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Sociológica (México)

On-line version ISSN 2007-8358Print version ISSN 0187-0173

Sociológica (Méx.) vol.25 n.72 Ciudad de México Jan./Apr. 2010

 

Notas y traducciones

 

La utopía y sus figuras en el imaginario social1

 

Marisol Facuse M.2

 

2 Doctora en sociología, Universidad Pierre Mendès–France, Grenoble II. Académica del Departamento de Sociología, Universidad de Chile.

 

LA UTOPÍA O EL OBJETO IMPOSIBLE

Fácilmente aceptamos la realidad,
acaso porque intuimos que nada es real
El inmortal, JORGE LUIS BORGES

 

¿Cómo trazar una cartografía de las utopías?; ¿cómo reconocer sus desplazamientos en el imaginario y su potencial de transformación social?

Un primer aspecto que salta a la vista cuando reflexionamos sobre la utopía es su carácter paradójico y fronterizo, como si se tratase de una noción que busca rehuir toda categorización fija. En la historia de las ideas, el género utópico no ha cesado de reeditarse a través de múltiples relatos que proyectan ciudades ideales y viajes imaginarios, adoptando diversos soportes para su circulación, desde la teoría política hasta la literatura, desde la filosofía hasta las prácticas sociales de resistencia.

Infiernos geométricos para algunos, ficciones subversivas para otros, aparentemente nada más lejos del consenso, la utopía se constituye como un viaje entre categorías disímiles, tránsito permanente en el que se cruzan diferentes campos teóricos y micropolíticos.

Cuando buscamos caracterizar la utopía a través de las diversas aproximaciones teóricas que han hecho de ella su dominio de predilección, nos encontramos frente a una enorme dispersión de nuestro objeto. En efecto, ¿de qué hablamos cuándo hacemos referencia a la utopía?

Nuestro interés, lejos de buscar una unidad en el objeto utópico, será el de seguir la trayectoria de la utopía en la reflexión de algunos autores que se han interesado por abordarla desde distintas perspectivas teóricas. Más que elaborar una definición unívoca, la presente reflexión abordará cuestiones relativas a la circulación de las utopías en el imaginario, tomando en cuenta las controversias que ella suscita buscando, de manera general, abrir nuevas perspectivas de investigación a una sociología de los sueños colectivos.

 

EL GÉNERO UTÓPICO: AMBIGÜEDAD Y RUPTURA

Un número importante de autores agrupa a las utopías como una serie de obras que a partir del trabajo inaugural de Tomás Moro, o incluso antes, se orientan a la descripción de ciudades imaginarias que cuestionan la organización de la vida colectiva.

Para estos autores, el relato utópico puede ser considerado como un género particular. La utopía proyecta una serie de mundos sociales que interrogan las formas convencionales de ejercicio del poder, utilizando para ello estrategias como la ficción, la ironía y la dramatización de la sociedad presente.3 En este sentido, podemos afirmar que se trata de un género que articula los campos ético–politico y ficcional, puesto que el trabajo de la utopía, como veremos, se caracterizará por la experimentación y la puesta en práctica de nuevas lógicas en la vida social.

Una segunda comprensión reconocerá las utopías como sistemas de pensamiento que escapan al orden de la sociedad de su época.4 La utopía es aquí revelada a partir de su vinculación con los campos epistemológico e imaginario, poniendo énfasis en su capacidad de provocar una ruptura con nuestras concepciones de mundo y con nuestras representaciones de lo real.

Las dos entradas pueden confluir, llevándonos a visualizar el objeto utópico en una doble dimensión: ético–politica y epistemológica. La reflexión sobre la utopía, así concebida, nos llevará a considerar que nuestros sistemas de representación de lo real –y también de lo irreal– podrían tener consecuencias en nuestro imaginario del poder y en nuestras posibilidades para intervenir en un orden social que se nos aparece como no vivible.

Sin embargo, desde su surgimiento, la utopía ha suscitado controversias, lo que a juicio de algunos puede relacionarse con su carácter ambivalente. Georges Duveau revela en la utopía este gran componente de ambigüedad. Afirma que es precisamente esta dimensión contradictoria y polisémica la que daría su celebridad a la obra de Moro y habría constituido a la utopía en un motor de emancipación en diferentes épocas y contextos. Para Duveau, es posible hablar de la utopía como de un género equivalente al mito, ya que constituye una fábula más o menos simbólica para diferentes épocas y pueblos, menos ingenua y más individualizada, ligada a un estadio más adulto de la vida social (Duveau, 1961).5

Claude Dubois enfatiza igualmente el carácter contradictorio de la noción, que se expresa en la génesis misma de la palabra utopía: por un lado, utopía significa el país de ninguna parte; y por otro, eutopía quiere decir el país en donde se está bien (Dubois, 1968: 8). En el primer caso se insiste en su carácter fantástico e irreal, en el segundo en sus exigencias éticas y políticas (1968: 8). Así, la utopía se confrontaría con una suerte de individualismo presocial: "Es el sueño de un citadino descontento de su ciudad que proyecta una ciudad organizada de otro modo. Es el sueño de integración del individuo a la sociedad" (1968: 6).

Mannheim, por su parte, en su obra ya devenida un clásico, Ideología y utopía (1952), propone abordar la cuestión de la utopía tomando como punto de partida la sociología del conocimiento. Para Mannheim, a pesar del aparente origen común de las dos nociones, utopía e ideología se distinguen en los efectos que ambas tienen sobre la realidad. La ideología está armónicamente integrada al pensamiento de su época, a diferencia de las utopías, que tienden a romper el orden existente. En esta comprensión, un estado de cosas es utópico cuando está en desacuerdo con el estado de la realidad en el que se produce (Mannheim, 1956).

Así, para Mannheim, la utopía implica una ruptura con el orden establecido: "Las orientaciones que sobrepasan la realidad séran designadas como utópicas solamente cuando al pasar a la acción logren desestabilizar las cosas que reinan en ese momento" (Mannheim, 1956: 124).6

Paul Ricoeur, siguiendo a Mannheim, establece paralelos entre ideología y utopía. Una primera diferencia, según Ricoeur, tiene que ver con el hecho de que la utopía es un género declarado que surge en una primera obra, la de Moro, quien forja la palabra en 1756. Ello implica que la utopía sea, en adelante, una cuestión de autor. Así, hablaremos de las utopías de Saint–Simon, de Owen, etcétera, mientras que ningún nombre propio estará ligado a la ideología. A partir de ese momento, la utopía será reivindicada como un género literario que inspira una forma de complicidad en el lector, quien está inclinado a recibir la utopía como una hipótesis plausible (Ricoeur, 1997).

Desde esta perspectiva, es posible constatar una diferencia en la actitud con la que abordamos los dos fenómenos. Nuestra aproximación a la ideología se hará a menudo con las armas de la crítica, es decir, con una intención desmitificadora. Contrariamente, la utopía utilizará los procedimientos retóricos de la ficción como una estrategia literaria a fin de persuadir al lector (Ricoeur, 1997).

Para Ricoeur, la utopía se caracteriza igualmente por su gran dispersión, ya que al no dejarse reducir a una sola significación central, se nos muestra más bien bajo la forma de utopías específicas. Las utopías son dispersas no solamente en lo que se refiere a sus proyectos y a sus contenidos, sino también a sus intenciones. Así, nos confrontamos a una pluralidad de utopías individuales, difíciles de reunir bajo un mismo nombre. Sin embargo, esta dispersión aparece delimitada por la permanencia de ciertas preocupaciones y la recurrencia de ciertos temas, como la familia, la propiedad, el consumo, la organización social y política, la religión, etcétera. El autor nos invita a comprender las utopías en su libre variación en lugar de buscar su coherencia en un principio de no–contradicción.

Alain Pessin constata igualmente esta característica de dispersión de las utopías pero, al igual que Ricoeur, destaca una cierta unidad de lo que reconoce como la experiencia utópica: "Las mismas imágenes, los mismos temas, la misma preocupación por creer en una armonía social redescubierta" (Pessin, 2001).

Retendremos de este primer recorrido ciertas características de la utopía que nos ayudarán a profundizar en su comprensión. En primer lugar, el gran componente de ambigüedad y de contradicción que nos lleva a pensarla como un género fronterizo que concierne a los campos literario, filosófico y político. En segundo lugar, tendremos en cuenta sus efectos de ruptura con el orden, los que nos permiten distinguirla de la ideología. Luego, destacaremos su dispersión, un aspecto que nos invita a explorar las utopías en su discontinuidad y en su proliferación. Por último, consideraremos la acción de la utopía sobre nuestro imaginario del poder, indagando sobre su capacidad de introducirnos a la novedad y a la experimentación social.7

 

LOS ANTIUTOPISTAS: UTOPÍA Y FANTASMA TOTALITARIO

Al analizar las diferentes genealogías de la utopía, a menudo nos encontramos frente a la cuestión de la relación entre utopía y orden totalitario. Ciertos autores reconocen en las utopías una colección de ciudades ideales obsesionadas por la planificación y el orden. Esta perspectiva, reconocida como antiutopista, es contestada por otros autores, quienes defienden los efectos subversivos de las utopías sobre el imaginario social y que ven en la postura antiutopista efectos totalitarios o al menos totalizantes que buscan desacreditar el espíritu utópico.

Esta controversia nos devuelve a nuestra advertencia inicial, según la cual la utopía debe comprenderse en su complejidad y carácter polisémico. Por ello, nos parece crucial abordar la cuestión del fantasma totalitario que ronda los discursos que circulan en torno a la utopía. A partir de ello, proponemos indagar la cuestión de las relaciones entre utopía y orden.

La temática está presente en Mannheim cuando, haciendo alusion a la utopía en tanto algo irrealizable, señala que solamente es irrealizable desde el punto de vista de un orden social dado, ya existente. Para el autor: "Toda época permite el nacimiento de ideas y valores en los cuales están contenidas, de forma condensada, las tendencias no realizadas y no cumplidas que representan las necesidades de esa época" (Mannheim, 1956: 135). La utopía puede operar como fuente de transformación; sin embargo, ésta nace al interior de un orden dado, siempre para dar lugar a un orden nuevo: "El orden existente hace nacer utopías que lo rompen, dándole la libertad para desarrollarse en la dirección del próximo orden existente" (Mannheim, 1956). Así, en la definición de Mannheim, si bien las utopías contienen elementos que no pertenecen al pensamiento dominante de su época, sí anuncian el orden que vendrá. La utopía parece, entonces, reposar sobre una paradoja infernal, toda vez que surge en el contexto de un orden como una herramienta de crítica y de subversión, pero que está condenada a instalarse como un nuevo orden.

Ricoeur nos explicará, igualmente, que todas las utopías son finalmente presas del problema de la autoridad. Ellas tienden a mostrar cómo podríamos ser gobernados por algo que no fuera el Estado, porque cada Estado es heredero de otro.

Es en esta perspectiva en donde se sitúan los antiutopistas, para quienes el sueño de la utopía es la expresión de una obsesión por la planificación de la vida humana a través de la organización y de la obligación.

Para Gilles Lapouge, la ciudad utópica designa "un mundo encadenado, un estado cruel, un álgebra de la vida social" (Lapouge, 1975). En Lapouge, la utopía se situaría en las antípodas de la naturaleza, que es expresión del derroche y del azar. El utopista busca una naturaleza perfecta, inalterable e incorruptible. Su perfección es aquella de las ecuaciones: "El utopista, austero y disciplinado, configura los mundos que se reproducen sin cambios a través de los siglos" (Lapouge, 1975). En el universo utópico retratado por Lapouge nada se produce: ni accidente, ni error, ni disputa, ni guerra. Al contrario de una ciudad de la historia, la ciudad utópica nace en un solo instante, sin infancia y sin vejez; no puede ser mejorada porque padece la desdicha de la perfección. La utopía, así, acaba por poner fin a la libertad humana (Lapouge, 1975: 42–43).

En una perspectiva similar, Claude Dubois propone resumir las contradicciones de la utopía en el binomio humanismo/deshumanización: una dialéctica de la caída que, a nombre de la dignidad humana, indtroduce un hombre nuevo a partir de un mecanismo deshumanizador. El ser humano deviene sólo un engranaje de la ciudad ideal (Dubois: 1968). Para Dubois, la utopía se funda en su relación con un pensamiento sistemático, a la vez abstracto y absoluto: "La utopía nos hace ingresar a un conjunto totalitario, porque el mejor de los sistemas no puese ser sino absoluto" (Dubois, 1968: 14). Este mundo cerrado resulta inseparable de la idea de perfección.

Situándose en un enfoque sociohistórico, pero no menos pesimista respecto de los alcances de la utopía, Jean Servier visualiza la relación utopía/orden, entendiendo a la utopía como una voluntad de planificación del porvenir. Para Servier, ésta se constituye como la búsqueda por parte de la burguesía de un futuro ordenado por el hombre a través del reestablecimiento de las estructuras rígidas de la ciudad tradicional (Servier, 1967). Para este autor, la mayor parte de las utopías, lejos de tener un efecto transformador sobre el orden historico–social buscan reestablecer la quietud del seno maternal. Intentan recuperar el país inmutable de los mitos de todas las civilizaciones (Servier, 1967: 346), presentándose a nosotros como sueños nacidos del sentimiento de descontento del ser humano lanzado al mundo (Servier, 1967: 26). Así, la utopía se constituye, según Servier, como la búsqueda de la felicidad sobre la Tierra, del paraíso perdido y finalmente rencontrado. Aparece como la negación del mundo y de sus conflictos, ofreciendo al mundo la imagen de una sociedad perfecta.

Contestándole estas interpretaciones de la utopía como totalitarismo, inmovilidad y obsesión por la planificación, un buen numéro de autores ven en estas lecturas antiutopistas una vision literal y extremadamente restrictiva.8

Teniendo en cuenta esta controversia consideramos indispensable, para tratar la relación entre utopía y orden, comprender la utopía en su complejidad y en su multidimensionalidad. En efecto, la cuestión del totalitarismo de las utopías es a menudo interrogada a partir de las categorías tradicionales de la racionalidad política; sin embargo, la utopía pareciera tener sus propias claves de interpretación.

Una lectura de las utopías –filosóficas, literarias y prácticas– no puede dejar de lado sus estrategias, que son a menudo la ironía y la ficción. El propio Claude Dubois nos recuerda que el género utópico concierne a una ilusión, que es a menudo una ilusión consciente. Es esto mismo lo que explica el tono irónico y humorístico que adquiere a menudo el creador de las sociedades ideales. Éstas no proponen exactamente un futuro, sino otro orden, situado en otro tiempo. Un mundo en el que las cosas no son lo que parecen ser (Dubois, 1968: 55).

Intepretar las utopías únicamente como totalitarismo significaría dejar en la opacidad toda la riqueza y la complejidad del género utópico para fijarla en una cierta verdad inmutable. La utopía, género errante y nómada, parece más susceptible de ser analizada en su movimiento que en su inmovilismo y en sus efectos totalizadores.

Sin embargo, para un análisis del imaginario utópico parece indispensable tener en cuenta este debate y examinar con mayor profundidad aquello que vincula a la utopía con las formas totalitarias.

Para el geógrafo marxista David Harvey, la relación tiene que ver con la cuestión de la clausura. La materialización de un espacio utópico, nos dice Harvey, exige una clausura, y toda clausura, aunque sea temporal, implica un acto autoritario. Aquello que Foucault considera como un "efecto panóptico",9 a través de la creación de sistemas espaciales de vigilancia y de control, es igualmente incorporado a los proyectos utópicos (Harvey, 2000).

Para el autor de Espacios de esperanza, en la historia de todas las utopías realizadas está presente la cuestión de la clausura como un fenómeno fundamental e inevitable. En consecuencia, si se quieren llevar a la práctica modelos alternativos de sociedad el problema de la clausura no puede ser indefinidamente evitado. La clausura, como la construcción de todo proyecto, contiene su propia autoridad, ya que al materializar un proyecto estamos anulando, en algunos casos de manera provisoria y en otros de forma permanente, la posibilidad de materializar otros.

La confrontación entre sueño utópico y autoritarismo debe, en conecuencia, constituir un nudo central en toda política que intente resucitar los ideales utópicos (Harvey, 2000: 191).

 

UTOPÍA Y POTENCIAL SUBERSIVO

Para tocar un sueño, lo que yo necesito
son dos ojos nuevos para ver...
SILVIO RODRÍGUEZ

Cuando proyectamos un mundo y una sociedad alternativos, este espacio de alteridad creado en el imaginario se construye a partir de elementos de nuestra realidad social y política, interviniendo simultáneamente en el espacio de lo real. En este sentido, la utopía nos interroga a propósito de los límites entre lo real y lo irreal, entre los hechos y la invención. Ruyer define el trabajo del utopista como un trompe–l'oeil axiológico (Duveau, 1961). Sin embargo, podemos reconocer allí una de las estrategias de la utopía, aquella que juega con nuestras categorías de lo real. La utopía desestabiliza nuestras jerarquías entre lo real y lo imaginario, mostrándonos el carácter extraño de toda realidad.

Recapitulando, podemos decir que uno de los efectos de la utopía tiene que ver con mostrarnos a la sociedad presente como un modelo entre una multiplicidad de posibilidades. El potencial subversivo de la utopía pareciera estar en la renovación de nuestra percepción de lo real, gracias al aporte de una mirada nueva. Siguiendo a Maffesoli, podemos situar la utopía del lado de la ironía y de la inversión carnavalesca, todas armas "blandas" de desestabilización de lo político que nos muestran la relatividad del orden (Maffesoli, 2002).

Anne Staquet, en su libro Les utopies ou les fictions subversives, sugiere que el componente de emancipación de las utopías está inducido por la manera en que éstas critican a la sociedad a través de la proposición de un arreglo social ideal. La función de la utopía será entonces la de la crítica de la "sociedad ambiente" y la descripción de una sociedad diferente en donde serían superados los defectos de la precedente (Staquet, 2003).

Para Staquet, las utopías cuestionan nuestros modos de concebir la sociedad, criticando nuestra manera de vivir y de organizarnos socialmente. En esta concepción, el hecho de cuestionar las maneras de ser que nos han aparecido como naturales no puede sino provocar un cuestionamiento de ellas mismas, o al menos de su carácter natural. Las utopías, en ese sentido, son tan subversivas como el descubrimiento de sociedades radicalemnte distintas porque nos muestran cómo aquello que es considerado como natural ha sido constituido culturalmente (Staquet, 2003: 8–9).

En una perspectiva similar, Harvey señala que la utopía nos lleva a tomar conciencia del mundo real, aceptado por costumbre. La utopía puede devenir un medio fecundo para explorar la gran variedad de ideas diferentes sobre las relaciones sociales, el orden moral, los sistemas políticos y económicos.

Paul Ricoeur señala, a este propósito, que el principal efecto de la utopía es el de poner en cuestión lo que existe en el presente: el hecho de que el mundo actual nos parezca extraño. La utopía introduce un sentido de duda que pone en evidencia el hecho de que podemos llevar otra vida que aquella que llevamos actualmente.

En efecto, para Ricoeur aquello que está en juego tanto en la ideología como en la utopía es el poder. La ideología es siempre una tentativa por legitimar el poder, mientras que la utopía se esfuerza por reemplazarlo por algo diferente. La utopía abre la búsqueda de alternativas que operan a través de la cooperación y de las relaciones igualitarias. Esta cuestión se extiende a todos los modos de relación: la sexualidad, el dinero, la propiedad, el Estado, la religión. De esta manera la utopía constituye, según Ricoeur, una variación del imaginario del poder.

Para Alain Pessin, la utopía, más que proponer una solución constituye una intuición: intuición de ruptura con la manera de pensar e imaginar el mundo. La utopía no aparece como una idea fuerte, sino que está contaminada por la debilidad del pensamiento a la cual parecen condenadas las mutaciones en curso; este aspecto explicaría la ambiguedad de la noción.

Según Pessin, una sociología de la utopía se fundará sobre la libertad de la imagen y la discontinuidad de la experiencia social, lo que nos lleva a hablar de utopías, en plural, más que de una utopía. Así, Pessin nos propone la siguiente hipótesis: la utopía debe mirarse como una construcción colectiva que actualiza una modalidad específica de la esperanza. Es esta especificidad la que Pessin propone abordar teniendo en cuenta la organización de su imaginario. El primer trabajo de la utopía es, precisemante, el de caracterizar como mounstruosa la sociedad del presente y, así, constituir el drama utópico. El efecto de la utopía será, en este caso, el de provocar una ruptura al interior de las categorías de la acción y de las modalidades del poder (Pessin, 2001).

Desde este punto de vista, podríamos concluir que la utopía se manifiesta como una proliferación de miradas que nos permiten criticar el orden del presente al tiempo que nos abren a la experimentación de otras posibilidades sociopolíticas.10 La utopía deja en evidencia la fragilidad del orden dominante a partir de una mirada que se sitúa en otro lugar.

Así, para Henri Desroche, la utopía y la esperanza ponen en escena estrategias de la alteridad: "En la utopía Esperanza de otra sociedad. En la Esperanza utopía de otro mundo" (Desroche, 1973). La estrategia de la esperanza, para Desroche, es aquella que se presenta como una transición entre el Mismo y el Otro: "Ella encuentra su polarización en un otro lugar o en un no todavía, mostrándonos que las situaciones pueden y deben devenir otras" (Desroche, 1973).

Por esta razón resulta fundamental que la utopía sea reivindicada como un dominio de interés para la sociología, si creemos que los sueños de transformación pueden jugar un rol significativo en la construcción de la vida social.

En conclusión, podemos decir que la utopía nos inicia en aquello que Unger define como "el pensamiento visionario". Ella nos reenvia una imagen, aunque parcial y fragmentaria, de un esquema radicalmente alterado de la vida social (Harvey, 2000: 217). En el pensamiento visionario las explicaciones no nos adhieren a los modelos establecidos por la humanidad. La utopía nos exige que seamos conscientes del rediseño de un mapa de las formas posibles y deseables de asociación humana, de inventar modalidades nuevas de asociación, así como de diseñar nuevos acuerdos prácticos para su materialización. En esta aproximación, la utopía puede ser comprendida como visionaria toda vez que nos permite interrogar los límites de la tradición en la cual estamos instalados. Ella realiza, en efecto, un trabajo de des–colonización del imaginario, poniendo entre paréntesis lo que se considera como objetivo en el sentido común.11 En este sentido, su función emancipadora es fundamental a nivel de nuestras representaciones y de nuestro imaginario. El relato utópico puede devenir un dispositivo de crítica y de reinvención de la sociedad presente, procurando nuevas imágenes del mundo que constituyan el motor de las prácticas de transformación social.

 

BIBLIOGRAFÍA

Desroche, Henri. 1973. Sociologie de l'espérance, Calmann–Lévy, París.         [ Links ]

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Duveau, J. 1961. Sociologie de l'utopie, Prensas Universitarias de Francia, París.         [ Links ]

Facuse, Marisol. 2008. "Utopies sur scène: le monde de l'oeuvre de la Compagnie Jolie Môme", tesis para optar por el grado de doctora en sociología, noviembre, Universidad Pierre Mèndes–France, Grenoble II.         [ Links ]

Harvey, David. 2000. Espacios de esperanza, Akal, Madrid.         [ Links ]

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Staquet, A. 2003. L'utopie ou les fictions subversives, Editions du Grand Midi, Quebec.         [ Links ]

 

Notas

1 Este artículo encuentra su punto de partida en la tesis doctoral de la autora: "Utopies sur scène: le monde de l'oeuvre de la Compagnie Jolie Môme", bajo la tutela de la profesora Catherine Dutheil–Pessin en la Universidad Pierre Mèndes–France, Grenoble II. La traducción y adaptación fueron realizadas para su presentación en el XXVII Congreso de la Asociación Latinoamericana de Sociología 2009.

3 Hacemos referencia aquí a autores como Paul Ricoeur, Anne Staquet o Alain Pessin, quienes analizan la utopía a partir de los trabajos de Moro, Fourier, Campanella o Saint–Simon. En una perspectiva distinta, reconocida como anti–utopista, encontramos los trabajos de Lapouge, quién analiza la utopía a través de los que considera son sus autores clásicos: Hippodamos, Platón o Sade. Lapouge reconoce las utopías como la proyección de ciudades imaginarias obsesionadas por la planificación y el orden. Esta controversia será desarrollada en el apartado "Utopía y fantasma totaltario".

4 Pensamos aquí en autores como Mannheim o Duveau, quienes se aproximan a la utopía a partir de la sociología del conocimiento.

5 El subrayado es mio.

6 Louis Marin caracteriza como "utopías degeneradas" aquellas que no ofrecen ninguna crítica a la situación existente. El ejemplo emblemático para el autor es Disneylandia, una utopía que perpetúa el fetichismo de la mercancía y de la tecnología en su forma pura, ascéptica y ahistórica (Marin citado en Harvey, 2000: 194).

7 J. Servier recalca el hecho de que la época de oro de las utopías corresponde al descubrimiento del Nuevo Mundo por Occidente, como símbolo de que puede irse más allá del presente. Asimismo, Mircea Eliade aprecia en los nombres escogidos para las ciudades de América (Nueva Ámsterdam, Nueva Inglaterra, Nueva York) la expresión de la nostalgia de un pais abandonado. Dicha nostalgia es a la vez esperanza de que en esas tierras nuevas la vida sea susceptible de tomar otras dimensiones, porque toda novedad es también la esperanza de un renacimiento (Servier, 1967).

8 Véanse, por ejemplo, los recientes trabajos de Anne Staquet en los que discute las posiciones antiutopistas; o la propuesta de Saulnier, quien sitúa toda investigación utópica en las antípodas de cualquier estado de cosas intolerable e intolerante (citados en Dubois, 1968).

9 Michel Foucault distingue entre utopías y heterotopías. En esta perspectiva, si bien las utopías pueden aportarnos un consuelo frente a una realidad concebida como insoportable, éstas no encontrarán su lugar en el espacio de lo real, pudiendo desarrollarse en una región fantástica y no problemática. Las utopías permiten la fábula y el discurso porque siguen el camino del lenguaje y se sitúan, por ello, en un "no lugar". Las heterotopías, en cambio, se sitúan fuera del discurso y la palabra, anclándose en una dimensión "plenamente espacial". Las heterotopías ponen los pies en la tierra a través de prácticas reales. Se constituyen como espacios en donde la vida se manifiesta de manera diferente: un café, un bar, un concierto, etcétera (véase Harvey, 2000).

10 Duveau afirma que las utopías cobran su sentido subversivo cuando son retomadas por los grupos oprimidos.

11 Esto nos conduce a la noción de "objetividad entre paréntesis", propuesta por el biólogo Humberto Maturana (1995).

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