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Sociológica (México)

versión On-line ISSN 2007-8358versión impresa ISSN 0187-0173

Sociológica (Méx.) vol.30 no.86 Ciudad de México sep./dic. 2015

 

Artículos

 

Movilidad y transición productiva en el contexto de la nueva ruralidad: el caso de Santa Bárbara, Estado de México

 

Mobility and Productive Transition in the Context of the New Rurality: The Case of Santa Bárbara, State of Mexico

 

Eduardo Cerón Aparicio*

 

* Instituto de Geografía, Universidad Nacional Autónoma de México. Correo electrónico: <eduaparicio_eca@yahoo.com.mx>.

 

Fecha de recepción: 16/12/14.
Fecha de aceptación: 30/07/15.

 

Resumen

Frente a la creciente interrelación entre espacios —rural-urbano, urbano-urbano y rural-rural— que cambia por completo la perspectiva socioterritorial, en este trabajo se analiza el cambio de las tendencias productivas de una localidad con un fuerte arraigo agrícola, que en las últimas décadas ha transitado del predominio de la actividad agropecuaria hacia una mayor diversificación, la cual incorpora, de manera creciente, actividades de tipo urbano. Con ello se pretende investigar las recientes formas de vinculación rural-urbana que van tejiendo nuevas redes de interacción laboral en localidades de distinto tamaño, en un contexto de urbanización predominante en el país y, particularmente, en su región central.

Palabras clave: nueva ruralidad, diversificación productiva, contexto sociohistórico, configuración territorial, movilidad laboral.

 

Abstract

In the face of the growing inter-relationship between spaces —rural/urban, urban/urban, and rural/rural— that completely changes the socio-territorial perspective, this article analyzes the change in productive trends in a place with strong agricultural roots and that in recent decades has transitioned from predominantly agricultural and livestock activities toward greater diversification, increasingly incorporating urban activities. The author researches the new forms of rural-urban links that create new networks of labor interaction in places of different sizes in a national context dominated by urbanization, particularly in the center of the country.

Key words: new rurality, productive diversification, socio-historic context, territorial configuration, labor mobility.

 

Introducción

El espacio rural es un escenario compuesto por múltiples realidades que plantean lógicas socioeconómicas y territoriales distintas. Su condición territorial y productiva no sólo está definida por los cambios estructurales que ha experimentado el país, sino que las características particulares de cada lugar —asociadas con el territorio, la historia, la economía, la cultura y con la gente que allí vive— son determinantes para entender el cambio del mundo rural. El estudio del contexto sociohistórico, además de que permite explicar gran parte de sus rasgos actuales, puede ayudar a definir la forma como los campesinos se adaptan a las transformaciones socioeconómicas que ocurren en su entorno inmediato, y a comprender por qué las estrategias productivas pueden diferir de un espacio rural a otro (Magazine, 2010; Sokolovsky, 2010; Appendini, 2008; Aldana, 1994).

Una hipótesis de este trabajo es que, independientemente del contexto sociohistórico de que se trate, la respuesta a los desequilibrios económicos ha sido la misma. Los campesinos, por igual, se han visto obligados a buscar alternativas de ingreso fuera del sector agrícola, en especial fuera de su localidad de residencia. En este proceso, se da por supuesto que las recientes tendencias urbanas han jugado un papel fundamental en la localización del empleo. La nueva configuración regional se traduce en un espacio urbano cada vez más disperso y fragmentado, lo cual cambia por completo la visión tradicional de la ciudad compacta. Este modelo abre nuevas perspectivas territoriales que se expresan en una mayor articulación, ya no sólo entre espacios urbanos sino entre éstos y los espacios rurales que se incorporan a la dinámica citadina.

La creciente vinculación rural-urbana es una de las descripciones que mejor definen este proceso, recientemente incorporado al análisis de la nueva ruralidad. Desde tal perspectiva se ha puesto especial énfasis en el espacio rural inmediato, que es el lugar donde ocurren los procesos urbanos-rurales más intensos y con los cuales las ciudades mantienen una fuerte relación socioterritorial. La interacción rural-urbana se ha fortalecido gracias al desarrollo tecnológico y de comunicaciones, los cuales han derivado en consecuencias territoriales importantes. Ello permite, al menos potencialmente, una mayor reciprocidad que se expresa no sólo por el intercambio de mercancías, capital y servicios, sino también por el intenso flujo de personas que se desplazan todos los días entre ambos espacios.

Los vínculos socioterritoriales que se desprenden de las múltiples interacciones ayudan a definir las áreas funcionales establecidas en la jerarquía del sistema urbano. La identificación del lugar de trabajo, a través de los movimientos por motivos laborales, ha conducido a la búsqueda de lógicas territoriales que involucran centros y áreas de influencia. En el espacio rural, la referencia más emblemática es la delimitación de las zonas periurbanas, sobre las cuales las metrópolis suelen ejercer una gran influencia. Diversas investigaciones han puesto especial énfasis en la configuración del empleo, que permite definir las áreas laborales a donde se incorpora la población rural residente en las inmediaciones de las grandes ciudades, como Toluca y el Distrito Federal (Aldana, 1994; Appendini, 2008; Larralde, 2008) y la conformación de microrregiones económicas a partir de ciudades o centros urbanos especializados (Pérez y Zamora, 2010).

Según lo dicho, el predominio estructurador que ejercen las áreas metropolitanas o ciudades altamente especializadas sobre las áreas rurales circundantes es un esquema bastante evidenciado en la organización del territorio. Sin embargo, ¿qué hay del espacio rural más allá del periurbano? Si bien aquél se encuentra más alejado, forma igual que éste parte del entramado urbano regional y, por consiguiente, de los intersticios rurales que envuelven a las ciudades con las cuales ambos se vinculan en grado diverso.

En un escenario fuertemente urbanizado, que se distingue por su mayor apertura y reciprocidad territorial, es pertinente preguntar ¿qué tipo de relaciones se establecen entre el espacio rural en la jerarquía más baja y su entorno rural-urbano?, y ¿cómo se ha transformado la organización productiva de los hogares? Sobre todo en un contexto donde, por un lado, las grandes zonas metropolitanas ejercen una fuerte influencia de alcance regional y, por otro, el desarrollo de las vías de comunicación y la extensión de los sistemas de transporte acercan cada vez más lo rural a lo urbano.

El propósito de este escrito es responder tales interrogantes para una localidad con una larga tradición agroindustrial. El caso de estudio es Santa Bárbara, un pequeño poblado de quinientos habitantes del municipio de Otumba, Estado de México, ubicado en una zona con un alto grado de urbanización, la región centro del país, en cuyas inmediaciones destacan las zonas metropolitanas de las ciudades de México, Pachuca y Tlaxcala. Con ello, se trata de enfocar la atención en el extremo opuesto del proceso de concentración poblacional en grandes ciudades del país (proceso bastante estudiado) para profundizar en los mecanismos que, de manera contraria a la concentración, manifiestan una persistencia (e incluso un incremento) de la dispersión poblacional en miles de localidades de muy pequeño tamaño, como Santa Bárbara.

El estudio se centra en las transformaciones de un mundo que en las últimas décadas ha transitado del predominio del trabajo agroindustrial hacia una mayor diversificación productiva, la cual incorpora de manera creciente actividades de tipo urbano como consecuencia del deterioro de su economía, sustentada en la actividad pulquera, por lo que, al final, establece relaciones territoriales con localidades de distinto tamaño. El objetivo es evaluar el cambio de las prácticas productivas y el peso que adquiere la movilidad en la organización del territorio a partir de la distribución del empleo de una localidad rural tradicional en un escenario de relaciones complejas conocido como nueva ruralidad, término que alude a la transformación productiva y a las nuevas formas de vinculación rural-urbana en un contexto de urbanización predominante en México y, particularmente, en su región central.

La hipótesis de partida es que las nuevas tendencias urbanas, así como las mejoras en las infraestructuras de comunicación y la ampliación de los servicios de transporte, posibilitan una mayor movilidad de la población, fortaleciendo el vínculo entre localidades de distintos tamaños y alcanzando las más importantes ciudades cercanas, que sobresalen como los principales puntos de articulación. Con ello se puede acceder a nuevos espacios que abren oportunidades con mejores ofertas de ocupación, en este caso para los habitantes de Santa Bárbara, lo cual facilita la permanencia de la población en su localidad de residencia tradicional.

 

El caso de estudio: criterios de selección y metodología

Selección y metodología

Para seleccionar el lugar de estudio se buscaron cuatro condiciones básicas: 1) un escenario con una tradición agroindustrial importante, que aún conservara gran parte de las características rurales; 2) que se ubicara en la escala más baja de la jerarquía1 y estuviera enclavado en una zona con un desarrollo urbano avanzado, donde existieran ciudades con influencia sobre su territorio circundante; 3) que se localizara geográficamente en un punto intermedio entre las zonas metropolitanas de la ciudad de México y Pachuca; y 4) que tuviera acceso a la infraestructura carretera regional y al transporte público.

Se eligió a Santa Bárbara, una pequeña localidad de actividad pulquera con quinientos habitantes, que pertenece al municipio de Otumba, Estado de México, y es parte de una región agrícola conocida como los Llanos de Apan, situada en el área sur de la mesa central, la cual integra parte de Hidalgo, Tlaxcala y el Estado de México (Monterrubio, 2007: 33). La zona se distingue por tener una topografía poco accidentada y estar integrada por importantes valles que históricamente han sido aptos para la práctica de la agricultura. La importancia de los Llanos de Apan data del siglo xvii, cuando se consolidaron las haciendas pulqueras, muy relevantes social y económicamente en la región, alcanzando su esplendor a finales del siglo XVIII y durante el XIX.

El poblado de Santa Bárbara se encuentra a diez kilómetros de Otumba, cabecera del municipio del mismo nombre y su localidad de mayor población, con diez mil habitantes (INEGI, 2010). El municipio se localiza en una zona con importante infraestructura carretera y gran disponibilidad de transporte público, que permite actualmente una plena comunicación a escala regional y facilita el desplazamiento de la población hacia diversas ciudades de importancia (véase Mapa 1).

Dentro del municipio, Santa Bárbara sobresalió como el lugar idóneo para realizar el trabajo de investigación, en especial por ser la localidad que mejor refleja las características demográficas y territoriales que prevalecen en el espacio rural —notable por una persistente dispersión poblacional en gran número de asentamientos muy pequeños— y por contar con carretera pavimentada y transporte público.

La unidad de análisis fue el hogar, del cual se captó información de todos los residentes. Antes de las entrevistas se realizaron varios recorridos apoyados por las autoridades locales con la finalidad de registrar el total de las viviendas. Se elaboró una lista donde se registraron 113 casas habitadas. A continuación, mediante la técnica de muestreo aleatorio simple se seleccionaron sesenta de ellas, que representan el 53 por ciento del total.

 

El caso de estudio: Santa Bárbara

Santa Bárbara es un pequeño poblado con una tradición importante de actividad pulquera, que aún conserva gran parte de sus características rurales. Al arribar a ella, se observa una topografía irregular compuesta por sembradíos que se extienden más allá de los límites de la localidad. En este escenario se distingue un patrón de poblamiento sumamente disperso, en el que las viviendas se encuentran separadas unas de otras por las tierras de cultivo. En las inmediaciones de la localidad es posible todavía ver algunas pequeñas plantaciones de maguey que aún se explotan para la elaboración de pulque, como un resabio de la importancia que tuvo en la economía local. Entre las haciendas que ejercieron mayor influencia por su cercanía se encuentran la de San Miguel Hueyapán y la de Soapayuca, ubicadas en el municipio de Axapusco y en las inmediaciones del municipio Otumba, Estado de México.

La vida de los habitantes de Santa Bárbara ha girado alrededor del pulque, que alcanzó gran popularidad en el país y representó una de las actividades económicas más prominentes del altiplano central. De acuerdo con el testimonio de los entrevistados, el reparto agrario en Santa Bárbara se dio tardíamente, entre 1945 y los años iniciales de la década de 1950. Por entonces, aun con la crisis que acompañó la disolución de las haciendas, la actividad pulquera seguía siendo tan importante que quienes no fueron beneficiados por el reparto agrario y no disponían de tierras podían vivir del pulque, ya sea que compraran el aguamiel para producirlo o el pulque mismo en la localidad y en las áreas cercanas, para luego revenderlo en los poblados urbanos próximos a la ciudad de México.

La industria del pulque permaneció en Santa Bárbara por más tiempo y con mayor relevancia que en otras localidades de la región. Ello se debió principalmente a dos causas: la primera es que, a diferencia de otros poblados asentados en zonas con mejores condiciones para la agricultura, este se ubica en una zona más árida, con suelos arcillosos y calizos, poco aptos para el cultivo de granos básicos pero con las condiciones suficientes para la explotación del maguey; la segunda, que es la localización más cercana al municipio de Otumba, así como sus buenas comunicaciones respecto de la capital y sus alrededores, que constituyeron el principal mercado para el pulque.

La importancia de esta bebida en la economía local fue tal que no dejaba espacio para el trabajo asalariado, debido a que en la explotación del maguey participaba toda la familia. Las tareas se extendían desde su cultivo hasta su comercialización,2 lo que requería que colaboraran todos los integrantes del hogar. Las mujeres, por ejemplo, ayudaban habitualmente en la recolecta del aguamiel y en la elaboración del pulque, así como en la siembra y cosecha de los cultivos de granos básicos cuando era el caso. Los hombres, por su parte, trabajaban en toda la cadena productiva, desde la siembra del maguey hasta la elaboración de pulque y su comercialización y, por supuesto, participaban de forma directa en la siembra y cosecha de los cultivos básicos. Inclusive los niños auxiliaban en la realización de determinadas labores, como el pastoreo de los animales o la siembra y la cosecha.

En los Llanos de Apan el tipo de actividad productiva planteó diferencias significativas entre las localidades productoras de pulque y las que se dedicaron exclusivamente a la siembra de cereales, lo cual marcó trayectorias socioeconómicas muy particulares que condicionaron los procesos de cambio (declinación del empleo agrícola, diversificación económica, deslocalización del lugar de trabajo, etcétera).

En el caso de Santa Bárbara, la perspectiva histórica constituye un factor importante para entender el proceso de cambio que experimentó, ya que si bien la localidad no ha sido ajena a las repercusiones de la crisis agrícola, fueron la caída del mercado de pulque en 1975 y sus posteriores contracciones las que marcaron la transición productiva del poblado (de ahí que la recesión de la industria del pulque, que se mantuvo más o menos estable después de la crisis de 1950, sea un factor importante en el estudio; véase infra, nota cinco). Ello afectó sensiblemente la forma de vida de sus habitantes que, al ver disminuidas las oportunidades laborales en su lugar de residencia, se vieron obligados a recurrir al trabajo asalariado —principalmente fuera de la localidad— a pesar del escenario desfavorable que inicialmente representó para Santa Bárbara estar mal comunicada, pues sólo a partir de 1995 se benefició del servicio de transporte colectivo y hasta 2005 contó con carretera pavimentada.

 

Redistribución poblacional y nueva ruralidad

Tendencias de distribución poblaciónal

La distribución poblacional en México, como en otros países de América Latina, se ha caracterizado por dos procesos opuestos: la concentración en ciudades intermedias —entre cien y quinientos mil habitantes— y la dispersión de población en localidades muy pequeñas.3 De un lado, según el Cuadro 1, la concentración en ciudades mayores de cien mil habitantes alcanzó en 2010 cerca de la mitad de la población nacional (47.8%) y, de acuerdo a cifras oficiales, la que vive en zonas metropolitanas llegó al 56.8 por ciento (CONAPO, 2010).

Como contraparte y resultado del avance de la urbanización en el país, desde mediados del siglo pasado la población que vive en localidades menores a dos mil quinientos habitantes, clasificada como rural, se ha ido reduciendo en términos relativos a menos de la mitad, pasando de un máximo de 57.4 por ciento en 1950 al 23.2 por ciento en 2010, aunque en términos absolutos sigue aumentando el número de habitantes rurales. Paradójicamente, la cantidad de localidades en este rango se duplicó en el mismo periodo, de 97,607 en 1950 a 188,594 en 2010.

El comportamiento del poblamiento rural en México se ha distinguido por la constante multiplicación de un número notable de pequeños asentamientos, lo cual evidencia su gran dispersión en las últimas décadas. Tanto es así, que del total de localidades menores a dos mil quinientos habitantes registradas por el censo de 2010, el noventa por ciento correspondió a sitios con menos de quinientos habitantes, que constituyen el 25 por ciento de la población rural.

La distribución de población en México se caracteriza por una tendencia polarizada entre la concentración urbana y la dispersión rural. La población rural disminuye en términos relativos al mismo tiempo que se da una marcada dispersión en un gran número de asentamientos muy pequeños, que se localizan generalmente lejos de las ciudades importantes. Su proliferación ha sido uno de los aspectos más relevantes del ámbito rural y refleja una tendencia clara a la dispersión de la población, como un proceso generalizado que se ha acrecentado a lo largo del tiempo. Este fenómeno representa un reto muy importante para el desarrollo del país y, en particular, para mejorar las condiciones de vida y las oportunidades de la población rural, por la dificultad y costo que entraña dotarla de equipamientos básicos y servicios. La situación es más grave para quienes habitan en localidades aisladas, lejos de las ciudades y centros de población y/o mal comunicadas por estar lejos de las carreteras (CONAPO, 2014).

Además de considerar las tendencias demográficas y de redistribución poblacional de este mundo rural, es necesario profundizar en los mecanismos en los que se apoya su población para hacer efectivo el acceso a los servicios y oportunidades con el fin de satisfacer sus necesidades y mejorar sus condiciones de desarrollo familiar y comunitario.

 

Las nuevas perspectivas territoriales

La nueva ruralidad se ha concebido con el propósito de identificar los "nuevos" fenómenos —diversificación de los usos del espacio rural, pluriactividad, agricultura periurbana, turismo rural, etcétera— a partir de los "viejos" —reforma agraria, éxodo rural, tenencia de la tierra y sistema de producción basado fundamentalmente en la agricultura, etcétera—, como un concepto que cambia la forma de mirar y definir lo rural y deja atrás el enfoque convencional que aborda la dicotomía campo-ciudad como realidades contrapuestas, donde la primera se mantiene subordinada a la segunda. Las áreas rurales comienzan a cumplir diferentes funciones socioeconómicas y abrigan una gran diversidad de actividades productivas, por lo que ya no es posible asociar lo rural sólo con las labores agrícolas.

Uno de los argumentos centrales en este campo está asociado al incremento de la población económicamente activa no agrícola y a la pluriactividad; en tiempos recientes se ha agregado la creciente vinculación del espacio rural con su contraparte, como consecuencia de la modernización y de los procesos económicos y urbanos contemporáneos. El planteamiento de la nueva ruralidad, en tanto que expresión ligada al cambio de la funcionalidad del medio rural, pone de relieve procesos que pueden potencialmente tener consecuencias territoriales importantes. Aspectos como la pluriactividad, multifuncionalidad y la descampesinización constituyen elementos esenciales de la investigación. Esta idea ha cambiado por completo la forma de analizar el espacio rural en las diferentes disciplinas que se ocupan de su estudio; se trata de una forma novedosa de trascender la vieja dicotomía campo-ciudad. Su importancia radica, entonces, en que identifica todos los procesos que producen cambios en las sociedades rurales con la finalidad de caracterizarlos e interpretarlos. Para Romero, la nueva ruralidad se concibe sobre la vieja ruralidad y estriba en una manera diferente de mirar y conceptualizar el espacio rural, teniendo como un punto de contraste el pasado tradicional (Romero, 2008: 168).

No obstante, la interpretación de las diversas disciplinas sobre las relaciones que se establecen entre el campo y la ciudad ha generado debates y estudios orientados a revalorizar y recoger la nueva forma de ver lo rural en los actuales marcos urbano y económico. Los especialistas, tanto del campo como de la ciudad, han abordado el tema desde múltiples enfoques teóricos y metodológicos, lo cual ha dado lugar a una variedad de conceptos tales, como "rurbanización" (Bauer y Roux, 1976), "cinturón rururbano" (Freeman, 1958), "contraurbanización" (Berry, 1976), "periurbanización" (Ávila, 2009), "interfase periurbana" (Allen, 2003) y "ciudad difusa" (Dematteis, 1998), entre otros.

Aun con la abundancia de términos para designar al mismo fenómeno, diversos autores refieren a la nueva ruralidad como un concepto que expresa los cambios esenciales que ocurren en el campo, los cuales parecen marcar una etapa distinta en su relación con la ciudad y con la sociedad en general, en los ámbitos económico, social, cultural y político (Grammont, 2008: 34). Sin embargo, hay quienes enfatizan que la nueva ruralidad es una noción que permite percibir de manera diferente a la vieja ruralidad, cuestionando su trascendencia con el argumento de que el término nueva no significa la emergencia de transformaciones amplias y profundas, sino más bien expresiones de viejos rasgos ocultos por el enfoque agrarista (Riella y Mascheroni, 2008; Romero, 2008).

Se puede estar de acuerdo o no con la idea de que no hay nada nuevo, pero no se puede negar la emergencia de procesos significativos que han cambiado la funcionalidad del mundo rural. La transformación de los espacios rurales ha sido de tal magnitud que ha cambiado totalmente la percepción que se tenía sobre ellos. Lo rural comporta un nuevo significado en una sociedad que en los últimos años ha vivido acontecimientos de trascendencia histórica —como las innovaciones tecnológicas, el desarrollo de las telecomunicaciones, la difusión de nuevas tecnologías de información y la comunicación por Internet—, los cuales han transformado la vida social, económica y cultural de las comunidades rurales.

Cada vez más hay una aceptación generalizada de que las ruralidades actuales ya no pueden definirse como opuestas a lo urbano. Más allá de la asociación de actividades de ambos ámbitos en el mismo espacio, que sustentó la revaloración del mundo rural, éste comienza a cumplir nuevas funciones socioeconómicas y territoriales. El constante crecimiento y dispersión de la ciudad sobre el espacio rural ha generado una mayor vinculación entre los dos y, con ello, una mayor reciprocidad territorial, fortalecida gracias al desarrollo de las vías de comunicación y la ampliación de los sistemas de transporte que permite articular un territorio cada vez más extenso y complejo

Las nuevas relaciones espaciales y económicas cambian la perspectiva del análisis, sobre todo en un contexto territorial altamente urbanizado e interconectado que integra constantemente otros espacios, con diversas características y formas de relacionarse con lo urbano. Diferentes disciplinas, entre ellas la geografía, han retomado el concepto de nueva ruralidad con el propósito de resaltar el reacomodo y la reestructuración territorial del espacio rural dentro de la jerarquía del sistema metropolitano, así como las redes, los flujos y los roles que se establecen como consecuencia de su relación con la ciudad central, rectora en la organización del territorio (Ávila, 2008: 107).

El espacio periurbano, por su cercanía, ha sido el principal punto de atención de los estudios territoriales y urbanos. Éstos evidencian una creciente interrelación entre el campo y la ciudad, la cual se expresa no sólo por el intercambio de mercancías, capital y servicios, sino también por el intenso flujo de personas que se desplazan todos los días entre ambos espacios, lo cual contribuye a delimitar las franjas periurbanas sobre las cuales las urbes suelen ejercer una gran influencia (Martner, 2011; Larralde, 2012; Pérez y Zamora, 2010).

Asimismo, resultado de la mayor apertura y flexibilización del territorio, se aprecian procesos como el incremento de la movilidad de las personas, la deslocalización de las actividades económicas y los movimientos pendulares diarios o commuting entre el domicilio y el lugar de trabajo, que ya no sólo se asocian a los espacios periurbanos. Los efectos de la globalización se han extendido al resto del espacio rural. Actualmente, no se puede negar que cualquier comunidad rural se encuentra profundamente afectada por la globalización (Gómez, 2008: 66).

Los aspectos asociados con la nueva ruralidad —por ejemplo, los recientes procesos urbanos, la producción flexible, el desarrollo de las comunicaciones y el avance técnico en el transporte— tienen efectos territoriales importantes sobre los espacios rurales. Desde la perspectiva urbana, éstos aparecen cada vez más articulados a las ciudades, las cuales en ocasiones crean y reproducen centralidad y dispersión no sólo hacia las franjas periurbanas, sino también hacia el ámbito rural contiguo (Martner, 2011: 5). En contraste, desde el enfoque rural se reproduce un escenario que, al menos potencialmente, permite que se amplíen y multipliquen los lugares de interacción e integra no sólo múltiples localidades rurales sino también diversos centros urbanos en un territorio rural cada vez más extenso.

La mayor apertura territorial, en buena medida producto del desarrollo de las vías de comunicación, consolida un espacio cada vez más flexible que permite crear nuevos vínculos. Ello abre posibilidades y alternativas hacia prácticamente cualquier punto del territorio, lo cual no sólo significa mayores oportunidades para quienes se desplazan, sino también mejores perspectivas de moverse más y más lejos.

Para el ámbito rural esto puede tener repercusiones sociales y territoriales importantes, dado el escaso dinamismo económico que existe en el espacio local. La insuficiencia de oportunidades laborales ha obligado a los habitantes de estos poblados a recurrir cada vez más al trabajo asalariado fuera de la población, lo cual se ha convertido en un recurso importante para compensar los ingresos que el campo ya no les provee de manera suficiente o, en su caso, para complementarlos. La extensión de las redes de transporte hacia y desde las áreas rurales les ha permitido desvincular el lugar de trabajo y, en mayor medida, realizar desplazamientos pendulares diarios entre el domicilio y el lugar donde cumplen su jornada laboral, sea urbano o rural. Ello indica que la migración definitiva del campo a la ciudad ha evolucionado a formas más flexibles y diversificadas de movimientos en forma de commuting.

En las actuales relaciones entre los ámbitos rural y urbano, la movilidad se ha convertido en uno de los mecanismos más importantes para la estructuración del territorio. La identificación del lugar de trabajo y de residencia es parte esencial en la definición de los lugares de interacción y, a su vez, de las áreas funcionales; lo cual plantea cambios en la localización del empleo y en las formas como se organiza el territorio, mismas que surgen de la capacidad de los actores para desvincular el lugar de trabajo más allá de los espacios locales.

Diversas teorías, de manera implícita o explícita, consideran a la movilidad como un elemento crucial en los procesos de transformación de las sociedades. En el mundo contemporáneo, el incremento vertiginoso de las posibilidades de movilidad de personas, mercancías y mensajes ha puesto el énfasis en este tema, con base en el potencial explicativo del fenómeno para analizar las nuevas configuraciones sociales y territoriales en un contexto mundial global cada vez más interconectado.

 

Del predominio de la actividad pulquera a la diversificación económica

Es importante entender el proceso de cambio que experimentó Santa Bárbara en su estructura productiva como resultado de las sucesivas crisis que sufrió la industria del pulque después de 1975. Por ello se incorporó al presente estudio la historia laboral de los integrantes con actividad económica de cada uno de los hogares entrevistados. Los empleos registrados, relacionados con el año de ocurrencia, ayudaron a agrupar cronológicamente las actividades económicas y definir las realizadas al interior del hogar, sobre todo en los años de mayor inflexión. A tal efecto se definieron cinco periodos de análisis. El primero, antes de 1975, cuando el mercado del pulque se mantuvo más o menos estable (entre 1950 y 1975). Los siguientes tres se determinaron con base en las sucesivas crisis que experimentó esta industria. La más severa ocurrió en 1975 y, posteriormente, acontecieron dos más —en 1986 y 1997— que prácticamente terminaron con ella.4 El último periodo (2010), contempla los empleos que los residentes mantenían al momento de la entrevista.

Para propósitos del estudio se distinguen tres categorías de hogares: productores de pulque, productores agrícolas y no campesinos; cada uno se subdivide a su vez en función de sus ingresos, que pueden provenir exclusivamente del pulque, de las actividades agrícolas o, en su caso, de alguna de las dos en combinación con el trabajo asalariado. Por último, los hogares no campesinos o rurales se distinguen básicamente porque no están vinculados con las labores propias del campo y sus ingresos provienen exclusivamente del trabajo asalariado, que se puede generar dentro o fuera del sector agrícola.

La explotación del maguey y producción de pulque fue una de las actividades agroindustriales más prominentes del altiplano central bajo el dominio de las haciendas, las cuales florecieron principalmente en la región de los Llanos de Apan. A lo largo del siglo pasado el cultivo del maguey, que por casi 400 años formó parte de la vida de los indígenas del altiplano mexicano, comenzó poco a poco a decaer y a ser sustituido por cultivos de temporal más rentables. A pesar de su importancia y popularidad, varios fueron los hechos que incidieron en el declive de esta bebida tradicional, entre los que se cuentan: el reparto agrario posterior a la Revolución Mexicana, la competencia creciente de la cerveza y algunas regulaciones llamadas de "higiene y salud" que, junto con campañas difamatorias, estigmatizaron el consumo del pulque y terminaron por reducir al mínimo su ingesta.5

No obstante, después de la disolución de las haciendas y con el reparto agrario, muchas localidades de la región de los Llanos de Apan continuaron con la explotación del maguey, entre ellas, Santa Bárbara. El Cuadro 2 muestra la evolución de los hogares de este poblado según el tipo de actividad productiva a que se han dedicado en varios periodos e ilustra correctamente el cambio desde la producción exclusiva de pulque hasta la mezcla de actividades en el año 2010, de acuerdo con las variaciones que sufrió el mercado de esta industria después de 1950.

Antes de 1975, los hogares de Santa Bárbara dependían en términos económicos exclusivamente de la explotación del maguey y la producción del pulque constituía su principal sustento; el cultivo de granos básicos y/o la cría de animales de corral también eran parte de sus quehaceres agrícolas, aunque generalmente sólo se destinaban al autoconsumo. El trabajo asalariado prácticamente no existía, a diferencia de las áreas rurales dedicadas sólo al cultivo de granos básicos, donde ya estaba presente.6 El trabajo por jornal registrado sólo era ocasional y no tenía ninguna relevancia en la economía del hogar. Más bien se trataba de una práctica muy arraigada, que consistía en apoyarse mutuamente entre campesinos en las temporadas de mayor trabajo, sobre todo en la de siembra y cosecha de los cultivos.

Con las sucesivas crisis que se dieron después de 1950, la economía doméstica basada en el cultivo de maguey y la producción de pulque fue perdiendo importancia, dando paso a nuevas estrategias de sobrevivencia sustentadas en el trabajo no agrícola, o bien en la asociación de actividades agrícolas y no agrícolas. La crisis de 1975 fue el punto de inflexión en la economía de Santa Bárbara, pues tuvo un fuerte impacto en su estructura productiva que cambió significativamente la composición de los hogares campesinos. Los que sustentaron su ingreso exclusivamente en el pulque se redujeron casi la mitad (52%), mientras que un tercio (34%) dejó de depender completamente de la explotación del maguey. Asimismo, la combinación de trabajos agrícolas y no agrícolas al interior del hogar cambió completamente la organización productiva sustentada en la monoactividad. Para entonces, el 28% de los hogares campesinos recurrieron a la venta de su fuerza de trabajo con el fin de complementar sus ingresos.

A raíz de las crisis la explotación del maguey dejó de ser una opción real para buena parte de la población. Los hogares que vivían únicamente del pulque se fueron reduciendo de manera paulatina hasta el punto de que, en el momento de la entrevista, representaban sólo el diez por ciento del total. Otros hechos que resaltan son, por un lado, el incremento de la diversificación productiva al interior de los hogares: la mitad de ellos (50%), además de continuar con las actividades agrícolas y/o la explotación del maguey, realizan algún tipo de actividad asalariada; por otro, que los hogares no campesinos constituyen el cuarenta por ciento de la muestra. Están conformados generalmente por ex campesinos o hijos de campesinos que ya no tienen acceso a la tierra o, en su caso, por avecindados, quienes viven sólo del empleo asalariado que pueden encontrar en la misma localidad o fuera de ella.

El pulque, que había generado una riqueza sin igual —simbolizada en las grandes haciendas— y, posteriormente, se erigió como el principal medio de subsistencia de las familias campesinas del altiplano de los Llanos de Apan, sucumbió a la crisis que venía enfrentando la industria desde hacía más de medio siglo. Ahora sólo quedan los vestigios de lo que fue alguna vez la principal actividad económica de la región. Las pulquerías, lugares célebres de consumo, han ido desapareciendo poco a poco, al punto de que actualmente están casi extintas. No obstante, Santa Bárbara —al igual que otras localidades rurales de la región— es conocida como un lugar donde se puede encontrar todavía "buen pulque". Es común comprarlo directamente en las viviendas que aún se dedican a elaborarlo; incluso se puede consumir en el mismo lugar, debajo de la sombra de algún árbol, al lado de las pequeñas instalaciones que se utilizan para su producción.

Podría pensarse que frente al ineludible proceso de desagrarización que está conduciendo a las familias rurales a depender cada vez más de la venta de su fuerza de trabajo fuera del sector agrícola, la tierra ha perdido importancia como recurso productivo y como medio de subsistencia. Sin embargo, para el modo de vida de los campesinos de Santa Bárbara el campo aún sigue representando un recurso importante. De los hogares con diversificación, el 43 por ciento declaró que su principal ingreso provenía de las actividades productivas vinculadas con el campo y/o la explotación del maguey. Ahora bien, si se consideran los hogares ligados total o parcialmente a la explotación del maguey y a las actividades agrícolas, su cifra asciende a sesenta por ciento. De modo que la tierra es un recurso valioso: no sólo les asegura a los habitantes de este poblado un medio de subsistencia que les permite sobrellevar la crisis agraria, sino además forma parte de su herencia y patrimonio familiar. Los campesinos ven en ella un medio seguro que provee los medios necesarios para el sustento de sus familias, en un escenario adverso donde, por un lado, enfrentan la crisis que vive el campo mexicano, y, por otro, el alto nivel de desempleo existente en el país, que los obliga en la mayoría de los casos a emplearse en trabajos precarios, informales y mal remunerados. Sin importar lo difícil de la situación, el campo representa un recurso importantísimo que permite —en la voz de los propios entrevistados— "irla pasando", puesto que les provee de recursos, ya sea en especie o en dinero, que pueden obtener de un sinfín de actividades, como la venta y/o consumo de animales de corral (cerdos, vacas, ovejas, cabras, gallinas, etcétera), la engorda de ganado bovino en pequeña escala, el trabajo en huertos familiares y la recolección de plantas silvestres e insectos comestibles en diferentes temporadas del año, además de lo que pueden obtener de la cosecha de sus parcelas. En conjunto, estas labores constituyen medios de subsistencia alternos de gran importancia en la vida de los campesinos, incluso en la de los que no cuentan con una parcela.

 

Movilidad laboral y organización del espacio rural

El proceso de declive de la actividad agroindustrial, y del trabajo agrícola en general, ha reorientado la fuerza laboral hacia ramas productivas fuera del sector agrícola. Frente a la insuficiencia de oportunidades de trabajo en el espacio local, la población ha recurrido sistemáticamente al trabajo externo con el fin de compensar los ingresos que el campo ya no les puede proveer de manera suficiente o, en su caso, para complementarlos.

Una consideración sobresaliente es que las mejoras tecnológicas, reflejadas en las carreteras y autopistas, así como en los transportes, repercuten en la capacidad de los residentes rurales para moverse y abren posibilidades y alternativas hacia prácticamente cualquier punto del territorio. Ello permite que los habitantes rurales se puedan desplazar con mayor facilidad y más lejos, lo que sugiere la ampliación de los lugares de interacción de la población. Así, es posible acceder a nuevos espacios y, con ello, a una amplia diversidad de servicios, pero, sobre todo, a mercados laborales más diversificados y con mejores oportunidades.

El análisis de la movilidad laboral se apoya en la información sobre los viajes que realizaron los residentes rurales durante la semana previa al momento de la entrevista. Para conseguirla, se registró el destino y frecuencia de los movimientos realizados en el periodo de referencia. A través del análisis origen-destino de los desplazamientos se esperaba una interacción significativa entre Santa Bárbara y las ciudades cercanas, acorde con las condiciones físicas favorables para el desplazamiento, las cuales posibilitan que los lugares de llegada se diversifiquen y, en gran medida, se concentren en las ciudades con mayor importancia económica, donde se encuentran más oportunidades laborales.

No obstante, la tendencia de la movilidad laboral —de acuerdo con los datos disponibles— muestra un comportamiento distinto: el número más alto de desplazamientos se mantuvo en el ámbito municipal. A juzgar por los empleos que los habitantes mantenían en el momento de la entrevista, se distingue que del total de las actividades no agrícolas, 69 por ciento se realizaron fuera de la localidad y, de éstas, el 55 por ciento se efectuaron en el mismo municipio, trece por ciento fuera de él, pero en el mismo estado, y un poco más del uno por ciento se llevaron a cabo fuera de la entidad federativa.

A pesar de que casi un tercio del trabajo no agrícola (31%) se realizó en Santa Bárbara, es evidente la escasez de oportunidades laborales. Predomina el trabajo por cuenta propia en el comercio y en los servicios. Algunas personas entrevistadas atendieron pequeños negocios propios —abarrotes, papelería, lechería, estética, etcétera— y otras trabajaron en la construcción, en el servicio doméstico o como vendedoras por catálogo a cambio de comisión. Asimismo, la instalación de dos talleres de maquila permitió que algunas mujeres y jóvenes pudieran emplearse fuera del sector agrícola sin tener que salir de la localidad. Esta labor contribuyó de manera importante al incremento del trabajo asalariado en la localidad: diez de las 28 personas entrevistadas trabajaron en actividades relacionadas con la maquila, ya sea en uno de los talleres o en su propio domicilio.

Por otro lado, tomando en cuenta exclusivamente las actividades no agrícolas que se realizaron fuera de la localidad, se aprecia que el 78 por ciento se concentraron en los poblados localizados a una distancia no mayor a diez kilómetros. Sumados con aquellas plazas que se ubican en otras localidades municipales, tenemos que tres de cada cuatro permanecen dentro del límite municipal. El lugar de trabajo predominante fue la localidad de Otumba, cabecera del municipio del mismo nombre, que concentra el 66 por ciento de los empleos, lo cual la coloca como el principal punto de articulación, al monopolizar dos tercios del trabajo extralocal (véase Mapa 2).

Dentro de los diez kilómetros, se distinguen diversos poblados con menos de quince mil habitantes, entre ellos, sobresale Otumba como la localidad con mayor población (10,097 hab.) y la más cercana a Santa Bárbara; le siguen en importancia un número reducido de localidades de entre tres y 4,500 habitantes, así como diversos poblados rurales, que en conjunto forman el entorno inmediato a Santa Bárbara.

El municipio de Otumba cuenta con una población de 34,232 habitantes, la mayoría de los cuales se concentra en la cabecera municipal que alberga a diez mil residentes (INEGI, 2010). Ésta es el poblado inmediato más grande a Santa Bárbara pero, además, por tratarse de la cabecera municipal, es la de mayor relevancia dentro del municipio; aunque se caracteriza por presentar un escaso dinamismo económico y una baja productividad. Para 2010 existían en esta población 863 establecimientos económicos, de los cuales la mayoría pertenecían al comercio (48%) y a los servicios (43%). Se observan tiendas de abarrotes, misceláneas, farmacias, papelerías, bazares, zapaterías, cocinas económicas, loncherías, estéticas, talleres mecánicos y despachos jurídicos, entre otros. Por el contrario, la industria es bastante escasa (8%), no existen empresas manufactureras importantes; la mayoría son talleres de maquila de ropa, carpinterías, herrerías y panaderías, además de pequeñas fábricas de block y tubos, de bandas de hule y talleres de alfarería y cristal. El uno por ciento restante correspondió a la construcción y al transporte (INEGI, s/a).

Con todo y su escaso dinamismo económico, Otumba es el principal destino laboral de las personas entrevistadas. De ellas, doce trabajaron como choferes en el trasporte colectivo (taxis y combis); diez declararon haber laborado en el transporte de carga (seis como choferes de tráiler y cuatro como ayudantes eventuales para pequeños concesionario de uno o dos camiones); siete lo hicieron en el Ayuntamiento en diferentes áreas (uno se desempeñó como síndico procurador, otro como regidor, tres como auxiliares administrativos y dos en el departamento de limpieza); y seis realizaron tareas por cuenta propia en la construcción y en los servicios de reparación (herrería y plomería). Del resto de los encuestados, tres trabajaron como dependientes en diversos comercios, uno como intendente, uno en la maquila y otro como asesor en un despacho jurídico.

Después de Otumba, y fuera del entorno inmediato, el resto de la población encontró trabajo en los poblados cercanos. De acuerdo con los viajes realizados por este motivo, el diez por ciento de los empleos se ubicó entre diez y treinta kilómetros vía carretera de Santa Bárbara, zona que involucra pequeños poblados urbanos, en su mayoría, menores a seis mil habitantes. En este trayecto, San Martín de las Pirámides —con una población de doce mil habitantes— sobresale por concentrar el cinco por ciento de las plazas laborales (véase Mapa 2). Aquí las personas se emplearon en la construcción por cuenta propia (albañiles), en el área de la educación (profesores de preescolar y preparatoria) y en el servicio de alimentos (meseros).

Más allá de esta distancia, la relevancia de las ciudades no fue suficiente para atraer a los vecinos de Santa Bárbara, ya que sólo el 12% del empleo se distribuyó en algunas de ellas. El mayor número de las actividades laborales se realizó en Texcoco (7.3%), ubicada a 56 kilómetros y con más de cien mil habitantes, donde los trabajadores de Santa Bárbara se emplearon principalmente en el transporte de carga como choferes y ayudantes. La proporción disminuye para la zona metropolitana de Pachuca, ubicada a 68 kilómetros y con una población de 349 mil habitantes (INEGI, 2010), pues sólo se identificó un empleo relacionado con el servicio doméstico. De forma inesperada, ningún residente de Santa Bárbara trabajó en la ciudad de México, a pesar de ser la gran capital nacional y el centro urbano de mayor importancia en la región (véase Mapa 2).

Pese a que existe una infraestructura carretera importante y disponibilidad de transporte, lo cual permite comunicar a Santa Bárbara con la cabecera municipal y, desde ésta, con las ciudades relevantes en la región, el ámbito laboral se reduce territorialmente al entorno rural inmediato a la localidad, aun cuando sólo puedan acceder a empleos informales y mal remunerados.

Un hecho significativo es que la población asalariada realizó viajes pendulares diarios (commuting) hacia los mercados de trabajo, con excepción de quien trabaja en la ciudad de Pachuca y sólo regresa a su lugar de residencia cada fin de semana y de aquellos que laboran en el transporte de carga, quienes dadas las características del empleo, se ausentan de su domicilio por varios días.

 

Consideraciones finales

La nueva ruralidad es un proceso que engloba múltiples realidades que es necesario interpretar en cada caso particular; para ello hay que tomar en cuenta las condiciones específicas de los espacios en donde la hemos de aplicar. En cuanto a Santa Bárbara, un pequeño poblado con larga tradición agroindustrial de producción pulquera, las situaciones geográficas e históricas en que se ha desarrollado desde tiempo atrás podrían explicar la peculiar manera de organizarse y, posteriormente, de adaptarse a las variaciones productivas que afectaron severamente la forma de vida de las familias que, durante décadas, habían dependido exclusivamente del pulque.

La transición de la monoactividad pulquera a la diversificación económica en los hogares —característica de la nueva ruralidad— ha sido un proceso desarrollado desde los años setenta hasta la fecha, a lo largo del cual se ha ido incorporando cada vez más el trabajo asalariado. La producción pulquera aún está presente en poco más de un tercio de los hogares de Santa Bárbara (36%), en la mayoría de los casos combinada con otra actividad agropecuaria y trabajo asalariado dentro o fuera de la localidad para completar el ingreso familiar. Los vínculos con la tierra y con el pulque están vigentes todavía. El campo les provee de importantes recursos y muchos de ellos los estiman por encima de las actividades no agrícolas.

Por otro lado, los resultados de las prácticas de movilidad laboral no cumplieron con la hipótesis de partida. Se dibuja un patrón que, en cierta medida, era inesperado al inicio de la investigación, pues por tratarse del ámbito más fuertemente urbanizado y bien comunicado del país se esperaba una mayor interacción con las grandes ciudades cercanas, donde es posible acceder a mercados de trabajo más diversificados, con mayores opciones de empleo y alternativas mejor remuneradas. Aunque la mayoría del trabajo no agrícola se realiza fuera de la localidad, gran parte de él se orienta hacia mercados cercanos dentro y fuera del municipio, los cuales se distinguen por una baja productividad y una alta informalidad.

La movilidad laboral observada a través de los desplazamientos de la población local revela el papel preponderante de Otumba, la cabecera municipal, como el principal lugar de destino con el que Santa Bárbara mantiene una fuerte relación espacial. Otumba, al igual que el resto de las localidades del municipio, se clasifica como rural; sin embargo, por tratarse del lugar donde se ejerce la autoridad administrativa municipal y por ser el poblado más grande, es el de mayor importancia. Por tanto, se entiende que su relevancia la convierte en el punto de articulación con el resto o, por lo menos, con una buena parte del espacio rural municipal.

La ciudad de México no es parte de los espacios de interacción laboral de Santa Bárbara. Seguramente la distancia intermedia resultó determinante al respecto. Al parecer, la facilidad de desplazamiento que se da en el marco de la modernidad —la cual posibilita una mayor apertura territorial— no es un factor que incida de modo decisivo en la ampliación de los mercados de trabajo. Quizás el factor principal que limitó el acceso a mercados urbanos más sofisticados fue la baja calificación de los trabajadores. La gran mayoría no cuenta con el nivel de instrucción adecuado para acceder a este tipo de mercados; y aunque puedan hacerlo físicamente, no hay espacio para ellos, lo cual los margina a fuentes laborales de baja productividad que encuentran en su entorno rural inmediato.

En conclusión, Santa Bárbara ha experimentado cambios que ejemplifican lo que ocurre en las sociedades rurales permeadas por el proceso de la nueva ruralidad, regularmente asociadas con los espacios periurbanos. Las características propias de la nueva ruralidad son cada vez más comunes en los espacios rurales. En la localidad de Santa Bárbara, aun cuando es parte de una sociedad con características visiblemente agrícolas y rurales —y, se podría decir, que en pleno funcionamiento— se observa una mayor presencia de actividades tradicionalmente asociadas con las ciudades, sobre todo, manufactureras. Éstas se han multiplicado en los últimos años como consecuencia de la extensión de la maquila —antes localizada en áreas rurales inmediatas— a espacios eminentemente rurales que, a su vez, ha permitido una mayor diversificación del uso del espacio rural. Asimismo, debido a la desvinculación del lugar de trabajo, se distingue una intensificación de los viajes pendulares diarios entre el trabajo y el lugar de residencia, que muestra un patrón de movilidad típico de las franjas periurbanas e, incluso, de los espacios urbanos, aun cuando la mayoría del empleo no sea parte de los mercados de trabajo urbanos.

 

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Notas

1 De acuerdo con Unikel, Ruiz y Garza (1976), la población urbana es aquella que reside en localidades de quince mil y más habitantes; mientras que la población no urbana se clasifica en mixta urbana, entre diez mil y 14,999 habitantes; mixta rural, entre cinco mil y 9,999 habitantes; y rural, con menos de cinco mil habitantes.

2 Por ejemplo, entre las actividades más extenuantes por el tiempo invertido, se distingue la recolección del aguamiel, tarea que debía realizarse todos los días dos o tres veces, según la cantidad producida por cada planta. Ello era indispensable, ya que si se dejaba de hacer, aunque fuera un día, la planta dejaba de producir aguamiel y ya no servía más para este propósito. Después de la fermentación, una vez que el pulque alcanzaba su madurez tenía que ser comercializado en el menor tiempo posible, pues uno de sus inconvenientes es la rápida fermentación que impide conservarlo por mucho tiempo; para evitar su descomposición debían realizarse dos o tres entregas del producto por semana a las pulquerías donde se vendía.

3 El primero de ellos se refiere al proceso de urbanización, el cual sigue tres cursos complementarios: la agrupación creciente de población en ciudades, la concentración en metrópolis cada vez más grandes y el aumento del grado de urbanización (porcentajes crecientes de población urbana respecto de la total).

4 Para 1950, a pesar de que el consumo per cápita de pulque en la ciudad de México (56 litros) se había reducido a la mitad en comparación con 1939 (107 litros), seguía representando una actividad muy lucrativa en la región (Loyola, 1956: 194). Con el fin de mantener la actividad el gobierno, en la década de 1960 y principios de la de 1970, otorgó diversos financiamientos para la siembra de maguey y la creación de viveros en los estados de Hidalgo, Tlaxcala y México, así como la construcción de tres plantas industrializadoras de pulque (Ramírez, 2004: 210-215). A pesar de estos esfuerzos, el mercado comenzó a descender un poco para luego caer abruptamente a mediados de la década de 1970, como resultado de la popularidad que había alcanzado la cerveza y la entrada de otras bebidas alcohólicas baratas. Después de esta crisis la industria del pulque continuó decayendo de forma persistente y, por si fuera poco, dejó de ser una prioridad en las políticas públicas. En tan sólo cinco años (1978-1982) vio decrecer la oferta del producto en 49.8 por ciento, lo que marcó prácticamente su fin (Ramírez, 2004: 235). A mediados de 1980 se admitía públicamente que el pulque estaba en plena decadencia. La situación siguió empeorando y, entre mediados y finales de la década de 1990, ya se reconocía que la industria estaba prácticamente extinta.

5 "Entre las causas medulares que incidieron en el declive del pulque se encuentra la competencia que ejerció la cerveza, que se convirtió en un sustituto moderno de la bebida tradicional. Asimismo, la repartición de tierras en la región pulquera significó otro serio inconveniente para el aprovechamiento del maguey. La falta de recursos económicos, la carencia de créditos específicos y la escasa participación en los rendimientos comerciales del pulque, fueron algunos factores que incidieron en el descuido o abandono de las labores de cultivo y replantación del maguey" (Loyola, 1956: 29). Uno de los inconvenientes más desalentadores, quizás, es que el maguey requiere de inversiones a largo plazo, pues la planta necesita de doce a 16 años para su debida explotación.

6 En las áreas rurales dedicadas de manera exclusiva al cultivo de granos básicos, los campesinos se empleaban regularmente como jornaleros en la misma localidad, y en los periodos en que esperaban la cosecha y no había trabajo en la parcela salían a trabajar a los centros urbanos más cercanos. Incluso, con el Programa Bracero que inició alrededor de 1942, algunos de ellos tuvieron la oportunidad de trabajar en los campos estadounidenses, desde donde enviaban remesas que servían para solventar los gastos de la familia o para la compra de maquinaria agrícola.

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