaciones de pareja existe una exigencia muy grande de entrega de la otra parte, pero a la vez limitaciones muy fuertes para hacer lo mismo, producto de diferentes impedimentos, entre ellos, que las pretensiones de éxito obligan a un trabajo cada vez mayor, al mantenimiento de relaciones constantes con otras personas, a salidas permanentes para el logro de un incremento incesante de la visión que los demás tienen de uno, e infinitos etcéteras que ocuparían un espacio que no se tiene para este artículo. Un claro ejemplo de esto ha sido el fracaso de una pareja integrada por dos personas con estas características, donde el gran éxito profesional de uno de ellos hizo que se vieran cada vez menos, con la reacción de la otra parte de sentirse abandonada que, asimismo, esta otra persona también fomentaba con su éxito. Quienes trabajan en el campo de la clínica psicológica han visto multitud de veces casos similares en infinitas variantes, y si bien es cierto que ello es producto también de otras causas –entre ellas la complejidad de la vida en nuestra época y los esfuerzos que significa–, no puede de manera alguna descartarse la indicada búsqueda narcisista, aunque muchas veces ésta se encuentra no determinada por decisión consciente, sino por ser una de las formas culturales dominantes y hegemónicas.

Y algo parecido se produce en campos como el laboral o el deportivo, donde se sabe que el resultado final tiene que ver con las características individuales, pero también con las redes solidarias que se establecen entre los participantes, donde sobresalir en una búsqueda de destacarse puede ser un importante freno en una tarea que es de equipo y colectiva. Los conocedores de música saben de la dificultad de una orquesta integrada por figuras sobresalientes, cuando lo importante es la integración de todos los instrumentistas para el logro de un resultado colectivo, donde los valores individuales deben ponerse en función de la totalidad.

Pero así como la sociedad contemporánea ofrece cada vez más a cada uno de sus integrantes –al menos a aquellos que pueden acceder a esas ofertas–, los individuos son excedidos por éstas e imposibilitados de no sólo tenerlas sino también de gozar de sus supuestas ventajas, a la vez que, suponiendo que sí las consigan, al poco o al mismo tiempo nuevas ofertas –tal vez mejores o sólo aparentando serlas– aparecen en el mercado haciendo de alguna manera obsoletas a las anteriores. Los casos del automóvil, las computadoras o la telefonía celular son claros ejemplos al respecto, ofreciendo novedades que en realidad no son sustantivas sino meras apariencias o de nivel secundario, pero que son ofrecidas por medio de una cada vez más sutil mercadotecnia que las hace apetecibles para personas educadas en tal cultura, y creyentes en que no tenerlas es sinónimo de fracaso, pérdida de estatus o devaluación personal, así como inconscientes de que la lucha por obtenerlas es una pérdida mucho mayor en el sentido de una forma de vida que tiende hacia una adaptación acrítica poco valedera.

La publicidad y la mercadotecnia se han convertido en expresiones de un sistema social que fomentan los deseos de la gente para lograr que consuman lo que se les ofrece, a una escala cada vez mayor. Y si, al menos en algunos países, se ha logrado disminuir o eliminar el anuncio de productos claramente nocivos para la salud, como son los casos del alcohol y el tabaco, no se ha podido hacer lo mismo con la mayoría de las mercancías, que tal vez no sean nocivas para la salud física, pero sí enajenantes y fomentadoras de condiciones de "salud mental" por lo menos discutibles.8 En este sentido, es interesante estudiar las amplias y constantes campañas de, por ejemplo, los automóviles y los teléfonos celulares, donde ofrecen infinidad de datos vacíos sobre las ventajas de ellos en general y de marcas específicas en particular, y donde nada aportan de tipo significativo, pero que han logrado notable éxito en el fomento de los mismos; si el primero hace mucho tiempo que se ha convertido en un objeto cotidiano, el segundo también en pocos años.9

Las consecuencias de este acrecentamiento del narcisismo son en principio aplaudidas por un autor como Gilles Lipovetzky,10 aunque en el libro aparece de manera permanente una fuerte visión crítica, que puede percibirse en el título del mismo (La era del vacío), así como destaca que se trata de un "vacío en tecnicolor" que disfraza lo contrario, es decir, una dependencia cada vez mayor y más firme hacia los demás, de quienes se esperan los resultados de tal narcisismo. O sea que sobresalir y destacarse es una dependencia mayor, que en definitiva lo es hacia la cultura hegemónica que fomenta tal apariencia ficticia, sabiendo que, en última instancia, la beneficia pese a las consecuencias psicopatológicas que provoca. Pero esto último es algo constante a lo largo de la historia, como pudo verse en los ejemplos anteriores de la neurosis obsesiva y el fomento al desarrollo del capitalismo, o de la histeria como producto de la moral victoriana.

 

¿UNA ÉPOCA DEPRESIVA?

Si bien diferentes especialistas y profesionales de la salud mental discuten al respecto, la tendencia de este campo, así como de las instituciones internacionales del mismo, se centra en que, de la misma manera en que lo fue la histeria durante el periodo victoriano, las depresiones lo son en la actualidad. No tanto lo que se conoce como psicosis maníaco–depresiva, sino estados generales de depresión, que serían los mayoritarios en el mundo entero.

Sus causas serían las mismas, ya enunciadas anteriormente: la casi infinita oferta de éxito y de promoción de mercancías fomenta deseos imposibles de cumplir, lo que ocasiona importantes niveles de frustración y, consecuentemente, diferentes grados de depresión, al compararse lo ideal con lo que es o lo que se tiene. En efecto, frente a lo que los medios de comunicación masiva muestran de manera permanente en sus noticias o mediante la ficción, y que las amplias mayorías de la población observan y de hecho se comparan.11 No sólo respecto de múltiples personas, situaciones y propiedades, sino prácticamente ante todo, actuando como una imagen de su mundo concreto, donde generalmente se ven desfavorecidas. Es que los medios son clara expresión de nuestra realidad que, en este caso, tanto de manera intencional como ideológica, muestran como un lugar de competencia y destacan a quienes sobresalen y tienen éxito, lo que de hecho muestra lo que son quienes (creen ser) no son así. De la misma manera en que las personas se comparan físicamente con las mujeres y hombres hermosos –que llenan las pantallas televisivas–, también lo hacen con los deportistas triunfadores, con las personas que viajan por todo el mundo, y con aquellos que acceden a los bienes que se anuncian o se muestran. Para cualquiera está claro que no son muchos los que pueden tener tal mundo de fantasía que provoca un imaginario que en importante medida se convierte en modelo y con el que, inevitablemente aunque no siempre de manera consciente, se compara. Y que es lo que se busca en esta sociedad competitiva y no solidaria, más allá de los discursos formales donde se plantea lo contrario, pero que, por ser formales, se oponen a la realidad concreta.

Porque esta realidad siempre indica que hay que ganar y triunfar, y aunque de manera manifiesta no siempre se dice cómo, de manera latente sí: alcanzando éxitos constantes, que en amplia medida se obtienen consiguiendo lo que en el mundo se considera importante y valioso, desde un coche grande y respetado como tal, hasta un teléfono celular con todo lo que éste debe tener, aunque no se utilice nunca o se lo haga muy poco, pasando por buenas bebidas y asistiendo a lugares reputados como excelentes.

Claro, todo eso no es posible para todos, e incluso lo es para pocos. Más todavía cuando lo que se pide es simplemente inalcanzable como, por ejemplo, un cuerpo de eterna juventud, sobre todo a las mujeres, que fomenta una búsqueda permanente y obviamente fracasada, que todos saben pero que igualmente buscan, al menos en el plano de la fantasía o de los sueños.

Todas las situaciones de pérdida y todos los fracasos, sean totales o relativos, producen una conocida situación de tristeza, aunque en general se produce lo que se conoce como "elaboración del duelo", que permite de alguna manera la superación del mismo, como casi siempre ocurre con la muerte de un ser querido o una pérdida afectiva. Pero en nuestro mundo la situación es distinta, y se trata de un estado de duelo permanente fomentado por las condiciones de nuestra vida. No sólo nunca podrá lograrse todo lo anhelado, sino tampoco acercarse ni remotamente a una parte de ello, además de la comparación que se establece con aquellos que se muestra que están mejor, o se quiere hacer creer que lo están.

Un ejemplo clínico puede ayudar a mostrarlo: una mujer de clase media–alta, de un barrio residencial, que envidiaba a una vecina por tener una licuadora con múltiples botones que permitían acceder a distintas velocidades, mientras ella tenía una con una menor cantidad. Su situación de envidia era producto de una competencia sin sentido, donde no se ponía a pensar para qué se necesitaban tantas velocidades, cuando en realidad, y para un uso cotidiano, con unas pocas es suficiente. Y si bien se trata de un objeto común e incluso económico, que fácilmente puede comprarse, es un buen ejemplo de los niveles a que puede llegarse en este mundo de competencia, donde no es posible con otros objetos, y menos con valores como "felicidad", "amor", etcétera, que de cualquier manera son asociados con aspectos muchas veces materiales.

 

OTRAS VARIANTES DE LA PSICOPATOLOGÍA CONTEMPORÁNEA

Como correctamente destaca un psicoanalista que recupera una visión crítica,12 "el hombre actual ha pagado caro los beneficios de la seguridad material", convertida en centro casi absoluto de la vida contemporánea para la mayoría de los sectores sociales, aunque aquí habría que aclarar a cuál se hace referencia –¿en general o al desborde actual al que incita la llamada "modernidad" y el "progreso"?–, y acotar que ésta cada vez es más diferenciada entre los diversos espacios nacionales y de clases sociales, con las apetencias nunca satisfechas que presenta una oferta infinita y siempre renovada a quienes más o menos pueden satisfacerlas, y la mayor insatisfacción y envidia en quienes sólo pueden verlas.

En este contexto es que inevitablemente tienen que estudiarse las llamadas patologías de fin de siglo, no porque sean nuevas (como lo es, por ejemplo, el sida en el plano biológico), sino por ser hoy predominantes como, por otras razones históricas, lo fue la histeria a fines del siglo pasado. A las tendencias narcisistas señaladas deben agregarse muchas otras que ofrecen, como indicaba Lipovetsky y muchos otros estudiosos, un panorama muy diferente al clásico: entre ellas el incremento en tendencias esquizoides ante la cada vez mayor fragmentación en los ámbitos de nuestra vida, el notorio aumento en perturbaciones psicosomáticas, el incuestionable crecimiento de patologías como la anorexia13 y la bulimia, los cada vez mayores niveles cuantitativos y cualitativos de soledad e incomunicación en una época signada por el desarrollo de la comunicación tecnológica, las angustias y ansiedades que origina el a veces desmesurado miedo respecto de múltiples aspectos de nuestra realidad, la desvalorización de la propia persona ante el cada vez mayor peso de las creaciones tecnológicas, la anomia, indefensión y subordinación ante un poder a veces menos visible, aunque cada vez percibido como más poderoso, y las crisis en las relaciones personales, de familia y de pareja.

En muy rápida síntesis veamos otros aspectos, aunque no todos, que surgen en este presente, no como novedades porque también ya existían, pero sí realzados y resignificados en el contexto apuntado:

• La idea, en gran medida fantasiosa y como parte de lo mencionado, de la utopía de la realización exclusivamente personal.

• El aislamiento, ya no como clásico mecanismo defensivo psicoanalítico sino como forma de vínculo social, lo que hace más difíciles las relaciones de todo tipo (amistades, amor de pareja, etcétera), cargadas de permanente combate y competencia. A esto agréguese una cada vez mayor superficialidad y maquinización de afectos, etcétera.

Empobrecimiento sexual, donde más que una "liberación" se realiza una "liberalización" de la misma, con la muy frecuente pérdida de los aspectos afectivos de ella.

• El escepticismo frente a la sociedad, la vida y los hombres, pero no visto como estado de pesimismo sino de "sano realismo".

Idealización del cuerpo, tomado como referente importante de todo tipo de significaciones y buscando conservarlo eternamente joven, como parte también de un culto a la juventud promocionado por la cultura hegemónica y su publicidad. Consecuencia de esto son los notorios incrementos de todo tipo de malestares y preocupaciones hipocondríacos.

• Desarrollo y construcción de una subjetividad aferrada y ligada a los valores del mercado en todos los sentidos (deporte, todo se vende y se compra, pérdida de valores éticos y aumento de conductas corruptas, etcétera).

• Incremento de niveles de inseguridad frente a múltiples ámbitos de la vida; no sólo por la creciente peligrosidad del mundo (delincuencia, etcétera), sino ante los riesgos cotidianos: de mantenimiento del trabajo, en las relaciones afectivas, de condiciones económicas,14 etcétera.

• El consumo tomado como centro vital donde, según una vieja acepción de Fromm, se hace creer que "tener" es más importante que "ser" –o que se es por tener–, donde se crea la ficción de que las mercancías permiten realizaciones que obviamente no cumplen.15

• Un hedonismo epidérmico, es decir, sin significaciones profundas, que muchas veces busca que la satisfacción sea inmediata por la imposibilidad de espera ante la presión de un presente sin perspectivas de futuro.

• Presencia de fundamentales cambios en la dinámica familiar, donde tanto los vínculos dentro de ésta como el peso de la misma se han reducido notoriamente, con incrementos del nivel de influencia del mundo externo y de los medios de difusión masiva.

• Aumento de tendencias de pasividad por distintos motivos que convierten a la comodidad en otro de los objetivos siempre buscados: recibir cada vez más cosas en el domicilio, ver cada vez más televisión, utilización de medios electrónicos, etcétera. Como inversa vinculada se presenta también la compulsividad a hacer cosas.

• Uso cada vez mayor de mercancías, alimentos, técnicas, psicoterapias, etcétera, de tipo light, que producen también una vida cada vez más light.16

• Como un aspecto central que necesitaría de un amplio desarrollo, no pueden dejar de citarse las actuales formas de manejo de la agresividad, que en muchos casos se toman de modelos de violencia tan vistos en los medios masivos.17

 

LOS CALMANTES DE NUESTRA CULTURA

En este breve esbozo sobre el tema, no puede faltar –aunque sólo sea la mención– la correlativa necesidad de estudio de las formas en que los sujetos hacen frente a tal realidad a partir de lo que Freud definió como "calmantes" en una cita de primordial importancia:

La vida, como nos es impuesta, resulta gravosa: nos trae hartos dolores, desengaños, tareas insolubles. Para soportarla, no podemos prescindir de calmantes. Los hay, quizá, de tres clases: poderosas distracciones, que nos hagan valuar en poco nuestra miseria; satisfacciones sustitutivas, que la reduzcan, y sustancias embriagadoras que nos vuelvan insensibles a ellas.18

Pero termina el párrafo indicando que "tendremos que proseguir nuestra busca", lo que debe entenderse como que los "calmantes" no se agotan en los citados, y que deben buscarse los nuevos de cada cultura y momento histórico que cumplan tales funciones y llenen lo que, para hoy, Lipovetzky denomina Era del vacío.

Los tres que destaca Freud siguen no sólo vigentes por sí mismos, sino también acrecentados por el impresionante poder actual de los medios de difusión masiva, los electrónicos en particular, que cumplen cotidianamente con su tarea de ofrecer tanto diversiones como "satisfacciones sustitutivas" (mediante los procesos de identificaciones, catarsis, etcétera, no únicamente en las telenovelas, por ejemplo, sino en la mayoría de sus programaciones. Incluso no pocos investigadores han mencionado lo que consideran una "adicción" de niños, adolescentes y adultos a la televisión. Por supuesto que sobre esto mucho podría hablarse.

Pero en cuanto a "sustancias embriagantes", no hay duda de que se han convertido en uno de los problemas más graves de nuestra época a partir de la tan (supuestamente) combatida drogadicción en constante aumento. Patología que, a diferencia de su uso por parte de la contracultura de la década de 1960 (beatnicks, hippies, etcétera) para intensificar cierto espíritu creativo, hoy se ha convertido en un escape cada vez más difundido. Sobre esto es interesante observar que hoy se persigue y combate al narcotráfico pero poco se habla del consumo, porque esto abriría lo que no se quiere ver respecto de las causas del mismo: un verdadero "agujero negro" sobre las carencias de la cultura de nuestro tiempo.19

Un tampoco nuevo pero sí reforzado rol de "calmantes" lo ofrecen diferentes tipos de fundamentalismos que florecen por todas partes. Es que, sobre todo ahora y más con la creciente "crisis de utopías y de paradigmas", la gente necesita creer en algo, aferrarse a algo por qué sentir y vivir. De esta manera –e inversamente al pronóstico de Freud de que el desarrollo de la razón reduciría el apego religioso–,20 hoy hay fuertes creencias místicas de ese tipo, con el surgimiento de nuevas y generalmente pequeñas creencias junto al mantenimiento de las grandes conocidas (algunas en ascenso como el islamismo). Se reviven también fundamentalismos nacionalistas e incluso reaparecen otros políticos y/o racistas (caso de los movimientos "neonazis" y otros).

No puede dejar de citarse también la fuerte tendencia a fenómenos de nuestra época como la adicción a la tecnología y a todo lo que a ésta se refiere. Independientemente del valor de avances que no se cuestionan, lo que aparece como "calmantes" es cuando esto se convierte en una especie de "culto": a la computación, a internet, a la velocidad o a los automóviles sofsticados, etcétera.

Y tampoco puede dejar de mencionarse la búsqueda de salidas a partir de múltiples posturas tipo light: terapias breves, juegos florales de Bach, presuntas posturas de meditación, expresiones corporales sin cuestionamientos de otros tipos, encuentros con uno mismo, simplificaciones gestaltistas, etcétera. Y que buscan reemplazar (y en gran medida lo logran) terapias o búsquedas que signifiquen una mayor profundidad y, sobre todo, una perspectiva21 crítica.

 

LOS SILENCIOS PSICOANALÍTICOS

Si bien el presente subtítulo sería por lo menos para otro artículo, o incluso mucho más, no puede dejar de mencionarse cómo el campo psicoanalítico en particular dice poco sobre estas problemáticas, con excepción del reducido sector de analistas críticos que han perdido la importancia que tuvieron en los tiempos de rebeldía y protesta y hoy pugnan por sobrevivir. Incluso algunas instituciones que en tales momentos tuvieron un papel destacado en la crítica tanto social como psicoanalítica, hoy, al "modernizarse", se han acomodado a las posturas acríticas, aunque dicen que se mantienen en una postura similar a la del pasado. Incluso el conocido ascenso de posturas seguidoras de Lacan, es un claro ejemplo de esto, pudiendo ser definida tal corriente como la versión posmoderna del psicoanálisis, y donde lo que definen como "crítica social" las más de las veces o es entendible o se reduce a visiones superficiales y poco profundas, a diferencia de lo que ha hecho el psicoanálisis crítico.

Es difícil saber qué pasará al respecto en el futuro, aunque es de esperar que, ante la seriedad e importancia de las transformaciones que se producen como consecuencia de los cambios sociales, en general, se produzca una reacción reforzándose un conocimiento que tiene mucho qué decir sobre todo esto.

 

CONCLUSIONES

En lo brevemente expuesto, es claro que la psicopatología de nuestro tiempo es producto, en sentido colectivo, de las fuerzas histórico–sociales que –como lo hacen siempre y lo seguirán haciendo, puede decirse que sin excepción– promueven valores, reprimen o condicionan tendencias, fomentan posturas del ser humano, etcétera, que producen consecuencias que podrán no ser las deseadas –como, por ejemplo en el caso de la histeria–, pero que son producto de las fuerzas puestas en acción. Así como si se estimula el consumo de una mercancía, ésta puede desaparecer o escasear por el aumento de la demanda, lo mismo ocurre con cualquier expectativa de vida que se apoya o impulsa desde un sistema de poder o mediante los usos y costumbre de una sociedad, lo mismo que al juzgarse como correctas y adecuadas –o a la inversa– determinadas conductas que, por tanto, son vistas como necesarias y justas. De esta manera, no puede pensarse que una política económica –por ejemplo– sólo actúa en su terreno concreto sino que, por la dinámica social, fomenta tendencias subjetivas de distinto tipo que se presentarán en el campo psicopatológico.

Así –otro ejemplo–, la actual tendencia universitaria de estimular la producción académica a partir de premios y estímulos, puede ser que logre un nivel académico más alto, pero también producirá una competencia mayor, no pudiéndose dejar de lado que en algunos casos la mayor producción sólo será cuantitativa y no de calidad, se inventarán trampas y salidas para hacer ver que se produce, etcétera. Por supuesto esto último no es lo buscado y deseado por quienes lo promueven, de la misma manera que la depresión no es el objetivo de quienes impulsan el modelo neoliberal. Pero, en ambos casos, lo que se logra es consecuencia del modelo que se impulsa, y en múltiples casos escapa a la voluntad consciente de los impulsores de un modelo o de una política.

Por supuesto han quedado una multitud de aspectos psicopatológicos sin enunciar, y los enunciados han sido sólo mencionados sin desarrollarlos tal como debiera hacerse –por ejemplo, en un libro completo y más amplio donde se expondrían aspectos mayores y sin duda necesarios para tal objetivo. Pero el sentido de este trabajo ha sido mostrar los cambios en nuestro presente, donde la psicopatología es una expresión de los cada vez más rápidos cambios que se producen en todos los terrenos (social, político, económico, tecnológico e indudablemente subjetivo). Por ello, la psicopatología es tomada como eje de la actual dinámica, y exponente de algunos de sus resultados. Y así como se intenta hacer con nuestra realidad concreta, puede y debe hacerse con todas las realidades del presente y del futuro.

 

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NOTAS

1 La diferencia entre ambos psicoanálisis es muy amplia. Freud dijo una vez que éste era una peste, por oponerse a las posturas dominantes en su momento y señalar la importancia del inconsciente, el peso de la sexualidad en la producción de las neurosis, así como de la sexualidad infantil, por lo que no podía ser aceptado por la sociedad. Sin embargo, no fue así en tanto perdió sus características subversivas al negar, en diferentes variantes, el peso de las estructuras sociales, adaptándose al clima ideológico dominante, siendo "domesticado" por éste que lo puso al servicio de la dominación existente. Pero siempre, aunque minoritario, existió un psicoanálisis diferente que no aceptó tal dominación y que, por tanto, no fue aceptado por la mayoría de sus integrantes.

2 George Rosen, Locura y sociedad. Sociología histórica de la enfermedad mental, Madrid, Alianza Editorial, 1974.

3 Para comprender el concepto de normalidad, entendiéndose como tal la adaptación a las condiciones de vida existentes, véase Enrique Guinsberg, Normalidad, conflicto psíquico, control social, México, UAM–Xochimilco/Plaza y Valdés, 1990.

4 Christopher Lasch, La cultura del narcisismo, Santiago de Chile, Andrés Bello, 1999.

5 Ibid., p. 16.

6 Idem.

7 Ibid., p. 46.

8 El entrecomillado de "salud mental" obedece a la discusión sobre tal concepto y a la ausencia de coincidencia respecto del mismo. Para una visión más amplia al respecto, véase Normalidad, conflicto psíquico, control social, op. cit.

9 No es este el lugar para un análisis de la telefonía celular, trabajo iniciado en un artículo anterior (2004) y que será próximamente continuado.

10 Gilles Lipovetzky, La era del vacío. Ensayos sobre el individualismo contemporáneo, Barcelona, Anagrama, 1984.

11 En diferentes artículos y libros he trabajado el impacto de los medios masivos, incluyendo su aporte a la constitución del sujeto psicosocial, que puede considerarse hoy el más importante (junto con la familia). Una importante ampliación en Control de los medios, control del hombre. Medios masivos y formación psicosocial, Plaza y Valdés, México, 2005.

12 Emiliano Galende, Psicoanálisis y salud mental. Para una crítica de la razón psiquiátrica, Buenos Aires, Paidós, 1997.

13 Es interesante decir que en Europa llegó a ser prohibida la exhibición de modelos anoréxicas por el incremento de jóvenes que las imitaban para llegar a ser como ellas.

14 Enrique Guinsberg, "La inseguridad de y en nuestra cultura", Anuario de Investigación 1999, México, Departamento Educación y Comunicación, UAM–Xochimilco.

15 En otro trabajo se analiza al automóvil como el máximo fetiche concreto de nuestra sociedad, luego del dinero (E. Guinsberg, "Apuntes sobre psicopatología de nuestra vida cotidiana /2, Adicción y fetichismo al automóvil", Subjetividad y Cultura, México, núm. 9, 1997); respecto del dinero, véase Páramo Ortega, "Dinero y adicción", Subjetividad y Cultura, México, núm. 7, 1996.

16 Enrique Guinsberg, "Lo light, lo domesticado y lo bizantino en nuestro mundo psi", Subjetividad y Cultura, México, núm. 14, 2000.

17 Respecto del uso actual de la violencia, y en torno a la discusión de si los medios la fomentan con sus programaciones o si sólo reflejan la violencia existente, véase "Violencia/Subjetividad/Sociedad/ Medios de difusión", en Horst Kurnitzky, Tiempos de violencia, México, UAM–Xochimilco, 1997.

18 S. Freud, "El malestar en la cultura", tomo XXI, p. 75; "El porvenir de una ilusión", tomo XXI, Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu.

19 Es discutible si aquí también habría que incluir el cada vez mayor uso de estimulantes prohibidos en el deporte, cuya función –en absoluta coherencia con la ideología de la época– es triunfar a cualquier precio, aunque fuera al precio del engaño y de la autodestrucción. Una verdadera metáfora de nuestra época que, en palabras de un entrenador deportivo, "la supercompetencia conduce al dopping".

20 Sigmund Freud, "El porvenir de una ilusión", op. cit.

21 E. Guinsberg, "Lo light, lo domesticado y lo bizantino en nuestro mundo psi", op. cit.

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