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Sociológica (México)

versión On-line ISSN 2007-8358versión impresa ISSN 0187-0173

Sociológica (Méx.) vol.30 no.85 Ciudad de México may./ago. 2015

 

Reseña

 

Modernidad como conciencia del mundo. Ideas en torno a una teoría social humanista para la modernidad global, de Oliver Kozlarek*

 

Carlos A. Bustamante**

 

** Facultad de Filosofía "Dr. Samuel Ramos Magaña", Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Correo electrónico: <puchucu@yahoo.com>.

 

¿Vale la pena seguir echando mano de palabras tales como "humanismo", "humanidad" o "humano", al menos en el campo de la teoría social? La pregunta tiene sentido en la era "posthumanista" en la que, al parecer, vivimos. Como se sabe, el humanismo ha sido considerado un discurso básicamente eurocéntrico; además, en no pocas ocasiones se ha visto en él un instrumento de legitimación del colonialismo y otros males que han azotado a buena parte de los pueblos del planeta. Por otra parte, "humanismo" y sus derivados son términos con una fuerte carga filosófica, lo cual puede convertirse en un problema cuando se intenta asignarles algún tipo de contenido más o menos definido y volverlos, de este modo, medianamente útiles al momento de describir o señalar vías alternativas en la sociología y disciplinas afines.

Sin embargo, rescatar y resignificar la palabra "humanismo", así como utilizarla en el ámbito de la teoría social, son justamente dos de las metas que persigue Oliver Kozlarek en Modernidad como conciencia del mundo. ¿Cómo emprende semejante tarea? Su estrategia general inscribe a esta obra en el terreno de la teoría entendida en sentido amplio, realizando viajes de ida y vuelta entre la filosofía y la teoría social contemporánea. A partir de estos viajes busca algún humanismo que no sólo nos ayude a comprender el mundo y comprendernos a nosotras y nosotros en él, sino que también permita –en la mejor tradición de la teoría crítica– insinuar pautas de emancipación para las sociedades actuales.

La cara filosófica de Modernidad como conciencia del mundo tiene que ver, justamente, con la resignificación de conceptos que han sido ampliamente utilizados antes, pero cuyo contenido descriptivo y normativo debe ajustarse a las exigencias de la realidad planetaria. En primer lugar está la noción misma de "mundo". Esta palabra tendría que hacer algo más que designar al planeta Tierra: para Kozlarek, "mundo" es el ámbito de lo humano, el lugar donde transcurre la existencia espacial y temporal de las personas. Ahora bien, es importante que esta existencia sea entendida según ambas dimensiones –espacio y tiempo– para evitar uno de los escollos que la filosofía y la teoría social han encontrado en su camino, asociado con el énfasis en el tiempo. Cuando se piensa en lo que las personas son y hacen sobre todo en virtud de una suerte de línea cronológica, se vuelve casi inevitable considerar que algunos grupos humanos llevan la delantera evolutiva respecto de los demás. En cambio, si se considera el espacio como el otro gran ámbito que da sentido a lo que se hace y se vive, la perspectiva cambia radicalmente. Se trata de la diferencia entre –por ejemplo– Kant y Alexander von Humboldt: para el primero, la historia avanza en un solo sentido y la especie entera debiera "ilustrarse" de acuerdo con las exigencias de ese trayecto; el segundo, por su parte, descubre que es preciso prestar atención a los lugares desde donde se experimenta el cambio del tiempo. Así, el más joven de los Humboldt vuelca la mirada no sólo sobre el "antes", el "ahora" y el "después": ante él, emerge la importancia del "desde dónde", pues no es lo mismo existir en la Alemania de la primera década del siglo xix que hacerlo, por ejemplo, en la Nueva España de los últimos años coloniales. Ese tipo de diferencias debiera permear nuestra consideración sobre las cosas.

A partir de la introducción del espacio como coordenada conceptual, Kozlarek encuentra la manera de resignificar un segundo concepto: el de "modernidad". Ahora puede apreciarse mejor cómo el espacio altera también a ese término. Cuando se privilegia lo que sucede en el tiempo se vuelve casi inevitable –y de nuevo Kant es paradigmático– concebir a la modernidad sólo como una época. En cambio, agregar la dimensión espacial ayuda a imaginar otras posibilidades. No sólo se trata ahora de definir qué sociedades han llegado a la modernidad antes o después, si es que esa cuestión puede siquiera plantearse; es preciso tomar en cuenta lo que la modernidad hace en diferentes lugares, cuando los seres humanos comparten un ámbito común de experiencias –un mundo– y desde cada lugar enfrentan a la época en que todas y todos saben que hay alguien más en alguna parte y deben vivir de acuerdo con ello. Como puede apreciarse, el humboldtiano término "conciencia del mundo" comienza así a adquirir perfiles bastante definidos.

Una vez que se ha puesto la cuestión de la modernidad sobre la mesa, Kozlarek emprende el desplazamiento hacia la teoría social. "Modernidad", considerada exclusivamente desde la perspectiva del tiempo, es una palabra cuyo significado puede justificar a las teorías de la modernización. Si se piensa exclusivamente en el "antes" y el "después", se juzga al "ahora" de las sociedades de acuerdo con qué tan modernas son en un momento dado. ¿Y cómo puede saberse eso? Resulta casi inevitable, una vez insertos en la lógica de la modernización, entender a esta última según las pautas del desarrollo económico. Algunos sociólogos –funcionalistas, teóricos de los sistemas– encuentran el contenido que les resulta útil para el término "modernidad": el grado de desarrollo económico se hace equivaler al grado de avance –o falta de avance– social. Nuestro autor, desde luego, enfrenta críticamente esta serie de ideas –por lo demás, bastante difundidas en el siglo XX. Evaluar a las sociedades en términos de mejores o peores, así como considerar que el modelo del desarrollo debe ser el mismo para todas, son consecuencias ineludibles una vez que se les inserta en el cronograma de la modernización económica. Y eso, para Kozlarek, tiende a oscurecer las diferencias que el espacio explica: de nueva cuenta, se puede experimentar la modernidad tanto en Europa como en América Latina, y eso ocurrirá de diferentes maneras. ¿No es mejor, acaso, imaginar una sociología que permita hablar de esas diferencias y que evite subsumirlas en la presunta marcha de la humanidad hacia lo moderno reducido a "modernización"?

Kozlarek consigue algo más desde el punto de vista de la teoría social: las intuiciones básicas de otras formas de entenderla son puestas en juego frente a la hegemonía de las teorías de la modernización. Las perspectivas provenientes de los debates sobre las multiple modernities y sobre la globalización, así como las teorías poscoloniales y hasta algún aspecto del posmodernismo sociológico encuentran su lugar aquí. En última instancia, lo que prima en Modernidad como conciencia del mundo es una idea de lo más sugerente: con base en autores como Walter Benjamin y Marshall Berman, Kozlarek invita a lo que él llama "sociología de las experiencias". La labor de la o el investigador puede consistir, dada la multiplicidad del mundo, en la recolección, análisis e interpretación de experiencias diversas de una misma pero proteica modernidad.

De esta suerte, la noción de "experiencia" es lo que consuma el tránsito de la teoría social a la filosofía. ¿No es la capacidad de hacerse de experiencias lo que define justamente a las personas? No somos –estamos lejos de ser– entidades que meramente reúnen vivencias respecto del entorno: tratamos de dar sentido, de experimentar lo que implica ser humano. Modernidad es ahora –en la perspectiva de Oliver Kozlarek– el ámbito en que por vez primera en la historia los habitantes de todo el planeta están en condiciones de enfrentar un mismo aunque diverso mundo, y de saber que en todas partes hay otras y otros como ellos, pero distintos a ellos. "Conciencia del mundo" es, así, un término descriptivo que habla acerca de lo que sucede hoy día. También es una palabra normativa que marca la pauta para la acción social: ¿no es preferible gozar de esa conciencia para entender mejor lo que ocurre, para entendernos mejor unos a otros? El propio Kozlarek ejemplifica ampliamente la tarea de una sociología de las experiencias a través del caso de Octavio Paz, hombre moderno pero mexicano, no idéntico a los europeos ni a otros seres humanos, aunque también capaz de hablar de lo que sucede con él en el mundo que le tocó en suerte.

La modernidad es, en resumen, el ámbito de las experiencias posibles según la conciencia del mundo. Nada de esto puede entenderse sin una noción sólida de lo humano. En consecuencia, la alternativa para nuestros problemas actuales tendría la forma de un nuevo humanismo, precisamente un anhelo porque las personas encuentren vivible, cada cual, su existencia. Ante todo esto subsiste al menos una cuestión de primer orden: ¿qué hacer cuando las diferencias entre las sociedades de la modernidad planetaria no sólo implican diversas perspectivas sobre la realidad, sino mecanismos atávicos de opresión y exclusión?; ¿están todos los seres humanos, verdaderamente, en condiciones de compartir sus experiencias con los demás? Kozlarek ciertamente reconoce que el colonialismo europeo ha fungido como la partera de la modernidad mundial. Ahora bien, ¿no se ha comportado como una partera demasiado cruel?; ¿ha sido esta hija deseada por todas y todos? Tal vez la idea de una sociología de las experiencias deba completarse con otra tarea, orientada esta vez a responder a la pregunta acerca de si todas las experiencias de la modernidad son deseables por sí mismas, y a la cuestión relativa a la forma en que todas las voces puedan ser –efectivamente– escuchadas por la conciencia del mundo.

 

Nota

* Kozlarek, Oliver (2014). Modernidad como conciencia del mundo. Ideas en torno a una teoría social humanista para la modernidad global. México: Siglo XXI Editores-Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo: 334 pp.         [ Links ]

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