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Sociológica (México)

On-line version ISSN 2007-8358Print version ISSN 0187-0173

Sociológica (Méx.) vol.23 n.66 Ciudad de México Jan./Apr. 2008

 

Notas y entrevistas

 

Globalización, democracia y mercados: una alternativa socialdemócrata. Entrevistas con David Held1

 

Alan Johnson y Geoffrey Pleyers2

 

2 Universidad de Lovaina, Bélgica. Doctor en Sociología de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París, investigador asociado en el Centre for the Study of Global Governance (London School of Economics) y en el Centro de Análisis e Intervención Sociológicas (París). Correo electrónico: Geoffrey.Pleyers@uclouvain.be

 

Introducción

David Held: analista de la globalización y activista por una socialdemocracia mundial

Nacido en 1951, David Held estudió ciencia política y sociología en Inglaterra, en Estados Unidos, en Francia y en Alemania. Cercano a Antony Giddens, Held hoy es codirector del prestigioso Centro de Investigación sobre la Gobernancia Global de la London School of Economics. Su libro Modelos de democracia (publicado en español por editorial Paidós) se volvió un clásico casi ineludible para los estudiantes de ciencias políticas en Estados Unidos y en el Reino Unido. Esta obra propone un análisis histórico y filosófico de varios modelos de la democracia en la historia y en varias partes del mundo. A partir de este balance, se cuestiona sobre las condiciones de la democracia en nuestros días.

En la mayoría de sus libros, publicados desde 1995, David Held se dedica al análisis de la globalización en sus aspectos económicos, políticos, sociales y culturales, así como a la necesaria reconfiguración de las teorías y prácticas de la democracia en la era global. Además de sus obras más analíticas, escribió varios libros y artículos programáticos en los que reúne y defiende ciertas medidas para construir un sistema socialdemócrata a escala mundial (Held, 2004) o a favor de una política exterior británica más progresista (Held y Mepham, 2007). Reconocido como una referencia mayor en las teorías de la democracia y de la globalización, Held también se volvió un politólogo influyente en Londres. Cercano al partido de izquierda del Reino Unido, el New Labour, su influencia podría ampliarse con el nuevo gobierno de Gordon Brown, especialmente en el ámbito de la política exterior.

Los aspectos analíticos y militantes que se mezclan más en los textos recientes de David Held se han vuelto, de alguna manera, indisociables. Es el caso de su libro más político y programático: Un pacto global (2005), donde analiza los pormenores de la actual globalización, proponiendo una alternativa democrática al neoliberalismo del Consenso de Washington.

La globalización ha transformado profundamente la experiencia de vida de millones de personas, y por mucho tiempo fue percibida como una fatalidad, como un proceso inevitable en el que la acción humana no tenía mucho peso. Frente a los neoliberales que celebraban una globalización feliz e ineludible (Minc, 1997), a menudo sus oponentes optaron por un discurso demagógico que encontraba en la globalización el origen de todos los males, transformándola en una explicación general simplista que les dispensaba de todo análisis. En sus libros David Held se opone a ambas ideas de la globalización, negándose a identificarla con la llegada de un mundo sin actores y regido solamente por las leyes de las finanzas. Held reconoce la magnitud y la urgencia de los retos impuestos a la humanidad en la era global, pero insiste en las posibilidades que se tienen de actuar y agrega que el cambio necesario depende ante todo de la voluntad política. Junto a autores como Anthony Giddens, Ulrich Beck, M. Albrow o Alain Touraine se incorpora a una corriente intelectual que centra su perspectiva en los actores e instituciones que se construyen con la globalización.

 

Los Estados frente a la globalización

La globalización representa numerosos retos en el mantenimiento de solidaridades y en la organización de una comunidad política nacional. La internacionalización de las inversiones, de la producción y del consumo entra más y más en contradicción con la base nacional de los sistemas fiscales,3 que tienen que asegurar una solidaridad mínima, así como con las finanzas de los Estados de Bienestar donde éstos siguen existiendo. Además, la creciente interdependencia entre los países implica profundas modificaciones en la manera de concebir la política a escala nacional. David Held cuestiona entonces la separación entre lo nacional y lo internacional; entre la política doméstica y la política extranjera, tanto a nivel de las normas jurídicas como del medio ambiente; del tratamiento político y médico de las epidemias; de la economía o de la justicia social. El desarrollo de África o la gestión de la epidemia del sida en ese continente no son más, por ejemplo, asuntos externos a la Unión Europea porque los sufrimientos de África se desbordan de sus fronteras, ya sea a través de sus emigrantes, de las epidemias, o de las desestabilizaciones políticas originadas en situaciones de conflicto. Esta situación es más clara aún si tomamos como ejemplo las relaciones entre Estados Unidos y México: la economía mexicana ya no puede considerarse un problema externo a Estados Unidos, por lo que el gobierno estadounidense debería tomar este hecho en cuenta con respecto a la manera de instrumentar el Tratado de Libre Comercio.

La globalización de los intercambios, la conciencia más compartida de una comunidad de destino de la humanidad, así como el acceso al derecho internacional limitaron los poderes de los Estados, tanto en las relaciones internacionales como sobre su propio territorio. El fracaso de la intervención estadounidense en Irak o la lucha contra los cambios climáticos certifican, por otra parte, que en este mundo cada vez más interconectado ningún país puede resolver todos los problemas existentes a nivel mundial por sí solo. Se requiere de acciones colectivas y colaboraciones internacionales. No obstante, Held sigue considerando a los Estados como actores clave de la globalización, tanto porque mantienen una capacidad de acción importante, sobre todo cuando actúan en coalición, como porque continúan siendo el marco principal de la organización de la democracia representativa y del debate político (Held, 1997).

 

Un activista por una democracia cosmopolita

Los análisis de la globalización realizados por David Held tienen su base tanto en estudios empíricos como en científicos llevados a cabo en diferentes disciplinas de las ciencias sociales (economía, derecho, ciencia política, sociología y antropología). No obstante, el lado científico no le impide volverse claramente militante cuando se trata de denunciar al Consenso de Washington y a la Agenda de Seguridad de la administración Bush. Frente al neoliberalismo, alinea las cifras y los análisis de casos, los cuales llevan al politólogo británico a realizar un balance sin ambigüedad: "Ningún país se ha desarrollado siguiendo el modelo de apertura y de liberalización económica predicado por las instituciones internacionales; a los Estados que aplicaron las recomendaciones del Fondo Monetario Internacional (fmi), del Banco Mundial no les fue mejor que a los otros".

David Held considera la idea de que los problemas de generación y distribución de los recursos tendrían que dejarse únicamente a las fuerzas de los mercados y que corresponden a una omisión de las profundas raíces de numerosas dificultades políticas y económicas, como son el deterioro de la prosperidad económica del sector agrícola o del textil, en determinados países; la formación de flujos financieros globales capaces de desestabilizar economías nacionales; y los crecientes problemas transnacionales que ponen en peligro los bienes comunes, empezando por el calentamiento climático y las fuertes desigualdades tanto al interior de los Estados-nación como también entre ellos. En 2006, "45% de los seres humanos vivían con menos de dos dólares diarios y 18% (es decir, más de un millar de millones de personas) con menos de un dólar por día" (Held, 2007: 66). Ante este panorama nos encontramos lejos de la imagen de la globalización afortunada y de los frutos compartidos del crecimiento mundial. El abismo entre ricos y pobres no cesa de agrandarse: el 60% más pobre de la humanidad posee sólo 5.6% de la riqueza mundial, mientras que más y más dinero se concentra en las manos de unos cuantos multimillonarios (Held, 2003).

Según D. Held y A. McGrew (2003), la magnitud de las transformaciones actuales y la limitación del poder de las empresas multinacionales sobre la globalización requieren de una nueva arquitectura institucional que sea capaz de regular la globalización y de reducir las desigualdades. Se trata de desarrollar instancias de gobierno a distintos niveles, del local al global, con el objetivo de imponer ciertas normas a los mercados financieros y comerciales, así como de hacer coincidir a quienes toman las decisiones políticas con la población involucrada en las mismas. Sin embargo, y aunque se opone claramente a la ideología neoliberal, David Held no predica un regreso de "todo al Estado". Por el contrario, desarrolla una perspectiva en la que la economía mundializada sería regulada y sometida a imperativos sociales y ambientalistas. En oposición al Consenso de Washington y la Agenda de Seguridad de Washington,4 Held propone una socialdemocracia mundial basada en principios cosmopolitas (véase Beck, 2006; y Kaldor, 2007). Se trata de garantizar el igual valor de cada ser humano y su autonomía, así como de reconocer la capacidad que tiene para gobernarse de manera autónoma a todos los niveles y ámbitos de las actividades humanas. En esta concepción, inspirada por Immanuel Kant, la ciudadanía se basa no en la pertenencia exclusiva a una comunidad territorial, pero sí en reglas y principios generales que pueden concretarse y organizarse en diversos ámbitos. La legitimidad de las autoridades políticas a cualquier nivel debe acondicionarse al respeto de principios y valores como la igualdad política, la democracia, los derechos humanos, la justicia política y social, y la gestión sustentable del medio ambiente.

A inicios del siglo XXI, la humanidad se encuentra frente a desafíos sin precedentes: el cambio climático, la pobreza, las pandemias y las amenazas de catástrofes nucleares. Según David Held, la clave para resolverlos se encuentra en la construcción de mecanismos de gobernanza global, los cuales tienen que responder a las exigencias de solidaridad, de democracia, de justicia social y de eficacia política. En Un pacto global, el politólogo reúne numerosas proposiciones concretas que van en este sentido, e insiste en la existencia de una capacidad de acción de los actores políticos e institucionales frente a dichos problemas. Aunque también nos alerta: sin una respuesta rápida y eficaz a estos desafíos el tiempo de la humanidad estará contado (Held, 2007).

 

Entrevistas5

Historia personal e intelectual

Alan Johnson (AJ): ¿Puede decirme algo sobre su historia personal e intelectual?

David Held (DH): ¡Esa es una gran pregunta para comenzar! Nací y crecí en Londres en una familia de cuatro hijos. Fui a las universidades de Manchester, el mit (Massachusetts Institute of Technology) y Cambridge. Mi trabajo académico ha tenido que ver con puestos en Cardiff, York, la Open University y ahora lse (London School of Economics). Vivo en Londres; tengo cuatro hijos... ¡son muchos!

Mi historia intelectual y política comienza en dos lugares. Fui el único varón en mi familia y era muy favorecido. ¡Eso fue bueno! Sin embargo, también me dio un sentido elemental de algunas de las injusticias en el mundo. Algunas veces mis hermanas me miraban con tristeza mientras era colmado de atenciones. Así que cuando era joven aprendí algunas de las dinámicas de la injusticia –un proceso que continuó en mis días de estudiante a finales de los años sesenta y principios de los setenta. Lo que recuperé de esa época fue una búsqueda crítica de políticas que no estuvieran simplemente basadas en el Estado o en el mercado. Además, la mayoría de las posiciones existentes en aquellos tiempos fallaban en encontrar la prueba de adecuación y durabilidad.

Agudicé ese sentido crítico a través de un encuentro con el trabajo de teóricos críticos en los años setenta, en particular con la propuesta de Jürgen Habermas. Mis antecedentes y el fuerte énfasis de Habermas al defender ciertos ideales ilustrados engranaron bien. Además, también sabía que tendría que esmerarme si iba tanto a defender algunos de esos ideales como a reflexionar un poco sobre la forma en que podrían ser encausados para referirlos a la política práctica.

 

Primera parte.

Una crítica al Consenso de Washington y a la Agenda de Seguridad de Washington

AJ: Permítame comenzar con una pregunta deliberadamente ingenua y provocativa. ¿Qué hay de malo con el Consenso de Washington?, ¿qué acaso no ha sacado a más personas de la pobreza absoluta de forma más rápida que en cualquier otra época en la historia de la humanidad, como nos lo muestra Philippe Legrain en su libro Open World: The Truth about Globalisation. Martin Wolf, autor de Why Globalisation Works?, afirma: "David Held debería alegrarse" y dejar de aterrarnos con "un enemigo imaginario, con el coco". En su visión, la globalización económica –apertura del mercado, libre flujo del capital, expansión de la inversión extranjera directa– ha probado ser la clave para impulsar la prosperidad y las oportunidades de vida para todos. ¿Por qué está equivocado?

DH: En primer lugar, me siento un poco extraño respecto de ser tanto un académico como un hombre de negocios. Codirijo Polity Press6 y tengo cierta simpatía por el mercado. No estoy en contra de los mercados. Mi crítica al Consenso de Washington es como científico social y no porque tenga una posición antimercado. Más que una ideología, me preocupa lo que la evidencia nos dice. Creo que hay mucho con respecto a los mercados que es benéfico. Quizá los mercados sean la forma más dinámica y sensible de tratar asuntos de distribución y suministro de recursos. Si tienes negocios, lo único que necesitas es un comprador, y si a los compradores no les gusta tu producto no tienes negocio. A menos de que se trate de situaciones de monopolio, existe una sensibilidad inherente de los mercados con las personas.

El empuje del Consenso de Washington es abrir y liberalizar los mercados e integrar las economías nacionales a la economía mundial. Posee un conjunto de recomendaciones muy complejo y cuenta con dos fases. El Consenso de Washington inicial, en su forma convencional a cualquier nivel, tenía un énfasis en la liberalización arancelaria, la liberalización del mercado financiero, la privatización, los derechos de propiedad intelectual, y así sucesivamente. En la segunda y más sofisticada fase, a partir de los años noventa, ha habido un énfasis mucho mayor en la constitución de instituciones y en la capacidad de construcción. Aunque esta versión más sofisticada aún presupone la primera.

El Consenso de Washington postulaba que los mercados liberales y abiertos incrementarían el crecimiento económico, reducirían la desigualdad y disminuirían la pobreza, pero ¿qué es lo que muestra la evidencia?

Primero, que les ha ido menos bien a aquellos países que han instrumentado de forma más vigorosa el Consenso de Washington. Y a las naciones que han elegido sus propios caminos de desarrollo nacional –en parte porque eran lo suficientemente grandes y poderosas para resistirse al Consenso de Washington– les ha ido mejor. Es fácil declarar la victoria para el Consenso si no se analiza, con bases, región por región y país por país, lo que realmente sucedió.

Si hace quince años usted les hubiera dicho a los economistas del mercado liberal que bajo el periodo de liberalización India, China, Vietnam y Uganda estarían entre los países en desarrollo más exitosos del mundo, y que las economías latinoamericanas y las que se encontraban en transición estarían entre las menos exitosas, habrían pensado que estaba loco. Pues bien, en términos generales eso es lo que ha sucedido. A los países que han manejado el proceso de integración en la economía mundial les ha ido mejor, y a los que simplemente liberalizaron les ha ido peor.

Ahora seamos más precisos. En América Latina, en los países que siguieron los mantras y las doctrinas del Consenso de Washington, que liberalizaron sus aranceles y sus mercados financieros, el resultado fue que su desempeño ha sido peor comparado con el que tenían antes de la liberalización, y ciertamente han sido peor juzgados que las economías del este de Asia. En segundo lugar, sus niveles de desigualdad se han incrementado significativamente, y en tercer lugar, no han tenido éxito en reducir la pobreza.

Por otro lado, China e India por supuesto que han liberalizado sus economías hasta cierto grado, pero las grandes reducciones arancelarias ocurrieron después del punto de la retirada económica. Cuarenta por ciento de las reducciones arancelarias chinas han sido emprendidas en los últimos diez o doce años. Segundo, los chinos no han liberalizado de forma radical sus mercados financieros; los han abierto parcialmente, pero han mantenido un estricto control político sobre ellos. Tercero, han rechazado durante mucho tiempo la conversión monetaria basándose en que perderían control sobre su moneda, la cual se convertiría en objeto de las fluctuaciones del mercado global. Lo mismo sucede con la India.

Así que, en sentido crítico, no podemos declarar como éxitos del Consenso de Washington a las economías en desarrollo más sobresalientes. En las naciones donde el Consenso ha penetrado de manera más eficiente, ha debilitado sus economías en la competencia internacional. Se ha prosperado en los países que fueron capaces de diseñar sus propias políticas de compromiso secuenciado con la economía global –y no sólo en la India y China, sino también en Vietnam y Uganda. Sin embargo, nada de esto fue previsto por las doctrinas económicas liberales.

La evidencia muestra que cuando se miran los datos a detalle –lo cual he hecho en un nuevo libro sobre la desigualdad social que saldrá en una o dos semanas–,7 se observa que si se incluye a China desde los años ochenta con la introducción de programas liberales, entonces claramente ha habido una amplia liberalización de la economía mundial y reducción de la pobreza. Ahora bien, si se quita a China ya no encontramos eso. Ese país es el caso crítico (y parte de la India urbana). Si se remueve a estas dos naciones de la ecuación y se encuentra que aquellos que estaban mejor al principio del periodo de liberalización terminaron mejor, y los que comenzaron mal no sólo terminaron peor sino que perdieron terreno, estamos frente a un panorama de empeoramiento de la pobreza y las desigualdades globales. Así que el periodo del Consenso de Washington está asociado con el crecimiento de estos problemas sociales.

¿Es legítimo "remover" a la India y a China de esta manera? En cierto sentido no se desea hacerlo, pues son parte de la economía mundial, pero el argumento para realizarlo es el que señalé anteriormente: ¡India y China prosperaron porque hicieron sus propias cosas! Mantuvieron el control político de aspectos clave de sus economías, y al hacerlo produjeron mejores resultados. Así que no son ejemplos para esta fase de la liberalización. Colóquenlos dentro y parece que todos se liberalizaron y prosperaron. Déjenlos fuera y lo que vemos es precisamente lo que sabemos: que aquellos países capaces de resistir estas tendencias y manejarlas, secuenciando su entrada a la economía mundial, lo hicieron mejor. En suma, las naciones que lo han hecho mejor han manejado su integración en la economía mundial de forma más exitosa y secuenciada, ya que fueron muy cuidadosos con la reducción arancelaria y fueron cautelosos con su integración al mercado financiero global.

 

La Agenda de Seguridad de Washington

AJ: Un pacto global ofrece una alternativa socialdemocrática no sólo para el Consenso de Washington, sino también para lo que usted llama la Agenda de Seguridad de Washington. ¿Cuál es su crítica al respecto?

DH: Existen dos paquetes de políticas enormemente poderosos que han conducido la forma de la globalización tal y como la conocemos: el Consenso Económico de Washington y, cada vez más, las doctrinas de seguridad estadounidense y británica: "la guerra contra el terrorismo". En tal sentido sostengo que ambos programas han fracasado. El primero, que ya hemos discutido, lo ha hecho en los terrenos que establecí anteriormente.

En el caso de las doctrinas de seguridad y la "guerra contra el terrorismo" observamos que cuando los Estados actúan solos o en pequeñas coaliciones provocan que la seguridad del mundo empeore en lugar de mejorar. Y en los dos ejemplos de concentración de poderes políticos más conocidos –Afganistán e Irak– tenemos que los desarrollos han sido catastróficos.

Las guerras en Afganistán, en 2002, y en Irak, en 2003, dieron prioridad a una agenda de seguridad estrecha que se encuentra en el corazón de la doctrina de seguridad de la administración Bush, la cual contradice muchos de los principios centrales de la política internacional y de los acuerdos internacionales que se han signado desde 1945. La doctrina de Bush propone una política esencialmente hegemónica, que busca el orden a través del dominio, que persigue el uso con derecho preferente y preventivo de la fuerza, que confía en una concepción del liderazgo basada en una coalición de la voluntad que apunta a hacer seguro al mundo para la libertad y la democracia –esencialmente globalizando las reglas y concepciones estadounidenses de justicia. La doctrina fue promulgada como la guerra contra el terrorismo. El lenguaje de guerra interestatal permaneció intacto y proyectado hacia un nuevo enemigo. Como resultado, los terroristas del 11 de septiembre fueron dignificados como soldados y se siguió una guerra contra ellos.

Sin embargo, dicha estrategia resultó una distorsión, una simplificación de la realidad y, en mi opinión, un fracaso predecible. La guerra contra el terrorismo ha matado a más civiles inocentes en Irak que los terroristas del 11 de septiembre en Nueva York; muchos iraquíes han sido humillados y torturados; la guerra ha originado una gran cantidad de víctimas inocentes; e incluso ha actuado como estímulo para el reclutamiento de más terroristas. Tal situación mostró muy poco, si es que algo, acerca de entender la dignidad, el orgullo y los temores de los otros, y acerca de la forma en que la fe y la fortuna de todas las personas se encuentran cada vez más unidas en nuestra era global. Contribuyó, además, a accionar una orgía de matanzas sectarias entre los sunitas y los chiítas en Irak, y al desplazamiento de más de 300,000 personas.

En lugar de buscar extender el Estado de derecho, asegurando que ningún partido –los terroristas o el Estado– actuaran como juez, jurado y verdugo, buscando el diálogo con el mundo musulmán, reforzando el orden multilateral, y desarrollando los medios para tratar con los criminales del 11 de septiembre, los Estados Unidos y sus aliados, en forma notable el Reino Unido, ejerciendo sus viejas técnicas de guerra sólo han conseguido que casi todos se encuentren menos seguros.

AJ: ¿Su visión es que la política exterior del Partido Laborista inglés –tras comenzar con la doctrina de la comunidad internacional, tal como fue expresada en el discurso de Tony Blair en Chicago–, se vio atrapada dentro de la agenda de seguridad de Washington?

DH: Creo que se debe tener una apreciación justamente sutil y diferenciada del cargo de Blair. No hay duda de que en muchas formas ha sido un muy buen líder. Viendo los resultados de sus políticas internas hay mucho de lo que el Reino Unido debe sentirse orgulloso. No obstante, a nivel internacional, el trabajo del DFID8 de los últimos años, la labor en el g89 sobre la reducción de la pobreza en África, y el trabajo sobre el cambio climático son ejemplares en muchos aspectos. Blair ha contribuido en la conducción del Reino Unido hacia posiciones muy significativas en un gran número de áreas de política progresista, pero en las manos del ex primer ministro inglés el proyecto de la tercera vía ha tenido dos fracasos. Uno está asociado con la justicia social y el otro con la desigualdad mundial.

El primero puede ser expuesto de manera simple. A mi juicio, la democracia social debería traer consigo un fuerte compromiso igualitario. Necesitamos preocuparnos no sólo por aquellos que se encuentran excluidos del mercado en lo más bajo, sino también por quienes se excluyen a sí mismos en la cima. El Nuevo Proyecto Laborista ha redefinido la justicia social lejos de concepciones igualitarias y hacia la idea de que la exclusión del mercado es el significado central de la injusticia social. La justicia social se define como inclusión en el mercado. Por lo que si esa es la visión, entonces se concentra en aquellos que son marginales y se busca llevarlos de vuelta a la corriente principal de la sociedad y la economía a través del empleo, entre otras cosas. Ahora, mucho del trabajo de esa política es muy importante, pero si ese es todo el énfasis, y si tampoco se considera, como solía hacerse, el significado corrosivo de las concentraciones de riqueza y poder, entonces se debilita el proyecto socialdemocrático.

A nivel global, Blair llegó al poder con la promesa de un ¡príncipe shakesperiano!; ¡era un gran internacionalista, un gran europeísta! Su momento de coronación fue hablar en francés ante el Parlamento de Francia. En mucho era un príncipe en su resplandeciente armadura, y en el continente se le dio la bienvenida con los brazos abiertos. Diez años después el legado es que, por mucho y en mucho, ha fracasado en guiar a Europa, y que el continente no es más fuerte como resultado de su contribución. La posición internacional está cerca del desastre. Creyó, equivocadamente, que podía actuar como mediador entre Europa y Estados Unidos, y que la cercanía con la administración Bush le daría una influencia crítica.

El Reino Unido fue a la guerra bajo fundamentos falsos. Algunos de nosotros pensamos que eran falsos desde el principio, pero ahora es claro para todos que así fue. Se prometió que la guerra en Irak sería corta y rápida; no obstante ha sido larga y prolongada. Se nos prometió una victoria militar veloz; sin embargo, se ha visto todo menos eso. Y ahora, cientos de miles de personas han muerto bajo circunstancias espantosas. La ruptura de la ley y el orden ha desatado un nivel de violencia en la sociedad iraquí que en verdad es aterrador.

Escribí un artículo titulado "Return to the State of Nature"10 justo después de que la guerra comenzó –se trataba de mi opinión acerca de en qué podría convertirse la guerra en Irak. Lo único que no comprendí bien fue cuán espantosa sería. La alianza con Bush ha sido fundamentalmente errónea. Había cierta justificación para la invasión en Afganistán, pero creo que no hubo ninguna para la invasión de Irak. Creo que la "guerra contra el terrorismo" fue una falsa metáfora –una forma equivocada de pensar en la seguridad global. Considero que involucró una concepción ilusoria de la magia del poder militar en la época contemporánea. Y además que todo esto fue previsible y ahora es inexcusable.

Si se va a la guerra bajo pretensiones falsas, si se va a la guerra y no se cumplen las promesas, si se va a la guerra y al final la situación es peor y no mejor, seguramente que se es culpable de los fracasos del propio juicio. Creo que en algún nivel este trágico príncipe shakesperiano debe ser considerado responsable por esos errores de juicio.

 

Intervención humanitaria

AJ: ¿Cree que a nivel de la seguridad la alternativa socialdemocrática de una "agenda de seguridad amplia" deba incluir un compromiso para que la intervención militar se encuentre con una "responsabilidad de proteger", o está de acuerdo con Patrick Bond acerca de que "el intervencionismo humanitario" debe considerarse como parte del "Consenso de Seguridad de Washington"?; ¿cómo distinguimos los conflictos en los que los socialdemócratas debemos favorecer la intervención militar de aquellos en los que debemos oponernos –cuáles serían las pruebas de la socialdemocracia?

DH: Creo que debemos distinguir distintos tipos de intervención humanitaria; por ejemplo, la intervención en Irak de las que se llevaron a cabo para estabilizar Bosnia y Kosovo. Aunque estas últimas llegaron tarde, fueron ampliamente benéficas para detener las horribles infracciones que se estaban cometiendo contra la seguridad humana, así como un conjunto amplio de crímenes contra la humanidad. La guerra en Irak, a mi parecer, fue un flagrante acto de guerra –malinterpretado, mal calculado, mal planeado, equivocado.

Las crisis humanitarias se salen de control por razones complicadas, entre otras causas, debido a la lucha de los grupos étnicos; las crisis ambientales y de desertificación; las actividades de los jefes militares locales, etc. ¿Vamos a decir que bajo ninguna circunstancia debemos intervenir porque cualquier intervención está destinada a ser pensada como una forma de imperialismo occidental? No, eso sería absurdo. Sería como decir que la intervención de 1939 para detener a Hitler fue inherentemente imperialista. ¿Tendríamos que haber sido pacifistas de cara a la amenaza del nazismo? No creo que muchas personas lo hubieran sido. Así que, por extensión, debemos aceptar que en el caso de ciertos Estados criminales, o frente a determinadas situaciones espantosas conducidas por élites políticas o por grupos étnicos pueden existir fundamentos para la intervención humanitaria.

Sin embargo, necesitamos aprender de las situaciones en las cuales la intervención humanitaria ha funcionado, así como también de las que han fracasado. La política no es una panacea y tampoco lo son las estrategias militares. Algunas veces no se puede intervenir porque una situación es simplemente demasiado compleja. En ocasiones la intervención puede ser efectiva, pero lo es sobre las bases de viejas políticas de guerra. Tiene que hacerse sobre las bases de la intervención multilateral, con un mandato internacional para la intervención, si es del todo posible, y con una concepción de operación y seguridad militares muy diferente a la que hemos tenido en Irak.

Ahora circulan ideas muy interesantes dentro de lo militar, al interior de las redes europeas de políticas, y aquí en la LSE bajo la influencia de Mary Kaldor, sobre el desarrollo de una fuerza de seguridad humana –una fuerza militar operando los diferentes principios y objetivos, con distintas capacidades, para lograr fines diferentes. Creo que necesitamos repensar nuestra milicia como parte de nuestro acercamiento a políticas extranjeras. Los barrocos ejércitos de Europa, por ejemplo, son poco útiles al tratar con muchas de las situaciones conflictivas contemporáneas.

 

Terrorismo islámico

AJ: Cualquier fuerza de seguridad humana tendrá que enfrentarse con el terrorismo. En Un pacto global usted utiliza los términos "terrorismo global", "terrorismo de masas", "terrorismo transnacional", e incluso "los simplemente perturbados y los fanáticos", pero nunca utiliza el término "terrorismo islámico". En el Apéndice sí se refiere a una "fisura fundamental en el mundo musulmán" entre aquellos que buscan llegar a un acuerdo con la modernidad y sostienen estándares universales contra los que desean conservar o restaurar el poder para quienes representan ideas "fundamentalistas", pero no relaciona esta idea con la amenaza terrorista que enfrentamos. En su libro, el terrorismo nunca parece convertirse en el centro de atención al hablarse de la guerra civil dentro del mundo musulmán. ¿Me pregunto si podría haber existido algún valor al haber conjuntado estos dos desarrollos?

DH: Esa es una pregunta muy interesante. No tengo dificultad en utilizar el término terrorismo. Terroristas son aquellas personas que infringen los principios cosmopolitas sin ninguna consideración por los otros. Son quienes se oponen a los principios más elementales del cosmopolitismo: la santidad y el valor de la vida humana.

Existen muchos y diferentes tipos de terroristas. Ciertamente hay terroristas islámicos radicales, pero esta práctica ha tomado muchas manifestaciones tanto en la forma de actores no estatales como de actores estatales. Por ejemplo, si hoy se observa al Medio Oriente seguramente se tendrá que combinar una crítica del terrorismo de Hamas y Hezbollah con una de la manera en que el Estado de Israel ha actuado. Muchos de los principios fundamentales del cosmopolitismo, y de los principios liberales del Estado de derecho, son violados por ambos lados en el conflicto Israel-Palestina. En cierto sentido, ambos actúan de forma tal que parecen más bien políticas fuera de la ley que un Estado de derecho. Tanto los actores estatales como los no estatales son capaces de practicar el "terrorismo" como lo he definido. Y ello es cierto alrededor del mundo. El terrorismo no sólo toma la forma del comportamiento de actores no estatales.

Por supuesto que existen muchas constelaciones complejas de actores no estatales, incluyendo a los terroristas islámicos, las redes de Al-Qaeda, etcétera. No tengo tiempo para ellos en absoluto. Sus programas políticos nada tienen que ver con los principios de Robin Hood, o con los de la justicia social, o con honrar la dignidad de la vida humana. Son formas viciosas de la geopolítica, como lo fue antes. La forma viciosa de la geopolítica islámica se encuentra con la forma viciosa de la geopolítica occidental. En Irak algunos poderes occidentales han actuado también como juez, jurado y verdugo, atribuyéndose el derecho a determinar las cuestiones fundamentales de vida y muerte. Existe cierta simetría entre las espantosas políticas de los actores terroristas no estatales, como en el caso de Al-Qaeda, y algunas de las acciones de las alianzas occidentales que han intervenido como juez, jurado y verdugo.

AJ: ¿Qué diría sobre la opinión de que sin importar los errores, e incluso los crímenes, es incorrecto igualar de esa forma a la coalición occidental con Al-Qaeda, porque la primera removió a Saddam Hussein y al Ba'ath; supervisó un buen número de elecciones democráticas en Irak y produjo un gobierno iraquí electo; supervisó el voto popular sobre la base de una nueva Constitución democrática; abrió las fosas comunes masivas; permitió las libertades religiosas de los chiítas; regresó a los refugiados; reinundó las tierras de los pantanos árabes; creó el espacio para los sindicatos libres y para una prensa libre; entrenó a las fuerzas de seguridad iraquíes; y así sucesivamente? Esta opinión diría que sin importar la sabiduría de la invasión, la coalición busca dejar atrás no una colonia sino un Irak libre y democrático. Por otro lado, se trata de una insurgencia sunita sectaria, brigadas sectarias chiítas de la muerte, y operativos fascistas de Al-Qaeda, por lo que la creación de una equivalencia entre estas fuerzas y la coalición de Occidente es errónea.

DH: Creo que el 11 de septiembre tiene orígenes complejos, como también los tiene Al-Qaeda, los cuales se remontan a mucho tiempo atrás, antes de Bush y Blair. También creo que la guerra en Irak ha sido un terreno de reclutamiento masivo para jóvenes que se comprometen en actos terroristas. Ha sido un imán para la intensificación de la violencia. El fracaso de la alianza al pensar en su intervención; el fracaso de actuar en línea con los derechos humanos; todas estas cosas potencian los problemas de violencia. Y la violencia engendra violencia.

Habría oportunidad de actuar contra el terrorismo si se actuara en contra del comportamiento criminal, creando un consenso global transcultural para actuar contra el terrorismo y dentro de la rúbrica del derecho internacional. Después del 11 de septiembre muchos países musulmanes fueron muy comprensivos con Estados Unidos. Ese momento se ha perdido en gran parte. Sin embargo, como lo he mencionado antes, no creo que esté perdido por completo y para siempre.

Entonces, para alguien como Tony Blair, que ofrecería la defensa que acaba usted de exponerme, yo le diría: "usted es una de las pocas personas que aún cree que eso es lo que está sucediendo". La situación en Irak probablemente hoy se encuentra peor que nunca, ciertamente está tan mal como antes. Los niveles de violencia y crueldad, y el abuso de los derechos humanos están más allá de la imaginación. Las fuerzas de la coalición han creado una vacuna de poder en Irak en la que los peores elementos del comportamiento humano han sido desatados. Y va a ser muy difícil ponerlos de vuelta en la caja; incluso puede tomar generaciones. Creo que Irak se está fragmentando, la violencia se encuentra fuera de control, y esperar que el ejército iraquí sea alguna vez capaz de controlar la situación es una esperanza vana. Nada de esto tiene mucho que ver con la democracia, o deberíamos decir, con las condiciones para una democracia sustentable.

No creo que exista una equivalencia directa, como lo sugiere su pregunta, entre los insurgentes y las fuerzas de la coalición, pero sí considero que la manera en que la guerra en Irak fue manejada de principio a fin ha socavado cualquier legitimidad que Estados Unidos y el Reino Unido tuvieran. Además, también deploro el estado en el que nos encontramos actualmente en Irak. No hay nada que celebrar. Lo que sí sugiero es que un mejor entendimiento de la situación de la política global, de la política del Medio Oriente, de los límites del unilateralismo, etcétera, deberían conducir hacia un tipo diferente de acercamiento a los retos del mundo después del 11 de septiembre.

 

Segunda parte.

La alternativa socialdemócrata

AJ: Ahora hablemos de su alternativa social democrática para el Consenso de Washington y la Agenda de Seguridad. ¿A qué se refiere con "un convenio global"?; ¿qué reformas supondría?

DH: El lenguaje del "convenio global" es una manera de intentar pensar sobre cómo es que podemos llevar el desarrollo y al mundo desarrollado hacia una nueva especie de diálogo y acuerdo acerca del manejo económico y los asuntos de seguridad. Occidente –especialmente Estados Unidos y el Reino Unido– se ha preocupado por las amenazas que emanan del terrorismo. Por supuesto, algunas de ellas son preocupaciones serias. Al ser muy críticos sobre la forma en que han manejado estos asuntos no niego que existan otros que deban ser tratados. Ahora bien, si la agenda de seguridad se define únicamente en términos del terrorismo, se excluye del diálogo y del entramado interpretativo y político a la mayoría de la población del mundo, para la cual los asuntos de seguridad son luchas cotidianas por la vida –agua limpia, salud, la amenaza del vih-sida, la pobreza y la desnutrición.

Gran Bretaña y Estados Unidos lideraron la guerra contra el terrorismo después del 11 de septiembre porque ese día murieron tres mil personas. Todos los días mueren treinta mil niños por enfermedades relacionadas con la pobreza; sucede algo como un pequeño holocausto en el mundo, la destrucción de la vida de niños que, esencialmente, es evitable e innecesaria. No podemos imponer al resto del mundo nuestra concepción de seguridad y esperar un acuerdo. Por lo tanto, el principio de un convenio global es crear un diálogo entre el mundo desarrollado y el mundo en vías de desarrollo, bajo una concepción común de seguridad que abarque sus urgentes preocupaciones de desarrollo y nuestras propias preocupaciones. A menos de que ese diálogo se emprenda, de que construyamos una nueva plataforma común de acuerdo, nuestras preocupaciones sobre seguridad se debilitarán y las de ellos apenas y avanzarán. Esa es una situación potencial donde todo el mundo gana.

Sobre el asunto de la política económica, si continúa el actual empuje, conducido por la administración Bush, hacia un incremento continuo en los acuerdos bilaterales y preferenciales de comercio relacionados con un acercamiento fundamentalista al mercado, será muy difícil repartir muchos de los bienes públicos nacionales y globales que necesitamos. Asegurar la prosperidad a largo plazo no sólo significa adoptar concepciones más nuevas y sofisticadas acerca de lo que funciona y de lo que no funciona en la economía global, sino también reconocer que a menos de que exista una regulación política de la globalización nos faltarán mecanismos para tratar el calentamiento global, las epidemias y pandemias, los nuevos virus, etcétera, y sólo se potenciarán los problemas ya generados por el fundamentalismo del mercado.

Así que, potencialmente, existe en el marco de la seguridad y en el económico un camino a seguir: Yo lo llamo un "convenio global", porque a menos de que los mercados adapten la política, y que la agenda de seguridad de Occidente se adapte a la agenda de seguridad de la mayoría mundial, no tendremos un progreso político sobre los bienes globales urgentes, lo cual definirá el futuro no sólo de nuestra generación sino también de la de nuestros hijos, y de la de los hijos de nuestros hijos. Un convenio global significa un diálogo para fortalecer nuestro orden multilateral basado en reglas, que es sensible a la dignidad y a los términos de referencia de otras culturas, y que busca aprender de las fallas de nuestros conjuntos de políticas dominantes. Al buscar un convenio global reconocemos que el camino a seguir no es una raison d'état, o el fundamentalismo del mercado, o el unilateralismo. Esos viejos conjuntos nos han fallado, algunas veces con terribles consecuencias.

Permítanme poner en términos simples el camino a seguir. El realismo ha muerto. ¡El cosmopolitismo es el nuevo realismo! Que yo diga esto puede parecer algo extraordinario, pero si usted acepta los argumentos que hasta ahora he vertido, entonces podemos decir que, hablando en general, los conjuntos de políticas realistas nos han fallado. La razón por la que el cosmopolitismo es el nuevo realismo es porque, a menos de que exista una nueva agenda de colaboración transfronteriza y soluciones internacionales para los problemas globales, o de que aprendamos de las fallas de los viejos paquetes de políticas, continuaremos haciéndonos la vida peor, no mejor.

AJ: ¿Puede definir la palabra "cosmopolitismo" para los lectores que puedan estar poco seguros sobre su significado?

DH: El cosmopolitismo es una manera de pensar sobre qué es lo que todos tenemos en común más allá de las fronteras y las culturas. Comienza con un número de premisas fundamentales, incluyendo el igual valor moral de cada ser humano, el hecho de que todos estamos dotados con la posibilidad de ser un agente activo y con la capacidad de tomar decisiones. Cada uno es un agente moral capaz de tener dignidad en la elección. El cosmopolitismo también sostiene que para ejercerla todos necesitamos acceder a ciertas capacidades (existen otros principios cosmopolitas y los expongo en Un pacto global).

¡Y estos no son sólo los principios abstractos de los filósofos!, sino los principios plasmados en muchas de nuestras instituciones multilaterales desde finales del siglo XIX. La ley sobre la guerra y la de derechos humanos, la Carta de la Organización de las Naciones Unidas y el Sistema de Estatutos de las Naciones Unidas insertan muchos de estos principios en su fundación misma. En particular, el régimen de los derechos humanos no podría existir sin estos principios cosmopolitas. El entramado de la Carta de las Naciones Unidas también los incluye. El convenio global al que me refiero es consistente con la mejor práctica como debe ser cualquier política. En ese sentido, va con la corriente de la historia y no contra ella.

El problema radica en que estos principios cosmopolitas o universales fundamentales de la democracia y los derechos humanos fueron empalmados a finales del siglo XIX y en el XX con la soberanía del Estado, la política estatal y las prioridades de los Estados más poderosos. Esa agenda, a mi parecer, ha corrido su curso, así que ahora nos vemos enfrentados con un conjunto de elecciones verdaderamente crítico. O construimos sobre los trampolines progresivos que ya tenemos –el sistema multilateral basado en reglas, el régimen de derechos humanos, la Corte Criminal Internacional, los blandos centros de poder de la Unión Europea, los comienzos germinales de la ciudadanía multidimensional, y la autoridad con múltiples capas de los Estados Unidos– o cometeremos los mismos errores en el futuro, con consecuencias crecientemente negativas.

La noción de un convenio global es una compleja forma de pensar sobre cómo –sector por sector, área por área– se pueden incrustar las lecciones del siglo XX en nuestras instituciones y prácticas internacionales. Las mismas soluciones no funcionarán en el comercio, las finanzas, las pandemias, el cambio climático. Necesitamos pensar en un nuevo marco político imaginario. Si reconocemos que los viejos entramados realistas no proveían los bienes, ello nos libera para movernos.

 

¿Siglos de transición?

AJ: ¿Qué le diría a aquellos que rechazan el convenio global como una utopía incapaz de realización?

DH: En Un pacto global, y en la defensa que hice sobre él en Debating Globalisation,11 expongo asuntos para los corto y largo plazos. ¡Aclaro que no podemos tener el largo plazo mañana! La idea de un convenio global cosmopolita progresivo llevado todo al mismo tiempo no es la forma en que funciona el mundo. La política jamás ha funcionado así.

El ejemplo que siempre doy, contra mis críticos, es la formación del mismísimo Estado moderno, desde los siglos XVI y XVII. Tomó siglos para que se extendiera. La idea de un régimen político secular, separado del gobernado y del gobernante y de la poderosa Iglesia Católica en Europa sólo tomó forma de manera lenta. También emergieron lentamente los conceptos de soberanía democrática y de ciudadanía. Todo se llevó años de lucha para ser alcanzado, y no sólo en el mundo occidental. Jamás debemos olvidar que la democracia sólo toma una de sus manifestaciones más extraordinarias en India –la mayor democracia del mundo. La democracia no sólo nos pertenece a "nosotros", y no solamente la practicamos nosotros. También es un logro de otros países y regiones.

Tenemos que entender que los pequeños trampolines para alcanzar un Estado-nación moderno y secular –las Actas de Reforma de 1832 y 1867, entre otros– impulsaron el proceso de manera muy importante. Creo que ahora vivimos en un momento que yo llamo "cambio global". El imaginario de la política basada en el Estado es ahora inadecuado. Vivimos, y continuaremos viviendo, en un mundo de imbricadas comunidades de fe. En ese nuevo mundo debemos comenzar a pensar otra vez y a ser intrépidos. Mis libros son sólo una contribución a ese nuevo imaginario político.

 

Agencias

AJ: Para convertirse en un nuevo sentido común, el pacto global necesitará animar a agentes clave del cambio social y político que promuevan dicho programa. ¿Cuáles agencias son las adecuadas para avalar este programa?; ¿cómo es que la "reconfiguración del poder político" asociada con la globalización ha recondicionado la capacidad de las agencias tradicionales de la izquierda?; ¿cuál es el papel de los sindicatos en la alternativa social democrática?; ¿es la solidaridad de la unión transnacional un prerrequisito para el convenio global?

DH: Permítame comenzar subrayando que necesitamos ser claros sobre el mito de la agencia frecuentemente encontrado en el centro del pensamiento de izquierda. Este mito data de Marx y explica la noción de que un cambio progresista en el fondo descansa sobre una clase identificable y/o en sus representantes. El problema con el marxismo es que a partir de la clase socioeconómica leyó de un tirón la historia de la política. Falló, en otras palabras, en tratar a la política sui generis. La política no puede ser reducida a la búsqueda de agentes solitarios. Así que muchas cosas deben quedar claras.

Los agentes que deben combinarse para impulsar la dirección hacia un nuevo convenio global serán, concomitantemente, diversos y, en todo lo posible, más difusos. El cambio progresista depende sobre todo de construir coaliciones que ya se están formando y reformando en diferentes contextos internacionales y globales. Y lo más importante: es posible concebir una coalición de Estados progresistas y de actores no estatales trabajando sobre los asuntos discutidos. Lo que tengo en mente es imbuir a los poderes europeos con algunas tradiciones socialdemócratas; a los principales países en desarrollo buscando cambios en la naturaleza del comercio, la ayuda y el desarrollo; a las organizaciones no gubernamentales, desde Oxfam hasta Medicins sans Frontières,12 y así sucesivamente. Es importante subrayar que las coaliciones siempre formarán y reformarán los asuntos –como lo han hecho desde la lucha sobre la Cámara Internacional de Comercio (CIC) hasta las presiones sociales construidas en relación con la Ronda de Doha.13

Por supuesto, los sindicatos tienen un papel aquí, y uno potencialmente importante, al actuar como grupos de presión y como fuerzas que podrían ayudar a ilustrar a sus miembros sobre los asuntos globales, que les pueden parecer no relevantes a primera vista. Esto es crucial, pero creo que se tiene que aceptar que los sindicatos son sólo uno de los muchos actores posibles que necesitan interactuar para crear la solidaridad transnacional. Esta última es sumamente importante entre los países ricos y pobres, desarrollados y en vías de desarrollo; así como entre las agencias gubernamentales y no gubernamentales, ya que como Kofi Annan lo menciona directa y elocuentemente: "millones de personas no tienen porque morir prematura ni innecesariamente" como resultado de nuestra falla en impulsar los cambios globales.

 

¿Culpar primero a Estados Unidos?

AJ: Al evaluar los obstáculos para el convenio global algunos sugieren que usted pone demasiada culpa en la puerta de Estados Unidos. Desde la derecha, Roger Scruton afirma que su argumento procede completamente "como si el mundo fuera a instalarse a partir de sí mismo si no fuera por... el gobierno estadounidense". Scruton piensa que este "falso énfasis" es peligroso debido a que "acarrea rechazar el ver a las personas fuera de los enclaves del capitalismo occidental como sujeto de juicio [...]; rechaza reconocer su completa humanidad". Desde la izquierda, David Mepham también afirma que usted no atiende la importancia –como las causas de la pobreza absoluta, la inequidad relativa, el conflicto y el genocidio– de las políticas culturales autónomas regionales y nacionales, de sus políticas públicas y estructuras, y esto es en parte debido al carácter de su análisis centrado en Washington. Mepham invoca, como ejemplos, a la naturaleza y al impacto de la dictadura de Mugabe en Zimbabwe, pero también nos pide considerar las implicaciones de la crítica devastadora del mundo árabe y de sus gobiernos contenida en los sucesivos reportes de desarrollo árabe de Naciones Unidas. ¿Cómo responde a estas críticas?

DH: Un pacto global fue una intervención en un punto particular del tiempo. Tomé la postura (y aún lo hago) de que muchas de las decisiones clave llevadas a cabo después del 11 de septiembre fueron equivocadas para alcanzar los objetivos deseados: seguridad, responsabilidad y una alianza de civilizaciones, no una guerra entre civilizaciones. Era correcto argumentar que las decisiones tomadas por el gobierno de Estados Unidos, y apoyadas por el de Blair, fueron equivocadas. Fueron el obstáculo. La administración Bush ha debilitado muchos aspectos de la gobernanza multilateral: el Consejo de Seguridad, el Tratado de No Proliferación Nuclear, las convenciones de armas químicas, entre otros. Eso no quiere decir que la administración Bush, apoyada por Blair, sea responsable de la globalización en todos sus aspectos. ¡Para nada! En mis libros académicos –tales como Transformaciones globales: política, economía y cultura14 no menciono administraciones en particular porque eso debe ser producto de trabajos de investigación más serios, mirando hacia un cambio global a largo plazo. Un pacto global y Debating Globalisation son intervenciones políticas escritas en un momento concreto cuando las administraciones estadounidenses estaban haciendo las cosas mucho peor. No hay nada antiestadounidense en lo que he escrito. Soy crítico de algunos conjuntos de políticas y eso no tiene nada que ver con Estados Unidos, con su historia, su democracia, su cultura o su gente. Soy un crítico de las políticas. Si intelectualmente no se puede separar la cuestión de las políticas de aquélla sobre el país, entonces el debate es una nulidad. Es el mismo error que a menudo cometen los israelíes, cuando dicen que "cualquier crítica de nuestras políticas es una crítica hacia nosotros". Eso es incorrecto. Estoy criticando ciertos conjuntos de políticas manejadas por una administración, no a un país. Así que simplemente rechazo ese cargo.

Su pregunta levanta un conjunto mayor de asuntos sobre los niveles regionales y nacionales. Y los puntos que David Mepham pone sobre la mesa son bien tomados. No puede haber construcción alguna de un orden multilateral basado en reglas sin democracias fuertes y sin culturas democráticas. También es verdad que el movimiento en esta dirección se encuentra desfavorecido por Estados que fallan, el resurgimiento del nacionalismo, y así sucesivamente. Es verdad que muchos de estos asuntos poseen dinámicas muy complejas e independientes de aquellas que he discutido en esta entrevista. Todo lo que puedo decir es que lo comprendo y estoy de acuerdo con usted, pero mis argumentos nunca apuntaron hacia todos estos problemas. Fueron simplemente un corte en alguna de las preguntas. Y estoy muy feliz con dicho corte.

Con respecto a la sugerencia más amplia, sobre que algunas de las soluciones se encuentran local y nacionalmente, eso también es cierto. Abordemos como ejemplo el cambio climático. Tendrían que existir acuerdos internacionales para conseguir un sistema de comercio de carbón, por ejemplo. Ya tiene lugar un sistema europeo de comercio de carbón, pero es más bien débil. Un sistema global de comercio de carbón es una idea muy importante para hacer que el sector privado sea parte de la solución al desafío del cambio climático. Ahora bien, para hacerlo se necesitan acuerdos internacionales de diferentes clases. Se requiere que los países acepten objetivos y que hagan de esos objetivos su responsabilidad. Al interior de esos países se necesitan objetivos sector por sector: industria aérea, transportes, agricultura, sector doméstico, etcétera. Sin que todos esos sectores asuman su responsabilidad con respecto a las formas específicas de adaptación a una economía orientada a la generación de menos combustible fósil simplemente no obtendremos soluciones. Mi perspectiva es: "piensa globalmente, actúa localmente", y viceversa. No existe una solución al cambio climático sin acuerdos globales. Aunque, igualmente, no puede darse sin cambios en el comportamiento nacional, e incluso en el individual.

 

Tercera parte.

El pacto global y el estatus de la "democracia social"

AJ: Mucho del debate provocado por Un pacto global fue presentado por openDemocracy15 y reunido en el libro Debating Globalisation. Puede ser de utilidad explorar algunas de las críticas que parecían desafiar, en diferentes formas, la relevancia contemporánea y las perspectivas políticas de la "democracia social" y de la "democracia social global".

 

¿Existe un futuro socialdemocrático?

AJ: Primero, Meghnad Desai, su predecesor como director del Centre for Global Governance, y autor de Marx's Revenge: The Resurgence of Capitalism and the Death of Statist Socialism,16 argumentó que usted asume que la democracia social es el personaje bueno, listo y que está esperando tras bastidores con las respuestas. Esta no es una suposición segura, argumenta Desai, ya que "la democracia social se encuentra en una profunda crisis de la que todavía tiene que resurgir". Su argumento consiste en que mientras la democracia social pudo florecer en el mundo desglobalizado de 1919-1980 con sus capitalismos nacionales holgadamente conectados, fordismo, sindicatos de masas, y relativa uniformidad social, no ha sido capaz de darse abasto en un mundo rápidamente globalizado en el que el Estado ha perdido control de forma crucial sobre la economía. Restaurar la rentabilidad demandaba una reestructuración brutal, y la derecha continuó con ello. La izquierda ha tenido, para regresar al poder, que caer en la línea con la derecha. Los partidos socialdemócratas pueden hablar todo lo que quieran sobre "la tercera vía", pero en realidad "los regímenes 'socialdemocráticos' más exitosos, como el Nuevo Laborismo en Gran Bretaña o la presidencia de Clinton abandonaron, en efecto, la democracia social en toda su esencia". ¿Por qué se equivoca Desai?

DH: ¿Qué es la democracia social? Claramente existen muchas cosas que pueden decirse aquí, pero sólo quiero hablar de un punto. Los socialdemócratas han buscado, tradicionalmente, desplegar las instituciones democráticas de países individuales en nombre de un proyecto nacional particular. Un compromiso entre los poderes del capital, el trabajo y el Estado que busca alentar el desarrollo de las instituciones del mercado dentro de un entramado regulatorio que garantice no sólo las libertades civiles y políticas de los ciudadanos, sino también las condiciones sociales necesarias para que las personas disfruten de sus derechos formales. Me parece que este proyecto siempre ha sido tan relevante como lo es hoy en día.

Los socialdemócratas han aceptado debidamente que los mercados son centrales para generar bienestar económico, pero también han reconocido que ante la ausencia de una regulación apropiada sufren serios desperfectos –especialmente la generación de riesgos no deseados para los ciudadanos: una distribución desigual de esos riesgos; la creación de externalidades adicionales y negativas, así como de desigualdades corrosivas.

La línea de fondo es que, a diferencia del acercamiento liberal estándar que pone el énfasis en los mercados y en más mercados (recientemente Meghnad Desai está en este campo), los socialdemócratas enfatizan su silencio aquí –y ese silencio es la justicia social. El asunto es que la justicia social no puede simplemente ser repartida, en muchos aspectos críticos, por Estados que actúan solos. Desde el cambio climático hasta los problemas de las reglas de comercio son necesarias las coaliciones, más allá de los Estados, para llevar adelante el entramado de la justicia. Creo que hoy en día este programa es más importante de lo que jamás lo ha sido.

Me desagrada la idea del "personaje bueno". Repensar la política sobre las bases de la evidencia y el análisis de una política pública sostenida es una manera de contribuir al diálogo al que me refiero. No existe "el personaje bueno"; sólo un diálogo necesario y crucial sobre cómo podemos crear las bases de un nuevo convenio global para enfrentarnos con las crisis colosales que afrontaremos durante este siglo. Es mucho mejor ser el "chico o la chica que dirija esto".

Geoffrey Pleyers (GP):17 ¿Cree que el Estado benefactor puede funcionar en un mundo que se está globalizando?

DH: En el debate inicial sobre la globalización algunos intelectuales tomaron la postura de que la intensificación de la globalización estaba asociada con una carrera a la baja en los estándares del bienestar, en los estándares laborales y de regulación, y en los estándares ambientales, entre otros. La evidencia es mucho más complicada. Primero, vemos en Europa una gran colección de Estados muy distintos. El periodo de acceso a los estándares liberales de la globalización, de la década de los ochenta hasta nuestros días, está asociado a diferentes regímenes y a distintos niveles de impuestos. En otras palabras, la globalización y los mercados financieros simplemente no castigan de manera severa al Estado benefactor. Lo que la globalización y los mercados financieros castigan son los presupuestos que son incompatibles con el marco más amplio de intercambios financieros y de transacciones de mercado. Así que el primer punto radica en que la diversidad del Estado benefactor ha existido en Europa por un periodo sustancial de tiempo, a pesar de la apertura del mundo económico en esta fase neoliberal global.

Segundo, si miramos el mundo, y en especial el mundo en desarrollo, no existe evidencia de una sola trayectoria hacia un solo y mínimo común denominador del Estado benefactor. Los regímenes de impuestos cambian y los paquetes de bienestar son diferentes. En algunos casos, como en los países escandinavos, los altos niveles de apoyo del Estado benefactor y de responsabilidad social están conectados con la apertura de la economía. Existen Estados fuertes, culturas democráticas fuertes, usualmente con fuertes representaciones laborales, y con cierta forma de representación proporcional. En otras palabras, el vínculo entre globalización y Estado benefactor está mediado por la institución política. Cuando ésta es fuerte con sus mandatos, el Estado benefactor puede subsistir. Donde es débil, se trata de un reto mucho más difícil. La evidencia nos muestra que en los países en desarrollo se está mucho más expuesto a una carrera a la baja que en los países desarrollados. En las economías latinoamericanas los regímenes con Estado benefactor han caído bajo mucha más presión. Caen bajo la presión de las instituciones financieras internacionales o de los mercados financieros porque enfrentan dificultades para encontrar paquetes de bienestar, pero donde generalmente encontramos Estados más débiles y menos democráticos existe el riesgo de que el impacto de las formas y estándares liberales de la globalización debiliten las opciones de beneficencia y, por ende, la agenda de las políticas sociales. A este respecto, el tamaño sí importa. Y entre más grande sea, más probabilidades habrá de que se hagan las compensaciones para satisfacer a las circunscripciones nacionales. Entre más pequeño sea el país, más débil será el Estado, y es menos probable que lo anterior suceda.

Los países que siguieron de forma más estricta el Consenso de Washington –muchos de ellos en América Latina, el Caribe y África– se han desempeñado mucho peor que aquellos que desarrollaron otros enfoques, y también les ha ido peor al ser juzgados por su propio pasado. Les ha ido mejor a los países que no jugaron bajo las reglas de acceso de los estándares del mercado liberal, incluyendo China, India y Vietnam. Mi opinión es que la agenda de Washington no ha suministrado una idea adecuada de lo que funciona mejor para muchos países en desarrollo, y que necesitamos cambiar esa agenda y alejarla del modelo neoliberal simple, en donde un solo tamaño es conveniente para todos. La alternativa socialdemócrata, insisto, enfatiza la importancia de crear un espacio de desarrollo para que los países disfruten de experimentar con diferentes políticas; de la importancia de secuenciar la integración al mercado global; y de la prioridad de invertir en capital humano y social. En otras palabras, sí a los mercados, pero también a la justicia social y a las opciones nacionales.

Lo que vemos tras treinta años de acceso a los estándares neoliberales de la globalización es que los países que rechazan las tan mencionadas políticas del Consenso de Washington, que se han negado a hacer fluctuar sus monedas, que han mantenido algunos controles sobre las desregulaciones financieras, que han bajado sus tarifas lentamente; a esos países les ha ido mejor que a otros que simplemente abrieron sus mercados de inmediato.

 

Cuarta parte.

América Latina y México

GP: Desde esta perspectiva, ¿considera que es una señal de evolución positiva el reembolso anticipado de Argentina y Brasil al Fondo Monetario Internacional, en aras de finalizar su dependencia de esa institución?

DH: Creo que se trata de algo bueno. También es la vía más plausible hacia el desarrollo. El caso de Argentina echa mano de los altos precios de las mercancías. La capacidad de mantenerse fuera del discurso convencional de la economía liberal se ha visto socorrida, en años recientes, por el incremento de los precios en las mercancías. Ello ha amortiguado las opciones de políticas que las coaliciones nacionales han sido capaces de buscar. Sin el incremento en el precio de las mercancías considero que las posiciones políticas en esos países serían muy distintas.

GP: Para continuar con América Latina, ¿qué piensa sobre el retorno del Estado fuerte en muchos países de esta región?

DH: La posición cambiante de Latinoamérica en los discursos políticos globales es fascinante. Muchos países latinoamericanos han entendido que si sólo toman el modelo neoliberal estándar y lo aplican a sus economías corren el riesgo de desestabilización y de pobreza y desigualdad crecientes, y se alejan de un Estado benefactor mejorado en su conjunto. Esto es plenamente comprendido ahora. El segundo aspecto que comprenden es que sin instituciones fuertes que conduzcan el cambio económico gran parte de ese cambio se encuentra vulnerable a la inestabilidad, aunque dentro de América Latina existen diferentes países con regímenes que persiguen estrategias distintas. Tales son los casos de Chile, Brasil y Uruguay, que poseen una fuerte tradición democrática, una fuerte tradición liberal y constitucional, y que han manejado su entrada en el mercado global de forma muy exitosa en las décadas recientes, al mismo tiempo que han mantenido un Estado benefactor relativamente intacto, tomando un camino diferente.

Las economías de regímenes como Argentina y Venezuela han sido capaces de conseguir lo anterior a través de un proceso de alzas de precios en las mercancías. Estos regímenes representan una contribución combinada al amplio debate global sobre el futuro de la globalización y de la democratización del gobierno. Por un lado, muestran que dada una correcta base de recursos, los países pueden respaldar al mercado hasta cierto punto y logran también rechazar la intervención de las fuerzas económicas externas que vayan en detrimento del desarrollo de sus países.

El camino hacia adelante para América Latina no se remite únicamente a Estados fuertes que actúen solos sino a la revitalización del Mercosur, al desarrollo de la región como una unión que le proporcione un mayor apalancamiento a largo plazo, y esto se vincula con el rechazo a los discursos económicos tradicionales provenientes de las instituciones financieras internacionales, con un acervo más sabio de entendimiento económico sobre la importancia del Estado, las instituciones, las inversiones en capital humano, pero también con la colaboración transfronteriza y la construcción del desarrollo regional con el Mercosur. Además de con un fuerte compromiso con el pluralismo en la política, una diversidad de solidaridades sociales y la constitución de un Estado de derecho en democracia. Sin estos ingredientes, las naciones sólo pueden sobrevivir con ganancias a corto plazo con el incremento en los precios de las mercancías. Cuando esa capacidad decae, los conflictos aparecen.

GP: Joseph Stiglitz escribió sobre México y el TLCAN que "si alguna vez existió una posibilidad de demostrar el valor del libre comercio para un país en desarrollo, era ésta". Dadas la fuerte apertura de la economía mexicana y su actual política económica, ¿cómo percibe la situación de México?; ¿cuáles son los mayores retos que un país como México tiene que enfrentar?

DH: Es una pregunta difícil para mí puesto que no soy experto en política mexicana. Sin embargo, lo que la evidencia nos muestra es que los países en desarrollo que liberalizaron de manera rápida su comercio y sus mercados financieros se desempeñan menos bien que los países que se integran vía el comercio, pero que controlan sus flujos financieros. En segundo lugar, los países que se han apartado, en términos económicos, antes de liberalizar sus barreras aduaneras tienden a desempeñarse mejor que aquellos que liberalizan sus barreras aduaneras bajo la esperanza de un crecimiento ulterior. No me opongo a los mercados abiertos ni a la competencia abierta, pero creo que así como el mundo occidental se desarrolló primero antes de liberalizarse, muchos países en desarrollo necesitan reconocer que el énfasis de Occidente en la apertura es juzgado de manera un poco hipócrita por los estándares históricos. En el caso de México, algunos sectores de la economía se han desempeñado muy bien. Los sectores fuertemente relacionados con la economía de Estados Unidos y aquellos que se han convertido en bases manufactureras para el mercado estadounidense han prosperado hasta cierto punto. Sin embargo, el precio es muy alto: las condiciones laborales son paupérrimas; en algunos sectores se ha dado una reducción del empleo; la desigualdad se ha incrementado y la pobreza a lo largo de México aún es muy alta. Su apertura es, de hecho, la apertura a la economía de Estados Unidos más que a la economía global. Ello conlleva algunas ventajas como la transferencia de empleos de los Estados Unidos hacia México, pero la desventaja es que los únicos empleos que llegan al sur son aquéllos en condiciones laborales pobres y muy mal pagados. A corto plazo, este esquema puede producir algunos empleos en México, pero en el largo plazo dudo que sea la solución para la constitución estable de un país con fuertes vínculos de solidaridad.

 

Quinta parte.

Política internacional y globalización en 2007

GP: Usted ha hecho una gran contribución a los debates sobre la globalización. ¿Cómo valora el actual proceso de globalización y sus efectos?

DH: Muchos creyeron que después del 11 de septiembre habría una declinación de la globalización y un retorno a la geopolítica, al estado de conflicto y al imperialismo. De hecho, la integración económica global ha continuado rápidamente y ahora podemos atestiguar el fenomenal crecimiento de China y de otros países en la economía global. Al mismo tiempo, como resultado de la guerra contra el terrorismo y de la guerra en Irak, nuestras instituciones multilaterales son mucho más débiles de lo que ya lo eran hace una década. Esto es muy riesgoso porque necesitamos enfrentar los retos del cambio climático, la proliferación nuclear, la creciente desigualdad global, entre otros problemas. Si nuestras instituciones multilaterales son débiles no serán capaces de abordar estos asuntos críticos, y ello tendrá consecuencias muy serias para el orden y la estabilidad globales.

GP: ¿Cuáles consideraría que son los cambios más significativos en la política internacional y en la globalización durante 2007?

DH: Muchas de las tendencias de las que hablé en la entrevista del año pasado se han desarrollado. Argumenté, por ejemplo, que Afganistán e Irak eran la muestra de algo impropio en un mundo donde sólo las colaboraciones entre fronteras podrían producir soluciones a los retos en la economía y la seguridad. En Irak, los últimos doce meses han evidenciado lo anterior incluso de manera mucho más pronunciada. Afganistán se encuentra esencialmente dividido entre barones de la droga y regiones dominadas por grupos militares. Las áreas mantenidas por las fuerzas extranjeras como pacíficas son sólo pequeñas partes del inmenso país. No creo que la situación de la seguridad en Afganistán se estabilice si todo continúa de esta manera. En Irak podemos ver el fin del juego de un proyecto político fallido e impropio. Y ello tiene trágicas consecuencias tanto para ese país como para Medio Oriente, donde grupos como Hamas y Hezbollah se han envalentonado como resultado del fracaso de los iraquíes y de los británicos y estadounidenses en Irak. Al-Qaeda ha sido alentada, alrededor del mundo, con la idea de que podía desafiar al más grande poder del planeta. Ahora más que nunca se nos recuerda que en un estado de creciente interconectividad global alrededor de todos los niveles de la sociedad es poco probable que las soluciones tradicionales de Estado, impuestas ya sea por Estados individuales o por coaliciones de un pequeño número de Estados, produzcan soluciones durables a problemas colectivos.

A partir de lo anterior, se han producido algunos cambios durante 2007. A este respecto el trato con Corea del Norte es simbólico, debido al acuerdo negociado sobre la apertura de las instalaciones nucleares a la inspección internacional que fue impulsado en ese país. Se trata de un nuevo paradigma para que la comunidad internacional avance. La administración Bush tiene que aprender que estos problemas sólo pueden resolverse a través de la diplomacia y con discusiones multilaterales. Y aunque ha cambiado en algunos aspectos en los últimos meses, Bush intenta mostrar su legado. Sin embargo, su posición política en Washington es mucho más débil ahora. Los estadounidenses están tomando más decisiones multilaterales para los problemas que enfrentan no porque sean multilateralistas convencidos sino porque han sido forzados a esta solución por los fracasos constantes y sus debilidades políticas en Washington.

GP: Muchas gracias por haber contestado a estas interrogantes complementarias sobre América Latina y México. Antes de terminar la entrevista me gustaría preguntarle sobre sus próximos proyectos de publicación e investigación.

DH: Recientemente se publicó una versión completamente nueva de Globalization/Antiglobalization.18 En segundo lugar, se editó un libro sobre política exterior progresista,19 cuyo propósito es fortalecer aquellas partes del nuevo gobierno que buscan otro camino para la política exterior, uno diferente al de Blair. Con fuertes raíces intelectuales en cuestiones de principios y con gran conocimiento sobre algunas regiones muestra por qué diez años con Tony Blair como primer ministro no produjeron la suficiente política exterior para el Reino Unido. Incluso fuera de las guerras en Irak y Afganistán hay muchas otras líneas de la política exterior que pudieron haber sido más progresistas; por ejemplo, las concernientes al balance entre el mercado y el Estado de derecho, la justicia social y la sustentabilidad. Creo que, hasta cierto punto, el gobierno de Gordon Brown se está moviendo en esa dirección. Se está dando lugar a la retirada de las tropas británicas de Irak, aunque no se ha establecido una fecha definitiva para su regreso y ciertamente tampoco para el de las tropas en Afganistán. Además, se ha puesto gran énfasis en el multilateralismo, lo cual ha redundado en el hecho de que incluso cuando la de Estados Unidos y el Reino Unido continúe siendo la relación bilateral más poderosa, ello no significa encontrarnos atados a Estados Unidos en todo lo que ellos hacen. Se trata de pequeños pasos, pero sin duda son señales importantes en el contexto de los debates sobre política exterior en el Reino Unido. No obstante, la prueba real para Gordon Brown en materia de política exterior no será el retiro de Irak sino lo que suceda con Irán. Y el tercer proyecto que realicé recientemente con la antropóloga Henrietta Moore es un libro sobre cultura y política en la era global que traza las complejas interconexiones entre las diferentes culturas y la globalización; fue publicado en otoño del año pasado.20 A largo plazo, aún estoy trabajando en un proyecto enorme sobre efectividad y rendición de cuentas en las políticas globales. Hemos realizado dos mil entrevistas en veinte casos de estudio en un gran número de áreas que tienen que ver con las políticas globales: finanzas, comercio, sanidad, seguridad, etcétera. Se trata de una mirada seria a estos asuntos globales con un enfoque en la efectividad y la rendición de cuentas. Este proyecto contribuirá a mostrar cómo es que podemos defender de manera plausible las nociones de un nuevo convenio global mientras estamos atentos a las muy a menudo significativas diferencias entre los sectores de actividad.

 

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Notas

1 La traducción de las dos entrevistas y las notas son de Amneris Chaparro, socióloga por la Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Azcapotzalco. Correo electrónico: amnerischa@hotmail.com. La introducción fue escrita por Geoffrey Pleyers directamente en español.

3 David Held se interesa, entonces, por los mecanismos de las tasas internacionales, por ejemplo, en las transacciones financieras (Held, 2005).

4 Los análisis de estas políticas se llevaron a cabo en dos publicaciones recientes: Held, 2004; Barnett, Held y Henderson, 2005.

5 David Held fue entrevistado en Londres por Alan Johnson (Edge Hill University, Reino Unido), el 21 de noviembre de 2006; y por Geoffrey Pleyers (Universidad de Lovaina, Bélgica), el 10 de noviembre 2007. Aquí se integran ambas para dar un efecto de continuidad al lector.

6 Polity Press fue fundada en 1984 y se ha consolidado como una de las editoriales en ciencias sociales y humanidades líderes a nivel mundial. Para mayor información consúltese la página www.polity.co.uk

7 Se refiere al libro editado junto con Ayse Kaya, Global Inequality: Patterns and Explanation (Held y Kaya, 2007).

8 Se trata del Departamento para el Desarrollo Internacional (DFID, por sus siglas en inglés) del Reino Unido, que es la instancia responsable de promover el desarrollo y la reducción de la pobreza suministrando ayuda a los países pobres así como soluciones para eliminar la pobreza extrema.

9 Las naciones que integran el G8 son: el Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte, Francia, Rusia, Alemania, Estados Unidos, Japón, Italia y Canadá.

10 Véase el libro del propio David Held, Return to the State of Nature (2003). Existe una versión disponible en línea: www.opendemocracy.net/content/articles/pdf/1065.pdf

11 Véase Barnett, Held y Henderson (2005).

12 Oxfam International es una confederación de trece organizaciones (en Australia, Bélgica, Canadá, Québec, Alemania, Gran Bretaña, Francia, Hong Kong, Irlanda, Países Bajos, Nueva Zelanda, España y Estados Unidos) que trabajan en conjunto con tres mil organizaciones locales en más de cien países para encontrar soluciones definitivas a la pobreza, el sufrimiento y la injusticia, a través de la promoción de una ciudadanía global y la movilización de la opinión pública. Creada en 1995 por un grupo de organizaciones no gubernamentales independientes, su nombre proviene del Comité de Oxford de Ayuda contra el Hambre, fundado en Gran Bretaña en 1942. Por su parte, Medicins sans Frontières (Médicos sin fronteras) es una organización internacional independiente de ayuda humanitaria que distribuye asistencia médica de emergencia a poblaciones en peligro en más de setenta países.

13 Promovida por la Organización Mundial del Comercio, se trata de una negociación que busca liberalizar el comercio agrícola mundial en los países centrales. Se intenta que para el año 2013 las grandes potencias hayan eliminado o reducido significativamente la protección que dan a su agricultura; sin embargo, hasta ahora las negociaciones han fracasado.

14 Véase Held, 2002.

15 openDemocracy es un sitio web educacional, independiente y sin fines de lucro que ofrece diversos análisis sobre asuntos de actualidad e interés mundial. En él participan, de manera gratuita, tanto voces académicas como aquéllas provenientes de la sociedad civil. Esta red está comprometida con los derechos humanos y la democracia. Su sede se encuentra en Londres y su dirección electrónica es www.opendemocracy.net

16 Véase Meghnad Desai, 2002.

17 A partir de esta pregunta se integra la entrevista realizada el 10 de noviembre de 2007.

18 Existe una versión en español titulada Globalización/Antiglobalización: sobre la reconstrucción del orden mundial, editada por Paidós en 2003 (Held y McGrew, 2003). La nueva versión en inglés fue editada por Polity Press, Cambridge.

19 Se refiere al libro editado por David Held y David Mepham, Progressive Foreign Policy: New Directions for the UK, 2007.

20 Véase Held y Moore, 2007.

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