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Sociológica (México)

versión On-line ISSN 2007-8358versión impresa ISSN 0187-0173

Sociológica (Méx.) vol.23 no.68 Ciudad de México sep./dic. 2008

 

Reseñas

 

Los 68. París-Praga-México, de Carlos Fuentes*

 

Selene Aldana Santana**

 

* Licenciada en Sociología por la Universidad Nacional Autónoma de México; estudiante de la maestría en la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Azcapotzalco. Correo electrónico: Santana_psm01@yahoo.com.mx

** Carlos Fuentes, Los 68. Paris, Praga, México, Ramdom House-Mondadori, México, D. F., 2005, 175 pp.

 

¿Qué significa hoy la oleada de movimientos estudiantiles y sociales ocurrida en el 68? Esa es la pregunta que motiva el libro Los 68. París-Praga-México de Carlos Fuentes, trabajo de relectura del pasado a través de los códigos del presente. Fuentes explora la experiencia del 68 en París, México y Praga, eligiendo estos tres sitios justamente porque son donde considera que la impronta de aquellos movimientos estudiantiles casi míticos sigue vigente. Esto es, México, París y Praga no serían lo que son ahora si no fuera por lo sucedido aquel año.

El primer capítulo del libro, "El 68: derrota pírrica" es una reflexión en torno al balance general acerca de los triunfos y fracasos de los movimientos estudiantiles. Fuentes plantea que si bien en el 68, al calor de los sucesos, cualquiera hubiera declarado el fracaso de los movimientos estudiantiles y el triunfo de las autoridades políticas y del status quo, actualmente es posible reinterpretar lo sucedido y concluir que se trataron de derrotas aparentes, cuyos frutos sólo pueden apreciarse a largo plazo. En Francia, el Partido Comunista traicionó a los estudiantes y el presidente De Gaulle con una mano hizo promesas demagógicas acerca de una reforma educativa, mientras que con la otra se aseguraba de que todo siguiera igual. Sin embargo, del 68 emergió un Partido Socialista francés renovado que fue ganando importantes peldaños políticos. En Praga y México los movimientos estudiantiles fueron reprimidos violentamente y así derrotados. No obstante, en opinión de Fuentes estos movimientos también tuvieron sus logros diferidos. En Checoslovaquia, años después cayó el régimen socialista soviético y ganó la Presidencia uno de los líderes de la disidencia del 68. En México, por su parte, el cuestionamiento al sistema político que supuso el 68 dio paso al inicio de una serie de avances en materia democrática que –de acuerdo con Fuentes– continúan hasta nuestros días.

El segundo capítulo, "París: la revolución de mayo", versa sobre el mayo francés, el cual es analizado a través de una entrevista ficticia a uno de los estudiantes disidentes unos meses después de la "derrota" del movimiento. La que ocurrió en París fue una revolución de las conciencias. De lo que se trataba era de generar un ambiente propicio para la reflexión creativa, de ganarse la libertad de cuestionar aquello que permanecía como dogma. Los parisinos descubrieron la posibilidad de la movilización y del pensamiento colectivos. Existía en la realidad de París 68 una contradicción que encarnizaba la lucha entre los grupos estudiantiles disidentes y el establishment. De un lado estaba el movimiento estudiantil, cuya principal arma era la imaginación, y del otro las autoridades políticas con un tremendo miedo a que los subordinados imaginaran. De este modo, el campo estaba puesto para una batalla a muerte.

Los estudiantes luchaban no con armas ni con violencia, sino con ideas. En el mayo francés quedó claro que las ideas son mucho más poderosas que las armas, porque las ideas son capaces de transformar a grandes conglomerados de personas y porque son rápidamente transmisibles. De ahí la aversión de las autoridades a las ideas. Los estudiantes franceses se plantearon el reto de llevar adelante una revolución exenta de autoritarismo y de coerción de la libertad. La revolución parisina no era sólo contra el gobierno francés, sino contra una modernidad pervertida que ha olvidado sus viejas promesas, que ha olvidado que el verdadero sentido de la producción es la calidad de vida y no la ganancia; contra una modernidad que se ha vuelto acrítica e intolerante al cambio, que está sustentada en la abundancia en el primer mundo y el hambre en los países pobres; contra una modernidad que ha devenido en fascismo. De ahí que Fuentes concluya que el mayo francés fue una revolución moral.

El estudiantado francés se percató de que la lucha no podía, para ser real, estar constreñida a la universidad. El autoritarismo está en todos lados, por lo que la revolución debía producirse en todos los espacios sociales. La estructura autoritaria y antidemocrática del Estado burgués se ha convertido –y se habla aquí en presente porque se trata de una situación que sigue vigente en una cultura autoritaria y antidemocrática, así como en estilos de vida de la misma naturaleza. La universidad se basa en la relación asimétrica ilustrado-ignorante, mientras que la vida política y la familiar en la de soberano-súbdito y la vida económica en la de explotador-explotado.

Con fundamento en la comprensión de esta realidad, el movimiento francés fue ampliamente apoyado por los grupos obreros, los cuales enarbolaban mucho más que simples reivindicaciones económicas. La bonanza económica francesa permitió que los obreros dejaran de estar sujetos al imperio de la necesidad y de la inmediatez para reflexionar acerca de ellos mismo y de su sociedad, para darse cuenta de que no es un disparate luchar por una sociedad que permita la realización y la felicidad humanas. Amplios sectores provenientes de todos los grupos sociales se unieron a la lucha, transformando sus prácticas cotidianas y haciéndolas más simétricas y democráticas. Los obreros tomaron la gerencia en muchas fábricas, quedando claro que el país podía seguir su marcha sin necesidad de una estructura jerárquica piramidal rígida. Los medios de producción podían ser de todos, y manejados por todos para el beneficio de todos. La autogestión era el siguiente paso lógico, pero la central sindical del Partido Comunista desvió la lucha hacia las reivindicaciones puramente económicas, lo cual socavó enormemente al movimiento.

El movimiento francés del 68 fue sentido como una amenaza no sólo por las autoridades sino también por la vieja izquierda encarnada en el Partido Comunista, el cual creía en el centralismo autoritario, no en la autogestión. De lo que se trataba era de la toma de los centros de trabajo por los empleados y los obreros, de la autogestión para volver innecesario al Estado burgués y a la gerencia capitalista. Era, pues, una revolución contra el autoritarismo en todos los niveles. La autogestión y auto-organización eran las premisas básicas. El mayo francés significó la ruptura del supuesto equilibrio imperante en ese país. Significó, además, la toma de conciencia de que el cambio social era deseable y posible; de que las condiciones en las que se vivía no eran irremediables; de que la construcción de otro tipo de sociedad basada en un proyecto moral era posible. Todo ello lograría que se convirtiera en una revolución que fuera más allá de los límites geográficos de Francia. Se trataba nada menos que de una toma de conciencia de la condición humana y de la posibilidad de realización de todas sus potencialidades.

Fuentes considera que el movimiento estudiantil francés –que por supuesto no sólo fue estudiantil– representa uno de los grandes virajes de la historia contemporánea, por medio del cual se hizo patente la insatisfacción dentro de la prosperidad económica y la razón fundamental de que la revolución social se manifestara en el llamado primer mundo.

El tercer capítulo, "Milán Kundera: el idilio secreto", es una reflexión en torno a la primavera de Praga, acerca de la historia de esa ciudad en los agitados meses del 68, la cual está necesariamente ligada a la historia de uno de sus hijos más notables, Milán Kundera. Este capítulo narra el encuentro en Praga en diciembre del 68 entre Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Milán Kundera y el propio Fuentes. Se trata de la historia de la ciudad vista a través de la obra y la genialidad de Kundera.

La de Praga es una historia particular, la historia de una ciudad castigada por los comunistas por ser congruentemente comunista. Alexander Dubcek, la máxima autoridad política en Checoslovaquia, pretendía –en congruencia con la Teoría del Estado de Marx, Engels y Lenin– otorgar funciones autónomas a los distintos grupos sociales para dar paso a la disolución progresiva del Estado. Así, la planificación central cedió funciones a los consejos obreros, y el Comité Central del Partido hizo lo propio con las organizaciones políticas locales. La democratización del Partido y del país en general había iniciado, lo cual fue rechazado tajantemente por la Unión Soviética. El resultado fue la invasión de los rusos a Checoslovaquia el 21 de agosto de 1968 para impedir que las elecciones en el Partido Comunista se fundaran en el voto secreto. Un panorama lleno de terror y tanques inundó la hermosa ciudad y Dubcek fue destituido.

Tras la invasión, la obra de Kundera quedó vetada en Checoslovaquia, razón por la cual el literato se transladó a Francia. Kundera reflexiona en torno a la censura de su obra concluyendo que el espíritu de la novela es antiautoritario. La novela está abierta a la interpretación, tanto del autor como del lector. Cada lector, cada espacio, cada época y cada lectura ofrece una interpretación distinta de la misma obra. Nada más contrario a la lógica de los regímenes totalitarios, que se dedican a la implantación de una verdad única y de la homogeneización. De ahí que éstos asesinen a la novela, que es derroche de imaginación y posibilidad abierta.

Kundera reconoce el mérito del socialismo democrático aplastado en su país. Constituyó un intento por lograr un socialismo libre: libre de policía secreta; libre del miedo; antidogmático; que reconociera el derecho de los ciudadanos de pensar y de disentir. Esta idea, que fue verdaderamente revolucionaria dentro del contexto del comunismo de la época, fue la inspiración de la primavera de Praga.

Finalmente, el capítulo cuarto, "Tlatelolco: 1968", trata acerca del movimiento estudiantil mexicano. Este capítulo se basa en la historia de Santiago, uno de los estudiantes disidentes asesinados en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco el 2 de octubre de 1968. Es la historia de Santiago, pero podría ser la de muchos otros estudiantes que sufrieron una suerte similar en aquella época. Es la historia de un joven cuyas convicciones y pautas morales ya no eran las mismas que las de sus padres; de un joven que ya no cree en un sistema político autoritario, antidemocrático y demagógico; pero aún más, que ya no cree en una estructura familiar, en una sociedad y en una cultura del mismo tipo. Se trata, pues, de un joven que lucha por transformar un mundo con el cual sus padres están de acuerdo pero que para él está podrido.

El movimiento estudiantil del 68 en México fue –al igual que los de París y Praga antiautoritario. Pretendía la construcción de una sociedad futura en la que cupieran distintos discursos y no sólo uno hegemónico, en la que fuera posible disentir. La respuesta que recibió el movimiento antiautoritario fue –como en los otros dos casos– la quintaesencia de lo autoritario. La matanza de Tlatelolco no fue asunto de sólo unas cuantas horas o de un único día. Supuso la creación de todo un ambiente –construido durante meses– de satanización contra el movimiento estudiantil y contra "la conjura comunista internacional" de la que procedía. De tal modo, la matanza estaba absuelta de antemano. Dos semanas después todo había vuelto a la "normalidad" y los Juegos Olímpicos se llevaron a cabo tranquilamente, ya sin la amenaza de los "revoltosos".

A pesar de sus trágicos finales, los movimientos sociales del 68 pusieron de manifiesto que –y se trata de una enseñanza que todavía hoy no olvidan muchos grupos significativos de la población mundial– el mundo en que vivimos no está hecho, sino que está por hacerse. Esta idea del futuro abierto y de la posibilidad del cambio social ha constituido un parteaguas en la historia contemporánea de los países que vivieron estas experiencias, los cuales siguen marcados en la actualidad por aquel 68 mítico.

Resulta muy valiosa la interpretación de Fuentes de los movimientos sociales del 68 como un pasaje histórico sin el cual no sería posible la comprensión del estado actual de las sociedades en las cuales se dieron. Ciertamente, los sucesos del 68 cobran en la actualidad una nueva significación que permite comprender con mayor claridad el presente y que puede servir para el renacimiento de la intención de construir aquel proyecto moral, cuya posibilidad de materialización les fue arrebatada a los movilizados en el 68.

También es de notarse la audacia con la que Fuentes intercala su texto con la reproducción de varios de los carteles que cubrían las ciudades de París, México y Praga en la década de los sesenta. Queda claro con tal recurso que estas ciudades hablaban, tenían algo que gritar con desesperación: "No nos conformaremos con lo que tenemos"; "Estamos construyendo una modernidad distinta". Los carteles son testimonios clave del ambiente que se vivía en los diversos países y latitudes.

Resulta cuestionable, sin embargo, el argumento de Fuentes de que la primavera de Praga contribuyó a la caída, décadas más tarde, del socialismo en Checoslovaquia, o que tal caída constituye un triunfo diferido del movimiento del 68. Este último era una crítica al socialismo dentro del socialismo. El movimiento de Praga se planteaba un socialismo consecuente consigo mismo, que verdaderamente asegurara justicia, igualdad, libertad, democracia y dignidad humana. Se planteaba, en suma, un socialismo auténtico, no su destrucción.

Por otro lado, Fuentes afirma que la victoria postergada del 68 mexicano estriba en su contribución a los avances en materia democrática existentes hoy. No obstante, antes de afirmar algo así habría que preguntarse si tales avances democráticos son reales. El movimiento estudiantil mexicano de 1968 luchaba contra un sistema político y una cultura profundamente autoritarios, pero tal pareciera que ambos siguen profundamente arraigados en nuestro país. De modo que quizás habría que buscar la contribución del 68 en el cambio de mentalidad de ciertos segmentos sociales y en la proliferación de los grupos opositores al régimen priísta más que en un avance institucional de la democracia.

Este libro de Carlos Fuentes constituye un acercamiento ingenioso a aquel año que sacudió, sin duda, los sistemas políticos y las conciencias de muchos de los habitantes de París, Praga y México.

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