El artículo de Marc Maurice, aunque originalmente fue publicado hace poco más de tres
décadas (en 1989), resulta valioso para el estudio de la metodología comparativa debido
a su análisis contrastante y crítico de los enfoques universalista, culturalista y
societal; además, por ofrecer una explicación sintética de este último, del cual se
tienen escasas referencias en español, lo mismo que de las aportaciones de Maurice.
Marc Maurice (1924-2011) fue un sociólogo francés, estudioso de las organizaciones y
relaciones laborales y uno de los fundadores del enfoque societal en los estudios
comparativos, cuyo origen se remonta a la década de 1970, junto con otros integrantes
del Laboratorio de Economía y de Sociología del Trabajo (LEST) de la Universidad de
Aix-Marsella, en Francia, como François Sellier y Jean Jacques Silvestre.
Según narra Maurice en un artículo más reciente (2002), dicha perspectiva se desarrolló a
raíz de las interrogantes que originaron los resultados de un estudio comparado entre
las estructuras salariales de las empresas francesas y alemanas; preguntas que los
llevaron a cuestionar las teorías de la convergencia y los modelos universalistas,
plasmando su propuesta en el informe de la investigación considerada fundadora del
enfoque societal: Politique d'éducation et organisation industrietle en France
et en Allemagne, publicado en 1982 (en español, Política de
educación y organización industrial en Francia y en Alemania [Maurice, Sellier y Silvestre, 1987]).
De acuerdo con Jorge Carrillo y Consuelo Iranzo
(2000), el trabajo de Maurice, Sellier y Silvestre fue un hito en su tiempo y
demostró la importancia del contexto social para comprender las particularidades de las
nociones de calificación y los sistemas de formación en cada país, lo que denominaron
“efecto societal”. En tanto que, según Claudia Figari
(2001), su contribución evidenció las complejas relaciones entre las
políticas definidas en las organizaciones y los modelos educativos nacionales.
Ahora bien, más allá del trabajo mencionado, escribe Maurice (2002), las investigaciones del equipo LEST le permitió desarrollar
eso que siempre había deseado en una teoría: “Un cuerpo de hipótesis fuertemente
asociadas a la metodología particular que contribuyó en su creación” (Maurice, 2002: 4).
El concepto societal no es privativo de la propuesta de Maurice y colaboradores. Se ha
utilizado para distinguir las relaciones de tipo institucional de las interacciones
individuales, íntimas o comunitarias, a partir principalmente de la propuesta de
Ferdinand Tönnies y su Gemeinschaft (comunidad) y
Gesellschaft (sociedad) de fines del siglo XIX. Posteriormente, en
la década de 1960, en un intento de integración, Talcott Parsons (1983) incluye el término “comunidad societaria”, constituida como
un orden normativo, dentro de su teoría del sistema general de la acción; y en 1970,
Stein Rokkan (1993) publica la revisión de
avances de los enfoques de investigación comparativa, entre ellos los de tipo
cross-societal, raros en ese momento, y con una posición más bien
ambigua, pues el término “se introdujo para cubrir las comparaciones en una amplia gama
de colectividades territorial y culturalmente distintas, ya sean ‘primitivas’, ‘de
transición’ o completamente desarrolladas” (Rokkan,
1993: 8).
La perspectiva del enfoque societal del equipo LEST, a la que Maurice identifica como
inter-national (suponemos, para distinguirla de la
cross-societal), si bien se identifica más cercana a los estudios
culturalistas, tiene como propósito establecer generalizaciones sin perder de vista a
los actores sociales, aunque especialmente como actores colectivos. Se parte de la
premisa de que los “actores y espacios se construyen conjuntamente”, por lo que el
estudio de los contextos en los que se inscriben cobra mayor relevancia, no sólo como
residuos sino para comprender el sistema de interdependencias sociales, buscando la
posibilidad de construir una teoría con cierto grado de generalización de los fenómenos
empíricos.
Maurice propone el término de “coherencias nacionales” para superar los particularismos y
la paradoja de la no comparabilidad, a partir del estudio de interdependencias entre
fenómenos, considerando las relaciones entre los niveles micro y macro. Lo importante
para él es conocer y comparar, entre un país y otro, cómo se construyen los actores en
relación con la sociedad. En ese sentido, las posibilidades de comparabilidad se
amplían.
Al explorar la producción de conocimiento en lengua castellanase observa que, dada la
orientación de los trabajos de Maurice, su contribución ha tenido mayor presencia en la
investigación sobre organizaciones laborales y en el campo educativo cuando se la
relaciona con la calificación profesional. Esto es, sobre todo, porque como conclusión
central del trabajo de Maurice, Sellier y Silvestre
(1987) se desprende que el sistema educativo de formación profesional tiene
estrecha relación con las estructuras salariales y laborales de cada país.
Entre los estudios que recientemente han retomado el enfoque societal o identificado un
“efecto societal”, se destacan los de Antonio Martín Artiles y colaboradores de la
Universidad Autónoma de Barcelona acerca de la transposición de modelos como el de
formación dual (Martín et al.,
2019; Barrientos et al.,
2019), flexiguridad (Leonardi et
al., 2011), política de ingresos (Martín, Molino y Godino, 2016) y de empleo (Martín, Molino y Carrasquer, 2016). En general, de estos estudios se
concluye que el “efecto societal” en España es una limitante en la implementación de
modelos generados en otros contextos europeos.
En América Latina son escasas las investigaciones desde esta perspectiva, y los artículos
identificados se limitan a citar la obra de Maurice, Sellier y Silvestre como parte del
estado del arte (Carrillo e Iranzo, 2000; Figari, 2001; Senén,
2006; Miguez, 2009). Cabe mencionar la
participación de Bruno Théret (2009), de la
Universidad París Dauphine, en una obra coordinada por Carlos Barba de la Universidad de
Guadalajara, Gerardo Ordóñez de El Colegio de la Frontera Norte y Enrique Valencia del
Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (ITESO). En el trabajo de
Théret se percibe cierta influencia del enfoque comparativo societal, proponiendo una
visión más estructuralista para construir una tipología de los sistemas nacionales de
protección social, analizando los casos de Francia y Japón.
La vigencia del enfoque societal descansa en su contribución a una metodología
comparativa que permite producir conocimiento teórico sobre la realidad social,
construyendo generalizaciones sin menoscabo de las relaciones contextuales y
particulares entre actores y espacios sociales. Si bien el conocimiento de lo local es
de suma importancia, y con ello los estudios culturalistas, como decía Sartori (1994: 32), “quien no conoce otros países
no conoce el propio”, por ello, la comparación es una herramienta para librarnos del
parroquialismo.
Entonces, el rescate de trabajos inscritos en esta corriente resulta significativa para
su difusión en el ámbito latinoamericano, con la intención de profundizar desde la
mirada comparativa en aquello que nos enlaza y nos distingue. Comprendernos como
naciones con pasados y presentes similares y divergentes, en el afán de unir políticas
estratégicas que nos fortalezcan como región, pero con sentido para cada país.
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El renovado interés en la comparación internacional en las ciencias sociales plantea
preguntas sobre los criterios de comparabilidad y las implicaciones teóricas de los
diferentes tipos de enfoque utilizados con mayor frecuencia hasta la fecha.
En primer lugar, se presentarán brevemente los criterios utilizados para establecer
la tipología que aquí se ofrece, sin pretender una “teoría” de la comparación
internacional. Después, se analizarán tres tipos de enfoque comparativo en función
de dichos criterios con el fin de explicar la lógica detrás de cada uno de ellos.
Finalmente, de manera privilegiada, serán desarrolladas las características del
enfoque societal2 con el propósito
de mostrar su interés y sus limitaciones, en relación con otros enfoques.
Criterios de comparabilidad
Admitiremos que cualquier comparación internacional tiene como objetivo destacar
el efecto del contexto nacional en los objetos de investigación observados para
medir su grado de generalidad de acuerdo con el modelo teórico y las hipótesis
que se quieren verificar empíricamente; sin embargo, si bien estamos de acuerdo
con esta propuesta general, veremos que se observan diferencias significativas
en las prácticas de investigación, especialmente en lo que respecta a la base de
“comparabilidad”. Para los fines de la exposición, pondremos énfasis en aquellos
criterios simples que permitan diferenciar los tres enfoques elegidos de acuerdo
con el estatus que le otorgan a la comparabilidad, concepto decisivo para toda
comparación.
Primero distinguiremos dos niveles de análisis (macro y micro); el nivel macro
corresponde al contexto nacional (o societal) en el que los objetos estudiados
se encuentran, y el micro (o meso, según el caso) a aquel en donde se observan
estos mismos objetos. Es importante, en efecto, explicar cómo cada tipo de
enfoque concibe la relación entre ambos niveles; en otras palabras, cómo se
entiende en cada caso la relación entre los objetos estudiados y el contexto
nacional (o societal) a los que se refieren.
El segundo criterio elegido es el de continuidad o discontinuidad que caracteriza
a los fenómenos estudiados de un país a otro, en función de los conceptos e
indicadores utilizados en cada caso.
La combinación de estos criterios y los niveles de análisis permite construir la
tipología aquí propuesta para diferenciar los enfoques comparativos. Por un
lado, en función del carácter más o menos endógeno o exógeno de los fenómenos
estudiados, dentro de cada país, en relación con el contexto nacional (o
societal), y por otro, en función del carácter más o menos homogéneo o
heterogéneo que se les reconoce a los fenómenos comparados de un país a
otro.
Así, con el cruce de estas dimensiones diferentes (relaciones verticales entre
objetos ⇄ sociedad, y relaciones horizontales: objetos A ↔
objetos B) se puede construir una cuadrícula analítica que
resalta la lógica de cada tipo de enfoque comparativo. De hecho, explicaremos el
estatus que se le otorga a la “nación” o a la “sociedad” en la comparación, y el
estatus de la “comparabilidad”, dependiendo de si uno presupone continuidad o
discontinuidad entre los fenómenos estudiados, de un país a otro.
Por lo tanto, depende de si se inspiran en enfoques “universalistas” (propios del
funcionalismo y el enfoque económico neoclásico) o en enfoques “particularistas”
(específicos de diversas corrientes culturalistas), los criterios de
comparabilidad serán diferentes, así como la relación de los fenómenos
comparados en el “contexto nacional”.
Queremos mostrar cómo el enfoque “societal” (investigación del “efecto societal”)
difiere de los dos tipos anteriores, tratando de ir más allá de lo que los
opone.
El objetivo de este debate no es descubrir cuál es la “mejor manera”, sino
destacar algunas de las preguntas planteadas por la práctica de las
comparaciones internacionales, en particular respecto de los criterios de
comparabilidad.
Al esquematizar se distinguen tres tipos de comparaciones internacionales de
acuerdo con la importancia y el significado que cada uno de éstos otorga a las
dimensiones anteriores, que contribuyen a definir los criterios de
comparabilidad:
El enfoque funcionalista (cross-national)3
El enfoque culturalista (cross-cultural)
El enfoque societal (inter-national)
Diferentes tipos de comparaciones internacionales
En primer lugar, hay que recordar que la metodología comparativa, de la cual la
comparación internacional es una de las aplicaciones, tiene orígenes lejanos y
se mezcla con la historia de las ciencias sociales. Baste con evocar aquí a
algunos “padres fundadores”: Montesquieu, [Karl] Marx, [Alexis de] Tocqueville,
[Max] Weber, [Émile] Durkheim. Este último vio en la perspectiva comparativa el
camino casi “normal” del enfoque sociológico.
Ahora bien, como es sabido, una metodología no es neutra; nunca es totalmente
separable de las orientaciones teóricas, más o menos explícitas, que le dan su
pertinencia o su eficacia.
La comparación internacional no es diferente, aunque la “moda” de hoy tiende a
abusar un poco del término.4
Razón de más para incitar a la reflexión en este ámbito.
Los enfoques funcionalistas
(cross-national)
Esta primera corriente de investigaciones comparativas se desarrolló durante
los años cincuenta y sesenta, especialmente en los países anglosajones. Lo
dicho por Stéphane Novak, epistemólogo polaco, es una muestra clara de este
enfoque: no conociendo a priori si un fenómeno no está
condicionado por un contexto nacional particular, es necesario examinar en
qué medida la variación observada sobre ciertas dimensiones en una nación
corresponde o no a aquellas contempladas en otras naciones. Aquí se reconoce
el enfoque clásico, inspirado tanto en Durkheim como en [Karl] Popper.
¿A qué principios obedece esta primera corriente comparatista o, al menos,
los enfoques que se refieren a ella? La mayoría de las veces el marco
“nacional” elegido no tiene un estatuto claramente establecido; de ahí la
frecuencia con que se utiliza la expresión de investigación
cross-national. El “país” o la “nación” son sólo
contextos locales en los que se insertan los fenómenos estudiados. El
contexto “nacional” sigue siendo, en este caso, totalmente heterogéneo
respecto de estos fenómenos. No es sorprendente que la relación entre
niveles macro y micro no esté realmente construida o problematizada.
Aquí, la comparabilidad se basa en el principio de racionalidad, que supone
una continuidad entre los fenómenos que se comparan, término a término, en
cada país.
De esta manera, las diferencias que eventualmente puedan aparecer de un país
a otro sólo son marginales y se considerarán residuos del “modelo” adoptado
o “equivalentes funcionales”, lo que, ipso facto, conferirá
a los fenómenos observados un estado de comparabilidad.
Dicho con otras palabras, la noción de “equivalente funcional” (una de las
nociones clave del funcionalismo) no es más que la expresión universalista
inherente a este tipo de enfoque. La referencia al marco nacional no entraña
en este caso ningún efecto de ruptura o discontinuidad en la comparación así
concebida. El siguiente esquema ilustra algunas de estas
características.
Recordemos que este tipo de enfoque a menudo ha sido utilizado tanto por
sociólogos como por economistas inspirados en una concepción análoga del
principio de racionalidad. Por ejemplo, el Grupo de Aston (Derek S. Pugh,
David J. Hicksons y otros),5
situado dentro de la corriente de estudio de las organizaciones, extienden
el modelo de la contingencia estructural a comparaciones internacionales de
organizaciones. La concepción microsocial de la racionalidad de las mismas
tiende, en este caso, a considerarlas como culture-free, y
aquellos elementos de análisis que escapan al modelo son considerados como
“residuos”, de los que puede dar cuenta la cultura local o la historia. La
referencia “nacional” no tiene otro significado más que contextual (en el
sentido más neutro del término) ni otro efecto que el de manifestar
a contrario sensu la continuidad de las dimensiones
estructurales de las organizaciones de un país a otro. La tesis de la
culture-free encaja directamente con la teoría de la
convergencia de las sociedades, como se ha subrayado en otra parte (Brossard y Maurice, 1974).6
Sin duda, esta corriente ilustra una posición extrema a la debatida por otros
especialistas en organizaciones;7 sin embargo, la orientación “racionalista” o
“universalista” que subyace continúa ejerciendo una gran influencia, incluso
entre los economistas comparatistas. Sobre este punto se volverá más
adelante.
Los enfoques culturalistas
(cross-cultural)
Éstos tienen en común que se oponen a los ya mencionados en cada una de las
dimensiones comprendidas en nuestra tipología. En efecto, contrariamente a los
enfoques comparativos de tipo funcionalista, aquí la referencia “nacional” no se
reduce a un simple contexto, sino que se conceptualiza en términos de “cultura
nacional”. Supone que los fenómenos estudiados están intensamente influidos por
ella, al punto de provocar fuertes discontinuidades al comparar un país con
otro, debido a la especificidad o identidad culturales.
El riesgo de estas posturas es el débil poder de generalización, aunque, por otro
lado, a menudo permiten demostrar las dimensiones de análisis que escapan a los
enfoques anteriores.
El siguiente esquema muestra las características de los enfoques culturalistas
que contrastan con los mencionados anteriormente.
En este caso, como se puede observar, existe una fuerte continuidad entre
cultura nacional y fenómenos estudiados, que son, en cierto modo, partes de
interés del mismo universo cultural. La comparabilidad, cuando existe, no puede
establecerse entre universos culturales diferentes, cuya composición interna se
podrá describir eventualmente.
Por supuesto, como en el caso precedente, este tipo de enfoque puede abarcar
múltiples situaciones, aunque la lógica que las inspira es similar. Cabe
señalar, por otra parte, que en ciertos casos la perspectiva comparativa
internacional no es necesariamente aplicada con sistematicidad. Se dirá entonces
que ello está implícito. Es el caso, por ejemplo, de investigadores occidentales
que pudieron analizar a la sociedad japonesa sin remitirse a una comparación
sistemática con su propio país. Uno de los casos más conocidos que presenta un
enfoque culturalista clásico8 es
el estudio de [James C.] Abegglen (1958)
sobre la empresa japonesa. Y el conocimiento de que la literatura reciente sobre
Japón está influida fuertemente por la perspectiva culturalista, particularmente
atractiva, es verdad, en este caso.9
Cabe mencionar, en un registro completamente diferente, Le Phénoméne
bureaucratique de Michel Crozier
(1964), otro clásico en su género de un enfoque cultural
problematizado.
Más recientemente se han manifestado nuevos tipos de enfoques culturalistas que
han intentado plasmar el principio de comparabilidad proponiendo conceptos
intermedios que permitan mediatizar el efecto de la cultura nacional sobre los
fenómenos u objetos comparados en diversos países.
Así, la famosa comparación llevada a cabo por Hofstede (1980) en una empresa multinacional (que se puede suponer
es IBM) propone el concepto de “programa mental”, permitiendo interpretar las
diferentes puntuaciones de escalas de actitudes o de rasgos culturales. O bien,
la reciente investigación comparativa de Philippe d’Iribarne (1985), quien utiliza la noción de “pacto
social” para ilustrar el efecto de la cultura nacional sobre las formas de
regulación de las relaciones de trabajo en las empresas elegidas en diversos
países.
Para volver a nuestro propósito, subrayemos que la utilización de tales nociones
no permite construir (o problematizar) la relación entre los objetos de análisis
y la “cultura nacional”. Refleja, más bien, un objeto particular de análisis (el
“pacto social” de D’Iribarne) o una herramienta de análisis (el “programa
mental” de Hofstede); sin embargo, ninguno de los dos casos se reinserta en un
campo teórico que les otorgue un poder de generalización, como es el caso, por
ejemplo, de las nociones de poder o de estrategia de Crozier, o la de
habitus de [Pierre] Bourdieu.
Entonces, las preguntas que permanecen abiertas, a saber, son: ¿cómo se transmite
o se reproduce en el tiempo esta cultura, de la cual D’Iribarne ve los orígenes,
en el caso de Francia, en la época feudal?, ¿en qué criterios se basa aquí la
comparabilidad, en la medida en que aparecen fuertes discontinuidades, asociadas
con las diferencias que constituyen las “culturas nacionales”?, ¿o se trata de
una especie de invariante cultural en el sentido antropológico
del término?
Si la noción de “cultura” conoce un resurgido interés desde hace algún tiempo, no
parece que se haya avanzado mucho hasta ahora en su teorización. Por el
contrario, es innegable que los enfoques culturalistas tienen un efecto
heurístico y que pueden contribuir a una mejor inteligibilidad de los fenómenos
societales que comprenden.
El enfoque societal
(inter-national)
Al igual que con los enfoques precedentes sólo subrayaremos las principales
características de este tipo de comparación, dejando para después una mayor
explicación de su lógica.
Primero, anotamos que este tipo de comparación se distingue de los anteriores
en varios puntos. Si el enfoque funcionalista
(cross-national) postulaba el universalismo (y por lo
tanto la continuidad entre los fenómenos comparados en diversos países) en
nombre del principio de racionalidad, y si el enfoque culturalista
(cross-cultural) postulaba el particularismo de los
objetos de análisis (y por lo tanto su discontinuidad de un país a otro) en
nombre de su pertenencia a una cultura nacional, el enfoque societal podría
parecer en ciertos aspectos más próximo al segundo que al primero, pero de
hecho, como se verá, no se inscribe en la misma línea.
En efecto, el principio de comparabilidad no es el mismo en este último caso.
Así, también se puede recalcar la paradoja que está en el corazón del
enfoque societal, esto es, “comparar lo incomparable”, lo que merece algunas
explicaciones.
En el enfoque societal la comparabilidad no se aplica directamente a
fenómenos (u objetos) particulares comparados término a término, sino que se
aplica a conjuntos de fenómenos que en sus interdependencias constituyen
“coherencias” nacionales específicas de cada país. El principio subyacente
al análisis no es aquí la “racionalidad” o “cultura nacional”, sino más bien
el postulado de “construcción de los actores en su relación con la
sociedad”. Es el principio de generalización que sostiene este tipo de
enfoque, privilegiando el vínculo social que se establece entre los actores
y la sociedad (entendiéndose este último como un principio de totalidad y,
al mismo tiempo, como un referente analítico). Como veremos, el análisis
societal es una forma particular de análisis estructural que, lejos de
excluir a los actores, los considera inseparables de las estructuras, y
viceversa.
El corazón de este enfoque es necesariamente el análisis de los procesos de
interdependencia (macro-micro) y de las mediaciones que estos implican.
Según nuestra terminología, los “actores y los espacios” están asociados y se
construyen conjuntamente en sus relaciones con la sociedad. El enfoque
societal no se limita a los contextos o entornos locales, o a un conjunto
difuso de valores o rasgos culturales, sino que, por el contrario,
representa la matriz del conjunto de las relaciones sociales que la
constituyen.
¿Cómo se puede traducir esto en nuestra tipología? Como indica el esquema
anterior, el predominio de las interdependencias macro-micro que contribuyen
a la construcción de los actores y que constituyen cada coherencia nacional
es tal que excluye cualquier comparación término a término; cada uno de los
elementos que componen estas coherencias no tiene importancia sociológica,
excepto en relación con el conjunto del cual forman parte.
De esta manera, se trata de un nuevo escenario donde coexisten una
discontinuidad (que excluye una comparación término a término) y una
continuidad basada en la comparabilidad de las totalidades que constituyen
cada conjunto societal particular.
Desde un punto de vista metodológico, los procesos de interdependencia por
medio de los cuales se construyen actores y espacios excluyen la existencia
de un principio de causalidad lineal, evocando en su lugar la de una
causalidad múltiple interactiva.
Por supuesto, este tipo de enfoque no se salva, como los anteriores, de
provocar múltiples interrogantes, en particular en cuanto a los criterios de
la comparabilidad y, sobre todo, en cuanto al alcance teórico que
ambiciona.
Así, ¿cómo se pasa del establecimiento de “coherencias nacionales” a una
“generalización societal”?, ¿no existe una incompatibilidad (como en los
enfoques culturalistas clásicos) entre la referencia a los grupos
“nacionales” y el concepto de “sociedad”?, ¿qué sucede con las categorías de
análisis (concepto e indicador) en este caso?
No pretendemos responder aquí a todas estas preguntas, pero intentaremos
retomar algunos de los puntos planteados en la presentación anterior,
centrándonos más especialmente en el enfoque societal, a partir del cual
podremos evaluar algunos rasgos de los otros enfoques.
El análisis societal: intereses y límites
Como se ha visto con anterioridad, el análisis societal se distingue de los otros
tipos de enfoques (cross-national y
cross-cultural) al buscar no una imposible integración de
paradigmas en oposición, sino más bien un desplazamiento de las lógicas de
análisis que los caracterizan.
Dicho de otro modo, del enfoque funcionalista cross-national se
cuestiona el sesgo introducido por el postulado del universalismo (y de la
convergencia de las sociedades) que también se encuentra entre los economistas y
entre los sociólogos que se inspiran en ello. Hemos podido mostrar en otros
lugares los fundamentos teóricos y metodológicos de este sesgo vinculado a la
elección de conceptos e indicadores que tienen el efecto de des-socializar los
objetos de análisis al postular su “continuidad” de un país a otro (este es el
significado del término cross-national). Por el contrario, uno
de los objetivos del análisis societal es tener en cuenta y respetar el carácter
“social” de los fenómenos estudiados, que definen su modo de existencia en la
sociedad.
Así, en tanto que el enfoque societal considera a los “actores” y a los
“espacios” como “construcciones sociales”, deberá revelar en un primer momento
la especificidad, es decir, la discontinuidad entre un país y otro.
Del mismo modo, del enfoque culturalista (o neoculturalista) se cuestiona el
sesgo inverso de un particularismo basado en la referencia a la noción de
“cultura nacional” con la que los objetos estudiados están en perfecta
continuidad, sin que esto sea realmente problematizado. El enfoque societal
también da cierta prioridad a la relación con la sociedad, aunque ya no se basa
en el efecto de una “cultura nacional” cuyo origen y modo de transmisión son
desconocidos, ni en los estereotipos que a menudo se dan por sentados (historia,
mentalidades, costumbres, etc.), sino en los procesos de construcción de los
actores y sus espacios, que la comparación, en este caso, permite identificar.
Ciertamente, tales procesos de socialización de actores o estructuración de
“espacios” pueden contribuir a formar lo que se llama una “cultura nacional”, lo
cual los inscribe en una temporalidad que les confiere una cierta estabilidad;
no obstante, como podemos observar, ni la “cultura” ni la “historia”10 son en nuestro caso los
principios últimos (¡en última instancia!) de inteligibilidad. Por el contrario,
se puede pretender que el análisis societal nos permita por su propia
perspectiva poner un poco de contenido en estas nociones que se usan con
demasiada frecuencia como “cajas negras”.
En otras palabras, el enfoque societal tiende a desplazar el lugar y el estatus
de la comparabilidad. Esto merece una explicación. El uso más corriente de la
comparación internacional (que, por cierto, seguido corresponde a prácticas que
escapan a la tipología presentada anteriormente por sus características
puramente descriptivas) es aquél que da relevancia a las diferentes
“puntuaciones” entre un país y otro sobre las dimensiones y los indicadores en
los que se postula la continuidad y, por lo tanto, la comparabilidad. En este
caso (pero también en el enfoque cross national de tipo
funcionalista), como ya se ha expresado, la comparación produce “hechos ciegos
porque son separados del sistema de inteligibilidad que les confiere sentido”
(Berthelot, 1987: 411). O bien, aun
inversamente, se llegará a la no comparabilidad de las categorías de análisis
por su fuerte discontinuidad “cultural”, pero también una comparación “de
término a término” de categorías “separadas de su sistema de inteligibilidad”
(por ejemplo, en nuestra opinión, convertidas en “asociales”) puede llevar a la
misma conclusión de no comparabilidad. En ambos casos, la no comparabilidad se
identifica con una dificultad técnica interpretada como una limitación de la
metodología comparativa.11
En el enfoque societal, la no comparabilidad ya no se constituye como un límite;
se convierte, más bien, en un objeto de análisis, de acuerdo con la pertinente
formulación de Jean M. Berthelot (1987:
411): “Si no hay comparabilidad término a término es porque las
diferencias identificadas se inscriben en un sistema de interacciones sociales
que producen estas diferencias como tantos [otros] aspectos de su
especificidad”. Tal es el significado que le damos a la paradoja de la
comparación de lo no comparable, cuyo efecto es mover el nivel de análisis
comparativo al mismo tiempo que le otorga un nuevo estatus a la
comparabilidad.
Como ya se ha indicado, una de las dificultades que a menudo se encuentra en las
comparaciones clásicas (y a veces considerada como obstáculo irreductible) es la
de obtener las condiciones de operación según la fórmula consagrada “todo lo
demás constante”. El cambio que provoca a este respecto el enfoque societal
reside precisamente en el desplazamiento del nivel de análisis que acabamos de
mencionar. Pasamos, en efecto, “de la yuxtaposición de efectos nacionales (como
en la comparación clásica) a la detección y explicación de coherencias
societales” (Maurice, Sellier y Silvestre, 1982:
235-236). En ese sentido, este tipo de enfoque puede interpretarse
como una herramienta de análisis empírico y como una orientación teórica a la
vez.
Sin embargo, el estado teórico del enfoque societal plantea, con razón, preguntas
para la mayoría de nuestros críticos. De hecho, ¿cómo pasar de la yuxtaposición
de los efectos nacionales a la construcción de las coherencias societales? Tal
transición encierra dificultades metodológicas y teóricas. Esta interrogante se
refiere, entre otras cosas, a la definición de categorías de análisis e
indicadores, pero también al estado de generalización que implica toda
teoría.
Volvamos en primer lugar a la lógica que subyace al enfoque societal, ya que sólo
ésta permite comprender las opciones metodológicas que induce.
La ambición del enfoque societal es la de superar los particularismos nacionales,
incluso si éstos ya establecieron el camino para explicaciones parciales de las
diferencias observadas. Dicho de otro modo, se trata de no encerrarse en
explicaciones de tipo culturalista o histórico. La relativa estabilidad (se
volverá sobre ese punto) de las formas nacionales que toman las diferentes
dimensiones contenidas en el análisis no se reducen, para nosotros, a la simple
constatación de realidades empíricas diversas de un país a otro, que se
interpretarían, por lo tanto, en la lógica funcionalista (o economía neoclásica)
como rigideces o residuos a superar.
Por el contrario, esta relativa estabilidad se refiere a un proceso de
generalización que permite reubicar a los grupos nacionales (y las dimensiones
constitutivas de éstos) en las relaciones más generales que los deja existir en
una temporalidad y espacio dados y que pueden dar cuenta de su forma de
existencia particular. Este proceso de generalización traduce la transición de
“nacional” a “societal”, o de lo “particular” a lo “general”.
Tal perspectiva tiene varias consecuencias en la metodología. En primer lugar, se
refleja el carácter semiinductivo de este enfoque, que inicialmente no supone la
existencia de un modelo teórico para verificar. Por el contrario, podrá decirse
que se orienta hacia un modelo o una teoría a “construir”. En este sentido, la
perspectiva comparativa no puede ser considerada como un fin en sí mismo (ni
tampoco la constatación de diferencias observadas de un país a otro).
Constituye, más bien, una etapa intermedia pero indispensable que nos sitúa en
el curso de una generalización (o de una teoría) a construir.
La noción de “efecto societal” (utilizada en los inicios de la investigación
Francia-Alemania) puede tomar diversos significados. Por una parte, ésta
interviene en la construcción de conjuntos nacionales: las categorías y las
dimensiones de análisis entran en coherencia entre ellas en la medida en que son
conceptualizadas como elementos de una “sociedad”.12 Allí se encuentra el primer significado del efecto
societal, pero este último descifra aún más la generalidad en la que se
inscriben las “coherencias” así establecidas en cada conjunto nacional.
Las “coherencias nacionales” no son, por lo tanto, más que expresiones
particulares de un “modelo” que ellas mismas ayudan a construir. La expresión
modelo “virtual” (análoga a la de imagen “virtual” en óptica) viene a la mente
para exponer la lógica de tal enfoque analítico, lo que subraya el significado
paradójico que aquí se da a la noción de “modelo”, e indica también su carácter
relativo y limitado.
Tal análisis, que opera más allá de los puntos de referencia institucionales
habituales, tiende a desplazar e incluso a revertir la lógica clásica y los
fundamentos de comparabilidad, que concibe de manera diferente y que sitúa en
otro lugar: lo “social” (Berthelot, 1987). Esta noción explica el campo teórico
donde se articulan, por ejemplo, los hechos educativos y los profesionales en
los casos de Francia y Alemania, o los hechos organizacionales y los
relacionales en los casos de Japón y Francia.
Sin embargo, tal desplazamiento puede parecer contrario a las reglas canónicas de
la actividad científica, en la medida en que se modifica la referencia de un
modelo teórico preconstruido y trata de manera inusual las categorías de
análisis en función del estatus que toma, en este caso, la misma
“comparabilidad”.
Lo que puede aparecer como un límite de este tipo de enfoque puede también
interpretarse, en nuestra opinión, como uno de sus intereses, más allá de su
poder heurístico: el de cuestionar las teorías o las metodologías existentes, al
tiempo que propone un marco de análisis y una conceptualización que han podido
demostrar en diversas áreas su capacidad de generalización.13 Este último aspecto no se desarrollará aquí
a riesgo de caer en una ¡defensa pro domo!
Por otro lado, sin poder responder directamente a las numerosas preguntas
planteadas, aun recientemente, a nuestro enfoque, nos limitaremos aquí a un
punto final del método, el de las categorías de análisis, que no se reduce a un
solo aspecto “técnico” de comparación porque concierne directamente al estatus
de comparabilidad.14
Claude Dubar (1988) planteó claramente
esta pregunta, interrogándose sobre el uso de categorías de análisis para
superar la “no comparabilidad” a la que conduce, en un primer momento, el
enfoque societal, al poner la situación a manera de prueba de “hipótesis nula”.
Según Dubar, se presentan dos alternativas: optar por categorías de uno de los
países concernientes o forjar categorías generales o universales que podrán
relativizar a las categorías autóctonas.
Sin detenerse aquí en el riesgo de sesgo que puede introducir la preferencia del
investigador por las categorías autóctonas de uno de los países (¡que luego
parecería “superior” al otro!) consideremos, más bien, la cuestión esencial: la
elección de categorías.
Aquí sólo podemos remitirnos a los desarrollos anteriores respecto de las
diversas etapas lógicas de nuestro enfoque, susceptibles de aclarar nuestra
posición relativa a la definición de las categorías de análisis. Esta cuestión
también se une a otra más general: la ya mencionada capacidad y los medios de
generalización del enfoque del efecto societal. ¿Hay que, y cómo, reemplazar los
nombres de cada país por un conjunto de variables (y conceptos) en los que se
podrían posicionar?
Se observa ya que este tipo de cuestión no es compatible con la lógica de nuestro
enfoque; de hecho, supone el problema resuelto, el de la definición de
categorías de análisis cuyo carácter universal se postula y que permitiría
ubicar a cada país de acuerdo con la variabilidad de sus “puntajes” en cada
variable seleccionada. Nuestro enfoque, con una perspectiva más inductiva,
permite resaltar y conceptualizar los fundamentos sociales de tal variabilidad,
que ciertamente no es infinita. La definición y elección de categorías de
análisis se derivan de la lógica de nuestro enfoque. Éstas, por el contrario de
lo que generalmente se supone por el estatus de comparabilidad, no serán
necesaria y formalmente comparables (término a término).
En nuestro caso, las categorías relevantes son aquellas que reflejan la
especificidad de cada país, más allá de sus características institucionales,
dependiendo de la importancia social asumida por las dimensiones o los objetos
de análisis cuando se ingresan en los “espacios” en los que están incrustados.
Así, las categorías utilizadas en cada país (que ya tienen un carácter general
que califica, por ejemplo, un sistema educativo o un tipo de organización)
pueden designar en cada caso “espacios” o “campos de prácticas” diferentes.15 No obstante, estas diferencias
nacionales podrán inscribirse en un espacio teórico más general: el de la
articulación entre el campo educativo y el campo productivo, por ejemplo, o el
de la vinculación de estrategias entre diferentes tipos de actores (empresa,
escuela, Estado). En ese sentido, la no comparabilidad de las categorías se
corresponde con la práctica de la comparación internacional que nos proponemos.
Lo anterior no excluye, por el contrario, que pudiésemos referir estas mismas
categorías a un marco conceptual más general (teniendo en cuenta, por ejemplo,
la articulación entre diferentes campos de análisis, o entre diferentes
estrategias de actores),16
permitiendo reinterpretar las dimensiones que califican las “coherencias”
nacionales, situándolas, por lo tanto, en otro nivel de análisis.
Al hacerlo, el enfoque societal intenta resolver (empírica y teóricamente) la
difícil cuestión planteada: ¿cómo salvaguardar la identidad social de los
actores (o de los objetos de análisis) que las exigencias de formalismo o de
generalidad de toda teoría amenazan siempre con desnaturalizar? Esto, como se
ve, remite a un debate totalmente diferente.
En este intento, el concepto “societal” califica a la vez lo que produce este
tipo de enfoque (en tanto que generalización) y el principio de análisis que
fundamenta.
Algunos comentarios finales
Las reflexiones que preceden no requieren necesariamente una conclusión en la
medida en que conducen más bien a la continuidad de un debate cuyo contenido
probablemente no es sólo académico.
Más allá del uso, por parte de los investigadores, de la comparación
internacional como herramienta de análisis (y las diversas interrogantes que
plantea) surgen otras preguntas: las de “demanda social”, lo cual se ha vuelto
particularmente sensible a los resultados de este tipo de investigación, que
está tratando de apropiársela en función de sus propios intereses.
Aquí es suficiente mencionar el amplio campo de la gestión empresarial y la
atracción que pueden ejercer hoy los “modelos” de ciertos países, Japón en
particular (después de los “modelos” escandinavos y alemanes).
Se plantean entonces nuevas preguntas que no tienen relación con las anteriores;
por ejemplo, ¿se puede importar, y cómo, el “modelo japonés” de gestión
empresarial? Se percibe, sin duda, que la respuesta será un poco diferente según
se sitúe dentro de tal o cual tipo de enfoque conceptual. La cuestión de
transferir las “tecnologías blandas” (que son las ciencias y técnicas de gestión
o de organización) interpela a los investigadores en ciencias sociales y abre un
nuevo campo de interés. Indudablemente, no es casualidad que la tesis de la
convergencia de las sociedades haya perdido una gran parte del poder de
atracción que tenía durante los años de alto crecimiento, y que hoy se prefiera
voltear más hacia los “modelos” que destacan la fuerza o la eficacia de ciertas
“culturas”.
Sin duda, ¿es difícil a veces evaluar la parte ideológica que implican tales
prácticas? Esto no plantea más que cuestiones importantes que los investigadores
en ciencias sociales no pueden eludir. Aunque esto merecerá un desarrollo
complementario al precedente…
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ofrece más datos del texto de D’Iribarne de 1985, pero se puede revisar uno
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