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Sociológica (México)

versión On-line ISSN 2007-8358versión impresa ISSN 0187-0173

Sociológica (Méx.) vol.27 no.75 Ciudad de México ene./abr. 2012

 

Artículos

 

¿De la estructura a la acción? La teoría de los movimientos sociales después de los grandes paradigmas1

 

From Structure to Action? The Theory of Social Movements after the Big Paradigms

 

James M. Jasper2

 

2 Profesor en el Centro de Graduados de la Universidad de la Ciudad de Nueva York. Correo electrónico: jjasper@gc.cuny.edu

 

Fecha de recepción: 14/11/2011.
Fecha de aceptación: 03/03/2012
.

 

RESUMEN

Las grandes teorías de los movimientos sociales están siendo reexaminadas. En su lugar, surgen enfoques analíticos con teorías culturales que les permiten a los analistas transitar del nivel micro al macro, de una manera más empírica. Los movimientos sociales se componen de individuos e interacciones. La perspectiva de la elección racional reconoce esta circunstancia, pero su versión del individuo calculador es demasiado abstracta para ser realista o útil. El pragmatismo, el feminismo y otras tradiciones promueven un replanteamiento de la acción colectiva, especialmente a través del redescubrimiento de las emociones y una mayor atención a los contextos locales.

Palabras clave: teoría de los movimientos sociales, nuevos movimientos sociales, emociones, contextos locales, experiencia de los actores sociales.

 

ABSTRACT

The big theories of social movements are being reexamined. In their place are emerging analytical approaches with cultural theories that allow scholars to transit from the micro to the macro level more empirically. Social movements are made up of individuals and interactions. The perspective of rational choice recognizes this, but its version of the calculating individual is too abstract to be realistic or useful. Pragmatism, feminism, and other traditions promote a re–formulation of collective action, especially through the rediscovery of emotions and greater attention to local contexts.

Key words: theory of social movements, new social movements, emotions, local contexts, experience of social actors.

 

Durante la mayor parte del siglo veinte las grandes teorías de los movimientos sociales los ligaban a la historia y la sociedad. Para una generación que inicia en los sesenta, la investigación sobre los movimientos sociales, la resistencia y la acción colectiva florecieron bajo la inspiración de varias de esas teorías. Dos de ellas, influidas por el marxismo, eran básicamente macrosociológicas: una versión estadounidense que enfatizaba la movilización de recursos e interacciones con el Estado y una versión francesa enfocada en el periodo histórico de la sociedad programada o postindustrial. Un tercer paradigma emergió de fuentes muy distintas, bajo supuestos de la microeconomía. Algún nombre estuvo especialmente asociado con cada una de estas ambiciosas aproximaciones: Charles Tilly (1929–2008), Alain Touraine (1925) y Mancur Olson (1932–1998). Cada uno de ellos desarrollaría un prolífico paradigma de investigación que inspiró a muchos otros (véase Tabla 1).

Al inicio de este milenio estos paradigmas alcanzaron sus límites por una serie de razones, incluyendo los cambios en los propios movimientos, la acumulación de anomalías, la parcialidad de las metáforas centrales de los enfoques o, simplemente, el aletargamiento del entusiasmo que generaron en un principio. Estos son elementos de lo que Thomas Kühn (1962) llamaría afamadamente el cambio de paradigmas o revolución científica. Tilly y Olson ya murieron y Touraine se ha desplazado del estudio de los movimientos sociales a una teoría social más general. El paso de estos gigantes por el escenario intelectual dejó un silencio, pero esperamos que sea uno que los miembros del público podamos continuar con un diálogo más modesto entre nosotros.

Habiendo examinado ya estos paradigmas en su máximo esplendor (Jasper, 1997), me quiero concentrar aquí en su reciente impacto o falta del mismo, con la esperanza de discernir ciertas orientaciones que hoy puedan retomarse por los teóricos de los movimientos sociales. En muchos casos, los teóricos actuales se encuentran sintetizando las ideas de las escuelas más antiguas, añadiéndoles dimensiones que pudieran haber sido pasadas por alto. La tendencia general que yo quisiera adoptar es la de poner entre paréntesis las grandes estructuras, con el fin de favorecer la preocupación por las micro fundamentaciones de las acciones políticas y sociales.

El colapso de las ambiciosas grandes teorías no significa el final de la teorización de los movimientos sociales. Por el contrario, las teorizaciones modestas, interpretativas y orientadas hacia la acción, que estuvieron a la oscura sombra de las grandes teorías, han vuelto por sus fueros. Más aún, las teorías francesa y estadounidense de los movimientos sociales parecieran estar convergiendo.

La teoría de los movimientos sociales también debe de lidiar con la soterrada desconfianza que rodea a toda clase de teorías, desconfianza que surgió en los años sesenta, cuando una nueva generación repudió la "teorización de espectador" de sus predecesores. Una rama de esa teoría consistiría en la densa investigación histórica de charles Tilly, con sus generalizaciones teóricas mertonianas de alcance medio; la otra, en la fe del interaccionismo simbólico hacia la teoría fundamentada y en el poder de las investigaciones de campo para observar las cosas con más frescura (Loftland, 1993). En muchos sentidos, esta "alergía a la teoría" fue una contribución del estilo estadounidense de hacer ciencias sociales.

 

RECURSOS Y OPORTUNIDADES

Durante treinta años, el paradigma dominante en la investigación sobre y en la teoría de los movimientos sociales estadounidenses fue la movilización de recursos (Oberschall, 1973; Gamson, 1995; Mccarthy y Zald, 1977; Tilly, 1978), que posteriormente devino en la teoría de los procesos políticos (McAdam, 1982; Tarrow, 1994 y 1998). Los reclamos y actitudes de los participantes potenciales fueron subestimados, privilegiándose el análisis de las circunstancias externas, tales como las alianzas de élite o la obtención de recursos (Jenkins y Perrow, 1977); los equipos políticos profesionales y de recaudación de fondos (Mccarthy y Zald, 1977); la disminución en la represión estatal (Tilly, 1978); las crisis del Estado (Skocpol, 1979); y otras "ventanas de oportunidad" en el ambiente político (Kingdon, 1984). Esta sería una poderosa perspectiva estructural y organizacional que daba respuesta especialmente a los movimientos de los oprimidos, como lo fueron los movimientos de lucha por los derechos laborales y civiles que buscaban la plena inclusión y los "derechos ciudadanos" (Jasper, 1997).

La principal laguna de este paradigma fue la cultura, que estaba gozando simultáneamente de su propio renacimiento en otros lugares de las ciencias sociales. Algunos "parches" culturales serían modestos, como el de la imagen de los "agravios repentinamente impuestos" de Ed Walsh, equivalente a una especie de oportunidad para la movilización (Walsh, 1981). Otros fueron más ambiciosos, en particular la idea de los marcos como un logro central de los organizadores de movimientos, desarrollada por David Show, Robert Benford, y sus colaboradores. Los marcos probarían ser, para los teóricos de los procesos políticos, la manera más fácil de incorporar a la cultura dentro de sus modelos básicamente estructurales –o por lo menos de argumentar que lo estaban haciendo (algunas críticas al respecto pueden verse en Goodwin y Jasper, 2004).

El final de los noventa atestiguo tanto la cristalización definitiva del paradigma de los procesos políticos, como el incremento de su crítica. En 1996 sus defensores presentarían esta perspectiva teórica como la que define el lenguaje –reducido a conceptos generales de estructuras de oportunidad, estructuras de movilización y marcos de alineación–, necesario para contestar todas las preguntas básicas sobre los movimientos sociales (McAdam, Mccarthy y Zald, 1996). Algunos de sus defensores plantearon que el proceso político no era, en absoluto, un paradigma, presentándolo meramente como una "síntesis emergente" de hallazgos empíricos extensos (McAdam, Mccarthy y Zald, 1996: 2), al tiempo en que otros buscaban defenderlo explícitamente como un cabal paradigma (Meyer, 2004).

Las críticas teóricas apuntaban a que los supuestos de la teoría de la elección racional a menudo estaban insertos subrepticiamente en los modelos (Jasper, 1997: 33–37; Opp, 2009); a que conceptos tales como los de recursos y oportunidades políticas estaban ampliamente diseminados (Gamson y Meyer, 1996); a que el concepto de oportunidades combinaba coyunturas estratégicas de corto plazo y horizontes estructurales de largo plazo (Jasper, 2012); a que el paradigma hacía que las protestas se vieran muy fáciles y normales (Piven y cloward, 1992); a que los sesgos estructurales no permitían fijar plenamente la atención en las dinámicas culturales (Goodwin y Jasper, 2004); y a que las emociones estaban del todo ausentes (Goodwin, Jasper y Polletta, 2000). Gran parte de la crítica consistía en que esta aproximación teórica ignoraba las elecciones, los deseos y los puntos de vista de los actores: los participantes potenciales se daban por sentados y como ya dados, tan sólo esperando la oportunidad de actuar.

Algunas nuevas contribuciones empíricas fueron igualmente devastadoras. Jeff Goodwin (2012) organizó a más de cuarenta colaboradores para observar el papel de las oportunidades políticas en el surgimiento de cincuenta diversos movimientos culturales, políticos y revolucionarios. Él mismo revisó las cuatro oportunidades sobre las que McAdam (1996: 27) sostenía que existía un consenso generalizado: apertura del sistema político, inestabilidad de las alianzas de las élites, presencia de alianzas de las élites y decremento de la represión del Estado. En 19 de los cincuenta casos, ninguna de las cuatro oportunidades estuvo presente, aun con definiciones claramente liberales. En otros nueve sólo aparecería una. En los 31 casos en los cuales una o más oportunidades políticas serían relevantes, inclusive esas oportunidades a veces se contrajeron en vez de expandirse. En suma, una o más oportunidades fueron, sin duda alguna, relevantes en apenas un tercio de los casos (19 de 50). cuando Goodwin excluyó a los llamados movimientos culturales, la proporción se elevó a 19 de 43 casos.

Michael Young y yo volvimos a revisar la evidencia empírica citada en las más importantes conclusiones teóricas, con respecto a tres de los argumentos principales del paradigma de los procesos: que las redes sociales son necesarias para reclutar nuevos miembros; que las características mentales individuales no importan; y que las oportunidades políticas son necesarias para que emerja un movimiento social (Jasper y Young, 2007). Encontramos evidencias distorsionadas y también argumentaciones exageradas, de manera exactamente idéntica a los trucos retóricos y sesgos cognoscitivos que utilizan (involuntariamente, sin duda) los defensores de esas conclusiones para inflar sus paradigmas favoritos. El paradigma no sólo tuvo bajas calificaciones en la prueba de Goodwin, sino que también la evidencia utilizada originalmente para establecer el enfoque teórico fue más frágil de lo que sus proponentes pretendían.

Al enfrentarse a los ataques externos y a las debilidades internas, varios de los defensores más prominentes del paradigma, incluido Tilly, le retiraron su apoyo. Para 1998, Tarrow ya revelaba inquietudes acerca de su investigación, al incorporar a la revisión de su libro de texto más vendido agregados y "restricciones" cada vez que mencionaba las "oportunidades políticas". Mencionó la importancia de las amenazas –un proceso emocional complejo– si bien no encajaban con el resto de su esquema, y además su propia discusión acababa restándoles importancia.

Al final de los noventa McAdam, Tarrow y Tilly (ya para entonces el McTeam, como gustaban llamarse) llevaron a cabo un esfuerzo bien sustentado para repensar el paradigma del proceso político desde una perspectiva más dinámica y cultural. El principal producto fue un libro llamado Dynamics of Contention (McAdam, Tarrow y Tilly, 2001), una aguda evaluación y refutación de muchos de los trabajos previos de los mismos autores.

Dynamics... fue lo más fuerte que había en la crítica al estructuralismo reinante. Los principales defectos de esta corriente, según el McTeam (McAdam, Tarrow y Tilly, 2001: 42), eran:

1). Se enfoca en las relaciones estáticas en vez de en las dinámicas; 2). Funciona mejor cuando se centra en movimientos sociales individuales y en menor medida con respecto a episodios más amplios de lucha; 3). Su génesis, en la relativamente abierta política de los Estados Unidos de los sesenta, llevó a poner más énfasis en las oportunidades que en las amenazas, y más confianza en la expansión de recursos organizacionales que en el déficit organizacional que sufren muchos contestatarios; 4) Se enfoca desproporcionadamente a los orígenes de las luchas en vez de a sus fases finales.

El número tres era una pista falsa que se ocupaba de una versión anterior del paradigma, asociada con Mccarthy y Zald, más que de la versión desarrollada por Tilly y McAdam. Esta última versión nutría sus teorías mediante el examen de casos en los cuales las acciones colectivas eran severamente reprimidas (las primeras luchas laborales europeas y de derechos civiles en Estados Unidos). Esta es la razón por la cual las oportunidades son tan importantes. Los pequeños logros son muy significativos para quienes carecen de todo, no para quienes gozan de las grandes conquistas.

De cualquier manera, el McTeam coqueteaba con respecto a una perspectiva indefinida, estratégica y cultural. Ellos admitían que las oportunidades y amenazas deben ser reconocidas como tales por los contestatarios, aunque se quedaban cortos al admitir que éstos pueden producir sus propias oportunidades. El McTeam reconocía que el trabajo cultural continúa todo el tiempo y no se restringe a los llamados de reclutamiento (aunque desafortunadamente agrupaba todo esto bajo el rubro de "enmarcar" en lugar de distinguir los muchos mecanismos a través de los cuales los significados y las emociones se diseminan y contraponen). Finalmente, el grupo proponía examinar las acciones de todos los jugadores estratégicos en vez de ocuparse solamente de los activistas de los movimientos, así como seguir la lucha hasta sus conclusiones, en lugar de detenerse una vez que la gente se movilizara.

Mejor aún, el McTeam prometía adoptar un enfoque por medio de "mecanismos" para llegar a una explicación. Los autores proponentes usualmente presentaban esta idea como una alternativa a la teoría general. Como herramientas en una caja, se explicaban fenómenos complejos aplicando los mecanismos adecuados, según se necesitaran. Se trata de una forma ad hoc, pero realista, de dividir las complejidades de la vida social en efectos pequeños y locales, que se sumen para obtener grandes resultados. Las perspectivas estructurales casi inevitablemente presentan modelos generales, mientras que las visiones estratégicas permiten una complejidad indefinida y muchas sorpresas. De modo que una perspectiva de mecanismos estratégicos tendría que haber ayudado al McTeam a forjar una nueva forma de pensamiento sobre la acción colectiva.

Ellos no lo lograron, porque no dieron realmente el salto de una perspectiva estructural a una estratégica (Jasper, 2012). En su carrera hacia un modelo más dinámico, McAdam, Tarrow y Tilly no se tomaron el tiempo de describir los bloques de construcción del nivel micro, sino que simplemente adoptaron el modelo estático y agitaron sobre él una varita mágica: "que este modelo se haga dinámico". Un enfoque más paciente, pero más promisorio en el largo plazo, hubiera sido mirar las pequeñas piezas de la interacción estratégica, muchas de ellas psicosociológicas y hasta psicológicas: estados de ánimo, emociones automáticas, lealtades afectivas, compromisos morales, heurística de toma de decisiones, formación de identidad, memorias, sentimientos de eficacia y control, satanizaciones, escalamientos, etcétera. Esta falta de atención es sorprendente, dado que muchos de los componentes necesarios ya habían sido descritos por psicólogos cognoscitivos, economistas behavioristas, analistas del discurso, sociólogos organizacionales y otros.

El lenguaje del McTeam continuó reflejando fantasías estructurales. El grupo adoptó un enfoque "relacional", por ejemplo, por medio del cual evadía un individualismo metodológico que definía la importancia de ver a la realidad como algo que existe dentro de las mentes de los individuos (ignorándose la posibilidad de sentido común de que las mentes de los individuos estén formadas a través de interacciones sociales, pero que luego tengan una realidad independiente de esas interacciones, en particular arrastrando experiencias pasadas junto con recuerdos, creencias, etcétera). Ahora bien, las relaciones difieren de las interacciones. Las relaciones ya están estructuradas y funcionando y las interacciones tienen lugar en medio de esas relaciones. Una perspectiva más estratégica examinaría las interacciones primero, como prioridad, y entonces tal vez trabajaría hacia atrás, para visualizar lo que los actores aportan a esas interacciones, sin asumir que exista una relación con la cual empezar a trabajar. Dado que el McTeam se refería (McAdam, Tarrow y Tilly, 2001: 26) a mecanismos relacionales, que "alteran las conexiones entre la gente, los grupos y las redes interpersonales", ¿por qué no pensar en actores que hacen cosas a y con los otros, en lugar de verlos como actores que reestructuran relaciones que después afectan lo que hacen?; ¿qué son las relaciones, más allá de interacciones o creencias y sentimientos hacia los otros?; ¿en qué nos puede ayudar el término, además de lanzar un embrujo estructural sobre nosotros? 3

Más aún, en vez de utilizar mecanismos para repensar estructuras, el McTeam inadvertidamente presentó una interpretación estructural de esos mecanismos. Normalmente, los analistas encuentran sus mecanismos bajando a un nivel "inferior" de la realidad, un nivel menos controvertido (desde la perspectiva del analista). El análisis institucional pudiera convertirse en mecanismos psicológicos individuales –el más común y exitoso uso de aproximación por mecanismos (por ejemplo: Hedstrõm y Swed–berg, 1998; Elster, 1999). Estos micro cimientos nos preservan honestos al forzarnos a ser concretos, evitando metáforas tales como las de estructura, poder y movimiento.

Los mecanismos del McTeam eran una maleta robada de ideas de diversos niveles. Como Rudd Koopmans y otros se han quejado al respecto, muchos de esos mecanismos no parecían ser variables independientes, sino que se apreciaron sospechosamente como la clase de cosas que estábamos tratando de explicar desde un principio.4 Uno de los mecanismos favoritos del McTeam, la intermediación, era un proceso complejo mediante el cual los actores colectivos negocian entre ellos. Aunque en él la circularidad se presenta de forma furtiva porque la intermediación está definida pobremente y es difícil reconocerla, excepto cuando es exitosa. Y por si los mecanismos no estuvieran lo suficientemente mal planteados, el McTeam añadía los "procesos", los cuales son combinaciones y secuencias de mecanismos que están aún más cercanos a los acontecimientos que deseamos explicar.

En Dynamics... (McAdams, Tarrow y Tilly, 2001: 127), los mecanismos eran usados para complicar las rutas causales, no para hacerlas comprensibles: "Las trayectorias y los resultados de episodios enteros (concatenaciones de mecanismos) difieren debido a las condiciones iniciales, secuencias y combinaciones de mecanismos mezclados para producir efectos globales variables". En lugar de reconocer que los actores estratégicos tienen verdaderas opciones, las cuales convierten nuestros modelos en indeterminados, los autores implicaban –de una manera estructural clásica– que si nosotros tuviéramos el juego completo de variables podríamos hacerlas encajar en una explicación general completa.

La razón por la cual los mecanismos del McTeam diferían de los de uso común consiste en que ellos adoptaron la versión de Robert Merton (1957), la cual hace de los mecanismos una forma de teoría de alcance medio; no una gran teoría, pero sí una teoría general (Merton también acuñó el término "estructuras de oportunidad" como una teoría de alcance medio). Aparentemente, la antipatía de Tilly hacia Talcott Parsons, cuando se conocieron en la escuela de graduados de Harvard (Tilly trabajó en cambio con todos los oponentes intelectuales de Parsons), lo llevó a favorecer al otro sociólogo estadounidense dominante de los años cincuenta.

El McTeam permaneció ciego ante los significados culturales y las ricas emociones de la acción estratégica. Reemplazó el armazón con el más amplio, pero también más vago, término de "construcción social", el cual aunque se encarga de este trabajo de construcción permanece en la confusión. El grupo habla de "interpretación colectiva", pero el pensamiento no es exactamente colectivo (no hay una mente colectiva que lo haga). No aplica sus ideas acerca de realizar demandas a y construir relaciones en las dinámicas internas de los actores. La creación de una identidad colectiva o de un diagnóstico compartido de los sucesos no es un tema menor; es frecuentemente tan conflictivo como las relaciones externas de un grupo (Polletta, 2002). Para la mayor parte de sus estudios, los autores del McTeam simplemente tenían poco que decir acerca de las emociones y los significados.

En general, su deificación de los actores colectivos también cegó al McTeam del papel que las facciones y los individuos pueden jugar y en realidad juegan en los combates estratégicos. Los procesos mediante los cuales los actores complejos se unen (o no) ofrecen ricas vetas para ocupar a sociólogos y antropólogos. Es inusual para una identidad colectiva convencer a todos los que hayan caído dentro de ella. Algunos se sienten más cómodos con la etiqueta que sin ella. Las facciones no se ponen de acuerdo sobre los intereses de la colectividad y en cuáles medios son los apropiados para alcanzarlos. Los individuos abandonan al grupo (en parte o completamente) para perseguir sus propias metas, junto con o en lugar de las colectivas (Jasper, 2006).

Las materias primas para una más rica visión estratégica a menudo aparecen desaprovechadas en Dynamics. En la discusión que se hace en el libro acerca de la revuelta Mau Mau en Kenya, la importancia de Jomo Kenyatta es patente. Se produjo una espiral simbólica en la cual los rebeldes ganaron apoyo después de que Kenyatta y otros fueron arrestados arbitrariamente en 1952. El gobierno colonial fortaleció su reputación al acusarlo de "dirigir a los Mau Mau, una sociedad secreta que buscaba forzar al dominio británico y a los asentamientos y granjas de los blancos a salir de Kenya".5 Los dos lados casi conspiraron juntos para hacer de Kenyatta una figura central. El McTeam, al igual que la tradición de oportunidad política de donde provenía, no concedía un lugar a esas complejas reacciones emocionales frente a la represión.

Tilly aplicó una nueva aproximación a la violencia colectiva (2003: 79), aunque su formulación refleja la misma tensión entre la teoría general y los mecanismos. Él rechaza la primera, pero espera que los mecanismos eventualmente se sumen a un equivalente: "Las explicaciones que estamos buscando no toman la forma de leyes generales para la violencia colectiva como un todo, o incluso de leyes particulares que gobiernen un tipo de violencia u otro". En cambio, nosotros "buscamos los mecanismos y procesos causales recurrentes que ocasionaron la variación en el carácter y la intensidad de la violencia colectiva". Esta última declaración contradice la anterior, pues Tilly no queda contento con identificar mecanismos (una selección diferente de los que podrán extraerse de las herramientas conceptuales para explicar un caso particular), sino que espera ver cómo todos ellos encajan juntos en un estilo multivariable, con el fin de explicar el universo de la violencia colectiva. Su propósito es todavía una explicación general de la violencia colectiva.

Ampliar nuestra materia de estudio tanto como lo ha hecho la teoría de juegos nos forzaría a repensar nuestro enfoque desde las bases hacia arriba, en lugar de meternos a hurtadillas en nuestros procesos estructurales favoritos, asignándoles nuevos nombres. "Estrategia", como lo aprendimos de Foucault, es un mejor título para la contienda que "políticas". El McTeam no realizó el trabajo duro de un verdadero replanteamiento, juntando la cultura y la estrategia de manera social, lo cual se opone al estilo formal de la teoría de juegos. Debemos aplaudirle que haya mostrado el camino hacia la estrategia, pero la ruta estructural corregida que nos ofrece no nos llevará ahí. El paso que el grupo esperaba que se abriera resultó ser un camino cerrado.

Al final de su vida, Tilly (2003, 2008) estuvo tratando de encontrar un lugar más extenso para la cultura en su teoría, pero principalmente convirtiéndola en un efecto de la estructura (2005). Y su esfuerzo por añadir una dimensión dinámica (Tilly, 2008) no llegó más allá de la alternancia entre campañas y contextos políticos, los cuales se afectaban entre sí en la medida en que aparecían en escena. Aún necesitamos una teoría de la acción que tenga un sitio para la estrategia, la cultura y las emociones.

 

TECNOCRACIA E HISTORICIDAD

Mientras que Tilly y otros estaban forjando la movilización y la aproximación a la teoría de la oportunidad política en Estados Unidos, Alain Touraine se encontraba luchando por entender el rumbo postindustrial en Francia. Irónicamente, Tilly se inspiró fuertemente en la historia laboral de Francia para su modelo primario, mientras que Touraine se inspiró principalmente en los movimientos de los años sesenta, originados especialmente en los Estados Unidos de América. Después de 1968, habiendo formulado el concepto de la sociedad programada en la cual los humanos controlan sus destinos (o su "historicidad": el ritmo y la dirección del cambio) a un grado sin precedentes (Touraine, 1969 y 1973), Touraine empezó a investigar una serie de movimientos sociales por medio de las "intervenciones sociológicas" (Touraine, 1978; Cousin y Rui, 2010). Él y su equipo de investigadores invitaron a un número de participantes a una serie de reuniones enfocadas a la investigación de las metas, la identidad, los oponentes y las facciones de los movimientos. Los oponentes de los movimientos fueron invitados a ciertas reuniones para confrontar a los miembros de los mismos. En una sorprendente explosión investigadora, Touraine recreó en un cierto tipo de experimento de laboratorio los problemas que una serie de movimientos y sus líderes habían enfrentado (Touraine et al., 1980, 1982 y 1984).

El clímax de cada intervención llegó cuando Touraine confrontó al grupo con sus propias hipótesis acerca de su significado histórico: que su propósito "real" era un esfuerzo de amplias bases, con el fin de oponerse a los tecnócratas del gobierno y a los empresarios, quienes iniciaron y dirigieron principalmente el cambio social. Los movimientos antinuclear, feminista, estudiantil y otros en Francia, junto con Solidaridad de Polonia, serían diferentes facetas de un movimiento antitecnocrático subyacente, luchando por emerger, el cual ha asumido el mismo papel –de conflicto central– en la sociedad postindustrial que el movimiento laboral había ocupado en la sociedad industrial. Sin embargo había un problema: Touraine no fue capaz de convencer a esos movimientos de su significado real. Ellos insistieron en sus propios propósitos. Como los marxistas antes que él, Touraine parecía pensar que conocía las metas de los participantes mejor que los participantes mismos.

En 1985 entrevisté a varios de los activistas antinucleares que participaron en el experimento de Touraine y me di cuenta de que el mencionado experimento de laboratorio "congeló" los movimientos en un momento particular. Cada participante sabía que estaba ahí para jugar un papel específico; para representar una facción distinta del movimiento. Ellos no podían crecer más allá del movimiento y su contexto social en los diálogos con Touraine, o entre ellos y sus oponentes. A diferencia de en el movimiento verdadero, aquí dejaron de ser sujetos y actores genuinos de aquél.

Como resultado de esos rechazos, Touraine abandonó en parte el proyecto de juzgar al movimiento social que continuaba con la lucha sobre la historicidad en la sociedad postindustrial. Su humor se volvió más pesimista en la medida en que los movimientos que estudió se perdieron, en su mayoría, en sus propios esfuerzos por controlar el cambio social, especialmente con respecto a las grandes empresas (Touraine, 1997). Desde la elección de Margaret Thatcher y Ronald Reagan la historia ha tomado una nueva dirección. "Durante los últimos veinte años, la idea de una sociedad postindustrial ha desaparecido debido a que el cambio más importante resultó ser no una transformación estructural, sino la victoria de una nueva clase de capitalismo" (Touraine, 1998b: 207). En un proceso de "desmodernización", la sociedad –entendida como un sistema unificado– se había desarticulado.

La sociología, que tradicionalmente buscó la unidad y el orden subyacente, debe ahora cambiar:

En vez de ver a la sociedad como la matriz del comportamiento colectivo y personal, como si los papeles fueran definidos únicamente por el estatus, las formas de autoridad, las normas y los valores, debemos considerar a la sociedad como un lugar de combinación y conflicto entre acción estratégica e identidad [...]. Tal es la gran transformación de la sociología, que ha permanecido por mucho tiempo como el estudio de la estructura y los procesos de los sistemas sociales y ahora crecientemente cambia hacia el estudio de los actores sociales, sus condiciones de existencia e iniciativas (Touraine, 1998a: 178).

La acción no reside más en algún actor colectivo que surgirá para dirigir la "historicidad" al nivel de un sistema social, sino en los esfuerzos de la gente común para expandir y proteger sus propias individualidades –lo que Touraine (1997) denomina el sujeto. Vehementemente rechaza al hombre económico interesado en sí mismo, con tradiciones de elección racional, pero también al ser humano sobresocializado de la sociología tradicional. Touraine ahora pone el énfasis en la dimensión ética, centrada sobre todo en la autonomía individual, en vez de en el conflicto social estructurado. Ahora bien, ¿quiénes son esas personas?; ¿qué quieren? Touraine apunta la necesidad de nuevas micro escuelas de la sociología, pero su preocupación primaria –mostrar las condiciones estructurales que hacen que las necesitemos– le impide establecerlas. Los humanos son iguales y diferentes, una situación que inevitablemente despierta –me parece– acciones estratégicas. Si sus metas son individuales o colectivas, o con mayor seguridad algunas complejas y siempre cambiantes combinaciones entre las dos, es una pregunta abierta.

Para expresar las ideas de Touraine acerca de los movimientos de las sociedades programadas, Alberto Melucci ayudó a promulgar el término "nuevos movimientos sociales", los cuales "desviaban su enfoque de clase, raza y otros temas políticos más tradicionales hacia los terrenos culturales". Estos movimientos están más preocupados por desafiar los códigos dominantes que por obtener el poder político: "Las dimensiones cruciales de la vida diaria (tiempo, espacio, relaciones interpersonales, identidad personal y de grupo) han sido incorporadas en estos conflictos y nuevos actores han reclamado su autonomía para darle sentido a sus vidas".

Melucci se arrepintió posteriormente de este término, dados los malos entendidos y debates errados que inspiró. Los movimientos europeos y estadounidenses de los años setenta y ochenta no eran enteramente nuevos, especialmente en sus tácticas, ni estaban necesariamente más orientados hacia el sentido cultural que lo que lo había estado el movimiento laboral, especialmente en sus comienzos. Los debates sobre aquello que era nuevo y era viejo, por sí solos, tenían el saludable efecto de inspirar la investigación dentro de las dimensiones culturales de los movimientos previos, así como de los nuevos.

El intento principal de Melucci fue promover los puntos de vista culturales de los movimientos sociales, conceptos a los que podríamos introducirnos para apreciar los puntos de vista de los participantes. La identidad era el mecanismo retórico central de Challenging Codes (Melucci, 1996a). Sin embargo, Melucci (1995: 792) conservó un lugar para la estrategia: "La acción tiene que ser vista como un juego interno de metas, recursos y obstáculos, como una orientación con un propósito definido, la cual se prepara dentro de un sistema de oportunidades y limitaciones".

No obstante, aún faltaba algo en el nivel de lo psicológico. Ello aparece en las discusiones de Melucci sobre las relaciones entre los líderes de los movimientos y sus seguidores, cuando cae en el lenguaje de los intercambios, los costos y los beneficios. Él mismo nunca nos dice lo suficiente para indicarnos si quiere referirse a este tema en un nivel vago y circular, o en otro nivel mensurable de oficios materiales –porque él mismo no se inserta realmente en la compleja psicología del liderazgo. Ello tal vez lo llevaría al carisma, un concepto actualmente fuera de moda, así como a considerar el rango de las emociones, también fuera de moda. Incluso Melucci, más armónico con las dinámicas psicológicas y de psicología social que la mayoría de los autores (por ejemplo, Melucci, 1996b), tenía micro fundamentos muy débiles. En mi opinión, lo anterior demuestra que la aproximación de Touraine, si bien otorgaba un lugar central lógico para la identidad (Cohen, 1985), todavía operaba en un nivel macrosocial que desalentaba la revisión seria de los mecanismos microsociales, algo muy parecido a las limitaciones de la escuela de la oportunidad política (esto no es sorprendente, dada la deuda que ambas propuestas tienen con el marxismo).

Es obviamente posible construir modelos estructurales que ignoren los micro fundamentos de la acción política, pero éstos son precarios. Los modelos de nivel macro debieran ser compatibles con las motivaciones y otros fenómenos de nivel micro. Sin embargo, si los micro fundamentos no se hacen explícitos no pueden probarse y los macro modelos regularmente se ven sorprendidos o problematizados. A menudo, las micro suposiciones se introducen subrepticiamente dentro de modelos que los profesionales no aceptarían si fueran hechas explícitas. Parece preferible comenzar con micro fundamentos, ya que siempre es posible construir el nivel macro. Aunque si empiezas en el nivel macro y tratas de construir hacia abajo, solamente estarás deduciendo suposiciones desde tu propio punto de partida.

Kevin McDonald, alumno de Alain Touraine, ha adoptado este enfoque de abajo hacia arriba. Él rechaza (como los pospuestos desde el siglo XIX) los modelos de movimientos sociales que sean demasiado instrumentales o demasiado expresivos; en eso los dos coinciden en que el propósito es representar alguna clase de individuos. McDonald (2006: 218) parte del cuerpo, en lugar de hacerlo a partir de los símbolos:

Para experimentar la belleza, la grandeza o la pena, debemos abrirnos a algo que nos esté sucediendo; nos tenemos que hacer vulnerables. Esta no es una forma de fusión dentro de una expresión colectiva o un reclamo de que nuestra identidad sea reconocida. En vez de ello, se trata de una dimensión de la subjetivación: cómo llegamos a ser un ente que pueda abrirse a la experiencia de otros.

McDonald encuentra en la música y en el ritmo ejemplos de agentes incorporados que no son simbólicos o representativos. Las emociones lo hubiesen llevado hasta la misma ruta teórica, como lo hizo la consideración del cuerpo, sin forzarlo a exagerar el contraste entre los cuerpos y sus pensamientos.

Geoffrey Pleyers (2010: 44) –al igual que McDonald es miembro internacional del Centro de Análisis y de Intervención Sociológicos (Cadis), el instituto que fundó Touraine– examina de un modo similar los "caminos de la subjetividad" en el movimiento globalifóbico. "Las experiencias vividas", sostiene, utilizando un término que cumple con la misma función que el de corporización de McDonald, "no pueden ser delegadas", así que los participantes desconfían de las organizaciones formales y de las jerarquías. Ellos buscan la alegría de sus protestas, a menudo en un ambiente de carnaval. Este es el ánimo especial de los nuevos movimientos sociales, que son juguetones y prefigurativos (Breines, 1982; Epstein, 1991). Sin embargo, Pleyers continúa mostrando la tensión entre la vía de la subjetividad y la "vía de la racionalidad", un reconocimiento de que la experimentación debe usarse para contraponerse a la retórica experta, desplegada por el capitalismo. Pleyers es fiel a la línea de Touraine (quien escribe el prefacio de su libro de 2010), encontrando en el movimiento globalifóbico un gran esfuerzo por controlar la historicidad que combate a la tecnocracia de Estados y de empresas. En el comienzo de la crisis financiera de 2007, generada en parte por la desregulación impulsada por los dirigentes del gobierno de los Estados Unidos, este análisis recuperó plausibilidad.

Touraine, Melucci, McDonald y Pleyers han estado tratando de encontrar los micro fundamentos de la acción que faltaban en los primeros trabajos de Touraine. Ni McDonald ni Pleyers incluyen explícitamente a las emociones, pero sus experiencias corporales y vividas apuntan en esa dirección. Las emociones son una parte esencial de la acción; ellas evitan una visión idealista de símbolos e ideas que dirija a la gente y son las que la conducen hacia la movilización o en su contra. Ahora bien, ¿qué hay de la aproximación que ha definido por largo tiempo el micro nivel primario de la teoría de la acción humana, la teoría de las decisiones racionales?

 

LOS MICRO FUNDAMENTOS EQUIVOCADOS

Un año después de que Tilly publicara su libro sobre la Vendée (Tilly, 1964), que comenzó a definir la perspectiva de la oportunidad política, Mancur Olson publicó un pequeño volumen llamado La lógica de la acción colectiva, que aplicaba los supuestos de la microeconomía a la acción colectiva. Los actores racionales participan en sindicatos, movimientos sociales y revoluciones –cualquier clase de acción colectiva– sólo si ganan personalmente algo que no obtendrían por no participar. En ausencia de estos "incentivos selectivos", los individuos racionales escogen actuar libremente, rechazando participar pero disfrutando de cualquier beneficio colectivo obtenido. Solamente en los grupos pequeños, donde los miembros pueden monitorearse mutuamente y tienen pena de no contribuir, la gente participará.

Olson (1965: 61) es famoso por reconocer los factores morales y los emocionales, tan sólo para excluirlos posteriormente de su modelo basado en el hecho de que "no es posible obtener pruebas empíricas de la motivación tras las acciones de una persona". Por supuesto, ello es tan imposible como obtener pruebas de que alguien está motivado por el interés propio. Los neurocientíficos investigan actualmente las partes del cerebro que se activan al realizarse acciones altruistas o de interés personal. Olson enturbiaría más adelante las aguas al insistir, sin evidencias (pero sonando mucho como Tilly), que la mayoría de los grupos de presión organizados "trabajan explícitamente para obtener ganancias en beneficio de ellos mismos; no ganancias para otros grupos". Finalmente, en el mismo notable pie de nota admitiría que los grupos afectivos –sus ejemplos son las familias y los amigos– están probablemente mejor estudiados por otros modelos que por el suyo propio. Dado que un grupo de protesta tiene lazos afectivos, como los tiene la mayoría, el modelo de Olson es inadecuado.

En la generación desde la cual Olson escribió hubo una ola de teoría e investigación sobre la racionalidad de quienes protestan, reflejando con ello la expansión de la decisión racional y la teoría de juegos, especialmente en la ciencia política. Gran parte de esta circunstancia se ha desarrollado en las "soluciones al problema del libre albedrío" de Olson. Mark Lichbach (1995) ofrece más de dos docenas de esas soluciones, las cuales acumula en nada menos que una guía sobre cómo hacerlo destinada a los activistas.

En un nuevo trabajo Karl–Dieter Opp (2009) presenta el paradigma de la elección racional como la única aproximación a los movimientos sociales que cuenta con una teoría general y explícita de la acción. Diseccionando concienzudamente otras tradiciones, Opp muestra que ellas sólo tienen sentido cuando se adiciona una teoría de la acción de nivel micro, la cual está ya implícita. En la mayoría de los casos Opp encuentra que la teoría es una versión de la elección racional. Llega a esta conclusión definiendo a la elección racional muy ampliamente (Opp, 2009: 2–3) y apuntando que "las preferencias (es decir, las metas, motivaciones o deseos) de los actores individuales son condición para su comportamiento". En otras palabras, la acción está orientada hacia metas, "el comportamiento depende de las restricciones o de su equivalente, las oportunidades de comportamiento a las que se enfrenta el individuo"; y "los individuos eligen entre las alternativas de comportamiento abiertas frente a ellos para maximizar sus utilidades". Opp continúa adoptando una "amplia versión" de este modelo que no implica información completa, cálculos explícitos o percepciones correctas. Añade que la gente puede satisfacer en vez de maximizar: las personas "hacen lo que consideran es mejor para ellas y no lo que objetivamente (es decir, desde el punto de vista de una omnisciente tercera persona) ofrece los mayores beneficios posibles".

Si la gente hace lo que ella piensa que es mejor en ese momento, eso abre la puerta a toda clase de dinámicas interpretativas y emocionales que le dan forma a sus percepciones e incentivos. Opp no nos dice mucho acerca de ello, especialmente acerca de las emociones, probablemente porque no parecen ellas ser lo suficientemente rigurosas como para formularse dentro de proposiciones que suenen científicas y que los teóricos de la decisión racional han favorecido (véase Elster, 1999). Este autor es capaz de incorporar a la identidad colectiva y a los procesos cognoscitivos dentro de su modelo, en un esfuerzo por superar los límites materiales y culturales de la Tabla 1.

La teoría de la acción de Opp no requiere que la gente sea egoísta o brillante, pero sí la retrata como altamente conocedora, consciente de sus metas y capaz de definirlas y balancearlas. Si las emociones son medios para procesar la información, es decir, pensamiento (y tal vez pensamiento inconsciente o semiconsciente), Opp no nos ofrece suficientes vías para tomarlas en cuenta. En la medida en que expande la teoría de la elección racional para incorporar muchos incentivos, más allá de los intereses materiales objetivos (la extensión contra la cual nos previno Olson), él la hace poco interesante y desinformadora también.

Una teoría completamente general nos dice poco; Opp clausura rutas de investigación que en el largo plazo podrían darnos imágenes de la acción más fructíferas.

 

HACIA EL SIGNIFICADO

Inevitablemente, el péndulo intelectual se ha alejado de los grandes paradigmas estructurales e históricos y ha regresado a la creatividad y a la agencia; a la cultura y el significado; a la emoción y la moralidad –el universo que Tilly rechazó como fenomenología. La acción como opuesta a la estructura. Las pequeñas cosas como opuestas a las grandes (Goldfarb, 2006). Sin embargo, un péndulo no regresa exactamente al mismo lugar con cada balanceo. En lugar de un regreso a la gran fenomenología de Husserl o de Merleau Ponty, la ruta es ahora colocar firmemente al significado y a la intención en contextos sociales, en arenas institucionales, en redes sociales y en formas de interacción que los estructuralistas consideraban importantes. Teóricos como Touraine, Giddens, Bourdieu y Habermas persiguieron tales síntesis –con mayor o menor éxito– en los setenta y los ochenta; y una década después los efectos de la ola empezaron a aparecer en el estudio de los movimientos sociales.

Las teorías culturales fueron los primeros, y muy a menudo confusos, esfuerzos por romper con los paradigmas organizacionales y estructurales. Snow, Benford y sus colaboradores (comenzando por Snow et al., 1986) ofrecieron procesos de enmarcamiento como una forma de visualizar a los significados en acción, del mismo modo que los conferencistas intentaron persuadir a sus audiencias de sus diagnósticos. Las identidades colectivas serían el siguiente gran concepto cultural (Melucci, 1996a), fructíferamente teorizadas en los noventa, especialmente por una generación de activistas académicos homosexuales, cuyos debates, multiplicados por bipartición, ayudaron a definir a la familia de movimientos de protesta lésbico–gay–bisexual–transgénero–gueef; LGBTQ (entre ellos, J. Gamson, 1995; y Taylor & Whittier, 1992). Después del cambio de milenio, la narrativa se convirtió en un concepto popular, a menudo como una reafirmación de lo estructurado, constriñendo la naturaleza de las voluntades, y basándose en lenguajes, textos y códigos como el modelo de la cultura (Davis, 2002; Polletta, 2006). Aunque mi propio esfuerzo en pro de sintetizar los enfoques culturales (Jasper, 1997 y 2007) incluyó a las emociones –yo defino a la cultura como conocimiento, emoción y moralidad– la mayoría de los trabajos culturales no lo hizo así.

 

PRAGMATISMO

La renovada apreciación de la filosofía del pragmatismo y la sociológica Escuela de Chicago han ofrecido una herencia teórica para facilitar los intentos paralelos de repensar la acción, las intenciones y las emociones. En un esfuerzo magistral, Daniel Cefaï (2007) desenterró la herencia de Chicago de Robert Park y sus continuadores intelectuales, escudriñando a través de diversas literaturas, desde los rumores y las modas y el innovador trabajo de Quarantelli acerca de los desastres naturales, hasta las investigaciones sobre los disturbios en Estados Unidos durante los sesenta. Cefaï muestra el poder de la idea parkiana de públicos, como opuesta a las más fácilmente descartables de multitud y de masas. También estudia una tradición de Chicago a través de las investigaciones de Klapp y Gusfield, que conforman un punto de vista construccionista que si bien fue impopular, nunca fue totalmente abandonado durante la era del estructuralismo (véase también Turner y Killian, 1957). Rechazando la idea de que las multitudes son irracionales, Cefaï muestra que gran parte del "comportamiento colectivo" ocurre en y alrededor de los movimientos sociales. Este autor combina el legado de Chicago con los enfoques de la oportunidad política y de la sociedad programada, y accede hasta los últimos días de la obra del representante de Chicago, Erving Goffman. En Tilly y Touraine encuentra una comprensión inadecuada de la intención, un hueco que él llena con conceptos que persiguen asir la creación práctica del significado: discursos, códigos, límites morales, identidades colectivas, emociones, rituales, etcétera, incluyendo un intrigante alegato en pro de conceder una mayor atención a la influencia de la ley.

Cefaï logra un acierto metodológico también cuando presenta a la etnografía como el camino más seguro para entender las situaciones en las que los humanos trabajan y retrabajan su concepción del mundo que los rodea. Necesitamos construir más allá de las situaciones cara–a–cara que preocuparon a Goffman, pero nuestro punto de partida debieran ser las cosas pequeñas, las interacciones donde comienzan los significados y las intenciones. La historia intelectual de Cefaï genera un número de mecanismos útiles en el nivel micro, así como también aclara el camino para una posterior elaboración de conceptos llenos de significados culturales y emocionales (resulta menos útil para la toma de decisiones estratégicas, las cuales tiende a considerar como un aspecto del paradigma estructural).6

En Estados Unidos, Mustafá Emirbayer ha seguido un camino paralelo, de vuelta al pragmatismo. Llamando a su versión "pragmática relacional", sigue a Dewey al atacar las teorías "de la interacción", las cuales asumen que las entidades interactuantes permanecen estables a través de las interacciones. En vez de ello, él insiste en que "las unidades involucradas en una transacción derivan su intención, significado e identidad de los [cambiantes] roles funcionales que operan dentro de la transacción". Prometedoramente, reestructura en un aparente lenguaje estratégico varios conceptos sociológicos prominentes; por ejemplo, la inequidad, la cual "proviene en gran medida de las soluciones que los actores de la élite y de los que no pertenecen a ella improvisan de cara a los problemas organizacionales recurrentes [...]. Estas soluciones, que involucran la implementación de distinciones categóricas difamatorias, asemejan 'movimientos' en un juego, o mejor aún, intentan cambiar las reglas del juego" (Emir–bayer, 1997: 287 y 292). Emirbayer ha aplicado esta aproximación relacional a la actuación y a las emociones de la acción colectiva, encontrando en el análisis de redes un método prometedor para examinar las relaciones sin tener que descubrir las ligas entre las entidades que se relacionan entre sí (Emirbayer y Goodwin, 1994; Emirbayer y Mische, 1998; Emirbayer y Goldberg, 2005).

El proyecto de Emirbayer es como el último de Tilly, al cual cita aprobándolo. En éste, las metas y los significados tienden a desaparecer dentro del sistema de relaciones. Emirbayer parece impugnar lo que queda del homo oeconomicus, con sus individuos no socializados que muestran preferencias definidas antes de comprometerse con otras, una metáfora que muchos economistas han superado ya (Bowles y Gintis, 2011). Los sociólogos, desde Durkheim, acerca de quien Emirbayer ha escrito en otras ocasiones, han reaccionado a la economía con su propia caricatura sobresocializada de la naturaleza humana. Debemos continuar buscando un balance en el cual los individuos, si bien se pueden mover de un escenario social a otro diferente, incluso crean escenarios con sus propios proyectos que tienen en mente. Ellos se involucran en relaciones de muchos tipos, pero algo también se precipita fuera de esas relaciones: lo que podemos llamar la biografía individual, la cual ejerce su propia influencia (Chodorow, 1999). Los individuos persiguen una variedad de metas a través de sus interacciones; no todas son fácilmente predecibles desde el escenario vigente o desde las relaciones que los individuos tienen con otros.

 

FEMINISMO Y GIRO HOMOSEXUAL

Estos esfuerzos han reconfigurado en algo el paisaje cubierto por las teorías feministas de los movimientos sociales durante las últimas dos décadas. Los estudiosos del feminismo, al examinar a menudo el movimiento de las mujeres, han investigado procesos culturales, emociones e interacciones de nivel micro. Los debates internos y las fisuras del movimiento feminista probaron ser especialmente fructíferos para comprender las identidades colectivas (por ejemplo, Nicholson, 1990; Taylor y Whittier, 1992; Whittier, 1995).

Las interacciones entre opresor y oprimido son especialmente íntimas en el caso del género, en contraste con las interacciones de clase en el lugar de trabajo o las relativas a la segregación de casta o de raza. Así, el género debe basarse en procesos culturales tales como la internalización de las ideas dominantes (la socialización dentro de los roles de género –incluyendo las atracciones sexuales– también parece más completa y en una etapa anterior que aquéllas de clase, raza y etnicidad). Mucho de la teorización del construccionismo cultural proviene de feministas, de Simone de Beauvoir a Judith Butler; además, el feminismo sería una fuente para el redescubrimiento inicial de las emociones en los movimientos sociales de mediados de los noventa (Kleinman, 1996; Taylor, 1996; Groves, 1996). En contraste con el "manifiesto" de Emirbayer, nadie ha llevado estas piezas de feminismo y homosexualidad hasta un programa coherente o una "gran teoría" que se pueda emplear aquí como representativa de esta tradición. La modestia de estos estudiosos ayudará a otros a tomar prestados sus mecanismos.

En Estados Unidos, después de que el movimiento feminista se fragmentó en grietas de clase, raza y especialmente de preferencia sexual, un agrupamiento más vivo de los movimientos lgbtq emergió del desastre. Dado un especial impulso debido a los grupos relacionados con el sida y con la aids Coalition to Unleash Power (act up), un gran número de estudiosos del homosexualismo basaron posteriormente sus estudios en temas de identidad colectiva (muchos recabados en Seidman, 1996; y Blasius, 2001). Josh Gamson (1995), por ejemplo, apuntó al dilema estratégico clave de los grupos estigmatizados: la misma identidad que el movimiento ataca es la base para su reclutamiento. Es una "ficción necesaria". Eventualmente, el cambio hacia el homosexualismo nos ayudará a comprender las dinámicas emocionales en el crecimiento y la caída de los movimientos sociales (Gould, 2009).

 

LA CHAT

Si el pragmatismo representa un enfoque bastante estadounidense, que apela a los liberales en varios sentidos del término, entonces los marxistas y postmarxistas han recurrido a la teoría de la actividad de la era soviética para lograr muchas de las mismas metas. Arraigada especialmente en la psicología de los veinte y los treinta, entre figuras como Vygotsky (1978), Leontyev (1981) y Luria (1976), la teoría de la actividad apunta a balancear las acciones realizadas por los individuos y los contextos sociales en los que ellos las realizan, poniendo igual atención sobre ambos aspectos. Existe también una gran conciencia en relación con los símbolos culturales y otras herramientas que permiten esta acción, así como sobre los propósitos y metas de la gente y acerca de las formas en las que las personas aprenden a hacer las cosas. La aproximación es muy cercana a los manuscritos humanísticos de Marx de 1884. El teórico literario Mikhail Bakhtin, un compañero de viaje, ha inspirado algunos trabajos sobre los movimientos sociales, como la investigación de Steinberg (1999) acerca del discurso de las tejedoras.

Krinsky y Barker (2009: 213; y también Krinsky, 2007) han aplicado explícitamente la teoría de la actividad (o chat por sus siglas en inglés: Cultural–Historical Activity Theory, Teoría de la Actividad Histórico–Cultural) para proponer: "La teoría chat sugiere visualizar a la estrategia como algo que envuelve a y emerge de un proceso permeado de cultura y cargado de emociones, que implica actividad a futuro, orientada a metas dentro y entre sistemas de actividad conjunta". Estos autores reconocen con provecho que cada elección estratégica restringe futuras elecciones. Considerando esto podemos identificar bifurcaciones en la interacción estratégica y como resultado podemos reconocer sus puntos de quiebre: que los tomadores de decisiones importan enormemente; que la acción implica emoción e interpretación; y que interactuamos a través de pronunciamientos que son bloques de construcción del diálogo.

Sin embargo, la historia de la teoría chat impone algunos límites potenciales. Su elaboración como una teoría del aprendizaje en el ámbito de la educación la conduce hacia extraños paralelismos entre actores individuales y de grupo, de manera que las interacciones estratégicas son descritas en ella como "de desarrollo". Y sus raíces marxistas requieren de ideas tales como las de "inmanencia" y "totalidad" que, a diferencia de la mayoría de las entidades teóricas, sólo pueden ser inferidas y no observadas (la inmanencia es un potencial de la actividad para la autotransformación, algo que podemos suponer únicamente, pienso yo, si tenemos una Gran Teoría de la Historia).

Finalmente, debido a sus componentes estructurales, la chat es una teoría de la actividad (de grupos) y no de la acción (de individuos). "Para que las acciones humanas tengan sentido", afirman Krinsky y Barker (2009: 216), necesitamos localizarlas dentro de las actividades más grandes de las que forman parte". Si la acción humana no tiene significado a menos que o hasta que se encuentre alineada con una acción colectiva, entonces perdemos parte de nuestra habilidad para observar al mismo tiempo las acciones individuales extrañas al grupo, o para entender las maneras en que las acciones pueden perseguir metas individuales y colectivas. Necesitamos una teoría mejorada de la acción humana significativa antes de que podamos contar con una mejor teoría de la acción grupal.

 

TEMAS COMUNES

Estos esfuerzos teóricos recientes están tejidos de hilos comunes. Reflejando amplias tendencias en la ciencia social, los teóricos de los movimientos sociales se están aferrando a las nociones de agencia. La elección individual garantizó un lugar para la agencia en la teoría de juegos y en la de la elección racional, pero las imágenes reduccionistas de las metas humanas luego la restringieron. La agencia es también una forma promisoria de garantizar el dinamismo que buscaron McAdam, Tarrow y Tilly, pero para el cual los cegó su estructuralismo residual.

El significado debe permanecer al frente y al centro y la gran ola de la investigación cultural garantiza que lo hará. La desatención a la cultura es una razón debido a la cual la teoría de la elección racional, aun en su forma más amplia, no es sino sugestiva de una novedosa ruta. Ahora bien, los significados deben ser lo que los actores realmente respalden, no el "significado" que los estudiosos atribuyan a una "historia de la sociedad". Tenemos una variedad de herramientas y metáforas para rastrear esos significados en la política: narratividad, discursos, textos, lugares, íconos, caracteres y retórica, entre otras (para una revisión de este tema, véase Jasper, 2007). Se trata de mecanismos distintos que conllevan significados y no debieran ser reificados en teorías separadas e incompatibles.

Como parte de este esfuerzo por incorporar un amplio rango de significados debemos sumar las emociones a ese aparato cognoscitivo que todas las herramientas de trabajo han intentado adoptar. Hasta ahora, el redescubrimiento de las emociones ha sido un camino independiente, imperfectamente incorporado a otros enfoques (Goodwin, Jasper y Poletta, 2001; Gould, 2009; Hoggett, 2009), pero las emociones nos ayudan a que el mundo a nuestro alrededor tenga significado y a formular acciones que respondan a los acontecimientos: una forma de pensar y de evaluar más a menudo y no una fuente de irracionalidad (Nussbaum, 2001).

Numerosos conceptos estructurales, tales como las estructuras de oportunidad política y la mayoría de los conceptos culturales, como los enmarcamientos y las identidades, dependen de subrayar el impacto causal de los mecanismos emocionales (Jasper, 1998). Summers–Effler (2010) asocia las emociones con el flujo de la acción temporal de los grupos contestatarios. Por medio de las emociones podríamos también llegar al papel del cuerpo en la acción humana, una parte importante de la experiencia vivida. "Este aspecto corporal de la agencia humana", como Turner (1992: 36) insiste, "no está de alguna manera más allá, al lado de o fuera de lo social". Mucho de nuestro "pensamiento" opera automáticamente a través de nuestros cuerpos y no mediante nuestra vigilia consciente (Gould, 2009). Para una revisión del trabajo reciente sobre las emociones y los movimientos sociales véase Jasper (2011).

Las interacciones entre los diferentes actores también debieran ser un tema central (Collins, 2004). Llamar a este énfasis "relacional" realmente les quita a esas interacciones la elección y el dinamismo, en tanto que las "relaciones", así como las diferencias de poder, se encuentran basadas en una metáfora estructural y estática. Las interacciones no están completamente determinadas por las relaciones existentes, al punto de que muchas interacciones se presentan para desafiar o reforzar las relaciones previas. Una estrategia inteligente a menudo pudiera compensar la falta de recursos (Ganz, 2009). En otras ocasiones, los actores estratégicos se han visto reducidos a su "medio ambiente" con el fin de realizar movimientos sociales, como en la teoría de la oportunidad política (Jasper, 2012). Sin embargo, para entender sus interacciones, debemos primero comprender las perspectivas, metas, reclamos y acciones de todos los actores en el campo de batalla.7

Todas estas dimensiones están frecuentemente sugeridas en el término "experiencia vivida". Una atención etnográfica cuidadosa sobre aquellos que se movilizan (y sobre los que no lo hacen) en la acción política es el primer método para entender la interacción social de los puntos de vista de los actores. Enfocándose en sólo dos activistas, por ejemplo, Javier Auyero (2003) se las ha ingeniado para describir sus privaciones y frustraciones, así como su esperanzadora búsqueda de la dignidad. En otro trabajo, Auyero y Swistun (2009) documentan la extrema degradación ambiental, experimentada como sufrimiento, que sin embargo no propicia una acción política, sino el fatalismo. ¡Y todo esto proveniente de los estudiantes de Tilly!

Las recientes teorías de la "globalización" han forzado a los teóricos de los movimientos sociales a repensar su obsesión por el Estado–nación y a reconocer la importancia de escenarios diversos. Algunos esfuerzos de movilización son transnacionales (Keck y Sikkink, 1998; Bob, 2005; Pleyers, 2010). De la misma manera, ciertas movilizaciones locales muestran extensas cadenas internacionales, siendo los zapatistas uno de los mejores ejemplos de ello. Dentro de una nación hay también muchas posibles relaciones entre grupos de protesta local, regional y nacional. Las controversias globales han expandido nuestra imagen de las redes y las organizaciones. En el nivel de la teoría, uno de los productos de los debates de la globalización ha sido el reconocimiento acerca de cómo muchos sociólogos han reificado a la "sociedad", con sus correspondientes "cultura" y "Estado". Si existe alguna cosa como el Estado, consiste en un número de actores estratégicos constantemente en choque unos contra otros, a lo largo de diferentes fronteras (Jasper, 1990 y 2012). El Estado es tanto un escenario como un actor. Una vez que empezamos a cuestionar a los Estados como entidades unificadas es difícil detenernos en este escepticismo ontológico hasta llegar a los individuos y sus interacciones (los freudianos y los posmodernos no se detendrían incluso en el nivel de los individuos). Ya no podemos simplemente enfrentar a los "movimientos" con el "Estado" (Jasper, 2012). Paradójicamente, no podemos comprender la naturaleza especial de lo global sin entender los micro fundamentos que crearon las políticas globales, nacionales y locales.

 

CONCLUSIONES

Algún día, tal vez los paradigmas estructurales de una generación pasada puedan apreciarse como paréntesis útiles, que nos recuerden que los medios de acción importan tanto como las metas y los escenarios; tanto como los actores. Debemos unirnos a esta idea, sosteniéndola en el fondo, aunque retornemos a la pregunta que muchos estudiosos y practicantes se hacen: ¿qué es lo que quiere la gente? Las metas son tan relevantes para las aproximaciones estratégicas como lo son las tácticas, a pesar de la concepción errónea y muy común de que la estrategia es un instrumento, al tiempo que las metas reflejan la cultura y las emociones. En la medida en que los estudiosos regresen a los temas de la motivación y a los fines de la acción, a los puntos de vista de la propia gente, podrán ofrecer mejores respuestas que las que brindan los estructuralistas o los racionalistas.

Debemos empezar por las pequeñas cosas y construir nuestro camino hacia arriba y hacia las grandes cosas; no podemos construir hacia abajo, desde lo grande. Debemos hacer a un lado la ilusión confortable de que ya "sabemos" las grandes cosas sobre los movimientos sociales y tan sólo necesitamos llenar los detalles, especialmente si lo que conocemos se basa en algunas estructuras nacionales y algunas clases de movimientos (Jasper y Young, 2007; Oliver, 2003). Para hacer bien las cosas, debemos cambiar nuestro vocabulario básico y nuestras imágenes, añadiendo a los individuos, sus elecciones, sus emociones y demás. Sólo entonces podremos trabajar de regreso, relanzando las intuiciones de la escuela de la oportunidad política, la historicidad de Touraine y la teoría de juegos. Necesitamos de mecanismos reales, no de las estructuras abstractas que McAdam, Tarrow y Tilly introdujeron subrepticiamente bajo ese rubro. Han pasado los días en que podíamos salirnos con la nuestra, utilizando teorías macrosociales que carecían de sólidos micro cimientos.

¿Significa el fin de los ambiciosos paradigmas que debemos abandonar la teoría?; ¿deberemos dedicarnos a las tareas empíricas de la ciencia normal? No. La lucha entre distintos paradigmas es fructífera para las disciplinas académicas (Collins, 1998). El campo de los movimientos sociales lo refleja. Necesitamos encontrar los caminos que sostengan el diálogo y el debate, aunque los grandes paradigmas hayan perdido su vigor. Quizá la herencia de más largo plazo de los debates de la globalización sea la incorporación de una cantidad de voces ahogadas por los paradigmas creados por los hombres blancos de Europa y Estados Unidos. Los puntos de vista nutridos en otras regiones debieran contribuir enormemente a ampliar nuestras perspectivas en la medida en que tratamos de repensar los bloques de construcción de la investigación de los movimientos sociales.

 

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Notas

La traducción al español de este artículo es del Dr. José Hernández Prado, profesor–investigador del Departamento de Sociología de la Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Azcapotzalco.

1 Agradezco a los miembros del Taller de Protesta y Políticas de City University of New York (CUNY) por los comentarios de un borrador previo. Una versión preliminar de este artículo apareció en la revista Sociology Compass, núm. 10.

3 Para una crítica semejante de la sociología en general, véase Latour (2005), cuya teoría del actor–red muestra de un modo refrescante cómo los humanos producen acciones, conjuntamente con sus recursos físicos. Latour es devastadoramente crítico de la reificación de las estructuras, el poder y "lo social".

4 Koopmans (2003) también se queja del gran número de mecanismos diferentes, pero esa es la naturaleza de una explicación mecanicista: mientras más conceptuales sean tus herramientas, más fuertes serán tus recursos explicativos. Él también busca sobre todo una explicación acerca de cómo encajan juntos y cómo podemos predecir qué mecanismos serán relevantes en circunstancias dadas. Busca una teoría general, una visión abiertamente simplista que los mecanismos querrían remediar. Pero el mundo no se anda con parsimonias.

5 Ellos citan a Lonsdale (2000: 197).

6 Cefaï es parte de una oleada de académicos franceses centrados en los movimientos sociales, que surgió en los años noventa mientras declinaba la influencia de Touraine, que pone el énfasis en lo cultural, lo estratégico y, en gran medida, en lo microsocial. Nonna Mayer edita una serie de libros, Contestatario, que incluye el trabajo de muchos de estos académicos, como Olivier Fillieule, Johanna Siméant, Isabelle Sommier y Christophe Traíni. Véase también Neveu (2011).

7 Como yo lo intenté hacer en Jasper (1990), un trabajo que Kriesi (2004: 84–85) ubica en la tradición de las oportunidades políticas.

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