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Sociológica (México)

versión On-line ISSN 2007-8358versión impresa ISSN 0187-0173

Sociológica (Méx.) vol.35 no.100 Ciudad de México may./ago. 2020  Epub 09-Mar-2021

 

Notas de investigación

La significación intelectual de la pandemia de Covid-19: codificaciones sagradas y profanas

The Intellectual Significance of the COVID-19 Pandemic: Sacred and Profane Codifications

Nelson Arteaga Botello* 

Luz Ángela Cardona Acuña** 

*Profesor-investigador, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso-México). Correo electrónico: <nelson.arteaga@flacso.edu.mx>.

**Investigadora visitante, Center for Cultural Sociology, Yale University. Correo electrónico: <luzangela.cardona@gmail.com>.


RESUMEN

Algunos intelectuales significaron a la pandemia del Covid-19 en función de las supuestas atribuciones puras y contaminadas de las estructuras sociales, económicas y estatales. Sus interpretaciones codificaron la pandemia en términos de lo sagrado-bueno y lo profano-malo, que estimularon narrativas sobre el carácter opresivo o liberador de ciertos actores e instituciones sociales. Una primera narrativa consideró que el mercado causó la pandemia y reforzó el autoritarismo y el control político del Estado. Una segunda acusó al mercado, pero consideró que la pandemia abría la posibilidad de una transformación radical de lo social. La tercera narrativa subrayó que el mercado no fue responsable, pero llamó a una mayor intervención del Estado en la economía.

PALABRAS CLAVE: teodicea; Covid-19; pandemia; sociología cultural; intelectuales

ABSTRACT

Some intellectuals have expressed the COVID-19 pandemic as a function of supposedly pure and contaminated attributions of social, economic, and state structures. Their interpretations have codified it in terms of the sacred-good and the profane-evil, stimulating narratives about the oppressive or liberating character of certain social actors and institutions. A first narrative stated that the market had caused the pandemic and reinforced state authoritarianism and political control. A second accused the market but also stated that the pandemic opened up the possibility for a radical social transformation. The third narrative underlined that the market was not responsible, but called for greater state intervention in the economy.

KEY WORDS: theodicy; COVID-19; pandemic; cultural sociology; intellectuals

Introducción

La pandemia del Covid-19 generó interpretaciones sobre su origen y efectos desde la biología, las ciencias sociales y las humanidades. A la sociología cultural le interesa comprender las interpretaciones que los intelectuales hacen desde la academia y la opinión pública (Spillman, 2020). En primer lugar, porque explican la pandemia a través de versiones condensadas de sus teorías. En segundo término, porque permiten entender las distintas visiones que existen sobre un mismo problema. Finalmente, porque se movilizan marcos de significación del mundo social.

La presente nota de investigación analiza un conjunto de opiniones de intelectuales al momento en que la pandemia avanzaba en Asia y Europa durante los primeros meses de 2020. Se analizan ensayos de Giorgio Agamben, Jean-Luc Nancy, John Gray, Byung-Chul Han, Slavoj Žižek, Alain Badiou, Judith Butler, Achille Mbembe, David Harvey, Michel Maffesoli, Gilles Lipovetsky, Bruno Latour y Michael Taussig. Las obras de todos estos autores han sido traducidas ampliamente y forman parte de las lecturas básicas de estudiantes e investigadores en ciencias sociales y humanidades. Además, tienen una presencia mediática y son referentes de opinión. De acuerdo con Alexander (2016), los posicionamientos de estos intelectuales sobre la pandemia codifican nuestro tiempo en términos de lo sagrado-bueno y lo profano-malo, y proveen narrativas de salvación colectiva como elementos protagónicos de la historia y de la transformación social.

La pandemia del Covid-19 ha sido significada por estos pensadores en narrativas que subrayaron el carácter sagrado y profano de las estructuras sociales, económicas y estatales contemporáneas. Interesa comprender cómo cada autor explicó la pandemia en un pequeño texto no académico, reduciendo con ello la complejidad de su obra para hacerla legible a un público amplio. En este sentido, de acuerdo con Weber (1984) se busca examinar cómo se construyeron las teodiceas sobre el sentido del bien y el mal en la pandemia, así como del pecado y la salvación (Ramos, 2012). Se examina cómo los intelectuales definieron el caos (el problema del mal) -y los demonios que lo habitan-, cómo asignaron un sentido a este último y cómo imaginaron el destino a la sociedad mundial. Al igual que las religiones, las teodiceas organizan las relaciones sociales en antítesis profundamente sentidas entre lo sagrado y lo profano. Lo primero debe ser protegido interponiendo una distancia de aquello que pudiera profanarlo. Así, se establece un sentido profundo de eso que debe protegerse de su contaminación (Alexander, 2019).

Esta nota forma parte de un proyecto más amplio que analiza cómo los discursos de intelectuales renombrados se disputan el sentido cultural de la pandemia Covid-19. El interés por comprender este tipo de disputa responde a un conjunto de trabajos previos que analizan cómo se narrativizan acontecimientos que trastocan la vida social. El presente documento abre con una breve exposición del marco analítico de la sociología cultural. Después examina las narrativas que significaron a la pandemia de Covid-19. Finalmente, se hace una reflexión sobre las teodiceas interpretativas que resultan del análisis.

Sagrado y profano: una aproximación

La sociología cultural sugiere que a partir del siglo XIX el pensamiento crítico ligado a Marx -aunque no exclusivamente-, enfatizó la idea de que el capitalismo equiparó la sociedad al mercado, a tal punto que convirtió todo en una mercancía, incluso la vida humana (Alexander, 2019). Desde esta perspectiva, personas y grupos se mueven por intereses privados y egoístas, y los marcos legales y políticos operan al servicio de esos intereses. Así, la sociedad queda reducida a los mercados, los grupos son manifestaciones de éstos, la moral expresa la competencia en el ámbito económico y los Estados operan para que funcione la producción (Alexander, 2006). El carácter profano/impuro imputado a la economía capitalista corroe cualquier relación de solidaridad y cooperación social. Este diagnóstico formó parte también del pensamiento conservador del siglo XIX (Alexander, 2006). Para este último tipo de reflexión, el capitalismo transformó el mundo en mercancía, corrompiendo los valores sociales del antiguo régimen.

Tanto para la izquierda como para los conservadores, el carácter corrosivo del mercado se podía enfrentar con actores capaces de crear relaciones solidarias fuera del mercado. Para los primeros, esta capacidad estaba en la clase obrera; para los segundos, en los campesinos y el mundo rural. Ambos proyectos consideraron al Estado como un potencial medio para contrarrestar los efectos del capitalismo: la desigualdad, la pobreza y la deshumanización. La izquierda radical, así como los conservadores, concibieron un Estado fuerte como la principal herramienta de purificación de la economía (Keane, 1992). Frente a esas dos posiciones, el pensamiento liberal defendió un mercado sin demasiados controles estatales como la vía para garantizar la igualdad y la solidaridad.

En síntesis: los liberales trataron de adelgazar al Estado, la izquierda buscó sustituir el mercado por el Estado, mientras que los conservadores intentaron regularlo a través del Estado. En tiempos recientes se ha consolidado un posicionamiento “criptonormativo” -donde las visiones distópicas del mundo funcionan como marco normativo (Reed, 2020)- sobre el mercado y el Estado -particularmente de inspiración foucaultiana- que advierte que ambos degradan lo social de manera progresiva e inevitable: mercantilizan la vida humana y la sujetan a rutinas de vigilancia biopolítica y necropolítica, es decir, a mecanismos estrictos de gestión de la vida y la muerte. Todas estas versiones, que significan como sagrado y profano al mercado y al Estado, enmarcan las teodiceas en torno a la pandemia del Covid-19. Proporcionan narrativas sobre el mal y el bien en la sociedad (Douglas, 1966), así como acerca de su destino.

Visiones profanas

El geógrafo británico David Harvey (2020) denunció que las causas de la pandemia estaban en el carácter corrosivo del neoliberalismo que contamina los mundos social y político. A partir de un modelo marxista explicó primero el impacto del motor económico -“el conjunto de contradicciones internas en la circulación y acumulación de capital”- sobre las formaciones sociales -las organizaciones colectivas, la ciencia, la religión, las esperanzas, deseos y miedos-, y las disputas políticas e ideológicas. Antes de la pandemia, argumentó Harvey (2020), el capitalismo estaba en crisis. Por un lado, el neoliberalismo generó una enorme oferta de dinero y expandió los márgenes de deuda para dinamizar los mercados. La crisis estaría desatándose en el punto donde el dinero y la deuda no permitían vender a tiempo las mercancías. Por otro lado, el neoliberalismo propició el ambiente favorable para la expansión y transmisión del virus: la globalización.

La pandemia interrumpió las cadenas globales de producción vinculadas con China. Aunque esta última frenó la propagación del virus con su autoritarismo, la desaceleración china anunció el desempleo y la precarización globales. No obstante, fue la presencia del Covid-19 en Italia lo que desató “la primera reacción violenta de los mercados de valores” (Harvey, 2020). Los efectos de la enfermedad en las formaciones sociales fueron devastadores: atacó los sistemas globales de salud desmantelados por el neoliberalismo. Detuvo la industria del turismo y la llamada gig economy o de “consumo experiencial” -conciertos, obras teatrales, festivales culturales y deportivos-. Pese a todo, la crisis económica tendrá -a decir de este autor- un impacto diferencial según el género, la clase, la edad o la raza.

Sin embargo, para Harvey (2020) hay buenas noticias. Sostuvo que la globalización se aproxima a lo que Marx denominó como “consumo excesivo y consumo insano, lo que significa, a su vez, lo monstruoso y lo extraño, la caída de todo el sistema” (Harvey, 2020). China no podrá salir a rescatar el capitalismo como en 2008, sino que lo hará Estados Unidos. No obstante, el sistema capitalista -dice Harvey (2020)- sólo podrá sobrevivir si Trump cancela las elecciones en su país y decreta el inicio de la “Presidencia imperial para salvar al capital y al mundo de los disturbios y la revolución”. Desafortunadamente, el autor no profundiza en su argumento y se limita a señalar que sólo un Estado autoritario podrá evitar su debacle.

Este juicio lo comparten los intelectuales de la tradición criptonormativa foucaultiana. Para el filósofo surcoreano Byung-Chul Han (2020), la pandemia reforzó la tendencia de convertir a la sociedad en una zona de seguridad, donde cada persona es un potencial foco de contaminación. Dado que la dispersión de la enfermedad obligó a vigilar a las personas, el Estado interferirá más en su privacidad. Esto acabará con las libertades individuales porque no podrán sostenerse los mecanismos legales destinados a proteger los datos y la intimidad de las personas. Occidente, advierte Han (2020), desmontará el aparato legal liberal para establecer una biopolítica que le garantice el acceso a la información de sus ciudadanos con el pretexto de evitar futuras pandemias.

Sugiere Han (2020) que este proceso comenzó cuando Europa y Estados Unidos imitaron la estrategia de Taiwán, Singapur, Japón y Corea del Sur para vigilar a sus ciudadanos -a la manera en que Foucault describió el nacimiento de la sociedad disciplinaria europea en el siglo XVII-. La Europa de la Alta Edad Media, sostiene, es la Asia actual (Han, 2020). Aunque esta última impone una disciplina digital capaz de generar una biopolítica “sin fisuras”, ya que el Estado controla todas las interacciones digitales. La información que producen las redes sociales e internet la gestionan los virólogos, epidemiólogos y especialistas de big data, con el fin de evaluar el grado de salud, riesgo o infección de las personas.

Si esta vigilancia se desarrolló cómodamente en Asia se debe, según Han (2020), a que es una sociedad disciplinada, que aprecia la obediencia incondicional a la autoridad gracias al confucianismo. La sociedad disciplinaria asiática se impondrá a escala global con la pandemia. Las bases están ya sembradas en Occidente. Para el filósofo surcoreano (Han, 2020), las redes sociales explotan la información de sus usuarios, quienes entregan sus datos personales voluntariamente, sin coacción. Facebook, Twitter e Instagram funcionan como señores feudales: ponen la tierra para que la gente la are y al final de la jornada recogen la cosecha. En este capitalismo de la vigilancia, “somos dirigidos como marionetas por hilos algorítmicos. Pero nos sentimos libres. La libertad se vuelve servidumbre. ¿Es esto todavía liberalismo?”, se pregunta Han (2020). El virus permitirá, a su entender, que la biopolítica digital entierre al liberalismo.

Fin del liberalismo no significa fin del capitalismo. Han (2020) previene que la vigilancia digital fortalecerá el modelo neoliberal. Ningún virus es capaz de desatar la revolución; por el contrario, provocará el aislamiento y la individualización. No propiciará sentimientos colectivos, exaltará el egoísmo y la ética del “sálvese quien pueda”. La solidaridad que ahora existe frente a la pandemia “consiste en guardar distancias mutuas, no es una que permita soñar con sociedades más justas” (Han, 2020).

Una opinión compartida por el filósofo italiano Giorgio Agamben (2020a). Para este autor, las medidas de emergencia frente a la pandemia son irracionales. Su propósito es difundir el pánico para instaurar un estado de excepción generalizado que limite la libertad de las personas. ¿Por qué se propicia el miedo? Según Agamben, para limitar las libertades en nombre de un deseo de seguridad que los mismos gobiernos inducen. Propagar la idea del contagio, sugiere este autor, recuerda las prácticas de difusión del miedo de los siglos XVI y XVII. En aquel entonces, las disposiciones en las ciudades italianas convertían a todos en un potencial “contagiador” o un “untor” -aquel que impregna el virus a otros-. De la misma manera, en la actualidad las medidas de excepción transforman a cada ciudadano en un posible sospechoso de esparcir el virus. Se restringen las libertades, el contacto entre personas, se suprime al prójimo como referente de humanidad, así como también el pensamiento crítico -para este autor cerrar las universidades es una prueba ello-. Todo lo que queda, advierte Agamben (2020b), son los intercambios digitales que deshumanizan. Ahora bien, ¿por qué la gente acepta la distancia y el confinamiento?

Según este autor la razón es que la vida de las personas ya era intolerable. En su opinión, el consumismo y la despolitización de la vida pública habían reducido su existencia a un sinsentido. El lenguaje de la gente frente a la pandemia refleja ese cansancio. Se habla en términos religiosos -apocalipsis y fin del mundo-; la ciencia médica, afirma Agamben sin mayor sustento, se ha vuelto metafísica -no sabe cómo enfrentar el virus, cuáles son sus efectos, cómo se transmite, cuánto tiempo vive-. Si algunas explicaciones científicas prevalecen sobre otras, argumenta de forma muy simplista, se debe a que han recibido los favores del poder, de la misma forma que en la Edad Media los teólogos se hacían de los favores del monarca para imponer su interpretación del cristianismo (Agamben, 2020b). La gente ha dejado de creer en todo, salvo en la vida nuda o en el mero hecho de vivir -advierte- permitiendo así la emergencia del Leviatán o ese poder estatal que imaginó Hobbes frente al que los individuos entregan su libertad.

Si el Estado puede establecer una vigilancia biopolítica, también cuenta con la capacidad de decidir quiénes mueren. Así lo afirmó el pensador camerunés Achille Mbembe (2020) cuando sugirió que en la pandemia todos los seres humanos tienen el poder de matar, por lo que aislarse es una manera de regular ese poder. Sin embargo, el Estado aún mantiene su potestad soberana -decide quiénes mueren-, por lo que la Covid-19 no mata a todos por igual. El neoliberalismo sembró la idea de que unas vidas valen más y “las que no valen pueden descartarse” (Mbembe, 2020). Este poder se observa en las políticas hospitalarias para salvar a los jóvenes, dándoles prioridad para los respiradores frente a las personas mayores, suspendiéndoles su derecho universal de respirar a estos últimos. Para Mbembe, la economía neoliberal durante la pandemia desacralizó al hombre y mercantilizó la respiración en los hospitales.

Sin embargo, para el sociólogo francés Bruno Latour (2020) este escenario resulta más bien una caricatura de la obra de Foucault. El Estado no es capaz de controlar demasiado, ya que opera en su versión elemental del siglo XIX: administra estadísticas y cuadricula territorio. No obstante, la organización estatal y social -según Latour (2020)- funciona como mecanismo que profana la idea de lo humano y solidario al momento de cosificarlo y deshumanizarlo. La guerra contra la pandemia se reduce a administrar máscaras, guantes, pruebas y hospitales. La sociedad, por su parte, se convierte en una asociación sin forma humana, que está reducida a leyes, normatividades, a internet y a las redes sociales. Todo queda destinado a la protección contra la muerte. Una vez superada la pandemia, advierte Latour (2020), no hay que esperar ningún cambio en la gestión del cuidado o la protección de riesgos.

El neoliberalismo, el autoritarismo, la biopolítica, la hipervigilancia de las sociedades de control y la necropolítica definen una primera teodicea que da cuenta del supuesto sentido del mal en la pandemia. Dicha teodicea asume un carácter profano de las estructuras económicas y estatales que contaminan la democracia, los valores colectivos y solidarios, así como las membresías amplias de inclusión civil y política. No obstante, desde esta visión el autoritarismo garantiza el funcionamiento del neoliberalismo. Resistir parece imposible. Para los menos fatalistas, como Latour (2020), la pandemia sólo mostró el grado de cosificación y mercantilización en el que estaba ya sumergida la sociedad.

Visiones sagradas

Para el filósofo esloveno Slavoj Žižek (2020) la pandemia despertó el carácter sagrado de lo social. A su parecer, se avivó una “solidaridad global” -que no define con claridad-. Si bien es cierto que la de Covid-19 generó otro tipo de pandemias -fake news, teorías de la conspiración, racismo exacerbado, cierre de fronteras y la contención espacial de los enemigos políticos-, también se diseminó un virus benéfico que puede dar nacimiento a una sociedad alternativa solidaria y cooperativa globalmente.

Si se dice que Chernobyl marcó el principio del fin de la Unión Soviética, argumentó Žižek (2020), el Covid-19 tendrá los mismos efectos para el comunismo chino y será letal para el capitalismo neoliberal. Según esta posición, el capitalismo ha sido tocado de muerte y si bien seguirá funcionando por un tiempo, no tardará en sucumbir. Las señales del cambio están a la vista: crece una red global de atención médica, y en la vida cotidiana la distancia y el aislamiento se expresan como actos de profunda solidaridad social.

Žižek reconoce que los Estados y corporaciones desplegarán poderosos sistemas biopolíticos de vigilancia, pero también la sociedad aprenderá a controlarse y disciplinarse para resistir. Los liberales están preocupados porque el “estado de guerra médico” implica perder libertades y soberanía para garantizar la continuidad social. Si bien los liberales se preocupan por nuestras libertades, los comunistas son conscientes de que sólo se pueden salvar las libertades efectuando cambios radicales en el capitalismo. Así, Žižek (2020) considera que la pandemia crea las fuerzas purificadoras de las estructuras estatales y económicas: un acontecimiento capaz de despertar la conciencia colectiva y solidaria a escala global. Para este autor, existe una relación causal -que enuncia, pero no explica- entre la emergencia de la pandemia y la expansión de una solidaridad purificadora o reparadora de los daños del capitalismo.

La filósofa estadounidense Judith Butler (2020) sugirió, aunque en un tono diferente, que la pandemia mostró que “todos estamos en el mismo barco”, interconectados, por lo que debemos generar mecanismos de apoyo global. El Covid-19, sugiere Butler, incitó al aislamiento como una nueva forma de reconocimiento de nuestra interdependencia y solidaridad globales. Hay que secuestrarnos en nuestras casas, dejar los espacios de contacto social porque el virus cruza todas las fronteras y no discrimina. Esto nos coloca, frente al virus, como iguales; muestra la condición interdependiente de la globalización y la necesidad de desarrollar obligaciones mutuas.

Sin embargo, la desigualdad social y económica hace que el virus discrimine (Butler, 2020). A esto hay que sumar -añadió- los nacionalismos, el supremacismo blanco, la violencia contra las mujeres, queers y trans, que exacerban la explotación en el capitalismo. Por eso, resulta necesario potenciar un sistema de salud global en el que se compartan patentes e información sobre el virus, sostiene Butler. En la medida en que estamos aislados nos damos cuenta de lo conectados que vivimos. En su opinión, esta conciencia de interconexión genera una solidaridad inclusiva que rompe con las dinámicas profanas y el carácter contaminante de la racionalidad económica.

Esta solidaridad colectiva puede adquirir un rostro místico, sanador y vivificador a decir del antropólogo australiano Michael Taussig (2020). Para ello es necesario que el aislamiento se acompañe de performances -danzas y cantos semirrituales- que despierten la imaginación y promuevan la purificación de la vida social. Cada performance con su fuerza chamánica debería cargar de energía y fuerza a la imaginación colectiva para enfrentar las fuerzas contaminantes de la economía y la política neoliberales. Sacralizar el mundo y la vida de las personas, de acuerdo con Taussig, sería una acción colectiva purificadora que está en manos de la sociedad. En otras palabras, el ritual purificaría la vida social y, en consecuencia, ayudaría a limpiar el efecto corrosivo de la lógica neoliberal.

Según el sociólogo francés Michel Maffesoli, la necesidad social de volver a encantar el mundo se ha convertido en prioridad después de que la pandemia desveló el agotamiento del mito progresista. Dicho mito aseguró durante años la creación de una sociedad perfecta. El progresismo dibujó un mundo dramático, advirtió Maffesoli (2020), donde las sociedades resuelven sus problemas. La frase de Marx: “La humanidad no se plantea más que los problemas que puede resolver”, sintetiza esta ideología que comparten la izquierda y la derecha.

Maffesoli señaló que la pandemia es un símbolo del fin de este optimismo progresista que creyó en la fuerza liberadora y constructiva de la globalización y el mercado sin fronteras. Al esparcirse el Covid-19 globalmente se ha desvelado otro mundo de carácter trágico que insiste en que las cosas son lo que son y son irresolubles. En lo trágico se nos muestra, comenta este autor, la muerte de la civilización utilitaria, donde el lazo de solidaridad mecánica da paso al lazo de solidaridad orgánica.

El primer tipo de solidaridad está ligado a lo dramático y se caracteriza por ser propio de la élite, de los grupos de poder convencidos de que existe una solución para todo, incluso para la pandemia. La solidaridad orgánica se vincula con lo trágico, que es propio de la gente, que vive la muerte y la felicidad diariamente y que permite alimentar la espiritualidad. Esta última se reavivará frente a la pandemia, trayendo consigo la expansión de la solidaridad colectiva.

Del análisis de Žižek, Butler, Taussig y Maffesoli se desprende la segunda teodicea, según la cual las dinámicas sociales pueden purificar los efectos contaminantes de la economía, como la mercantilización, o las consecuencias corrosivas de la política, como la cosificación. Para estos autores, la efervescencia solidaria se traducirá en innovaciones colectivas capaces de reescribir la historia del neoliberalismo a través de colectivos arrebatados por sentimientos de espiritualidad, hermandad, chamanismo o tragedia.

El regreso del Estado

Una tercera narrativa consideró que el Estado es el medio para cristalizar institucionalmente los procesos de solidaridad y para enfrentar las causas y los efectos de la pandemia. El sociólogo francés Gilles Lipovetsky (2020) denunció que es fácil “predecir y decir frases espectaculares” frente a escenarios catastróficos, cuando lo más probable es que no habrá una mutación de las conciencias porque la historia no avanza a golpes de acontecimientos. La pandemia, asegura Lipovetsky, no ha generado por sí sola la exigencia de justicia social, la cual ya venía gestándose de tiempo atrás.

La causa de la crisis sanitaria está en el retiro del Estado (Lipovetsky, 2020). La sociedad necesita de este último para garantizarse mecanismos de protección duraderos. La crisis ha generado expresiones de solidaridad, que no pueden sostenerse sin instituciones estatales. Precisó que el liberalismo no está en peligro por la supuesta instauración de “estados de excepción”, dado que es normal que la gente ceda libertades durante una pandemia con el fin proteger la vida de todos. Advirtió también que pasada la crisis, la sociedad de consumo estará ahí: “La gente necesita comprar, salir, irse de vacaciones y eso hará”. Para este autor, el escenario de la pandemia constituye una oportunidad para que el Estado enfrente -sin apagar el motor capitalista- las desigualdades sociales que produjo el neoliberalismo.

En un tono similar, el filósofo francés Jean-Luc Nancy (2020) estimó que se equivocan quienes creen que se está instaurando una sociedad de corte distópico y, contra Agamben, advirtió que no era adecuado sostener que la crisis era un pretexto para diseminar los estados de excepción. Según Nancy hacerlo es desconocer que la pandemia es una excepción. Aclaró que el virus puso en duda toda una civilización y ha propiciado una especie de excepción viral -biológica, informática y cultural- que nos pandemiza. No obstante, los gobiernos no son nada más que otros actores de la excepción viral, por lo que “desquitarse con ellos es más una maniobra de distracción que una reflexión política”.

Si existe un fin de civilización, coincide el filósofo británico John Gray (2020), éste se relaciona con la globalización. Para Gray, los progresistas liberales creen que todo se va a arreglar, pero no reconocen que se requieren sociedades más habitables y menos expuestas a la anarquía global; por lo tanto, ya no es posible más globalización. El virus mostró que la libertad irrestricta del individuo que defiende el liberalismo disolvió las formas tradicionales de cohesión y legitimidad política. Ante este fracaso, sugiere Gray, los gobiernos deben frenar el mercado global para controlar la economía y la salud nacional.

La crisis de la Covid-19 por sí misma no traerá la solidaridad, pues ésta siempre tiene un límite y requiere de la presencia de un Estado protector. Este último debe socializar la economía y cambiar la forma en cómo ella se apropia de la naturaleza. Para Gray (2020), la pandemia muestra que el progreso es reversible y la única forma de garantizar la supervivencia de la sociedad es reeditar el Leviatán de Hobbes, mediante el diseño de un Estado que proteja a sus ciudadanos, incluso de las injerencias de sus propios gobernantes. Esto implica aceptar un régimen de biovigilancia con el fin de garantizar la salud de la población.

Gray (2020) exhorta a reconocer las debilidades de las sociedades liberales con el fin de preservar sus valores “más esenciales”: la legitimidad del poder, la libertad individual y el control del gobierno. Agregó que quienes creen que lo más importante en una sociedad es la autonomía personal se equivocan, pues también lo son, y quizá más, la seguridad y el sentimiento de pertenencia. Así, este pensador apuesta por un Estado capaz de frenar la racionalidad económica y su carácter depredador tanto de la naturaleza como de la cohesión social.

El filósofo francés Alain Badiou (2020) apeló también, aunque con otro matiz, por un retorno del Estado para ganar la guerra contra la Covid-19. Sugirió soslayar las explicaciones que advierten que el virus traerá un Estado totalitario o el recrudecimiento del neoliberalismo -como si tuviéramos que pagar nuestras culpas por algún pecado cometido, como imaginaban las sociedades medievales-. Para Badiou, la epidemia es resultado del cruce de determinaciones naturales y sociales contingentes: el mercado de Wuhan, el comercio chino, el capitalismo global, por ejemplo.

Badiou advirtió que no hay razón para pensar que la pandemia será un acontecimiento revolucionario fundador. Aunque sí nos obliga a pensar cómo construir otro proyecto comunista que, para el filósofo francés, significa otra manera de articular la asociación de los hombres más allá del principio del interés. Badiou apuesta, junto con Gray, Nancy y Lipovetsky, por una tercera teodicea en la que los efectos de la racionalidad económica se controlan con un Estado capaz de proporcionar una forma más humana a la sociedad, aunque ciertamente difieran sobre las especificidades de esta institución.

Teodiceas intelectuales

La pandemia desató tres narrativas que buscan explicar su sentido. La primera considera que el capitalismo neoliberal es su principal causante, al tiempo que esta última propicia el establecimiento de formas autoritarias de control político y protección del modelo neoliberal: el Estado biopolítico, necropolítico y los estados de excepción. La segunda narrativa coincide en que el neoliberalismo está detrás de la pandemia, pero disiente sobre sus efectos; abre la posibilidad para un cambio impulsado por la efervescencia de formas de organización y solidaridad colectivas. La tercera también subraya que la globalización neoliberal está detrás de la pandemia, pero que sólo el Estado es capaz de hacerle frente.

Cada narrativa generó una teodicea a través de la cual se definió el problema del mal y de la salvación, al cual se le asignó un sentido y unas consecuencias (morales, económicas y políticas). Estos efectos están a veces bajo el control de actores y otras los sobrepasan. El mal se condensa en el neoliberalismo y en las visiones profanas de la economía y el Estado. Mientras que en las visiones sagradas del Estado, el problema no es el mercado, sino el retiro del Estado del mercado. Finalmente, lo social se transforma en el actor purificador de la economía y el Estado en las visiones sagradas de la efervescencia y la solidaridad colectiva.

Bibliografía

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Recibido: 09 de Junio de 2020; Aprobado: 03 de Julio de 2020

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