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Sociológica (México)

versión On-line ISSN 2007-8358versión impresa ISSN 0187-0173

Sociológica (Méx.) vol.35 no.101 Ciudad de México sep./dic. 2020  Epub 13-Sep-2021

 

Artículos de investigación

La integración de métodos y la aplicación del análisis de correspondencias al estudio de las culturas políticas

The Integration of Methods and the Application of Correspondence Analysis to the Study of Political Cultures

Carlos Ernesto Ichuta Nina* 

* Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Iztapalapa. Correo electrónico: <carlosernesto75@hotmail.com>


RESUMEN:

Considerando que el estudio de la cultura política que discurre por dos ámbitos de observación opuestos definidos por los métodos cualitativo y cuantitativo ha venido dificultando la posibilidad de dar cuenta de las culturas políticas, este trabajo propone como alternativa de investigación la integración metodológica, por medio del análisis de correspondencias. Plantea que esta estrategia sería adecuada porque permitiría ubicar, en un solo plano de diferencias y similitudes, las subjetividades políticas de los ciudadanos de forma tal que a partir de ello sería posible dar cuenta de la pluralidad de dichas culturas.

PALABRAS CLAVE: cultura política; integración metodológica; análisis de correspondencias; culturas políticas

ABSTRACT:

The study of political culture that flows between two opposing spheres of observation defined by qualitative and quantitative methods has made it difficult to pinpoint political cultures. This article proposes methodological integration through correspondence analysis as an alternative. It posits that this strategy is appropriate because it makes it possible to situate on a single plane differences and similarities and citizens’ political subjectivities in such a way as to account for the plurality of those cultures.

KEY WORDS: political culture; methodological integration; correspondence analysis; political cultures

Introducción

Los estudios de cultura política constituyen un polémico campo de análisis, no solamente porque se dedican a abordar un tema muy estudiado, sea por moda o por franco interés, sino también porque al dar cuenta de la subjetividad política de los individuos, las interpretaciones que esos estudios proveen no siempre se encuentran libres de toda controversia, ya que al darse a la tarea de constatar la existencia de una cultura política democrática suelen presentar tanto panoramas totalmente sombríos como esperanzadores.

De hecho, el primer estudio de cultura política, publicado en los años sesenta del siglo XX -periodo en el cual el mundo se encontraba sumergido en la intensidad de la Guerra Fría, por efecto de la confrontación de los bloques comunista y capitalista, flanqueados ambos por sus respectivos modelos políticos-, tenía esa connotación, ya que con base en una encuesta aplicada en cinco países occidentales, con estructuras socioeconómicas y sistemas políticos dispares, el estudio en cuestión definía a la democracia como el modelo más deseable, a partir de las orientaciones y las actitudes políticas de los ciudadanos; por ello, la cultura política fue concebida como la dimensión subjetiva de ese sistema y como la base psicológica de la democratización (Almond, 1995; Almond y Verba, 2014: 177, 2016; Przeworski, Cheibub y Limongi, 2004), idea esta última que resultaba más entendible a partir del caso mexicano, que fue incluido en dicha investigación como prototipo de una sociedad que se encontraba en aparente proceso de modernización y de tránsito hacia la democracia.

El citado trabajo vino a constituirse en todo un modelo de análisis, pues desde entonces los estudios en torno a la cultura política se dedican a dar cuenta de las orientaciones y las actitudes políticas de los individuos, sobre la base de procedimientos cuantitativos y de acuerdo con un esquema dual de la diferencia, que consiste en distinguir una cultura política democrática de una cultura política autoritaria. Sin embargo, muy pronto ese modelo encontró detractores y América Latina -con México en primer plano-, vino a constituirse en un ámbito de crítica muy importante, ya que a partir de la defensa de la particularidad de los entornos, la recuperación del complejo sentido de la subjetividad política y la reivindicación de los procedimientos cualitativos, los críticos de la región han venido planteando, más bien, la necesidad de dar cuenta de la pluralidad de las culturas políticas.

El estudio del tema discurre, por lo tanto, en torno a dos procedimientos considerados como antagónicos, por dar sustento a horizontes epistémicos disímiles y a posiciones ideológicas contrastantes, lo cual limita la posibilidad de aprovechar por igual sus bondades gnoseológicas. Por ello, muchos estudiosos sugieren la necesidad de superar ese antagonismo para avanzar, ante todo, en la investigación de las culturas políticas, ya que si bien los estudios cuantitativos tienden a simplificar el análisis, la propuesta cualitativa, que plantea el abordaje profundo del tema, no termina por concretarse.

Precisamente, este trabajo busca contribuir al estudio de las culturas políticas, con base en una propuesta de integración de los métodos que fundamentan aquel antagonismo -cualitativo y cuantitativo-, mediante el análisis de correspondencias, una técnica cuantitativa de gran tradición en el análisis de datos cualitativos. Plantea que dicha estrategia resultaría adecuada porque permitiría ubicar en un solo plano de diferencias y similitudes, las subjetividades políticas de los individuos, y a partir de ello sería posible dar cuenta de las diversas culturas políticas.

Con el fin de demostrar la viabilidad de tal propuesta, presentamos un modesto ejemplo que gira en torno a un par de variables tomadas de una base de datos de autoría propia, que deriva de la aplicación de una entrevista semiestructurada a setenta informantes mexicanos, como parte de un trabajo de propósitos mayores.

Tras esta introducción, el artículo consta de cinco apartados. En el primero abordamos el debate producido en torno al estudio de la cultura política -con una breve referencia de América Latina-, tomando como nodo problemático los distingos metodológicos y epistemológicos que motivarían a la investigación de las culturas políticas mediante procedimientos de integración metodológica. En el segundo apartado, presentamos nuestra propuesta, que además de partir de dicha consideración justificaría su pertinencia. En el marco de esa necesidad, en el tercero sugerimos la aplicación del análisis de correspondencias al estudio de las culturas políticas, el cual prosigue en un cuarto apartado de estudio propositivo. Finalmente, cierra con las conclusiones, en donde se señalan algunas delimitaciones de este planteamiento.

El debate en torno al estudio de la cultura política: el sentido de un antagonismo

Los estudios en torno a la cultura política proveen información acerca de la subjetividad política de los individuos. Este atributo puede ser comprendido, además, de diversas maneras, pero la primera investigación sobre el tema entendía dicha subjetividad como un conjunto de valores transmitidos e internalizados en el individuo por medio de procesos de socialización, y en el marco de una determinada estructura política; por esa razón, la cultura política era percibida como el resultado de una particular forma de distribución, entre los miembros de una nación, de pautas de orientación hacia determinados objetos políticos (Almond, 1995; Almond y Verba, 2014, 2016; Verba, 2015; Verba y Nie, 1987).

Es decir, el estudio de marras concebía al individuo como reproductor y no como productor de cultura, tal como lo hicieran las viejas teorías organicistas, que de hecho llegaron a influir en él, permitiéndole entender la cultura de modo holista y la política como modelo de acción; la primera, como un complejo conjunto de conocimientos, actitudes, hábitos y costumbres externos al individuo, pero con la capacidad de determinación sobre su conducta (Geertz, 1992: 27; Tylor, 1975); y la segunda, como un sistema que, más allá de sus funciones impositivas, establecería relaciones con el individuo mediante sus diferentes funciones especializadas (Almond, 1995: 175-176; Almond y Verba, 2014: 181; López Montiel, 2008; Pye, 2015).

Por ello, la cultura política no solamente fue vista como un conjunto de mecanismos ocultos con capacidad, incluso, de corrección de las conductas desviadas, por efecto de los procesos de socialización, sino también como patrones coherentes y enraizados en el humor de una nación, cuya función consistiría en proveer a la colectividad con una estructura sistemática de valores, y al individuo, con guías para su conducta política efectiva. Así, partiendo del supuesto de que en un determinado contexto cultural el individuo incorporaría, dentro de su propia personalidad, elementos cognitivos, afectivos y evaluativos que en conjunto formarían la cultura política, el estudio procedió a registrarlos mediante la aplicación de una encuesta simultánea en Estados Unidos, Inglaterra, Alemania, Italia y México (Almond, 1995; Almond y Verba, 2014: 177-182, 2016; Pye, 2015: 3-7).

El análisis consistía en identificar la congruencia entre cultura y estructura política, lo cual permitió al estudio seminal clasificar la cultura política como parroquial, de súbdito y participativa,1 en tanto categorías combinables, ya que todas las culturas demostraban ser mixtas y las personas, una mezcla particular de orientaciones parroquiales, de súbdito y participativas. Sin embargo, aunque la cultura política expresaba un carácter heterogéneo, dicha clasificación tendía a distinguirla de manera dicotómica (Eufracio, 2017: 107-110), ya que frente a la cultura parroquial y de súbdito, que se halló preponderantemente en Alemania e Italia -países de pasado totalitario-, la cultura participativa recibía un cariz positivo, habiendo sido localizada sobre todo en Inglaterra y Estados Unidos, naciones de larga tradición democrática; México, cuya inclusión fue cuestionada por diferentes razones (Craig y Cornelius, 1989; García, 2006: 140; Millán, 2008), constituía una suerte de caso intermedio, porque la cultura de súbdito que prevalecía en este país coincidía con un sistema político que se encontraba en proceso de transición (Almond y Verba, 2014, 2016).

Y no sólo eso. A partir del caso mexicano el estudio en cuestión advertía que las naciones no occidentales, como las latinoamericanas, enfrentarían a la democracia y al totalitarismo como dos modelos igualmente atractivos, ya que el primero ofrecía la posibilidad de participar en calidad de ciudadano influyente, y el segundo en la de súbdito participante, situación que hacía difícil estimar cuál modelo vencería; ello, no obstante la defensa que la propia investigación hacía del modelo anglosajón, coincidiendo, además, con una preocupación del gobierno de Estados Unidos, que frente a la amenaza totalitaria brindó su apoyo a la investigación empírica para conocer los patrones culturales de otras sociedades y buscar así expandir la democracia liberal (Almond, 1995; Almond y Verba, 2014: 200-201, 2016: 528-530; García, 2006: 136-137; Millán, 2008: 43).

Por eso mismo, el análisis de la cultura política estuvo expuesto a la influencia de aquellos paradigmas que revolucionaron la ciencia en ese país, como el conductismo y el pospositivismo, los que al establecer que la única forma de conocimiento posible dependía de la observación, la experimentación y la comparación definieron las identidades con las cuales la tradición de análisis inaugurada por el primer estudio es conocida ahora, a saber: “política”, “empirista”, “positivista”, “behaviorista”, “comparativa”, o “europeo-norteamericana”.

Sin embargo, al depender metodológicamente del análisis estadístico-descriptivo, dicha tradición llegó a ser conocida también, genéricamente, como cuantitativa; de hecho, con la incorporación de técnicas inferenciales logró alcanzar un mayor grado de sofisticación que incluso le permitió operar un giro analítico que consiste en insistir menos en criterios clasificatorios de la cultura política, para centrarse en una idea expuesta en el primer estudio que postula que el análisis de esa tradición dependería finalmente de definir las variables más relevantes para describir “la personalidad de un demócrata” (Almond y Verba, 2014: 178; López Montiel, 2008: 185-187; Schneider y Avenburg, 2015: 114).

Sin embargo, al desvelar sus limitaciones en el estudio, de un fenómeno mucho más complejo empíricamente, la tradición cuantitativa fue sometida a una profunda crítica gestada por sociólogos, antropólogos, historiadores y estudiosos de otras ramas de las humanidades (Almond, 1995: 165-167; Cruces y Díaz, 1995; Eufracio, 2017; García, 2006; Heras, 2002; Millán, 2008: 45-47; Przeworski, Cheibub y Limongi, 2004; Schneider y Avenburg, 2015: 113-115; Sewell, 1999; Varela, 2005; Welch, 2013). Así, el constructo teórico del primer estudio fue cuestionado y, por ende, la concepción de la cultura política como resultado de procesos de socialización que hacía ver al individuo como un simple reproductor de cultura, pues a partir de la influencia de otros paradigmas tal crítica planteaba que la cultura no podía ser vista como una entidad oculta sino como un documento activo y público, puesto que los sucesos no ocurrían en su cabeza (Geertz, 1992: 51-52; Welch, 2013); y que la política no podía ser abstraída de su relación con el poder, ya que no solamente suponía la posibilidad de preservación de un determinado orden sino también una fuente de tensión y conflicto (Eufracio, 2017: 106-108; Heras, 2002: 187-189; Varela, 2005; Welch, 2013).

Es decir, la cultura requería verse como el ámbito de actividad práctica y la política en su función relacionante, por lo que otros factores como la heterogeneidad y la contradicción podían definir a la cultura política. Mas si bien con ello se abría la posibilidad de redefinir este concepto, los esfuerzos en esa dirección nunca fueron unívocos, pues aquellos enfoques que intervinieron en la crítica discreparon teóricamente, sugiriendo abordar el tema de distintas maneras. Por ejemplo, una definición alternativa muy difundida que concibe a la cultura política como un conjunto desarticulado de valores, conocimientos, rutinas, creencias, sentimientos, habilidades e interpretaciones políticas, y como un mecanismo activador de un campo heterogéneo de polémicas y de delimitación de lo político (Botella, 1997: 29; Giglia y Winocur, 2002: 92; Gutiérrez, 1993; Laitin y Wildavsky, 1988: 593), alude a un sentido holista de la cultura y omnímodo de la política, que la perfila como inaprensible e incluso inabordable.

No obstante, en términos metodológicos, y a partir de otras corrientes teóricas como el interaccionismo simbólico y la fenomenología, los enfoques críticos reubicaron la subjetividad política del individuo en el centro del análisis, estableciendo que su comprensión no sería posible sin la subjetividad de otros individuos, y sin la consideración de su carácter acumulativo ni de las particularidades del colectivo, por lo que analizar la cultura política debía consistir en abordar entramados intersubjetivos, lo que no sería viable con una técnica como la encuesta sino por medio de procedimientos cualitativos que permitieran deconstruir construcciones simbólicas, decodificar códigos y desentrañar significados (Almond, 1995; Cruces y Díaz, 1995; Eufracio, 2017: 112; Heras, 2002; Sewell, 1999; Schneider y Avenburg, 2015: 116-121; Varela, 2005; Welch, 2013).

En razón de lo anterior, dicha postura analítica llegó a ser conocida como “cualitativa” o “interpretativa”, aunque al tratarse de una propuesta antagónica, en su identificación pesa aquella disputa disciplinaria que se produce en torno al concepto de cultura política. Por ello, los aportes de tal planteamiento resultan difíciles de destacar, por un problema de “estiramiento conceptual” que repercute en su falta de concreción (Heras, 2002: 190; Welch, 2013).

La influencia del debate en América Latina

Aun así, el referido debate encontró eco en América Latina, debido a la propagación de los estudios cuantitativos. Sin embargo, mientras que en México el modelo original fue replicado con relativa prontitud (Hansen, 1970; Scott, 2015; Segovia, 1975), no ocurrió lo mismo en el resto de los países de la región, donde apareció tardíamente por efecto del advenimiento de la larga noche dictatorial. De hecho, esta deriva autoritaria hizo posible que dichos estudios se dieran a la tarea de definir la base de apoyo cognitivo-emocional del sistema democrático, identificando los valores que entorpecían o hacían posible su establecimiento y posterior consolidación (Adams, 2003; Booth y Seligson, 2009; Cassell, Booth y Seligson, 2018; Craig y Cornelius, 1989; Dahl, 1997; Lagos, 2018; Latinobarómetro, 2018; Norris, 1999 b, 2011; Turner, 2018).

En las condiciones de incertidumbre y precariedad política características de los procesos de transición, dicha preocupación parecía razonable; sin embargo, una vez que esa etapa fue superada, los estudios cuantitativos no abandonaron esa forma dual de abordar la cultura política, a partir de la cual incluso llegaron a plantear que la región estaría condenada a atravesar por ciclos democráticos y autoritarios (Booth y Bayer, 2015; Booth y Seligson, 2009; Holmes, 2015; Isbester, 2010; Latinobarómetro, 2006, 2018; Lazarte, 2000; Malloy y Seligson, 1987; Millet, 2015; Monzón, Roiz y Fernández, 1997; Norris, 1999a, 2011; Pérez, 2015; Seligson, 1988, 2002; Seligson, Booth y Gómez, 2006; Seligson y Smith, 2010). De hecho, desde hace algún tiempo estos análisis vienen llamando la atención acerca de que los latinoamericanos padecerían de un malestar con la democracia, que los llevaría a apoyar a gobiernos autoritarios mediante procedimientos democráticos (Alonso, Brussino y Civalero, 2018; Calleros, 2009; Cassell, Booth y Seligson, 2018; Hershberg, 2000; Holmes, 2015; Lagos, 2018; Latinobarómetro, 2018; Millet, Holmes y Pérez, 2009; Mainwaring, 2006; Seligson y Smith, 2010; Turski, 2011), lo cual da cuenta del anquilosamiento de ese esquema dual,2 en el marco analítico de tales estudios, cuyo defecto consiste en estigmatizar al latinoamericano como una amenaza para la democracia, por efecto de un “déficit de cultura democrática” que condenaría al sistema a su permanente crisis, hasta el peligro inminente de su debacle.

Es decir, para los estudios cuantitativos la democracia sería víctima de sus propios ciudadanos, lo cual resulta discutible. Es por ello que fueron criticados, entre otras cosas, por replicar en la región un modelo de análisis ajeno a nuestra realidad; por reproducir el sesgo ideológico y etnocentrista que traería consigo dicho modelo (que consistiría en culpar a la víctima y no en identificar a los culpables del modo político de ser del latinoamericano); y por su dependencia cultural, que estribaría en reproducir un método de carácter nihilista (Camp, 2007; Eufracio, 2017: 112; Heras, 2002: 100; Millán, 2008: 44-46; Seligson, 2002: 107; Schneider y Avenburg, 2015: 113; Wiarda, 2001).

Así, con esa crítica el valor explicativo de los estudios cuantitativos fue demeritado, tanto que investigadores de disciplinas afines al enfoque crítico abogaron por un abordaje de la cultura política adecuado a las características de la región; a su ser, su saber, su estar, su diversidad, sus conflictos, su moral, sus costumbres y su propia historia (Camp, 2007: 19-21; Caudill, 2002; Craig y Cornelius, 1989; Ebel, 2003; Forte y Silva, 2009; Franco, 2017; Frederic y Soprano, 2005; Lechner, 1987; Menéndez-Carrión, 2001: 252; Meoño, 2002; Seligson, 2002; Turner, 2018; Wiarda, 2001; Wiarda y MacLeish, 2003). Sin embargo, tal apuesta introspectiva aún no define con claridad cómo debe ocurrir ese análisis, si adecuando el concepto a la realidad, como algunos intentan (Borón, 2000; Lechner, 1987; Meoño, 2002; Millán, 2008: 47), o redefiniendo el concepto y reconsiderando el propio método de análisis, como otros sugieren (Álvarez, D’Agnino y Escobar, 1988; De la Peña, 1990; Eufracio, 2017: 113; Gutiérrez, 1993; Ross, 2010; Schneider y Avenburg, 2015; Tejera, 2003).

En México, los estudios que contribuyeron significativamente al debate -también desde diferentes disciplinas-, resultan ambiguos en ese sentido (Castaños, 1997; Flores, 2012: 15; Gutiérrez, 1990, 1993; Hernández, Muñoz y Meixhueiro, 2019; Krotz, 1996, 2002; Pacheco, 1997; Tejera, 2003), siendo ejemplo de lo anterior aquellos trabajos que, asumiendo una postura crítica, ofrecen explicaciones inerciales respecto del modelo original (Eufracio, 2017: 114-116). Frente a ello, mientras que algunos proponen flexibilizar el concepto original (incorporando otras dimensiones de análisis), partiendo del reconocimiento de su carácter restrictivo frente al sentido plural de la cultura y conflictivo de la política (Adler, Lomnitz y Adler, 1990; Craig y Cornelius, 1989; Eufracio, 2017: 113; Flores, 2011; Gutiérrez, 1990, 1993; Krotz, 1990, 2002; Schneider y Avenburg, 2015), otros sugieren dar un salto cualitativo en el estudio, para abordar la intersubjetividad política de los individuos y dar cuenta de sus entramados de producción de sentido, sus imaginarios, sus representaciones, sus universos simbólicos, y la diversidad de sus discursos, mediante el análisis interpretativo (Bard, 2016; Castro, 2011; Giglia y Winocur, 2002; Grimson, 2014; Krotz, 1990, 2002; Millán, 2008: 48; Ross, 2010; Schneider y Avenburg, 2015: 118; Tejera, 2003).

No obstante, como en dicha propuesta intervienen diferentes enfoques con distintos intereses, la forma en la cual conciben la cultura política no siempre resulta clara, mucho menos coincidente, sobre todo cuando relacionan temas difíciles de abordar de forma conjunta, como las actitudes y los comportamientos que en la tradición cuantitativa constituyen dimensiones distintas de análisis. Esta tendencia a relacionar temas diversos, entre los cuales sobresale siempre el electoral, y en torno al cual se proponen incluso tipologías (Adler, Lomnitz y Adler, 1990; Alonso, 1994; Castro, 2011: 14; De la Peña, 1990; Flores, 2012: 14; Hernández, Muñoz y Meixhueiro, 2019; Krotz, 1990, 1996; Meoño, 2002; Peschard, 1997; Ross, 2010; Tejera, 2003), impide asimilar qué es lo que esa propuesta entiende por política, por cultura y, en consecuencia, por cultura política. Por ello, este término adquiere un carácter polisémico, multidimensional (Gutiérrez, 1990, 1993; Hernández, Muñoz y Meixhueiro, 2019) y multifuncional, que deriva en un problema de dispersión que algunos estudiosos ya temían (Castaños, 1997; Castro, 2011: 15; Flores, 2012: 16; Krotz, 1990: 11). Ello, a pesar de que una vez que los estudios establecen sus diferencias epistemológicas insisten menos en cuestiones metodológicas, evidencia de lo cual es el escaso, sino es que subdesarrollado uso, de los métodos interpretativos (Castro, 2011; Hernández, Muñoz y Meixhueiro, 2019).

Así, aunque el nodo analítico fundamental se encuentra constituido por la subjetividad política del individuo, el estudio de la cultura política se debate en torno a dos procedimientos metodológicos que dan sentido a horizontes epistémicos contrastantes, siendo esto un síntoma de sus propias limitaciones. Por ello, muchos investigadores -como los aquí citados-, sugieren superar tal antagonismo para lograr avances significativos en el análisis de las culturas políticas, pero al ser dichas sugerencias simplemente nominales, las propuestas de integración requieren ser precisadas, como se intentará a continuación.

El análisis de las culturas políticas a partir de la integración metodológica

La forma en la cual los estudiosos tienden a conformar ámbitos opuestos de análisis, a partir de los tradicionales métodos de investigación científica -cualitativo y cuantitativo- permite reproducir una “lógica segregacionista de métodos” que ha venido limitando las posibilidades de la ciencia para alcanzar comprensiones y explicaciones, descripciones y cuantificaciones válidas, precisas y fiables de la realidad social, ya que dicha práctica hace posible la reproducción de las debilidades inherentes de ambos (Adcock y Collier, 2001; Bericat, 1998: 17-30; Fearon y Laitin, 2008). Por ello, algunos estudiosos defienden la posibilidad de una “lógica integracionista de métodos”, que basada en el aprovechamiento de sus bondades gnoseológicas, busca aminorar aquellas debilidades (Bericat, 1998; Creswell, 2009: 203; Fearon y Laitin, 2008).

Tal alternativa se considera plausible porque: a) la lógica de inferencia que fundamenta la búsqueda de explicaciones por medio de ambos métodos en el fondo sería la misma; b) en el ámbito del análisis de datos no sería posible postular una cantidad sino de una predeterminada cualidad; y a la inversa, no sería posible postular una cualidad sino de una predeterminada cantidad; y c) gran parte de la información con la cual trabajan los investigadores sería de naturaleza cualitativa, la cual es susceptible de ser analizada cuantitativamente (Adcock y Collier, 2001; Bericat, 1998: 34; Box-Steffensmeier, Brady y Collier, 2008: 3-5; Creswell, 2009; Fearon y Laitin, 2008; King, Keohane y Verba, 1994).

El análisis de las culturas políticas es posible a partir de ese planteamiento, porque el estudio de las intersubjetividades políticas que propone la apuesta cualitativa -en su interés por reflejar la compleja realidad empírica-, encontraría cauce en las técnicas del enfoque cuantitativo que facilitan análisis sencillos y ordenados. Por lo tanto, de lo que se trataría, como punto de partida, sería de definir el instrumento de investigación adecuado para la integración de los métodos cualitativo y cuantitativo que, por defecto, consistiría en la entrevista semiestructurada, porque por medio de un guión de preguntas abiertas y cerradas permitiría acceder a la subjetividad del entrevistado, mediante la libre comunicación con el entrevistador (Giglia y Winocur, 2002; Krotz, 2002; Uwe, 2004: 95), y definir cómo ocurre un fenómeno en el marco de una determinada estructura de jerarquías, por efecto del proceso de precodificación de alternativas (Coxon, 2005: 4).

Así, con el acercamiento al esquema mental y al universo de valoraciones de los sujetos, la entrevista semiestructurada permitiría generar una estructura de datos que facilitaría el análisis por medio de la definición de diferentes sentidos de lo social (Jones, 2004: 258; Morse y Richards, 2002: 94; Uwe, 2004: 89-95), puesto que esos datos derivarían de una muestra poblacional definida de forma cualitativa o cuantitativa, y diseñada en términos probabilísticos, de acuerdo con criterios de representatividad; o no probabilísticos, conforme a criterios teóricos. Sin embargo, entre la diversidad de técnicas existentes, la llamada “muestra intencionada” o “determinada” se adecuaría de mejor manera a las exigencias de la integración metodológica, ya que tanto en los estudios cualitativos como en los cuantitativos, dicha muestra suele ser definida de manera deliberada.

Precisamente, esta propuesta surge del diseño de un guión de entrevista semiestructurada que fue aplicado a setenta informantes mexicanos, entre los meses de marzo y junio de 2018. Tal muestra fue definida, además, de manera intencional y de acuerdo con el principio de máxima heterogeneidad; es decir, prescindiendo de cualquier criterio restrictivo, en términos socioeconómicos, aunque considerando, en los demográficos, la conveniencia de elegir a individuos mayores de 18 años residentes de la Ciudad de México. Todo ello, orientado por el interés de generar datos referentes de las subjetividades de quienes los producen, para interpretarlas y comprenderlas en el marco de determinadas exigencias teóricas y metodológicas (Mendizábal, 2006; Martín-Crespo y Salamanca, 2007).

Si bien, mediante esas entrevistas se pudieron conocer las subjetividades políticas de los individuos, los datos obtenidos por esa vía resultaron abundantes y complejos, es decir, significaban un obstáculo para la explicación científica, que no puede representar la totalidad de un objeto sino solamente aquella parte que ocupen sus uniformidades y regularidades (McKinney, 1968: 13). Por lo anterior, vimos conveniente recurrir a las técnicas cuantitativas, para que por medio de los procedimientos de clasificación y codificación de datos pudiéramos ordenarlos según categorías, y éstas agruparlas en variables categóricas, pues en función de su máxima o mínima variación permiten dar cuenta de diferentes entidades identificables (Bailey, 1994: 1-9; Lazarsfeld y Barton, 1965: 157; Marshall, 2002).

Tal ordenamiento permite, además, una suerte de ruptura epistemológica, en relación con la lógica dual de las diferencias que sostiene a la tradición cuantitativa de los estudios de cultura política, ya que las categorías que conforman una variable pueden ser ponderadas conforme su importancia y su significado, y no según su valor numérico. Por ejemplo, si a partir de nuestros datos construyésemos una variable que refiriera la preferencia por la democracia frente a otras formas de gobierno (como se muestra en el Cuadro 1), la lógica dual llevaría a distinguir en ella valores democráticos y autoritarios, lo cual obligaría, incluso, a recodificar los datos, por lo que si los ciudadanos expresaran otro tipo de valoraciones, como por ejemplo: “hay que mejorar la democracia”, “hace falta una democracia de verdad”, “es mejor otra forma de gobierno”, o “desconozco la diferencia”, tales alternativas representarían un obstáculo para el análisis, ya que en el esquema de la lógica dual la variación de datos supone posibilidad de dispersión.

Cuadro 1 Variable: Preferencia por la democracia frente a otras formas de gobierno 

Datos observados
Categorías Frecuencias %
Es mejor la democracia 32 46
Es mejor la dictadura 6 9
Hace falta una democracia de verdad 12 17
Hay que mejorar la democracia 11 16
Es mejor otra forma de gobierno 3 4
Desconoce la diferencia 6 8
Total 70 100

Fuente: Elaboración propia.

Por lo anterior, la lógica dual de las diferencias permite el análisis simplificado de la cultura política, aun a costa de la complejidad empírica del fenómeno; por lo tanto, referir esta última condición dependería de romper con dicha lógica. Quienes procedieron de esa manera fueron los proponentes de la llamada “lógica de la continuidad de las diferencias”, que desde la topología (aquella rama de la matemática encargada del estudio de las propiedades de los elementos geométricos), fue llevada a los campos de la estadística y las ciencias sociales para dar cuenta de las formas que adoptan los datos y establecer su relación en términos de sus semejanzas y diferencias (Benzécri, 1992).

Con la variación de los datos, la lógica de la continuidad de las diferencias nos aproximaría así a la compleja realidad empírica, por lo que si la variable que presentamos en el Cuadro 1 fuese interpretada a partir de la igual ponderación de todas sus categorías, la lógica dual sería superada. Sin embargo, la igual ponderación de las categorías de una variable puede no ser suficiente para dar cuenta de las culturas políticas, por lo que si ese fuera el caso se impondría la necesidad de sumar otras variables de análisis en el estudio, que elevarían su nivel de complejidad. Ante tal resultado, recurrir a técnicas que permitan explicaciones ordenadas y sencillas resulta inevitable.

Tal posibilidad la ofrecerían una vez más las técnicas cuantitativas, por lo que su elección, en ese otro nivel de complejidad, dependería de los objetivos de la investigación. Como aquí se busca dar cuenta de las culturas políticas, las técnicas de análisis multivariado serían las más convenientes, porque permitirían formalizar la relación entre variables por medio de cálculos geométricos y algebraicos, e interpretar tal relación a partir de las interdistancias que se producirían entre los datos (Benzécri, 1992; Blasius, 1994: 23; Clausen, 1998: 7; Cornejo, 1988: 78; Greenacre, 1994: 3). Sin embargo, no toda técnica facilitaría ese resultado, pero la que destacaría por su coherencia sería el análisis de correspondencias, ya que con base en la proyección geométrica de la relación de un conjunto de datos disponibles permitiría describir conjuntos de individuos a partir de un cuadro general de diferencias y similitudes (Bishop, Fienberg y Holland, 1995; Bisquerra, 1989; Cornejo, 1988: 95-96; Lebart, Morineau y Warwick, 1997). Además, dicha aplicación sería posible mediante el Statistical Package for Social Science (IBM-SPSS), que utilizamos en este caso.

La aplicación del análisis de correspondencias al estudio de las culturas políticas

Aunque el análisis de correspondencias es una técnica diseñada para tratar con múltiples variables, el procedimiento básico consiste en relacionar dos de ellas. Por ello, en adelante se describirá este procedimiento, dado el carácter didáctico de nuestro ejemplo. Así, en el proceso de selección de otra variable de análisis, nuestras preocupaciones podrían llevarnos a elegir aquella que a juicio nuestro sería la más acorde o relevante; sin embargo, con el análisis de correspondencias no todas las variables resultan pertinentes, pues deben expresar, en su relación, un alto grado de correspondencias. En el ejemplo, la preferencia por la democracia frente a otras formas de gobierno y una variable que refiere el significado atribuido a la misma (véanse los cuadros 2 y 3), cumplen con esa condición.

Cuadro 2 Preferencia por la democracia frente a otras formas de gobierno. 

Categorías Frecuencias %
Es mejor la democracia 32 46
Es mejor la dictadura 6 9
Hace falta una democracia de verdad 12 17
Hay que mejorar la democracia 11 16
Es mejor otra forma de gobierno 3 4
Desconoce la diferencia 6 8
TOTAL 70 100

Fuente: Elaboración propia.

Cuadro 3 Significado atribuido a la democracia 

Categorías Frecuencias %
Es libertad 18 26
Es libertad de elegir 15 22
Es igualdad 7 10
Es el gobierno del pueblo 8 11
No sabe que significa 14 20
Es algo que no existe 8 11
Total 70 100

Fuente: Elaboración propia.

A primera vista, nuestra intuición podría llevarnos a especular -incurriendo quizás en argucias-, sobre la relación de dichas variables. Precisamente, el análisis de correspondencias evita que los prejuicios del investigador intervengan en el proceso de interpretación de los datos, pues él mismo define la proximidad entre éstos por asociación (Clausen, 1998: 120). Es decir, el instrumento ordena los datos según las categorías o modalidades, lo que quiere decir que dos individuos son semejantes cuando se presentan bajo las mismas modalidades, y cuando dos de éstas son próximas supone que fueron elegidas por grupos semejantes de personas (Joaristi y Lizasoain, 2000: 115).

Dichas modalidades son visiblesm mediante una “tabla de correspondencias, que el SPSS3 genera a modo (Cuadro 4), para el caso de nuestras variables.

Cuadro 4 Tabla de correspondencias 

Significado atribuido a la democracia
Preferencia por la democracia frente a otras formas de gobierno Es libertad Es libertad de elegir Es igualdad Es el gobierno del pueblo No sabe qué significa Es algo que no existe Margen activo
Es mejor la democracia 12 8 1 5 3 3 32
Es mejor la dictadura 2 0 0 2 2 0 6
Hace falta una democracia de verdad 2 2 2 0 2 4 12
Hay que mejorar la democracia 3 4 2 0 2 0 11
Es mejor otra forma de gobierno 0 0 1 1 1 0 3
Desconoce la diferencia 0 0 1 0 4 1 6
Margen activo 19 14 7 8 14 8 70

Fuente: Elaboración propia.

En la tabla se muestra la relación entre las variables que conforman el análisis, ordenándolas por fila y por columna, según el número de frecuencias de cada categoría o modalidad. Sobre esta base, el análisis de correspondencias trasforma dichas frecuencias en perfiles de fila o de columna, determinando su grado de dispersión por medio del chi cuadrado, el cual define el peso y la masa de cada categoría.4 Por ello, los conceptos de la técnica asumen un significado esencialmente geométrico, en la medida en que sus cálculos buscan referir el monto de variación entre los datos; como es así, los puntos de perfil, de fila o de columna resultan proyectados finalmente como nubes de puntos en función de su grado de inercia y del centroide de un eje ortogonal definido por la contribución de las categorías y las variables a la varianza total (Greenacre, 1994: 8).

Dichas operaciones son desplegadas por el SPSS por medio de diferentes cuadros; sin embargo, la información más importante consiste en el cuadro “resumen”, como el que se muestra en el Cuadro 5; y los datos más relevantes del mismo están en las columnas de “dimensión” y “proporción de la inercia explicada”, que aparecen sombreadas. La primera representa el espacio euclídeo donde los datos aparecen proyectados como puntos de perfil y de columna; y la segunda indica el grado de desplazamiento de esos puntos en relación con el centroide. Es por ello que la columna de proporción de inercia explicada debe leerse en función de la columna de dimensión, ya que ambas refieren el número de dimensiones suficientes para el análisis. No obstante, al tratarse de una técnica de reducción de dimensiones para grandes cantidades de datos, el análisis de correspondencias busca la mejor representación para el estudio a partir de las primeras dimensiones.

Cuadro 5 Resumen  

Proporción de inercia Confianza para el valor propio
Dimensión Valor propio Inercia Chi-cuadrado Significación Explicada Acumulada Desviación típica Correlación 2
1 .500 .250 .538 .538 .70 -0.59
2 .465 .233 .387 .925 .79
3 .158 .033 .044 .869
4 .120 .014 .031 1 000
5 .001 .000 .000 1 000
Total .464 64.912 .000 1.000 1.000

Fuente: Elaboración propia.

Entender todos estos procedimientos no es sencillo; resulta más fácil apreciar cómo opera gráficamente el análisis de correspondencias, en la medida en que esta representación constituye la principal virtud de la técnica. En el Gráfico 1 intentamos hacerlo “a mano alzada”, tomando en cuenta la variable “preferencia por la democracia frente a otras formas de gobierno”; como puede verse, con los cálculos del análisis de correspondencias cada punto de perfil de fila o de columna aparece proyectado como un vector matemático sobre un eje ortogonal, de acuerdo con su grado de inercia respecto del centroide, que representa, a su vez, el perfil promedio de fila o de columna, cuyo sentido indica que si un punto se ubica lejos del centroide es porque difiere del promedio, y si se localiza cerca de él es porque no difiere en absoluto (Clausen, 1998: 11).

Fuente: Elaboración propia.

Gráfico 1 El tratamiento de una variable según el análisis de correspondencias 

He ahí el significado geométrico de los conceptos del análisis de correspondencias según el cual, más que el número de los datos, lo que importa son sus propiedades, sus distancias y sus variaciones; es decir, sus cualidades. Es necesario resaltar lo anterior, porque cuando la técnica precede a la representación simultánea de variables, las categorías o modalidades de una variable deben ser interpretadas en función de las categorías o modalidades de otra variable (Benzécri, 1992; Blasius, 1994: 52; Greenacre, 1994, 2008; Lebart, Morineau y Warwick, 1997), como se puede apreciar en el Gráfico 2, que el SPSS genera como “diagrama de puntos de categoría”.

Fuente: Elaboración propia.

Gráfico 2 Diagrama de puntos de categoría 

En dicho diagrama, además de que el análisis de correspondencias trata a las variables como secuencias de valores sin pérdida de información, al ser ordenadas por sus partes en común permiten definir subconjuntos de datos de acuerdo con las correspondencias que se producen entre los mismos. Por eso, la representación gráfica constituye la principal virtud de la técnica, pues con ella se pone de manifiesto una estructura de relaciones y de dependencias entre los datos (Cornejo, 1988: 97-99).

Por lo tanto, la representación gráfica supone el paso más importante en la reducción de la complejidad de los datos cualitativos, pues el proceso de análisis e interpretación de los mismos puede proceder de manera sencilla, no solamente porque las correspondencias resultan visibles sino también porque el gráfico resume la información más importante de la técnica, que consiste en el grado de inercia. Éste aparece como porcentaje al pie de cada eje, coincidiendo con los datos de la inercia explicada del Cuadro 5. De acuerdo con esto, se puede decir que en nuestro ejemplo un plano bidimensional permitiría explicar el 83 por ciento de las variaciones que se producirían entre los datos, lo cual representaría un buen porcentaje para proceder al análisis de las culturas políticas.

El análisis de las culturas políticas

Dicho proceso comenzaría por prestar atención a la forma en la cual se encuentran distribuidas las nubes de puntos, teniendo como referencia los ejes del diagrama. En ese sentido, cada cuadrante podría ser tomado como un espacio heurístico de interpretación o como un espacio de propiedades, según el cual el grupo de categorías que referiría a un conjunto de personas, que compartirían características similares y diferentes a las de otros individuos, sería susceptible de conceptualización, según la relación articulada y dependiente que se produciría entre los datos (Barton, 1984: 53-69; Benzécri, 1992: 571-577; Doise, Lorenzi-Cioldi y Clemence, 2005: 157; Lazarsfeld y Barton, 1965: 173).

Así, en el cuadrante superior derecho identificaríamos a un grupo de ciudadanos que en relación con su preferencia por la democracia, frente a otras formas de gobierno, desconocería la diferencia, o afirmaría que es mejor otra; y en cuanto al significado atribuido a la misma, no sabría cuál es. En el cuadrante inferior derecho identificaríamos a otro grupo de individuos que, de acuerdo con su preferencia por la democracia, expresaría que hace falta una democracia de verdad; y respecto de su significado, declararía que es algo que no existe, o que es igualdad. En el cuadrante inferior izquierdo visualizaríamos a un grupo que en cuanto a su preferencia por la democracia aseguraría que es mejor, o que hay que mejorarla, y en relación con su significado diría que es la libertad, o la libertad de elegir. Finalmente, en el cuadrante superior izquierdo encontraríamos un grupo de ciudadanos que en relación con su preferencia por la democracia, frente a otras formas de gobierno, aseguraría que es mejor la dictadura, y que la democracia significa el gobierno del pueblo.

En ese sentido, el análisis de correspondencias proyectaría en un solo plano de diferencias y similitudes las subjetividades políticas de los individuos, las cuales en función de la idea del espacio de propiedades podrían ser tomadas como evidencia de las intersubjetividades referentes de las culturas políticas. Por lo tanto, poder definirlas dependería de ensayar conceptualizaciones sobre la base de las correspondencias que se producirían en cada espacio de propiedades, por lo que en el cuadrante superior derecho podríamos definir la expresión de una cultura política crítica; en el inferior derecho, la expresión de una cultura política del desencanto democrático; en el cuadrante inferior izquierdo, la de una cultura política democrático-liberal, y en el cuadrante superior izquierdo, la de una cultura política autoritaria, como se sugiere en el Gráfico 3.

Fuente: Elaboración propia.

Gráfico 3 Diagrama de puntos de categoría 

Aunque dichas definiciones se asemejan a las producidas por otros estudios, en el marco de la llamada “cultura democrática” (Norris, 1999 a, 2011; Seligson, Booth y Gómez, 2006), a diferencia de ellas, nuestra construcción conceptual se encontraría determinada por correspondencias complejas y aparentemente contradictorias que necesitarían ser justificadas, lo cual sería posible mediante un proceso inductivo o de retorno a la subjetividad de los entrevistados, que terminaría por dar sentido a la integración metodológica.

Así, la expresión de una cultura política crítica, que parece contradecir la ignorancia expresada por los ciudadanos en cuanto al significado de la democracia y la preferencia por esta forma de gobierno, asumiría sentido al revelarse en sus subjetividades el deseo por otra forma de gobierno. Una persona dice, por ejemplo, que “China es uno de los países con más crecimiento, pero tiene un gobierno autoritario. Entonces, lo que importa es cómo se gobierna para dar satisfactores a los ciudadanos. Con democracia o sin democracia, todo sale sobrando cuando el pueblo no alcanza una vida plena”. Es decir, la subjetividad política de estos individuos revelaría una masa crítica que los llevaría a tomar distancia de un sistema de gobierno que no creerían como el único posible: “Alguien decía que la democracia es sólo futurible. Se dará si tienes las condiciones necesarias, y pues nosotros no las tenemos. En algunos países la democracia es un poco más cercana a lo que debe ser, pero en México sólo es una pantalla. Entonces, yo digo que necesitamos crear una forma de gobernarnos a la par de nuestras condiciones”.

Por otro lado, la cultura política del desencanto democrático se reflejaría a partir de una tensión, en la subjetividad del ciudadano, entre la imagen ideal de la democracia y su expresión real, que lo llevaría a cuestionar esta forma de gobierno: “Tenemos una democracia de patito que beneficia a los que más tienen. Haz de cuenta, es como si tuvieras que distribuir ganancias entre diez albañiles, un arquitecto y el dueño. Los salarios de los albañiles se cubren con el salario mínimo; el arquitecto gana por la obra, y el dueño se queda con la obra ¿Eso es democrático?”, pregunta uno de ellos. Tal sería el sentido de aquella tensión que al significar a la democracia como algo que no existe, o como igualdad, este individuo cuestionaría a la propia democracia electoral realmente existente; de hecho, la exigencia de una democracia de verdad derivaría de ese cuestionamiento, como afirma otro ciudadano: “La democracia va a ser siempre ideal, porque si la pobreza, la marginación o la desigualdad son altas no puede hablarse de una democracia de verdad”.

En cambio, la cultura política democrático-liberal se revelaría desde la subjetividad de una persona con sentido práctico, pues tanto la preferencia por la democracia, como la demanda de su mejora, supondría la valoración positiva de ese sistema de gobierno por sobre cualquier posible cuestionamiento. Como afirma un entrevistado: “El modelo democrático funciona. Lo que sucede es que a los que elegimos como responsables del accionar de ese modelo incurren en corrupción atentando contra un sistema que garantiza nuestra libertad”. Es más, esa subjetividad haría sentido en los significados atribuidos a la democracia, los cuales remiten a los valores esenciales de la llamada democracia liberal: “Las elecciones son el instrumento que la sociedad tiene para premiar o castigar políticos. Si bien el ejercicio por sí mismo no asegura que se vote por la mejor propuesta o la mejor persona, sí ofrece la libertad de elegir, como un derecho inalienable”, asegura una ciudadana.

Finalmente, la expresión de una cultura política autoritaria resultaría difícil de justificar, porque la preferencia por la dictadura y la significación etimológica de la democracia no dan cuenta de una subjetividad claramente antidemocrática, a pesar del desdén que sufriría esa forma de gobierno, pues un ciudadano expresa que “la mayoría es ignorante y esa forma de gobierno es solamente para un pueblo informado, y nosotros somos uno de los pueblos menos politizados. Solamente vemos lo que nos afecta. A ese grado de mezquindad hemos llegado”. Como es así, el significado que esta persona le atribuye a la democracia resulta también confuso, como lo comenta otro individuo: “La democracia significa el gobierno del pueblo, el problema es que el ciudadano de a pie no es experto en política y quien tiene dinero crea un discurso viciado y que desinforma”. Por lo tanto, esta evidencia parece insuficiente para ratificar la expresión de una cultura política autoritaria.

Aunque el análisis de correspondencias permitiría profundizar en lo anterior, lamentablemente eso ya no es posible en el presente trabajo por razones de espacio. De hecho, ello nos obligó a esta sucinta interpretación. No obstante, la estrategia que acabamos de presentar parece adecuada para proseguir con las indagaciones acerca de las culturas políticas, ya que la principal contribución de la misma consiste en dar cuenta de las (inter)subjetividades políticas de los individuos que parecen reflejar apropiadamente el conflicto de percepciones propio del campo político.

Conclusiones

Los estudios en torno a la cultura política constituyen un campo de análisis definido por los tradicionales métodos de investigación científica: cualitativo y cuantitativo; aunque en términos de su oposición, ello ha venido limitando la posibilidad del estudio de las culturas políticas. En este trabajo pudimos comprobar que la integración metodológica sería una estrategia adecuada para esa posibilidad, mediante el análisis de correspondencias, ya que éste nos permitió identificar a las culturas políticas por medio de un solo plano de diferencias y similitudes, en el que al resultar visibles las (inter)subjetividades políticas de los ciudadanos serían susceptibles de definición.

Sin embargo, es posible que nuestra propuesta tienda a incurrir en el problema de la simplificación, propio de los estudios cuantitativos. No obstante, dado que el objetivo de este trabajo consistió en mostrar la utilidad de una estrategia a partir de un ejercicio simplemente didáctico, la posibilidad del análisis de las culturas políticas en un mayor nivel de complejidad sería posible mediante el aprovechamiento de las bondades de tal estrategia, ya sea por medio de la ampliación de la muestra; la construcción de variables categóricas con un mayor nivel de variación; la adopción del llamado “análisis de correspondencias múltiples”, o la consideración de más dimensiones de estudio.

También es probable que en esta propuesta las evidencias presentadas resulten insuficientes, pero más allá de los argumentos antes esgrimidos, la principal virtud de la estrategia consistió en brindar la posibilidad de caracterizar a las culturas políticas de modo más sistemático y estructurado, tomando distancia en ese sentido, de los intentos de otros autores que señalan a algunas culturas de forma más especulativa (De la Peña, 1990). En razón de ello, el uso de las narrativas de los ciudadanos como sustento argumentativo o como justificación empírica de nuestras definiciones conceptuales permitió dar cuenta de un ejercicio de análisis inductivo y deductivo que podría limitar la especulación.

Finalmente, si bien al definir a las culturas políticas redundamos en otras caracterizaciones ya existentes en la literatura, éstas constituyen simplemente ensayos analíticos que requieren profundizarse, y en ese sentido no se trata, a partir de la propuesta aquí presentada, de asegurar la existencia de cuatro culturas políticas, sino de señalar que a partir de nuestra evidencia empírica ellas resultarían más visibles en términos situacionales. En todo caso, partiendo de los ajustes teóricos y metodológicos que se crean convenientes, nuestra estrategia podría ser retroalimentada, fortalecida o simplemente rebatida.

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1 La cultura parroquial refería a la falta de relación del individuo con el sistema político, dado su escaso conocimiento del mismo y la desconfianza hacia sus autoridades; en cambio, la cultura de súbdito refería a una relación pasiva del individuo con el sistema, debido a su conocimiento del mismo en términos administrativos, y su orientación afectiva hacia la autoridad gubernativa; finalmente, la cultura participativa refería a una orientación activa del individuo hacia el sistema, en términos favorables o desfavorables, dado su conocimiento del mismo como un todo (Almond, 1995; Almond y Verba, 2014, 2016).

2Los trabajos que regularmente producen la Corporación Latinobarómetro, o el Proyecto de Opinión Pública de América Latina, mediante el Barómetro de las Américas; y los que en México llegaron a florecer, tras la alternancia, como la Encuesta Nacional sobre Cultura Política y Prácticas Ciudadanas, y la Encuesta Nacional de Juventud, cuyos datos daban lugar a sendas publicaciones, son ejemplos de ese fenómeno, el cual sigue vigente en trabajos relativamente recientes (Durand, 2004; Flores, 2011, 2012).

3Para conocer la forma de operar del análisis de correspondencias en el programa SPSS, véase a Bisquerra (1989) y Joaristi y Lizasoaín (2000).

4Estas operaciones no serán precisadas aquí por requerir mayor espacio. Sin embargo, para comprender la notación matemática del método, véase a Benzécri (1992), Greenacre (2008), entre otros (Bishop, Fienberg y Holland, 1995; Blasius, 1994; Clausen, 1998; Cornejo, 1988; Doise, Lorenzi-Cioldi y Clemence, 2005; Joaristi y Lizasoaín, 2000); y para entender las optimizaciones del análisis, consultar a Greenacre (1994, 2008) y Lebart, Morineau y Warwick (1997).

Recibido: 09 de Junio de 2020; Aprobado: 20 de Octubre de 2020

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