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Sociológica (México)

versión On-line ISSN 2007-8358versión impresa ISSN 0187-0173

Sociológica (Méx.) vol.33 no.93 Ciudad de México ene./abr. 2018

 

Artículos de investigación

El “Museo Casa de la Memoria Indómita”: condiciones de producción y recepción de un espacio de memoria dedicado a la guerra sucia en México

The House of the Indomitable Memory Museum Conditions for Creating and the Reception of a Space for Memorializing Mexico’s Dirty War

Edith Kuri Pineda* 

* Profesora investigadora de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Azcapotzalco. Correo electrónico: <kurichi1@hotmail.com>


Resumen:

La memoria en su dimensión política, cultural, simbólica e histórica constituye una esfera de reflexión sociológica de notable valía para comprender cómo la sociedad se articula, transforma y reproduce. En este tenor, los espacios de memoria materializan una visión política y axiológica del pasado en función de las necesidades del presente. Este artículo es un análisis sobre las condiciones sociales y políticas de producción del Museo Casa de la Memoria Indómita -ubicado en la Ciudad de México-, así como acerca del modo en que ha sido interpretada su propuesta estética y política por algunos de sus visitantes.

Palabras clave: guerra sucia; memoria; espacios de memoria; violencia; espacio público; Comité Eureka

Abstract:

The political, cultural, symbolic, and historic dimensions of memory constitute a sphere for sociological reflection that is very worthwhile for understanding how a society fits together, transforms, and reproduces. Along these lines, the spaces for memory materialize a political and axiological vision of the past as a function of the needs of the present. This article is an analysis of the social and political conditions for creating Mexico City’s House of the Indomitable Memory Museum as well as about the way in which its aesthetic and political proposal has been interpreted by some of its visitors.

Keywords: dirty war; memory; spaces for memory; violence; public space; Eureka Committee

La vida ha sucumbido ante la muerte, pero la memoria sale victoriosa en su combate contra la nada.

Tzevatan todorov

Introducción

En las últimas décadas, la memoria se ha convertido en objeto de disquisición para las ciencias sociales y para la filosofía. Dentro del pensamiento sociológico, la obra pionera de Maurice Halbwachs fincó las bases para aproximarse a esta representación del pasado facturada desde el presente, que se distingue por ser un proceso abierto, sellado por la heterogeneidad, el cambio y el conflicto.

Como construcción social que es, la memoria cuenta con diferentes escalas de análisis -desde su producción intersubjetiva en la vida cotidiana, hasta la forma en que varios agentes políticos y sociales se la disputan en un escenario de confrontación-. La rememoración es fruto de las relaciones sociales, al tiempo en que incide en ellas, amén de ser producto de numerosas prácticas -sin olvidar que, a su vez, las configura-. Como veremos en este artículo, recordar es una práctica social y política cargada de sentido, implicación simbólica que en muchas ocasiones encierra elementos afectivos y morales. Bajo este razonamiento, la memoria es un referente cognitivo y normativo que orienta a la acción social, política y cultural.

La dimensión política de la memoria se materializa en el espacio público y conlleva una resonancia ética y simbólica insoslayable. En este tenor, los espacios de memoria edificados en diferentes países sudamericanos con el objetivo de grabar espacialmente la memoria de las violaciones a los derechos humanos durante las dictaduras militares están inscritos no sólo en cambios institucionales -los procesos de transición política vividos desde la década de los noventa- sino también en las propias demandas de verdad y justicia enarboladas por sujetos de la sociedad civil. A diferencia de Argentina, Perú, Uruguay y Chile, en México existen escasos espacios de memoria relacionados con la violencia estatal acaecida durante las décadas de los sesenta y los setenta; uno de ellos es justamente el Museo Casa de la Memoria Indómita -el otro es el Memorial del 68, que forma parte del Centro Cultural Universitario Tlatelolco, gestionado por la Universidad Nacional Autónoma de México-, creado y administrado por el Comité ¡Eureka! El presente artículo tiene como objetivos analizar cómo se construyó este recinto; cuál es la intencionalidad social y política subyacente; qué condiciones políticas posibilitaron su constitución; así como la forma en que ha sido recibida e interpretada su propuesta estética y política. Para tal efecto, fueron aplicadas diferentes técnicas de investigación empírica, tanto cualitativas -entrevistas a profundidad a directivos del museo- y ejercicios de observación participante- como cuantitativas -se realizó una encuesta a 495 visitantes-. Es así como este trabajo está articulado en tres apartados: en el primero se expondrán los contextos sociopolítico e histórico de la guerra sucia en México y la irrupción del Comité ¡Eureka!; en el segundo se desarrollará cómo fue erigido este lugar en el espacio público, y en el tercer apartado se analizará la intencionalidad política y axiológica que existe en este espacio, además de explorar -con base en el material empírico recogido a través de la encuesta- el modo en que este sitio de la memoria ha sido interpretado por algunos de sus visitantes en aras de problematizar cómo el quehacer memorístico está mediado por diversos factores sociales, simbólicos, culturales y políticos. Tal como se verá en el transcurso de este trabajo, la dimensión política de la memoria cuenta con un revestimiento simbólico -corporeizado tanto en un plano afectivo como en uno axiológico-, recubrimiento que está presente tanto en la producción discursiva de este museo como en la interpretación del mismo.

La guerra sucia en México y la eclosión del Comité ¡Eureka!

La segunda mitad del siglo XX en México estuvo signada por la irrupción de numerosos actores colectivos que, de algún modo, expresaban el inicio del resquebrajamiento de la legitimidad del Estado posrevolucionario. Ya desde los años cuarenta, diversos movimientos sociales de orden electoral, campesino, obrero, sindical, urbano-popular y estudiantil clamaban por la apertura institucional, la democracia sindical, el freno al despojo y a la explotación; en otras palabras, enmarcaban a través de sus luchas el carácter autoritario, clientelar, corporativo y presidencialista del régimen, así como el agotamiento de su fuente ideológica principal: la Revolución Mexicana. Dentro de esta oleada movilizatoria, la represión al movimiento estudiantil de 1968 marcó el cauce organizativo e identitario de otros sujetos -como las guerrillas urbana y campesina que, al atestiguar la respuesta estatal ante un actor colectivo pacífico, optaron por la toma de las armas como medio de transformación societal-, amén de convertirse en un referente memorístico para generaciones posteriores.

Así, hacia finales de la década de los sesenta, y hasta comienzos de los años ochenta, el Estado mexicano comenzó a desplegar la que ha sido denominada como la “guerra sucia”, es decir, un conjunto de prácticas políticas sistemáticas orientadas a aniquilar a la disidencia política -particularmente a la guerrilla campesina y a la urbana- a través de la participación de distintos agentes policiacos, militares y paramilitares -como el grupo de Los Halcones, la Brigada Blanca, o el Grupo de Investigaciones Especiales C-047-. La guerra sucia cobró forma en numerosas violaciones a los derechos humanos, como torturas, encarcelamientos ilegales, desapariciones forzadas y asesinatos en contra de militantes de movimientos armados -y algunos de sus familiares- y fue orquestada desde la Dirección Federal de Seguridad (DFS), instancia dependiente de la Secretaría de Gobernación. Todas estas prácticas ilegales desarrolladas en secrecía estuvieron enmarcadas dentro de la llamada guerra de baja intensidad, cuyo diseño político y militar provenía de Estados Unidos (Reyes Peláez, 2009). Las torturas, detenciones y encarcelamientos ilegales tuvieron como locus el Campo Militar Número Uno, así como diversas casas de seguridad y rancherías.

Ante las diferentes modalidades de desafío colectivo que el régimen comenzó a enfrentar, se realizaron una serie de reformas políticas dirigidas a reconstruir el margen de legitimidad coartado, así como a darle un cauce institucional a las variadas movilizaciones colectivas. Dentro de dichas medidas se encuentran la “apertura democrática” y el reparto ejidal, efectuadas durante el sexenio de Luis Echeverría, así como la que tal vez fue la reforma más ambiciosa y que mayor incidencia política tuvo: la Ley Federal de Organizaciones Políticas y Procedimientos Electorales (LOPPE), llevada a cabo en 1977, ya en la administración de José López Portillo, que sentó las bases para la edificación de un régimen pluripartidista (Argüello, 2009). Pese a estas reformas, el Estado mexicano mantuvo una política represiva centrada en eliminar a los movimientos armados, que tenían presencia en Guerrero, Michoacán, la Ciudad de México, Hidalgo, Nuevo León, Chihuahua, Durango, Chiapas, Sonora, Oaxaca, Jalisco y Sinaloa. El estado de la república con el mayor número de desapariciones forzadas durante esta fase histórica fue Guerrero, una de las zonas del país donde la guerra sucia cobró mayor notoriedad (Argüello, 2009). Fue dentro de este clima de violencia estatal que en 1977 nació el Comité Nacional Prodefensa de Presos, Perseguidos, Desaparecidos y Exiliados Políticos (CN-E), la primera organización sociopolítica de carácter nacional que aglutinó a familiares de los desaparecidos políticos.

Durante los años setenta, el Estado mexicano y los principales medios informativos negaron sistemáticamente la realidad de las desapariciones forzadas, por un lado, mientras que por el otro, el desprestigio político y moral en contra de las víctimas de la violencia estatal se materializó a través de la estigmatización, al ser catalogados como “terroristas” o como “delincuentes”. La labor política y simbólica del CN-E se abocó tanto a la aparición con vida de sus familiares como a enmarcar en el espacio público que las desapariciones forzadas eran justamente un problema público, y no privado. Pese a la negación gubernamental y mediática sobre la existencia de este fenómeno, en 1977 Amnistía Internacional denunció que en México se violaban los derechos humanos (Argüello, 2009).

A lo largo del tiempo, el CN-E vivió varias transformaciones políticas. En 1984, este actor sociopolítico mutó en el Comité ¡Eureka! Al igual que muchos movimientos sociales, este sujeto fue labrando una experiencia política y un marco identitario en donde “Las Doñas”, a través de huelgas de hambre, marchas, mítines y bloqueos a carreteras internacionales, así como mediante alianzas con sindicatos, organizaciones sociales y partidos políticos -el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT)- consiguieron que su lucha tuviera una importante resonancia ética y política a nivel nacional e internacional. De este modo, en 1978, tras una huelga de hambre efectuada por miembros del Comité ¡Eureka!, el presidente José López Portillo emitió una Ley de Amnistía que benefició a presuntos responsables de los delitos de sedición o rebelión.1 En este mismo tenor, el trabajo sociopolítico del Comité redituó en la liberación de mil 500 presos políticos, en el retorno al país dos mil exiliados y en la recuperación de 153 desaparecidos/detenidos (Rodríguez, 2009). Además de lo anterior, los métodos de lucha de este sujeto colectivo se centraron en resignificar las fechas de conmemoraciones populares tradicionales -como el 30 de abril o el 10 de mayo- en aras de resaltar el fenómeno de las desapariciones forzadas.

Desde su irrupción hasta nuestros días, el Comité ¡Eureka! ha hecho hincapié en que sin justicia no hay democracia posible. El trabajo sociopolítico fraguado no sólo ha tenido como epicentro la aparición con vida de los desaparecidos, sino la edificación de la memoria sobre este fenómeno, y en general sobre la violencia de Estado. Bajo este contexto, hay que tener presente cómo la guerra sucia en México es una herida abierta -en gran parte fruto de la impunidad imperante-, cuya construcción memorística es una tarea en la cual desde hace algunas décadas académicos, activistas de derechos humanos, periodistas, víctimas y familiares han conjuntado esfuerzos. La constitución en 2002 de la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado (Femospp) por el gobierno panista de Vicente Fox generó grandes expectativas en diversos sectores sociales y políticos en términos de impartición de justicia. Si bien la creación de esta instancia obedeció a la necesidad política del primer gobierno de la alternancia de deslindarse de las gestiones encabezadas por el Partido Revolucionario Institucional (PRI), y con ello construir legitimidad, el nulo resultado jurídico y político obtenido representó el afianzamiento de la impunidad, que hasta la fecha prevalece. El caso de la Femospp es una muestra de cómo la memoria sobre acontecimientos históricos recientes es objeto de disputa por parte del poder en función de las necesidades cambiantes del presente.

La creación del Museo Casa de la Memoria Indómita está inscrita, justamente, en una labor de construcción política y axiológica sobre la memoria de la guerra sucia y las desapariciones forzadas. En el siguiente apartado se analizará cuáles fueron las condiciones políticas y sociales subyacentes a su constitución, así como la forma en que a través de este sitio se busca tender puentes entre el pasado y el presente.

La construcción del Museo Casa de la Memoria Indómita: espacio público y memoria

En su seminal obra sobre la construcción social de la memoria, Maurice Halbwachs (2004) plantea cómo la articulación y reproducción de ésta dependen de una serie de marcos: el espacio, el tiempo y el lenguaje. Estos dispositivos son edificaciones sociales que se distinguen por no ser estáticos ni rígidos, sino por ser cambiantes, rasgos que influyen en la misma configuración memorística. De esta manera, los calendarios, las conmemoraciones, los espacios apropiados, y los significados y el lenguaje, fungen como soportes de los procesos de rememoración de cada grupo social en un contexto histórico y cultural determinado. Si bien el trabajo de Halbwachs ha sido objeto de numerosas críticas por cierta mirada sustancialista (Bastide, 2006; Rivaud, 2010), su propuesta representa una aportación al subrayar el carácter social de recordar, la pluralidad de memorias existentes, así como el rol crucial que desempeñan el tiempo y el espacio en dicho ejercicio. Sobre este último punto, este sociólogo afirma que gracias a la fijeza y la estabilidad del espacio los sujetos desarrollan la ilusión de la permanencia y, por ello, éste funge como un anclaje material de los recuerdos.

La memoria mantiene un vínculo indisociable con el mundo social, lo cual permite subrayar cómo las prácticas y las relaciones sociales configuran la labor de rememorar, a la vez que ésta también influye en ellas. Como constructo espacio-temporal que es, la memoria desempeña un papel vital en la constitución de la realidad social, en su reproducción y también en su transformación. Es así como las estructuras e instituciones sociales, culturales y políticas se reproducen en cierta medida gracias a la memoria. La vida cotidiana erigida a partir de un sinnúmero de rutinas y rituales guarda en su seno el ejercicio de recordar. La memoria es un elemento transversal de la vida social, pues permea desde el plano de la interacción social, pasando por las disputas políticas y simbólicas sobre el pasado, hasta los dispositivos del poder estatal. Al ser una matriz de significados, un acervo de conocimientos histórica y socialmente labrados, la memoria es un referente de interpretación de la realidad en sus diferentes escalas y, como tal, orienta la acción política y social.

Hablar de la memoria colectiva implica pensarla como una reconstrucción del pasado, como un ejercicio interpretativo y selectivo de lo acontecido. Como lo describe Calveiro (2013), rememorar tiene un doble movimiento: por un lado consiste en recuperar la historicidad de lo que se recuerda, reconociendo el sentido que en su momento tuvo para los protagonistas; por otro, implica revisitar al pasado como algo cargado de sentido para el presente. Para Montesperelli (2005), la función de recordar reside más que en contar con una visión fiel del pretérito, en otorgar a los sujetos sociales el sentido de continuidad. De manera semejante, Ricoeur (2010) establece que la memoria no es el pasado en sí, sino su huella, su indicio; es una (re)presentación del pretérito en la doble acepción del prefijo “re”: hacia atrás y de nuevo. Mientras que el pasado es algo cerrado y finiquito, su significación por parte de los agentes sociales y políticos es un terreno abierto y reformulable. El trabajo de interpretación del pasado se efectúa desde el presente, desde las necesidades, expectativas, problemas y dilemas que éste encierra. Al mismo tiempo, lo acontecido incide en la configuración del presente. Es por eso que existe un maridaje inseparable entre presente y pasado en el que las expectativas y deseos proyectados al futuro también ocupan un rol relevante. En su conocido trabajo, Koselleck (1993) sostiene cómo la experiencia -como pasado presente- y las expectativas -como futuro hecho presente- son categorías analíticas insoslayables en el estudio de la historia, de la misma envergadura que el espacio y el tiempo. El nexo existente entre dichos elementos revela que “la estructura temporal de la experiencia no se puede reunir sin una expectativa retroactiva” (Koselleck, 1993: 341). De esta forma, se puede señalar que la memoria es un puente que comunica a las tres temporalidades, al ser un referente de sentido para interpretar el pasado y el presente, y para imaginar el futuro. Tal como se mencionó, rememorar no sólo representa un dispositivo de reproducción del orden social sino también un medio para idear cómo transformarlo. En consecuencia, la memoria no sólo es algo constituido, sino también constituyente de diversos fenómenos sociales, políticos y culturales.

La rememoración es un artificio histórico, cultural, social y político. La dimensión política de la memoria, como se ha dicho, tiene una implicación ética y encuentra en el espacio público un terreno de materialización en donde el conflicto es un componente transversal. El espacio público sostiene una relación íntima con la memoria, amén de guardar una serie de semejanzas: ambos son objeto de disputas simbólicas y políticas; están marcados por la heterogeneidad cultural, política y social; son arena de conflicto entre diferentes agentes que buscan erigir a través de ellos hegemonía y legitimidad, y cuentan con un revestimiento simbólico.

El Museo Casa de la Memoria Indómita está inscrito en el espacio público, forma parte de él, a la vez que con su existencia y su propuesta política buscan incidir en ese espacio público al abordar un tema que no forma parte de la historia oficial: la guerra sucia y las desapariciones forzadas. En este museo se condensan diferentes factores sensoriales, políticos, axiológicos, históricos, simbólicos y afectivos. Mediante los marcos sociales de la memoria, como el lenguaje, el espacio y el tiempo, en el recinto se corporeiza una visión del pasado y, como tal, es portador de un discurso histórico y político en el que se pretende abatir al olvido. Fundado en 2012 gracias a la iniciativa del Comité ¡Eureka! -y ubicado en el Centro Histórico de la Ciudad de México- en este lugar se pretende grabar en el espacio público la memoria de la guerra sucia, de las desapariciones forzadas y de la propia trayectoria sociopolítica de este actor colectivo -además de ser concebido como un cauce de lucha política y simbólica más-. Sobre la historia constitutiva de este espacio ahonda Brizeida Hernández, responsable del área de arte:

Este museo en sí como proyecto no lo tenían contemplado Las Doñas; algunas de ellas comienzan a fallecer y entonces viene la pregunta: “¿qué vamos a hacer cuando comencemos a morir…?” A partir de 2006 se hace la gestión, ante el gobierno del Distrito Federal, para que se otorgue este predio, que antes fue una subestación de bomberos, una escuela, y luego tuvo otros usos […]. Se pensó que aquí se albergara la memoria de los detenidos y desaparecidos y la lucha del Comité […]. Las Doñas se dedicaron durante mucho tiempo a ir a las plazas públicas, a los mercados, a las fábricas, a ser solidarias con las luchas del pueblo para dar también el testimonio de la lucha que enfrentaban contra el Estado represor […]. Es importante hablar del terrorismo de Estado, porque es una política que se sigue ejerciendo actualmente. Entonces, por eso es que se funda este museo, el cual no es un proyecto, sino una causa que continúa […]; es diferente a otros museos contemporáneos, porque aquí son los familiares quienes lo fundan, son las mismas Doñas quienes vienen, quienes están a cargo de estar junto con el curador, porque toda la museografía se sustenta en el archivo histórico del Comité (entrevista a Brizeida Hernández, archivo personal: 12 de noviembre de 2015).

De esta manera, el gobierno de la Ciudad de México otorgó un permiso revocable por diez años al Comité ¡Eureka! para la cimentación de este lugar. Este hecho es, en parte, fruto de la política de alianzas que este actor político ha labrado a lo largo de casi cuarenta años de existencia. Es importante resaltar que en la construcción de este recinto también han participado otras organizaciones, como la de H.I.J.O.S. México (Hijos por la Identidad y la Justicia, contra el Olvido y el Silencio) y, sobre todo, resulta necesario tomar en cuenta cómo el capital político y moral forjado tanto por el Comité como por su figura más prominente, Rosario Ibarra, posibilitaron la concreción de este museo. Asimismo, hay que considerar el hecho de que al frente del gobierno de la Ciudad de México esté un partido de centro izquierda, el Partido de la Revolución Democrática (PRD), lo cual ha sido un factor que ha facilitado este esfuerzo. Los puntos enunciados revelan de forma nítida cómo la configuración de la memoria está condicionada por las transformaciones políticas y sociales gestadas en el presente.

Así, el Comité ¡Eureka! ha desempeñado el rol de emprendedor de la memoria, concepto que según Elizabeth Jelin se refiere a aquellos sujetos sociales que se involucran personalmente en la construcción y desarrollo de un proyecto memorístico, labor en la que existe una división social del trabajo, jerarquías, y creatividad (Jelin, 2002: 48). El papel del Comité ¡Eureka! como emprendedor de la memoria está acorde con su perfil identitario y con la movilización sociopolítica realizada a lo largo del tiempo; de ahí que los artífices de este museo lo conciban como un “espacio en resistencia; un espacio de lucha, de cultura en resistencia” (entrevista con Brizeida Hernández, archivo personal, 12 de noviembre de 2015). El trabajo de edificación memorística de este recinto supone agencia -y por ende la posibilidad de incidir en la realidad social- e intencionalidad social y política, como se señalará en páginas posteriores.

A diferencia de muchos lugares de memoria existentes en países como Argentina y Chile, el Museo Casa de la Memoria Indómita está ubicado en un espacio que nunca fue un sitio de detención ilegal o de tortura -situación que no le resta potencial discursivo-. En contraste con dichas naciones, en México pocos lugares han sido identificados como centros de encarcelamiento y detención ilegal -salvo el Campo Militar Número Uno, las oficinas de la Dirección Federal de Seguridad, la Dirección de Policía y Tránsito, todos en la Ciudad de México; y la Base Militar de Pie de la Cuesta, en Guerrero, por citar algunos de los más importantes- lo cual se explica por la especificidad política e institucional mexicana, en donde la impunidad prevaleciente durante la guerra sucia, el atropellado e inconcluso proceso de transición política y el silencio impuesto desde y por el Estado son todos factores que han coadyuvado a ello.

El silencio y la censura mediática sobre la guerra sucia en México que imperaron durante años son expresiones de una política del olvido, de un estrategia estatal encauzada a impedir la construcción memorística sobre estos sucesos históricos. El trabajo del Comité ¡Eureka! como emprendedor de la memoria, en contraste, es un intento por revertir dicha medida a través de la edificación de un recinto que goza de legitimidad histórica y cultural desde hace siglos: el museo. Así pues, mediante un ejercicio de representación política del pasado -fraguada desde el presente- el Comité ¡Eureka! ha implementado una política de la memoria que se ha nutrido de las memorias de la política:

Por memorias de la política nos referimos a las formas y a las narraciones a través de las cuales los que fueron contemporáneos de un periodo construyen el recuerdo de ese pasado político, narran sus experiencias y articulan, de manera polémica, pasado, presente y futuro. Y también a las imágenes de la política que aquellos que no fueron contemporáneos construyen de ese pasado a partir de testimonios, recuerdos, documentos. O sea, a las memorias de otras memorias. Por políticas de la memoria, en cambio, aludimos a las formas de gestionar o de lidiar con ese pasado, a través de medidas de justicia retroactiva, juicios histórico-políticos, instauración de conmemoraciones, fechas y lugares, apropiaciones simbólicas de distinto tipo. Pero por políticas de la memoria también se hace referencia a las “grandes ofertas de sentido” […]. Estas políticas de la memoria no son sólo las políticas oficiales, aunque éstas tengan mayor capacidad de brindar marcos colectivos para la sociedad en su conjunto, sino también aquellas que los diferentes actores despliegan en el espacio público (Rabotnikoff, 2007: 260-261).

Bajo esta lógica, se puede colegir cómo tanto las políticas de la memoria como las políticas del olvido se inscriben dentro del espacio público; son instrumentos del poder en aras de construir legitimidad y hegemonía. Ambas están insertas en un campo en el que diferentes agentes sociales y políticos entablan luchas simbólicas en las cuales están de por medio distintas visiones sobre el pasado -y con ello diferentes repercusiones para el presente y el futuro-. La política de la memoria desplegada en el Museo Casa de la Memoria Indómita ha sido materializada mediante un conjunto de salas que forman parte de la exposición permanente y con una más para exposiciones temporales (véase Figura 1). La producción discursiva objetivada en este lugar está articulada bajo una linealidad histórica de modo tal que los visitantes tienen que respetar el orden de las salas. Así, las primeras están dedicadas a dos acontecimientos medulares en la historia política contemporánea en México: la matanza del 2 de octubre de 1968 y El Halconazo del 10 de junio de 1971, hechos que constituyen el preámbulo a la guerra sucia y que son emblemáticos de la manera en que el Estado mexicano se conducía frente a la disidencia. A continuación se presenta la “Sala rosa”, en la que a la par de la instalación de objetos de la vida cotidiana y de la presentación de imágenes televisivas representativas de los años setenta, se muestra un video facturado por la Dirección Federal de Seguridad dedicado a exponer los objetivos de esta institución. Posteriormente se ubica “El terror”, una sala que se encuentra en total oscuridad y en la que solamente hay una silla y un foco y donde parte de la fuerza discursiva recae en el ejercicio de memoria que hacen algunos sobrevivientes de tortura -militantes de movimientos armados y sus familiares- al brindarnos su testimonio oral. Este sitio se acompaña de otro en donde hay una instalación de 21 cuerdas, 21 exactamente pues cada una de ellas alude al mismo número de naciones latinoamericanas en donde se ha vivido la violencia de Estado. La “Sala de espera” es un espacio que recrea la intimidad de un hogar al estar conformada por objetos de uso cotidiano, como un sillón, una vitrina, mesas de centro, alfombras -varios de ellos pertenecientes a Las Doñas- y por las fotografías de los desaparecidos, así como por algunos de sus libros. Esta sala es la condensación simbólica de la tensión entre lo público y lo privado que ha marcado la lucha del Comité ¡Eureka! a lo largo del tiempo, además de ser un ambiente expresamente dedicado a resguardar la memoria de las víctimas de las desapariciones forzadas, en donde algunos objetos -como las fotografías y los libros- fungen, como señala Huffschmid al hablar de los memoriales, como metonimia del cuerpo ausente ( Huffschmid, 2013). Acerca de esta sala ahonda Brizeida Hernández:

A pesar del terror se recupera la dignidad. Cuando tú pasas hacia la “Sala de espera” está la belleza de la emoción, se recrea este amor de las familias que también es muy difícil de recrear; [los desaparecidos] siempre están presentes, tan presentes que ahí está su música, están sus libros, está lo que ellos leían para comprender por qué ellos pensaban así, por qué defendían una causa, el por qué de sus ideales ante la cerrazón y corrupción del Estado. Estas personas, muchas de ellas estudiantes, la actividad [política] que tenían era repartir un periódico, pensar diferente […]. El referente estético del museo es hacia ese sentimiento sublime que puede llevar a las madres a enfrentar al Estado con lo único que tienen: su propio ser, la propia dignidad, la lucha, la solidaridad. Los familiares de los desaparecidos los rescatan de las garras del Estado, rescatan las memorias de sus hijos al decir “no son delincuentes, tienen derechos”. Entonces, creo que más que la carga emotiva, es una carga simbólica la que tiene el museo (entrevista a Brizeida Hernández, archivo personal, 12 de noviembre de 2015).

Fuente: Elaboración propia.

Figura 1 Plano de la exposición del museo  

En la “Sala de espera” está presente un discurso afectivo y axiológico, mismo que es reforzado mediante un libro con fotografías de los desaparecidos, en el que los visitantes del museo pueden escribirles un mensaje. Se puede deducir que a través de este recurso se pretende entablar un puente no sólo entre pasado y presente, sino entre los desaparecidos y el público. En este tenor, resulta pertinente subrayar la manera en que la rememoración permite nombrar lo ausente, así como su carácter indiciario -que en este caso se expresa a través de los objetos y las fotografías-. En suma, esta sala muestra la relevancia sociológica que los objetos y su configuración espacial tienen en relación con la memoria y, en general, en los procesos sociales:

Nuestro entorno material lleva al mismo tiempo nuestra marca y la de los demás. Nuestra casa, nuestros muebles y la manera en que están distribuidos, más toda la disposición de las habitaciones, nos recuerdan a nuestra familia y a los amigos que vemos con frecuencia en este marco. Las regiones del espacio que nos rodea de modo permanente y sus diversas partes no reflejan solamente aquello que nos distingue de los demás, nuestra cultura y nuestros gustos, que se expresan en la elección y en la disposición de estos objetos, [también] se explican, en gran medida, por los lazos que nos unen siempre con un gran número de sociedades, sensibles o invisibles (Halbwachs, 2011: 188).

La penúltima sala: “La única lucha que se pierde es la que se abandona”, es un sitio constituido por mantas, carteles y fotografías de integrantes del Comité ¡Eureka! durante diferentes manifestaciones. En este espacio se encuentra la máquina de escribir de la figura más visible de este sujeto político, Rosario Ibarra, y representa el tránsito de la esfera privada a la pública a raíz de la movilización sociopolítica. El último recinto, denominado “Zona de Escrache”, fue creado por el colectivo H.I.J.O.S. México y cuenta con jaulas que contienen las fotografías de diferentes funcionarios públicos de alto nivel -desde expresidentes de la república, hasta extitulares de la Procuraduría General de la República-. Este lugar constituye una expresión de agravio y de repudio hacia diferentes figuras políticas de las últimas décadas del siglo XX e inicios del XXI. Finalmente, en la “Sala de exposiciones temporales” se han expuesto varias muestras fotográficas e instalaciones cuya línea temática son los derechos humanos y los movimientos sociales contemporáneos, sobre casos como los de Acteal y Ayotzinapa, por mencionar algunos.

En las afueras de la casa se han instalado 43 pupitres con las fotografías de los normalistas desaparecidos de Ayotzinapa. Esta exhibición es un intento por acercar a los transeúntes al museo y constituye una labor de enmarcado sobre un acontecimiento que ha revelado el nivel de descomposición institucional y moral fruto de la actual crisis de Estado y de derechos humanos en el país. Junto con las exposiciones temporales, esta exhibición es una vía que los emprendedores de la memoria han implementado con el fin de tender puentes entre el pasado y el presente en función de que las desapariciones forzadas sigue siendo un fenómeno vigente.

Una de las labores memorísticas aún pendientes en este museo es la digitalización del archivo histórico del Comité ¡Eureka! sobre las detenciones-desapariciones forzadas. En esta tarea está participando el Centro Académico de la Memoria de Nuestra América (CAMeNA), perteneciente a la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. El objetivo medular es que dicho archivo sea de acceso público y gratuito. Además de las ocupaciones mencionadas, el Museo Casa de la Memoria Indómita ofrece talleres para niños y cuenta con un círculo de lectura en el que se discuten temas políticos, económicos y sociales actuales. Parte de las actividades se vinculan con las necesidades del barrio en el que se ubica el recinto.

Tanto en su labor como movimiento social, como en su actual trabajo como emprendedor de la memoria, el Comité ¡Eureka! ha demandado verdad y justicia. No obstante, resulta necesario enfatizar que la construcción de memoriales no sustituye a la verdad ni a la impartición de justicia. En el siguiente apartado se analizará cómo la constitución de lugares de memoria lleva consigo el problema de la enunciación de sentido -en donde existe una intencionalidad social y política y, por ende, no hay neutralidad valorativa-, además de que se explorará el perfil de los visitantes de este espacio, así como el impacto de esta propuesta museográfica.

El Museo Casa de la Memoria Indómita: producción de sentido y recepción

En el espacio leemos el tiempo. Karl Schlögel

Karl Schlögel

El espacio es producto de las relaciones sociales al tiempo en que las configura; es un lienzo donde se cristalizan diferentes dinámicas sociales, políticas y culturales. Junto con el cuerpo, la espacialidad es la materialidad de la memoria. En el espacio se objetivan las más heterogéneas expresiones del mundo social, situación que posibilita que los individuos en interacción subjetiven dichos elementos. En su seminal trabajo, Berger y Luckmann (2002) sostienen cómo la realidad social se articula a partir de la relación dialéctica entre procesos de objetivación y de subjetivación. Siguiendo la lógica de estos autores, se puede afirmar que la dinámica memorística opera también en función de que es objetivada y subjetivada. Los museos, libros, objetos, monumentos, edificios, obras artísticas -ejemplificando- son objetivaciones que gracias a su materialidad son subjetivadas por los actores, fraguándose así un nexo recursivo entre ambas dimensiones en el que se reproducen no sólo recuerdos, sino el propio orden social.

En consecuencia, el Museo Casa de la Memoria Indómita es la objetivación de la subjetividad -en su expresión política, afectiva y axiológica- del Comité ¡Eureka! Dicha objetivación está integrada no sólo por las diferentes exposiciones temporales y permanentes, sino también por una parte sustantiva del discurso memorístico del recinto: la plática introductoria que los directivos del museo brindan a los visitantes antes del recorrido, preámbulo en el que se aborda el tema de la violencia de Estado a finales de los años sesenta y durante los setenta:

El marco introductorio es muy importante porque nos permite ubicar a los visitantes en el contexto. Nos permite, desde el primer instante, tener empatía con ellos, porque el referente que tiene la población hacia los museos es que son aburridos al convertirse en mausoleos. Entonces, el referente que tiene ese guión o plática que damos es para ubicar el contexto que traen los visitantes […]; a veces hay una muralla, una frontera entre los visitantes y los directivos del museo […]. Por eso les preguntamos: ¿de dónde vienen? (entrevista a Brizeida Hernández, archivo personal, 12 de noviembre de 2015).

El testimonio revela un componente crucial en todo proceso de construcción de sentido: la intencionalidad, así como la subjetividad presente tanto en el emisor como en el receptor. La producción de sentido a través de los lugares de memoria implica una serie de dilemas éticos, políticos, pedagógicos y estéticos: ¿qué de la violencia estatal se va a representar y de qué forma; quiénes pueden participar en esta tarea; a quiénes van dirigidos estos memoriales; cómo darle cuerpo a los desaparecidos? Sobre la manera en que el Comité ¡Eureka! enfrentó estas interrogantes habla el director del museo, quien también forma parte de esta organización:

Ahí participó el Comité, estuvo doña Rosario [Ibarra] y sus hijas. Dos cosas les mencionaron a los curadores y museógrafos que ayudaron para la representación y que tienen que ver con la historia en el Comité: no llorar frente a los funcionarios gubernamentales, nada de esa emoción había que plasmar, así que pese a lo fuerte de lo vivido aquí no verás llanto. Las fotografías de Las Doñas podrán mostrarlas serias, pero nunca con cara de tristeza. La otra cosa que tuvieron que mencionarle al curador es que jamás hemos insultado [al gobierno], jamás, aunque se lo merecen, pero no, porque nuestros familiares desaparecidos jamás insultaron, lucharon (entrevista a Jorge Gálvez, archivo personal, 10 de noviembre de 2015).

Lo dicho por Gálvez remite al ejercicio de discriminación axiológica, política y estética subyacente a la construcción de memoriales donde, como se ha señalado, no hay neutralidad valorativa. Al ser dispositivos semánticos, los lugares de memoria son decodificados por los actores sociales con base en su perfil ideológico, político, moral, así como a partir de su experiencia, identidad, memoria, clase social, edad y género. Lo anterior muestra el carácter polisémico de estos espacios. Resulta preciso señalar cómo los lugares de memoria están abiertos a nuevas (re)significaciones en virtud de las transformaciones sociales, culturales y políticas del presente -y en muchas ocasiones siguiendo las expectativas que se tienen del futuro-, hecho que revela la imbricación de las temporalidades. Así, ejemplificando, un espacio de memoria que haya conseguido incidir simbólica y políticamente puede tiempo después no significar nada para los visitantes. En consecuencia, la memoria -como interpretación del pasado- es frágil y cambiante y se encuentra determinada por diversas coyunturas.

Si bien los espacios de memoria son una lucha contra el olvido, su mera existencia no garantiza que éste y la indiferencia sean desterrados. Por ende, siempre hay un grado de impredecibilidad de estos recintos, de la manera en que serán apropiados material y simbólicamente por los visitantes.

Bajo esta lógica, es factible preguntar: ¿basta el espacio -como materialidad de la rememoración- para erigir y reproducir un discurso del pasado? Tal vez una respuesta categórica resulte insostenible; sin embargo, como acertadamente apuntala Huffschmid (Huffschmid y Durán, 2012), aunque el espacio no habla por sí solo, tampoco se queda callado en estos procesos. Lo cierto es que los memoriales son expresiones espaciales con una intencionalidad ética y política, sujetos a múltiples apropiaciones y significaciones por parte de sus visitantes, en donde a través de la representación del pasado se pretende incidir en el presente y hasta en el futuro.

Así, ¿cuál es el perfil de quienes asisten al Museo Casa de la Memoria Indómita?; ¿qué impacto axiológico y afectivo ha tenido la propuesta estética y política de este recinto?; ¿hasta qué punto este espacio es una forma de contribuir a la edificación de la memoria sobre la guerra sucia y las desapariciones forzadas? Con base en el cuestionario aplicado a los visitantes al museo,2 se encuentra que el 60 por ciento de ellos son mujeres. En relación con el nivel de escolaridad, el 45 por ciento cuenta con estudios de preparatoria, mientras que el 47 tiene licenciatura. La edad promedio es de 19 años, la gran mayoría procede de la Ciudad de México (50 por ciento), seguida por el Estado de México (32) (véase Cuadro 1).

Cuadro 1 Perfil de los visitantes del museo 

Fuente: Elaboración propia.

Al ser la guerra sucia y las desapariciones forzadas el corazón de la propuesta del Museo Casa de la Memoria Indómita, en el cuestionario se incluyó una serie de preguntas centradas, en una primera instancia, en conocer si los visitantes tenían una noción previa de dichos acontecimientos históricos y, por otra parte, en saber hasta qué punto el museo coadyuvaba a ampliar su conocimiento sobre ellos. De esta forma, el 84 por ciento de los visitantes sí sabían de la violencia estatal y de las desapariciones forzadas durante los años setenta en México; las fuentes principales por las cuales se enteraron son, en primer lugar, la escuela (68 por ciento), seguida por las redes sociales (67) y los libros (52). Otra pista relevante reside en que las organizaciones y/o movimientos sociales constituyen una fuente más por medio de la cual los asistentes habían obtenido dicha información (52 por ciento). Estos datos nos conducen a pensar que la educación formal y los libros siguen siendo un medio de construcción memorística vertebral y que las redes sociales están ocupando un espacio notable en esta labor, al igual que la tarea de enmarcado que los actores colectivos efectúan (véase Cuadro 2). En este punto, resulta pertinente mencionar que la edificación de la memoria sobre la guerra sucia se ha llevado a cabo desde hace varios años a través de obras periodísticas, literarias, películas y documentales -además de con el trabajo de historiadores y académicos en general- todo lo cual ha abonado a un proceso memorístico todavía inconcluso. En este sentido, ¿hasta qué punto el Museo Casa de la Memoria Indómita está contribuyendo a la constitución de la memoria sobre los hechos históricos citados? Con base en los resultados de la encuesta, de aquellos sujetos que contestaron que ya tenían noción previa acerca de la guerra sucia y las desapariciones forzadas, el 97 por ciento expresó que la visita a este recinto amplió su conocimiento sobre dichos sucesos. Este resultado implica que el museo está cumpliendo con su propósito como lugar de memoria.

Cuadro 2 Temática del museo 

Fuente: Elaboración propia.

En lo concerniente a la forma en que los visitantes se enteraron de la existencia del museo, se encuentra que el 70 por ciento lo hizo gracias a la escuela, y que solamente para un 7 y un 3 por ciento, respectivamente, fue a través de las redes sociales y de la página de internet del lugar (véase Cuadro 3). Estos datos muestran la limitada divulgación que los directivos del museo están realizando sobre este espacio mediante las nuevas tecnologías, situación que debería revertirse dada la importancia que éstas tienen en la sociedad contemporánea. Por otra parte, resulta revelador ligar el resultado de que la escuela sea la principal fuente de conocimiento sobre la guerra sucia y las desapariciones forzadas (véase Cuadro 2) con el hecho de que ésta también sea la vía predominante por la cual los entrevistados supieron sobre la existencia del museo. En este tenor, cabe preguntarse: ¿están las escuelas de los niveles medio superior y superior abordando la violencia estatal durante los años setenta dentro de sus programas de estudio, o más bien sólo envían a sus estudiantes a este lugar como una oferta cultural más entre las que hay en la Ciudad de México? Responder de manera categórica a esta interrogante va más allá de los objetivos de este trabajo; no obstante, no hay que soslayar que la educación formal constituye una veta cardinal de articulación de los discursos históricos y memorísticos, siempre condicionados a la dinámica del presente.

Cuadro 3 ¿Cómo te enteraste del museo? 

Fuente: Elaboración propia.

Como se ha subrayado a lo largo del trabajo, la memoria cuenta con un ropaje ético y emocional importante; en el caso del Museo Casa de la Memoria Indómita ambos componentes están presentes tanto en el proceso de construcción de sentido como en la interpretación que los visitantes hacen de la propuesta museográfica. Así pues, la encuesta aplicada arroja que un 96 por ciento de los visitantes reconocen haber experimentado alguna emoción tras su recorrido, siendo la indignación (69 por ciento), la tristeza (62) y el enojo (59) las predominantes (véase Cuadro 4). El hecho de que la mayoría de los encuestados señale que la visita les provocó una emoción es un indicio del impacto simbólico, del “éxito” discursivo, de la política de la memoria desplegada por el Comité ¡Eureka! Lo anterior remite a preguntarse sobre qué sucede una vez que los asistentes a estos lugares de la memoria finalizan su recorrido: ¿acaso el impacto emocional puede redituar en una transformación en la subjetividad política?

Cuadro 4 Emociones durante la visita 

Fuente: Elaboración propia.

Por principio de cuentas, resulta pertinente enfatizar el nexo íntimo y recursivo que existe entre memoria y afectividad. Ambas son construcciones sociales, artificios gestados en el marco de la interacción social y en contextos culturales e históricos específicos. Como la memoria, la afectividad es un referente de sentido que orienta la acción social y política, y como tal, es también un dispositivo cognitivo y axiológico. La relación entre rememoración y emociones implica que lo afectivo funge como un ingrediente condicionante en la edificación del recuerdo, a la vez que la memoria contribuye a (re)producir y actualizar lo afectivo; en síntesis, la memoria es causa y consecuencia de lo emocional (Gutiérrez Vidrio, 2012).

Ni la memoria ni las emociones son expresiones sociales y culturales estáticas; el presente juega un papel relevante en los procesos de reconfiguración que ambas experimentan. Bajo este razonamiento, tanto los recuerdos como la afectividad fungen como un sustrato de la dinámica constitutiva de las identidades, además de posibilitar la cohesión social y de estar pergeñadas por componentes de orden estructural, como la clase social.

En este tenor, ¿de qué manera se manifiesta el nexo rememoración-afectividad en los espacios de memoria que versan sobre la violencia de Estado? Como se ha enfatizado, un atributo distintivo de estos sitios es su carácter polisémico, lo cual implica que pueden generar una amplia gama de emociones y de significados con connotaciones éticas y políticas; como bien lo señala Katherine Hite, “la memorialización conjuga el afecto con la conciencia” (Hite, 2013: 86). Es esta politóloga la que justamente brinda una pista analítica al argumentar cómo este tipo de recintos son espacios que coadyuvan a la construcción de una empatía de los visitantes hacia las víctimas, de forma tal que se reduce la distancia situacional entre ambos sujetos. Hablar de esta modalidad afectiva supone aludir a la capacidad de los individuos de comprender e imaginar la posición vital del otro, donde el contexto histórico y cultural habilita a los actores para dicha comprensión. En el caso de los memoriales dedicados a la violencia estatal, la empatía adquiere rasgos particulares; Frank La Capra (citado en Hite, 2015) ha acuñado el concepto de empathic unsettlement (empatía perturbadora) para referirse a la experiencia emocional que los asistentes a este tipo de lugares viven. Retomando esta noción, Hite describe cómo la empatía perturbadora remite a la dinámica entre el emisor y el receptor. Este proceso interpretativo agita e incomoda en una forma productiva, en la cual su finalidad es el entendimiento, sin soslayar que la experiencia traumática, inherente a la violencia, está más allá de la comprensión (Hite, 2015: 39).

Volviendo al caso del Museo Casa de la Memoria Indómita, ¿son las emociones registradas en la encuesta por parte de los visitantes una manifestación de empatía perturbadora? Tal vez la respuesta sea sí, lo cual permite inferir que hasta cierto punto la propuesta museográfica ha conseguido tender puentes no sólo entre el pasado y el presente, sino también entre los asistentes y las víctimas de la guerra sucia. Siendo así, se puede sostener que los lugares de memoria constituyen herramientas estéticas, políticas y axiológicas que contribuyen a erigir empatía; en suma, dichos espacios permiten que una política de la memoria sea también una política de la empatía. No obstante, resulta importante desplegar una mirada cautelosa: como bien subraya Hite, experimentar emociones en este tipo de recintos no equivale necesariamente a la empatía perturbadora, además de que ésta no garantiza la participación de los asistentes en acciones sociopolíticas solidarias en el futuro. Pese a todo, sostengo que tanto las emociones como la memoria imbricadas y corporeizadas en los memoriales tienen el potencial no sólo de conectar temporalidades, sino también de ligar sujetos sociales. Con agudeza analítica, Judith Butler afirma que la emoción del duelo, es decir, la afección de la pérdida, puede rebasar el seno de la intimidad, de la esfera privada, y con ello contribuir a la elaboración del sentido de una comunidad política de modo tal, sostiene la autora, que el duelo no despolitiza (Butler, 2006).

Siguiendo el argumento de Butler -de forma hipotética- es posible aseverar que el dolor experimentado por los integrantes del Comité ¡Eureka!, -emoción que permanece abierta- ha trascendido la frontera de lo privado desde el momento mismo en que fue constituido este actor colectivo. A través del discurso y de la acción sociopolítica, esta organización ha conseguido despertar la solidaridad y empatía de otros sujetos. En la actualidad, mediante la constitución del museo, continúa desplegando el potencial de conexión con otros actores sociales. Por ende, tanto en su labor movilizatoria como en su calidad de emprendedor de la memoria, el Comité ha logrado que, en la medida en que el duelo ha sido inscrito en la arena pública, se puedan tender puentes con otros. En pocas palabras, tal vez los memoriales lleven consigo la posibilidad de la politización a través de la empatía fincada en el dolor.

Más allá de estas hipótesis, es preciso recalcar cómo los lugares de memoria pueden fungir, hasta cierto punto, como espacios de duelo para familiares de las víctimas y, sobre todo, su contribución principal yace en grabar en el espacio público discursos del pasado que han permanecido soterrados e invisibilizados.

A modo de cierre

En el transcurso de este artículo se ha desarrollado la explicación de cómo la memoria es un constructo social, político, cultural y simbólico; es un proceso vivo, abierto e íntimamente ligado al presente y al futuro. El Museo Casa de la Memoria Indómita es la objetivación de la memoria de la guerra sucia, de las desapariciones forzadas, de la trayectoria sociopolítica del Comité ¡Eureka!, además de haber sido concebido como un frente de lucha más por este sujeto colectivo. Así, esta organización optó por ejercer una política de la memoria, inscribiendo en el espacio público una visión política y axiológica del pasado.

Como todo dispositivo semántico, la edificación de este lugar implicó un conjunto de dilemas éticos, políticos y estéticos sobre qué y cómo representar la violencia de Estado. De modo semejante, estos espacios son interpretados en función de la heterogeneidad de sus visitantes, es decir, en virtud de su perfil político, ideológico, identidad, memoria, clase social, género, edad y experiencia, lo cual revela el carácter polisémico de este tipo de recintos. La dimensión simbólica de la memoria, constituida por componentes afectivos y axiológicos, está presente en estos memoriales tanto en su proceso de construcción discursiva como en el plano interpretativo. En el Museo Casa de la Memoria Indómita se advierte cómo la resonancia simbólica de su propuesta museográfica revela el vínculo cercano que existe entre memoria y afectividad, en donde el concepto de empatía perturbadora constituye un insumo analítico sugerente para explorar la manera en que estos espacios pueden impactar. Bajo este razonamiento, resulta pertinente reflexionar sobre la perspectiva teórica y las herramientas metodológicas con las cuales el eco afectivo, político y moral pueda estudiarse, considerando, además, que la interpretación que se hace de estos sitios es volátil y cambiante, sujeta a transformaciones culturales y políticas. Asimismo, es preciso no sobredimensionar los alcances que estos espacios puedan detonar, lo cual no supone soslayar que representan hitos memorísticos que pueden coadyuvar a través de su discurso a visibilizar en el espacio público representaciones del pasado que han permanecido silenciadas, situación que reviste gran importancia sobre todo en naciones como México, donde la impunidad ha prevalecido. En consecuencia, el Museo Casa de la Memoria Indómita tiene el desafío de seguir representando la violación de los derechos humanos cometida durante la década de los setenta bajo la luz de la coyuntura presente, una historia en la que, si bien ya se han cimentado las bases por parte de diferentes actores sociales -como académicos, periodistas, sobrevivientes, testigos y activistas-, dista mucho de ser conocida por otros sectores de la sociedad mexicana. Se trata de una historia y una memoria aún soterradas que mantienen un vínculo estrecho con el propio devenir del presente y que dan pie para pensar sobre las continuidades y las rupturas en la relación Estado-sociedad a lo largo del tiempo. Como lo apunta Calveiro:

La comprensión de los movimientos guerrilleros de los años setenta, como acto de memoria, no se puede alcanzar en un momento ni con una sola mirada. Reclama un debate […] en el que confluyan distintos puntos de vista […]. Creo que nos obliga, por un lado, a rehistorizar ese pasado para rescatar el sentido político que tuvo entonces para sus protagonistas, pero al mismo tiempo nos convoca a abrirlo como nueva fuente de sentido, en relación con la necesaria recuperación de la política en el mundo presente (Calveiro, 2013: 21).

Bibliografía

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Referencias electrónicas

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Entrevistas

Entrevista a Jorge Gálvez. Archivo personal, 10 de noviembre de 2015. [ Links ]

Entrevista a Brizeida Hernández. Archivo personal, 12 de noviembre de 2015. [ Links ]

2Se aplicaron 495 cuestionarios desde inicios de febrero de 2016 hasta mayo del mismo año. Las preguntas eran proporcionadas a los visitantes para ser respondidas una vez concluido el recorrido. En términos generales, las interrogantes pueden ser englobadas de acuerdo con cuatro ejes temáticos: a) el perfil de los visitantes; b) la temática del museo; c) difusión sobre la existencia del museo; y d) el impacto emocional que la propuesta museográfica tiene. Fueron elaboradas para cubrir dos propósitos de manera simultánea: por un lado, para brindar información precisa acorde con los objetivos del proyecto de investigación que estoy desarrollando; y por otro, algunas fueron facturadas para ayudar a que los directivos del museo contasen con una noción más puntual sobre el impacto del mismo.

Recibido: 12 de Septiembre de 2016; Aprobado: 11 de Diciembre de 2017

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