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Sociológica (México)

versão On-line ISSN 2007-8358versão impressa ISSN 0187-0173

Sociológica (Méx.) vol.33 no.93 Ciudad de México Jan./Abr. 2018

 

Artículos de investigación

El declive del enfoque narrativo en la sociología histórica: hacia la restauración de un proyecto intelectual

The Decline of the Narrative Approach in Historical Sociology: Toward the Restoration of an Intellectual Project

Esteban Torres **  

**Universidad Nacional de Córdoba, Argentina (UNC)-Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet). Correo electrónico: esteban.tc@conicet.gov.ar.


Resumen:

En el presente artículo analizo el devenir de la corriente narrativa en la sociología histórica estadounidense desde principios de la década de los ochenta hasta nuestros días, los rasgos centrales que adquiere tal expresión intelectual, así como los recursos metodológicos y los conceptos que conforman el núcleo central del dispositivo analítico compartido por esta fracción de la sociología continental. El trabajo permite demostrar cómo esta corriente, liderada por Andrew Abbott, William Sewel, Margaret Somers y Larry Griffin inicia su lento declive a partir de la reinstalación de la pregunta por el capitalismo en las ciencias sociales, propiciada por la crisis económica global de 2008. El artículo ofrece evidencias del reduccionismo tanto temporal como espacial que encierra el enfoque de esta corriente intelectual con pretensiones rupturistas, limitación que logra evidenciarse a partir del fracaso de su proyecto de superación de la teoría social moderna.

Palabras clave: cambio social; teoría sociológica; sociología histórica; perspectiva narrativa; explicación social

Abstract:

This article analyzes the development since the beginning of the 1980s of the narrative current in U.S. historical sociology, its central characteristics, and its core methodological resources and concepts. The author demonstrates how this current, led by Andrew Abbot, William Sewel, Margaret Somers, and Larry Griffin, began its slow decline when questions once again arose about capitalism in the social sciences sparked by the 2008 global economic crisis. The article offers evidence of both the time-based and spatial reductionism involved in this approach, even though the current has pretensions of causing a break. This limitation is shown based on its failure to upgrade modern social theory.

Keywords: social change; sociological theory; historical sociology; narrative perspective; social explanation

El “giro narrativo” en la Sociología histórica y el movimiento de los económico

El ascenso sostenido de la corriente narrativa en la sociología histórica estadounidense a lo largo de tres décadas, y su reciente descenso paulatino, constituye un fenómeno privilegiado para analizar el devenir de las ciencias sociales en nuestro continente y para dimensionar los nuevos desafíos que se abren a futuro para la investigación sociológica. La diversidad que compone el movimiento teórico general de las ciencias sociales contemporáneas en el continente americano (Norte, Centro y Sur), se puede reducir a dos momentos consecutivos: el primero se instala desde fines de la década de los setenta y tiene que ver con el declive general de la cuestión económica. El segundo momento que destaco es el de la relativa recomposición de lo económico, precipitado a partir de la crisis económica mundial de 2008, que se proyecta a partir de entonces de un modo incierto y con una fuerza difícil de dimensionar. De este modo, el primer movimiento mencionado se extiende a lo largo de aproximadamente treinta años, desde fines de los setenta hasta 2008. El declive general de la cuestión económica en las ciencias sociales regionales se asoció principalmente, y de modo directo, a cuatro aspectos relacionados entre sí que se resienten conjuntamente: el procesamiento reduccionista y generalizado de la llamada “crisis del marxismo”; el declive de la construcción de la teoría sociológica; la casi extinción de la agenda de investigación macrosociológica y, finalmente, el abandono de la reflexión en torno al problema de la temporalidad como un todo y en particular del tiempo-futuro (Torres, 2017). Es en este contexto, coincidente con el despliegue del “ciclo neoliberal” -en los términos de Hobsbawm-, que se inaugura y desarrolla el llamado “giro narrativo” de la sociología histórica. Este movimiento emerge como una manifestación intelectual con pretensiones rupturistas y re-fundacionales en relación con el pensamiento social moderno. Paradójicamente, tal proyecto refundacional antimoderno se lleva adelante a partir de la proclamación de un “giro histórico” de la sociología, en principio destinado a “tomarse más en serio la cuestión de la temporalidad” (Somers, 1990: 1-5; Griffin, 1995: 1245). Para Andrew Abbott, Larry Griffin, William Sewell y Margaret Somers, los referentes de esta corriente, las narraciones serán la nueva clave subversiva para entender los procesos sociales contemporáneos. En este punto propongo que nos detengamos en la caracterización general de la corriente narrativa en la sociología histórica estadounidense (en adelante CN), así como en el modo en que comienza a entrar en crisis a partir de la reinstalación académica del problema de lo económico en la primera década de este nuevo siglo, producto del creciente malestar intelectual generado por la agudización de los problemas sociales asociados con el avance de la globalización capitalista neoliberal.

El llamado “giro narrativo” ha sido objeto de muchas discusiones en el campo de la historia, la sociología y otras ciencias sociales (Burke, 1992: 163; Gotham y Staples, 1996: 486). Si bien la noción de lo narrativo es equívoca, polisémica, y se hace difícil estandarizar su definición (Gotham y Staples, 1996: 486; Polkinghorne, 1988: 13; Bernasconi Ramírez, 2011: 18), podríamos decir que el campo de estudios narrativos tiene como interés común el examen de las historias de vida o los relatos que las personas, grupos o instituciones construyen sobre sus experiencias. Entiendo que al menos tres elementos serían necesarios para componer un relato en su forma más básica: una situación de inicio, una acción o evento, y una consecuencia. La narración cronológica es el recurso más usual de asociación de eventos. Siguiendo a Ricoeur, una narrativa puede definirse como la secuencia temporal de eventos (Ricoeur, 1984).

La corriente narrativa se convirtió en un fenómeno académico importante en la medida en que fue penetrando y ganando popularidad en la sociología histórica (Stanley y Temple, 2008: 275; Hyvärinen, 2016: 44). A su vez, el “giro narrativo” en las ciencias sociales a principios de la década de los ochenta fue precedido por el “giro narrativo” en los estudios literarios durante los sesenta (Hyvärinen, 2010: 72-73; Ryan, 2005: 344). Tal dependencia intelectual-histórica se desvanece en la medida en que se institucionaliza esta corriente al interior de las ciencias sociales, evidenciando el funcionamiento autonomizado y deshistorizado de la CN. En cualquier caso, las influencias principales que recibe la corriente narrativa en la sociología provienen del relativismo en la filosofía de las ciencias, del giro lingüístico en la filosofía, del postindustrialismo en las ciencias sociales, así como del postestructuralismo. Las visiones narrativas han sido significativamente afectadas por las críticas de Jean Francois Lyotard a las grandes narrativas de la ciencia, así como por las obras de Foucault, Derrida, Ricoeur, Heidegger y Merlau Ponty1 (Hyvärinen, 2010: 75; Bernasconi Ramírez, 2011: 16). En cualquier caso, la transformación fundamental que propone la CN es el completo trastocamiento de los intereses y las preguntas de investigación de la sociología. De este modo, la CN nos invita a transitar de los grandes relatos de la modernidad a los pequeños relatos de la posmodernidad; de la pregunta por el cambio de las sociedades a la pregunta por la trayectoria de ciertos actores; de la intención de explicar el devenir de las sociedades y de prefigurar el destino histórico-general a la intención de interpretar historias de vida. Lo sorprendente es que tal empréstito minimalista se llevó adelante, tal como señalé, en nombre de un “giro histórico” de la sociología. El anunciado “giro narrativo” se podría entender como una manifestación culturalista y subjetivista específica que reacciona tanto a la teoría social como a la política moderna.

El enfoque narrativo: lo antiteórico, lo político-personal y lo hiperespecializado

Es posible identificar por lo menos tres rasgos comunes y fundamentales que comparten los diversos autores que han adoptado un enfoque narrativo en la sociología histórica. Tal basamento común está presente desde el inicio del “giro narrativo” en la década de los ochenta y se fue consolidando durante los noventa. Las características en cuestión son: a) una posición antiteórica; b) la reducción de lo político a lo político-personal; y, finalmente, en un plano institucional-académico, c) la autonomización y deshistorización del campo de los estudios narrativos.

Lo antiteórico

En cuanto a este primer aspecto, es constatable que las perspectivas narrativas rechazaron en bloque el sentido y la función de la teoría sociológica moderna. A tal fin apuntaron contra sus dos expresiones contemporáneas más potentes: el marxismo y la perspectiva parsoniana. Las críticas vertidas por la CN en su mayoría proyectaron una forma prejuiciosa y caricaturesca de ambas tradiciones teóricas, sin ofrecer argumentaciones suficientes para tal rechazo. Los autores narrativos reconocieron que su visión se expandía en la medida en “que la sociología histórica se estaba alejando crecientemente de la gran teorización y los modos de explicación totalizantes” (Maines, 1993: 17-32; Gotham y Staples, 1996: 481). En una dirección similar, Wiley sostuvo a mediados de los ochenta que la declinación de la hegemonía del funcionalismo y el fracaso del marxismo dejaron a la sociología en un “interregno teórico”, del cual emerge el narrativismo (Wiley, 1986). Para la CN, el fracaso del marxismo tuvo principalmente que ver con dos elementos: con la naturaleza determinista de esa teoría y con su carácter abstracto y meta-histórico -o antihistórico- (Gotham y Staples, 1996; Sewell, 1990; Adams, Clemens y Shola Orloff, 2003; Hooks, 1993; Prechel, 1991).2 Desde la crítica narrativa se asoció al marxismo con expresiones tendenciosas del tipo “leyes de hierro”, “generalizaciones radicales”, “teorías omnitemporales y legaliformes”, “explicaciones totalizantes y unívocas”, etcétera. El argumento de superación del marxismo que provee la CN se puede sintetizar sin inconvenientes con la siguiente idea: la realidad social sería más contingente, compleja, históricamente variable y multicausal de lo que aquél supone.

Ahora bien, bajo el pretexto de liberación de los totalitarismos marxista y parsoniano, la CN arrojó por la borda toda empresa teórica, y más en concreto toda teoría social moderna.3 Los argumentos antiteóricos más sofisticados que provee la CN se concentran en dos puntos: a) el reconocimiento de que la narrativa implica y contempla necesariamente la complejidad del mundo y que ello es inherentemente no formalizable (Abbott, 2001: 185). Esta primera afirmación supone que la teoría social sería una simplificación de la realidad y, por tanto, proveería una visión incompleta; y b) el reconocimiento de que la teoría estructura la indagación histórica de tal modo que el “punto final” de la investigación se fija antes que la realización de la propia investigación, lo cual implica que las respuestas se conocen antes que las preguntas sean planteadas (Quadagno y Knapp, 1992: 504).

No es necesario ahondar demasiado en la posición antiteórica de la CN para registrar que le son inherentes dos grandes obstáculos epistemológicos que desdibujan su apuesta intelectual. El primero es verdaderamente llamativo. Los autores narrativos promocionan una posición abiertamente antiteórica en nombre de una nueva teoría, esto es, de una “teoría narrativa”. A modo de ejemplo, Quadagno y Knapp (1992: 482) indican que adoptan una noción de teoría distinta y sugieren que los sociólogos históricos necesitan comenzar sólo con algunas “nociones teóricas iniciales”, y que la teoría debe proveer a los investigadores no de premisas para ser corroboradas sino de interrogantes. Para ambos autores se trata de derivar la explicación teórica de detalladas historias narrativas (Quadagno y Knapp, 1992: 483). Somers complementa tal posición argumentando que todos los conocimientos, lógicas y prácticas de razonamiento están “cargados de historia” (Somers, citada en Kiser y Hechter, 1998: 738-739). De este modo, la CN no sólo proporciona una visión relativista del conocimiento en general sino de la propia teoría. La narrativa sería en sus términos una teoría superadora de la teoría social moderna. El punto de quiebre de la “teoría narrativa” respecto de su competidora moderna pasaría por la subsunción de toda explicación a una narración, en concordancia con la visión de Paul Ricoeur. Éste último llama la atención sobre el carácter explicativo de cualquier relato y no sólo del relato sociológico. Para el filósofo francés todos los actores exhiben explicaciones (Ricoeur, 1984Ricoeur, 1984). Tal posición resulta coincidente con los argumentos metodológicos de los últimos trabajos de Charles Tilly, en particular de su libro Why? (2006),4 y de Theda Skocpol. Ésta última comparte con la CN el rechazo de la naturaleza sistemática de la teoría social moderna, al concebir a la teoría como algo “intuitivo” (Skocpol, 1979: 39), como “premoniciones” que forman hipótesis (1985: 385; 1986: 190).

El segundo obstáculo epistemológico, que acompaña a la negación de la teoría en nombre de la “teoría narrativa”, tiene que ver con las marcas disciplinarias que atraviesan las posiciones de la CN. Las discusiones están fuertemente condicionadas por la reafirmación y la competencia disciplinaria entre la tradición sociológica y la historiográfica. Si para la historia dominante la sociología como un todo es teoricista (abstracta, general y ahistórica), para la sociología dominante toda la historia como disciplina es antiteórica (descriptiva y particularista)5 (Heckathorn, 1983 y 1984; Blalock, 1984; Kiser y Hechter, 1991: 3; Hyvärinen, 2010: 74-75). Tal fractura impide avanzar en las discusiones sobre el vínculo entre lo teórico y lo narrativo.

La nueva política personal

En cuanto al segundo aspecto, se constata la existencia de una relación de inmanencia entre el rechazo de la CN a la teoría social moderna y su desacreditación de la política moderna, esto es, de la política en general. Así, el rupturismo no es sólo teórico sino también político. De lo que se trata para la CN es de trasladar el núcleo de la politicidad del plano social general al individuo. En nombre de la nueva politización de lo personal y de lo cultural que se instala a principios de los años ochenta, las lógicas de análisis narrativo en la sociología histórica condujeron mayoritariamente a la despolitización y al desconocimiento de las situaciones sociales generales, incluyendo en tal registro la despolitización del Estado, de la economía capitalista y de los escenarios geopolíticos y geoeconómicos. Si en términos teóricos, el narrativismo se edifica a partir del rechazo de una teoría sociológica moderna, y en particular de una teoría del cambio social, en un plano político-normativo se tiende a rechazar aquel tipo de politicidad colectiva y general afectada por el estado del mundo y dispuesta a incidir indirectamente desde las ciencias sociales en la reforma o la transformación estructural de nuestras sociedades. En cierto modo, reafirmando lo dicho, la politicidad de la CN conlleva el abandono de un horizonte político moderno y emancipador.

El liberalismo subjetivista de la CN busca autolegitimarse principalmente a partir de tres coartadas: la primera, y más general, es a partir de la metáfora subjetivista de la vida como narrativa, y más exactamente, de la vida como una narración biográfica individual (Hyvärinen, 2010: 76). Tal asunción contempla la promesa de ofrecer historias políticas alternativas, así como una nueva visión existencial de la vida humana, creando la atmósfera de un nuevo movimiento intelectual. El discurso metafórico de la narrativa, situado en un presentismo, ha sido absolutamente central para el éxito del giro narrativo en las ciencias sociales (Hyvärinen, 2010: 75). El carácter despolitizante de tal metáfora se hace patente, por ejemplo, cuando Abbott afirma que “nos inclinamos, serenamente, a reservarnos el privilegio de vivir en el aquí y el ahora ‘real’ (único), en el presente inexplicable e indeterminado” (Abbott, 2007a: 95). La segunda coartada es la pretensión de capturar el movimiento feminista. Las lógicas narrativas reclaman para sí el universo de los estudios feministas (Bernasconi Ramírez, 2011: 16), como si el feminismo como hecho social estuviese ontológicamente ligado a una lógica de análisis narrativo. Esto es completamente insostenible. Basta observar que la teoría sociológica moderna se ha tomado muy en serio el fenómeno del feminismo, comenzando por Anthony Giddens y Manuel Castells. La tercera y última gran coartada es la presentación del narrativismo como una actualización del humanismo. Ello se hace particularmente presente en las obras de Abbott (2007b) y de Plummer (2001). Ahora bien, no se trata de un humanismo universalista de tipo sartreano sino, a falta de una expresión mejor, de un humanismo microsociológico. Actuando en conjunto, las tres coartadas mencionadas dinamitan los fundamentos normativos de un proyecto intelectual moderno.

Automatización, deshistorizacion e hiperespecialización

El notable avance de los estudios narrativos en las décadas de los ochenta y noventa (correspondiente al auge del declive de lo económico), y su conformación institucional, no se puede aislar de la tendencia -cada vez más acelerada- a la creciente hiperespecialización de las ciencias sociales y de la sociología. La corriente de análisis narrativo, que atraviesa, impregna y compone diferentes ámbitos de estas disciplinas, se fue convirtiendo en una compartimentación cada vez más específica y autonomizada de la sociología histórica. Esta última, por su parte, se encuentra cada vez más delimitada como un subcampo de la sociología,6 pese a que tradicionalmente se ha resistido a las compartimentaciones disciplinarias (tal resistencia se puede observar en los trabajos de Tilly, Mann, Skocpol, Wallerstein y Giddens), tratando de hacer valer su espíritu clásico. De este modo, la CN encarna una especie de autonomización de segundo orden, en tanto que se autonomiza de un subcampo y no ya de las ciencias sociales como un todo. Ahora bien, lo que aquí me interesa presentar como hipótesis es que la pretensión de la CN de ofrecerse como una nueva teoría social sólo puede concebirse a partir de la hiperespecialización y de la autonomización objetiva comentadas. La CN efectuó una doble ruptura: rompimiento con y desconocimiento de los orígenes literarios del narrativismo;7 y quiebre con la tradición sociológica, muy en particular con la sociología clásica.8 El efecto amnésico resultante de tal realidad compartimentada es lo que hizo posible presentar a la sociología narrativa como un proyecto de refundación sociológica. Aunque sin lugar a dudas, el hecho social central es la infundada presentación de lo narrativo como una teoría sociológica. Del mismo modo, entiendo que es la fuerza autorrecursiva de su hiperespecialización la que le permitió a la CN permanecer relativamente al margen del movimiento generalizado de retorno de lo económico en las ciencias sociales a partir de la crisis del 2008.

La reinstalación de los económico y la crisis del narrativismo

Tal como indiqué inicialmente, el fenómeno extra-académico de la crisis económica global de 2008 marcó un punto de inflexión en el campo de las ciencias sociales, tanto en el nivel global como en el regional. Sugiero que a partir de entonces, y mediante procesos distintos, se inicia una lenta reinstalación de la cuestión económica en la investigación sociología y científico-social en general. De este modo, gradualmente, retorna a los primeros planos el interrogante central que marcó la segunda mitad del siglo XX y que fue marginado a partir de principios de la década de los ochenta. Me refiero a la pregunta por el devenir y el porvenir general de los procesos sociohistóricos, y junto a ello al cuestionamiento sobre cómo hacer frente desde cada espacio social a la expansión de la globalización económico-financiera. Dicho en otros términos, a partir de 2008 las ciencias sociales, y la sociología en particular, vuelven a poner en el centro de sus preocupaciones a las teorías clásicas del cambio social. Como indicador de ello basta observar cuales han sido los textos más resonantes en los últimos años.9 De este modo, no sólo retorna un objeto teórico abandonado por el narrativismo sino que vuelve un principio de politicidad excluido por este último.

Frente a este nuevo escenario, la CN comienza a exhibir señales de crisis y debilitamiento, de ausencia de iniciativa teórica, lo cual podría presuponer el inicio de un movimiento gradual de declinación de esta corriente, degradación que encuentra su límite en el avance de la autonomización institucional ya mencionada en el punto anterior. En resumidas cuentas, la CN reacciona de dos modos diferentes a la nueva agenda global: a) asumiendo una posición autocrítica; y b) buscando relegitimarse a partir de la asunción de una nueva autolimitación de sus posiciones históricas. De este modo, las nuevas realidades la obligan a renunciar a la pretensión de presentarse como una superación de la teoría social moderna. Veamos ejemplos de cada una de las reacciones.

La reacción autocrítica queda representada paradigmáticamente por el cambio radical de posición de Sewell. Sorpresivamente, en 2006, luego de reconocer que fue un entusiasta y temprano participante del giro desde la historia social hacia la historia cultural o lingüística, Sewell señala que está convencido de que es necesario recuperar algunas de las virtudes de la primera, abandonada en las décadas anteriores. Desprovisto de todo eufemismo, afirma que llegó a la conclusión de que el énfasis en el lenguaje, propio de una lógica narrativa, los “ha conducido a un debilitamiento del contenido social de la historia, a pasar por alto las transformaciones en la estructura material de la vida social, y a una incapacidad para responder a los retos políticos planteados por el actual capitalismo globalizado” (Sewell, 2005; y 2006: 53 y 72). En una dirección crítica similar se expresan otras voces en las ciencias sociales, sosteniendo que la construcción de relatos funciona con cierta independencia de la realidad extralingüística, y por lo tanto actúa de un modo reduccionista (a manera de ejemplo, véase Bernasconi Ramírez, 2011: 30). La exclusión de lo extralingüístico tiene un punto de apoyo parcial en la crítica de la ausencia de teorización y de autoconciencia respecto de los aspectos teóricos de la propia narratividad (Hyvärinen, 2010: 78). En cualquier caso, la autocrítica alude tan sólo tangencialmente al déficit fundamental de la CN: el abandono de la pregunta por el devenir sociohistórico.

La segunda reacción, que contempla una autocrítica no formulada explícitamente, se orienta a señalar los límites y las reducciones que conlleva cualquier empresa analítica, incluida la narrativa. Este novedoso discurso de autolimitación, montado sobre un renovado principio relativista, tampoco se puede entender sin la pérdida de posiciones de la CN en la agenda pública general de la sociología. La mejor versión de este tipo de reacción la provee Abbott. En sus textos más recientes, este autor sorprende al señalar que cada visión del tiempo guarda su propia patología. Reconoce que su propia concepción narrativa del tiempo no estaría en condición de asumir la interrogación por la dirección de los procesos de cambio sociohistórico (Abbott, 2007a: 86). Además, opone su enfoque “presentista” de la narrativa a la creencia en las fuerzas sociales mayores, señalando que la primera tiene el problema de no poder explicar el cambio social (2007a: 4). La táctica de autolimitación de Abbott le permite compartir con el lector algunas reflexiones metodológicas elementales, que dejan al desnudo los prejuicios narrativistas en relación con la teoría social moderna y con el marxismo. Este teórico simplemente afirma que “mientras más largo es el tiempo de la narración que contamos, más pronunciado es el peso de la teleología, menos nuestra historia puede ser un despliegue de incógnitas, y más sentimos con antelación el surgimiento inevitable de cualquier fin” (Abbott, 2007a: 86). Entiendo que es en relación con tal argumento que cobra valor el llamado de Bob Jessop (2002: 136) a “correr el riesgo de la teleología”. El presentismo de Abbott conlleva también una escala espacial microsocial, un espacio concebido como localización subjetiva, delimitado a partir de la percepción de los actores (Abbott, 2007a: 90). En relación con la miniaturización espacial aparecen otras voces de esta corriente dispuestas a señalar, por ejemplo, que no es apropiado seguir un enfoque narrativo cuando se desea trabajar con grandes cantidades de personas o cuando la singularidad y el caso particular no resultan relevantes para los fines de investigación (Bernasconi Ramírez, 2011: 30). Se comienza a asumir explícitamente que la espacialidad predilecta de los estudios narrativos es la pequeña escala (Borisenkova, 2010: 88). Tal discurso se aproxima a la histórica posición de Tilly, quien sostuvo que la narrativa tiene limitaciones explicativas en tanto se ocupa de un pequeño número de elementos, lo cual sobresimplifica la causalidad (Tilly, 2002: 26-27). Desde esta línea de argumentación será entonces la propia CN la que en esta nueva coyuntura se autoexcluya de la teorización de lo general.

Como señalaba, a partir de ambos tipos de reacción se desactivaron las pretensiones de la CN de superar a la teoría social moderna, batalla que aquélla llegó a librar a principios de este siglo a partir de la búsqueda de apropiación de la teoría sociológica clásica. El argumento central que se exhibió en aquel momento es que lo clásico también es narrativo, o incluso que todo lo clásico es narrativo (y siempre lo fue). En aquel entonces Abbott afirmaba que si caemos en la cuenta que la palabra “narrativa” se entiende aquí en el sentido amplio de un acercamiento procesual y agencial a la realidad social, podemos reconocer que la gran tradición teórica de la sociología siempre ha adoptado una aproximación narrativa a la realidad social (Abbott, 2001: 185). Unos años antes, a principios de los noventa, Aminzade tampoco dudaba en señalar que su dispositivo de análisis narrativo, centrado en la acción y en la secuencia de eventos, se toma muy en serio el cambio social a gran escala y los procesos de larga duración (Aminzade, 1992: 475).

Las visiones narrativas más sustantivas en la sociología histórica, desde el momento en que buscaron ofrecer un reemplazo convincente a la teoría moderna, necesitaron procesar discursivamente las ambiciones analíticas generalistas de esta última. Si bien la empresa de conquista de lo general de la CN ingresa en fase de declive a partir del recentramiento del problema del capitalismo global, en la actualidad su recepción continúa siendo muy considerable en la sociología. Es la constatación del poder de influencia que aún conserva la CN la que llena de sentido y de valor el presente trabajo. Me ocuparé a partir de aquí de analizar los aspectos centrales del dispositivo analítico de la CN, con la intención de señalar cómo las limitaciones que éste acarrea abren nuevamente el paso para la actualización de un proyecto intelectual basado en una teoría moderna del cambio social.

La explicación narrativa: La gravitación de la contingencia y el evento

Para Andrew Abbott, Larry Griffin, William Sewell y Margaret Somers, los sociólogos referentes de la CN, las narraciones serán la nueva clave subversiva no sólo para entender sino también para explicar los procesos sociales contemporáneos. De este modo, se dispusieron a situar las lógicas narrativas en el corazón mismo de la explicación sociológica. Imbuido de tal registro en apariencia inaugural, Griffin no dudará en señalar que las narraciones son cruciales porque son el modo en que analíticamente reconstituimos, describimos y comprendemos los eventos, y que las explicaciones narrativas toman la forma de una historia con final abierto, plagado de coyunturas y de contingencia, donde lo que pasa, una acción, de hecho sucede por su orden y posición en la historia (Griffin, 2007: 2-4). En consonancia, el primer Sewell sostendrá, en su particular lenguaje narrativista, que la sociología histórica necesita adoptar una noción mucho más subversiva de temporalidad, la “temporalidad evenimencial” [evenemential temporality], que permite registrar el curso de la historia como determinada por una sucesión de eventos en gran medida contingentes (Sewell, 1990: 2). Por su parte, Somers agregará que la ventaja de la explicación narrativa es que está embebida en el tiempo, y se mueve a través del tiempo, y que, en efecto, el éxito de cualquier explicación reside en su atención a la temporalidad y la secuencia (Somers, 1990: 30). Para estos autores no habría otra forma de aprehender la naturaleza procesual de la vida social si no es a partir de una razón narrativa que descansa en conceptos tales como los de contingencia, apertura, evento, acontecimiento, acción, complejidad y hetorogeneidad causal. Como es evidente, al afirmar que se adjudican la exclusividad de la comprensión procesual de lo social señalo que dejan cualquier otra razón sociológica completamente inhabilitada para analizar los procesos sociales.

Con el objetivo de avanzar en el análisis del dispositivo técnico de la CN me concentraré en dos puntos. En primer lugar, me referiré a algunos de los recursos metodológicos centrales de la tradición sociológica que la visión narrativa rechaza abiertamente o bien recodifica. En segundo lugar, analizaré los tres conceptos que considero centrales de la CN, y que tienden a solaparse y a afectarse en buena medida. Me refiero a las nociones de causalidad, de contingencia y de acción. Si por un lado la CN propone recodificar la noción de causalidad de la tradición teórica moderna, buscando rebajar sus pretensiones explicativas, por el otro tiende a jerarquizar las nociones de contingencia y de acción, ubicándolas en el centro de la explicación sociológica, y convirtiéndolas en la punta de lanza de la crítica a lo que consideran las perspectivas sociológicas dominantes del cambio social.

Generalización, leyes causales y predicción

Antes que una plataforma propositiva, los distintos autores de la CN comparten el rechazo visceral a un conjunto de estrategias metodológicas modernas que según entienden obliteran la comprensión de los procesos sociales. Ahora bien, los argumentos críticos que ponen sobre la mesa para intentar fundamentar una ruptura teórica son por lo general más persuasivos que consistentes.

Uno de los elementos que critican sistemáticamente, y con el cual fijan una relación en extremo ambivalente, es la generalización. En principio, entre ellos existe una propensión extendida a rechazar la “mala” generalización sociológica, sustentada en lógicas ahistóricas y pretensiones muchas veces universalistas (véase supra), en aras de una “buena”, que aunque intrínsecamente también sería negativa, se legitimaría al ponerse al servicio del análisis narrativo. Dicho de otro modo: si por momentos la generalización es una lógica atemporal, y por lo tanto irrecuperable para la investigación social, en otros casos es el precio que necesariamente hay que pagar por la explicación sociológica. En cualquier forma, los argumentos que se ofrecen para ambos registros no colaboran en el dimensionamiento de la crítica que aquí se propone para recuperar el problema de la temporalidad. El reconocimiento de la necesidad de cierta generalización en cualquier caso no trasciende el registro enunciativo. Así, Abbott sólo explicita su apuesta por “enfatizar la contingencia, el accidente y los procesos, sin renunciar a cierta generalización, aun reconociendo, simultáneamente, que la generalización limita su perspectiva” (Abbott, 1991: 205). Esta escueta afirmación parece ofrecer los argumentos suficientes para luego poder sostener que funda su concepto de generalización en la narrativa (Abbott, 1991: 227). Griffin no será una excepción menos superficial. Sin mediar precisión alguna, reconoce que toma prestadas de la metodología formal de las ciencias sociales varias características, entre las que incluye la aplicación, validación y desarrollo de generalizaciones teóricas, históricas y causales (Griffin, 2007: 7). Ahora bien, en el mismo texto dirá, buscando alguna complicidad en Abbott, que las explicaciones sociológicas generalizadoras no son temporales en su lógica, y que la temporalidad se extinguiría a partir de la subsunción lógica de casos particulares bajo generalizaciones históricas más amplias y leyes teóricas generales (Griffin, 2007: 9). Aquí la confusión que siembra Griffin se agudiza al sugerir la existencia de cierta oposición entre interpretación y generalización. Ésta se hace patente al convocar a “confiar en el juicio y en la habilidad interpretativa antes que en generalizaciones teóricas prefiguradas”, siendo éstas últimas “inflexibles” y “estáticas”10 (Griffin, 2007: 7). Somers, por su parte, al señalar que la explicación arraigada en la contingencia rechaza las generalidades de la teoría evolucionista (Somers, 1990: 25), parece más preocupada por librarse del compromiso con la noción de generalidad como un todo.

Aquí reconozco por lo menos tres operaciones teóricas que correspondería rechazar: la primera de ellas es la opción por establecer una relación de exterioridad entre generalización y temporalidad. Esto se fundamenta en una compartimentación positivista entre tiempo y teoría, que tiende a desconocer que la teoría compone, atraviesa y crea ciertas temporalidades (no todas desde ya). También correspondería rechazar la pretensión de fundar la validez de la generalización como registro temporal en su mayor o menor amplitud, o en su mayor o menor abarcabilidad, aspecto que no es posible fundamentar ni precisar, menos aún en un plano abstracto. Mal que le pese a Griffin, no hay nada que indique que una generalización “menos amplia” será más válida, o bien “menos temporal”, que una “más amplia”. Finalmente, correspondería rechazar la oposición entre interpretación y generalización, en particular cuando ésta encarna, como sugiere Griffin, cierta oposición entre lo aún-no-figurado y lo pre-figurado. Sin mayor fundamentación, es posible afirmar que en la interpretación hay o puede haber prefiguración, y luego que la prefiguración no necesariamente tiene que ser un obstáculo epistemológico para registrar la temporalidad. Incluso si los textos fuertemente analíticos tienden a fragmentar la narración, como sugiere Ramos Torres (1993: 19), tal fragmentación no conlleva necesariamente la minimización de la temporalidad, ni un uso restringido de esta última, como sostienen los narrativistas.

Otra noción sensible que perturba el discurso narrativo de la sociología histórica es la de ley causal. Se trata de un tema clásico, inmenso y espinoso, que continúa teniendo en vilo a la filosofía de las ciencias, y que resultaría imposible siquiera presentar en este texto. Aquí simplemente me interesa mostrar la fragilidad de la posición que asumen los narrativistas. Previsiblemente, pasa algo similar a lo que ocurre con la noción de generalización: por momentos el problema tiene que ver con el concepto de ley causal en sí, y en ocasiones con un modo específico de entenderlo. El rechazo total a la idea de ley causal asoma, por ejemplo, en la posición de Somers. Ella señala que el reto de defender la historicidad del proceso de explicación exige rechazar con mayores o menores grados de explicitación la definición de causalidad basada en leyes (Somers, 1990: 23). Sewell, por su parte, parece sentirse más cómodo negando no ya la validez de la ley causal en sí, sino la idea de que las leyes causales son uniformes a través del tiempo (Sewell, 1990: 16), concreción que no colabora demasiado para entender su posición en relación con dicha categoría. Los escritos de Griffin, en cambio, parecen coquetear con la posibilidad de validar la identificación de leyes causales no generales, al sostener que la temporalidad se extinguiría sólo a partir de la subsunción de lo particular bajo leyes teóricas generales (Griffin, 2007: 9), dejando en suspenso lo que sucede con la lógica causal legalista en todas sus formas. En primer lugar, aquí merece señalarse que ningún autor ofrece mayores precisiones sobre los alcances del rechazo total o parcial al concepto de ley causal. No se argumenta ni se menciona por qué haría falta emplear o bien prescindir de algún tipo o de toda ley causal para acceder a la explicación de los procesos sociales. En segundo y último lugar, pese a que pudimos observar variaciones en el discurso explícito de los autores sobre este tema, no hay razones suficientes para suponer que existen verdaderas diferencias epistemológicas entre ellos en este punto. Parece más bien un rechazo vago al cual no le han prestado mayor atención analítica, y que hacen descansar cómodamente en posiciones asumidas fuera de la sociología, en el campo de la filosofía de la ciencia. Ello queda parcialmente evidenciado, por ejemplo, cuando Somers anuncia que su visión de la temporalidad se fundamenta en un nuevo giro histórico de la epistemología del método científico, que ha comenzado a emerger de una esquina de la filosofía con la ciencia, y que tiene a Nancy Cartwright, Richard Miller y Stephen Gould como referentes (Somers, 1990: 22). El punto es que se trata de una simple declaración de pertenencia, no más que eso.

Un último rechazo merece mencionarse, ligado directamente al problema de la causalidad: el de la predicción. Es Margaret Somers quien se anima a explicitar la necesidad de disolver la alianza que mantiene la causalidad con la predicción (Somers, 1990: 22). Intuyo que de este modo expresa la posición de todos los militantes académicos de la CN. El modelo para historizar la explicación social demanda, según la autora, una renovada definición de causa, que se sustenta a partir de la separación analítica respecto de la predicción, fabricando otro punto de ruptura con la teoría social moderna. Aquí sostengo que con esta noción de causa, bajo el rústico argumento del rechazo a la predicción, se excluye toda idea de tiempo-futuro. Al aludir a la rusticidad del argumento pretendo indicar que el rechazo de la predicción, que es una de las funciones de futuro más polémicas de la teoría social, sirve de coartada para oponerse a la totalidad de los modos de conceptualización que integran una dimensión proyectiva, entre los cuales podrían mencionarse formas actualmente más aceptadas, como pueden ser los registros probabilísticos no predictivos (es el caso de la causalidad promocionada por Max Weber), las lógicas posibilistas o cualquier otra razón conjetural más sofisticada. Todo indica que en Somers y en los restantes autores la predicción se asocia en todos los casos con una vocación profética, lo cual es completamente inaceptable. En los escritos de estos teóricos tampoco existe un solo apartado dedicado a la relación entre predicción y ley causal, siendo que, como vimos, esta última no termina de excluirse de la explicación narrativa. Sostengo así que lo que emerge de este perezoso entierro de la predicción sociológica es un completo desinterés por el futuro social de los procesos históricos, a sabiendas de que el futuro es una dimensión de la temporalidad y que la teoría social potencialmente incide en su conformación. Descartan así el registro completamente realista del paso hacia lo nuevo por medio del pensamiento. La promoción de la separación entre causa y predicción bien podría leerse, paradójicamente, como un discurso propalador del “Fin de la Historia”, entendido como fin del futuro.

La apuesta por una nueva causalidad

Si los sociólogos narrativistas parecen desorientados respecto del modo de delimitar el alcance de su teoría de la causalidad, no quedan dudas de que todos están dispuestos a emprender la dificultosa misión de desplegar un análisis causal de los procesos sociales a partir del uso de la explicación narrativa. Tal “explicación”, circunscrita a un círculo hermenéutico cerrado, se presenta como un movimiento de superación radical de todo principio material objetivo. La autonomización del eslabonamiento hermenéutico queda paradigmáticamente ejemplificada en la propuesta de Paul Ricoeur de tránsito de la necesidad y la contingencia física a la necesidad y la contingencia exclusivamente narrativa (Ricoeur, 1992: 142), movimiento que a todas luces parte de una caracterización vulgar y fisicalista del materialismo. De este modo, aquí lo que se presenta como una explicación causal es en sentido exacto una “interpretación causal”, quedando el principio de causalidad disuelto en una teoría de la interpretación. En este punto me detengo en tres cuestiones asociadas con la causalidad narrativa: a) el asunto de la temporalidad múltiple y/o heterogénea; b) la dependencia del sendero (path dependence), y c) el poder de los eventos. Entre otros aspectos, me concentraré en el señalamiento de lo que considero son rastros de tiempo-futuro, que quizá sin pretenderlo se hacen presentes en el discurso que acompaña cada uno de estos puntos, y que permanecen allí, exhibiendo la carencia, en relación con una visión que parece plantarse deliberadamente en contra del futuro, que no lo conceptualiza, pero que a la vez no puede desprenderse de él.

El reconocimiento de la temporalidad múltiple y/o heterogénea de los procesos sociales, como señala Sewell, se define en contraposición con una temporalidad única o uniforme (Sewell, 1990: 18). Según el autor, esta última sería patrimonio de las formas de explicación teleológicas por un lado, entre las cuales ubica centralmente a la teoría marxista y a la perspectiva de Wallerstein, y de las temporalidades experimentales por el otro, al interior de las cuales inscribe los trabajos de Charles Tilly y de Theda Skocpol. Para Sewell, la explicación teleológica rechaza la heterogeneidad temporal, o al menos la heterogeneidad temporal general. Paso seguido aclara que las teorías etapistas (un subtipo de las teorías teleológicas), aunque aceptan la heterogeneidad radical entre etapas, asumen una homogeneidad temporal al interior de cada una de ellas (Sewell, 1990: 18), lo cual conlleva una visión de la heterogeneidad temporal mucho más acotada y superficial. Para Abbott, será precisamente la narrativa, las narraciones, las que permiten registrar niveles de temporalidad múltiple, y las que posibilitan abordar (aunque según el autor no resolver) el problema de las múltiples capas temporales del cambio (Abbott, 1991: 227-228). Así, la nueva causalidad narrativa se presenta en esta comunidad como temporalmente heterogénea, adoptando al parecer las características de los propios procesos sociales, tal como éstos los tematizan. En una misma dirección, Griffin reconocerá que la aproximación narrativa concibe una forma de secuencia causal que permite el reconocimiento de variadas y heterogéneas trayectorias en el tiempo en relación con un resultado en particular (Griffin, 2007: 4). Avanzando en la precisión de la perspectiva analítica que esta corriente pone en juego, Sewell sostendrá que el modelo no sólo especifica múltiples causas, sino que ordena lo que podría caracterizarse como diferentes registros de causación: condiciones estructurales preexistentes (culturales, sociales y económicas); condiciones coyunturales; y la contingencia estratégica o las acciones volitivas, que a su vez pueden reconfigurar las condiciones estructurales preexistentes y crear nuevas condiciones estructurales (Sewell, 1990: 23). De esta forma, el profuso concepto de heterogeneidad temporal, central a la idea de causalidad que promueve la CN, deja entrever una inquietud respecto del tiempo-futuro, que se hace presente a partir de la evidente preocupación por los resultados, por la creación de nuevas condiciones estructurales, así como a partir de la misma noción de lo heterogéneo. Entiendo que no hay posibilidad de avanzar en la resolución de estos aspectos sin la consideración conceptual de un tiempo-futuro, tiempo que el positivismo de la explicación narrativa no termina de aceptar. Vemos así que lo heterogéneo de la temporalidad, en línea con la confesión tardía de Abbott, no llega a abarcar como un todo la tensión pasado-presente-futuro.

En segundo aspecto mencionado en torno al problema de la causalidad tiene que ver con la suscripción a la ya popularizada noción de path dependence, traducible al español como “dependencia del sendero”,11 y que para los narrativistas permite en primera instancia la caracterización de la temporalidad de un evento. Lo primero que establece esta noción es que no hay causas independientes, esto es, que no hay independencia causal a través del tiempo (Sewell, 1990: 16; Abbott, 1991: 227). Como afirma Sewell, al señalar que los eventos son normalmente “path dependence” asumimos que lo que ha pasado en un punto de tiempo anterior afectará los posibles resultados de una secuencia de acontecimientos que ocurren en un punto posterior en el tiempo. Existiría de este modo una dependencia causal de los hechos posteriores en relación con sucesos anteriores (Sewell, 1990: 16-18). En el marco de esta conceptualización de la dependencia, como señala Griffin, las consecuencias acumulativas de las acciones pasadas crecientemente constriñen y limitan las acciones futuras (Griffin, 2007: 4). Somers pondrá el dedo en la llaga al desdibujar los límites entre dependencia y contingencia, incluso forzando una equivalencia entre ambas. Afirmará que en un caso de path dependence “el resultado es por lo tanto dependiente, o sea contingente, respecto de todo lo que viene antes, y no una consecuencia deducible de una ley de la naturaleza, o incluso predecible de una propiedad general del sistema más amplio” (Somers, 1990: 26). El modo de sujeción causal imaginado por los narrativistas, a la vez dependiente y contingente, es una verdadera caja negra. Así, se propone una noción de dependencia que abre las puertas a la contingencia y a la indeterminación. ¿Cómo se resuelve esta ecuación en términos causales?; ¿la explicación que cabría ofrecer del hecho de que una dependencia es contingente, o que una contingencia es dependiente, no adoptaría inexorablemente una forma tautológica?; ¿lo que se podría decir de modo casi excluyente no sería que el resultado de un evento o de una secuencia de eventos depende de lo que depende y no depende de lo que no depende? Otra salida igualmente incierta sería señalar que tal evento depende a la vez de lo que depende y de lo que no depende. En cualquier caso, para ensayar una explicación sociológica no bastaría con decir que un elemento depende de algo en algún sentido indeterminado. Es necesario intentar señalar en qué medida y de qué modo se fija una dependencia determinada, con la cuota de indeterminación que tal señalamiento podría traer aparejado. En este caso, la apuesta de los autores narrativos por inscribirse en un paradigma de la complejidad no hace más que esconder las falencias de un modo explicativo plagado de imprecisiones. Ahora bien, volviendo a la cuestión de la temporalidad, esta noción permite registrar como problemáticos los mismos elementos que señalé en relación con la heterogeneidad temporal. En cuanto a la cuestión de los resultados, resulta evidente que si nos hacemos la pregunta por el modo en que lo pasado afecta los posibles resultados posteriores, tal como parece que lo harían los narrativistas, estaríamos incluyendo la dimensión del tiempo-futuro, y no solamente la tensión entre pasado y presente. Al decir que el tiempo se resuelve en un movimiento simultáneamente dependiente y contingente, están dando cuentas por defecto de una determinada concepción del futuro. De la misma manera, si se reconoce, como lo hace Griffin, que las acciones pasadas constriñen y limitan las acciones futuras, se estaría circunscribiendo la acción conjetural sobre el futuro posible o probable de dicha acción. Recogiendo los comentarios vertidos hasta aquí, yo diría, diferenciándome de los narrativistas, que una secuencia de acciones es dependiente del modo en que para cada situación y coyuntura se resuelve la tensión entre pasado, presente y futuro. Habría que ver en qué medida los autores narrativos estarían dispuestos a criticar tal afirmación, y a partir de qué argumentos.

El último aspecto que quisiera rescatar aquí tiene que ver, como ya mencioné, con la conceptualización de los eventos que propone la corriente narrativa, y que tiende a adjudicarles un llamativo poder de creación y de precipitación causal. Posiblemente quien reconoce la potencia de los eventos de un modo más explícito es el primer Sewell. Él señala que deben de ser asumidos como capaces de cambiar no sólo la balanza de las fuerzas causales operantes sino también la completa lógica mediante la cual las consecuencias se siguen de los acontecimientos o las circunstancias. De este modo, haciendo gala de una radicalidad discursiva efectista y poco fundamentada, Sewell sostendrá en los años noventa que los eventos tienen el poder de transformar la causalidad social (Sewell, 1990: 16-17). Ni más ni menos. Por su parte, la alusión que hace Abbott al respecto evade la referencia causal, es decir, es más mesurada, pero no por ello menos difusa. En concreto, afirma que los eventos no son propiedades individuales, o cosas individuales, sino coyunturas complejas en las que actores complejos se encuentran con estructuras complejas (Abbott, 1991: 227). Aquí vuelve a emplearse el recurso a la complejidad como modo aparente de superación de lo simple, lo mecánico y lo determinista. Estas referencias, particularmente las de Sewell, tienden a hipostasiar la noción de evento, dotándolo de poderes predeterminados de transformación, lo cual paradójicamente deshistoriza una perspectiva que propone recuperar la historia. En una dirección similar se posiciona Mahoney, a partir de la crítica a un discurso secuencial que resulta habitual en el campo de la sociología histórica. Este autor sugiere que el análisis histórico-comparativo a menudo asigna gran importancia explicativa a los primeros eventos dentro de una secuencia, argumentando que los mismos influyen decisivamente en las trayectorias causales subsiguientes (Mahoney, 2004: 91). Aquí su opción por la indeterminación de la capacidad de los eventos de alterar los flujos causales se termina convirtiendo en una preferencia por la predeterminación de la relación entre evento y causa.

La concepción narrativa del evento no se podría terminar de dimensionar si no se vuelve a mencionar su opción hermenéutica -por cierto precaria- por la subsunción de la causa al significado, asumiendo, como lo hace Somers, que el significado puede ser una causa y una causa puede ser significativa (Somers, 1990: 24). Aquí se evidencia, como en la filosofía de Ricoeur, la asfixia hermenéutica de la visión narrativa de los eventos.12 La absolutización de la dimensión simbólica como potencial factor precipitante del cambio social hace aún más difícil la exclusión de la tematización del tiempo-futuro, principalmente de aquél asociado a la fuerza proyectiva de la acción individual y también de la social.

La centralidad de la contingencia

El concepto número uno de la visión de la temporalidad, de la causación y de los procesos sociales de la CN es el de contingencia. La novedad de esta perspectiva no radicaría en el hecho de que incluye la contingencia en el registro de la temporalidad, aspecto que reconoce buena parte de la tradición sociológica (incluido el marxismo), sino precisamente en la radicalidad y en el protagonismo que le adjudica para pensar lo social y para intentar echar por tierra todo principio determinista. Lo que se pretende entonces es situar a la contingencia en el corazón de la explicación narrativa. Ahora bien, a diferencia de teorías sociales como la de Niklas Luhmann, que dedican un esfuerzo considerable para intentar fundamentar la centralidad de la contingencia para la comprensión de la dinámica de los procesos sociales, la CN parece estar más preocupaba por postular su gravitación que por fundamentar su elección teórica. Con tal ánimo declarativo, Abbott afirma que su perspectiva pone particularmente el énfasis en la contingencia y el accidente (Abbott, 1991: 205); Sewell concibe el curso de la historia como determinado por una sucesión de eventos en gran medida contingentes (Sewell, 1990: 2); y Somers anuncia que la pieza clave de su perspectiva es la idea de que la explicación histórica es contingente sobre una secuencia impredecible de estados antecedentes donde los cambios en la secuencia podrían alterar los resultados (Somers, 1990: 26). A estas opiniones se suma también Mahoney, señalando que la tradición teórica narrativa está interesada en los eventos caracterizados por una relativa “apertura” o “contingencia”13 (Mahoney, 2004: 91).

La liviandad en el tratamiento de este tema se hace evidente desde el momento en que evaden la discusión sobre el modo en que la contingencia tiende a influenciar los procesos de causación social. El lenguaje gradualista que emplea el primer Sewell en la referencia citada (“en gran medida contingentes”), así como el relativismo de Mahoney (“relativa contingencia”), parecen ser la única respuesta posible a la falta de claridad que acompaña la propuesta. ¿Hasta qué punto son contingentes los eventos y los procesos sociales?; ¿cómo actuaría en concreto lo no contingente en relación con lo contingente?; ¿qué elasticidad y qué variabilidad tendría o podría tener lo no contingente?; ¿podemos suponer que la no contingencia, al menos en su núcleo duro, equivale a la noción de dependencia mencionada en el punto anterior? Si es así, y si la sucesión de eventos es “en gran medida contingente”, todo indicaría que la “dependencia del sendero” no sería más que una pseudodependencia, supeditada en todos los casos a la fuerza creativa de la contingencia. Nuevamente, si esto fuera así, el llamado de los narrativos a historizar los procesos sociales, a recuperar la temporalidad histórica, se esfumaría en un presentismo inquietante. La idea de la impredecibilidad de la secuencia de eventos, que menciona Somers como vimos más arriba, asume igualmente la ezquizofrénica contradicción de un indeterminismo radical centrado en la contingencia que pretende fundamentarse a partir de una explicación sociológica causal apuntalada en la dependencia respecto de los eventos pasados. La especulación se dispara a falta de precisiones de los autores. La única definición de contingencia que registro la provee Somers y es un aparente disparate. Es sólo aparente por el hecho de que intenta dar respuesta a la trampa que encierra la relación entre dependencia y contingencia. La autora señala que “la contingencia significa que la acumulación del pasado es una precondición para cualquier momento del presente” (Somers, 1990: 24-25). Esta barbaridad no puede calibrarse sin antes reconocer que la sombra de la dependencia termina proyectándose sobre la contingencia.

La contradicción que la explicación narrativa no logra y quizás no pretende superar entre contingencia y dependencia, se cristaliza de una forma más acentuada y general a partir de la apuesta por sostener en simultáneo un concepto radical de contingencia y una lógica causal preocupada por las consecuencias y los resultados de los encadenamientos secuenciales de acciones y eventos. No se trata de una cohabitación paralela de registros sino de un esfuerzo de integración infructuoso. Estamos frente a una contingencia que necesariamente tiene que adoptar, en el mismo tiempo, la forma ilusoriamente no contradictoria de lo radical y lo no radical. Ello se hace evidente, por ejemplo, cuando el primer Sewell sostiene que “un supuesto de contingencia radical no significa que todo está constantemente cambiando, pero sí que nada en la vida social se encuentra finalmente inmune al cambio” (Sewell, 1990: 17-18). El juego todo/nada, tal como se insinúa, no es más que una pirueta estética que pretende no perder de vista el compromiso con una razón sociológica. La contingencia anunciada por la CN es radical en tanto que es ontológica, en una dimensión que parece capturar la ontología social como un todo. Así, Sewell puede declararse en contra de la temporalidad teleológica, señalando que es compatible con cierta contingencia en la superficie de las relaciones sociales, pero que es incompatible con el supuesto de la contingencia radical que considera fundamental de su noción de temporalidad (Sewell, 1990: 18). Griffin despliega un discurso de diferenciación similar, aunque apuntando específicamente contra Skocpol. Dirá que pese a que esta última autora emplea nociones como las de secuencia, orden y contingencia, tales aspectos de la temporalidad apenas son mantenidos como elementos integrales de sus explicaciones causales (Griffin, 1992: 412-413). Hasta aquí una breve muestra que certifica la primera de las dos apuestas. La segunda, que proclama la renovación causal, pertenece igualmente, como vengo indicando, al código fuente de la explicación narrativa. Griffin sostiene que de lo que se trata es de “inferir conexiones causales entre acciones en un evento, identificando sus contingencias y siguiendo sus consecuencias” (Griffin, 2007: 5).

El principio de contingencia se desvanece, liberaliza y desregula desde el momento en que es tematizado a partir de un aparato de captura exclusivamente inductivo, y por tanto ajeno a cualquier explicación social general.14 En este punto comparto la opinión de Kiser y Hechter (1998: 785) cuando señalan que lo que se impone en la lectura del conjunto de la CN es la denigración de la explicación general de los resultados sociales en favor del énfasis en la complejidad, la singularidad irrepetible y la contingencia histórica. Si la relación que presentan los autores narrativos entre contingencia y dependencia tiende a dinamitar la posibilidad de entender la tensión temporal pasado-presente, la que fijan entre contingencia y consecuencia, o entre contingencia y resultado, haría lo propio con la temporalidad presente-futuro (que puede ser igualmente presente-futuro en el pasado). Como muestra de otro tropiezo en este punto, Somers afirma que los resultados de los eventos son verdaderamente contingentes, a la vez que reconoce que la alteración de un evento cambiará las cosas a futuro (Somers, 1990: 24-25). Dependencia no dependiente del evento, consecuencias no del todo contingentes. Para oscurecer más el panorama, Griffin invita a explorar la miríada de los patrones secuenciales de los eventos (Griffin, 2007: 5). El término “miríada” aquí da cuenta de que mucha variedad es posible, y de que toda variedad es a la vez imposible. La noción hace estallar cualquier sentido de direccionamiento de los procesos, alimentando esta acepción perturbada y poco convincente de la contingencia radical. Así, vemos que abundan declaraciones en extremo imprecisas sobre los modos en que pasado, presente y futuro se afectan desde un supuesto paradigma de la contingencia.

Según supongo, serían dos las debilidades centrales de esta visión causalista de la contingencia radical. La primera la señala el propio Abbott, si bien no como un problema, quien reconoce que los sociólogos que se concentran directamente en la contingencia como aspecto central de la historia son usualmente microteóricos, como los interaccionistas o los etnometodólogos (Abbott, 1991: 205). Creo que esta visión de la contingencia ha logrado reproducirse y eventualmente ha prosperado a partir del encierro de la sociología del cambio social en una microsociología, desentendiéndose de la relación micro-macro y de la dialéctica de escalas espaciales.15 La exclusión del registro macrosociológico ha debilitado también el componente estructural de los procesos sociales en favor de la agencia. Si bien las estructuras habitan y componen todo espacio social, éstas adquieren mayor preeminencia en la medida en que la visión sociológica se expande y complejiza en términos espaciales. En cualquier caso, resulta completamente inaceptable que en el mundo de hoy, crecientemente globalizado, la CN promocione una perspectiva predominantemente microsociológica para el análisis de los procesos sociales. A ello finalmente hay que agregar, en acuerdo con Jürgen Habermas, que en el interés en la narración se esconde el interés por la totalidad, como preocupación por un todo de la realidad temporal que no es realizable, pero que, al mismo tiempo, es su presupuesto necesario y en función del cual se dan las construcciones narrativas (Habermas, 1976: 229). Me podría extender en este punto pero por el momento lo dejaré aquí.

La segunda debilidad es una repetición de lo que vengo sosteniendo como crítica central a la explicación narrativa. Esta tiene que ver con el descuido del tiempo-futuro, o bien, de la tensión presente-futuro a partir del abandono de la teoría sociológica moderna. La contingencia, sea esta radical o superficial, es en primera instancia un modo de expresión de la tensión presente-futuro, esto es, del modo en que presente y futuro se afectan, y luego de la temporalidad como un todo. Al ingresar el tiempo-futuro como un tiempo sociológico necesario de ser dilucidado, la ecuación de los problemas que hemos planteado en este punto cambia sensiblemente. No es lo mismo señalar que la secuencia de eventos es impredecible, como lo hace Somers, que hacerse la pregunta por las posibilidades o no de predicción en las ciencias sociales. ¿En algunas situaciones se puede hacer presente lo predecible en lo impredecible?; ¿existe la posibilidad de registrar niveles de impredecibilidad según circunstancias? El argumento de la impredecibilidad, tal como se emplea en la CN, es un postulado de sentido común que no sólo asume la total imposibilidad de una visión probabilística del futuro, sino que dinamita los pilares de la propia noción de causalidad que ellos promueven. El primer Sewell desecha la noción de temporalidad del marxismo y de Wallerstein porque entiende que sus visiones quedan presas de un futuro que determina su presente y su pasado. Así, a partir de esa simple operación de negación, no sólo el futuro marxista sino el futuro como un todo quedó completamente desechado.

La acción como fundamento de la temporalidad

Es muy importante señalar que la CN apuesta por la preeminencia de la acción individual y de la social en la determinación del devenir de los procesos sociales. Por motivos desconocidos, este hecho no se explicita con claridad por parte de los autores referentes de la comunidad mencionada. La fuerza transformadora adjudicada a la acción ayuda a dimensionar las implicaciones y los alcances que la opción por una nueva temporalidad múltiple, compleja y sobre todo contingente podría traer aparejados. Sin una idea de la acción entendida como factor precipitante del cambio social -en los términos clásicos de McIver- difícilmente se podría edificar una razón sociológica centrada en una noción radical de contingencia, como tampoco se podría imaginar una articulación entre acción y contingencia en tales términos sin remitirla a una perspectiva predominantemente microsociológica. De este modo, no resulta para nada extraño que la primera tarea que acomete la CN en este punto sea la sobre jerarquización de la dimensión creativa, transformativa e instituyente de la acción. Así, Sewell llama a poner en el centro de la investigación narrativa la cuestión de cómo las estructuras son transformadas o reconfiguradas por la acción social (Sewell, 1990: 24). Del mismo modo, Griffin afirmará que su perspectiva “se enfoca en actores y en acciones sociales, y por lo tanto fomenta la comprensión de la agencia; esto es, el modo en que mujeres y hombres activamente moldean su mundo” (Griffin, 2007: 7). La preferencia por tal protagonismo de la acción adopta una forma igualmente nítida en Abbott, quien asume que es en la lógica de la acción donde anida la lógica temporal de los procesos sociales. Sin detenerse en precisiones, este último autor señala que el objetivo de su análisis narrativo es “explicar la estructuración de la acción social a través del tiempo”, y que para hacerlo es necesario “analizar la secuencia temporal de las acciones, lo cual demandaría un modo de explicación que es intrínsecamente, si no exclusivamente, temporal en su lógica” (Abbott, 1992: 435). En cualquier caso, será este concepto fuerte de acción transformadora el que ofrece el argumento “sociológico” para validar el reconocimiento de la ansiada emergencia ininterrumpida de la novedad, el advenimiento heracliteano y castorideano de lo nuevo. Si la respuesta principal de la temporalidad narrativa es la contingencia de la acción, la pregunta será por el advenimiento de lo nuevo en el actor y no precisamente por el cambio social como un todo. Quien lo dice más claramente es Griffin: la emergencia de la novedad en las narraciones obedece a “aquellos actos contingentes e impredecibles que a menudo traen aparejadas grandes consecuencias” (Griffin, 2007: 4). La acción así entendida asume para Griffin la dimensión de un acontecimiento sociohistórico. Tal equivalencia se evidencia más adelante, en el mismo texto, cuando invita a entender los eventos históricos como acontecimientos [y no ya como acciones] configuracionales y contingentes caracterizados por “la emergencia de la novedad” (Griffin, 2007: 7). Así, resulta comprobable que para la CN los eventos históricos remiten en primera instancia a las acciones. Debe aclararse que no se trata de una crítica a la importancia de la acción para una teoría del cambio social, sino al reduccionismo subjetivista que orienta la visión de los sociólogos narrativos. Ello explica el rechazo de estos autores a perspectivas sociorrelacionales, no dualistas ni holísticas, como la de Anthony Giddens, que se ocupan muy especialmente de las lógicas de la acción social. El sociólogo inglés sostendrá que si bien lo que hace de una narrativa una “historia”16 persuasiva es la identificación del escenario, las circunstancias y los resortes de una acción, los escenarios y las circunstancias donde una acción ocurre no nacen del aire. Para Giddens, éstos también deben explicarse en el interior del mismo marco lógico con el cual se debe de entender, igualmente, cualquier acción expuesta y “comprendida” (Giddens, 1984: 381). Tal sería el fenómeno conjuntista al que atiende, según su parecer, la teoría de la estructuración.

La acción, del modo en que la entiende la CN, encierra una doble atemporalidad que evidentemente se traslada a su perspectiva sociológica general. Por un lado, no registra adecuadamente el tiempo-pasado, ya que sobredimensiona el tiempo-presente de la acción potencialmente transformadora, haciendo flotar en un completo vacío teórico la noción de “dependencia del sendero” que analicé más arriba. Luego, por otro lado, pese a que la pregunta por el advenimiento de lo nuevo, por la irrupción de la novedad, por el potencial transformador de la acción, remite a una tensión entre tiempo presente y tiempo futuro, los narrativistas no se hacen cargo, como ya venimos indicando, de desarrollar conceptualmente esta tensión temporal. De esta manera, la “emergencia de la novedad” minimiza el tiempo-futuro. Así, contra el primer Sewell sostengo que no hay forma de registrar el modo en que la acción social transforma y reconfigura las estructuras sin contemplar el tiempo-futuro de la acción presente. Esta crítica también recaería sobre Giddens. La comprensión de los “resortes” de la acción, tal como éste último propone, demandaría también la conceptualización de la dimensión proyectiva de la acción, el tiempo-futuro de la lógica de la acción, tarea que el sociólogo inglés no realiza. La acción, tal y como la entiende la corriente narrativa, finalmente cae también, como ya indiqué, en el subjetivismo. Aquí, contra Abbott diré que más que explicar la estructuración de la acción social a través del tiempo, de lo que se trata, en todo caso, es de dar cuenta de la estructuración del cambio social a través del tiempo, para lo cual, ahora sí, resulta indispensable atender a los procesos de constitución social de una lógica de la acción que no puede prescindir de su dimensión instituyente.

Conclusiones

La consolidación del narrativismo en la sociología histórica estadounidense, así como en el resto de las ciencias sociales, en tiempos de inauguración y acentuación del ciclo neoliberal (décadas de los ochenta y noventa del siglo pasado), vino de la mano de un cambio abrupto en la agenda de investigación continental. Éste se hizo efectivo a partir del rechazo del proyecto intelectual de la sociología moderna (o “proyecto intelectual” a secas), y muy en particular de la marginación de la pregunta y de la inquietud política por el cambio socioestructural. Creo que la afiliación a una visión narrativa en la sociología tiene una implicación determinada en un país dominante como Estados Unidos y otra muy distinta en una región estructuralmente dependiente como América Latina. El supuesto con el cual pretendo cerrar el trabajo es que el “giro narrativo” no prolifera accidentalmente del modo analizado en los espacios académicos de los países del Norte. Al desactivar una teoría social general pasan por alto un principio relacional, y más en concreto, una teoría sociorrelacional de la apropiación. De este modo, la CN desinscribe el objeto sociológico de una geopolítica global, de las disparidades de la relación Norte-Sur, y de ese modo -aunque sea por defecto- naturaliza la posición del dominador. No resulta sostenible en América Latina “pagar el precio” de los enfoques narrativos, porque sus sociedades se conforman en una situación de dependencia socioestructural respecto de los países centrales. En cualquier caso, como ya mencioné, este marco de observación macrosociológico recién se abre con cierta fuerza a partir de la crisis económica global de 2008. Es la nueva certeza respecto de la imposibilidad de pensar el mundo social sin una teoría del capitalismo la que echa por tierra las pretensiones de transformar la reclusión subjetivista y culturalista del narrativismo en una teoría social.

Para poder avanzar en la actualización de un proyecto intelectual resulta imprescindible superar, en primer lugar, las trampas antiteóricas tendidas por el narrativismo. Contra la acusación de totalitarismo teórico es necesario recordar que si bien toda teoría simplifica la realidad y, por tanto, resulta necesariamente incompleta, ello no significa que no sea plausible, como bien nos lo aclaran Kiser y Hechter. Contra la ilusión empirista es hoy imprescindible tomar conciencia de que el inductivismo que promueve la CN se basa en teorías implícitas, lo cual hace evidente que las ciencias sociales siempre estarán mejor con las teorías explícitas. También contra el empirismo, es preciso reconocer la existencia de causas y fuerzas subyacentes e inobservables que generan relaciones entre elementos observables. Contra el subjetivismo, hay que volver a proponer la idea de que existe un mundo social afuera de las mentes y del registro sensorial de los actores. Contra un principio radical de contingencia resulta imperioso recuperar el deseo de descubrir regularidades causales (intención no confinada al positivismo). Finalmente, contra todo teoricismo, debemos tener presente la advertencia de Robert Merton de que sólo la explicación que integra registros empíricos precisos puede ser probada (Merton, 1957: 97-99).

A lo largo del trabajo se pudo comprobar que el movimiento de rechazo de la teoría social moderna de la CN se consumó a partir de un reduccionismo tanto temporal como espacial. El reduccionismo temporal se concretó a partir del abandono de un principio procesual, pese al discurso procesual del narrativismo. Dicho abandono se hizo efectivo a partir de la exclusión de la larga duración y del tiempo-futuro en las ciencias sociales, y por tanto a partir de la totalización del tiempo presente. No cabe lugar a dudas de que la pregunta por el futuro se está reinstalando a nivel mundial en la sociología, principalmente debido a las nuevas interrogantes por el destino del capitalismo y por la irreversibilidad o no de la globalización financiera en curso. El desdén por el tiempo-futuro para la investigación de los procesos sociales alimentó la marginación de las teorías del cambio social. Por su parte, el reduccionismo espacial que provoca el rechazo de la teoría sociológica moderna condujo a la renuncia a tres principios metodológicos centrales: un principio holístico, un principio relacional y un principio multidimensional. La primera se concretó en este caso a partir de la ruptura con una espacialidad nacional y global, siendo esta última la espacialidad de referencia de las dinámicas económicas capitalistas. El espacio global ha ido incrementando su centralidad al mismo ritmo en que se van extendiendo las cadenas de interdependencias sociales a nivel planetario, y en la medida en que se populariza la pregunta por los límites espaciales de la globalización económico-financiera. La desactivación del principio relacional se concretó a partir del desprecio por el componente socioestructural de las relaciones sociales, circunscribiéndose la investigación a la trama interpersonal y subjetiva de los procesos sociales. Finalmente, el abandono del principio multidimensional implicó la exclusión de la dimensión material-económica de las relaciones y los procesos sociales, precipitando con ello una visión culturalista de la realidad sociohistórica, siendo la CN -tal como lo he demostrado en el presente trabajo- una expresión paradigmática de tal postura.

La actualización de las ciencias sociales y de la sociología no debería iniciarse a partir de un “giro histórico”, como propone el narrativismo, sino más bien de una “restitución espacio-temporal” que invite a resolver los problemas del tiempo y del espacio de modo integrado y articulado. Tal como mencionaba Giddens hace tres décadas con cierto ímpetu clásico, se trata de pensar en los términos de un espacio-tiempo en lugar de tratar tiempo y espacio de modo separado (Giddens, 1984: 384). La “restitución espacio-temporal” permitiría volver a “reequilibrar” ambas dimensiones, quitándole toda ponderación predeterminada a la relación. Ello no significa una igualación de tales factores en los hechos, sino más bien la transformación de dicho vínculo de mutua imbricación en un objeto de investigación para cada caso.

En síntesis, no se trata de postular el inicio de una forma completamente nueva de investigar lo social, sino de recuperar y actualizar un proyecto intelectual para las ciencias sociales (Torres, 2016 y 2017). El valor que encierra el movimiento sugerido de recuperación de un proyecto intelectual se asocia con la necesidad y la oportunidad de poner nuevamente en el mapa, bajo nuevas coordenadas, la gran pregunta clásica por el devenir sociohistórico, y junto a ello, el compromiso con la prefiguración del destino de nuestras sociedades, en los términos insistentemente sugeridos por José María Aricó y Celso Furtado. Todo esto demanda la construcción de una teoría sociológica moderna atenta a los principios metodológicos señalados, lo cual incluye la necesidad de reconocer y revitalizar la teoría social clásica, incluida la tradición marxista. Desde la hipótesis reconstructiva sigue siendo una cuenta pendiente poder discernir en qué medida la exclusión de la temporalidad social y de la espacialidad global en la sociología y en las ciencias sociales contemporáneas tuvo que ver con la demonización y el posterior abandono del materialismo histórico.

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1Para una historia concisa del desarrollo de la investigación narrativa, véase Czarniawa (2004)

2Las críticas en la sociología histórica estadounidense al supuesto determinismo y al principio holístico marxista (y en menor medida parsoniano) no provinieron exclusivamente de las corrientes narrativas. Se trató de una posición teórica increíblemente generalizada, hasta conformar un “clima de época” (Abrams, 1982: 106-148, 162-163; Bendix, 1984; Ragin y Zaret, 1983; Ragin, 1987; Skocpol, 1986: 31; Stinchcombe, 1978: 21-22, 81; Tilly, 1981: 95-109; Tilly, 1984. 1980 y 1999)

3Para un análisis de la posición antiteórica de la CN desde la defensa de las teorías de la elección racional, véase Kiser y Hechter (1991 y 1998).

4Para una visión narrativa más radicalizada del círculo hermenéutico véase la posición de Riessman (2008).

5La discusión sobre la relación disciplinar entre sociología e historia tiene innumerables capítulos. Para un análisis del problema del ahistoricismo de la teoría social, véase McDonald, 1990. Para una defensa de la separación entre sociología e historia, consúltese (Goldthorpe, 1994: 62). Para una crítica a tal separación, revísese Giddens (1984: 379). Asimismo, para una visión integracionista de ambas disciplinas, consúltese Tilly (1980: 58-59). Finalmente, para la fundamentación de un principio de diferenciación entre sociología (y más en concreto de una teoría de la evolución social) e historia, véase Habermas (1976: 181-231).

6Para un diagnóstico poco optimista de la configuración de la sociología histórica como subcampo, consúltese Calhoun (1996: 315) y Steinmetz (2007: 4-6).

7Para un análisis detallado de tal desconexión, consúltese Hyvärinen (2010: 79; y 2016: 57).

8En relación con este punto, véase Tilly (2002 y 2008).

9Entre los textos más leídos y discutidos en Estados Unidos y a nivel global en los últimos años cabe destacar: El capital en el siglo XXI, de Thomas Piketty (2014); Comprando tiempo. La crisis pospuesta del capitalismo democrático, de Wolfgang Streeck (2016); El enigma del capital y las crisis del capitalismo, de David Harvey (2012); La aceleración social: una nueva teoría de la modernidad, de Hartmut Rosa (2013); De la crisis económica a la crisis política, de Manuel Castells (2016); y Desigualdad global: una nueva aproximación para la era de la globalización, de Branko Milanovic (2016), entre otros.

10Entrecomillado del autor.

11Para una breve caracterización de la noción de “path dependence” y de su uso principalmente en los estudios socioeconómicos, véase Sewell (1990: 16)

12Desde principios de los setenta, Ricoeur viene reduciendo la complejidad de la cuestión simplemente señalando que no puede haber un evento que anteriormente no haya sido narrado (Ricoeur, 1973: 95). Algo similar sostiene Maines: los eventos son identificados y están arraigados en una historia (Maines, 1993).

13El entrecomillado es del autor.

14Respecto de los límites del inductivismo en la sociología, consúltense las obras clásicas de Mill (1888); Cohen y Nagel (1934); Durkheim (1982); y Weber (1975).

15Dos buenos ejemplos de la opción excluyente del análisis narrativo por la microfundamentación son Levi (2007); y Kiser y Welser (2007).

16El entrecomillado es de Giddens.

Recibido: 04 de Enero de 2016; Aprobado: 10 de Octubre de 2017

*Quisiera agradecer la lectura minuciosa y los comentarios críticos efectuados por Viviane Brachet Márquez a una primera versión del presente texto, así como la valiosa revisión de los evaluadores anónimos.

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