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Investigación bibliotecológica

versión On-line ISSN 2448-8321versión impresa ISSN 0187-358X

Investig. bibl vol.36 no.91 Ciudad de México abr./jun. 2022  Epub 15-Nov-2022

https://doi.org/10.22201/iibi.24488321xe.2022.91.58557 

Artículos

El oficio del bibliotecario entre los mercedarios de la Nueva España. Resultados de investigación

Librarian Vocation among Mercedarians in New Spain. Results of Investigation

Yolanda Guzmán Guzmán* 

* Becaria posdoctoral. Instituto de Investigaciones Bibliotecológicas y de la Información, Universidad Nacional Autónoma de México, México gzmnyolis12@outlook.com


Resumen

Este artículo de investigación se centra en las reflexiones sobre el oficio del bibliotecario en la Orden de la Merced. Para ello, se usa como fuente el documento histórico MS.10252 de la Biblioteca Nacional de México. El manuscrito es analizado desde la perspectiva histórica de trabajar con un solo documento y se toman en cuenta algunos postulados de los estudios sobre bibliotecas históricas, como los planteados por Concepción Rodríguez Parada e Ignacio Osorio Romero.

Palabras clave: Bibliotecas Conventuales; Bibliotecario; Orden de la Merced; Nueva España

Abstract

This article focuses on some reflections about the profession of the Librarian in the Order of Mercy. For that reason, an historical document preserved in the National Library of Mexico, was used as a primary source, under the signature of MS.10252. This manuscript is analyzed from the historical perspective of working only with one document, but takes into account some postulates from Studies about historical libraries, as those made by Concepcion Rodríguez Parada and Ignacio Osorio Romero.

Keywords: Conventual Libraries; Librarian; Order of Mercy; New Spain

Introducción

El presente artículo se enfoca en el oficio que, de alguna u otra manera, estuvo presente en las fundaciones religiosas: el bibliotecario. La reflexión sobre este cargo tiene como punto de partida un manuscrito custodiado por la Biblioteca Nacional de México (en adelante BNM), con la clasificación MS.10252, y que está rotulado con el título Memoria de los libros, que tiene esta librería del Convento de la Inmaculada Concepción, Recolección de Nuestra Señora de la Merced de las Huertas, cuio libro se hizo en vente días del mes de abril de mil setecientos sinquenta y sinco. Para acortar el nombre, a lo largo del texto se hará referencia a este manuscrito como Memoria de los libros.

El objetivo del artículo es reflexionar sobre el bibliotecario y la biblioteca conventual, enmarcados en la dinámica del convento mercedario de la Inmaculada Concepción. Por ello, se contextualizará el documento en la historia institucional de la Orden de Nuestra Señora de la Merced, delineada por su andamio jurídico, para intentar demostrar que este manuscrito es producto del oficio del bibliotecario en esta orden religiosa.

Metodología y conceptos

Carlo Ginzburg (2010) fue uno de los pioneros en ejemplificar y teorizar sobre cómo hacer historia con una sola fuente o con fuentes dispersas; de este autor se rescata la importancia de leer las fuentes como testimonios de la vida cotidiana. Por ello, se procedió con un método deductivo que implicó, primero, la transcripción paleográfica del MS.10252 para identificar el ordenamiento de la información y ubicar nombres de frailes mercedarios; después se procedió con la caracterización de los registros de los libros, para lo cual se numeró cada uno de ellos y se hizo una propuesta de autor y título de la obra que podría haber formado parte de la biblioteca de este convento. La disposición de la información y la forma del canon bibliográfico son un indicio para estudiar este documento como testimonio de la vida cotidiana del convento y del trabajo del bibliotecario.

La propuesta de Concepción Rodríguez Parada (2011) está pensada para conseguir la reconstrucción histórica de una biblioteca. Este trabajo sobre la Memoria de los libros no tiene como finalidad hacer una reconstrucción histórica de la biblioteca mercedaria, sino entender el documento en su contexto; sin embargo, los elementos que apuntala la autora sirven para organizar la información en este artículo. De esta obra se retoman las siguientes nociones para el estudio de las bibliotecas: función, usuarios, fondo, servicios e instalaciones, sin perder de vista el marco institucional de la biblioteca en cuestión.

En cuanto a los conceptos, “biblioteca conventual” es usado para designar a la colección o acervo de libros y manuscritos que había en una casa religiosa y cuyos ejemplares estaban a disposición de la comunidad que habitaba el claustro, orientados a la formación intelectual y espiritual de los religiosos. Este término ha sido usado por diversos investigadores, como Ignacio Osorio Romero (1986), Idalia García Aguilar (2017a, 2017b) y Rodríguez Parada (2011), para hacer referencia al acervo que era de uso común.

Otro término es el de “Memoria”, que, como documento histórico, es entendido como un inventario sin formalidad de las cosas (Diccionario de la Lengua, 1734: tomo IV), es decir, que no es necesaria la validación jurídica de lo anotado por medio de una rúbrica o firma, como ocurre con los inventarios, en especial aquellos notariales o producto de un testamento o visita eclesiástica (Escriche, 1851: 933).

En las casas religiosas existían bibliotecas de uso personal o privado, las cuales se generaban por intereses específicos de un reglar como resultado del desempeño de un determinado cargo. En ocasiones estos libros llegaban a formar parte del acervo general del convento o algún otro reglar podía reclamarlos para hacer uso de ellos (Giurgevich, 2016; Guzmán Guzmán, 2020). El tema de las bibliotecas de uso personal es una veta de investigación por explotar, en especial para el caso novohispano, sobre el cual no se abundará en este artículo.

La historia del oficio del bibliotecario en las casas religiosas novohispanas se encuentra dispersa en las huellas documentales de su labor en libros, inventarios o memorias y es necesaria su sistematización (García Aguilar, 2017b). La historiografía ha rescatado nombres como el de fray Francisco de la Rosa Figueroa, quien dejó importantes testimonios sobre su trabajo como bibliotecario en el convento de la ciudad de México (Osorio Romero, 1986: 112; Téllez Nieto, 2018; Endean Gamboa, 2010). Entre los mercedarios, resalta fray Cristóbal de Aldana por sus anotaciones manuscritas que firmó como bibliotecario en varios libros del Convento Grande de la Ciudad de México (León López, 2019: 66-68) y por su aporte como cronista de la provincia novohispana a finales del siglo XVIII (Aldana, 1953).

Presentación de resultados

La Memoria de los libros es un manuscrito encuadernado en piel, con un exlibris de Guillermo Cabrera y una imagen en la parte posterior de la Virgen María con el Niño Jesús en brazos. Está compuesto por 49 fojas foliadas, de las cuales sólo 17 tienen texto. En la numeración de las fojas faltan los números 36 y 40, los cuales parecen haber sido arrancados en algún punto de la historia del cartapacio o cuadernillo.

La Memoria de los libros está dividida en ocho pestañas que señalan las facultades o materias en las que fueron registradas las obras: 1) escolásticos; 2) moralistas; 3) expositivos; 4) predicables; 5) espirituales y vidas de santos; 6) históricos; 7) eruditos, y 8) latinos y varios pequeños. En total, el manuscrito cuenta con 369 entradas o registros en donde se coló de manera sucinta la información sobre las obras, con los datos mínimos de autor o título y, en algunos de ellos, el número de tomos de la obra. Haciendo el cálculo de los libros, incluyendo el número de tomos evidentes en el documento, sin tomar en cuenta aquellos que no mencionan explícitamente un número de tomo, y considerando los registros que fueron marcados como duplicados, sería un total de 644 tomos, aproximadamente. Los datos de las entradas quedarían distribuidos como se indica en la Tabla 1.

Tabla 1 Registro de los libros. BNM, MS.10252 

Clasificación Número de registros Número de tomos
Escolásticos 23 83
Moralistas 35 62
Expositivos 25 63
Predicables 66 102
Espirituales y vidas de santos 94 164
Históricos 40 59
Eruditos 24 40
Latinos y varios pequeños 62 71
Totales 369 registros 644 tomos o volúmenes (con duplicados)

Osorio Romero (1986: 109-112) escribió que los religiosos anotaban de diversas formas en sus memorias o inventarios los libros que había en sus bibliotecas, no siempre con un cuidado especial, porque estos documentos eran producto de las actividades cotidianas de la vida conventual. El autor menciona ejemplos de memorias o inventarios en que los libros se registraron con el orden en que estaban acomodados en la estantería, o siguiendo un acomodo alfabético del nombre con que se conocía a la obra. También refiere aquellos casos en donde el detalle para registrar los libros implicaba la ordenación por materias o facultades; e incluso puso en la mesa de evidencias aquellos documentos en los que se observa una sistematización del registro.

La Memoria de los libros se ubica entre los documentos históricos que ordenaron los libros por materias o facultades según los saberes de la época. A finales del siglo XVII, Juan Mabillon (1715) escribió en francés una obra dirigida a los bibliotecarios de los monasterios benedictinos. El monje hizo varias recomendaciones de obras sobre los conocimientos necesarios para la formación de los monjes según los estudios1 marcados por la Regla de su fundador. El objetivo de Mabillon era discurrir cuáles eran las facultades o ciencias que los benedictinos debían conocer, y en cuáles era menester profundizar. El autor concluyó que los conocimientos de los monjes, o de los eclesiásticos, no podían limitarse a la teología, sino que era indispensable instruirse en otras facultades, siempre y cuando no se contraviniera con lo establecido en la Regla o por la jerarquía de la Iglesia.

Los estudios o las ciencias que formaban parte de la educación de los religiosos quedaron plasmados en las denominadas Ratio Studiorum o planes de estudios que, de alguna manera, las diversas órdenes religiosas establecieron para formar a sus religiosos desde el noviciado. En la Orden de la Merced, Rodríguez Parada (2008: 176-181) ha señalado el peso que tenía la formación intelectual de los religiosos, especialmente después de las constituciones de 1692 elaboradas durante el generalato del maestro fray José Linás (1686-1692). El énfasis en la educación de los religiosos respondía, por un lado, a los requerimientos de la Iglesia después de la reforma católica del Concilio de Trento, que remarcaban la disciplina de los eclesiásticos en todos los niveles de la jerarquía; por otro lado, también estaba entroncado con el carisma de la orden mercedaria que no concebía su trabajo de redención sin educación.

Como lo ha documentado Rodríguez Parada (2008: 178-179), en la educación de los mercedarios, en especial aquellos dedicados al trabajo pastoral de administración de sacramentos, el énfasis formativo estaba en áreas como la teología moral, la expositiva y la filosofía. Este matiz de la instrucción o los estudios que debían conocer los mercedarios ayuda a explicar el orden de los libros y las materias en la que fue clasificada la información de la Memoria de los libros. Como queda evidenciado en la Tabla 1, las materias en que fueron ordenadas las obras corresponden a la instrucción de los frailes que habitaban el convento de la Inmaculada Concepción para cubrir los requerimientos pastorales y espirituales de la comunidad del claustro y de la sociedad donde estaba emplazado el convento.

Asimismo, al observar la Tabla 1, la mayoría de los libros están registrados en la materia de “Espirituales y vidas de santos”, seguido de aquellos clasificados como “Predicables”. Esta tendencia está relacionada con las dos principales funciones del convento de la Inmaculada Concepción, que son descritas en la crónica de fray Francisco de Pareja y en las noticias sobre este establecimiento.

La Memoria de los libros registró las obras con un canon abreviado, es decir, en las entradas se anotaron el apellido o el nombre o el mote con que el autor era conocido o era más fácil su identificación, seguido en ocasiones de alguna palabra que refiriera, directa o indirectamente, al título. En el registro de las obras no se hace alusión explícita a las ediciones de los libros; en algunos casos, se cuenta con el número de tomos o volúmenes, lo cual es una pista para identificar alguna edición con cierto grado de certidumbre. En general, la identificación de las obras, usando este documento histórico, tiene un alto grado de incertidumbre si lo que se pretende es tener certeza en las ediciones; empero, permite identificar autores y títulos con un cierto grado de fiabilidad. El siguiente fragmento de la foja 26r (Figura 1) ejemplifica el registro de las obras:

Consideraciones de Ulloa--------1 [tomo] N.30 + Geronimo Gracian-------1 [tomo]-----N.32 + Prevención para la hora de la muerte-----1 [tomo] N.30 Introducción a la vida devota-----1 [tomo]-----N.32 + Obras de Falconii-----1 [tomo]-----N.30 Cadena de exemplos y milagros-----1 [tomo]------N.30

Figura 1 BNM, MS.10252, f. 26r [fragmento] [fotografía de Yolanda Guzmán, junio de 2021] 

Al final de cada entrada hay un número que podría corresponder a la ubicación de los libros en el espacio de la biblioteca, como podría ser una estantería, lo cual es un aporte más para entender el orden de los libros y su sistematización en la biblioteca como espacio para custodiar y almacenar la colección. Por ejemplo, si se considera que este número final era su ubicación en una estantería, la mayoría de los libros anotados como “Espirituales y vidas de Santos” estaban entre los números 27 y 33 (BNM, MS.10252, fs. 26r-27v).

Al transcribir y revisar con detenimiento la Memoria de los libros, queda la impresión de que se trata de un instrumento de trabajo del bibliotecario, quien llevaba el registro y movimiento de los libros que llegaban a la biblioteca, como queda de manifiesto en algunas anotaciones sobre quién compró o “aplicó” ciertas obras. Por ejemplo: “El Padre Comendador fray Joseph Espinosa Moreno compró en siete pesos los tres tomos del curso Ripense -3 tomos N. 24[¿?]” (BNM, MS.10252, f. 1r). Anotaciones como éstas se encuentran al final de cada foja o al terminar la lista de libros de las materias en que fueron agrupadas las obras. Esta información muestra las formas de adquisición de los libros, aunque no se especifica la fecha en que se hicieron las compras o las aplicaciones.

Otras anotaciones que son importantes para sostener la idea de que la Memoria de los libros es un documento histórico resultado del oficio del bibliotecario entre los mercedarios son las glosas sobre los ejemplares duplicados, los cuales se encuentran en la pestaña de “Espirituales y vidas de santos”. Uno de ellos es la obra de san Juan de la Cruz (1542-1591) (BNM MS.10252, f. 26r). De igual manera, algunas notaciones se refieren posiblemente al estado de conservación, asumiendo que se hace referencia al deterioro de la obra y no a la antigüedad de la edición, pues algunos libros fueron anotados como “viejo”. Por ejemplo, la obra de Andrés Alciato, o Andrea Alciati (1492-1559), sobre emblemas, fue registrada dos veces, no consecutivamente, y en una de ellas fue añadido el adjetivo “viejo” (BNM, MS.10252, f. 41r).

La Memoria de los libros está fechada en 1755, y a pesar de que no está firmada por el bibliotecario en turno, los indicios sobre la actividad de este oficio en el convento de la Inmaculada Concepción quedaron grabados en el orden y clasificación de las obras, el registro de su ubicación, posiblemente en estanterías de la librería del convento, y en la información sobre la adquisición de material bibliográfico, sobre las obras duplicadas y su posible estado de conservación.

Discusión

Bibliotecas y bibliotecarios en la Orden de la Merced

La Orden de la Merced fue fundada en 1218 por Pedro Nolasco en Barcelona, desde entonces ha tenido importantes reformas en su andamio jurídico como orden redentora (Guzmán Guzmán, 2019). En 1588 fueron publicadas las Constituciones de la Orden de la Merced conocidas como “Salmantinas” o “de Zumel” por la participación que tuvo fray Francisco Zumel en su elaboración y revisión (Taylor, 2000: 276-329; Rodríguez Parada, 2008: 101-104). A partir de estas constituciones quedó asentado el antecedente de las responsabilidades del bibliotecario en los conventos mercedarios (Rodríguez Parada, 2008: 251-265). En éstas se estipuló que el bibliotecario era responsable de

tener el cuidado, según pueda, de que haya un lugar y seguro, y bien apto, protegido de la lluvia y de la intemperie y amplio, con buena ventilación para guardar los libros. Colóquense los libros separados y no confusamente; con las debidas signaturas, hechas por escrito, que se han de aplicar en cada estante para que se sepa donde se encuentra lo que se busca. (Traducción al español de Fr. Antonio Vázquez (OdeM), en Rodríguez Parada, 2008: 251-252)

De igual manera, se señaló como responsabilidad de los bibliotecarios:

También pertenece al mismo [bibliotecario] tener un registro en el que estén escritos todos los libros del convento; y cuando aumenten o disminuyen, escribir o borrar en dicho registro, según haya que hacer. De este modo debe entregar dicho registro a su sucesor cuando deje el oficio, y éste recibir de su predecesor cuando asume el oficio de nuevo, para que así siempre pueda dar razón de los libros cuando es exigida por el prelado, no sea que por olvido venga a perderse. (Traducción al español de Fr. Antonio Vázquez (OdeM), en Rodríguez Parada, 2008: 253)

Estos testimonios sobre el oficio de bibliotecario en la Orden de Nuestra Señora de la Merced permiten entender que la Memoria de los libros del convento de Las Huertas es un documento producido por el bibliotecario del convento.

La Memoria de los libros y el convento de la Inmaculada Concepción

En 1594, la Orden de la Merced logró establecerse en la Audiencia de México después de varios avatares por conseguir un permiso para fundar una casa en la capital del virreinato, desde donde comenzó a expandirse por las audiencias mexicana y neogallega. Después de varias gestiones, los mercedarios consiguieron la erección de la Provincia de la Visitación de la Nueva España en 1616, cuyas noticias de fundación llegaron a la capital del virreinato en 1618 (Guzmán Guzmán, 2019: 121-145).

La principal crónica de la Orden de la Merced en Nueva España fue escrita por fray Francisco de Pareja a finales del siglo XVII, y narra las acciones de los frailes nacidos en el virreinato, los vaivenes a los que se enfrentaron los mercedarios al momento de comenzar una fundación y los problemas internos por las disputas para elegir provinciales. El cronista dejó un testimonio del Convento Grande de la Ciudad de México y su biblioteca:

Se trató de formar librería común en este convento […] se compraron mil pesos de libros de todas las facultades y se pusieron en forma de librería en una celda capaz con sus estantes para el socorro de los registros que tuviesen que estudiar, así para lo que toca a lo escolar en sus lecturas como para los predicadores y para los moralistas en los casos de conciencia que cada día se ofrecían así en los confesionarios como en consultas particulares, que para eso tenía la dicha librería de todo […] se ha ido aumentando en muchos y selectos libros de todas facultades, no sólo con muchos que se han ido comprando de los que salen de nuevo sino con los que algunos religiosos curiosos y aplicados han adquirido en particular para gozarlos con licencia de los Prelados, en vida, y después de muertos se han aplicado para la librería común, según lo disponen nuestras sagradas constituciones. (Pareja, 1882: 246-247)

En el convento de la ciudad de México, contar con los libros necesarios para que los frailes cumplieran con sus funciones y responsabilidades con la comunidad y la sociedad que los rodeaba era el principal eje para seleccionar los libros. El cronista describe una biblioteca abundante y renovada. En la actualidad, sobre la historia de esta biblioteca son escasos los estudios (León López, 2019), y algunos de los libros que formaron parte de ella se conservan en diversos repositorios públicos como la BNM y la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia.

En lo que respecta al convento de la Inmaculada Concepción, esta comunidad comenzó con la adquisición de una casa y huerta en la jurisdicción del pueblo de Tacuba en 1607. Esta compra tenía como principal objetivo surtir de alimentos cultivados al Convento Grande de la Ciudad de México, y también sirvió como espacio de recogimiento o sano esparcimiento para los religiosos que necesitaban un momento de soledad, silencio y descanso. En el capítulo provincial de 1620 se decidió que esta propiedad fuera convertida en convento, con un comendador y frailes que estuvieran al pendiente del trabajo pastoral en los alrededores de la fundación (Pareja, 1882: 327-331).

La construcción del templo y el claustro fue tomando forma hacia las últimas décadas del siglo XVII y los religiosos que lo habitaban “se ocupaban continuamente en las confesiones de ellos, y las misas que fuera de las rezadas se cantan algunas especialmente los días festivos, y los sermones algunas fiestas del año y los domingos de las cuaresmas” (Pareja, 1883: 479). En la siguiente centuria, el convento de la Inmaculada Concepción no perdió el adjetivo de recolección, recogimiento u observancia, actividad que señalaba el nacimiento de esta fundación como espacio para el silencio y la oración: “Este convento que es de observancia en la provincia tiene quince Religiosos conventuales: siete sacerdotes, tres coristas y los restantes legos” (Fondo Antiguo Digital, 1771: f. 132). Esta descripción del convento mercedario narra brevemente a la comunidad y señala las responsabilidades de los religiosos profesos, como los sacerdotes necesarios para la administración de sacramentos y la predicación, los coristas para el rezo de la liturgia y los legos atentos para las diversas labores que se requerían para el funcionamiento de la casa religiosa.

El movimiento de recolección dentro de la Orden de la Merced fue una postura de algunos frailes, que desde finales del siglo XVI empezaron a pugnar por una vida espiritual más apegada al silencio, la oración contemplativa y la pobreza evangélica de las primeras comunidades cristianas, muy similar a como estaba ocurriendo en otras congregaciones, como la Orden del Monte Carmelo (García Cuesta, 2014). Las ideas de recolección dentro de la orden mercedaria tuvieron como protagonista a fray Juan Bautista del Santísimo Sacramento, cuyas acciones, junto con los primeros pasos de los religiosos que comulgaron con sus ideas, quedaron plasmados en los anales escritos por fray Pedro de San Cecilio (1669), su principal cronista. El movimiento descalzo se consolidó como orden religiosa reconocida por la Santa Sede en 1621. Este reconocimiento propició que los mercedarios de la península ibérica se dividieran en calzados y descalzos (García Bernal, 2012; 2019).

Las posturas tan tajantes, y en ocasiones combativas, entre los mercedarios peninsulares no tuvieron los mismos ecos beligerantes en las provincias indianas. Sin embargo, los religiosos novohispanos no fueron ajenos a las ideas o el interés por contar con un espacio para el recogimiento y profundizar en el camino espiritual; estas posturas encontraron salida en el convento de la Inmaculada Concepción.

La Memoria de los libros es un testigo documental del oficio de bibliotecario en la Orden de la Merced, y en particular en el convento de la Inmaculada Concepción. Es un testimonio de la vida cotidiana del convento, cuya comunidad intentaba cumplir con lo estipulado en las constituciones mercedarias y su función en la sociedad donde fue emplazada.

Conclusiones

En los estudios sobre las bibliotecas conventuales no siempre se cuenta con datos sobre el nombre o apellido del bibliotecario o librero, a pesar de haber dejado su huella en el registro, y en ocasiones, la sistematización de las obras, lo cual deja este oficio en un ligero anonimato. Por ello, el tema de los bibliotecarios y las bibliotecas conventuales sigue siendo una línea de investigación por indagar con mayor profundidad para el caso novohispano.

En la Orden de la Merced, la educación de los religiosos no puede disociarse de las bibliotecas conventuales de cada casa religiosa en las diversas provincias de la congregación. Sin embargo, aún se cuentan con pocos estudios que permitan tener un panorama más completo sobre estas bibliotecas y la formación de los frailes en diferentes latitudes de los territorios hispanos.

Retomando la propuesta de Rodríguez Parada (2011), la biblioteca del convento de la Inmaculada Concepción desempeñaba un papel relacionado con los requerimientos pastorales y espirituales de la fundación mercedaria en la jurisdicción del pueblo de Tacuba y para la provincia de La Visitación. Esta biblioteca fue utilizada por los mercedarios que habitaron el claustro y que atendían las necesidades espirituales de la sociedad circundante. Las obras a las que tenían acceso los religiosos fueron agrupadas en materias o facultades indispensables para la formación intelectual y espiritual de los religiosos. El documento histórico estudiado es un ejemplo de oficio del bibliotecario que tenía la responsabilidad de registrar, custodiar, organizar e identificar el material para que estuviera a disposición de la comunidad conventual.

La Memoria de los libros no puede entenderse fuera de la vida cotidiana del convento ni de su contexto, como la historia de la provincia mercedaria de La Visitación, ni de los lineamientos marcados por las autoridades que regían a toda la congregación. Comprender el movimiento de recolección o descalcez que hubo entre los mercedarios desde finales del siglo XVI permite explicar una de las funciones del convento de la Inmaculada Concepción y el número mayoritario de obras registradas en la materia de “Espirituales y vidas de santos”. Sobre este tema se pretende seguir profundizando en otras publicaciones.

Agradecimientos

La realización de este artículo tiene como punto de partida la investigación posdoctoral titulada “La biblioteca del convento de Nuestra Señora de la Merced de las Huertas: libros y autores mercedarios en la Nueva España, siglos XVII y XVIII”. Esta estancia posdoctoral se ha realizado con apoyo del programa de becas posdoctorales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), para el periodo 2021-2022, en el Instituto de Investigaciones Bibliotecológicas y de la Información (IIBI), con la asesoría de la dra. María Idalia García Aguilar. Por este medio, quiero agradecer, en primer lugar, la oportunidad que me brindó la UNAM para hacer una estancia posdoctoral. De igual manera, reitero mi gratitud al IIBI por permitir que una historiadora se acerque a ellos para aprender sobre el estudio de las bibliotecas y de los libros. Y por supuesto, mi sincero agradecimiento a la dra. Idalia por brindarme su apoyo en la realización de esta investigación. No quisiera dejar de lado en los agradecimientos a los miembros de la Orden de la Merced, con quienes he tenido la oportunidad de acercarme en su fundación en Toluca y de quienes he seguido aprendiendo sobre la historia de su congregación y los esfuerzos que hacen por rescatar su pasado. Y por supuesto, siempre que tengo la oportunidad, me gusta agradecerle a mi familia por su paciencia y generosidad.

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Para citar este texto:

Guzmán Guzmán, Yolanda. 2022. “El oficio del bibliotecario entre los mercedarios de la Nueva España. Resultados de investigación”. Investigación Bibliotecológica: archivonomía, bibliotecología e información 36 (91): 49-63. http://dx.doi.org/10.22201/iibi.24488321xe.2022.91.58557

1Juan Mabillon definió a los estudios como “ciertos exercicios comunes y regulares, que se hacen para aprender las ciencias, como son de hoy los Cursos de Philosofía, Theología, y otros semejantes, cuya noticia es conveniente a los Eclesiásticos” (Mabillon, 1715: tomo I, 2).

Recibido: 25 de Noviembre de 2021; Aprobado: 10 de Febrero de 2022

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