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Sociológica (México)

versión On-line ISSN 2007-8358versión impresa ISSN 0187-0173

Sociológica (Méx.) vol.27 no.75 Ciudad de México ene./abr. 2012

 

Reseñas

 

Palabra y poder. Manual del discurso político,1de Yolanda Meyenberg Leicegui y José Antonio Lugo

 

por Jacqueline Peschard 2

 

2 Comisionada Presidenta del Instituto Federal de Acceso a la Información. Correo electrónico: jacqueline.peschard@ifai.org.mx

 

Entre las múltiples definiciones del término política, una de las que me parecen más sugestivas es aquella que concibe a la política como la lucha entre discursos por alcanzar hegemonía. Cualquier coyuntura o debate en la esfera pública observa precisamente el planteamiento de diversas argumentaciones contrapuestas entre sí y que tienen por objetivo dominar o vencer al resto. Todo ello se observa lo mismo en los medios de comunicación, en el Congreso de la Unión, en una asamblea estudiantil, de vecinos o de sindicatos.

Dicho en otros términos, me resulta difícilmente comprensible entender la esfera pública, y particularmente la esfera política, sin un uso argumentativo de las palabras. Tal afirmación, aunque parezca evidente, hoy por hoy supone cierto grado de osadía.

En primer término, porque como lo ha señalado Giovanni Sartori, nuestras sociedades contemporáneas observan un alejamiento de las grafías y del lenguaje escrito, que está siendo sustituido cada vez más por el empleo de las imágenes, de tal suerte que las razones pierden importancia frente a la reiterada apelación a las emociones.

En segundo lugar, porque junto al excesivo barroquismo retórico al que aluden los autores respecto del discurso político latinoamericano, también ha estado presente en las últimas décadas un exagerado empleo del lenguaje técnico, sobre todo en lo que se refiere a la instrumentación de políticas en la administración pública, y por el cual el razonamiento se circunscribe a meros tecnicismos, por no decir anglicismos, terminándose por apelar a un último argumento de autoridad.

En tercer lugar, porque a últimas fechas se puede observar la reducción, por no decir el vacío, de contenidos en las afirmaciones de las propias autoridades y de los actores políticos, sustituyéndose, ya sea por error o de manera deliberada, el argumento por la declaración estridente, en aras de una mayor presencia o popularidad.

Sin embargo, aun con todos esos señalamientos en contra, me inclino a considerar que la argumentación razonada y lógicamente estructurada termina, tarde o temprano, por imponerse. Quizá la razón de ello debamos buscarla en que, a pesar de todo, nuestras sociedades mantienen la impronta de la racionalidad ilustrada, de manera tal que términos como igualdad y libertad, incluso con su fuerte connotación emotiva, se siguen comprendiendo dentro del entramado de valores de la modernidad occidental. Quizá se deba también a que como personas conservamos cierta memoria, que nos recuerda lo que en cada campaña, en cada programa de gobierno se nos ofreció; o quizá porque, a final de cuentas, es el propio cuerpo político que constituimos la ciudadanía el que sufre las consecuencias de las decisiones políticas. Citando la conocida sentencia de Alexis de Tocqueville de hace ya casi dos siglos acerca de la democracia en Estados Unidos: no es que los estadounidenses fueran particularmente más inteligentes que otros pueblos, sino que tienen la capacidad de enmendar sus propios errores.

Esta primera reflexión acerca de la importancia de la palabra y el uso del discurso en el ámbito de la política me permite destacar la valía de un texto como el que en esta ocasión nos ofrecen Yolanda Meyenberg y José Antonio Lugo. Y es que los autores, pienso, no sólo comparten esta misma consideración sobre el discurso reflexivo, sino porque en el fondo también parecen compartir esta misma preocupación en torno al acecho de la frivolidad en la esfera pública. Vamos, no me los imagino diciéndoles a sus jefes o clientes: "Que hablen de ti, aunque sea para mal".

De la misma manera, existe una insistencia en lograr que la comunicación política que ofrecen se articule a través de argumentos que no se limiten a la exclusiva enumeración de razonamientos técnicos, sino que se dirija también a obtener la más adecuada comprensión por parte de quienes sean los receptores del mensaje. Se trata, como lo señalaba Luis Aguilar Villa–nueva, de que:

[...] para ser eficaz, la política incluye una doble dimensión y tarea: ser capaz de resolver los problemas tecno–económicos que le plantea la realización de sus objetivos y tener la capacidad de solucionar los problemas de comunicación que le plantea el público ciudadano. Sigue así una doble lógica: la de la racionalidad instrumental y la de la racionalidad comunicativa; la razón técnica para poder cambiar las circunstancias de la realidad que los ciudadanos viven como negativa, y la razón dialógica para poder modificar las percepciones y apreciaciones de los ciudadanos sobre los resultados esperados o efectivos de la intervención del gobierno en la realidad social.3

De esta manera, la racionalidad del discurso político es, contra lo que puede afirmarse, más una necesidad que un lujo retórico, y dicha racionalidad opera en muy distintos niveles, no sólo en la elaboración de un texto. Incluso abarca la creación de una imagen y personalidad creíbles. Como nos lo hacen ver en el capítulo "La construcción literaria de un personaje político", así como en las distintas referencias a Barak Obama, la creación de un personaje político no es una elaboración inmediata y mucho menos trivial. Es ante todo una construcción reflexiva, que supone conocer no sólo a la persona a la que nos referimos, sino también el desenlace hacia el cual deseamos llegar.

En este sentido, las líneas dedicadas al presidente francés Nicolás Sarkozy (p. 117) son particularmente reveladoras de esta última afirmación porque, a diferencia de Obama, permite apreciar la transformación de un personaje, el contraste que puede alcanzar respecto de su propio pasado, pero siempre con base en el análisis reflexivo de lo que se desea. Las referencias de Sarkozi a Jean Jaures y a Leon Blum en el discurso de lanzamiento de su candidatura constituyen una extraordinaria ejemplificación de dicha construcción del personaje.

En este sentido, también habría un nivel adicional que, aunque ya no es motivo del texto, su lectura me provocó reflexionar en él. Y es el que se refiere al impacto del discurso y de los actos en el ejercicio del poder. Si bien es cierto que el texto está centrado en la esfera estrictamente personal, es decir, está pensado y elaborado para el uso de personas, el quehacer de estas personas en el ejercicio de gobierno las transciende hacia la esfera de las instituciones, y son éstas las que sufren también las consecuencias o disfrutan los beneficios de ese buen o mal desempeño.

De ahí que un texto como el que ahora nos ocupa resulta particularmente valioso en el contexto de nuestro país, porque más allá de los cánones que el marketing político vaya imponiendo conforme a las coyunturas, en la actual etapa de nuestra consolidación democrática, así como de debilitamiento del tejido social, la existencia del discurso articulado, racional, convincente y comprensivo resulta particularmente necesaria.

Dicho sea en una palabra: también en el discurso, y quizá sobre todo en él, es indispensable articular las ideas que brinden orientación y sentido al actuar colectivo a mediano y largo plazos. Por ende, si fuera posible reivindicar la responsabilidad, el discernimiento y el argumento razonado por medio de quienes elaboran los discursos, y que de esta manera los adopten también nuestras élites, sería sin duda un gran avance.

Ahora bien, si en términos de su finalidad última esta obra es meritoria, no lo es menos por el medio utilizado para alcanzarla. Y es que tratándose de un manual, el texto no sólo es breve y didáctico, sino además práctico. Cada uno de sus capítulos es de una muy fácil lectura; son concretos y muy bien pensados para sus lectores inmediatos: redactores de discursos, asesores y comunicadores, quienes viven en el constante ajetreo y necesidad de respuestas inmediatas. Su estructura permite una rápida búsqueda de los temas o aspectos que se desean ubicar, lo cual se facilita aún más con un resumen de lo esencial al final de cada uno de estos apartados.

A través de la obra, los autores llevan a sus lectores a reconocer la importancia del discurso y les brindan, paso a paso, las herramientas necesarias para llevar a cabo su labor. Quizás en este sentido sea particularmente valioso el hecho de que, como lo reconocen a lo largo del texto, únicamente transcriben el conjunto de experiencias acumuladas a lo largo de los años en el ejercicio de esa misma actividad, pero que sin duda resultan invaluables en tanto que plasman en el libro ese amplio conocimiento que sólo permite la práctica.

En este mismo sentido, las recomendaciones y atajos expuestos son por lo demás útiles: el conocimiento y cercanía con el jefe o cliente; el contexto del evento, mediato o inmediato; el objetivo de atender a distintos públicos; la descripción de cada una de las partes que integran un discurso y su importancia; los recursos retóricos que pueden ser empleados; la distinción de los tipos de discurso; así como un último capítulo sobre los diferentes documentos de apoyo en la comunicación política, como los boletines o comunicados de prensa, las cartas a los editores, etcétera, constituyen en conjunto un fácil, pero a la vez completo, catálogo de instrumentos para el ejercicio inmediato y eficaz de la actividad, todo ello adosado con pertinentes e ilustrativos ejemplos.

Finalmente, deseo hacer un alto en el camino para realizar un breve comentario. Como presentadora revisé un texto que en principio, como "jefa–cliente", nunca lo hubiera hecho. Y aun cuando intuitivamente reconocía la importancia de esta labor no me había percatado del todo de su complejidad hasta el momento de leerlo. Para quienes desde la esfera académica estamos acostumbrados a escribir resulta más o menos obvio reconocer lo imprescindible de la lectura y del conocimiento necesario para plasmar nuestras ideas, pero me imagino la enorme dificultad que ello debe implicar para quien, como escritor de discursos, tenga como cliente a una persona no familiarizada con la escritura o la lectura, por no hablar de una vasta cultura.

Así, para quien se dedica al estudio de la política conocer la realidad y contar con un permanente anclaje en la misma resulta también una labor constante, por lo que reconozco entonces lo complejo que debe ser transmitir dicho anclaje a las otras personas para quienes se escribe un discurso.

En suma, me parece que este trabajo también constituye una merecida distinción para todas aquellas personas que se dedican a elaborar tales discursos y que adquieren su mayor reivindicación en la satisfacción de otros. A todas ellas mi reconocimiento.

 

Notas

1 Yolanda Meyenberg Leicegui y José Antonio Lugo, Palabra y poder. Manual del discurso político, Grijalbo, México, 2011, 155 pp.         [ Links ]

3 Luis Aguilar Villanueva, "Introducción", en Giandoménico Majone, Evidencia, argumentación y persuasión en la formulación de políticas, Fondo de Cultura Económica–Colegio Nacional de Ciencias Políticas y Administración Pública, México, D. F., 2000, p. 25.         [ Links ]

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