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Investigación bibliotecológica

versión On-line ISSN 2448-8321versión impresa ISSN 0187-358X

Investig. bibl vol.20 no.41 Ciudad de México jul./dic. 2006

 

Reseñas

 

MARGIT FRENK, Entre la voz y el silencio. La lectura en tiempo de Cervantes

 

por Francisco Xavier González y Ortiz

 

México: FCE, 2005

 

Entro en el tema abruptamente como subiéndome a un tren en marcha aceptando los peligros que esto puede generar. Lo que sigue fue despertado en mi por el título de este libro y la lectura de la primera parte, que me hicieron dar más de una voltereta y trajeron a colación varios vacíos (míos, por supuesto) y un consecuente regreso a volver a leer otra vez las primeras páginas, lo que no hizo sino ampliar más estos vacíos que intentaré mencionar. Lo primero que se me ocurre decir es que llegamos al Siglo de Oro tras atravesar trabajosamente la Edad Media (las Dark Ages), y pasando también, en realidad casi simultáneamente, por otras épocas, sobre todo el Renacimiento,

una doctrina ... o manera de vivir centrada en los intereses o valores humanos: como una filosofía que rechaza el supernaturalismo, que considera al hombre como un objeto natural y que sostiene el reconocimiento de la dignidad esencial y el valor del ser humano y su capacidad para alcanzar la autorealización a través del uso de la razón y el método científico,

cito la definición del Webster's Third New International Dictionary porque es la que más me ayuda a sostener algunos de los puntos de vista que mencionaré más adelante. Lo que intento sugerir es que esas épocas (Edad Media y Renacimiento, sobre todo) prácticamente se entremezclaron en los tiempos según los países involucrados; unos llegaban antes y otros después a un cierto desarrollo que iba propiciando el desarrollo del humanismo–renacentismo, que para efectos propios son lo mismo. Y sin embargo todo estaba matizado —¿cómo podía ser de otro modo?— por el desarrollo que iba logrando cada pueblo, y por el genio de éste e incluso por sus demonios.

Vayamos un poco más atrás y recordemos que en siglo XIV, alrededor del 1300, pocas comunidades en Europa reunían a más de 10 000 personas, y que sólo 200 o 300 años después, a mediados del siglo XV, se volvieron habituales algunos pueblos de 50 000, en tanto que aun las ciudades más grandes, como Londres, contaban con más de 150 000 ciudadanos. Surgían apenas las primeras abadías y las escuelas catedralicias (Cathedral Schools) que luego se convertirían en universidades.1

Sin embargo en la época que nos compete, nos recuerda la doctora Margit Frenk

...todo eso que hoy llamamos literatura y que leemos a solas y en silencio [...] solía entrar por el oído y constituir un entretenimiento colectivo (p.73)

ya que se trataba de recitaciones, cantos incluso espontáneos o preparados, improvisación y cuentos, refranes, romanzas, rimas infantiles, rezos, etcétera, todo ello recitado en buena parte de memoria (y ésta suele ser infiel y reproducir a veces a sus propios aires, se nos recuerda). Y de todo esto nos da muchos ejemplos y muestras en este texto doña Margit Frenk, que luego comenta y adereza con comentarios eruditos, aunque no se lo proponga así.

Pero vayamos por partes y ampliemos la imagen para poder apreciar mejor lo que nos cuenta Entre la voz y el silencio. Después de la voz, de la comunicación a través de la voz, el lento desarrollo de un lenguaje y, mucho después, la posibilidad de escribirlo, la cual también tuvo que esperar muchos más años (el lento y difícil ir madurando de los pueblos y de sus lenguas propias, durante mucho tiempo no "aceptables" y autodespreciadas , el lento crecer de la humanidad) antes de llegar al lenguaje alfabetizado y todo lo que éste permitía, pues sólo con él se daban las condiciones para que las mayorías pudieran aprender. En efecto, sólo a partir de ese lenguaje alfabetizado, todo mundo, en principio, podía aprender a leer: pues se trataba de dominar un poco más de una veintena de caracteres (letras, fonemas) en casi cualquier lengua y eso bastaba para apropiarse, quizá sería mejor decir, apoderarse, del lenguaje que, en principio, estaba ya al alcance de todos los ciudadanos. Sabemos que no es exactamente así, pero pasemos por alto esta obviedad, dejemos así las cosas y contextualicemos un poco más.

Hasta antes de llegar a ese momento, la humanidad había desarrollado cuatro métodos de comunicación escrita: a) los pictogramas (o pictografías) que eran pinturas del objeto (como los dibujos y pinturas rupestres); b) los ideogramas o ideografías, signos basados en imágenes, pero que también significaban palabras y podían implicar mayor sofisticación (como el chino); c) las fonografías o signos silábicos (de los que había que conocer un gran número para poder comunicarse, como el sumerio, cuyo manejo, se ha calculado, requería el aprendizaje de entre 500 y 800 signos silábicos); y d) el alfabeto, el lenguaje alfabético, que implicó grandes ventajas sobre los anteriores. Este lenguaje alfabético fue primeramente desarrollado por los semitas aproximadamente entre los años 1700 a 1500 A.C.2

La característica principal del lenguaje alfabético es que permite expresar un solo sonido (es decir, un fonema) del lenguaje, y este importante rasgo lo hace disponible para todos los lenguajes hablados. Así, a partir de entonces, cualquier persona que se aplicara, podía aprender a leer y escribir. Con la divulgación del alfabeto, se "visualizan" los sonidos y los caracteres alfabéticos registran cada sonido, y no las ideas, como se hacía antes.3 Antes del alfabeto no existían las unidades mínimas que hoy denominamos fonemas, el salto que eso nos permitió dar fue inmenso.

Pero el título de la doctora Frenk hace referencia a esa "voz de los tiempos de Cervantes" que resonaba en la España del Siglo de Oro por todos lados: en las calles y en las plazas, en los jardines y en los mercados, y también en los foros públicos y privados. Era una voz que se apoyaba mucho en textos, pero no sólo en ellos, porque también se decían, se voceaban cosas de memoria, o se inventaban o simplemente se repetían. Era una voz que circulaba profusamente por los pueblos y ciudades de España, voz que iba y venía de un lado a otro, y, sobre todo, de unos a otros. La gente, las personas, se hablaban entre sí sin grandes ascos, quizá sí algunos "burgueses", buscaran "mantener las distancias" con ciertos desprecios e intentos de no confundirse con el vulgo y ni siquiera con una incipiente clase media. Pero la atmósfera que se advierte en los muchos ejemplos que nos proporciona la doctora Frenk revela, en casi todos los casos, una gran comunicación, un ambiente de gran optimismo y compartido por muchos, un aire "como de fiesta", sin esos odios sociales que en estas épocas nuestras son tan evidentes. Los engranajes de esa sociedad estaban aceitados y daban lugar a un funcionamiento general que permitía la unión de fuerzas para buscar ciertas metas comunes... el avance cultural y social general. Una época ciertamente dorada, eso que luego llamaríamos el Siglo de Oro y que permitió la creación de nuestras obras escritas más excelsas.

Un conjunto de opiniones y sentimientos nada fácil de obtenerse y que requirió de una alquimia muy poderosa y ciertamente mágica en extremo. De no estar las cosas funcionando más o menos bien, quizá no hubiéramos tenido ni grandes atmósferas ni buenos ambientes que permitieran el desarrollo en lo social, en lo científico, en lo económico y, en general, en todos los ámbitos. Ni tampoco hubieran existido esos grandes representantes del género humano, ni esas inmensas obras (entre ellas, por supuesto el Don Quijote). Se siente, pues por doquiera un ambiente de optimismo, hay una enorme cantidad de creatividad y fuerza desparramadas por todos lados, entre todos o casi todos los integrantes de esa sociedad, eso es algo que destilan los ejemplos de Frenk en casi todo momento y quizá sin que ella se lo ha ya propuesto. Hasta el vulgo, la plebe, habitualmente ignorada, menospreciada, vilipendiada, impotente, etcétera, tiene aquí fuerza y presencia, capacidad e incluso la inteligencia, que casi siempre se le niega (ideológicamente, claro) para estar presente en la escena. Todos estos elementos mencionados puestos juntos, esa atmósfera general, es lo que en buena parte explican, me parece, algo de aquello que dio lugar al Siglo de Oro y a la aparición de las obras más resplandecientes de nuestra lengua.

Digamos rápidamente que durante los siglos X u XI (así se gasta la historia ciertas imprecisiones) el feudalismo llegó a su culminación y empezó a ser gradualmente reemplazado por fuertes monarquías nacionalistas que, a su vez, le dieron realce a los centros urbanos, el, comercio, los negocios, etcétera. Y que la "Muerte negra", que empezó en el XIV, incrementó el valor de la fuerza del trabajo, de la mano de obra, lo que en cierta medida le ofreció más independencia a los campesinos, al mismo tiempo que los sistemas locales dieron lugar a gobiernos más centralizados y aparecieron las primeras indicaciones de una limitada democracia.4

Ya en sus primeras páginas nos menciona la doctora Frenk un periodo de transición, nuestro Siglo de Oro era un periodo de transición, desde ahí esta lectura que yo he venido haciendo del libro ya mencionado de Katz, hizo implosión, o explosión. Sucedió que para tener una mejor comprensión de ese periodo de transición, me era preciso llenar algunos de esos vacíos (históricos) propios que he venido mencionando, y se me ocurrió que podría ser adecuado también para esta reseña y para ayudar a algunos de los posibles lectores del texto de la doctora Frenk a estar mejor situados (yo lo estoy ahora con absoluta seguridad) para entender mejor esa época. Pero además sucede que estoy convencido de que esas grandes obras como las de nuestro Siglo de Oro, no pueden sino ser, generalmente, producto de grandes momentos y movimientos sociales.

Demos un paso atrás para luego intentar dar dos más para adelante. El Siglo de Oro se desarrolló, principal y más claramente, durante la última parte del siglo XVI y la primera del XVII. Esto es, después de la Edad Media. Entremezclo tres definiciones de diferentes diccionarios sobre esta Edad Media:

1. Tiempo transcurrido desde el siglo V de la era vulgar hasta fines del siglo XV;

2. El periodo comprendido entre la Antigüedad y los Tiempos modernos, y tradicionalmente limitado por la caída del Imperio romano de Occidente (476) y la caída de Constantinopla (1453); y

3. El periodo de historia europea que va del 500 a, aproximadamente, el 1500 de nuestra era.

Hasta aquí todo va bien y las épocas coinciden con un poco más o un poco menos, no relevantes; sin embargo el problema empieza cuando reintroducimos esa otra época que he traído a cuento una y otra vez, el Renacimiento (humanismo), que según uno de los diccionarios mencionados, Le Petit Robert, es el "periodo histórico que va de los siglos XIV o XV, hasta finales del XVI", porque, en efecto, se interpone y se entremezcla entre y con la era medieval y nuestro Siglo de Oro. Esta simultaneidad es algo que en mi opinión suele ser poco mencionado y menos aún tomado en cuenta suficientemente; como que siempre se le diera la vuelta, quizá para evitar conflictos con algunas ideas religiosas, para ampliar la idea incluyo otra acepción de las definiciones sobre humanismo, del diccionario inglés también ya mencionado:

el aprendizaje o impulso cultural caracterizado por un reavivamiento de las letras clásicas [griego y latín], un espíritu individualista y crítico, y un cambio de énfasis de lo religioso hacia los intereses seculares, que floreció durante el Renacimiento. (El subrayado es mío).

Estas ideas que he interpuesto a varios niveles es lo que yo debí llenar para entender mejor, cosa que pude hacer porque sucedió que estaba leyendo el estupendo libro de Bill Katz que ya mencioné y que me ayudó enormemente en esta tarea. Reitero que no se trata de un vacío del texto de la doctora Frenk, que no tenía por qué intentar otra cosa adicional a lo que ya estaba haciendo, que era escribir su excelente texto. Es un vacío de mi cultura (y supongo que también podría ser de muchos otros) y por eso he intentado irlo llenando, en alguna medida, para así poder apreciar mejor nuestro Siglo de Oro.

El diccionario francés ya citado define al Renacimiento como:

El impulso intelectual provocado a partir del siglo XV en Italia, y después en toda Europa, por el retorno a las ideas, y el arte antiguos greco–latinos,

y añade:

Periodo histórico que va del XIV o del XV, hasta finales del siglo XVI. El Renacimiento corresponde a los principios de los Tiempos modernos. Humanismo del Renacimiento.

Mientras que el diccionario inglés también ya mencionado dice, en su primera acepción:

La entusiasta y vigorosa actividad realizada en lo literario, lo artístico y lo cultural, y distinguida por un reavivamiento del interés en el pasado, por una creciente indagación y por una imaginativa respuesta para ampliar el horizonte general...

Y en una tercera acepción del mismo diccionario y concepto, el Renacimiento también es:

...una renovación de la vida o de un interés en algún aspecto de ella: volver a nacer...

El problema con estas definiciones es que ponen muy poco énfasis en el papel que vino a desempeñar el Renacimiento en el desarrollo del humanismo, que, entre otras cosas permitió nuestro Siglo de Oro. Queda el Renacimiento como un periodo que aunque no se menciona en absoluto, está, sin embargo, presente aunque de una manera difuminada y no obstante eso, visible. Entremezclaré entonces de nuevo los tiempos y para ello haré ahora una cita textual del libro de Katz:

En realidad la comunidad monástica continuó como una fuerza educativa hasta bien entrado el siglo XIX, pero fue particularmente impresionante durante la primera parte de la Edad Media (en inglés se conocen también como las Dark Ages, lo que sería también la Edad del oscurantismo). Estudiar era unirse a la clerecía, aunque algunos 'graduados' tomaban muy poco en serio sus votos. Muchos fueron a unirse con las burocracias básicas de las cortes del sistema feudal, o se lanzaron a los caminos como poetas y vagabundos.5

Veamos este asunto del Oscurantismo, esto de las Dark Ages y digamos, desde ya, que sólo podremos plantear muchas de estas cosas de una manera muy somera. Esa idea de oscurantismo acarrea ciertamente un tinte que muestra más o menos claramente su carácter, ahí sí un tanto avieso: contraponer esas "edades oscuras" precisamente con el renacimiento, donde el medioevo sería una etapa durante la cual la humanidad pasó por momentos difíciles en muchos sentidos. Introduzco aquí algunas ideas del extraordinario libro de Illich que ya cité más arriba y que él consideraba como el mejor que escribió. Illich nos cuenta que los dialectos que los novicios de la Edad Media hablaban en sus casas casi nunca se escribían y ni siquiera se concebían en ese entonces como lenguas maternas, y que no había una manera de analizar la lengua vernácula en sílabas o palabras, pues las

[...]historias narradas en lenguas romances o germánicas todavía seguían las reglas de las sociedades orales, manando como el agua [...] (p. 235).

Uno de los intereses principales de Illich era la formación histórica de la noción de texto; es decir, cómo éste deja de ser una suerte de partitura para convertirse en un texto. Recordemos también que durante la Edad Media la población en general empieza apenas a darse cuenta de que el latín no era una lengua sagrada y la única que podía escribirse, sino que paulatinamente van haciéndose conscientes de que las propias lenguas que ellos hablan son susceptibles de ser escritas, porque también son un idioma, y que existen otros, y que todos ellos se pueden escribir (y leer). Tales lenguas fueron creciendo y desarrollándose bajo el impulso, sobre todo de ese humanismo renacentista, esa "cultura literaria" y ese "espíritu crítico e individualista" y ese "cambio de énfasis de lo religioso hacia lo secular". Hay que recordar que el centro de todo había empezado a dejar de ser Dios y que eso representaba una enorme cantidad de cosas. El Ser humano, aunque de muchos modos se encontraba quizá desprotegido y desamparado, estaba sin embargo, a la vez y por otro lado, estudiándolo todo, y entendiendo poco a poco la propia naturaleza de su ser (sin Dios o cuando menos con menos Dios o con ideas diferentes sobre la Divinidad, que sin duda han seguido existiendo, pero de muchas otras maneras). Los seres humanos estaban viendo las cosas (como especie) de manera distinta, y el énfasis estaba en su mundo cotidiano, pero de otra forma. Y las ciencias, pese a ser incipientes y estar apenas en su comienzo, se habían liberado (no olvidemos esto porque es un elemento que no suele subrayarse más que muy de vez en cuando), y los seres humanos, con base en esos saberes incipientes que les allegaban las ciencias, eran libres para decir y hacer, lo cual no había sido posible durante esos siglos medievales donde el centro de los intereses era, casi exclusivamente, la religión y todo lo que esto representaba, que era muchísimo.

Sin embargo todo empezaba a poder ya ser escudriñado como nunca antes.

Ese gran impulso del humanismo renacentista en las ciencias y las artes y la cultura, es, lo que se manifiesta entonces ya de manera absolutamente clara en pleno Siglo de oro, y éste no es concebible sin aquél; es decir, sin todo esa lenta progresión del ser humano como especie que todo lo cambió, que lo liberó de un peso enorme y puso en sus manos algo casi totalmente desconocido a nivel social: su libertad. Ya nada sería igual, lo inmediato y lo lejano; lo interno y lo externo; lo relacionado consigo mismo y lo relacionado con los demás y un larguísimo etcétera. Y esto es lo que nos muestran la literatura, el teatro, los cuentos, las canciones, los refranes, los conjuros, los rezos... predominantemente cultura oral, como nos lo recuerda y muestra una y otra vez la doctora Frenk, y también nos indica que era todo el pueblo el que se manifestaba, su progreso había tomado lugar pasando por todo lo mencionado arriba, y había alcanzado las calles y a las personas; tenía ahora ya un mucho mayor conocimiento del mundo y de la vida. Habían cambiado las cosas, los objetos, y nuestras nociones sobre ellos y, sobre todo, nuestras ideas sobre nosotros mismos, nuestra manera de pensar, nuestras intuiciones y conceptos; nuestras impresiones y sentimientos y hasta nuestros prejuicios y manías, nuestra imaginación y nuestras reflexiones se habían modificado... gracias a que la gente se había apropiado de muchas cosas que le pertenecían pero que no había conquistado; y otras simplemente no las había descubierto; no sabía que estaban ahí. Y el lenguaje es una de estas grandes conquistas, y éste se había convertido en "nosotros mismos", y el impulso había llegado hasta abajo, y "el abajo" en todas sus formas metafóricas y alegóricas, había respondido favorablemente.

¿De qué otro modo si no, podrían haber llegado los hombres y mujeres de nuestro Siglo de Oro a poder encontrarse y reflejarse a sí mismos y a su mundo en el lenguaje de esa manera tan completa en todos los sentidos: personal, subjetiva, social, cultural, emocional, política, filosófica? Aquí es donde entra de lleno el libro de doña Margit Frenk, el imperio de la voz, que era incuestionable en la Edad Media, seguía teniendo más que sólo un pie en el Siglo de Oro, la oralidad mostró su arraigo y su enorme fuerza y atractivo; sobre todo, nos dice Frenk, para lo relacionado con el cuerpo, con la poesía, con lo material y con lo más "físico", y menos puramente abstracto y representacional, que también; sin embargo, estaba en juego y el pueblo entendía; entendía mucho de lo que estaba en juego y se nutría de ello, aunque sólo Dios sepa cuánto realmente entendía. Que el vulgo mostrara un entendimiento sorprendía a muchos, sobre todo a aquellos que pensaban (¿y piensan?) que el vulgo es tal porque es torpe, ignorante y flojo "por naturaleza" y por eso no le interesa nada. Contrariamente, yo sostendría que, precisamente el Siglo de Oro fue tal porque contaba, también, con el vulgo, con la gente común y corriente, con todo el pueblo. Por eso, pienso, predominaba la voz más que la lectura, aunque no sólo eran las cosas así, porque el interés y acceso a la lectura habían también seguido incrementándose, sobre todo, claro, más entre las clases pudientes, como las llamamos hoy.

Memorizaciones, recitaciones, cantos, teatro, poesía, se iniciaban casi siempre por un texto escrito que luego se oralizaba, quizá porque esto era lo más fácil y por eso la modalidad que prefería el pueblo, (esto no lo sostiene la doctora Frenk). Cabe decir que la mayor parte de las mujeres de entonces, no sabía leer. Todo esto está en los textos y aportaciones y aclaraciones de la doctora Frenk.

Y lo mismo sucedió o ya había parcialmente sucedido con el Renacimiento en Italia, Francia, Inglaterra, etcétera. Lo cual me lleva a mencionar también de esta manera... ¿deconstructiva? (¿se acercará esto al deconstructivismo que pregona el maestro J. Derrida?), que, naturalmente estamos hablando aquí sólo del mundo europeo, el Nuevo Mundo no parecía dejar huella en ese entonces, ni, por supuesto el mundo oriental, ni ninguna otra cultura o civilización que no fuera la occidental y cristiana. Cuánta labor de replanteamiento de las cosas, sobre todo para nosotros y nuestra historia (mientras más antigua más olvidada... pero no sin remedio). Deconstruir (sin pretensiones de reducir la deconstrucción a un término o de abarcar todas las nociones que el término alcanza) sería aquí replantear de nuevo los conceptos, las nociones, los planteamientos que ya no obedecen ni ilustran adecuadamente a nuestra modernidad y precisan ser deconstruidos para ser mejor entendidos hoy por hoy. Sobre todo esos conceptos que tienden a dejarse de lado, o a menospreciarse e incluso a esconderse o escamotearse: religiosidad, vulgo, masa, humanismo, capacidad humana real y tantos otros.

Este desplazamiento de un mundo a otro, que me he visto forzado a exponer en unas cuantas líneas, es algo de lo que también tomó lugar en la historia, en las historias de cada grupo humano, de una manera muy gradual, y que se extendió de maneras muy diversas entre cada pueblo (sobre todo los pueblos europeos, recordémoslo porque en esas historias, pueblos como el nuestro, que tenían una rica existencia y ya muy antigua, no eran tomados en cuenta, aunque ya habían entrado —1520— en el flujo histórico de entonces). ¿Faltarán algunos pueblos modernos de alcanzar momentos o épocas históricas de verdadero esplendor o desarrollo que impliquen una comunicación similar a la del Siglo de Oro español? ¿Y qué necesitarían... o necesitaríamos para ello? ¿Otra manera de vivir?

Entre la voz y el silencio, me sugirió casi todos estos pensamientos, y me obligó a recurrir a los libros que cito, pero la chispa inicial se debió a la doctora Frenk y sus reflexiones, a sus comentarios y su trabajo de ensamblaje para proporcionarnos una gran cantidad de ejemplos sobre la oralidad y la escritura, y sobre el tipo de ideas que circularon en la época. Su libro me parecería una introducción perfecta para iniciar a aquellos que están a punto de incursionar en el Don Quijote de la Mancha, (o para hacer una relectura de éste) porque les daría una serie de nociones sobre el contexto que serían de gran utilidad para disfrutar y quizá "sentir" mejor esa obra.

Hago por último algunos comentarios a la lectura en silencio, y empiezo por una cita del libro de Bill Katz:

Con la Edad Media y la amplia brecha que se dio entre el latín hablado y el escrito, los códices cristianos empezaron a proporcionar una penetración limitada y, más importante aún, popularizaron la división de las palabras, oraciones y párrafos. Así, para el siglo XII, la total separación de palabras permitía la lectura silenciosa. Tomó otros 100 o 200 años para que se hiciera costumbre la lectura silenciosa. Para ese entonces la separación de palabras y la puntuación propiciaron una fácil comprensión de las palabras, si bien no siempre el sentido del texto, sin tener que verbalizarlo o 'hacerlo sonar' (p 113).

La doctora Frenk no menciona que la lectura en voz alta generalmente se hacía porque muchas veces las letras y palabras estaban tan juntas que no permitían una comprensión del texto hasta que no las "descifraba" la voz, hasta que no las entendía el propio lector al escucharlas, pero claro que esto ya no sucedía en nuestro Siglo de Oro y pertenecía más bien a la Edad Media; sin embargo me parece indispensable mencionarlo. Algo de esto también lo reseña Ivan Illich en su libro En el viñedo del texto. Etología de la lectura: un comentario al 'Didascalicon' de Hugo de San Victor, (FCE, México 2002), en el que nos habla de la escritura medieval que es la que abordan tanto él como Hugo de San Victor, la Scriptio continua, que a primera vista y en los primeros textos no estaba diferenciada en palabras y cuya lectura se dificultaba y obligaba a leer en voz alta para empezar a entender. Así, sonorizando el discurso se iba entendiendo el discurso, y a menos que ya se hubiera leído antes (siempre en voz alta) se tendría una idea previa de él. Por eso, dice Illich, el texto mismo no estaba total o realmente separado de lo oral, y lo estuvo sólo hasta el año 1150 de nuestra era, cuando la página devino texto, pues hasta ese entonces, dice Illich, era más bien una partitura que exigía una buena cantidad de desciframiento, el mejor de los cuales era hacer sonar el texto, darle vida... y entenderlo o terminar de entenderlo. Por esa razón aun conociendo las letras, la lectura era en ese entonces una actividad difícil, y lo primero era "hacerla sonar" para que la entendiera el lector y quienes escuchaban, pues hasta ese momento "sonaban las ideas", que no estaban separadas en frases y ni siquiera, bien a bien, en palabras. Nos cuenta Illich que la gente incluso se sorprendía y pensaba que la lectura era magia, porque creía que las palabras sonoras estaban en el texto, que los sonidos estaban dentro de él.

La escritura alfabética incrementó el grado de abstracción, y a partir de entonces se podía leer todo y escribir todo, de manera que el interesado podía entrenarse y aprender a pronunciar cosas que nunca había oído anteriormente, y eso irá esclareciendo también otras nociones, como la de palabra, y la fragmentación del discurso en palabras, que según el Diccionario enciclopédio de las ciencias del lenguaje, sólo se establecerá sólidamente hasta el Renacimiento.

Doña Margit Frenk nos indica que la lectura silenciosa fue desarrollándose muy lentamente y de manera distinta en cada pueblo o cultura, y que coexistió muy largamente con el lenguaje oral, el cual predominó hasta bien entrado el siglo XVII; y agrega en otro lado:

En Alemania, dice E. Schön, a finales del siglo XVIII ya no era común leer en voz alta novelas, ni otras obras en prosa [...] pero para Inglaterra...Francia, etc., hay testimonios de lectura oral de novelas todavía en el siglo XIX (p. 45).

Estilo de cada pueblo, de cada idiosincrasia, de cada cosmovisión.

El sólo renombre de la doctora Frenk, y la factura del libro publicado por el FCE son más que suficientes para jalar el ojo hacia ellos y garantizar una deliciosa lectura de la que nadie puede arrepentirse, se lo aseguro a ustedes.

 

NOTAS

1 Bill Katz, Dahls's History of the Book, 1995.         [ Links ] Casi todas las referencias históricas son de este hermoso libro que tuve la suerte de estar leyendo cuando cayó en mis manos este texto de la doctora Frenk. Como por desgracia este libro no ha sido traducido al español, las traducciones que tuve que hacer son mías.

2 De nuevo, este abundante saber histórico no es mío, sino que proviene de ese magnífico libro que ya he citado de Bill Katz.

3 Iván Illich, En el viñedo del texto. Etología de la lectura: un comentario al 'Didascalicon' de Hugo de San Víctor (FCE, 2002).         [ Links ]

4 Bill Katz, op. cit.

5 Ibidem, p. 107, el paréntesis y la traducción son míos. La densidad histórica es de Katz.

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