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Perinatología y reproducción humana

versión On-line ISSN 2524-1710versión impresa ISSN 0187-5337

Perinatol. Reprod. Hum. vol.27 no.2 Ciudad de México ene. 2013

 

Perinatología en el mundo

 

El héroe

 

The hero

 

Rabindranath T. Tagore (India, 1861-1941)

 

Recibido: 11 de marzo de 2013
Aceptado: 21 de marzo de 2013

 

Figúrate tú, madre, que andamos de viaje y que estamos atravesando un peligroso país desconocido. Tú vas sentada en tu palanquín y yo troto a tu lado en un caballo colorado. El sol se pone, va anocheciendo. Ante nosotros se tiende solitario y gris el desierto de Yorandigui. Todo alrededor es desolado y seco. Tú piensas, asustada: ''Hijo, no sé adónde hemos ido a parar.'' Y yo te digo: No tengas miedo, madre.''

El sendero es estrecho y retorcido, y los abrojos desgarran los pies. Los ganados han vuelto ya de los anchos llanos a sus establos de la aldea. Cada vez son más oscuros y vagos la tierra y el cielo, y ya no vemos por dónde vamos. De pronto, tú me llamas y me dices bajito:

-- ¿Qué luz será aquella que hay allí junto a la orilla, hijo?

Un alarido horrible salta en lo oscuro y unas sombras arrolladoras se nos vienen encima. Tú te acurrucas en tu palanquín y repites rezando los nombres de los dioses. Los esclavos que te llevan se esconden temblando de terror tras los espinos. Yo te grito:

-- ¡Madre, no tengas cuidado, que estoy yo aquí!

Los asesinos están más cerca cada vez, hirsutos los cabellos, armados con largas lanzas. Yo les grito:

-- ¡Alto ahí, villanos! ¡Un paso más y sois muertos!

Se oye otro terrible grito y los bandidos se abalanzan sobre nosotros. Tú, convulsa, me coges la mano y me dices:

-- Hijo de mi vida, por amor de Dios, huye de aquí.

Yo te contesto:

-- ¡Madre, mírame tú! ¡Ya verás!

Entonces meto espuelas a mi caballo, que salta furioso. Chocan sonantes mi espada y mi escudo. El combate es tan espantoso que si tú lo pudieras ver desde tu palanquín te helarías de espanto, madre. Unos huyen, otros caen hechos pedazos. Tú, mientras, ya lo sé yo, estarás pensando, sentada allí solita, que tu hijo ha muerto. En esto yo vuelvo todo ensangrentado y te digo:

-- Madre, la lucha ha concluido.

Tú sales de tu palanquín y, apretándome contra tu pecho, dices, mientras me besas:

-- ¿Qué hubiera sido de mí si mi hijo no me hubiera escoltado?

...Todos los días pasan cosas como ésta. ¿Por qué no había de suceder algo así una vez? Sería como un cuento de los libros. Mi hermano diría:

-- Pero ¿es posible? ¡Yo lo creía tan endeblito!

Y los hombres del pueblo repetirían, asombrados:

-- Verdaderamente fue una suerte que el niño estuviera con su madre.

 

Superioridad

¡Mamá, tu niña es tonta! ¡Qué ridícula es! No acierta a distinguir las luces de la calle y las estrellas.

Cuando jugamos a comer piedrecillas, se cree que son buenas para masticar e intenta metérselas en la boca.

Cuando abro un libro ante sus ojos y le pido que aprenda el abecé, rompe las hojas y se echa a reír sin motivo.

¡Mira cómo tu niña aprende sus lecciones! Cuando muevo la cabeza, irritado, y a la niña diciéndole que es mala, lo encuentra tan divertido que vuelve a reír.

Todo el mundo sabe que papá no está aquí, pero si jugando yo grito ''¡Papá, papá!'', vuelve a todas partes sus ojos asombrados y se imagina que papá está junto a nosotros.

Cuando estoy dando clase a los borricos de la lavandera que viene a buscar la ropa, le explico que soy el maestro de la escuela, pero se pone a gritarme ''hermano'' sin parar.

 

El Bebé

(Zenzemayá)

Un día de abril como a las tres de la tarde, una pareja de enamorados estaba en el Hospital del Sur esperando a que naciera una criatura.

Cuando al fin salí del confinamiento en que estaba, aspiré ampliamente y me di cuenta de que aquellos jóvenes desconcertados que me miraban con adoración eran mis padres. Me sentí muy contento, tanto que me presenté ante ellos. Les dije:

-- Buenas tardes, soy Alberto, el hijo que les acaba de nacer.

Mis padres se miraron y exclamaron:

-- ¡El bebé habla!, ¡es recién nacido y ya habla!

Asustados por mi habilidad para el lenguaje me llevaron rápidamente a casa procurando que nadie me escuchara. Yo quería charlar un poco pero me taparon la boca con una cobija y un chupete.

Al salir del Hospital me treparon en una carriola muy mona, llena de lazos y de encajes. Les comenté a ellos que me dejaran ir a casa fuera de aquel ridículo transporte, que podía perfectamente ir caminando. Una vez más, mis padres se volvieron a extrañar y se dijeron:

-- ¡Habla y anda! Debemos llevarlo al pediatra.

En el camino de vuelta al Hospital preguntaron:

-- ¿Dónde te duele? ¿Cómo es que has aprendido a andar y hablar tan pronto?

Les respondí que así somos todos los niños, que fingimos ignorancia durante algún tiempo para obtener los buenos servicios de los padres, pero que yo jamás los sorprendería de tal modo. Abrieron desmesuradamente los ojos y decidieron regresarme a la sala de partos. Después de todo, lo que deseaban era un pequeño a quien servir y yo no era el tipo adecuado. Ahora aquí estoy, pataleo y gimo mientras pretendo que no hablo ni camino, en espera de que me tomes en adopción.

 


Nota

Este artículo puede ser consultado en versión completa en: http://www.medigraphic.com/inper

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