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Argumentos (México, D.F.)

Print version ISSN 0187-5795

Argumentos (Méx.) vol.22 n.60 Ciudad de México May./Aug. 2009

 

Dossier: El individuo en la sociedad contemporánea

 

Crisis masivas: ¿sacrificio del sujeto o llamado a la ética?

 

Ana Carolina Cervantes García*

 

*Maestra en teoría psicoanalítica por el Centro de Investigaciones y Estudios Psicoanalíticos. Actualmente se desempeña como terapeuta e investigadora independiente.

 

Se trata de procurar, de que seamos procuradores. Pero para ser
un buen procurador es necesario haber vuelto del deber–ser, del
ideal, habiendo fracasado; porque si uno no fracasa y no sufre
por ese fracaso, entonces estamos ante un sujeto peligroso.1

 

Resumen

Una propuesta que toma como centro gravitatorio al sujeto, su circunstancia actual y las posibilidades para su devenir en un mundo globalizado, no puede dejar de incluir la reflexión que Sigmund Freud aportó acerca de la tensión conflictiva en la que se desenvuelve el lazo entre el sujeto y la cultura. En este artículo se abordará, particularmente, un estado crítico de malestar producido por la tensión antes mencionada, que se denomina miseria psicológica de las masas. A partir de esta condición de carencia se reflexionará sobre la situación crítica por la que atraviesa una humanidad desgarrada por los excesos cometidos en aras de un ideal de bienestar que ha comenzado a mostrarse precario en tanto ha dejado de brindarle al sujeto lo que prometió: dicha y satisfacción.

Las circunstancias actuales indican que para el sujeto y para la humanidad llegó la hora de responsabilizarse por la miseria y la crisis, pero observamos que la rendición de cuentas no está comandada por un llamado de la razón y la ética individual, sino por el temor, la fragilidad y el desamparo causados por la caída de esos ideales que habremos de poner en duda si es que podemos reconocer en ellos algo de lo propio: deseo, miseria y malestar.

Palabras clave: Miseria de masas, sujeto, malestar, ideal, líder.

 

Abstract

A proposal that focuses in the subject as gravitational center, his present circumstance, and the possibilities for his development in a globalized world, cannot ignore Sigmund Freud's reflection related to the conflicted tension in which the bond between the subject and the culture develops. This article will particularly approach the critical state of discomfort produced by the tension mentioned before, denominated psychological misery of masses. It will be reflected, out of this deficiency condition, the critical situation human kind goes through; torn apart by the excesses committed in the search of a well–being ideal that has being shown in the same measure that has stopped giving what promised: happiness and satisfaction.

The present circumstances indicate that the subject and the human kind arrived to the point of taking responsibility of the misery and the crisis, but we observe that the accountability is not commanded by the reason and the individual ethics, but by the fear, the fragility and the neglect caused by the collapse of those ideals that will be put in doubt if we can recognize in them something of our own: desire, misery and discomfort.

Key words: Misery of masses, subject, discomfort, ideal, leader.

 

PREÁMBULO

Una propuesta que invita a que las ciencias sociales y humanas se cuestionen reflexivamente acerca de la actualidad y el porvenir de la existencia del sujeto en este siglo, y que coloca a la subjetividad como centro gravitatorio de la reflexión, resulta tentadora e inspiradora, sobre todo cuando implica la posibilidad de pensar el presente, y aportar al esbozo del futuro posible, a partir de las huellas del pasado.

Cuando, desde esta perspectiva, la meta es mostrar la relación del sujeto con la sociedad contemporánea, las ciencias, las humanidades, los modelos socioeconómicos y las artes, haciendo énfasis en el lugar que a aquél le corresponde en la creación de tales experiencias, el psicoanálisis no puede quedarse en silencio, porque la experiencia textual que inauguró con los sueños tiene como punto de partida el atributo de la subjetividad, es decir, lo que en el sujeto está determinado por "[...] sus deseos, su relación con su medio, con los otros, con la vida misma [...] que crea en los hombres la idea de que pueden comprenderse a sí mismos"2. Una reflexión que incluye las vertientes señaladas, supone considerar a la cultura y entender al ser humano como creador de ésta, por lo que es indispensable recuperar aspectos esenciales del vínculo sujeto–cultura, a partir de la concepción que el pensamiento de Sigmund Freud aportó acerca de este lazo.

Al referirse a la memoria que las ciencias humanas han dejado sobre los motivos que fuerzan al hombre a crear y, con ello, recrear su ser y su existencia particular, y como sujeto social, El malestar en la cultura3 se convierte en un punto de referencia que contribuye en gran medida a un análisis que se cuestiona acerca de la agudización o aparición de nuevas alteraciones subjetivas y sociales propias del mundo globalizado, que testimonian la desestabilización y la precariedad de las bases sobre las que se construyó una idea de progreso y bienestar que hoy conduce al retorno de lo que se suponía superado: ideologías destructivas y violentas, autoritarismos, sometimiento a la tecnociencia, asolamiento ético. Estas alteraciones hablan por sí mismas de disolución de vínculos y de malestar en el sujeto, y llevan a preguntarse por las consecuencias que sobre él tiene el haberse colocado como súbdito pasivo de ideologías que encumbran compulsivamente la satisfacción egoísta a ultranza, pretendiendo alcanzar los máximos niveles civilizatorios al margen de la ética y la responsabilidad. El malestar en la cultura, nos dice que ética y responsabilidad regresarán al sujeto y a la cultura a cobrar las deudas que deben pagarse por pretender civilizar a cualquier costo, y con ello suponer que se desarma y subyuga el peligroso gusto del hombre por la agresión y la destrucción. El infortunio reside en que el pago implica un debilitamiento subjetivo que conduce al sujeto a seguir compulsivamente mandatos insensatos, destructivos, que lo someten cada vez más al aniquilamiento, porque toda la agresión de que el hombre es capaz habita en él a través de una instancia psíquica mediante la cual transforma su afán destructivo en un límite que lo ata a la cultura y lo obliga a respetar el pacto institucional que los humanos crearon, justamente para inhibir la capacidad catabólica de la pulsión de muerte, pues la lucha de la cultura refleja la eternización de la batalla que entre eros y muerte se consuma en la vida psíquica de la especie humana.4

El ensayo sociológico y antropológico de Freud, plantea cuestiones estructurales porque desafía precisamente la concepción de que la cultura y el vínculo social que se crea entre los hombres a partir de lazos institucionalizados, representan lugares pacificantes y de amparo, sitios en los que la integridad física y subjetiva quedarían en mejor resguardo porque

[...] en el meollo mismo de la civilización, el malestar que le es intrínseco se rebela contra ella. Sitiada desde dentro por un íntimo extranjero, el superyó revela en la subjetividad que, hostilidad y cultura, avanzan juntas: guerra, progreso y muerte lo evidencian.5

 

1. RESONANCIAS DE EL MALESTAR EN LA CULTURA

Una razón que justifica la necesidad de centrar esta reflexión a partir de El malestar en la cultura, está determinada por el contexto histórico al que pertenece el ensayo, cuya redacción y publicación es contemporánea al inicio de lo que se conoce como la gran depresión. El año de 1929 estaba por finalizar, y la humanidad entraría apenas a la tercera década del siglo XX con la economía mundial en estado de quiebra y parálisis. Tres meses antes del martes negro de la bolsa de Nueva York, Freud concluyó el primer borrador de la obra que enviaría a la imprenta sin más demoras, sólo algunos días después del quiebre bursátil (a principios de noviembre de 1929). Tal cronología lleva a suponer que los acontecimientos desatados por el martes negro llevaron a Freud a releer el borrador y a decidir que la obra se publicara antes del primer día de 1930.

Si la redacción del ensayo comenzó en junio de 1929 según se establece en la Nota Introductoria de James Strachey,6 también puede suponerse que la motivación principal de Freud provenía de dos fuentes. Por un lado, de los acontecimientos que durante el primer semestre de ese año dejaban sentir claramente la configuración del escenario que preludiaba la catástrofe económica y, por otro, de la complejidad de circunstancias que se entramaban para conducir al mundo a su segunda gran conflagración bélica, en la que se arrastraban los ecos mortales de una primera guerra inacabada. Baste, como ejemplo, para justificar tales suposiciones la siguiente sentencia:

Paréceme también indudable que un cambio real en las relaciones de los seres humanos con la propiedad aportaría aquí más socorro que cualquier mandamiento ético; empero, en los socialistas, esta intelección es enturbiada por un nuevo equívoco idealista acerca de la naturaleza humana, y así pierde su valor de aplicación.7

Al indicar lo anterior, Freud nos remite a páginas anteriores (109–110) en las que explica el equívoco idealista al que se refiere:

Los comunistas creen haber hallado el camino para la redención del mal. El ser humano es íntegramente bueno, rebosa de benevolencia hacia sus prójimos, pero la institución de la propiedad privada ha corrompido su naturaleza. La posesión de bienes privados confiere al individuo el poder de maltratar a sus semejantes [...] Si se cancela la propiedad privada [...] y se permite participar en su goce a todos los seres humanos, desaparecerán la malevolencia y la enemistad entre los hombres.

Entre aquella crisis formalmente declarada el 29 de octubre de 1929 y la sacudida global de la crisis vigente, hay una distancia de casi ocho décadas. Fue al iniciar octubre de 2008, cuando el mundo entero, pero particularmente las llamadas "economías emergentes", comenzaron a declararse en estado de sitio y los habitantes del orbe a experimentar terror y asolamiento, una fragilidad de proporciones quizá sólo verificables en el caso por caso, en la particularidad subjetiva de cada ser humano.

Aunque es considerable la distancia histórica entre un colapso y otro, hay factores que se repiten, hay constancias, y esa recaida compulsiva no puede menos que resultar ominosa pues se trata de los mismos detonantes, del mismo lugar de origen y del mismo fenómeno crítico que es ahora agravado por la defensa inmisericorde del libre mercado, pone en depresión y recesión no sólo a la economía sino a los sujetos que la movilizan y soportan. Entonces, como ahora, se desprenderán crisis subsidiarias en lo social y lo político, en la forma de gobernar y en la acción del Estado, todo esto teniendo en cuenta que las condiciones del mundo y de la humanidad son muy distintas, pero al mismo tiempo, que ciertas situaciones fundamentales de anclaje de la subjetividad permanecen estables porque han trascendido inalteradas incluso a casi un siglo de distancia.

Justamente las crisis que desestabilizan los lazos humanos, representan una motivación excepcional para el planteamiento de conflictos estructurales, y la crisis capitalista de la década de 1930 representó para Freud el momento preciso, el más oportuno para mostrar que la subjetividad, el sujeto y la cultura, muestran sus fracturas más humanas en momentos de guerra y catástrofe, en tiempos en los que "No hay pax culturalis porque si bien la cultura se sostiene en la ley que regula el lazo social, esa misma ley —que también pacifica— somete con sus imperativos hostiles".8

Teniendo en cuenta la distancia histórica, son básicamente dos factores cuya interacción diferencia sustancialmente las dos épocas críticas: las condiciones demográficas y el alto grado de tecnificación de la cultura, pues tanto el colapso del capitalismo como la crisis que ha desestabilizado la regularidad de las fuerzas de la naturaleza, agudizarán las repercusiones en proporción directa a la sobrepoblación del planeta.9 El estado conflictivo al que asistimos en la actualidad hace muy difícil aventurar hipótesis sobre lo que ocurrirá en la relación del hombre con el capital, y sobre la consecuente alteración que sufrirá el lazo social que mantiene la unión común entre los seres humanos.

Los fenómenos masivos de desamparo, desesperación y desolación de la humanidad que tanto en la gran depresión como en la hecatombe financiera actual, o en cualquier estado crítico que conlleve una drástica desestabilización o eventual caída de los sistemas ideológicos que soportan y dinamizan el intercambio de los vínculos humanos, fueron descritos, descarnadamente, por Freud en El malestar en la cultura como miseria psicológica de las masas. La fuente subjetiva de esta miseria es el sometimiento por el temor y la angustia experimentadas por los sujetos integrantes de las masas estables de la sociedad, cuando las condiciones de la realidad vulneran seriamente sus expectativas de estabilidad y bienestar.10 Sobre esta miseria girará una lectura psicoanalítica —entre muchas otras que pueden surgir— para reflexionar sobre el estado de cosas actual en un espacio que pone al sujeto y a la subjetividad como centro álgido de los posibles análisis, acercamientos y conjeturas. Esta lectura sostiene, e inquiere, al mismo tiempo, la hipótesis de que el sujeto tendría que rechazar el sometimiento tomando una posición de responsabilidad que apoyaría a la autoridad frente al autoritarismo.

 

2. EL DÉFICIT SUBJETIVO CONTRA LA GANANCIA OBJETIVA

La tarea económica de la vida de todo sujeto humano, es encontrar un equilibrio sensato que le permita satisfacer sus propias exigencias pulsionales a la vez que se satisfacen las exigencias culturales de la masa a la que pertenece. Pero justamente en esta tarea, se agudizan los fenómenos de la miseria psicológica, entendida como un déficit o carencia que fragiliza la subjetividad y que proviene de la limitada aptitud del sujeto para declinar su satisfacción pulsional mediante los sentimientos de bienestar, dicha y satisfacción, que se erigen como testimonio de que el programa impuesto por el principio del placer se cumplirá, en la medida en que la realidad permitiera a cada quien defender su libertad individual aun en contra de toda la cultura misma. Si ella se edifica sobre aquello que está prohibido porque lo interdicto es el anhelo que habita en el alma de todo hombre,11 eso quiere decir que "No sólo se anhela lo interdicto; es la misma ley que prohíbe la que legisla las vías sustitutas de realización de deseos [...] No 'satisfacción' sino realización de deseos",12 de esto se trata en el nombre de la cultura.

Precisamente por estas limitaciones inherentes a la cultura y a la constitución pulsional y psíquica del ser humano, que se origina en el debate entre el egoísmo y el altruismo, es posible que la subjetividad no retroceda un paso ante todo aquello que le sirva para ganar sensaciones de placer, sin cuestionarse acerca de la viabilidad o veracidad de los caminos que el deseo anclado a las ideologías y los intercambios culturales, señalan como aquellos que conducen a la meta de la dicha. La parcialidad que el ímpetu del placer impone a esta percepción es parte esencial de la condición humana y, por lo tanto, una fuente decisiva de la miseria que la aqueja.

El sujeto humano no cederá en la veneración por creencias que están hechas a la medida de sus ilusiones más caras, y eso lo lleva a mantenerse bajo el yugo de espejismos que alaba y a los que se entrega ciegamente sin calcular que la miseria subjetiva es el costo a pagar por esa fascinación; pues pagará con inquietud, inseguridad, angustia e infelicidad, en una palabra, pagará con malestar:

Hoy los seres humanos han llevado tan lejos su dominio sobre las fuerzas de la naturaleza que con su auxilio les resultará fácil exterminarse unos a otros [...] Ellos lo saben; de ahí buena parte de la inquietud contemporánea, de su infelicidad, de su talante angustiado.13

Al caer presa del encanto por la satisfacción inmediata que le proporciona el mercado de consumo el sujeto se entregó a la veneración de fetiches creados por el capitalismo libre de ataduras, cantó sus alabanzas y los acumuló asumiendo que así se garantizaría la felicidad, el éxito, la belleza y la admiración de los pares, aunque por esta vía la única garantía cierta es la subordinación de su deseo a los falsos raseros (poder y riqueza) con los que suele medir el valor de su existencia, sin considerar que el éxito de sus logros vitales puede estar más allá de las metas e ideales que dominan a la multitud14. Si el sujeto tiene abiertos ante sí los dos caminos ¿por qué le es más fácil colocarse en vasallaje cuando podría tomar una posición que no implique poner en prenda su subjetividad?, ¿cómo puede esquivar la inquietud, la infelicidad y la angustia sabiendo cuál es su fuente? Este es un juego vital entre elección y adaptación que se ve particularmente afectado por los delirios de masas que forman parte esencial de la condición humana, que jamás dejará de estar vulnerada por los variados peligros y fuentes de padecimiento que la acechan.15

Freud decía que si la vida consiste en esta miseria autoinfligida por el avance civilizatorio y su desmesurada tecnificación, en vivir en un mundo donde como resultado de esa evolución los peligros campean sin que sea posible refrenar su acontecer y escalada, no queda más que saludar a la muerte como una redentora. Sin embargo, ésta sería un recurso de alivio drástico, una escapatoria infalible que la subjetividad anclada a la búsqueda de experiencias intensas de placer evitará a toda costa, porque en el cálculo del camino vital del sujeto, se hará todo cuanto esté a la mano para distanciarse de aquello que lo haga recordar que vivir, día a día, es un acto que lo expone al displacer, al dolor y a la muerte "[...] cuando la máxima apuesta en el juego de la vida, que es la vida misma, no puede arriesgarse".16

Los recursos de los que el sujeto echa mano para alejarse de los peligros vitales que lo asedian, son aquellos que ponen a su alcance inmediato el consuelo egoísta, y que crean el espejismo de que puede vivir sin arriesgar, es decir, que aparten lo más posible de su camino la cuota de malestar y la miseria psicológica que trae consigo la pasión de vivir. Esta será la razón fundamental por la que el sujeto se allana con mayor facilidad y beneplácito al culto por todo aquello que le permita experiencias placenteras intensas, repetibles y que no le impliquen esfuerzo, en suma, que le proporcionen la sensación de que la dicha no es un episodio librado al azar y que es posible mantenerla.

En esto, es imprescindible considerar que la dicha es un bien universal y que los sistemas ideológicos que el hombre crea para producirla y cultivarla, incluyen, como parte esencial, la ruta que conduce a ella. Sin embargo, no hay juicio universal que pueda aplicarse en cuanto al camino que la experiencia subjetiva particular señala como el que debe seguirse, porque dicha y sufrimiento son sensaciones que dependen de la complejidad de la organización psíquica humana, diseñada para gozar, intensamente, sólo del contraste entre ambos estados sensibles.

Lo problemático en esto es que la mezcla de inmediatez, intensidad y repetición enajena al sujeto la capacidad de evaluar con justeza el contraste, o si lo que obtiene en términos de satisfacción, dicha y bienestar vale lo que ha cedido a cambio de esas experiencias. Aquí está, de por medio, un problema entre cualidad y cantidad, es decir, entre la satisfacción real que el sujeto puede esperar del mundo exterior y la fuerza psíquica con la que él mismo crea que cuenta para modificarlo según sus deseos.17 Es imprescindible insistir una vez más en la relevancia que en esta modificación de la realidad adquieren las ideologías que detrás de los delirios de masas, logran imponerse como un seguro que protege al sujeto contra la insatisfacción y la desdicha, que le prometen remediarlas o salvarlo de ellas, sobre todo cuando grandes sectores de la estructura en la que se apoya la subjetividad se ponen en prenda y se merman en el intento por buscar garantías que nada ni nadie pueden avalar.

Los tiempos actuales hacen propicio e indispensable preguntarse acerca de las consecuencias que acarrea este intercambio desigual, sobre lo que debe cederse, en términos de libertad de acción y capacidad de elección, de sometimiento y adaptación, lo cual supone distinguir entre una subjetividad fragilizada y otra que aun expuesta a la misma realidad, la soporta mejor y logra guarecerse sin huir de ella.

Una subjetividad fragilizada y coaccionada por el temor y la culpa, abdica de la responsabilidad por su destino, se le somete sin más como una fatalidad dependiente de poderes y designios inmutables que siguen sus propias leyes. Por lo tanto, asume que sólo un poder igual de extremo y con leyes propias puede garantizarle protección, y será en esta postura en la que se coloca el sujeto que cae presa del autoritarismo, que entrega su libertad pasivamente y al que se le pedirá que siga sacrificándose en pro de la esperanza de tiempos mejores.

La contrapartida se encuentra en aquella subjetividad que aun cuando desea legítimamente asegurarse la satisfacción y la dicha o remediar las condiciones que le arrebatan tal seguridad, logra reconocer los límites de la realidad y por ende, los límites que cualquier poder tiene frente a la capacidad para modificarla a la medida de los deseos y las ilusiones. Un sujeto refractario al autoritarismo es el que puede reconocer que los límites del poder se encuentran justo ahí donde no puede cumplirle esos deseos por más que lo prometa, y que puede soportar que algunas de sus expectativas demuestren ser ilusiones. En la medida en que puede soportarlo, el sujeto está más lejos que cerca de la fragilidad, puede actuar, elegir, y por lo tanto responsabilizarse del encadenamiento de sucesos que se desprenden de sus actos y elecciones y reconocerlos, no como una fatalidad, sino como una consecuencia que se paga al ceder la potestad natural que tiene sobre su propia vida.

La distinción entre ambas condiciones subjetivas es determinante si se quiere tener una perspectiva más precisa sobre las circunstancias que desde la subjetividad, participan para configurar los estados críticos masivos como los que hoy se experimentan. Mucho es lo que alrededor del mundo se ha producido para juzgar o tratar de explicar las razones y las obras de los Estados, gobiernos y poderes a los que se debe el colapso global por el que se atraviesa, pero lo que se observa y se ha logrado instituir como opinión generalizada es que se incurrió en irresponsabilidad, lo cual lleva al inevitable, preciso, cómodo y sospechoso señalamiento de las culpas.

Igualmente sospechoso resulta el hecho de que los sujetos que conforman la masa de la sociedad global hayan aceptado, sin más, que la culpa es de otros. Tanto el señalamiento como la aceptación crean sospecha porque hay culpas pero no responsabilidades y en tanto la responsabilidad quede marginada de la rendición de cuentas, se reduce la aptitud del sujeto para hacerse cargo de la parte que le corresponde, tanto en la crisis, como en sus posibles salidas, porque se debilita su capacidad para reaccionar más allá de la impotencia o la angustia.

Si predomina la angustia, es probable que la humanidad estalle contra sí misma en un acto catabólico, salvaje, guiado por la agonía de sus esperanzas y de la propia organización social que creó, cultivó y perfeccionó para resguardar el contrato que debería mantenerla. La angustia es un temor opresivo e inductivo capaz de menguar los lazos libidinales que mantienen a los sujetos cohesionados bajo las masas estables o instituciones de la sociedad, que se originan gracias al pacto común y en pro de su mantenimiento.18

Al predominar la impotencia, crece desmesuradamente el control y dominio del Estado cuyo cuerpo son las instituciones de la sociedad. El crecimiento del poder estatal se produce en proporción directa a la intensidad y rapidez con la que el sujeto se debilita, dado que las fuerzas psíquicas que posee y que sostienen sus atributos están atrapadas por el temor y la zozobra. Por este camino, se gana el mantenimiento de las instituciones y el aseguramiento de la cohesión social, pero con autoritarismo, con la imposición del terror y la alabanza de ideales destructivos, con la protección del poder, al margen del escrutinio de la ley. Quienes quedan bajo el "amparo" de estos poderes plenipotenciarios que no se arrogan el derecho a decidir, por cuanto se les ha cedido pasivamente, están indefensos frente a sus excesos, es decir, no están amparados sino yugulados. Sin embargo, ésta es la "elección" general de los sujetos y a ella se debe gran parte de lo que actualmente ocurre.

La elección del autoritarismo no está basada en la libertad de obrar ni en la existencia de opciones posibles, porque para el sujeto resulta más cómodo padecer las prohibiciones y restricciones que el contrato social impone a la libertad, que asumir la responsabilidad por la desigualdad en la que se desenvuelven sus condiciones. Mientras la autoridad supone el apoyo a un sistema de leyes que crea derechos y obligaciones por las que el sujeto debe responder, el autoritarismo lo exime de ese gravamen con sus actos providenciales en pleno control de cualquier circunstancia.

El acto autoritativo de las instituciones implica el principio de igualdad basado en el afán de justicia, en tanto el acto autoritario prescinde de ambas condicionantes porque supone un más allá de todo poder legitimado que sólo corresponde a quienes lo representan y que son los únicos autorizados para gozar de su usufructo. La autorización es otorgada por la masa de sujetos que, debilitados y dominados, han cedido a ese poder trascendental la potestad de velar por los derechos que, a consecuencia de su pasividad, les han sido arrebatados. Sin embargo, aun cuando el acto autoritativo se fundamente en el principio de igualdad, es en él donde reside el factor que decide acerca de las dos posiciones subjetivas aparentemente antagónicas, pues dominador y dominado son las dos caras de la misma moneda, la fuerza o debilidad de uno de los lados es el alimento del otro.

 

3. MISERIA DE MASAS

El estudio de las masas humanas que aportó el psicoanálisis freudiano resulta esencial en este caso, pues aportó a partir del mito del asesinato del padre de la horda primordial y el análisis del yo, el trasfondo subjetivo y los anclajes psíquicos que hasta 1920 faltaban a las propuestas científicas que se habían producido, porque "Freud desconfió de cualquier movimiento de masas —grupos, instituciones, multitudes— y de cualquier idealización..." y receló por lo que mostraban: "La exterminación de las masas por la fascinación del líder [...] da cuenta del estrecho margen que separa la idealización del sometimiento aniquilante".19 Por ello, y a modo de introducción a los anclajes, merece la pena detenerse en resaltar que los aportes de Freud a la comprensión de los fenómenos de masas son excepcionales y distintos a los razonamientos predominantes de Gustave Le Bon, Wilfred Trotter y William McDougall, en cuya visión se dejaban sentir claramente los ecos del darwinismo social y el racismo científico, teorías que sirvieron para justificar, tanto las acciones genocidas más aberrantes del imperialismo europeo del siglo XIX, como la defensa a ultranza del poder económico y político de la casta burguesa.

La clase hegemónica comenzó a estudiar a las muchedumbres encolerizadas porque les temían con sobrada razón, tal como se demostró en el París de la Bastilla, en 1789, donde se inauguró un siglo de rebeliones dentro del que prosperaría esta perspectiva sectaria y xenofóbica de las masas populares, cuyo ímpetu destructivo ponía en peligro al poder hegemónico que las hizo estallar. Por lo tanto, fue en la clase dominante donde surgió la necesidad de encontrar los motivos sociológicos y "psicológicos" que esforzaban el actuar violento, propagatorio y caótico de las masas, ya que ubicando esas motivaciones podía encontrarse la forma de mantenerlas bajo control.

Las tres fuentes principales utilizadas como referencia por Freud para construir las tesis de Psicología de las masas y análisis del yo,20 rebosan de planteamientos que ilustran los excesos ideológicos del poder y de la superioridad racial: "Nuestros actos conscientes derivan de un sustrato inconsciente [...] Este sustrato incluye las innumerables huellas ancestrales que constituyen el alma de la raza" (cita de Freud al estudio de Le Bon, 1895:14).21

[...] por el mero hecho de pertenecer a una masa organizada, el ser humano desciende varios escalones en la escala de la civilización. [...] en la masa es un bárbaro [...] Posee la espontaneidad, la violencia, el salvajismo y también el entusiasmo y heroísmo de los seres primitivos [cita de Freud al estudio de Le Bon 1895:17] .22

A Freud le llama la atención el particular detenimiento con que Le Bon y McDougall desarrollan los argumentos de la inferioridad intelectual y opina que el juicio global de ambos es poco menos que hostil, pues para ellos, en la medida en que la masa se comporta como un salvaje o un niño malcriado, resulta muy fácil controlarla y amedrentarla: "[...] McDougall [...] Dice que las inteligencias inferiores hacen descender a su nivel a las superiores [...] en los casos peores, la conducta de la masa se asemeja más a la de una manada de animales salvajes."23

Se trataba entonces de encontrar convocatorias que aglutinaran a la masa en torno de las alabanzas al poder irrestricto y feroz para mantenerlas en servidumbre por miedo, y todo consistía en proponer las claves para formar a los superhombres que, si pretendían dominar a la masa, debían tener claras las bases de su comportamiento primitivo:

Quien quiera influirla no necesita presentarle argumentos lógicos; tiene [...] que exagerar y repetir siempre lo mismo. Puesto que la masa no abriga dudas sobre lo verdadero o lo falso [...] es tan intolerante como obediente ante la autoridad. Respeta la fuerza [...] Lo que pide de sus héroes es fortaleza y aun violencia. Quiere ser dominada y sometida, y temer a sus amos. Totalmente conservadora en el fondo, siente profunda aversión hacia las novedades y progresos, y una veneración sin límites por la tradición [Paráfrasis de Freud al estudio de Le Bon, 1895:37] .24

Este es el terreno de ideales destructivos en el que Freud se movía, del que dudó seriamente y dentro del que desplazaría su propuesta para apartarla definitivamente del saber dominante, sin temer la marginación a la que el psicoanálisis ya se había acostumbrado. Sólo al margen de estas ideologías podían surgir los anclajes de la masa desde la psicología del yo. El primero de ellos y el más importante, es precisamente el que se refiere a los ideales que unen y llegan a institucionalizar los lazos de los integrantes de la masa, dinamizados por la acción del líder. El segundo anclaje esencial es el que dentro de la psicología de masas distingue, entre aquella que corresponde a los sujetos que la forman, y la que es propia de su líder o conductor.

A partir de estos anclajes, Freud llevó adelante y con todo atino una reflexión que hacía necesario cuestionar el porvenir de las convocatorias ideales que crea y recrea el ser humano en sus sistemas ideológicos, sobre todo cuando implican un particular falseamiento del juicio real–objetivo muy cercano a la idea delirante, al que se le denomina ilusión. La proximidad entre ilusión y delirio reside en que tienen como fuente los deseos humanos, pero mientras que el delirio supone la total contradicción con la realidad, la ilusión no, y en esa medida lleva a creer que es del todo realizable aunque esto sea un completo error, porque la ilusión hace que se reconozcan y valoren sólo los testimonios de la realidad que están de acuerdo con ella, y no aquellos que la contradicen.

El estrecho entramado que forman los sistemas religiosos, filosóficos y políticos debido a que su etiología psíquica es la misma, tienen como fundamento la convocatoria de ideales acerca de la perfección humana que es posible alcanzar. En torno a estos ideales se erigen un cúmulo de requerimientos tras los que se esconde una fuerza avasalladora en la que reside y consiste el fenómeno de la creencia.25 La fuerza que permite al sujeto el convencimiento y consagración a estas creencias ilusorias es la fuerza de los deseos que prometen cumplir, aquellos deseos más antiguos, intensos y urgentes de la humanidad. En esto no importa si el sujeto profesa o no los dogmas de una religión, lo que está en juego aquí es la configuración psíquica que lo hace un creyente.26

Todos los sistemas ideológicos, por tanto, se concentran en prometer esperanza o refugio a la fragilidad del sujeto que siempre será una criatura indefensa frente a la vida, la naturaleza y los poderes del destino, aun cuando haya alcanzado la madurez. Lo asedia el dolor del cuerpo, el dolor de la pérdida o malquerencia de quienes ama y debieran amarlo, y la permanente amenaza de todos los peligros inherentes a la convivencia social humana, porque las leyes que la regulan no impiden que el prójimo se aproveche ventajosamente del prójimo.

El sujeto sabe, por experiencia, que esa es su condición en la existencia, y al contar con este saber adquirido al precio de su propio padecer, no es absurdo ni azaroso que sus deseos más urgentes, antiguos e intensos se dirijan a la búsqueda de soportes ante una aflicción que no puede resistir por sí mismo porque su condición de especie que lo arroja a este mundo totalmente desvalido, impele a que sea en el poder del otro en donde resida la protección y la providencia que se requieren para sobrevivir:

En la vida anímica del individuo, el otro cuenta, con total regularidad, como modelo, como objeto, como auxiliar y como enemigo, y por eso, desde el comienzo mismo, la psicología individual es también psicología social.27

La psicología individual no puede prescindir del vínculo con los otros porque es a partir de ellos como se aprende la pertenencia a la gran masa psicológica del linaje humano, cuyo fundamento es la restricción cada vez más vasta de la libertad individual, en la que

[...] uno se deniega muchas cosas para que también los otros deban renunciar a ellas o [...] no puedan exigirlas. Esta exigencia de igualdad es la raíz de la conciencia moral social y del sentimiento del deber. [...] Pero no olvidemos que la exigencia de igualdad de la masa sólo vale para los individuos que la forman y no para el conductor.

Los iguales quieren ser gobernados por uno que es siempre superior a ellos porque en él reside el poder y la fuerza para realizar el deseo de igualdad.28

Por lo tanto, cualquier sistema ideológico que tenga como fundamento el cumplimiento de estos deseos y que exalte las perfecciones y virtudes del poder más grandioso, suscitará creencia en el sujeto, como lo demuestra cualquier delirio de masas presente en todas y cada una de las épocas de la historia humana. Pero no olvidemos que la historia misma muestra que la psicología de masas, aun antes de que se teorizara, siempre se ha desenvuelto en la experiencia del genocidio y el holocausto, es decir, en el acto de abnegación sacrificial más valorado en el creyente, y motivado por la entrega incondicional de la voluntad a los ideales de perfección y virtud propagados por un alma de masas que promueve la discriminación, intolerancia y eliminación violenta del otro como un mandato, como un acto de obediencia a los dogmas exaltados en el líder y por el líder.29 En consecuencia, será tarea esencial del líder invocar, una y otra vez, con exageración, todos los peligros a los que está expuesta la vida del sujeto por su condición de especie, para mantener cohesionada a la masa.

El afecto que se invoca en intensidad variable es el temor, y el efecto que se produce en el sujeto es el de la seguridad: sólo en la masa puede encontrarse la fuerza y la protección que aisladamente no se conseguirían. Pero a la par que el temor se fomenta y crece, crecerá la fuerza de los ideales mesiánicos y el convencimiento que el sujeto adquiere acerca de ellos.

A este mecanismo se debe que los líderes de masas construyan un enemigo que será culpable de todas las miserias que se padecen y se padecerán si no se lo combate o incluso se le extermina. De este modo, el espejismo dinámico que se alza entre masa y líder adquiere más complejidad, porque las promesas de salvación del primero ya no tienen como objetivo resolver los padecimientos de la segunda —aunque este sea su fundamento especular o aparente— sino destruir al enemigo.

Lo anterior es del todo posible debido a la psicología que separa al líder de la masa y lo hace superior a ella. La psicología del líder está sostenida por la fuerza e independencia de sus actos intelectuales respecto del vínculo con los otros. El líder no necesita de los otros, de la masa, porque su voluntad es autónoma, le pertenece sólo a él y no requiere ser validada por nadie, puesto que no ama. Sin embargo, la autonomía de la voluntad de poder del líder se sostiene porque los integrantes de la masa creen en la ilusión de que él los ama a todos por igual. La potencia desmedida y la eficacia que esta imagen de igualdad y amor adquiere para la formación y mantenimiento cohesivo de las masas, se debe a que la anima el aliento de la democracia, aspiración legítima de todo ser humano en la medida en que su condición de especie lo obliga a mantener una relación con el otro, marcada por la inequidad desde el momento en el que nace.

De esta ilusión igualitaria depende todo, y si se deja caer, la masa se desintegra, de modo que corresponde al líder mantenerla cohesionada, ya sea mediante la creencia en que el poder le pertenece sólo a ella, o bien, con la esperanza de que la democracia puede realizarse. La igualdad entre los integrantes de la masa es decisiva para la existencia del líder, quien debe invocar la similitud si es que quiere mantener el espejismo, la superioridad y la exterioridad de su lugar.30

El líder de la masa es entonces la imagen desvaída de aquel superhombre perdido que Nietzsche colocaba como posibilidad futura y Freud colocó en el origen de la humanidad (el padre de la horda primordial), es la naturaleza señorial del narcisismo, el absolutismo y la soberanía, una personalidad poderosísima y avasallante que no puede sino despertar la más profunda veneración. Por este espejismo es que la masa se inclina ante los rostros y caminos infinitos del poder irrestricto; y de ahí que su ansia extrema de protección sea su virtud y perdición, pues lo que está en juego en la miseria masiva es la imposibilidad de atinar al develamiento del pasaje del ideal, que exalta al ideal que somete, es decir, el

Pasaje de la faz idealizada y protectora del padre a la diabólica y maligna. Si no pueden obtenerse las perfecciones del excelso padre al menos es posible someterse a él [...] Dos movimientos que deben diferenciarse [...], en la psicología de las masas; en el primer momento se ensalzan las supuestas perfecciones del líder de quien todo se espera [...] en el segundo tiempo, se eleva al líder a la posición de Amo absoluto para quedar a su total merced en prácticas sacrificiales que exaltan más la aniquilación del amor.31

En suma, se trata del autosacrificio del amor propio cedido a favor de ese ser cuyas virtudes y perfecciones crecerán en proporción directa a la abnegación, llegando, incluso, a devorarlo todo y a enceguecer la capacidad de juzgar si el sacrificio que pide es posible.

El juicio crítico resulta, así, falseado por la idealización, y el sujeto se vuelve, o una bestia que se resigna obediente y respetuosa, y que carga a cuestas lo más pesado para demostrar la fuerza de su resignación, o un extraviado en el mar de ilusiones que su padecer e impotencia crean para desviar la mirada de su sufrimiento.32 Triste escenario, tremenda miseria y patético malestar que prevalecerá en tanto la responsabilidad sea un asunto del otro poderoso, y el sujeto no encuentre el sustento psíquico que le hace falta para conquistar tanto una negativa como un juicio crítico ante los ideales que le piden seguir cautivo.

 

4. EL LAZO PERVERSO

En las líneas previas se resumen las opciones trágicas que quedan al sujeto, de no conquistarse cierta autonomía de los ideales, basada en el acto responsable, por eso era necesario detenerse en la diferencia que crea la relación especular entre los integrantes de la masa y su líder, para captar mejor a qué se refería Freud cuando expuso de la siguiente forma el peligro inminente que representa la "miseria psicológica de la masa":

Ese peligro amenaza sobre todo donde la ligazón social se establece principalmente por identificación recíproca entre los participantes, a la par que individualidades conductoras, no alcanzan la significación que les correspondería en la formación de masa.33

Con esta frase se expresa, sin rodeos, que al declinar la consistencia en la significación de las potentes imágenes ideales que dan sustento al líder–superhombre (autoridad, providencia, fuerza y justicia, tomadas por el sujeto de la relación jurídica fundamental en la familia patriarcal), también declina la consistencia y estabilidad de los vínculos con el semejante, aquellos que Freud hace propios de las masas estables o artificiales que cohesionan a los individuos en torno del contrato social. El riesgo se coloca entonces en la pérdida de las condiciones que hacen posible la perdurabilidad de tales relaciones y el mantenimiento del pacto.

Si en algo las masas son conservadoras y profundamente tradicionales, es precisamente en el miramiento por el pacto social. Quieren garantías sobre la integridad del orden establecido, piden que se mantenga el contrato social, y con ello expresan el deseo de que se les proteja de sí mismas, sobre todo cuando se está frente a una sociedad cuyas instituciones están fracturadas y en crisis. Pero ¿qué ocurre cuando los líderes no alcanzan a dar la talla que demanda este miramiento? Que no hay justicia alguna pero sí venganzas, o más bien, que la justicia no pretende resarcir los quebrantos ni en las instituciones sociales ni en los sujetos que les dan cuerpo, porque los líderes persiguen su propio fin egoísta: la voluntad de poder. Por este camino se labra el terreno para las venganzas, para la destrucción del enemigo, y esto ocurre en una sociedad que ha dejado de ser un lugar de orden, para transitar a ser un ámbito irresponsable en el que los líderes de masa y las instituciones son funciones sin objeto y sin proyecto, están ahí pero ni la sociedad ni el sujeto son causa de sus fines.

En este contexto de desarticulación y mengua del poder de los ideales que forman el basamento de la estructura subjetiva, y de los que depende la posibilidad de encontrar amparo ante la difícil tarea psíquica que supone el vínculo social y el pacto común, es del todo coherente que se presente un paulatino desfallecimiento en los lazos sociales que debieran prestar apoyo al sujeto. Esto significa que las instituciones de la sociedad serán menos capaces de contener la agresión y la violencia inherente a las condiciones de un pacto común, cuya fuerza y cuya debilidad descansan precisamente en la renuncia a la satisfacción egoísta por encima del semejante, lo cual supone que la persistencia del espíritu comunitario, ganada por esos ideales de igualdad, democracia, protección y justicia autoritativa que parten del deseo más profundo del sujeto, dejarán de servir a la contención y a la regulación de los vínculos sobre los que posa y se construye la cultura.

El desgarro que sufre el tejido social que soporta a la cultura, se refleja en la degradación de la imagen del líder, quien entonces deja de cumplir el papel de autoridad que apoya un sistema de leyes por las que todos deben responder, para convertirse en un simple "gendarme", en alguien que está ahí sólo para tratar de llevar al orden las disputas creadas por las contradicciones sociales que crecen auspiciadas por el contrato perverso.

El triunfo de esta imagen degradada de la ley, la autoridad y la responsabilidad, es sucedáneo al quebranto institucional y normativo, cuyo rasgo principal es la victoria del delito sobre el sistema, el cual debería cumplir con la tarea de proteger al sujeto y a la sociedad de sus propios excesos. Esto supone que la sociedad acepta la victoria del delito, y que se establecerá un lazo perverso con la ley: ahora se trata de que el crimen evada el castigo, utilizando las formas de la ley, y quienes mejor representan a un sistema en el que triunfa el pacto perverso son aquellos que dentro de las instituciones y con la investidura del poder del Estado organizan las trampas de la ley para burlarla con pericia y elegancia. Aquí debe tomarse en cuenta que la estructura de las instituciones responde, también, a los desvaríos del autoritarismo, pues éstas están organizadas para que la concentración del poder sea plenamente identificada y ejercida, frente a una enorme dilución de las responsabilidades.

En una sociedad cuyo lazo con la ley está minado y, consecuentemente, cuyos sujetos pactan con la perversión, surge la atracción irresistible por los líderes audaces que burlan la norma, y que si bien protestan por la injusticia social, no tienen reparo alguno a la hora de absolver(se) a los grandes poderes creadores de esa injusticia. Para muestra, bastan sólo dos frases paradójicas del discurso con el que el cuadragésimo cuarto presidente de los Estados Unidos, a la vez que invoca la necesaria responsabilidad que él y su pueblo deben asumir frente al holocausto mundial que en gran parte han causado, dice "no pediremos perdón por nuestra forma de vida ni dudaremos en su defensa...".34

La esperanza del sujeto, en este contexto de desenfreno, no puede seguir reduciéndose a una crítica conformista que acepta sin más que la ley, el poder y el Estado son así, que son leyes del destino que su nimiedad no puede combatir. Conquistar la negativa ante estos designios implica reconocer que las creaciones humanas que deberían significar un resguardo no bastan, porque padecen las mismas fracturas de lo humano, que la ley es demasiado humana para ser perfecta, y demasiado buena como para ser verdad, en suma, que

[...] no parece cierto que exista un poder que procure [...] el bienestar del individuo y lleve a feliz término todo cuanto le afecta [...] sino que hartas veces el violento, taimado, despiadado, rebaña para sí los ambicionados bienes de este mundo y el hombre piadoso se queda sin nada.35

Lo que se busca no es al hombre piadoso que actúa dejándose llevar por el miedo a la diferencia y al rechazo, sino al que sabe que ejercer la crítica que revela la imperfección de la sociedad es un legítimo derecho que no lo enemista con ella. Éste es el sujeto responsable que sabe que su tarea no es instituir valores nuevos sino interpelar las ideologías hallando el índice de ficción y arbitrariedad en los imperativos del bien y el deber, para ganar a su favor la independencia de juicio que la aceptación de lo instituido no mediada por la razón, le hace perder cada vez con más frecuencia.

Hoy, más que nunca, el deber del sujeto es trascender la pasividad que lo ha orillado a ceder, y admitir sin resistirse, o a criticar conformándose con la endeble justificación de que el destino es así. Cuando se trata sobre todo de esta segunda posición subjetiva en la que se reconoce que el malestar se debe al descarrilamiento del poder, la avaricia y la ilegalidad, pero que al mismo tiempo impide reconocer que se usufructúa del desorden porque el descarrilamiento resulta de la complicidad, ninguna sociedad debe esperar que los sujetos que la conforman reconozcan dónde están los límites de la libertad individual que dan derecho a exigir la misma renuncia del otro, y mucho menos, que asuman las consecuencias de la transgresión a los límites, como algo por lo que deberán responder en lo particular y en lo colectivo.

La patogenia social de la identificación con el ideal del pacto perverso —o más bien con una de laspère–versiones del padre— lleva a los sujetos a ambicionar, ya no el dinero ni el poder, sino el ser como aquellos que hacen triunfar al crimen y siempre quedan al margen del escrutinio de la ley. Si la ley del padre no lo legisla todo, debemos tener en cuenta que "un padre puro poder es distinto a un padre caricatura–de–poder; el primero es temible y se le ofrenda el sometimiento; el segundo, en cambio, finge fingir y es posible rebajarlo a su calidad deseante para hacer del poder ficción y creación".36 Esta es, indudablemente, una salida decorosa por el lado del deseo, una salida que le hace más honor al sujeto del siglo XXI que es, finalmente, sujeto del inconsciente.

 

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PÁGINAS Y DOCUMENTOS ELECTRÓNICOS

Population Reference Bureau, en http://www.prb.org(febrero de 2009).

White House Blog, en http://www.whitehouse.gov/blog/inaugural–address/ (febrero de 2009).

 

NOTAS

1 José Ordóñez García, "¡Señor!, ¡Sí, señor! (¿Es posible desobedecer?)", Psicoanálisis de la violencia. El sujeto entre eros y tánatos, Sevilla, Grupo de Estudios Psicoanalíticos Dialecto de Sevilla, 2008, p. 54.

2 Jacques Lacan, Seminario 1. Los escritos técnicos de Freud (1953–1954), Buenos Aires, Paidós, 1996, pp. 12–13.

3 Sigmund Freud, El malestar en la cultura (1929), Obras completas (oc), vol. XXI, Buenos Aires, Amorrortu, 1998, pp. 57–140.

4 Ibidem, pp. 118–120.

5 Marta Gerez Ambertín, Las voces del superyó en la clínica psicoanalítica y en el malestar en la cultura, Buenos Aires, Letra Viva, 2007, p. 20.

6 S. Freud, El malestar..., op. cit., pp. 59–60. Donde se aclara que, aun así, la fecha de publicación es 1930.

7 Ibidem, pp. 138–139.

8 M. Gerez A., op. cit., p. 20.

9 Arthur Haupt, Thomas T. Kane, Guía rápida de población (4º ed.), Washington, D.C., Population Reference Bureau, 2003; y 2008 World Population Data Sheet, Washington, D.C., Population Reference Bureau, 2008. En: http://www.prb.org.

En 1800, el mundo era habitado por 1 000 millones de personas. Para alcanzar ese número debieron transcurrir prácticamente los diez primeros siglos de la era cristiana. Sin embargo, en tan sólo 130 años (1800–1930), esa cantidad se duplicó y la población alcanzó los 2 000 millones de personas para seguir creciendo a ritmos desmesurados a partir de entonces, pues bastarían únicamente 70 años más para que la cifra de 1930 creciera 300% ya que en 2000, el mundo contaba con poco más de 6 000 millones de habitantes. Resulta alarmante que el ritmo de crecimiento actual de la población implica que en sólo diez años nacerán otros 750 millones de personas, mientras que la esperanza media de vida continúa en aumento.

10 S. Freud, El malestar..., op. cit., p. 112.

11 Sigmund Freud, De guerra y muerte. Temas de actualidad (1915) (oc, vol. XIV), Buenos Aires, Amorrortu, 1996, p. 297.

12 M. Gerez A., op. cit., pp. 74–75.

13 S. Freud, El malestar., op. cit., p. 140.

14 Ibidem, p. 65.

15 Ibidem, p. 84; y El porvenir de una ilusión (1927) (oc, vol. XXI), Buenos Aires, Amorrortu, 1998, p. 18.

16 S. Freud, De guerra y muerte..., op. cit., pp. 291–292.

17 S. Freud, El malestar..., op. cit., p. 83.

18 Sigmund Freud, Psicología de las masas y análisis del yo (1921), (oc, vol. XVIII), Buenos Aires, Amorrortu, 1998, pp. 79 y 92.

19 M. Gerez A., op. cit., p. 101.

20 Psychologie des foules (Le Bon, 1895), Instincts of the Herd in Peace and War (Trotter, 1916) y The Group Mind (McDougall, 1920).

21 S. Freud, Psicología de las masas..., op. cit., p. 72.

22 Ibidem, p. 73.

23 Ibidem, pp. 81–82.

24 Ibidem, p. 75.

25 S. Freud, El malestar..., op. cit., pp. 92–93.

26 S. Freud, El porvenir..., op. cit., p. 30.

27 S. Freud, Psicología de las masas..., op. cit., p. 67.

28 Ibidem, p. 115.

29 Ibidem, p. 111.

30 Ibidem, p. 89.

31 M. Gerez A., op. cit., p. 60.

32 Friedrich Nietzsche, Así hablaba Zaratustra (1885), México, Leyenda, 2008, pp. 9–13.

33 S. Freud, El malestar..., op. cit., p. 112.

34 "What is required of us now is a new era of responsibility —a recognition on the part of every American that we have duties to ourselves, our nation and the world [...] We will not apologize for our way of life, nor will we waver in its defense". http://www.whitehouse.gov/blog/inaugural–address/

35 Sigmund Freud, "En torno de una cosmovisión" (1932), en 35º Nueva conferencia de introducción al psicoanálisis (oc, vol. XXII), Buenos Aires, Amorrortu, 1998, p. 154.

36 M. Gerez A., op. cit., p. 139.

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