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Terra Latinoamericana

versión On-line ISSN 2395-8030versión impresa ISSN 0187-5779

Terra Latinoam vol.28 no.4 Chapingo oct./dic. 2010

 

División III
Ensayo

 

Avances en investigación y perspectivas del aprovechamiento de los abonos verdes en la agricultura

 

Research advances and prospects on the use of green manures in agriculture

 

José Luis García-Hernández1*, Bernardo Murillo-Amador2, Alejandra Nieto-Garibay2, Manuel Fortis-Hernández3, Cándido Márquez-Hernández1, Edmundo Castellanos-Pérez1, José de Jesús Quiñones-Vera1 y Narciso Ysaac Avila-Serrano4

 

1 Universidad Juárez del Estado de Durango. Facultad de Agronomía y Zootecnia. 35110 Venecia, Gómez Palacio, Durango, México. *Autor responsable: (luis_garher@hotmail.com).

2 Centro de Investigaciones Biológicas del Noroeste, S. C. Mar Bermejo No. 195, Col. Playa Palo de Santa Rita. Apartado Postal 128. 23090 La Paz, Baja California Sur, México.

3 Instituto Tecnológico de Torreón. km 7.5 carretera Torreón-San Pedro. Apartado Postal 42. 27070 Torreón, Coahuila, México.

4 Universidad del Mar. Ciudad Universitaria 71980 Puerto Escondido, San Pedro Mixtepec, Juquila, Oaxaca, México.

 

Recibido: marzo de 2010.
Aceptado: noviembre de 2010.

 

RESUMEN

La producción agrícola en los sistemas convencionales utiliza primordialmente fertilizantes químicos para proporcionar a las plantas los nutrimentos necesarios. Sin embargo, tal práctica tiene efectos colaterales negativos de contaminación y degradación del suelo, los cuales se hacen más graves con la excesiva mecanización de la agricultura. Derivado de ello, en la actualidad es necesario encontrar alternativas más sustentables para fertilizar los cultivos; y una de las alternativas con mayor potencial son los abonos verdes. Los abonos verdes son residuos y partes vegetales de un cultivo que pueden incorporarse al suelo o bien puede permanecer como cultivo intercalado. Los cultivos más utilizados como abono verde son las leguminosas por su capacidad para fijar altas cantidades de nitrógeno atmosférico. Sin embargo, no todas las leguminosas presentan las mismas características. Este trabajo realiza una revisión y análisis de la literatura más reciente con relación al uso potencial de los abonos verdes en la agricultura, considerando no solo la capacidad de estos materiales para proporcionar materia orgánica y nutrimentos al suelo, sino también la capacidad para controlar plagas, enfermedades y maleza; especialmente en la agricultura de zonas áridas. Los géneros más destacados y con mayor potencial, especialmente para ser utilizados en la agricultura de zonas áridas y semiáridas son Vigna, Lablab, Lupinus y Melilotus.

Palabras clave: abono orgánico, fertilización, suelo, nutrición vegetal, control de plagas.

 

SUMMARY

Agricultural production in conventional systems utilizes primarily chemical fertilizers to provide the plants the necessary nutrients. However, this practice has negative collateral effects that contaminate and degrade soil, becoming more serious with the excessive mechanical tillage. For these reasons, it is further necessary to find more sustainable alternatives for fertilizing crops, and one of these alternatives is the use of green manures. Green manures are plant parts or residues that can be cropped and mixed into the soil or can be kept as intercrop. The most common crops used as green manure are legumes because of their capability to fix high levels of atmospheric nitrogen (N). Nevertheless, within the legume group, not all have the same characteristics. This paper reviews and analyzes the most recent literature on the potential use of green manures in agriculture, regarding not only the ability of these materials to provide organic matter and nutriments to soil, but also to control pests, plant diseases and weeds. Emphasis is given to the potential of their use in arid land agriculture. The most outstanding genera with the greatest potential, especially for use in arid and semiarid lands, are Vigna, Lablab, Lupinus, and Melilotus.

Keywords: manure, fertilization, soil, plant nutrition, pest control.

 

INTRODUCCIÓN

La agricultura y en general el modelo productivo y de distribución de alimentos y fibras en forma convencional están actualmente fundamentados en grandes extensiones de monocultivos, así como en el alto uso de recursos financieros, plaguicidas, fertilizantes sintéticos entro otros recursos contaminantes y no renovables (dos Santos etal., 2010). Desde el punto de vista económico, este modelo proporciona una posible reducción en los costos de producción y a su vez permite la producción de los alimentos que son necesarios en el presente (Smil, 2000). Sin embargo, bajo dicho esquema convencional existen una serie de efectos colaterales que usualmente no se toman en cuenta, tales como los costos ambientales de contaminación del agua por plaguicidas y algunos otros tipos de contaminación al suelo y el aire, o los costos sociales asociados con la marginación hacia el sector rural debido a los cada vez mayores requerimientos de capital (Wheeler, 2007; Sandhu et al. , 2010). Entre los efectos colaterales más serios se encuentra la degradación del suelo, lo cual es un grave problema en las zonas áridas que afecta actualmente 5.5 millones de hectáreas (Beltrán-Morales et al. , 2009). Además, derivado de las prácticas convencionales; que incluyen un excesivo uso de maquinaria agrícola se pierden enormes cantidades de suelo por año (Singh et al., 2005). La urbanización también está produciendo una disminución de las áreas agrícolas bajo riego (Abrol et al. , 2005). Este tipo de efectos colaterales, que hasta hace muy poco tiempo no significaban una preocupación para los productores o la sociedad en general, tienen bajo amenaza muy grave la sustentabilidad de la producción de alimentos y señalan con énfasis la necesidad de encontrar nuevos paradigmas agrícolas (Gill y Brar, 2005). Uno de los aspectos más serios de la degradación del suelo es la pérdida de materia orgánica (MO) en los mismos. El excesivo uso de la maquinaria agrícola en la agricultura convencional cambia la estructura física, química y biológica del suelo (Pankhurst et al., 2003) provocando la degradación y pérdida de millones de toneladas anuales de MO y suelo fértil (Chan, 2001). La MO, bajo cualquier punto de vista que se observe, resulta fundamental en la búsqueda de la sustentabilidad en la agricultura (Johnston et al., 2009) y su disminución en el suelo ocasiona pérdidas de la capacidad de amortiguamiento, empobrece la capacidad de intercambio catiónico, facilita la erosión y no permite el desarrollo de la micro y macro-fauna benéficas del suelo (Aslantas et al., 2007). Aunado a la degradación, otro serio problema es la contaminación por el excesivo uso de fertilizantes químicos, los cuales, si bien por un lado proporcionan los nutrientes que la planta necesita, también constituyen un problema de contaminación potencial de lagos, ríos y agua subterránea por lixiviación de nitrógeno combinado con lluvia en exceso (Dong et al., 2005), así como por los cambios que generan en las características químicas del suelo, como el pH y la capacidad de intercambio catiónico (Rivera-Cruz et al., 2010). De igual forma afectan el balance de nutrientes y causan una mayor solubilidad de iones, que son absorvidos por la planta en una mayor proporción de la que es realmente necesaria (Beltrán-Morales et al., 2009), lo cual comúnmente es inconveniente para la salud de los consumidores. El uso excesivo de fertilizantes de baja calidad incrementa la concentración de metales pesados en los suelos agrícolas donde se aplican (Fässler et al., 2010).

Con fundamento en lo anterior, otros modelos de producción y distribución de alimentos más sustentables están recibiendo mayor atención. De hecho, cada vez más personas y gobiernos en el mundo están requiriendo de alimentos, fibras y otros productos bienes que son producidos mediante prácticas sustentables y ambientalmente benéficas o amigables (Lynch, 2009), especialmente en los países desarrollados (Zhang et al., 2008). En este sentido, uno de los modelos de producción agrícola que se considera más sustentable es la agricultura orgánica (Demiryürek et al., 2008), la cual promueve, entre muchas otras cosas, la fertilización basada en la eliminación de los fertilizantes sintéticos a favor del uso recurrente de abonos orgánicos, principalmente compost y abonos verdes (NOP, 2002; OCIA, 2005; Gélinas et al., 2009). En este sentido es importante aclarar que en ocasiones en la agricultura orgánica se aceptan algunas formulaciones de fertilizantes cuando han pasado por diversos esquemas de certificación de organismos reguladores como el OMRI (siglas en inglés del Instituto Revisor de Materiales Orgánicos). De las diferentes enmiendas de tipo orgánico, los abonos verdes han adquirido cada vez mayor importancia como fuente de nutrientes para el suelo y las plantas en la agricultura orgánica, y en aquellos sistemas agrícolas que pretenden ser más sustentables (Cherr et al., 2007). Este insumo natural ha sido reconocido por contribuir a la recuperación de la fertilidad (Buciené et al., 2003) y las características físicas del suelo (Agostini et al., 2003), así como por su capacidad de controlar plagas (Aloyokhin y Atildan, 2005), maleza (Blackshaw et al., 2001) y nematodos (Guereña, 2006), pero especialmente ha sido reconocido por su capacidad para incrementar la concentración de MO del suelo, lo cual modifica favorablemente la capacidad de intercambio catiónico y la disponibilidad de macro y micronutrimentos (Beltrán-Morales et al., 2009) . En relación a lo anterior, se puede aseverar que no existen revisiones recientes respecto a los avances de investigación de los abonos verdes. Las cualidades y ventajas que representa su uso no han sido plenamente difundidas. En parte, esa falta de difusión y falta de conocimiento ocasionan que la adopción de los abonos verdes sea todavía escasa, especialmente en las zonas áridas. En el presente trabajo se realiza una revisión de literatura reciente relacionada con el aprovechamiento integral de los abonos verdes en la agricultura, así como su potencial de ser adaptado en diversos sistemas agrícolas, especialmente aquellos ubicados en las zonas áridas, se incluye una reflexión respecto a las necesidades de investigación más importantes al respecto.

Los abonos verdes

Los AV son plantas, o partes de plantas, o residuos vegetales de una cosecha anterior, o residuos vegetales que han sido producidos expresamente para este fin, las cuales generalmente son incorporadas al suelo, pero que también pueden ser utilizadas como cultivos de cobertura, cuya finalidad es enriquecer el contenido de nutrimentos en el suelo y mejorar su estructura. Estos cultivos pueden ser producidos como parte de un programa de rotación o en sistemas de asociación de cultivos, o bien como un cultivo de protección en contra de la erosión. La incorporación de AV viene constituyéndose en una tecnología apropiada para la conservación y el mejoramiento de la fertilidad de los suelos (Sing et al., 2010) . Este tipo de enmiendas son especialmente necesarias en las zonas áridas, donde en forma natural los suelos son pobres en MO y en el contenido de nutrimentos sumamente importantes como el nitrógeno (N). En este sentido, existen regiones áridas importantes desde el punto de vista de la producción agrícola, como lo es la Comarca Lagunera, ubicada en el norte de México. Esta región tiene cerca de 100 000 hectáreas de producción agrícola y pecuaria, con suelos pobres en MO y una producción de mil toneladas diarias de estiércol derivadas de la producción de leche (Vázquez-Vázquez et al. , 2010). Dicho residuo orgánico ha sido ampliamente utilizado en dicha región como fuente de MO para el suelo, pero ello se ha hecho en muchas ocasiones en forma irracional y se han derivado problemas de contaminación. El problema de una fuente de MO como el estiércol es que la concentración de nutrimentos importantes como el N es muy baja (aproximadamente 1.5%), mientras que el contenido de otros minerales que pueden salinizar el suelo (Mg, Ca, K, Na) es muy alta. A diferencia del estiércol, los abonos verdes presentan mayores concentraciones de N (4.5% en el caso de frijol dolichos; Beltrán-Morales et al., 2009) y menores de minerales que pueden alcalinizar o salinizar el suelo. Regularmente, en las fincas orgánicas, los AV son usados para complementar el abonado de otras fuentes, como son estiércoles o compostas. La producción de un AV no es simplemente la producción de una leguminosa en una rotación de cultivos. Estos son usualmente incorporados en el suelo mediante alguna práctica mecánica como lo es el rastreo (Beltrán-Morales et al., 2006). La incorporación se realiza cuando las plantas están en pleno desarrollo, antes de la madurez, cuando el tejido vegetal tiene su mayor concentración de nutrimentos o cuando la planta alcanza aproximadamente el 30% de floración. Esta práctica está siendo complementada con otras, como la utilización de la labranza de conservación, el uso de biofertilizantes y otras enmiendas orgánicas (Salazar et al., 2004; Rivera-Cruz et al., 2010).

Uso potencial de los abonos verdes

Aporte de materia orgánica y nutrimentos en el suelo. La transición de productor convencional a orgánico va acompañada una suerte de cambios de propiedades químicas del suelo, así como de procesos que afectan la fertilidad del mismo (Herencia et al., 2008). Esos cambios afectan la disponibilidad de nutrimentos para los cultivos, en primera instancia en forma directa, lo que contribuye al incremento - o bien disminución - del contenido de nutrimentos del suelo, o indirectamente, influye en cambios químicos y físicos en el suelo (Wienhold, 2005). El incremento en MO durante el periodo de transición en el que se realizan aportaciones de abonos verdes ocurre lentamente, generalmente durante años (Johnston et al., 2009), y pueden tener un efecto significativo en la productividad a largo plazo (Brechelt, 2004). La cantidad de MO acumulada en el suelo y el contenido de nutrimentos depende principalmente de la tasa de descomposición, el tipo de material utilizado y el manejo agronómico (Beltrán-Morales et al., 2006).

La MO del suelo es una importante fuente de nutrimentos para el desarrollo vegetal que necesitan ser mantenidos para asegurar la sostenibilidad agrícola (Whitehead et al., 2003). Estudios que se han realizado comparando prácticas convencionales de fertilización con aplicaciones de abonos verdes en suelos similares han mostrado mayores concentraciones de MO desde el primer año de tratamientos, aunque la tasa de acumulación de MO es muy lenta (Herencia et al., 2008). Beltrán-Morales et al. (2005) realizaron aplicaciones de frijol dolichus (Lablab purpureus) como AV en suelos de zonas áridas de Baja California Sur y encontraron aumentos de 0.54 a 0.758% en el contenido de MO en el primer año de aplicación de AV. Asimismo encontraron que la producción de materia verde de una ha de frijol dolichus fue de 49.98 Mg y cada 1000 kg de materia seca (MS) aportaron de 15 a 40 kg de N; es decir, que con la incorporación de este AV puede aportarse al suelo hasta 240 kg de N mineral.

Múltiples beneficios han sido atribuidos al uso de abonos verdes, por ejemplo: control de la erosión, uso eficiente de recursos por plantas con diferentes ciclos fenológicos, desarrollo vegetativo, sistemas radiculares y requerimientos nutrimentales, pero lo que se considera la principal ventaja es el incremento de N disponible en el suelo para las plantas no-leguminosas (Singh, et al., 2010). El uso de AV de leguminosas tiene el potencial de economizar las necesidades de fertilizante nitrogenado. Pandey y Pendleton (1986) observaron que la soya intercalada con maíz pudo suministrar una cantidad de N similar a una aplicación de 28 kg ha-1 de fertilizante nitrogenado. El uso de Sesbania aculeata L. como AV mejoró la producción de caña en un 9.3% en el primer corte y 6% en una segunda brotación y corte (Yadav y Dey, 2000). En otro estudio, Yadav (2004) registró incrementos en el rendimiento de arroz utilizando Sesbania aculeata L. Para que un AV sea considerado como una fuente efectiva de N para cultivos hortícolas, debe aportar suficiente N de acuerdo a los requerimientos del cultivo, y la liberación de N disponible debe ser sincronizada con la fenología de dicho cultivo (Hernández-Mendoza et al. , 2007). La descomposición del abono y la subsecuente liberación de N dependen, en mayor medida, de la calidad y cantidad de los residuos, la humedad y la temperatura del suelo, la mineralización y el pH.

El frijol yorimón (Vigna unguiculata) ha recibido gran atención como AV en los años recientes. Beltrán-Morales et al. (2009) lo han estudiado en el clima árido en Baja California Sur y encontraron que este cultivar puede proporcionar mayor cantidad de macro y micronutrientes que otros géneros de leguminosas señaladas en la literatura como son Mucuna y Crotalaria (Ruiz-Vega y Loaeza-Ramírez, 2003). De igual forma, el frijol yorimón, como AV, fue comparado, con diversas dosis de N en Mentha arvensis. El frijol yorimón dio un resultado similar a la aplicación de 30 kg ha-1 de fertilizante nitrogenado con lo que se logró incrementar la producción de materia seca de menta en un 23.4% y la producción de aceite esencial en un 25.2% (Singh et al., 2010). Por su parte, el género Crotalaria ha sido recurrentemente utilizada y estudiada como AV. Nezomba et al. (2010) comparon este género en conjunto con otros de leguminosas como Indigofera y Tephrosia respecto a la producción de biomasa y la fijación de N, así como los efectos residuales en cultivo de maíz en regiones húmedas de Zimbabwe. La combinación de estos géneros de leguminosas produjeron 8.6 Mg ha-1 de MS en 6 meses, con lo que superaron la producción de Crotalaria juncea producida sola y de pastos que produjeron 41 y 74% menos de MS. Respecto al N fijado, los valores para la combinación de leguminosas fueron de 125 a 210 kg de N ha-1, dependiendo del nivel de fertilidad del suelo. Es decir, en el suelo con la menor fertilidad hubo menor fijación de N y ésta fue mayor en suelos con concentraciones altas de fósforo. Los rendimientos de maíz cultivado después de la producción de AV fueron también superiores en el suelo donde se utilizó la combinación de leguminosas en 30% en comparación con el rendimiento del maíz cultivado donde sólo se produjo Crotalaria juncea.

En general, las leguminosas son las especies con mayor potencial para ser utilizadas como AV. El cacahuate fue probado como AV en maíz y proporcionó el equivalente a 60-90 kg de N ha-1 (McDonagh et al., 1993). Sin embargo, este cultivo fue evaluado en un suelo con reservas significativas de P, al respecto, Nezomba et al. (2010) sugieren que en los suelos pobres en P tienen menor capacidad de fijar N. Al respecto, Hikwa et al. (1998) registraron rendimientos de biomasa menores a 0.3 Mg ha-1 en suelos arenosos deficientes de P en el norte de Zimbabwe. Por lo tanto, en los suelos donde se establecerá un cultivo para ser incorporado como AV deben realizarse análisis químicos que determinen el contenido de otros nutrimentos como el P. En relación con lo anterior, de igual forma se ha encontrado que se requiere un contenido mínimo de 10% de arcilla en el suelo (Nezomba et al., 2010). En un suelo con menos de 10% de arcilla los cultivos de Sesbania sesban y Acacia angustisimma fallaron como AV (Chikowo et al. , 2004). Con base en lo antes expuesto el comportamiento del frijol yorimón y el frijol dolichus en Baja California Sur (Beltrán-Morales et al., 2005; 2009), donde los suelos son arenosos y con 10% o menos de arcilla Melilotus officinalis se reporta con alta capacidad de fijar N, además de presentar tolerancia a la sequía (Turkington et al., 1978), lo que la convierte en una excelente opción para ser utilizada en la agricultura de zonas áridas.

Los niveles más altos de acumulación de materia seca (de 7 a 10 Mg ha-1) y N (de 150 a 250 kg N ha-1) de los AV se encuentran en los climas templados y tropicales y suelos con textura fina (Cline y Silvernal, 2002). Por lo que es necesario estudiar la forma de incrementar su potencial en las zonas áridas y semiáridas, así como en los suelos arenosos. Cherr et al. (2007) sugieren al respecto que en este tipo de suelos, y tratándose de cultivos altamente demandantes, es necesario complementar el uso de los AV con fertilizaciones químicas.

Thorup-Kristensen (2006) realizó un ensayo con cuatro cultivos (cebolla, lechuga, zanahoria y repollo) y 6 tipos de AV (Vicia villosa, V. sativa, Trifolium incarnatum, T. alexandrinum, Secale cereale y Lolium multiflorum) para determinar diferencias en el desarrollo de los cultivos con la fertilización exclusiva de AV en suelo franco. Los resultados de dicho ensayo mostraron que los abonos verdes acumularon entre 26 y 134 kg N ha-1. El AV que resultó con mayor contenido de N inorgánico en el suelo fue V. villosa, seguido de tres leguminosas (V. sativa, T. incarnatum, T. alexandrinum) y el menor contenido con Secale cereale y Lolium multiflorum que no son leguminosas. Otros géneros que han mostrado crecimiento efectivo y nodulación de raíces en suelos arenosos y de bajo nivel de fertilidad son Rothia y Tephrosia (Mapfumo et al., 2005). Otra especie leguminosa interesante para las zonas áridas e incluso los suelos arenosos es el lupino (Lupinus albus), la cual fue estudiada durante dos años por Carranca et al. (2009) encontrándose una fijación de hasta 100 kg N ha-1 por año mediante la inoculación de una mezcla de cepas de Bradyrizhobium. Al respecto, cabe señalar que la aportación de MO y muchas de las ventajas de los AV se presentan después de varios años, por lo que en la mayoría de las ocasiones se prefieren abonos químicos que proporcionan nutrimentos en una forma más inmediata para la planta.

Supresión de plagas

Los abonos verdes son básicamente conocidos por su capacidad para mejorar la fertilidad del suelo y por controlar ciertas enfermedades (Oka, 2010). En este sentido, la incorporación de residuos vegetales incrementa el número de nematodos de vida libre, pero los aumentos en ciertos géneros de nematodos pueden ser afectados por el tipo de residuo (McSorley y Frederick, 1999), ya que cada tipo de residuo puede afectar organismos antagonistas, tales como nematodos depredadores y hongos parasíticos. Por ejemplo, la incorporación de C. juncea incrementa el número de nematodos parasíticos de huevos de Rotylenchulus reniformis en forma más eficiente que otras especies vegetales como Brassica napus y Tagetes erecta (Wang et al., 2001).

Se han observado incrementos en el número de nematodos depredadores después de aplicar abonos orgánicos, probablemente como resultado de la proliferación de nematodos de vida libre como presas (Oka, 2010). Otro estudio mostró que la incorporación de C. juncea incrementó el número de nematodos depredadores, bacteriófagos y omnívoros; sin embargo, el incremento en la abundancia de nematodos omnívoros y depredadores no fue suficiente para controlar Meloidogynes incognita (Wang et al., 2003). La incorporación de abono verde también puede cambiar las poblaciones de bacterias en la rizósfera. Un estudio indicó que las rizobacterias -antagonistas a nematodos-provenientes de raíces de plantas como mucuna (Mucuna pruriens), higuerilla (Ricinus communis) y algunas gramíneas fueron básicamente de géneros gram-negativas, mientras que aquellas provenientes de raíces de soya (Glicine max) fueron básicamente de Bacillus spp. Las bacterias gram-negativas redujeron el daño a soya realizado por Heterodera glycines y M. incognita (Kloepper et al. , 1992). Linford et al. (1938) encontraron que la incorporación de residuos de piña redujo poblaciones de M. incognita, y sugirió que la piña ocasiona un incremento en el número de bacterias y hongos nematófagos. Al respecto, Oka (2010) señala que el comportamiento de hongos nematófagos y su eficiencia para controlar nematodos después de la incorporación de un AV dependen en mayor medida de las especies fúngicas que habitan el suelo, y en menor grado de la especie que es incorporada como abono. En el mismo sentido, Hirsch et al. (2009) señalan que si bien la abundancia de microorganismos en el suelo aumenta conforme se incrementa el contenido de residuos vegetales, la diversidad permanece por décadas, independientemente del contenido de dicha materia orgánica, de lo anterior se puede deducir que en muchas ocasiones la función del AV es solo como catalizador para el control de nematodos o de otras plagas mediante la actividad de los microorganismos ya presentes en el suelo.

Asimismo, se ha señalado que los AV son benéficos para interrumpir el ciclo de vida de insectos, fitopatógenos y maleza, por lo que su uso de igual forma disminuye la necesidad de utilizar plaguicidas (Suquilanda, 2003). Básicamente los abonos verdes vivos pueden suprimir el crecimiento de la maleza a través de la competencia vigorosa por recursos físicos, y los residuos de los abonos verdes pueden continuar suprimiendo el desarrollo de maleza a través de interacciones físicas, bióticas y alelopáticas (Delgado et al. , 2009). M. officinalis fue evaluada como AV en combinación con dos cultivos (Pisum sativum y Linum usitatissimum) y se observó que, tanto en pie como después de haber sido removida del suelo, logró reducir la densidad de maleza 75 al 97%. M. officinalis logró suprimir las poblaciones de especies de malas hierbas como Kochia scoparia, Sonchus arvensis y Salsola iberica. Esta especie reafirma su potencial para ser utilizada en la agricultura de zonas áridas ya que se ha comprobado como resistente a la sequía (Blackshaw et al., 2001).

Consideraciones económicas

La formación de suelo y el reciclaje de nutrientes son los servicios ecosistémicos (SE) más importantes que soportan la vida del planeta (Sandhu et al., 2010). El uso de AV forma parte de dicho servicio y por tanto su valor ecológico es altamente considerable (Reid et al. , 2005). Dado que este tipo de servicios no responden a un mercado comercial convencional es difícil cuantificar la relación costo/beneficio de este tipo de recursos. Sin embargo, en forma global, algunos de los beneficios que en parte se obtienen de estos productos, como lo son: a) la fijación de nutrimentos (especialmente N), b) el secuestro de carbono, c) la supresión de plagas y enfermedades y d) la formación de suelo, han sido calculados en aproximadamente 350 billones de dólares anualmente (Pimentel et al., 1997). El uso de AV es recomendado por la normatividad orgánica (NOP, 2002), la cual es considerada uno de los modelos productivos que pueden conducir a lograr la sustentabilidad (Maeder et al. , 2002). Los SE proporcionados por la agricultura orgánica son más altos que los de la agricultura convencional. Al respecto, el valor económico de los SE en Nueva Zelanda por las parcelas orgánicas se ha calculado en 1516 dólares ha-1 año-1 comparados con los 670 dólares ha-1 año-1 de las parcelas convencionales (Sandhu et al., 2008). Un aspecto sumamente significativo para reconocer el beneficio económico de los AV radica en el N fijado por AV de leguminosas, ya que el N que proporcionan estas plantas es prácticamente gratis, ya que el único gasto que se realiza en este tipo de siembras corresponde a la semilla y al riego (si no se cuenta con lluvias apropiadas) y se pueden suministrar hasta 240 kg N ha-1 en tan solo tres meses con una leguminosa como el frijol dolichos (Beltrán-Morales et al. , 2006). Mientras que el N químico constantemente aumenta de precio. Tan solo la tonelada de la urea, que es el fertilizante nitrogenado más económico, vale más de 7000 pesos mexicanos por tonelada en varias regiones del país. Los fertilizantes nitrogenados han aumentado hasta en un 300% en los dos años recientes (Rodríguez-Ortiz et al., 2010).

Necesidades de investigación

Las regiones agrícolas donde los abonos verdes son más productivos son aquellas ubicados en zonas tropicales y templadas con niveles medios de humedad (Cherr et al., 2006). Por ello es necesario seguir con investigaciones con otros géneros y especies con potencial para tolerar y ser productivos bajo condiciones adversas. Los abonos verdes con mayor potencial para la agricultura son las leguminosas, por su capacidad para fijar N atmosférico (García-Hernández et al., 2010), y dentro de este tipo de plantas, los géneros más sobresalientes son los siguientes: Vigna, Lablab, Vicia, Crotalaria, Indigofera, Rtothia, Tephrosia, Lupinus y Melilotus. De los géneros enlistados, los dos primeros y los dos últimos han sido ya estudiados en zonas áridas o semiáridas y han demostrado una alta capacidad para producir en condiciones adversas (Beltrán-Morales et al., 2005; 2009). Se han señalado resultados positivos cuando se realizan combinaciones de diferentes especies de abono verde.

 

CONCLUSIONES

Los abonos verdes son cada vez más utilizados en los sistemas agrícolas, especialmente por la demanda de alimentos y bienes de origen agrícola que se producen mediante prácticas agronómicas más sustentables que aquellas convencionales de la agricultura intensiva e industrial. Este tipo de fuentes de materia orgánica han demostrado que proporcionan mayores cantidades de nitrógeno que los estiércoles o residuos de origen animal. Además han demostrado que pueden aumentar los niveles de materia orgánica aun en suelos de zonas áridas. Las leguminosas como abonos verdes son primordialmente incorporadas al suelo, pero de igual forma es común utilizarlas en rotaciones o en cultivos intercalados con el cultivo comercial principal. Se ha encontrado que no solo son fuente de materia orgánica y nutrimentos, sino que tienen propiedades para controlar el desarrollo de plagas, enfermedades y maleza.

 

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