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Argumentos (México, D.F.)

versión impresa ISSN 0187-5795

Argumentos (Méx.) vol.22 no.61 Ciudad de México sep./dic. 2009

 

Diversa

 

Desarrollo campesino y construcción de ciudadanía en el norte de Morelos

 

Elsa Guzmán Gómez* y Arturo León López**

 

* Profesora–investigadora de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos. Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores.

** Profesor–investigador en el Departamento de Relaciones Sociales de la Universidad Autónoma Metropolitana–Xochimilco.

 

Resumen

El presente trabajo aborda el proceso que los productores de Los Altos de Morelos han llevado a cabo en los últimos 50 años a partir de la adopción del jitomate como cultivo comercial. El análisis aborda los procesos de participación, toma de decisiones y construcción de redes, como elementos fundamentales de la concepción de ciudadanía. La construcción de ciudadanía se fundamenta en la experiencia regional que ha consistido en la formación de espacios públicos por los sujetos; frente a la posición pasiva que concibe la ciudadanía como un atributo otorgado por el Estado. Se discute el concepto de desarrollo a partir de la conformación de un orden social determinado, como alternativa a la reproducción de una sociedad heterogénea y excluyente.

Palabras clave: ciudadanía, campesinos, Morelos, desarrollo regional.

 

Abstract

This paper analyses the work process that tomato's peasants has done in the north of Morelos state, and its regional transformation during the last 50 years. Through this long period the peasant production had to adapt to dynamic environmental from the national market, changing from traditional to modern technology. These processes change the landscapes, social relations and the peasant society. This article examines the concept of citizenship's constructions based in the processes of participation, decisions making and social relationships. Our approach of development confronts the hegemonic concept (economic growth, industrialization), to focus on the action and knowledge of the people.

Key words: citizenship's, peasants, Morelos, regional development.

 

Este estudio analiza la historia reciente, durante los últimos 50 años, de los campesinos del norte de Morelos participantes en la construcción de un proceso regional que ha transformado la vocación agrícola de las tierras, las relaciones sociales, el paisaje, las condiciones de vida de las familias de los agricultores y su lugar frente a la economía del estado. Se trata de un proceso regional conformado, en principio, por decisiones individuales que dan lugar a estrategias familiares, redes sociales, negociaciones y confrontaciones entre distintos actores. De esta manera las acciones e interacciones del conjunto de actores sociales conducen las transformaciones a nivel regional, comunitario y familiar, y definen un orden social determinado.

En este camino han participado miles de familias, además de los diversos actores participantes en el complejo de redes que se han ido conformando. Actualmente se trata de alrededor de 4 000 familias que incluyen en su estrategia el cultivo de jitomate en el norte de Morelos, abarcando al menos cinco municipios: Tlayacapan, Totolapan, Atlatlahucan, Yecapixtla y Ocuituco, que forman parte de la región conocida como Los Altos.

Los productores, para la adopción de dicho cultivo, llevaron a cabo una especialización productiva, dentro de lógicas y formas de vida campesina, generando nuevas perspectivas para las familias. Dichos cambios fueron posibles gracias a que los productores, y la población vinculada al proceso de este cultivo, desplegaron aprendizajes y desarrollaron nuevas capacidades, que, en última instancia, son el eje de la generación de procesos de construcción de progreso y ciudadanía. Esto se sostiene al asumir la visión de que la ciudadanía alude a los múltiples procesos de participación de los sujetos, que dan lugar a la configuración de espacios públicos, entre los que se cuentan las relaciones de los individuos con instituciones oficiales, pero, asimismo, el conjunto de interacciones dentro de la sociedad, en las que las personas, mediante demandas y acciones, generan el acceso a servicios, recursos y derechos.

Este enfoque discute y disiente de la concepción general de la ciudadanía como estatus otorgado por el Estado, y se vincula a la concepción de desarrollo que vislumbra la construcción de un determinado orden social por los grupos e individuos, quienes sustentan relaciones continuamente negociadas entre sí en las diferentes instancias y estructuras sociales, que abren caminos y diversas tendencias en la sociedad. Es en este ámbito en el que ubicamos el desarrollo campesino de la región del norte de Morelos. Por esto, en el presente trabajo se sostiene que no existen formas de desarrollo ni de ciudadanía universalmente válidas, así como tampoco se puede hablar de ellas de manera abstracta, por lo que se propone partir del análisis de las acciones de los sujetos y las estructuras sociales y políticas específicas.

Este estudio muestra algunos aspectos de una investigación más amplia que se ha llevado a cabo a lo largo de varios ciclos anuales y de cultivo (1980–1981, 1990–1991, 1995, 2000, 2006–2008) en los que se realizaron recorridos, así como observación participante en comunidades, mercados, parcelas y caminos; también pláticas y entrevistas abiertas con productores, mujeres, jóvenes, jornaleros y comerciantes. En este transcurso se han tenido resultados1 que documentan y profundizan otros vértices del proceso regional como el concepto de especialización diversificada, la estrategia de los horticultores temporaleros, la diversidad regional y de estrategias, a lo que se hará referencia, en tanto aporta a la comprensión de la construcción de las bases y relaciones de reproducción y al desarrollo de la región.

Este ensayo en particular se centra en la inquietud de argumentar la complejidad que sostiene a la práctica productiva agrícola en el caso particular del proceso regional de estudio, pues se observó que la persistencia del cultivo y la profundidad de las transformaciones que ha generado se deben a la articulación existente entre los ámbitos económicos, sociales y políticos, a través de las redes familiares y sociales que los productores establecen, los vínculos y negociaciones con comerciantes e instituciones. Los aprendizajes reportados por estas acciones necesarias trascienden la actividad agrícola y llevan a la configuración de nuevos lugares sociales de los grupos frente a la sociedad en general, es decir, a trastocar las formas de pertenencia a ella, lo que consideramos un acto político de constitución de ciudadanía.

 

LA HISTORIA JITOMATERA DE LOS ALTOS DE MORELOS

Los jitomateros de Los Altos son campesinos minifundistas con una historia agraria de defensa de la tierra, como parte de la lucha zapatista que dio fin a las grandes haciendas del siglo XIX. A esta historia se vincula la vocación agrícola de los productores, así como la experiencia y conocimientos adquiridos a lo largo de los años, que da viabilidad al establecimiento, año con año, de cultivos agrícolas de temporal.

En la región se cuenta con tierras fértiles y un periodo de lluvias intensas y abundantes (1100 mm) entre los meses de junio y septiembre, que permite tener condiciones necesarias para sembrar bajo el temporal, dentro de ciertos rangos de seguridad y riesgo.

Las condiciones de vida de la población han cambiado sustancialmente a lo largo de las décadas. Antes del auge del jitomate, como campesinos meramente de subsistencia, tenían que trabajar de jornaleros agrícolas en las tierras cálidas del sur en donde había riego y cultivos comerciales.2 Los productores de hoy recuerdan las anécdotas de sus padres y abuelos sobre los sufrimientos ante el arduo trabajo y caminatas que tenían que realizar al no poder contar con transportes ni tractores, así como por sus precarias condiciones de producción y de vida.

La historia jitomatera ha transcurrido a lo largo de tres generaciones de pequeños productores, quienes han pasado, a través de ensayos y de acumulación de experiencias y conocimientos, de ser meramente maiceros de autoconsumo a horticultores con el dominio de una especialización jitomatera basada en la complementación de lógicas campesinas y de mercado, tanto en la producción, en el uso de recursos, las técnicas y la comercialización.

La especialización productiva lograda se sustenta en la diversidad de cultivos, incluyendo el maíz para autoconsumo y venta, el jitomate y otras hortalizas como el pepino, el tomate verde, la calabaza y el chile. También en la producción de traspatio, con posibilidades de innovación, movilidad, vinculación, ahorro e inversión.

El cultivo de jitomate a escala comercial se inició en la región a fines de la década de 1950, época de gran dinamismo del mercado nacional, debido al crecimiento de la población, así como a la instauración del modelo de modernización agrícola. Este es el contexto de la conformación de la zona jitomatera que, a partir de las acciones de los productores, logra el reconocimiento de la calidad del producto en dicho mercado nacional.

En el transcurso de los años y los cambios en la región, se distinguen distintas tendencias con respecto a la presencia del cultivo del jitomate para el mercado, entre las que caracterizamos tres etapas que representan diferentes maneras de apropiación del proceso productivo y de complejidad de las interacciones regionales.

a) Una primera, durante los primeros 20 años (1955–1975), de expansión y auge productivo, cuyo inicio tiene que ver con una innovación tecnológica que posibilita la producción a gran escala, que consiste en la técnica de las espalderas, la cual permite el crecimiento de las matas de manera vertical, evitando la pudrición de los frutos por el contacto permanente con el suelo. Esto lleva a otro nivel la siembra de una planta que ya era conocida anteriormente en sus propios huertos de traspatio, lo que facilita la adopción de la nueva técnica y da lugar a su apropiación y puesta en práctica paulatina por parte de esta primera generación de jitomateros. Así, las tierras se van cubriendo de espalderas y jitomates, y los campesinos van adecuando sus conocimientos de manejo de las milpas al cuidado intensivo de las huertas. El rápido crecimiento del mercado nacional permitió, a su vez, la expansión de las tierras jitomateras desde la década de 1960, llegando a cubrirse, en esta zona, casi 10 000 ha, entre 1971 y 1975; incluso, se llegó a exportar parte de la producción durante algunos años.

b) En la segunda etapa (1975–1990) se manifiesta la disminución de la superficie destinada al jitomate, de manera importante y paulatina, ya que pasó de 8 000 a 4 000 has, aproximadamente. Esto ocurrió por los procesos de adecuación de la actividad dentro de la estrategia global familiar. Existía fuerte competencia con grandes productores de estados como Sinaloa, quienes tienen altas capacidades de inversión y niveles tecnológicos de control de los factores productivos y comerciales superiores a los de Morelos, lo cual implicó confrontaciones, en desventaja, en mercados nacionales y de exportación. Esto obligó a los campesinos temporaleros a fortalecer las ventajas reconocidas por sus propios procesos de aprendizaje, experiencia e historia cultural, fortaleciendo y recreando su condición campesina. En este periodo reconocemos la constitución de una estrategia propia que denominamos especialización diversificada, en la que la producción del jitomate condiciona el uso de recursos, trabajo y tiempo y es punta de lanza de las transformaciones tecnológicas de la región; pero al mismo tiempo, se complementa con una diversidad de actividades agrícolas y no agrícolas, teniendo un peso importante el balance jitomate–maíz. Dicha combinación, rompe con la visión tecnocrática de la especialización tecnológica, y es llevada por las familias campesinas a las condiciones reales, con sus propios recursos y expectativas, para recrearla culturalmente, apropiarse de ella y convertirla en una forma específica de construir su desarrollo.

Esta etapa representa la apropiación del jitomate por la segunda generación de productores, dentro de la estrategia familiar, a diferencia de la primera etapa en la que se realizó la asimilación técnica del cultivo.

c) La tercera etapa, que abarca de la década de 1990 hasta la actualidad, en plena debacle de la agricultura nacional. En ella la actividad jitomatera se contrae, fluctuando entre 3 000 y 2 000 ha anuales de jitomate, se intensifica el uso de tecnología especializada y se integra aún más la estrategia de diversidad productiva. En este periodo se acentúa la política neoliberal en el país, significando, para estos productores, la ausencia de apoyos y seguros a la producción agrícola, a pesar de los riesgos de la misma. De tal forma que las innovaciones tecnológicas que tienen a su alcance son solventadas con sus propios recursos económicos y redes sociales; es decir, se intensifica el uso de mano de obra familiar y externa; hay una mayor aplicación de insumos y herramientas menores; además, fortalecen sus vínculos comerciales para adecuarse a las dinámicas cambiantes del mercado, ampliando sus relaciones con intermediarios comerciales. Si bien, el jitomate sigue siendo el eje de las tendencias técnicas y económicas actuales, se mantiene el vínculo con otros cultivos comerciales y de autoabasto.

 

DESARROLLO Y CUIDADANÍA. ACERCA DEL DESARROLLO

El concepto de desarrollo de una sociedad tiene, como acepción convencional, el cambio que genera un crecimiento económico hacia la industrialización y producción en masa. Se considera que con este cambio se superan las formas atrasadas de producción —con una baja productividad, que no genera excedentes—, dentro de un camino establecido al que todos los países deben alinearse.3 Este modelo ha sido impuesto desde los países hegemónicos al conjunto del orbe.

Así, en la actualidad difícilmente algún país se encuentra fuera de la influencia de este modelo. Sin embargo, los procesos económicos, sociales y culturales que lo definen, especialmente los referidos a la acumulación de capital, que benefician ventajosamente a las grandes corporaciones industriales y comerciales, sobre todo trasnacionales, han acentuando la pobreza de poblaciones rurales y urbanas, el desempleo y la migración forzada, así como la degradación ambiental. Ante esta situación se han generado múltiples críticas, y han aparecido otras maneras de entender el desarrollo.

En este marco, existen posiciones y acciones de grupos y organizaciones que, desde principios diferentes, se encaminan a contrarrestar los efectos de los procesos del modelo de acumulación sobre las poblaciones y localidades afectadas, aportando elementos para la búsqueda de alternativas hacia una sociedad diferente, no depredadora, más justa y, en última instancia, contraponerse a dichos procesos.

A partir de estas experiencias sostenemos que el desarrollo no es proceso lineal ni predefinido de cambios, sino que, por el contrario, es una transformación que de manera permanente intenta crear un nuevo orden social, determinado de acuerdo con las pautas históricas y culturales de cada grupo, dando lugar a múltiples direcciones o soluciones.

Consideramos que, para abordar el desarrollo, no es suficiente con medir o contar los resultados materiales ni la situación económica de una población en un momento determinado, sino que lo principal se centra en los modos de alcanzar dicha situación económica o material, de tal manera que unos procesos sociales den lugar a otros.

Actualmente ya no se puede pensar que las alternativas al capital implican necesariamente su derrocamiento; sino que, por el contrario, dichas alternativas pueden subsistir dentro del mismo sistema, como manera de reproducir sus lógicas diferentes o sus opciones y contradicciones frente al capital. Sousa Santos y Rodríguez menciona que "más allá de la dicotomía entre reforma y revolución, de lo que se trata es de emprender reformas e iniciativas que surjan dentro del sistema capitalista, pero faciliten y den credibilidad a otras formas de organización económica y social".4 Para esto, se vuelve necesario distinguir y valorar las construcciones alternativas realmente existentes.

Dichas propuestas se consideran alternativas al existir paralela y alternamente a enfoques, propuestas y objetivos capitalistas hegemónicos; así como por representar acciones con objetivos distintos a los anteriores y que tienen como búsqueda inmediata la reproducción de cosmovisiones, valores, lógicas, y formas de vida particulares, locales, no capitalistas. Estas formas toman una multiplicidad de variantes, ya que no parten de modelos preestablecidos, sino de experiencias de los individuos, grupos sociales y organizaciones que, desde lógicas y principios culturales propios, llevan a cabo acciones para mejorar su condición, negociar con otros actores de la sociedad, reivindicar derechos, exigir ciertas demandas a las instituciones gubernamentales, etcétera. La importancia de estas acciones, en el marco del capitalismo, radica en que incursionan en luchas o búsquedas propias, aun dentro del sistema establecido. Así, aunque no necesariamente planteen la modificación estructural del sistema, están definiendo caminos viables de desarrollo y cuestionando las formas capitalistas y, sobre todo, ampliando la perspectiva de las posibilidades de transformación y construcción.

Dichas acciones son, en sí, procesos de participación social, los que sustentados en el uso y movilización de recursos propios, y la toma de decisiones bajo pautas e iniciativas culturales de los grupos sociales, definen caminos de desarrollo y lugares con elementos diferentes de los que desde el Estado se reconocen a los grupos sociales e individuos. Asimismo, dan lugar a negociaciones frente a diferentes actores y rejuegos sociales que conforman relaciones sociales específicas dentro de la sociedad, y se interpretan como procesos de expansión de libertad, en tanto son generadoras de agencia, al ampliar opciones y oportunidades de desarrollo a dichos grupos e individuos.5

Esto lleva a plantear la autonomía de los grupos, como producto y elemento de dichos caminos de desarrollo, reforzados con aprendizajes y crecimiento colectivo y social. Las experiencias particulares, basadas en prácticas cotidianas, configuran mundos distintos que cuestionan la universalidad del modelo único y le dan valor a la diversidad, y en última instancia, a las múltiples resistencias que confrontan al poder hegemónico. Las tendencias en los procesos de transformación se marcan de acuerdo con las decisiones, negociaciones y aprendizajes de los grupos, es decir, los destinos finales no son el objetivo mismo de estas formas diversas de desarrollo, pues éste se encuentra en permanente construcción entre caminos múltiples, y en ellos los derroteros pueden cambiar en un futuro, con lo que las tendencias marcarán distintos sentidos.

 

SOBRE EL CONCEPTO DE CUIDADANÍA

La ciudadanía, en un sentido general y convencional, se refiere a la pertenencia de las personas a la sociedad, mediante diferentes procesos e interacciones, tales como el reconocimiento del Estado, de sus derechos y obligaciones individuales, y la capacidad de elección de los gobernantes, lo cual se puede hacer a partir de la mayoría de edad.

El término de ciudadano se ha formado dentro de la concepción misma de la democracia, ya que su mejor definición se encuentra en la participación de los individuos en el ejercicio de los poderes de una sociedad, asociado al derecho al voto, como instrumento privilegiado de poder de los ciudadanos. Esto contiene una idea básica del concepto: la igualdad u homogeneidad de los ciudadanos.6 Es decir, esta concepción privilegia el estatus jurídico, la ciudadanía política, dando por sentado que los derechos políticos garantizan la igualdad de condición entre los ciudadanos, bajo la ley, al participar en elecciones, referéndums, asociaciones, etcétera, independientemente de las condiciones sociales de cada uno, lo que da la imagen de una sociedad homogénea con interacciones armónicas definidas por la ley.

Este concepto de ciudadanía contiene el espíritu y la contradicción de las sociedades liberales. En éstas existe la predeterminación de que el reconocimiento de los individuos depende de los derechos que el Estado les otorga, en tanto ellos posean atributos que se valoren dentro de las pautas de la sociedad. Con esto se alude a una relación ideal de los individuos con la sociedad en un sentido de igualdad. Además, existe la idea que, de manera natural, los derechos individuales, civiles, sociales y políticos se adoptan de un país a otro y de una época a otra. Sin embargo, los derechos otorgados por el Estado han sido, en realidad, ganados o arrebatados a éste por parte de los propios individuos que negocian, disputan, obligan o convencen para su otorgamiento, a partir de demandas, reivindicaciones, luchas sociales o procesos revolucionarios a lo largo de la historia, para frenar el poder o fuerza desde la acumulación de capital. Por estas luchas, el Estado ha tenido que incluir en la perspectiva oficial de ciudadanos a individuos que antes no se concebían como tales. Por ejemplo, la libertad para los esclavos, los derechos civiles para poblaciones negras, el voto para las mujeres, la tierra para los campesinos, la organización sindical para los obreros, entre otros, son derechos ganados, no desde la voluntad de los gobiernos, sino desde las confrontaciones de poder, dando lugar a la ampliación de derechos y visión de ciudadanía. En algunas ocasiones, los derechos civiles o políticos también pueden ser otorgados para mitigar o contener la protesta social, aunque en estos casos no necesariamente se cumplen o llevan a la práctica dichas promesas.

Entonces, la ciudadanía no es la misma hoy que en tiempos pasados, varía de acuerdo con los diferentes países, ya que al estar marcada como una relación jurídica, las particularidades de cada Estado, de cada sociedad, sus instrumentos legales y su historia hará divergir las maneras concretas de ser ciudadanos. De igual manera que las heterogeneidades al interior de un país significan lugares distintos de los individuos y grupos en la sociedad y con respecto al Estado; así, no todos los individuos tienen las mismas posibilidades reales de ejercer los derechos ciudadanos, ni todos tienen acceso a todos los servicios que en principio el Estado reconoce, pues según las distintas clases, algunos contarán con privilegios marcados y, como en nuestro país, amplias poblaciones viven marginaciones diversas (de empleo, de salud, de ingresos, de determinados servicios, etcétera). Entonces, es claro que la concreción de la ciudadanía varía de acuerdo con el momento histórico, lugar y clase social, grupo étnico de pertenencia e incluso género, a los que los individuos pertenezcan.

Por tanto, las heterogeneidades se tornan en desigualdades sociales, vinculadas a las diferencias en cuanto a acceso a derechos, beneficios, servicios y recursos que el Estado provee a los ciudadanos, a pesar de la idea de igualdad que aún ahora desde el poder se busca difundir. Es decir, la ciudadanía existe en la desigualdad, ante las diferentes posibilidades de negociación y reconocimiento de los diversos grupos sociales con el Estado.

 

LA CONSTRUCCIÓN DE ESPACIOS PÚBLICOS Y CIUDADANÍA

A pesar de la restricción y contradicción del concepto liberal de ciudadanía, se retoma este término para darle apertura a la visión centrada en el otorgamiento de derechos del Estado con nuevas acepciones en el marco de un proceso permanente de construcción de desarrollo, desde las prácticas sociales de los diferentes grupos.

Reconocemos y retomamos el significado ampliamente aceptado del término de ciudadanía entendido como pertenencia a la sociedad, pero diferimos, como ya se ha señalado, en que el reconocimiento proviene del Estado, ya que esta visión impone una posición pasiva a los individuos como meros receptores de beneficios, lo que justifica las diferencias y las trabas para el cambio y desarrollo, la reproducción de la pobreza y, en última instancia, del capital.7 Abogamos por un enfoque de ciudadanía plena, incluyente y participativa, que sea construida con la acción de los individuos en contextos y condiciones particulares.

El sentido de participación al que se refiere este enfoque reconoce un ejercicio político e interacciones entre los diversos grupos de la sociedad más allá del ámbito de la elección política, lo que implica procesos de negociaciones y confrontaciones múltiples en diferentes ámbitos, de constantes reajustes, en diálogos entrecruzados con intereses distintos; de esta manera, incluye las acciones de los individuos y grupos sociales desde sus espacios de vida y trabajo, donde se llevan a cabo procesos de organización, capacitación, aprendizaje, educación, apropiación cultural, participación política, gestión, acción colectiva, que requieren tomar en sus manos el poder de sus decisiones y transformaciones que afectan y encaminan la vida del grupo o comunidad.

Es decir, estamos hablando de una ciudadanía desde la participación amplia y el empoderamiento en sus múltiples formas posibles, entendiéndolo como el que la gente ejerza el poder de acción, de decisión, de aprendizaje, de adquisición de destrezas, encaminados hacia el cambio. La participación, concebida de esta manera, da lugar a la creación y recreación de espacios públicos, reconociéndolos como un tercer espacio, entre lo público estatal y el ámbito privado.8 Lo público se constituye en una arena de interacción de actores, desde sus diversas identidades, como espacios públicos de deliberación, en tanto se disputan, negocian y acuerdan objetivos, intereses y recursos que dan lugar a la reproducción social de los diferentes grupos, a nivel familiar, comunitario y de la sociedad en general.

Estos espacios públicos se conforman con realidades observables, con estructuras variables, negociaciones reales, redes tradicionales e innovadoras, relaciones plurales y experiencias concretas. En ellos se generan procesos que los individuos, grupos, organizaciones y comunidades encaminan hacia la resolución de problemas inmediatos, proyectos, procesos productivos que permitan, por ejemplo, abatir pobrezas, o concretamente den acceso a los recursos y servicios a los que legalmente toda la población tiene derecho, pero que no le han sido permitidos por el espacio estatal, como ocurre en una sociedad con divisiones de clase, diferencias políticas, élites y grupos marginados. Es en esta última situación en la que históricamente se han encontrado los campesinos en México.

Entonces, este espacio público conduce a la idea de ampliación de libertad, que igualmente implica inclusión. Es decir, la libertad se da al transformar los límites de las capacidades individuales y de las acciones sociales, al dar lugar a medios de interacción social y recreación de los espacios públicos, pues es en éstos en los que se llevan a cabo los cambios más allá de los límites o términos legales y oficiales, incluyéndolos. La constitución de espacios públicos permite que la acción individual se vincule con ámbitos colectivos, institucionales, económicos (mercados). Es decir, no se trata (necesariamente) de la invención de espacios, sino de la creación de nuevas formas de interacción, acción y pertenencia de los individuos y grupos en los ámbitos reales.

La ampliación de libertad da lugar a nuevos procesos, a la generación sucesiva de posibilidades y opciones, en redes de construcción y recreación, es decir, es un medio y un fin de procesos de desarrollo; por ejemplo, la eliminación de privaciones (pobreza, desempleo, hambre); la supresión de trabas hacia la adquisición de agencia (educación, salud, ingresos); para el mayor acceso a recursos en general y, en última instancia, mayor autonomía.

La autonomía ciudadana se vincula con —y es base de— la emancipación, pues ésta permite trascender la relación de los individuos con la sociedad, desde los derechos y deberes individuales, hacia las formas y criterios de participación, lo cual implica procesos colectivos, es decir, genera nuevas formas de ciudadanía. En este sentido Boaventura Sousa9 dice que la ciudadanía y la subjetividad se encuentran en permanente tensión. La emancipación cuestiona las acciones en que el Estado coarta las libertades civiles y políticas. Y desde la participación, el individuo se coloca de una manera diferente y no subordinada frente al Estado, así como en las interacciones en la sociedad.

El recuento de estos procesos nos lleva a retomar la alusión a la inclusión de los individuos y grupos en las relaciones dentro de la estructura y transformación de una sociedad que, desde una visión liberal, no existen. Se reafirma que la inclusión es la construcción de una ciudadanía emancipada. Este tránsito de la ciudadanía —desde la participación, inclusión y emancipación— es, como la libertad misma, un medio y un fin. Medio y fin se articulan en el desarrollo, entendido como el proceso que conjunta la transformación de la realidad a partir de la participación de los sujetos en la construcción de ciudadanía.

 

PROCESOS CAMPESINOS DE CONFIGURACIÓN DE ESPACIOS PÚBLICOS EN EL NORTE DE MORELOS. EL PROCESO PRODUCTIVO

De acuerdo con el planteamiento de espacios públicos mencionado anteriormente, en la región de los Altos de Morelos éstos estarían conformados por los ámbitos de trabajo y reproducción campesina, en tanto son productos de la acción de los individuos, y sostenidos a partir de sus propios recursos y pautas culturales. Cabe mencionar que el proceso productivo agrícola del jitomate es complejo y complicado, y en su ejercicio se recrean las relaciones sociales hacia el interior de las familias y comunidades, así como hacia el mercado, las instituciones y otros grupos sociales. El eje de la exposición consiste en los momentos y formas de la toma de decisiones, como esencia en la configuración del espacio público, para dar lugar a cada proceso, producto y relación.

El ámbito de trabajo primordial es constituido a partir del ejercicio concreto del proceso productivo agrícola, el cual ha sido adecuado desde el origen mismo del cultivo en su uso comercial. El jitomate, en la región, se conocía desde antaño como una planta que crecía al final del periodo de lluvias, en los solares de las casas, para contar con algunos frutos para el consumo de la familia. En 1955, en un rancho en Totolapan, un italiano empezó a utilizar en el jitomate la misma técnica de cultivo que para la vid, es decir, levantar las matas sobre una estructura hecha con varas y alambres, de manera que los frutos, que antes se desarrollaban sobre el suelo, ahora lo hacían colgando de dichas espalderas, lo que favorecía su crecimiento, evitando que se pudrieran, y se podían sembrar, a mayor escala, durante la época de lluvias. Pronto, los lugareños reconocieron las ventajas y empezaron a sembrarlo en sus tierras de esa forma, aprendiendo la colocación de las varas y alambre, el "tejido" de las plantas en estas estructuras y el manejo en general del cultivo. Los buenos resultados motivaron la ampliación de las superficies de tierra, ya no sólo para probar y aprender, sino ahora para vender el producto.

Las tierras de cultivo se fueron cubriendo de varas y jitomates, las de maíz disminuyeron. Esto requirió nuevos materiales para conseguir varas, alambres, cajas para empacar los jitomates, así como fertilizantes y otros insumos.

Si en un principio sólo se sembraban las semillas de los mismos productos locales, en poco tiempo empezaron a llegar nuevas variedades que daban frutos distintos, que podían resultar más comerciales. Los campesinos probaban las variedades que el Instituto Nacional de Investigaciones Agrícolas les llevaba y las que los comerciantes ofrecían. Actualmente, las semillas que compran vienen de los Países Bajos, Brasil y Estados Unidos, se trata de variedades específicas para el riego o para el temporal, algunas muy rendidoras, y con las características de los frutos que hoy se piden en el mercado.

Las charolas de polietileno para almácigo llegaron en la década de 1980 y fueron adoptadas rápidamente por los productores, ya que les representan ventajas al permitir ahorrar la cantidad de semilla (que antes sembraban directamente en la parcela) y controlar las condiciones de germinación y crecimiento de la plántula, además de poder iniciar los trabajos antes del temporal. El uso de estas charolas ha implicado cambios en la división del trabajo, ya que algunos productores se han especializado en la producción de plántula para la venta a otros jitomateros de la región, e incluso de fuera.

Actualmente se distingue predominantemente el uso del acolchado,10 y prácticamente todo jitomatero de la región la aplica. Esta técnica muy utilizada en la producción intensiva de hortalizas en otras partes del país, llegó a los Altos hace aproximadamente siete años. Parece que los primeros que utilizaron la técnica del acolchado en la zona fueron unos agrónomos de Achichipico, Yecapixtla, pero ahora es una práctica en toda la región; la colocación puede ser manual; también suelen hacerlo con unas maquinitas que un herrero inventó —y que cada productor o herrero ha ido adaptando—, lo que permite una colocación más rápida.

La plántula se siembra posteriormente a la aplicación del acolchado, y las prácticas subsecuentes serán la aplicación de una serie de fertilizantes, plaguicidas y herbicidas que garanticen el buen desarrollo del fruto sin que las plagas y enfermedades le afecten. Por supuesto que también se requiere el envarado y el número de hilos de acuerdo con las lluvias y el crecimiento de la planta.

Con el acolchado se logra una mayor retención de humedad, lo que en condiciones de temporal ayuda a sobrellevar los momentos de escasez de agua. Con éste ya no se requerirán las labores con tractor o yunta, pues el plástico se arruinaría. El cuidado de la planta se lleva aplicando productos adecuados al acolchado. Ahora se usan productos sistémicos que se aplican "en la patita de la planta", "se inyectan al plástico", así como fertilizantes foliares.

La plaga más importante, quizá, es la mosquita blanca, pues el insecto chupa de manera directa además de servir como transmisor de virosis. Desde hace dos décadas la incidencia de mosquita blanca ha sido la causa del abandono del cultivo en algunas parcelas o zonas específicas. Se considera que una vez que la planta es atacada por el virus del "chino", ésta ya no puede recuperarse, por lo que se trata de evitar su ataque. La función principal del acolchado, y la razón de su éxito, radica en que al eliminar las plantas adyacentes al cultivo se logra controlar mucho más a la mosquita blanca. Esto, por supuesto, eleva los costos y el trabajo, pero es la manera en que se ha logrado controlar a la plaga y enfermedad más dañina.

Las listas de enfermedades y plagas son largas, pero quizá las de agroquímicos más, pues las plantas se fumigan casi cada ocho días, alternando los productos para evitar que las plagas generen resistencia a ellos. Éstos tienen efectos durante 10, 20, 40 días, pero su aplicación depende de las lluvias y la detección de algún problema. Los productos o "medicinas" no sólo se alternan, también se mezclan, y se agregan adherentes. El control de éstas ha requerido el aprendizaje de los productores para el manejo de los productos químicos necesarios. Los agroquímicos han ido cambiando y se van acumulando. Las aplicaciones, en general, se realizan por medio de aspersiones con bombas y representan parte de las labores más delicadas y que más tiempo requieren dentro de las rutinas del cultivo. Se preparan mezclas de fungicidas, insecticidas y otros productos como fertilizantes, hormonas, adherentes, etcétera. La elección de productos a aplicar corresponde a la oferta que proporcionan los proveedores de las tiendas locales, pero especialmente a la experiencia y posibilidades de compra de los productores. Las aplicaciones son, en promedio, semanales, lo que implica grandes gastos, incremento del trabajo, además de los recorridos diarios para vigilar el estado de salud de la huerta.

Los productores se han enfrentado a una necesidad creciente de consumo de insumos, tienen que comprar la semilla, los fertilizantes y los plaguicidas, además de bombas para fumigar y charolas para almácigo. La compra de estos productos ha representado mayor productividad pero también una inversión forzosa y cuantiosa, sobre la que balancean las necesidades del cultivo y sus propios recursos; de cualquier forma, implica un mercado fuerte y creciente para proveedores e industriales, en su mayoría trasnacionales.

En realidad, lo importante es lograr el mejor desarrollo de la planta que permita la optimización de la producción de frutos, en cantidad y en apariencia, cumpliendo los requisitos comerciales. La técnica del acolchado, con la vasta aplicación de agroquímicos ha permitido la intensificación productiva, y si se logra vender la cosecha a precios altos, se incrementarán las ganancias.

La rapidez con que se lleven a cabo las labores es un factor importante, pues preparar la tierra con tractor, instalar el plástico en menos tiempo, aplicar las fumigaciones con bomba de motor, entre otros recursos, ahorrará horas de trabajo y permitirá disponer de más tiempo para atender a los diferentes cultivos que, en general, todos los productores tienen. Otro elemento adicional que evita riesgos es la posibilidad de contar con riegos complementarios; así, si la lluvia escasea, se compran pipas de agua y ésta se aplica con el sistema de mangueras previamente instalado en los surcos, bajo el acolchado, para no detener el crecimiento de la planta y, especialmente, para que no le falte en los momentos cruciales para la formación del fruto. No todos los productores cuentan con estas mangueras, pero poco a poco se van viendo más en las partes planas.

Aunque las prácticas locales difieran de la recomendación técnica, hemos encontrado que los métodos empleados por los campesinos son la manera posible considerando sus condiciones concretas. Convencionalmente se dice que el jitomate requiere un paquete técnico específico, sin embargo, los productores —partiendo de su experiencia y de todos los costos erogados— han logrado integrarlo a sus formas de producción. Han encontrado en el cultivo la elasticidad suficiente para manejarlo de acuerdo con sus necesidades y posibilidades.

 

DIVERSIFICACIÓN Y COMPLEMENTARIEDAD DE PROCESOS

Como se mencionó anteriormente, al recapitular la historia de la región, para los campesinos de Los Altos fue necesario sembrar el jitomate dentro de una diversidad de cultivos para disminuir los riesgos que esta hortaliza implica, y complementar las ventajas empleando una agricultura hortícola múltiple basada en la intensificación, tanto de la especialización como de la diversificación de la agricultura.

La combinación de recursos y objetivos, dentro de las posibilidades y expectativas de la vida campesina, da lugar a la convivencia del jitomate con grandes superficies de maíz, pero también de pepino, tomate, calabaza y nopal, dependiendo del lugar específico. Esto tiene la finalidad de complementar dos objetivos fundamentales, la ganancia comercial como manera principal de obtener ingresos económicos y la seguridad, tanto para la manutención familiar, como para sostener gastos y pérdidas del cultivo comercial. Cada cultivo tiene su técnica especial, en cuyo manejo se puede observar que parte de los aprendizajes del jitomate se han trasladado a los diferentes cultivos, de acuerdo con las necesidades y resistencias de éstos. En cada lugar, comunidad y parcela se aplica lo que cada productor va probando y aprendiendo, lo que los hace agricultores técnicamente experimentados que a partir de una lógica campesina manejan todos sus cultivos.

El pepino, a diferencia de hace diez años que no se envaraba, ahora se cultiva prácticamente con las mismas técnicas que el jitomate, incluyendo herbicidas específicos y un tejido más fino en los hilos de las espalderas. Estos dos cultivos se van alternando tanto en espacio como por temporadas, dependiendo del conjunto de factores, pero especialmente de las fluctuaciones de los precios. La siembra del pepino es más temprana, y el ciclo más corto, de manera que la cosecha y venta terminan casi dos meses antes del inicio de la cosecha del jitomate, esto permite contar con recursos para asegurar los gastos del jitomate.

El tomate verde, desde la década de 1980, comparte tierras y técnicas con el jitomate; también ayuda a que el campesino compense un poco la alta inversión y los riesgos, pues es más resistente a las plagas. Además, el precio del tomate verde es menos inestable, aunque más bajo que el del jitomate. De esta manera, el tomate se acopla al aprendizaje de las técnicas; no implica tantas ganancias pero tampoco tantas pérdidas.

El maíz comparte parcelas y preparación mecanizada del suelo, pero técnicamente se distinguen prácticas más tradicionales, pues se siembra principalmente semilla criolla, del pozolero, se siembra con palo y se tapa con el pie, y hasta donde se puede no se fumiga, pero bien sea para la venta o para el autoabasto alimentario familiar, cumple la función de sostener la seguridad básica de la reproducción familiar y con esto, la posibilidad de seguir sembrando jitomate y apostando a la ganancia. Las labores del maíz no son semanales, ni se invierte tanto tiempo y trabajo como en las huertas. Si los recursos escasean, la milpa se mantendrá con el mínimo de inversión y la huerta tendrá la prioridad, pues la relación de dinero invertido y riesgo de pérdida es mucho mayor para la segunda.

La diversidad de cultivos implica distintos ritmos de crecimiento y desarrollo de las plantas, así como necesidad de labores en diferentes tiempos. De manera general, el panorama de complementariedad de cultivos es como sigue: el pepino tiene un periodo de desarrollo de dos meses, el tomate verde de tres, el jitomate de cuatro y el maíz se puede cosechar de los cuatro a los seis meses de crecimiento. Las fechas de siembra de cada cultivo se van programando de acuerdo con la duración de los ciclos y organizando unos con otros para que sean paralelos, intercalados o subsecuentes. Estos ciclos distintos permiten organizar la distribución de tiempo y parcelas de cada cultivo, calcular los momentos de las múltiples labores y los cortes de los frutos. Es decir, cada huerta requiere ser envarada, abonada, fumigada y cosechada en distintas fechas con lo que prácticamente se trabaja cada cultivo una o dos veces por semana durante todo el periodo de lluvias, representando trabajo continuo que exige intercalar gastos, vigilancia y laboreos. En el momento que comienzan las cosechas se obtienen ingresos económicos que permiten financiar los gastos de los cultivos de ciclos más prolongados. De esta manera, los diferentes cultivos se complementan y apoyan mutuamente en recursos y productos.

Cuando terminan los últimos cortes de las huertas, se pasa a la cosecha del maíz, dado que es una labor pesada, el pago de jornaleros es necesario; mismo que se cubrirá con parte de las ganancias de la venta de jitomate y otros. Las mazorcas se cortan con todo y hojas y se llevan a las casas para el inicio de otra etapa de trabajo fuera de la parcela, en la casa familiar.

Así, el periodo de lluvias significa el trabajo en las parcelas y la generación de recursos económicos y productivos para las actividades en los tiempos de seca. Al final de las cosechas subsecuentes se cuenta con las ganancias o pérdidas de la venta de éstas y con el maíz que durante los siguientes meses se acondicionará para su venta y autoconsumo.

El acondicionamiento de estas cosechas implica la separación por tamaños de los granos de maíz, la venta diferenciada y paulatina de éstos, la separación de las hojas de la mazorca o totomoxtle y su acomodo en bultos o manojos para su venta. Los olotes, granos quebrados o podridos y hojas manchadas servirán para la preparación de alimento para los animales que en esta época se crían para su engorda y venta posterior. Igualmente, la caña del maíz cosechado puede ser utilizada como forraje o reincorporado a la tierra en caso que la parcela sea propia. Todo esto genera empleo en la época de secas lo que da posibilidad a que los integrantes de la familia no tengan que migrar, y a su vez permite obtener más recursos que sostendrán las inversiones necesarias para el inicio del ciclo de cultivo siguiente.

En el periodo de secas se van preparando elementos para las próximas siembras, como son la compra de semillas, los almácigos, la definición de las superficies a cultivar de cada producto, los convenios de renta de la tierra, la compra del plástico para el acolchado y otros insumos. Los gastos necesarios para dicha preparación se irán cubriendo con las ventas paulatinas de granos, hojas y ganado. De esta manera la estrategia se complementa al incluir objetivos diferentes pero también al engarzar actividades y ganancias en distintos tiempos. La organización de esta estrategia ha permitido la inclusión de un cultivo como el del jitomate, típicamente comercial y de alta inversión de capital, a las posibilidades y lógicas campesinas; que requiere, más que del seguimiento de un modelo tecnológico, de las decisiones culturales y autónomas a nivel de las unidades familiares.

Este complejo de cultivos permite que los productores y sus familias vislumbren un medio que genera empleos e ingresos económicos, es decir, un ámbito de trabajo que se reproduce y recrea, a partir de los aprendizajes continuos, la participación de la familia, así como a las redes sociales que apoyan la producción y la comercialización.

 

ORGANIZACIÓN FAMILIAR Y REDES DE APOYO PARA EL TRABAJO

En los Altos de Morelos, la unidad familiar es la base del trabajo agrícola y de las relaciones sociales que se despliegan para el sostenimiento de los diversos procesos regionales. El jefe de familia es el productor principal y trabaja permanentemente en la parcela, además del apoyo y aprendizaje de al menos un hijo u otro joven pariente. A partir de la familia también se configura un conjunto de redes necesarias para la producción y comercialización. Así, las decisiones de cada productor en el seno de los intereses y condiciones de su unidad familiar se materializan y se establecen en el ámbito de las relaciones sociales particulares, ya que éstas tienen que ver con la viabilización de los procesos de producción, así como con la comercialización.

La vida campesina se encuentra sostenida por redes de relaciones que dan lugar al intercambio de productos, venta a pequeña escala, ayuda mutua laboral y cotidiana, intercambio de recursos, etcétera, que sostienen la dinámica de la vida de autoconsumo y trabajo doméstico. Estas redes entre familias complementan las relaciones necesarias para el sostenimiento de las actividades productivas y comerciales que requieran inversiones de dinero. A su vez, el sostenimiento de estas relaciones permite la reproducción social, no sólo de la familia campesina, sino también de los distintos grupos y agentes presentes, que conjuntan y entrelazan distintos objetivos e intereses que aportan recursos y esfuerzos múltiples que se materializan en la reproducción de cada uno de los actores sociales, y de la dinámica global.

 

Organización y relaciones para la producción

La posibilidad para un productor de iniciar un cultivo agrícola depende de la disponibilidad de los recursos necesarios, éstos son: acceso a tierra propia o rentada, financiamiento y fuerza de trabajo, familiar y contratada.

La cantidad de tierra que cada productor requiere cada ciclo depende de la decisión que tome acerca de los cultivos que emprenderá. En la región de Los Altos la tierra tiene una gran movilidad a partir de arreglos de arrendamiento, de acuerdo con las decisiones de cada uno de los productores sobre el uso de su tierra o la renta de ella para poder cultivar. Los productores que combinan varios cultivos, en general rentan algunas parcelas, y de acuerdo con la historia de siembra de éstas y de las suyas propias, así como de su ubicación, distribuyen los cultivos. Este arrendamiento dinámico implica constantes interacciones entre los productores para concretar los acuerdos y uso de la tierra, entre los que la tienen y los que la requieren. Frecuentemente son conocidos, vecinos o parientes, pero de cualquier forma, es necesario mantener comunicación y cálculo permanente de lo que se sembrará en los ciclos subsecuentes para distribuir los diferentes cultivos, de acuerdo con la ubicación de la parcela, calidad del suelo y requerimientos del cultivo elegido. Entre productores y propietarios o ejidatarios se establecen tratos y procesos de negociación por los precios de la renta de la tierra, los términos de su preparación, así como por los plazos del propio convenio, lo que influirá en la disponibilidad de recursos para iniciar el cultivo.

En lo que se refiere al financiamiento, el jitomate no ha sido apoyado por los programas de las políticas públicas, especialmente en el rubro de crédito, lo que ha obligado a los productores a buscar y generar mecanismos que les posibiliten obtener recursos para las inversiones necesarias a lo largo de los ciclos agrícolas. En general se distinguen dos formas: recursos propios y préstamos múltiples.

Ante el alto costo del cultivo y los constantes gastos en todo el proceso productivo, los campesinos, sin capacidad de acumulación e inversión amplia, han ido organizando sus actividades productivas de manera que les posibilite contar con el dinero suficiente en los momentos en que se requiera comprar insumos y pagar mano de obra; es así como van previendo los ingresos, a partir de las cosechas y las ventas de unos productos para los gastos de los siguientes y subsecuentes cultivos. La multiplicidad de cultivos implica momentos distintos de venta de cosechas, de necesidades de gasto y de trabajo, de manera que unas van financiando a las otras, cíclica y subsecuentemente, incluyendo cultivos de la huerta (jitomate, tomate, pepino, chile), nopal, maíz, e incluso ingresos externos.

Sin embargo, esta forma de autofinanciar sus gastos no siempre es suficiente, por lo que es probable que tengan que recurrir a algún tipo de préstamo, proveniente de prestamistas particulares, créditos de los bancos, de los grandes comerciantes. Aunque tratarán de evitar recurrir a ellos, ya que los intereses en general son muy altos. También, algunos productores —aunque no pasa del 10% de ellos, aproximadamente— pueden aprovechar los programas oficiales para la compra específica de insumos, por ejemplo mediante Alianza para el campo.

Dado que lo largo del desarrollo y cosecha del cultivo exige gran cantidad de recursos, se agregan otros recursos al ingreso total de la unidad de producción, como salarios extra agrícolas, particularmente remesas migratorias, que se utilizan para la inversión productiva, y que igualmente ayudan a enfrentar una crisis, después de pérdidas subsecuentes en la venta de jitomate. Podríamos mencionar también la existencia de distintos tipos de arreglos familiares, como la asociación de quienes tienen dinero, con quienes tienen tierra y más experiencia, como maneras de complementar los recursos que cada productor tiene. Entonces, ante la falta de fuentes de financiamiento y los altos costos del cultivo, los vínculos que se establecen en este rubro complementan los recursos y arreglos propios que cada productor y su familia realizan para poder pagar.

Si bien, el trabajo familiar es el que sostiene los cultivos, éstos no podrían completarse sin el trabajo de los jornaleros, que ciclo tras ciclo se incorporan a la dinámica regional. Una de las características de la región es la presencia de los trabajadores —inmigrantes temporales— provenientes de la montaña de Guerrero, Oaxaca, Puebla, etcétera, que de manera independiente llegan a la región de Los Altos a contratarse en los múltiples trabajos agrícolas. El contrato se establece directa y personalmente con los productores de jitomate, quienes en general los contratan por día.

De igual manera, se puede observar que, paralelamente a los tratos laborales, se construyen otras formas de relaciones y vínculos personales, pues muchas veces los jornaleros que ya han ido a la región por varios ciclos van haciendo amistades e incluso compadrazgos con algunos productores y sus familias, lo cual, repercute en relaciones de trabajo más seguras y de mayor confianza para ambas partes, posibilidades de vincular a parientes como nuevos migrantes, de conseguir recomendaciones laborales, así como da lugar a ciertas condiciones ventajosas de vida para los jornaleros, a quienes, les puede resultar menos difícil su estancia, como por ejemplo alcanzar la posibilidad de asentamiento menos inestable. Estas relaciones de confianza se pueden entender, por un lado, por la informalidad del propio convenio laboral, pero por otro, tienen un carácter cultural en tanto para las dos partes este tipo de redes sociales les permiten consolidar las bases de su reproducción, tanto económica como de tipo cultural.

 

Relaciones para la comercialización

La comercialización implica relaciones sociales construidas por productores y múltiples agentes comerciales, con opciones particulares que construyen escenarios de transacción. En general, estos escenarios muestran la vulnerabilidad para los productores en tanto no tienen manera de garantizar espacios de una negociación participativa y menos para la fijación de precios, en donde no tienen ni siquiera la garantía de un precio favorable. Ante esto, los campesinos han aprendido a configurar distintas opciones para lograr los resultados más favorables. Lo cual va desde la calidad del producto, que debe adecuarse de la mejor manera a las condiciones establecidas, al mismo tiempo que consideran distintas posibilidades de venta, y de acuerdo con el escenario de comercialización existente (precios inmediatos, información sobre las tendencias), definirán de qué manera colocar su mercancía en el momento y canal que más les convenga.

De manera general, las opciones de comercialización se restringen o se amplían de acuerdo con el precio, en primera instancia; abriéndose las posibilidades de venta y ganancia si el precio es alto.

Ante cualquier escenario, los productores requieren contar con un conjunto de relaciones establecidas con diferentes agentes de comercialización y mantenerse informados constantemente de los movimientos, cambios y tendencias existentes, a partir de estos canales o de acuerdo con la información de otros productores.

Los campesinos han aprendido que lo adecuado no siempre es el precio más alto, pues a veces lo que buscan puede ser:

• Venta inmediata, si requieren el dinero y/o el precio va bajando.

• Vender la mayor cantidad de producción cuando el precio es suficientemente alto para obtener ganancias sin seleccionar y venderlo a granel.

Los diferentes agentes podrán cubrir estas expectativas, y de acuerdo con el panorama del momento y el precio, los productores elegirán a quién, cómo y cuándo vender. Así, la gama de agentes de comercialización está formada por: comerciantes externos a la región de Los Altos de Morelos que compran la huerta completa sin cosechar; comerciantes de diferentes regiones como Monterrey, Veracruz, San Luis Potosí, Guadalajara, Celaya, etcétera, que llegan en traileres y camiones de alto tonelaje; fleteros locales que llevan a la Central de Abastos de México a consignación y cobran una comisión por caja, independientemente del precio del producto; compradores–revendedores locales que compran en ciertos puntos de la carretera las cajas seleccionadas; bodegueros de la central de abasto de México y de Cuautla, que compran directamente en sus bodegas o en el espacio de venta; e intermediarios locales, que tienen bodegas pequeñas y compran diariamente la producción que les llegue seleccionada o a granel y ellos la revenden a intermediarios mayores.

La diversificación de actores significa que ahora, a diferencia de otras épocas, si cuentan con información y relaciones, los productores tienen muchas más posibilidades de negociar los términos de venta, plazos e incluso márgenes de precios con comerciantes que llegan a comprar de diferentes partes del país a las parcelas o a puntos locales claves. Los productores hacen sus propios análisis de las tendencias de los precios, la saturación del mercado, sus propias necesidades, el estado de sus frutos y optan cómo, a quién y dónde vender, de manera que logren obtener las mejores ganancias o mínimas pérdidas, de acuerdo con los recursos con que cuenten y su disposición a arriesgar.

Cada una de estas formas implica productores en distintas condiciones económicas y productivas, es la gran diversidad de ellos compartiendo un mismo mercado para resolver cada uno su reproducción hasta diferentes niveles de acumulación. También implica una serie de agentes a lo largo de la comercialización, que van participando en diferentes formas hasta que la producción llega a manos de los grandes mayoristas.

Estas formas de organización y relaciones para la producción y la comercialización del jitomate, en la región, implican interacciones y negociaciones de distintos actores que configuran espacios públicos por medio de los cuales logran aprendizajes, ingresos económicos que les permiten acceder a recursos diversos, empleos y perspectivas de innovación y elecciones de formas de vida como construcción permanente de desarrollo.

 

CONCLUSIONES: BASES DE LA CONSTRUCCIÓN DE CIUDADANÍA Y DESARROLLO CAMPESINO EN LOS ALTOS

La historia regional del cultivo de jitomate con fines comerciales a lo largo de medio siglo, muestra un complejo de procesos de transformación a distintas escalas —individuales y colectivas— que trastocan tanto a los habitantes de la misma, especialmente a los campesinos, como a múltiples actores externos que se han vinculado paulatinamente a dichos procesos, a partir de las redes de relaciones que se han configurado. Este proceso se ha adaptado a las dinámicas nacionales de mercado, de cambios tecnológicos, de pautas de consumo bajo las propias condiciones campesinas, tanto en el sentido del sostenimiento de su cultura, como en la confrontación de su situación de vulnerabilidad y marginación social en que los pequeños productores campesinos viven en nuestro país.

De esta manera, consideramos que el conjunto de decisiones técnicas, que a lo largo de la historia jitomatera han conformado el día a día de los procesos productivos, está marcado por iniciativas permanentes de los productores y sus familias como acciones de autonomía y ejercicio de capacidades que apuntan hacia la conjunción de elementos sustanciales para la construcción de ciudadanía.

Los principios complementarios de la especialización diversificada, como forma de producción, permiten entender la manera peculiar en que los jitomateros (hoy horticultores) campesinos de Los Altos de Morelos han logrado mantener un cultivo técnicamente difícil y riesgoso bajo las condiciones de minifundio, poca mecanización, sin riego, capacidad inestable de inversión, sorteando la situación de riesgo permanente, tanto frente a las condiciones ambientales (clima y plagas), como hacia el mercado de productos perecederos (dadas las fluctuaciones de precios). Es decir, la experiencia que se analiza muestra que para adoptar un cultivo especializado los campesinos lo han integrado a su forma de producción y vida campesina, en la que la diversidad representa la base de la seguridad, tanto para sostener el cultivo como para garantizar la reproducción social de los grupos.

El jitomate, en un principio, y hoy la diversidad de cultivos, han forjado una base material al interior de las familias, de las diferentes comunidades de la región que los cultivos de autoconsumo no permiten. Por esto, se afirma que las ganancias que la comercialización del jitomate puede generar al permitir la adquisición de bienes, servicios y perspectivas de vida y sueños, difíciles de conseguir en las condiciones campesinas generales en nuestro país; visualizan una perspectiva de cambio permanente, tanto en las formas de producir como en la vida cotidiana, y las posibilidades de acceso a múltiples recursos (como pueden ser bienes materiales, educación, viajes, etcétera) que mantiene en los productores la voluntad, interés y capacidad para organizar el trabajo y la vida familiar, comunitaria y regional en el sentido de garantizar el sostenimiento y continuidad de los cultivos hortícolas comerciales.

Este acceso y generación de recursos y empleo es sostenido por una red de relaciones sociales que van desde vínculos de origen familiar, amistades y compadrazgos que se despliegan para posibilitar, de la mejor manera, la producción y la comercialización, a partir de los cuales logran proveerse de los servicios agropecuarios que las instituciones gubernamentales mediante sus programas agrícolas limitados no garantizan, como son los créditos, seguros agrícolas, gestión comercial, capacitación, entre otros apoyos.

Con el acercamiento a las transformaciones permanentes en las formas de vida, las mentalidades y las relaciones sociales queda claro que en el conjunto de la población general existen acciones y actitudes distintas a lo que desde lejos y fuera se asignan a las posibilidades campesinas de manera genérica. Con esta experiencia se contradice la idea ancestral de que los campesinos no cambian, por un lado, y por otro, que ya no cumplen funciones sociales y económicas trascendentes dentro de nuestra sociedad, y muestra que a pesar de que no hay políticas para el sector rural campesino, logran generar empleos, recursos, y pueden sustentar transformación permanente y formar parte de redes complejas de relaciones, además de su propia condición campesina.

La autonomía base de este proceso, sustentada por las decisiones y constituciones de redes de relaciones, además de generar recursos y procesos necesarios como agricultores, también genera sujetos que amplían sus perspectivas de trabajo y vida hacia ámbitos más vastos que las parcelas y las comunidades y genera perspectivas distintas de vida. Así, por ejemplo, el aprendizaje, en diversos ámbitos, que este proceso implica, ha llevado a que las relaciones al interior de las comunidades potencien la vida política de los mismos bajo la participación en las instancias comunitarias, en los partidos políticos, en las negociaciones con los programas institucionales existentes, construyendo y siendo parte de una vía de democracia participativa.

En última instancia enfrentan y evitan subsistir en condiciones de marginación, lo que los vincula a la sociedad en general de manera distinta; conforman, desde sus unidades familiares, comunidades y regiones, lugares dinámicos y propios frente a la sociedad y el Estado, es decir, construyen ciudadanía.

Esto nos refiere a una ciudadanía incluyente, en la medida en que con sus acciones y recursos establecen vínculos con la sociedad y acceden a servicios y formas de vida, que ésta no les reconoce a través de sus instrumentos políticos. La viabilidad de estas formas alternativas depende, en buena medida, de la capacidad de sobrevivir y reproducirse dentro del contexto del dominio del capital.

 

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NOTAS

1 Elsa Guzmán Gómez, "Persistencia y cambio: los campesinos jitomateros de Morelos", tesis de maestría, México, UAM–Xochimilco, 1991; León y Guzmán, "Los jitomateros en el desarrollo regional campesino del norte de Morelos, México", ponencia en el VII Congreso Latinoamericano de Sociología Rural ALASRU, Quito, 20–24 de noviembre de 2006; Guzmán y León, Campesinos jitomateros. Especialización diversificada en los Altos de Morelos, México, UAEM/Plaza y Valdés, 2008.

2 De la Peña, Guillermo, Herederos de promesas. Agricultura, política y ritual en los Altos de Morelos, núm. 11, México, Ediciones Casa Chata, 1980.

3 John Taylor, Diccionario de términos económicos, Bogotá, Biblioteca L.A. Arango, 2004; Rostow, W.W., Las etapas del crecimiento económico, México, Fondo de Cultura Económica, 1961.

4 Sousa, Boaventura y César Rodríguez, "Para ampliar el canon de la producción", Desarrollo, eurocentrismo y economía popular: más allá del paradigma neoliberal, Venezuela, Ministerio para la Economía Popular, 2006, p. 139.

5 Amartya Sen, Desarrollo y libertad, México, Planeta, 2000.

6 Dominique Schnapper, Qu'estce que la citoyenneté?, Francia, Edition Gallimard, 2000.

7 Nicolás Pineda Pablos, "Tres conceptos de ciudadanía para el desarrollo de México", Este País, núm. 34, México, agosto de 1999.

8 Sommers, citado en PNUD, El estado del Estado en Bolivia. Informe Nacional sobre Desarrollo Humano 2007, Bolivia, Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, 2007.

9 Boaventura Sousa Santos, Renovar la teoría crítica y reinventar la emancipación social (encuentros en Buenos Aires), Argentina, Clacso, 2006.

10 El acolchado se refiere a una cubierta plástica oscura que cubre cada uno de los surcos y que tiene pequeños orificios donde se siembra la plántula a cultivar. Esta cubierta tiene el objetivo de impedir que crezcan otras hierbas, que a su vez alojen a insectos que afectan y trasmiten enfermedades a las plantas de jitomate, tales como la mosquita blanca que trasmite el virus del mosaico.

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