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Sociológica (México)

versión On-line ISSN 2007-8358versión impresa ISSN 0187-0173

Sociológica (Méx.) vol.27 no.77 Ciudad de México sep./dic. 2012

 

Artículos

 

Acercamientos teóricos a la maternidad adolescente como experiencia subjetiva

 

Theoretical Approaches to Teen Maternity as a Subjective Experience

 

Nathaly Llanes Díaz1

 

1 Estudiante de doctorado en Ciencias Sociales con especialidad en Estudios Regionales, El Colegio de la Frontera Norte. Correo electrónico: nathaly.llanes@gmail.com

 

Fecha de recepción: 09/10/12
Fecha de aceptación: 05/12/12

 

RESUMEN

La maternidad adolescente constituye un tema que se ha abordado ampliamente durante las últimas décadas. Sin embargo, su construcción como objeto de estudio no ha sido neutral, sino que se ha producido a partir de los discursos hegemónicos sobre la regulación de la fecundidad, y partiendo de conceptualizaciones universales de adolescencia, maternidad y familia. Por ello, este artículo pretende proporcionar elementos teóricos que permitan comprender a la maternidad adolescente desde un nivel analítico distinto, entendiéndola como una experiencia subjetiva. Lo anterior implica concebir a las jóvenes como actores sociales con capacidad reflexiva y, asimismo, problematizar las definiciones en torno a la adolescencia y la maternidad.

Palabras clave: adolescencia, maternidad, embarazo, subjetividad, reflexividad, identidad.

 

ABSTRACT

Teen maternity is a topic that has been broadly dealt with in recent decades. However, its construction as an object of study has not been neutral, but has been done under the hegemonic discourses about the regulation of fertility, and using universal conceptualizations of adolescence, maternity, and family as starting points. That is why this article aims to offer theoretical elements to make it possible to understand adolescent maternity on a different analytical level, understanding it as a subjective experience. This implies conceiving young women as social actors with the ability to reflect, therefore problematizing, the definitions of adolescence and maternity.

Key words: adolescence, maternity, pregnancy, subjectivity, reflexiveness, identity.

 

INTRODUCCIÓN

El tema de la maternidad adolescente ha sido ampliamente abordado en las últimas tres décadas y explorado como objeto de estudio desde distintas perspectivas analíticas y teóricas. De igual forma, se ha insertado con fuerza en el debate político y social de modo que hoy en día constituye una de las prioridades de las políticas de población y al mismo tiempo ha promovido la puesta en marcha de programas sociales en distintos países.2 Asimismo, la maternidad adolescente se ha tornado un tema prioritario en materia de salud sexual reproductiva, y representa una preocupación persistente de las agencias internacionales y de cooperación.3

Sin embargo, es importante señalar que la construcción de la maternidad y el embarazo adolescentes como objetos de estudio no ha sido neutral. Ésta se ha llevado a cabo a partir de una serie de discursos hegemónicos sobre la regulación de la fecundidad; y partiendo de conceptualizaciones universales de la adolescencia, la maternidad y la familia. Así, desde distintos dispositivos de poder se ha ido construyendo una mirada dominante de la maternidad adolescente que prevalece hasta la actualidad entre los distintos sectores sociales, y desde la cual se le considera un problema social o público (Farges, 1998; Mc-Dermott, Graham y Hamilton, 2005; Furstenberg, 2007).

La maternidad adolescente no siempre se consideró problemática. Durante varias décadas y en diversos contextos culturales tener hijos a edades tempranas constituyó un esquema normativo de reproducción (Stern y García, 2001; Portier, 2007). Las transformaciones socioeconómicas y culturales recientes, tales como la liberación paulatina de los roles de género, la creciente participación de las mujeres en el ámbito público, la masificación de la educación, los cambios en las dinámicas familiares y la objetivación de la adolescencia como un periodo en transición han contribuido a visibilizar la maternidad adolescente como un problema reciente que debe ser atendido a través de políticas públicas (Le Van, 1998; Nóblega, 2009).

Sin negar las problemáticas que pueda suscitar la maternidad durante la adolescencia para las madres, sus hijos y las familias, el fenómeno reclama una comprensión más profunda y una revisión crítica de los conceptos. Más que la conceptualización en términos positivos y/o negativos es preciso dar cuenta de los paradigmas sobre los cuales se están realizando dichas valoraciones (Portier, 2007). Sumado a lo anterior, el fenómeno de la maternidad adolescente ha ido adquiriendo nuevos matices que han rebasado las explicaciones enmarcadas dentro de la perspectiva dominante, desde la cual se le considera un problema social. La persistencia de dicho evento en sectores socioeconómicos cada vez más específicos (Stern y Menkes, 2008); la yuxtaposición de la fecundidad adolescente con el género, la etnia y la clase social; y la manifestación de una maternidad deseada y sus imbricaciones con un proyecto de pareja entre las jóvenes hacen que el tema sea más complejo, y demandan una revisión de los supuestos dominantes con los cuales se ha definido a la adolescencia y a la maternidad (Durand, 2005; Nóblega, 2009; Montenegro y Pacheco, 2010).

Así, el objetivo del presente trabajo es proporcionar elementos teóricos que permitan comprender la manera en que la maternidad adolescente se ha ido construyendo como objeto de estudio, y la necesidad de generar nuevos posicionamientos teóricos para abordarla. En la primera parte se revisan las distintas perspectivas desde las cuales se ha abordado el tema que nos ocupa, visibilizando la necesidad de una mirada subjetiva en torno al mismo. Ello conduce, en la segunda parte, a construir un posicionamiento teórico respecto de las madres adolescentes desde la fenomenología sociológica de Alfred Schütz, la cual apunta a la experiencia subjetiva de los actores sociales, a su capacidad reflexiva y creadora de significados a partir de la inter-subjetividad (Schütz, 1993). En la tercera parte se vincula la discusión sobre la maternidad adolescente con dos cuestiones: la compleja definición de la adolescencia, y la tensión entre las construcciones hegemónicas de la maternidad, como corolario de lo femenino, con las nuevas formas de ejercerla.

 

PERSPECTIVAS ANALÍTICAS EN TORNO A LA MATERNIDAD ADOLESCENTE

La revisión de la literatura respecto de la maternidad adolescente permite dividir las investigaciones en tres grandes vertientes. La primera está compuesta por aquellos trabajos que abordan el tema como problema social. Desde los argumentos demográficos, psicológicos y de salud pública se ha definido como una experiencia desventajosa para las adolescentes y sus hijos (Buvinic, 1998; Arriaga et al., 2010). Los trabajos llevados a cabo desde esta perspectiva son numerosos y han ido constituyendo una mirada dominante en torno al tema. Las investigaciones se caracterizan por una definición negativa del fenómeno y un énfasis en las desventajas de la maternidad en la vida de las adolescentes. Por un lado, se considera que tener un hijo en edades tempranas limita el desarrollo del capital humano de las jóvenes, incentiva la reproducción intergeneracional de la pobreza y promueve trayectorias desventajosas para ellas (Beltrán, 2006). Del otro, se sugiere que dicho suceso tiene costos en la construcción identitaria de las madres adolescentes porque acelera la transición a la adultez (Herrera, Blanda y García, 2002).

De igual forma, entre los argumentos más recurrentes enmarcados en esta vertiente se encuentra la relación entre maternidad temprana y pobreza. De un lado, se ha considerado que un hijo coarta las trayectorias educativas de las jóvenes y promueve su inserción en trabajos poco remunerados, generando una situación de desventaja social para ellas y sus hijos (Billari y Philipov, 2004). Por el otro, se ha sugerido que la maternidad adolescente incentiva la reproducción intergeneracional de la pobreza, promueve uniones inestables y estimula patrones reproductivos tempranos en sus hijos, lo que al largo plazo acrecienta la vulnerabilidad de madres e hijos (Buvinic, 1998).

Las críticas a esta postura han sido numerosas. Se propone que al argumento de la maternidad adolescente como elemento que incentiva la pobreza subyace una preocupación respecto de una nueva forma de ejercerla entre las jóvenes: aquella que se produce fuera del matrimonio (Furstenberg, 2007). Igualmente, algunos estudios han demostrado que gran parte de las adolescentes deja la escuela antes del nacimiento del primer hijo, sugiriendo que el hecho de embarazarse a temprana edad no es la causa primordial para interrumpir sus trayectorias educativas (Stern y Menkes, 2008; Llanes, 2010).

A partir de las críticas anteriores surge la segunda perspectiva analítica, desde la cual se ha considerado que la maternidad adolescente es consecuencia de la situación de desventaja social en la que se encuentran las jóvenes antes del embarazo. Algunos estudios proponen que a largo plazo la maternidad no constituye un elemento que explique las trayectorias desventajosas de las mujeres. Sin embargo, un estudio comparativo entre áreas metropolitanas y departamentos de ultramar en Francia sugiere que la precocidad de la fecundidad es relativa, ya que lo que se considera temprano en algunos contextos constituye un modelo reproductivo deseado en otros (Breton, 2011). El autor plantea que las resistencias a la disminución de la fecundidad están vinculadas con condiciones socioeconómicas previas que permean las opciones por la maternidad. De igual forma, una investigación realizada en México por Stern y Menkes (2008) indica que el embarazo adolescente debe considerase un fenómeno que se manifiesta de manera heterogénea, y de ocurrencia diferenciada de acuerdo con los sectores socioeconómicos de pertenencia.

Las investigaciones anteriores abrieron nuevas posturas analíticas en torno al tema y constituyen un intento por situar las dimensiones individuales y familiares dentro de contextos más amplios. Sin embargo, se ha sugerido que las comparaciones entre madres adolescentes y aquellas que decidieron posponer la maternidad tienden a calificar las experiencias de las jóvenes en éxitos o fracasos a partir de un modelo "normativo-exitoso" asociado con la maternidad adulta. Además, gran parte de estas investigaciones se han llevado a cabo con datos cuantitativos, limitando la construcción del origen social de las adolescentes a las variables proporcionadas por las fuentes de información (Breheny y Stephens, 2007).

A pesar de las contribuciones de los estudios enmarcados en las dos vertientes anteriores, la búsqueda de patrones diferenciales de acuerdo con las variables sociodemográficas como la edad, el nivel de instrucción, el lugar de residencia, y la pertenencia étnica de las adolescentes hace complicada su articulación con la dimensión individual o subjetiva de la maternidad (Adaszco, 2005). Por ello, la sociología y la antropología han planteado la necesidad de concebir a la maternidad adolescente como una experiencia subjetiva, resaltando las narrativas y los significados que las propias jóvenes le confieren a dicha experiencia y sus interrelaciones con otras vivencias. Lo anterior remite a una concepción particular de actor social en la que las madres adolescentes son percibidas como sujetos que construyen significados y a pesar de los constreñimientos sociales y económicos son capaces de tomar decisiones, construir, negociar y reconfigurar nuevas identidades como madres y adolescentes a lo largo de su trayectoria de vida.

Las investigaciones insertas dentro de esta perspectiva son menos numerosas y más recientes que las mencionadas anteriormente. Como punto de partida se sitúan los trabajos desde los cuales la maternidad constituye una opción deseada por las adolescentes. El argumento común en dichos estudios es que tanto el embarazo como la maternidad se inscriben en la historia subjetiva y objetiva de las jóvenes, por lo que sugerir que ambos acontecimientos son accidentales o no deseados reduce la comprensión del fenómeno y promueve su conceptualización en términos negativos o problemáticos (Le Van, 1998).

Un estudio llevado a cabo en la ciudad de Recife, Brasil, con adolescentes de un barrio popular, revela que la maternidad constituye una opción planeada, deseada y esperada por la mayoría de ellas (Durand, 2005). La construcción identitaria de las jóvenes está íntimamente vinculada con el hecho de convertirse en "mujeres adultas", lo cual pasa por el embarazo y la maternidad. De esta manera, la autora afirma que la identidad de éstas se construye a partir del reconocimiento de su estatus de madre. Asimismo, un estudio llevado a cabo con adolescentes chilenas en situación de desventaja social sugiere que la maternidad representa un proyecto gratificante. En un escenario caracterizado por las privaciones sociales y económicas, la maternidad se torna un proyecto de vida deseado por las jóvenes (Montenegro y Pacheco, 2010).

En un contexto cultural distinto, Le Van (1998) realizó un estudio con madres adolescentes pertenecientes a diferentes regiones de Francia a partir del cual se argumenta que el embarazo y la maternidad pueden tener una lógica de inserción social. La autora menciona la necesidad de diferenciar el embarazo como rito de iniciación, en el que se manifiesta un deseo por estar embarazadas más que de una maternidad asumida, del deseo de "tener un hijo", en el cual la idea de ser madre es deseada con el propósito de adquirir un estatus socialmente reconocido y conformar una familia.

Dentro de la misma postura Marcús (2006) lleva a cabo una investigación con madres adolescentes argentinas pertenecientes a sectores populares. La autora argumenta que la mayor parte de las jóvenes de su estudio percibe la maternidad como fuente identitaria que les proporciona capital y prestigio. Los hijos tienen un valor simbólico en la medida en que confieren legitimidad social a las mujeres, gratificación emocional y son percibidos como fuente de poder. Asimismo, las adolescentes manifiestan que la maternidad es una posibilidad de tener un proyecto de vida propio y proporciona sentido a sus vidas (Marcús, 2006).

No obstante, los estudios anteriores presentan ciertas tensiones. Las adolescentes que acceden voluntariamente a la maternidad también se adhieren a una representación hegemónica de lo femenino, desde la cual se asume que la maternidad legitima su rol como mujeres dentro y fuera de la familia (Le Van, 1998). Del mismo modo, Marcús (2006) sostiene que el sentido que las adolescentes atribuyen a la maternidad está íntimamente vinculado con las relaciones de género, por lo que la mayoría de ellas la aprecia como un hecho natural, como un destino inherentemente femenino; cuestiones que deben ser problematizadas en los trabajos en torno al tema.

Otro elemento analítico que vale la pena tener en cuenta para la comprensión de la maternidad adolescente, como experiencia subjetiva, es la reconfiguración de los vínculos familiares que experimentan las adolescentes una vez que se convierten en madres. Mottrie, De Coster y Duret (2007) sugieren que la maternidad no implica únicamente la modificación del estatus de hija al de madre, sino un cambio en la representación real y simbólica de la posición que las jóvenes tienen en la familia. Los autores proponen que esta situación acelera el paso de una función de sustento o alimentaria, basada en el soporte financiero, afectivo, y material de padres a hijos, a una función filiativa, la cual vincula al individuo a una estructura simbólica que reglamenta los roles y las identidades al interior de la familia (Mottrie, De Coster y Duret, 2007). Sumado a lo anterior, Mc-Dermontt, Graham y Hamilton (2004) sostienen la relación entre el valor atribuido a la maternidad por las jóvenes y las relaciones familiares. Entre mayor sea la aceptación familiar de un embarazo, las adolescentes podrán enfrentar más fácilmente la estig-matización social y conferir un sentido positivo a su experiencia.

Los resultados de otras investigaciones resaltan la importancia de los conceptos de resiliencia y estigmatización en el estudio de la maternidad adolescente. Se plantea que las adolescentes manifiestan mecanismos adaptativos, proveen discursos positivos y le otorgan un sentido a la maternidad, elementos considerados como prácticas resilientes por varios autores (McDer-montt, Graham y Hamilton, 2004; Becker, 2009; Nóblega, 2009). Es importante tener en cuenta que las investigaciones enmarcadas en esta vertiente no consideran a la maternidad adolescente como una situación adversa en sí misma sino que, más bien, se plantean que las condiciones desfavorables que pueden enfrentar las jóvenes se agudizan como consecuencia de la estigmatización que éstas experimentan (McDermontt, , Graham y Hamilton, 2004 y 2005; Becker, 2009; Nóblega, 2009; Portier, 2007).

El vínculo entre resiliencia y estigmatización ha sido ampliamente abordado en el Reino Unido. En dicho contexto ha adquirido gran importancia como consecuencia de las elevadas tasas de fecundidad de este grupo de edad, en comparación con el resto de Europa occidental 4 (Portier, 2007). Bajo el escenario anterior McDermontt, Graham y Hamilton, (2004,) señalan que las trayectorias de vida de las madres adolescentes en el Reino Unido se caracterizan por dos factores, los cuales generan una tensión entre estigmatización y resiliencia. Primero, se considera que las mujeres que fueron madres en la adolescencia se encuentran en una mayor situación de desventaja social; y segundo, un posicionamiento discursivo que las ubica fuera de los límites de la maternidad normativa, aquella que debe producirse durante la adultez, habiendo terminado la escuela y dentro de una relación "estable". Por ello, los autores proponen que la estigmatización hacia las madres adolescentes apunta en dos direcciones: se las considera sin la preparación psicológica ni educativa suficiente para ejercer la maternidad, y al mismo tiempo son percibidas como víctimas de la pobreza y la violencia intrafamiliar, vulnerables y pasivas, sobre las cuales hay que intervenir mediante políticas (McDermontt, Graham y Hamilton, 2004).

Sumado a ello, investigaciones llevadas a cabo en Australia (Becker, 2009) y Perú (Nóblega, 2009) plantean que las adolescentes invierten en la identidad de buena madre como una práctica resiliente contra la estigmatización y para escapar del posicionamiento discursivo en el que se las ha enmarcado. Los estudios convergen en el argumento de que las adolescentes tienen una percepción positiva de su rol como madres, resignificando el estigma asociado a la maternidad temprana. No obstante, invertir en la identidad de buena madre como práctica resiliente puede generar una contradicción. La resistencia de las madres adolescentes a los discursos hegemónicos que las estigmatizan se enmarca dentro del mismo marco normativo que ellas intentan rechazar. Así pues, los discursos alternos de las madres adolescentes se sustentan sobre representaciones hegemónicas y normativas de la maternidad asociada a los cuidados y responsabilidades maternas como labores exclusivamente femeninas. Además, algunos autores plantean la necesidad de reconocer que las prácticas resilientes no pueden desvincularse de un contexto caracterizado por inequidades socioeconómicas estructurales, las cuales hacen que la maternidad sea la única forma de encontrar reconocimiento y estatus social (Le Van, 1998; Becker, 2009). Otra crítica que se ha realizado a esos estudios es que consideran a la maternidad como una oportunidad para organizar sus vidas y fortalecer el sentido de la responsabilidad, lo cual continúa posicionando a las jóvenes como sujetos problemáticos, y se percibe a la adolescencia como un periodo conflictivo (Breheny y Stephens, 2007).

 

MADRES ADOLESCENTES: ACTORES SICIALES CON CAPACIDAD REFLEXIVA

Concebir la maternidad como una experiencia subjetiva implica considerar a las madres adolescentes como actores que, aunque inmersos dentro de contextos socioeconómicos y culturales concretos, tienen la capacidad de transformar sus prácticas sociales. Así, aunque la maternidad haya sido deseada o accidental, se considera que las adolescentes significan esta experiencia y le otorgan sentido a lo largo de sus trayectorias de vida. Tal planteamiento envuelve la adopción de una perspectiva teórica que posibilite la definición de las madres adolescentes como actores activos, por lo que en este artículo se parte de la propuesta de Schütz (1993), desde la cual se concibe al actor como un sujeto consciente y reflexivo, para quien la acción tiene un sentido.

 

LAS VIVENCIAS SIGNIFICATIVAS Y LA ACCIÓN CON SENTIDO

Schütz (1993) parte del concepto de acción social de Weber (1981), quien sostiene que las acciones adquieren un carácter social al estar orientadas por las acciones de otros individuos. 'La acción social, por tanto, es una acción en donde el sentido mentado por el sujeto o sujetos está referido a la conducta de otros, orientándose por ésta su desarrollo" (Weber, 1981: 5). Dentro de este marco, el interés de Schütz se centra en la compresión de la intersubjetividad (la relación sujeto-sujeto), ya que para el autor es necesario diferenciar el significado de la acción para el propio actor y para el "otro", aquel con quien se interactúa.

Para comprender lo anterior, Schütz (1993) parte del concepto de vivencia significativa. Es necesario aclarar que las vivencias no tienen significado per se, sino que éstas son significativas cuando se les capta reflexivamente; "sólo lo ya vivenciado es significativo" (Schütz, 1993: 81). En el mundo de la vida cotidiana el individuo actúa y piensa en el nivel espacio-temporal (un espacio y momento discretos), ya que el flujo de la duración no le permite diferenciar entre el pasado y el presente. Esto quiere decir que sólo al aislar la vivencia de la corriente de la duración es posible recordarla, aprehenderla y diferenciarla en un acto de atención reflexiva. Desde esta perspectiva, el individuo tiene la capacidad de significar una vivencia a partir de la mirada retrospectiva de la misma. Los actores sociales significan sus vivencias mediante una mirada reflexiva del proyecto, o de las motivaciones que las engendraron (Schütz, 1993).

Schütz (1993) define la acción como una actividad espontánea orientada al futuro, la cual se lleva a cabo mediante un plan o proyecto preconcebido, dejando entrever que los actores no sólo actúan sino que son conscientes de los elementos que motivan su acción; es decir, tienen en mente la imagen de lo que van a proyectar (acto proyectado). La importancia de la vivencia significativa en el planteamiento de Schütz (1993) radica en el hecho de que el significado otorgado por los actores es un mediador entre el mundo y el individuo. Sin embargo, la significación es intersubjetiva, es posible mediante la interacción, lo cual ocurre en el mundo de la vida cotidiana donde el individuo desarrolla su capacidad de agencia al crear y transformar las significaciones de sus experiencias (Schütz, 1993).

La propuesta anterior proporciona elementos para comprender a las madres adolescentes como actores sociales reflexivos, que pueden dar cuenta de las motivaciones de su actuar. Sin embargo, es importante mencionar que la imputación de sentido se inscribe dentro de esquemas de interpretación, los cuales permiten ordenar las experiencias de los sujetos. Schütz (1993) define dichos esquemas como la acumulación de conocimientos disponibles que se van adquiriendo durante el proceso de socialización, y a través del mantenimiento de relaciones intersubjetivas. Así, la forma de significar la experiencia de la maternidad se inscribe dentro de un acervo de normas, valores y conocimientos que se acumulan y se transforman en la interacción social, y el cual, en algunos escenarios, estructura a la maternidad como proyecto viable para las jóvenes, dentro de un sistema de relaciones de género y de clase que legitiman dicha acción.

La perspectiva de Schütz (1993) resulta relevante en el abordaje de la maternidad adolescente en tanto el interés del autor recae en la comprensión de la conducta de los actores sociales, alejándose de las explicaciones causales y coercitivas desde las cuales se ha abordado, en su mayoría, a la maternidad adolescente (como se evidenció en la revisión de la literatura del apartado anterior). Concebir a la maternidad entre las adolescentes como una experiencia subjetiva privilegia un nivel analítico que pone en el centro al individuo, y su construcción como sujeto a partir de las significaciones de sus vivencias. Tal posi-cionamiento teórico conduce necesariamente a elaborar una definición de adolescencia y de maternidad, por lo cual es importante tener en cuenta, primero, el surgimiento de la adolescencia como objeto de estudio y el debate teórico en torno a su definición; y segundo, los cambios en la manera de experimentar y valorar la maternidad.

 

CONSTRUCCIÓN SOCIOCULTURAL E HISTÓRICA DE LA ADOLESCENCIA! LA COMPLEJIDAD DE LAS DEFINICIONES

El abordaje teórico de la adolescencia constituye un reto por varias razones. Primero, como categoría social no parece haber un consenso respecto a su definición. La limitación del inicio, pero sobre todo de la finalización de la adolescencia ha sido un tema controvertido en términos disciplinarios, trayendo consigo dificultades para diferenciar el ser adolescente del ser /oven (Bruno, 2000). De acuerdo con Bruno (2000), la ambigüedad en la distinción entre adolescencia y juventud puede explicarse por una triple razón: la pubertad como proceso fisiológico, la adolescencia como una cuestión predominantemente psicológica y la juventud como un fenómeno sociológico. Como consecuencia, ser adolescente parece tener una connotación distinta de ser joven, constituyendo mundos simbólicos diferenciados. A la adolescencia se le ha denotado como una fase de reorganización de la personalidad resultado de la maduración sexual, lo cual desencadena crisis y conflictos identitarios. La juventud, por su parte, parece enmarcarse dentro del plano cultural y colectivo, a partir de la pertenencia a grupos sociales concretos (Bruno, 2000). Por otro lado, aunque es innegable que la adolescencia es resultado de un proceso social e histórico de normalización e intervención, en el que los grupos sociales han elaborado significaciones y caracterizaciones para organizar la realidad social, en la actualidad se observa un esfuerzo considerable por diferenciar el rango etario de la niñez, la adolescencia y la juventud.5

 

EMERGENCIA DE LA ADOLESCENCIA COMO OBJETO DE ESTUDIO

Aunque a lo largo de la historia cada sociedad ha segmentado, clasificado y organizado el ciclo de vida de los individuos de distintas maneras, es preciso remontarse a principios del siglo XX cuando la adolescencia fue abordada por vez primera como objeto de estudio desde las ciencias sociales, específicamente por la psicología (Feixa, 1996; Bucholtz, 2002; Galland, 2004). No obstante, dicho esfuerzo debe contextualizarse en coyunturas más amplias como la modernidad, y con ello la construcción del individuo moderno (Adaszko, 2005; Teles, 1999). La desestabilización de las certidumbres características de los marcos religiosos situó a la razón en el centro de la construcción de la vida de los individuos, trayendo consigo la aparición de nuevos actores sociales (Becker, 2009). El niño y el adolescente se consolidan como la visión embrionaria del hombre moderno (Adaszko, 2005: 40); ambos como individuos en construcción que debían ser normalizados para acceder al estatus de adultos.

La modernidad vino acompañada de procesos importantes, tales como la masificación de la educación a finales del siglo XIX y la separación de las esferas privada y pública, tras la nueva división socioeconómica del trabajo. Lo anterior produjo la incorporación de las clases populares al sector educativo, filtrando los valores y normas de la burguesía, concernientes a la adolescencia, a las clases populares. Dicho proceso propagó una subdivisión etaria que desencadenaría la construcción de un nuevo estatus social entre la infancia y la juventud, por lo que era necesario proporcionar los instrumentos necesarios para dirigir y normar a estos nuevos actores sociales, tarea que fue asignada a la psicología y a la pedagogía (Galland, 2004).

En este contexto surge el primer intento analítico por abordar la adolescencia, en el cual la obra del psicólogo Stanley Hall constituye un referente indiscutible (Feixa, 1996; Teles, 1999; Bucholtz, 2002; Adaszko, 2005). Para algunos autores su trabajo representa una obra de gran trascendencia, ya que marca el inicio de una conceptualización de la adolescencia que perdura hasta la actualidad (Bucholtz, 2002), al mismo tiempo que constituye un marco sobre el cual se ha sostenido la mirada dominante en torno a la maternidad adolescente como problema social (Farges, 1998; Becker, 2009). La revisión de la literatura permite entrever dos elementos importantes en la obra de Hall. Primero, la caracterización de la adolescencia como un periodo de crisis marcada por cambios fisiológicos. El desarrollo de las funciones reproductivas marca el inicio de la preocupación por la sexualidad de los adolescentes organizando, a partir de dicho elemento, casi todos los aspectos relativos a esta etapa de la vida (Galland, 2004). El segundo es la universalización del periodo de la adolescencia (Adaszko, 2005).

Sin embargo, lo anterior produjo reacciones importantes desde otras disciplinas (Bucholtz, 2002). La antropología, por su parte, realizó comparaciones entre distintas culturas reconociendo la incapacidad de generalizar a partir de los estudios realizados en la sociedad estadounidense (Feixa, 1996; Bucholtz, 2002). De igual forma, se identificaron las consecuencias de las transformaciones sociales y culturales a gran escala que afectaban a los jóvenes urbanos en Estados Unidos, tales como la creciente inserción educativa, la postergación en la entrada al mercado de trabajo, y la aparición de escenarios destinados al tiempo libre, elementos que se consideraba estaban ampliando las brechas generacionales (Bucholtz, 2002).

En el marco de este escenario se realizó un esfuerzo por definir a la juventud, comprendiendo la división por grupos de edad como una forma de cohesión social. Desde el estructural-funcionalismo de Parsons (1942) se analizó el funcionamiento de la sociedad estadounidense de la posguerra, sosteniendo que la acción de los individuos está mediada por la interiorización de normas y valores mediante los cuales se asignan roles y estatus que integran a los individuos al sistema social. Así, se consideraba que durante la adolescencia los individuos interiorizan modelos de conducta sostenidos sobre normas sociales vinculadas a la edad y al sexo (Parsons, 1962).

No obstante, las transformaciones sociales experimentadas a finales de la década de los sesenta impugnaron con fuerza los planteamientos de Parsons. La oposición de los y las jóvenes a los roles normativos, la reestructuración del mercado de trabajo y las reivindicaciones promulgadas desde los movimientos feministas hacían insostenible el planteamiento de una trayectoria hegemónica hacia la adultez. Desde los estudios culturales de la Escuela de Birmingham se empieza a dar cuenta de la heterogeneidad de los comportamientos juveniles, sobre todo en los sectores populares británicos, proponiendo así un nuevo paradigma para analizar la juventud (Bidart y Longo, 2010). Al contrario de Parsons (1942), la Escuela de Birmingham pone el énfasis en la clase social más que en la edad para explicar los comportamientos juveniles (Feixa, 1996).

Además de los trabajos anglosajones, en Francia se han llevado a cabo esfuerzos importantes por comprender a la juventud. Desde la literatura francesa se criticó la mirada homogénea de lo juvenil aludiendo a las diferencias sociales y económicas presentes entre los jóvenes, y se trazaron dos rutas analíticas. Por un lado, se promovió una lectura ideológica de dicha categoría (Bourdieu, 2002); y por el otro, se la conceptualizó como una edad de la vida (Galland, 2009). Desde la primera postura, sostenida por Bourdieu (2002), se sugiere que la juventud no es más que la palabra a partir de la cual se le designa, dando cuenta de la arbitrariedad en la delimitación de las edades. Para este autor, el trazo de las fronteras entre la juventud y la adultez constituye una cuestión de poder entre generaciones por imponer límites con respecto al lugar que deben ocupar los individuos. En este sentido, Bourdieu (2002) menciona la importancia de analizar las diferencias entre los jóvenes y propone la existencia de dos juventudes (a partir de los distintos capitales que detentan), dos extremos de un mismo espacio de posibilidades: los jóvenes que estudian y prologan su adolescencia, y aquellos que se insertan al mercado laboral de forma más temprana (Bourdieu, 2002). Sin negar las manipulaciones ideológicas en torno a la definición de la juventud, ésta constituye una transición entre edades, como lo sugiere la segunda postura sostenida por Galland (2009). Al igual que Bourdieu (2002), plantea que la juventud es una categoría social e históricamente construida; sin embargo, el valor de su propuesta radica en los dos acercamientos que la sostienen. A partir de la demografía entrevé la ocurrencia de un calendario de entrada a la vida adulta. Y desde la sociología aborda la edad como un aprendizaje de roles sociales correspondientes a la adquisición de nuevos estatus (Galland, 2009). De lo anterior se deriva que la juventud constituye un pasaje que marca distintas etapas de la vida y articula procesos de socialización (Galland, 2009).

El panorama anterior permite entrever que la mirada teórica en torno a la adolescencia constituye una cuestión reciente, que ha estado dominada por la psicología y la sociología de la juventud. Ante esto, surge una pregunta importante: ¿cómo concebir a la adolescencia en el abordaje de la maternidad adolescente como una experiencia de vida? Al parecer, los esfuerzos por identificar los atributos que caracterizan y diferencian a la adolescencia y a la juventud, más que solventar la ambigüedad de ambos conceptos arrojan nuevos cuestiona-mientos sobre la pluralidad de las maneras en que se experimenta el ser joven o el ser adolescente. De igual forma, es posible constatar que los planteamientos psicológicos de la adolescencia como un periodo de crisis fueron heredados hasta la actualidad por los discursos médicos y políticos, contribuyendo a delimitar de manera unívoca la forma de ser adolescente, donde la maternidad constituye un problema social.

Por ello, este trabajo se apoya en la idea de que para entender la maternidad como experiencia de vida es necesario enfocarse en dos elementos. Primero, en las distintas maneras en que esta experiencia es construida y significada por las mismas adolescentes. Desde esta propuesta, resulta fundamental identificar la manera en que se produce la transición identitaria de las mujeres, no sólo de adolescentes a madres, sino también las distintas adscripciones identitarias que se van produciendo a lo largo de la trayectoria de vida, permitiendo re-significar sus experiencias. Segundo, es preciso enmarcar dicha transición identitaria en el marco de escenarios socioeconómicos y culturales concretos, desde los cuales se construyen procesos de socialización que median las significaciones adjudicadas a la maternidad, a la vida en pareja, al proyecto de familia, a la vida laboral y a la trayectoria escolar, entre otras.

 

CAMBIO SOCIAL Y NUEVAS FORMAS DE ASUMIR LA MATERNIDAD

Al igual que la adolescencia, la maternidad constituye una categoría socialmente construida y la manera como se la define tiene implicaciones en el abordaje de la maternidad adolescente como experiencia subjetiva. Desde la segunda mitad del siglo XX el tema de la maternidad ha ganado una importante visibilidad, y ha sido ampliamente explorado desde distintas posturas (Imaz, 2010; Solé y Parella, 2004). Tras una revisión teórica se puede plantear la existencia de múltiples acepciones y definiciones. Se la concibe como un instinto, una posición social, un conjunto de prácticas, un rol, una experiencia y una representación de lo femenino que se ha ido transformando a través del tiempo (Sánchez, 2003; Imaz, 2010). Arendell (2000) sostiene que la maternidad envuelve una contradicción importante: puede actuar como un elemento de coacción al mismo tiempo que provee un camino para la realización personal de algunas mujeres. La experiencia genera satisfacciones y paralelamente desencadena conflictos, por lo que podría afirmarse que implica negociaciones constantes en la construcción de la subjetividad femenina (Imaz, 2010). Lo anterior ha permitido cuestionar la mirada normativa en torno a la maternidad, y pensarla más como una opción posible que como un destino inalienable (Sanhueza, 2005).

La construcción de una maternidad hegemónica o normativa, caracterizada por la reducción de la identidad femenina a la adscripción de madre es reciente. Varias autoras la conceptualizan como maternidad intensiva, haciendo alusión a la centralidad de las prácticas maternales, y a la adjudicación de los cuidados y la crianza de los hijos exclusivamente a las mujeres (Molina, 2006; Heras y Téllez, 2008). Aunque en la práctica este modelo es insostenible, su representación continúa arraigada con fuerza no sólo entre las mujeres sino en la sociedad en su conjunto (Solé y Parella, 2004, Imaz, 2007). Varias autoras plantean que la construcción del modelo de maternidad intensiva se inició a finales del siglo XVIII, cuando ser madre empezó progresivamente a ganar centralidad en la construcción identitaria, afianzando el imaginario de buena madre (Molina, 2006; Imaz, 2010).

Aunque la representación de una buena madre adquiere aún más fuerza después de la Segunda Guerra Mundial, como consecuencia del auge de la familia nuclear, las transformaciones durante la década de los sesenta contribuyeron significativamente a replantear el modelo de maternidad intensiva. De acuerdo con Héritier (2002), la institucionalización del derecho de las mujeres para elegir el número de hijos deseado mediante el uso de métodos de anticoncepción modernos significó una ruptura con el sistema de dominación masculina. La posibilidad de decidir el número de hijos representó una transformación en las representaciones de lo femenino y de los roles adjudicados, abriendo un camino para repensar las relaciones de género (Héritier, 2002).

La autonomía de las mujeres en materia sexual y reproductiva también estuvo acompañada de la emancipación financiera, lo cual fue resultado de la inserción masiva de las mujeres en el mercado de trabajo. Dubar (2000) sugiere que el descenso de la fecundidad y la nupcialidad, junto con el aumento de la actividad económica de las mujeres, han diversificado las formas y arreglos de la vida privada. Además, el aumento en la disolución de los hogares, la dificultad para las mujeres de mediar las relaciones de pareja con la vida profesional, y la postergación de la maternidad como consecuencia de la centralidad de la educación en los proyectos de vida femeninos han traído consigo restructuraciones al interior del hogar, cambios valorativos respecto del matrimonio y han promovido una diversidad de arreglos familiares (Castells, 2003).

Pese a lo anterior, los sistemas de representaciones sociales no se han transformado de la misma manera en todas las sociedades, ya que aún persisten distintas formas de subordinación. Dubar (2000) sugiere que la identidad femenina se ha sostenido tradicionalmente sobre atributos de procuración, como madres, esposas e hijas, y aunque las mujeres se definan cada vez menos de esta manera, en algunos escenarios sociales estas adscripciones continúan teniendo fuertes valoraciones en su proyecto de vida. A pesar de ello, el autor sostiene que las transformaciones sociales y económicas han provocado una desestabilización en la manera en que las mujeres y los hombres se construyen como sujetos (Dubar, 2000). Bajo este escenario se han enmarcado las distintas miradas en torno a la maternidad como objeto de estudio, permeando los virajes teóricos del concepto y las formas de abordarlo.

 

DE LA MATERNIDAD COMO FUENTE DE SUBORDINACIÓN A LA FUENTE DE PODER

De los estudios feministas surgen los primeros esfuerzos por reconocer a la maternidad como campo de estudio, y por definirla como concepto analítico (Imaz, 2007; Marcús, 2006). A finales de la década de los sesenta, desde la coyuntura entre los movimientos feministas y parte del sector académico, se inician fuertes cuestionamientos a la maternidad como cimiento del patriarcado (Solé y Parella, 2004). Las feministas de la segunda ola convierten las cuestiones reproductivas en tema de debate, centrando su reflexión en el papel de la maternidad como un obstáculo para la emancipación femenina. Aunque se considera que la maternidad reproduce la opresión masculina también se sugiere que el ser madre supone tan sólo una posibilidad en la vida en las mujeres, desnaturalizándola y considerándola una experiencia caracterizada por la ambigüedad y la contradicción (Beauvoir, 1994).

Posteriormente, durante la década de los setenta, se produce un vuelco analítico importante. Desde esta postura se reivindica a la maternidad como fuente de identidad, y se hace una diferencia entre la maternidad como institución (conjunto de valores, normas, mandatos y prescripciones culturales) y la maternidad como experiencia cotidiana y subjetiva (Solé y Parella, 2004; Arendell, 2000). Los estudios enmarcados en esta perspectiva dieron paso a nuevas formas de abordar la maternidad como una experiencia con diversos significados, y daba a las mujeres la capacidad de crear discursos alternativos desde otras jerarquías de valor distintas a las mencionadas desde el patriarcado (Palomar, 2005; Walker, 1995). Entonces el debate teórico pasó de la relación entre maternidad y subordinación a la manera en que ésta podía construir nuevos ámbitos de participación social y política, y a las múltiples formas en que se expresaba dicha experiencia (Imaz, 2010; Sánchez, 2003; Walker, 1995).

 

LA MATERNIDAD: UNA PLURALIDAD DE EXPERIENCIAS Y SIGNIFICADOS

Así, durante los años ochenta y noventa se produjeron investigaciones que resaltaron la experiencia de las mujeres, sus historias de vida y el significado que para ellas tenían los hijos (Sánchez, 2003; Imaz, 2010). El reconocimiento de la alteridad visibilizó que las vivencias, experiencias y significados de la maternidad estaban mediados por factores como la raza, la clase, la etnia, la religión, la edad y la orientación sexual (Heras y Té-llez, 2008). De igual forma, la mirada a las múltiples formas en que la maternidad es valorada, concebida y ejercida permite entrever una tensión entre las continuidades del modelo heredado de maternidad intensiva, y la emergencia de nuevas prácticas y formas de asumirla (Solé y Parella, 2004; Montilva, 2008).

Un tema que se ha abordado en los últimos años es la manera como las mujeres de la clase media y las profesionales han transformado sus prácticas y valoraciones en torno a la maternidad. Tras la paulatina liberación de los roles de género tradicionales las mujeres han construido una existencia propia a través del mercado laboral y la formación educativa en detrimento de las relaciones de pareja y la maternidad. Por consiguiente, la multiplicidad de adscripciones identitarias ha generado la pérdida de centralidad de la maternidad en la construcción de la identidad femenina (Sanhueza, 2005; Montilva, 2008). En ese mismo sentido, un estudio llevado a cabo con mujeres profesionales españolas evidencia que sus prácticas cotidianas rompen poco a poco con el modelo de maternidad intensiva, y promueven formas de maternidad compartida, en la que las responsabilidades de crianza se ejercen en pareja. Sin embargo, la persistencia de representaciones normativas de la maternidad intensiva genera crisis y ambivalencias para quienes otorgan mayor peso a la carrera profesional en su construcción identitaria (Solé y Parella, 2005).

Otros estudios se han encaminado a subrayar las nuevas formas de maternidad que emergen a partir de la creciente migración femenina, denominada maternidad transnacional (Hondag-neu-Sotelo y Ávila, 1997; Solé y Parella, 2005). Este concepto es utilizado para denotar las prácticas de las mujeres migrantes que trabajan en el cuidado de niños mientras que sus propios hijos permanecen en los países de origen. Investigaciones llevadas a cabo en Barcelona, España, y en Los Ángeles, California, con mujeres migrantes permiten entrever que las experiencias laborales asociadas a la migración proveen una variación en el significado, en las prácticas y en las vivencias de la maternidad. Las autoras consideran que la maternidad a distancia (o transnacional) supone nuevas maneras de crianza y relación con los hijos, haciendo necesarias formas alternativas para teorizar la maternidad (Hondagneu-Sotelo y Ávila, 1997; Solé y Parella, 2005).

En la misma dirección de los estudios anteriores, Scheper (1985) realizó una investigación etnográfica en el Alto do Cruceiro, un sector marginado de Brasil, con el objetivo de explorar los sentimientos y prácticas maternales en un escenario de privaciones económicas. Este estudio se desarrolló en un contexto en el que las madres manifiestaron un distanciamiento hacia los recién nacidos, y desarrollaron apegos más fuertes con los hijos mayores. Aunque la idea de amor maternal (innato a la naturaleza femenina) está fuertemente interiorizada en Brasil, los significados de la maternidad varían considerablemente de un contexto socioeconómico a otro. La autora sugiere que la estrategia reproductiva de limitar los nacimientos para invertir mejor en los pocos hijos no es universal, por lo que las prácticas empleadas por las madres de Alto do Cruceiro reclaman nuevos acercamientos y concepciones diferentes de la maternidad en relación con la clase social (Scheper, 1985).

Por otra parte, nuevos estudios han contemplado la relación entre la maternidad y la participación política. Zarco sugiere que las dictaduras políticas que experimentaron algunos países sudamericanos durante la década de los setenta incentivaron la participación ciudadana de las madres que buscaban a sus hijos desaparecidos, como es el caso de las madres de la Plaza de Mayo en Argentina. Esta coyuntura produjo una resignificación de la maternidad vinculada con la construcción de las madres como actores políticos. Permanecer en el ámbito privado no era suficiente; era necesario salir a las calles y mantener una interacción directa con el Estado, cambiando el estatus de mujer-madre por el de madre-ciudadana (Zarco, 2011). De igual forma, Walker sugiere que las madres sudafricanas han tenido un papel central en la reorganización social de las mujeres tras el fin del apartheid. La autora sostiene que la maternidad en Sudáfrica constituye una identidad social que inter-actúa con la adscripción de madre, promoviendo nuevas prácticas y discursos sobre el ser madre (Walker, 1995).

 

A MANERA DE CONCLUSIÓN

Concebir la maternidad temprana, no como problema sino como experiencia subjetiva implica una comprensión de la complejidad de la experiencia de la maternidad, la cual constituye una vivencia cargada de ambivalencias y tensiones como consecuencia de su pérdida de centralidad en la configuración de la identidad femenina, y la vigencia del modelo de maternidad intensiva en diferentes escenarios culturales. Sin embargo, entre las adolescentes puede considerarse que la maternidad acrecienta dichas ambivalencias, como resultado del estigma social que suscita ser madre a una edad temprana. Si nos situáramos en los planteamientos feministas de la segunda ola, las madres adolescentes estarían reproduciendo el modelo de maternidad intensiva, ya que para las jóvenes la identidad como madres les provee un reconocimiento social como mujeres dentro y fuera de la familia. De la misma manera, la inversión de las adolescentes en la identidad de buena madre, como una resistencia a los discursos que las estigmatizan, reproducen las representaciones hegemónicas de la maternidad como el deber ser femenino, naturalizando dicha vivencia (McDermontt, Graham y Hamilton, 2004).

Sin embargo, aunque la construcción de la maternidad puede obedecer a una lógica de dominación y algunas de las experiencias de las adolescentes se sustentan sobre modelos de maternidad intensiva, desde nuestra perspectiva se considera que la mirada anterior limita la comprensión de la diversidad de significados adjudicados a dicha experiencia. La maternidad no es ni significada ni vivida de la misma manera. De hecho, dista de ser lineal y homogénea, ya que constituye una experiencia cambiante en el tiempo, por lo que las valoraciones en torno a la misma se transforman a lo largo de la trayectoria de vida de las mujeres, de acuerdo con factores tales como: la edad de las madres, la edad de los hijos, la presencia o ausencia de la vida en pareja, el ciclo de vida, los vínculos familiares, y los diferentes ámbitos sociales en los que participen las mujeres. Esto conlleva a plantear que las mujeres re-significan constantemente esta experiencia, negociando de múltiples formas las continuidades y cambios presentes en torno a las relaciones de género. No obstante, es importante tener presente que esta re-significación ocurre dentro de contextos en los que las madres adolescentes están expuestas a una fuerte estigmatización, por lo que la maternidad puede entreverse como un proceso en el que las mujeres van enfrentando de distintas maneras las problemáticas presentadas a lo largo de la trayectoria de vida, resolviendo de múltiples formas dicha estigmatización y construyéndose continuamente como sujetos.

 

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NOTAS

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3 Puede consultarse en http://lac.unfpa.org/public/cache/offonce/lang/es/pid/5420;jsessionid=23CC146D043779069E0A07CB14147115.jahia01

4 La preocupación por el embarazo y la maternidad adolescentes incentivó la creación de un organismo público, Teenage Pregnancy Unit, encargado de instrumentar políticas que disminuyeran los nacimientos a edades tempranas (Portier, 2007).

5 De acuerdo con el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef, 2004) la adolescencia se extiende hasta los 18 años. Para la Organización Mundial de la Salud dicho periodo abarca desde los 12 hasta los 19 años, haciéndose una distinción entre adolescencia temprana (entre los 12 y 14 años) y tardía (entre los 15 y 19 años) (OMC, 2010).

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