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Sociológica (México)

versão On-line ISSN 2007-8358versão impressa ISSN 0187-0173

Sociológica (Méx.) vol.23 no.66 Ciudad de México Jan./Abr. 2008

 

Artículos

 

El migrante colectivo transnacional: senda que avanza y reflexión que se estanca

 

Miguel Moctezuma L.1

 

1 Profesor-investigador del Programa de Doctorado en Estudios del Desarrollo, Universidad Autónoma de Zacatecas. Corre electrónico:mmoctezuma@estudiosdeldesarrollo.net

 

Fecha de recepción 18/06/07
fecha de aceptación 15/07/08

 

Resumen

Se define como migrante colectivo transnacional al migrante organizado que cuenta con el nivel de asociación; por tanto, este es un tipo de organización superior al de las redes o clubes de migrantes. A su vez, se trata de estructuras organizativas formales, permanentes, con capacidad de negociación ante el Estado y de reconocimiento binacional. Su grado de institucionalización le permite diferenciar entre los intereses comunitarios y aquéllos de índole empresarial y de militancia política. Este migrante cuenta entre sus haberes con una mirada estratégica que permite caracterizarlo como un nuevo sujeto social comprometido con el desarrollo social y democrático en sentido amplio.

Palabras clave: clubes de migrantes, asociaciones de migrantes, migrante organizado y remesas colectivas, migrante colectivo transnacional, y desarrollo social y regional.

 

Abstract

The collective transnational migrant is defined as the organized migrant who has a certain level of association; a type of organization, therefore, superior to that of migrant networks or clubs. At the same time, it refers to formal, permanent organizational structures with negotiating capabilities vis-à-vis the state and binational recognition. Its degree of institutionalization allows it to differentiate among community, business and political activism interests. This migrant has the asset of a strategic vision that makes it a new social subject committed to social, democratic development in the broadest sense.

Key words: migrant clubs, migrant associations, organized migrant and collective remittances, collective transnational migrant and social and regional development.

 

A José González Valenzuela,
líder migrante del Frente Cívico Zacatecano
y promotor de la Ley Migrante de Zacatecas.

 

Introducción

Cuando la asociación de zacatecanos del sur de california propuso al Congreso de la Unión el establecimiento de un presupuesto federal para el Programa 3 x 1, teniendo como testigo de honor al presidente Vicente Fox (Gómez, 2007: entrevista), los migrantes estaban iniciando una estrategia que combinaría la gestión municipal y estatal de recursos con el cabildeo al más alto nivel, con la cual ya se mostraban como sujetos en el sentido pleno del término. A partir de 2002 esa estrategia se llamaría "Programa 3 x 1, Alianza Ciudadana". Con él la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol) abrió la puerta para la apertura de todo tipo de iniciativas de carácter social, independientemente de que éstas fueran o no promovidas por los migrantes. Como primer resultado, los presidentes municipales fomentaron las asociaciones de colonos, y bajo este programa se destinaron recursos a obras de tipo social. Obviamente, los migrantes fueron desplazados como agentes centrales de este programa, surgiendo por ello una contradicción irresoluble: en muchas entidades se carecía de organización migrante y, sin embargo, había obras del "Programa 3 x 1, Alianza Ciudadana". Inmediatamente líderes como Guadalupe Gómez de Lara y Efraín Jiménez, de la Asociación de Zacatecanos del Sur de California, apoyados por el Grupo de Migración y Desarrollo de la Universidad Autónoma de Zacatecas (UAZ), plantearon en un documento "volver a la normatividad original" del Programa 3 x 1. Este documento se presentó en la Sedesol y contó con el respaldo de importantes legisladores en el Congreso de la Unión. Al año siguiente el Programa 3 x 1, Alianza Ciudadana cambiaría su denominación a "Programa 3 x 1 para Migrantes": las asociaciones de migrantes se habían dado cuenta de que eran los protagonistas de esta experiencia. Se retomó la idea de fomentar la organización migrante a través de este programa; de respetar la voluntad de los migrantes sobre el tipo de inversiones a realizar; y en un hecho poco usual, la representante de Sedesol retomó la propuesta de los zacatecanos, apoyándose en los argumentos que se refieren a la naturaleza del migrante colectivo, concepto que de alguna manera hizo suyo en un artículo suscrito por ella (Vázquez Mota, 2005: 38).

Para algunas voces, la vuelta a la normatividad original del 3 x 1 debe entenderse como una imposición de los migrantes a la comunidad, pues son ellos quienes tienen, por contar con mayores recursos, la capacidad de negociación y de cabildeo. Obviamente, algunos presidentes municipales se han hecho portadores de esta crítica, cuando lo que realmente sucede es que por esta vía las comunidades de origen han adquirido una capacidad de negociación que no tenían, además de que todo rechazo a la participación de los migrantes se respalda ahora en sentimientos xenófobos. Un activista migrante ya fallecido, quien era un orador certero, inventó en una de sus elocuentes intervenciones, con la ironía que lo caracterizaba, un cuento de denuncia, que concluye en estos términos: "[...] ¡Es correcto lo que ustedes reclaman; es más, tienen razón en todo lo que dicen [...], pero se fueron, y como se fueron no tienen derecho a opinar!" Al terminar, agregaba: "Toda semejanza con la realidad es pura coincidencia" (José González, 2002).

Más allá de este rechazo ideológico que esconde el cuestionamiento a las relaciones de poder tradicional existe otra vertiente que constituye el centro de la reflexión que nos ocupa: la necesidad de que el Programa 3 x 1 se articule con las políticas públicas de desarrollo local y regional. Esta es una estrategia que apremia que las autoridades de los tres niveles de gobierno emprendan y que no se contradice con el interés de los migrantes. Por el contrario, existen suficientes evidencias para mostrar que se trata de algo que ya se realiza en algunos lugares y que, sin que entre en conflicto con la naturaleza de las inversiones de las remesas colectivas en las localidades de origen, es factible que éstas fomenten asimismo el desarrollo regional, sobre todo en ramos como la infraestructura productiva. Ello es más viable que el señuelo de los organismos internacionales y del Estado mexicano, que pretenden transformar el 3 x 1 en un programa de tipo empresarial y migrante.

Los primeros exponentes de lo que a mediados de los noventa se denominó como las Home Town Associations se preocuparon por comprender por qué los migrantes hacían y hacen inversiones comunitarias en sus lugares de origen. Más tarde, se avanzó en la clasificación de esas inversiones hasta volverse aceptable el concepto de remesas colectivas. Recientemente, la reflexión ha comenzado a retroceder sobre la base de un tinte más prescriptivo, tendente a sugerir desde la academia qué es lo que los migrantes deben hacer, perdiendo de vista lo que efectivamente hacen o desvalorizándolo. En ese camino se trasforman y reaparecen las preocupaciones por la inversión productiva, ignorándose parcialmente el significado que tiene la inversión social, incluso como si de ésta última se pudiera prescribir el paso hacia aquélla. Por su parte el Estado, inspirado en las propuestas del Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo, ha coincidido con estas formulaciones. No obstante, en ese debate pueden detectarse tres vacíos centrales clave: a) la estructura propiamente organizativa de las asociaciones; b) su complejidad y sus niveles alcanzados; y c) la diversidad de las prácticas desarrolladas, las cuales no se limitan a las remesas colectivas. A solicitud de los propios migrantes, desde el 2000 estos aspectos han ocupado nuestro interés, pero ahora se impone la necesidad de proponer otro ángulo de reflexión tendente a mostrar, desde el compromiso social, lo que la academia pudiera aportar si busca elevar de rango la experiencia que los migrantes tienen y contribuir con ello al desarrollo del propio sujeto estudiado.

A diferencia de las posiciones vanguardistas que definen al intelectual como aquel individuo con capacidad de perfilar y hasta determinar la senda a seguir por los migrantes, aquí se opta por recoger la experiencia que ellos tienen, y sólo entonces indicar la potencialidad que se abre ante nuestra mirada. Este parece ser el camino que coincide con el propio avance trazado por los migrantes, mismo que una vez reflexionado permite elevar su práctica.

En la literatura sobre el tema es común que la organización de los migrantes se reduzca a su relación con un club social, surgido de alguna comunidad de origen. Ello se explica básicamente porque no se conoce en detalle la organización migrante, sus niveles y su grado de maduración. Asimismo, cuando se analizan las acciones que realizan las asociaciones de migrantes, éstas se limitan a las obras que se llevan a cabo en las comunidades de origen a través de las remesas colectivas asociadas a las políticas públicas, cuando lo que en realidad tenemos es una diversidad de prácticas y actividades sociales que no siempre se relacionan con el Estado.

El presente ensayo pretende rediscutir, primero, la naturaleza de la organización migrante a partir de la identidad y la membresía transnacionales, para luego reflexionar acerca de las alianzas que establecen los núcleos de migrantes organizados en un club social, sean o no parte de una asociación de clubes; y finalmente también busca problematizar el concepto de remesas colectivas, mostrando su rica evolución hasta la actualidad.

 

Identidad y membresía migrante

La naturaleza de las asociaciones de los migrantes mexicanos se com-prende mejor a partir de la transición de las redes sociales hacia el desarrollo de las comunidades filiales. Este proceso sólo es posible con el modelo que es propio del migrante establecido, el cual no sólo se diferencia del patrón circular en términos del tiempo de permanencia en Estados Unidos, sino también por el hecho de haberse transformado de migración individual a migración familiar. A su vez, las comunidades filiales no pueden ser tales sin que desencadenen plenamente la vida comunitaria, lo cual nos indica, por ejemplo, que un asentamiento de hombres, por amplio que sea, no logrará reconstruir con autenticidad la vida entera de la comunidad en el marco de otro contexto social (Moctezuma, 2000a, 2000b y 2003 a y b).

La comunidad es un concepto que da cuenta de las relaciones sociales que comparten entre sí los individuos. Estamos frente a un concepto muy amplio y polisémico, que abarca diversos aspectos: afinidad entre personas; lazos de relación social; aceptación de obligaciones; establecimiento de alianzas; relaciones de amistad; y demás. El común denominador de las comunidades es que los individuos comulgan con, conviven y comparten los mismos valores a partir de una misma matriz cultural. No se trata sólo de la afirmación de intereses cuando los individuos entran en relación directa, ya que los actos de comulgar y compartir implican, a su vez, comprender las acciones y estar en sintonía con ellas.

La identidad, individual y de grupo, se refiere esencialmente, en tanto concepto cultural, al sentimiento de pertenencia (Geertz, 1973). Este último denota la sensación o percepción sobre sí mismo; es la manera en la que se toma conciencia de formar parte de un determinado grupo social, lo cual permite establecer una distancia respecto de "otro" u "otros". Por otra parte la identidad, además de su condición subjetiva, se internaliza a partir de una realidad que implica la existencia de elementos objetivos y de diferenciación social (Giménez y Gendreau, 2002), lo cual sugiere la existencia de contradicciones de clase, grupo, etnia, etcétera.

Si hacemos abstracción de las contradicciones culturales, la identidad nacional aparece como una construcción histórica que tiene por referente simbólico el territorio de una nación. No obstante, en estricto sentido no se trata de una identidad sobre el territorio, sino sobre las relaciones culturales que sus miembros construyen subjetivamente en torno a él. En esta acepción, el territorio sirve especialmente como referente o marco de las relaciones que simbólicamente representa (Giménez y Gendreau, 2002).

De lo anterior se deriva que los migrantes y sus descendientes construyen desde el extranjero la identidad y la pertenencia, en tanto primera forma simbólica y cultural de vinculación respecto del Estado-nación. Más aún, esta autopercepción no sólo se conserva en el plano del sentimiento individual sino que se expresa, como manifestación derivada, en el contexto de la vida familiar, y más claramente en las comunidades filiales de los migrantes, mediante normas de conducta, costumbres, rituales, etc.; es en esa medida que se puede afirmar que la cultura decanta la vida entera de los individuos y comunidades hasta evolucionar más allá de su expresión puramente simbólica. Sus manifestaciones llevan a los migrantes a formar comunidades filiales en Estados Unidos, mismas que luego se transforman –merced a la organización colectiva– en clubes sociales o comités de pueblo; es decir, en instancias más avanzadas que asumen compromisos de membresía activa extraterritorial. En el caso de estos migrantes, su membresía es práctica y se refiere a las relaciones que se construyen binacionalmente con la comunidad, entidad o nación. En cambio, la identidad tiende a ser más simbólica. Es por esta razón que a la membresía activa se la denomina ciudadanía sustantiva o práctica (Brubaker, 1990).

Como se afirmó antes, los llamados clubes sociales o comités de pueblo provienen de las comunidades filiales, y éstas proceden de la existencia previa de un núcleo de migrantes y familias establecidas2 (Moctezuma, 2000c). Su dialéctica, empero, no es sencilla. Su lógica es como sigue: todo núcleo de migrantes establecidos evoluciona necesariamente hacia las comunidades filiales, pero no toda comunidad filial da origen a la organización migrante (Moctezuma, 2000b). Esta sola aseveración indica que por muy sencilla que sea la vida organizativa de los migrantes ya presenta una diferencia cualitativa respecto de la vida comunitaria transnacional. En efecto, aunque en los primeros clubes o comités sociales sobrevive la semejanza social y cultural con las comunidades filiales, en términos estrictos se puede afirmar que este actor social ya ha trascendido simbólica y prácticamente el "sentido mentado y subjetivo" (Weber, 1984: 6) de la acción comunitaria y ha arribado a la participación y a la membresía transnacional (Moctezuma, 2004a y 2004b). En el primer caso, la comunidad resulta de aquello que social y culturalmente se comparte con los demás miembros del grupo, ya sea reproduciendo o bien reestructurando en otro contexto los procesos de socialización primarios y secundarios; en cambio, el segundo se caracteriza por el involucramiento y compromiso con las prácticas, los proyectos, las utopías. Esto último es lo que hace posible que los integrantes de un grupo se eleven de agentes a sujetos sociales.

Entre los migrantes zacatecanos, los antecedentes más remotos de la organización actual de los clubes sociales se remontan a 1962,3 cuando el Club Social Guadalupe Victoria, del municipio de Jalpa, fue fundado por el Sr. Gregorio Casillas, quien participó por 25 años en el Comité de Beneficencia Mexicana4 (Revista de la FCZSC, 1992: 23), siendo su presidente por veinte años (1962-1982), que fue la primera Federación de Clubes de Zacatecanos (Revista FCZSC, 1995-1996: 10 y 23). Otros clubes que por aquellos años surgieron fueron el Club Social Hermandad Latina, promovido por migrantes del municipio de Jerez, y el Club Social Momax, fundado en 1968 (Revista FCZSC, 1995-96: 10 y 23). Para 1971, además de los anteriores se agregaban los clubes: "[...] Jalpense, San Vicente, Tlachichila, Tlaltenango [...] y el Club Social Zacatecano [...] (Zaldívar Ortega, 1993).

Hoy en día, frente a la presión que producen la globalización y las políticas desestructoradoras de lo regional-local, los migrantes, al igual que otros grupos sociales marginados que no migran (Maffesoli, 1990; y Giménez, 1993: 27), han terminado percibiendo la necesidad de redoblar los esfuerzos organizativos, asumiendo una denominación lo más próxima a sus comunidades de origen. De alguna manera, son ciudadanos transnacionales y locales al mismo tiempo.

Así, ante la globalización y la vivencia en el extranjero se requiere de una mayor dosis de energía para afirmar la identidad mexicana. Por ello, la identidad menos anónima y más inmediata es la que se construye a partir de la comunidad propia; de ahí que destaque la formación de clubes sociales de pueblo. Por lo tanto, si en el extranjero se reproducen las relaciones entre los migrantes de una misma comunidad, éstas deben de constituir distintas modalidades en donde lo local se recrea, reconfigura, imagina e inventa bajo la globalización, como lo señala para el diario La Nación una de las investigaciones sin duda más importantes sobre el tema (Anderson, 1983: 24).

Recordemos que los miembros de un club en Estados Unidos forman parte de una comunidad establecida de migrantes que tienen un mismo origen comunitario. Una vez que se ha establecido, la organización del club se realiza por diferentes vías. Por ejemplo, a través de la convocatoria del párroco del lugar; mediante la solicitud de apoyo para una causa noble por parte de las autoridades municipales; por la convivencia de las prácticas deportivas de los migrantes que radican en los Estados Unidos y, actualmente, por la propia fuerza centrípeta que producen las asociaciones de clubes de migrantes mexicanos, la cual funciona como mecanismo de demostración.5

Resulta claro entonces que, a diferencia del migrante individual, los migrantes organizados logran transitar de la identidad simbólica mexicana o zacatecana hacia la práctica de la membresía comunitaria, misma que con el desarrollo de estas organizaciones suele transformarse en membresía estatal y nacional, razón por la cual programas como el "3 x 1" pueden interpretarse sociológicamente como un medio que permite que los migrantes logren conservar sus raíces e identidad, además de abrir posibilidades para la realización de una amplia variedad de prácticas extraterritoriales (Goldring, 1997). Lo anterior sucede en parte en el caso de la reproducción de la vida comunitaria en las denominadas comunidades filiales.

Si retomamos la experiencia política binacional que realizan las asociaciones de los clubes, entonces queda claro que estamos ante profundos cambios cualitativos, mediante los cuales las membresías comunitaria, estatal y nacional de los migrantes se han transformado en participación política en el sentido más amplio, es decir, no vinculada necesariamente a los partidos políticos ni limitada a los procesos electorales. En otras palabras, los migrantes al mismo tiempo que se adaptan y participan de las nuevas circunstancias sociales son también capaces de mantener orientados los vínculos y compromisos hacia su entidad y comunidades de origen. Lo cual, por supuesto, se refiere a la lealtad y a las membresías comunitaria y estatal, pero nada indica que esa práctica no se extienda también hacia la nación. Esta idea es clave para ponerle cotos a las teorías que habían venido fincándose sobre los enfoques asimilacionistas y/o aculturalistas, que han sido muy criticados por exagerar sus consecuencias (González Gutiérrez, 1996), mismas que han servido de asidero a las resistencias conservadoras tanto de México como de Estados Unidos.

Lo anterior nos lleva, asimismo, a otro problema: a diferencia de la participación individual que supone el modelo de la democracia liberal, los migrantes están desarrollando formas de participación social hacia México que son esencialmente comunitarias (Giménez, 1992: 34), cuyas prácticas en Estados Unidos emulan lo que en otras latitudes se ha denominado como identidades ofensivas (Touraine, 1979, citado en Giménez, 1992: 24). Por lo tanto, sólo desde una perspectiva no disciplinar se pueden comprender algunas de las interrogantes que nos inquietan en relación con la canalización de recursos para obras sociales por parte de los migrantes hacia sus comunidades de origen, así como sobre la búsqueda de fórmulas para su participación política y acerca de otros fenómenos que están en curso. Este es un rasgo distintivo que no siempre es comprendido y que conduce a iniciativas de Estado que a menudo fracasan.

Es decir, los migrantes conservan y recuperan simbólicamente un territorio y una cultura que les sirve como referente territorial y matriz de pertenencia. Justamente, esta dinámica es la que hace posible la formación y la naturaleza de la comunidad filial, así como el establecimiento de los lazos entre los distintos asentamientos de los migrantes, lo cual posteriormente se materializa en la conformación de los clubes sociales y sus asociaciones. Por supuesto, en la postura inversa lo descrito tampoco debe conducirnos a la idea errónea de que las comunidades y los clubes de los migrantes permanecen impermeables a lo externo, como ya lo hemos tratado en otro lugar a partir del análisis de las experiencias políticas de sus dirigentes.

 

Desarrollo estratégico con los migrantes

A diferencia de los esquemas simplificadores, los migrantes que han emprendido iniciativas de desarrollo social más allá de la comunidad muestran una senda que hace posible: a) la unificación de clubes de varias comunidades colindantes en torno a un mismo objetivo; b) el involucramiento de más de una asociación (federación de clubes); c) la participación de al menos dos o más autoridades locales (presidentes municipales); y d) el surgimiento de una estructura de participación que rebasa con mucho la relación un club-una comunidad. Una iniciativa de esta naturaleza coloca a las instancias de los gobiernos estatales y federal ante un colectivo de migrantes cuya mira sigue siendo el desarrollo comunitario, pero muestra asimismo capacidad para transitar de éste al desarrollo regional, abriéndose con ello nuevas oportunidades para la exigencia de la transparencia en el uso y manejo de los recursos, la rendición de cuentas y la participación ciudadana en su sentido más amplio (Burgges, 2006: 99). Lo novedoso de este proceso es que aunque la comunidad no deja de ser el foco de atención, ahora el punto de encuentro lo constituye la región, lo cual altera cualitativamente los procesos sociales, transformando al migrante; a la organización al nivel de las comunidades de origen y, por supuesto, a la reflexión que de ello deriva.

Un proyecto de esta envergadura abre amplias opciones de pluralidad participativa, porque involucra a migrantes organizados en asociaciones distintas, cuyas relaciones entre sí y con los gobiernos de su entidad, tanto municipales como estatales, permiten un mayor margen de libertad. A su vez, resulta muy difícil que los gobiernos estatales puedan cooptar políticamente a una estructura de migrantes tan compleja y amplia, además de que la demanda de este tipo de obras coloca a las instancias gubernamentales ante la necesidad de fomentar las políticas públicas regionales y sectoriales de desarrollo, aspectos que los migrantes han venido planteando sin que las autoridades logren comprender la importancia de ello. Este camino no conduce a la clausura de las opciones de organización y de incidencia estrictamente comunitarias; por el contrario, éstas permanecen y algunas incluso tendrán, en su caso, la posibilidad de ser fomentadas a partir de su nueva lógica, involucrando a instancias gubernamentales de más de un sector. Obviamente, conjuntar varias voluntades requiere de una política de Estado y de sujetos capaces de trascender las iniciativas de coyuntura, cuyo signo será la perspectiva estratégica.

¿De qué migrante hablamos? Los migrantes son estructuras organizativas que cuentan con distintos niveles y grados diferenciados de madurez. Mientras que unos representan una estructura informal, inestable, casi de naturaleza comunitaria, que hace las veces de clubes cívicos, otros disponen de un cierto grado de formalización, y aunque su permanencia aún no se consolida ya cuentan con un mínimo de estabilidad, con reconocimiento y legitimidad a nivel de la comunidad de origen, y tienen la capacidad de abrir canales de negociación con las autoridades municipales (nivel 1), en tanto que para los más avanzados, cuando ya forman parte de una asociación de clubes, su formalización es tan compleja que es necesario reglamentarla y registrarla formalmente; sus estructuras organizativas son permanentes y cuentan, además, con un grado de reconocimiento y legitimidad muy amplio, municipal y estatal, e incluso binacional, mismo que aprovechan para incidir en el diseño de las políticas públicas (nivel 2). Esta distinción morfológica es importante porque con frecuencia su grado de madurez se correlaciona, por un lado, con el tipo de proyectos que logran emprender y, por el otro, con la estructura organizativa a la que pertenecen (Moctezuma y Pérez, 2006).

Actualmente, existen infinidad de ejemplos en los cuales dos o más clubes de una asociación se unen para promover la realización de una obra que abarca varias comunidades; a esta estructura organizativa la denominaremos alianzas de base intra-asociación. Una segunda ruta de este tipo lo son las iniciativas de desarrollo comunitario, que se producen entre dos o más asociaciones, o alianzas de base inter-asociaciones. Estas dos distinciones son clave porque marcan, en el terreno de las inversiones sociales, la senda por medio de la cual muchas de las debilidades observadas en los migrantes se enfrentan en la práctica, además de convertirse en un capital social que potencia la convergencia de voluntades, cuya característica permite observar la capacidad de un agente que logra formular iniciativas que rebasan con mucho los esquemas simples de análisis, aún dominantes en esta temática, de un club con su contraparte: la comunidad de origen. Vale la pena subrayar que una misma asociación presenta a un mismo tiempo clubes muy experimentados y otros sin experiencia que recién se incorporan, razón por la cual es importante reflexionar en términos estrictos con el fin de recoger este grado de diferenciación a partir del liderazgo. Se trata, asimismo, de un camino que permite, recorrido por el propio migrante, potenciar la experiencia más allá de los confines estrictamente locales.

Según este esquema las posibilidades son varias: a) una alianza de base entre varios clubes pertenecientes a asociaciones distintas que establecen el compromiso de emprender una o más obras comunitarias, como sucedió a iniciativa de Noel Mares en el municipio de Francisco R. Murguía, Zacatecas, cuando varios clubes confluyeron en la construcción de una carretera que comunicó a ese municipio con el de Villa de Cos, evitándose un enorme rodeo y reduciéndose los costos de transporte terrestre (véase Cuadro 1); b) una asociación que cuenta con varios clubes cuyo funcionamiento es relativamente autónomo, donde algunos establecen compromisos con otros dentro de la misma asociación. Este es el caso de los clubes de las Asociación de Zacatecanos en el Sur de California, Illinois y Fort Worth, quienes estimulados por Efraín Jiménez y respaldados por su presidente municipal emprendieron conjuntamente varias obras en el municipio de Nochistlán (Cuadro 2); y c) una o más asociaciones que emprenden entre sí alianzas a través de sus clubes con otros que existen aisladamente sin asociación (Cuadro 3).

 

Ahora bien, si todo lo anterior resulta ya de pos sí complejo, sus alianzas no terminan allí. Por el contrario, éstas también son posibles a través de relaciones más elaboradas en las cuales las iniciativas abarcan coaliciones de una asociación completa con otra e, incluso, se amplían a más de dos asociaciones, a las cuales llamaremos alianzas entre asociaciones. Esta modalidad, aunque inestable, ha dado origen a las denominadas confederaciones de asociaciones por entidad mexicana, así como al Consejo de Federaciones Mexicanas. Es en este nivel en el cual el migrante colectivo u organizado muestra su competencia, entendida como una destreza forjada por la necesidad de emprender tareas y enfrentar soluciones que obligan a sus líderes a un alto grado de conocimiento del terreno binacional sobre el cual se mueven. Sin este migrante colectivo es imposible pasar de las iniciativas estrictamente comunitarias al diseño de las políticas públicas en los tres niveles de gobierno, sobre todo si éstas últimas contemplan la incidencia de los migrantes como agentes de su diseño e instrumentación.

Sin embargo, este nivel de alianzas resulta problemático y a veces inestable por varias razones, ya que entre las asociaciones ligadas: a) ha de haber una de ellas que juegue el rol de líder, más allá de sus clubes o comités de pueblo; b) cuya experiencia sea asumida o imitada por otras asociaciones; y c) que tenga la fuerza política suficiente para moverse en el terreno de las relaciones con las autoridades sin ser absorbida o cooptada. En Zacatecas ese papel lo han jugado la Federación de Clubes Zacatecanos del Sur de California (FCZSC) y la Federación de Clubes Unidos de Zacatecanos en Illinois (FCUZI). La primera es la más antigua, la de mayor tamaño y la más experimentada; y el papel de los líderes de la segunda está entre los más destacados. En Michoacán juega este rol la Federación de Clubes Michoacanos en Illinois (Fedecmi); y en Oaxaca, el Frente Indígena Oaxaqueño Binacional (transformado en Frente Indígena de Organizaciones Binacionales), el cual avanza hacia una estructura panétnica, abriendo con ello una experiencia propia y rompiendo con el esquema de asociaciones por entidad.

Cuando los clubes de migrantes no son parte de una asociación y mantienen un alto grado de informalidad sus iniciativas descansan en agentes externos, como los presidentes municipales o los gobiernos estatales. Obviamente, en tales condiciones la transparencia y la rendición de cuentas sólo son posibles cuando son prácticas características de las autoridades locales, es decir, de arriba hacia abajo y no de abajo hacia arriba.

No existe una secuencia que conduzca a la organización migrante desde sus expresiones más simples a las más complejas. De hecho, paradójicamente, y aunque se trate de la excepción, es posible que un club cuente con un alto nivel de organización y no sea parte de una asociación e, incluso, que sus iniciativas ayuden a gestarla, como sucedió con el Club Comunitario Jamay, que fue factor clave para infundir de vitalidad a la Federación de Clubes Jaliscienses del Sur de California (Valenzuela, 2006: 146). También es posible que una asociación de clubes sea tan frágil que su dinámica se limite a la suma de las partes, justo porque los clubes sociales actúan aisladamente y sólo coinciden sumando esfuerzos, pero sin llegar a la integración; existen muchos casos en prácticamente todas las entidades mexicanas. Mientras permanezca esta circunstancia, las asociaciones seguirán ceñidas a las iniciativas de las autoridades locales o estatales, con todas las consecuencias que ello acarrea.

De esa forma, el avance práctico hacia la institucionalización y formalización de la comunidad migrante implica caminos y experiencias diversas. Actualmente, las alianzas de base intra-asociación, inter-asociaciones y de asociaciones entre sí reflejan un alto grado de liderazgo, cuyo resultado es el surgimiento y consolidación de un nuevo agente social y político extraterritorial: el migrante colectivo. Planteo este asunto como un esfuerzo por clarificar cómo el migrante organizado viene avanzando en autonomía, liderazgo y claridad respecto de su propia naturaleza.

 

Remesas colectivas y Estado

En su expresión predominante, las remesas colectivas constituyen un fondo de ahorro que las asociaciones de migrantes destinan a la realización de proyectos comunitarios de acceso a toda la comunidad (Goldring, 1999). Son un recurso que obliga a la negociación con los distintos niveles de gobierno, permitiendo la realización de obras comunitarias que atienden necesidades que aún permanecen como rezago histórico (Moctezuma, 2000a). Y aunque su monto en ningún sentido es comparable con el de las remesas familiares, se trata de un recurso de calidad que posibilita el diseño de políticas públicas, favorece la organización de los migrantes (Torres, 1998 y 2000), al tiempo que conduce al seguimiento y evaluación de las políticas públicas por parte de ellos mismos y a la exigencia de rendición de cuentas para los distintos niveles de gobierno, además de que abre una perspectiva inédita para reestablecer los vínculos y reforzar las raíces con la comunidad de origen. Por lo tanto, a través de las remesas colectivas es posible dar cuenta del desarrollo que alcanzan las prácticas sociales transnacionales de los migrantes; de sus vínculos; y del reconocimiento a su membresía o ciudadanía sustantiva por parte de las comunidades de origen; así como del desarrollo de la subjetividad como proyecto social cuyos límites dependen de la organización alcanzada.

Como tales y en toda su expresión las remesas colectivas surgieron mucho antes de que el Estado se interesara por los migrantes; de alguna manera se puede sostener que adoptaron su forma actual hace más de cuarenta años. Esta situación refuta la tesis predominante de que el tipo de proyectos promovidos por las remesas colectivas dan cuenta únicamente del involucramiento de los migrantes con el Estado e, incluso, del desarrollo de relaciones corporativistas y de sujeción política (Burgess, 2006).

Asimismo, respaldándonos en la historia y en las acciones que emprenden los clubes cuando recién se organizan, podemos afirmar que las remesas colectivas se invierten inicialmente en obras como la construcción de templos; el apoyo a las personas abandonadas y de la tercera edad; el envío de fondos para las fiestas patronales; la donación de ambulancias y autobuses; el traslado de cadáveres; además de en respaldar a los discapacitados con sillas de ruedas, anteojos, andaderas, prótesis, etc. En estos casos, el compromiso de los migrantes está dirigido hacia las personas más vulnerables y no a toda la comunidad (Hernández Vega, 2006: 65-77); a las escuelas, los hospitales y a la iglesia del lugar. Se trata de donaciones esencialmente filantrópicas que constituyen una primera manifestación de su significado potencial; o como lo señala acertadamente un migrante: "los migrantes aprendimos que hay formas de vivir y relacionarnos con nosotros mismos. Aprendimos lo que es la solidaridad sin saber su nombre: creamos redes sociales, sin saber organizar..." (González, 2003: 3).

Por lo tanto, de cualquier manera las remesas colectivas de los migrantes ya constituían, desde sus orígenes, un fondo de ahorro y de uso colectivo que nos da cuenta de las prácticas de los migrantes aún antes de alcanzar la cualidad de servir para el diseño de políticas públicas: "Existen muchos inmigrantes que, incluso sin haber fundado formalmente organizaciones para auxiliar a sus comunidades, ayudan a menudo de una manera informal". Son varios los ejemplos de este tipo que se pueden citar. Así, las primeras obras colectivas de los migrantes de la comunidad de Ánimas, Nochistlán, Zacatecas, se realizaron antes de que se constituyera el club respectivo (Goldring, 1992) y sin ningún programa gubernamental de corresponsabilidad; en este caso ya existía una vida comunitaria de los migrantes en Estados Unidos sin que se hubiera alcanzado el nivel de la formalización. Otro ejemplo similar es el de los migrantes de Jomulquillo, Jerez (Barajas, 2002: entrevista).

Si lo anterior ya resulta problemático, lo es más ante el hallazgo de que entre más complejas son las organizaciones de migrantes existe un mayor interés de las mismas por involucrarse en proyectos comunitarios con remesas colectivas, pero sin la intervención del Estado. Una de sus liderezas ha expresado en distintos momentos que la asociación de clubes a la que pertenece conserva el interés por llevar a cabo obras comunitarias en su comunidad sin la intervención del gobierno. Ella menciona el apoyo a colegios y centros escolares; becas para estudiantes en la comunidad; construcción de asilos; entre otras acciones (Ruiz, 2001: entrevista). Otros migrantes han beneficiado a Zacatecas con donaciones de aparatos y equipo para hospitales. En una visita que hicieron donaron sillas para inválidos, tanques de oxígeno, camas para enfermos y ancianos de un sanatorio y muletas (López Rizo y Mendívil, 2005: entrevista).

En efecto, en sus principios las asociaciones de migrantes trabajaron arduamente en subsanar las carencias comunitarias básicas, preferentemente a través de la provisión de servicios, como la restauración de templos o la organización de las fiestas patronales, etc., así como por medio de donaciones, entre ellas, de ambulancias. Sin embargo, en la medida en que estas organizaciones avanzan hacia niveles superiores de integración emprenden acciones, sin la participación del Estado, como el equipamiento de hospitales; la dotación de computadoras, equipo técnico y autobuses para las escuelas; las donaciones diversas para discapacitados; etc. Existen otras prácticas que realizan en Estados Unidos sin que intervenga el Estado: talleres de educación, defensoría legal, actividades culturales, asistencia a familias con dificultades económicas, etc. Estas y otras actividades, informales al principio, son ahora parte del desarrollo de las asociaciones de clubes actuales. Más todavía, y como paradoja, entre mayor es el grado de madurez alcanzado son cada vez más diversas las iniciativas y las prácticas transnacionales de este tipo de organizaciones, las cuales requieren, para ser viables, de un amplio margen de autonomía.

Otro aspecto no reconocido es el hecho de que los migrantes, a pesar de que no cuenten con un nivel mínimo de organización, ante los desastres naturales como los ocasionados por terremotos e inundaciones con mucha frecuencia envían recursos con destino a las poblaciones devastadas. Obviamente, estas acciones muestran el grado de filantropía que los migrantes de distintos países logran movilizar cuando se conjuga, por una parte, la solidaridad y, por la otra, la impotencia de una población que ha sido azotada por algún desastre natural. Los huracanes Wilma y Stan, que castigaron en 2005 el sureste mexicano, son muestra de ello. Asimismo, entre los migrantes mexicanos aún se recuerdan las donaciones que se hicieron a causa del terremoto que castigó duramente a la ciudad de México en septiembre de 1985 (Barraza Ávila, 2006: entrevista).

Finalmente, aunque las remesas colectivas vinculadas con el Estado conserven su naturaleza comunitaria es posible que asuman limitadamente una modalidad productiva, como sucedió en la construcción de la presa "El Ranchito", en la comunidad de "El Remolino", Juchipila, Zacatecas, en donde la membresía social del club respectivo asumió la forma de socios inversionistas, ya que en este caso no se trata de una obra colectiva accesible a la comunidad entera, sino de una en la cual el usufructo se limita a los socios. Una observación complementaria acerca de esta experiencia es que cuando las remesas colectivas se canalizan a resolver carencias de la comunidad entera la organización se llama "Club Social El Remolino", pero en el caso de la presa El Ranchito adoptó el nombre de "Club de Campesinos El Remolino": un cambio de denominación que muestra la contradicción entre la naturaleza intrínseca de las remesas colectivas y las remesas como capital. De alguna manera se trata de un proyecto "productivo" bajo un esquema que no es 100% comunitario, sino mixto (Moctezuma, 2003b: 225-246). Este ejemplo, al igual que las alianzas de clubes de una misma o de diferentes asociaciones de migrantes, muestra que es posible ensayar nuevas fórmulas de política pública en este renglón, combinando el desarrollo social con el desarrollo productivo local y regional en infraestructura. Sin embargo, para que ello sea posible habrá que partir de la propia experiencia de los migrantes, sin transgredir el espíritu original de las remesas colectivas, estableciendo alianzas de distinto tipo y nivel entre migrantes y autoridades, y fomentando iniciativas de naturaleza estratégica.

En sí mismas, las remesas colectivas muestran una alta diversidad en sus manifestaciones, en las cuales el Estado no siempre aparece jugando un rol, así sea secundario. Igualmente, aunque no sea erróneo, sí resulta muy reducido definir a las remesas colectivas a partir de la organización migrante cuyo destino son las obras sociales de tipo comunitario. De hecho, las evidencias indican que se trata de recursos que rebasan con mucho las acciones de esos actores y que no siempre se pueden contabilizar. Dicho sin rodeos: además de las remesas colectivas vinculadas a las políticas públicas, en sus inicios y en las modalidades de mayor desarrollo organizativo, los migrantes buscan apoyar a la comunidad canalizando remesas colectivas hacia las personas más necesitadas, así como hacia la iglesia y otras instituciones de naturaleza social y comunitaria. Se trata de acciones frecuentes por doquier, pero poco formales e invisibles para la sociedad en su conjunto y para el Estado. Asimismo, al identificar sus orígenes se advierte que las prácticas transnacionales y la organización de los migrantes no son tan recientes.

Sintetizando: la práctica de las asociaciones de migrantes descansa en la identidad y en la membresía comunitaria de sus miembros, la cual evoluciona en su organización hasta alcanzar altos niveles de complejidad. Entre los migrantes se han venido procesando experiencias novedosas de alianzas que prefiguran el devenir de su participación en el alcance que pueden llegar a tener las remesas colectivas en el desarrollo de sus localidades, regiones y más allá de ellas. Las remesas colectivas muestran, a pesar de su diversidad y evolución, que mantienen su naturaleza comunitaria y que no siempre están relacionadas con las políticas públicas. Finalmente, aunque los migrantes mexicanos son ahora visibles debido a los proyectos comunitarios que emprenden, en realidad sus prácticas abarcan campos y aspectos aún sin analizar, en relación con los cuales, a falta de una reflexión cuidadosa, resulta poco comprensible este nuevo sujeto.

 

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Entrevistas

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Barraza Ávila, Dolores 2006 Migrante retornada, San Alto, Zacatecas, 22 de marzo.         [ Links ]

Gómez, Guadalupe 2007 Los Ángeles, 22 de mayo.         [ Links ]

González, José 2003 militante del Frente Cívico Zacatecano, Zacatecas, 9 de enero.         [ Links ]

López Rizo, Ricardo y Dolores Mendívil 2005 Banco de Alimentos, Mercado de Abastos, Zacatecas, 16 de noviembre.         [ Links ]

Ruiz, Rosalva 2001 Ex presidenta de la Federación de Clubes Unidos Zacatecanos en Illinois, 21 de julio.         [ Links ]

 

Notas

2 Los migrantes circulares y estacionales no llegaron a formar comunidades filiales en el extranjero debido a que su permanencia en Estados Unidos era relativamente corta; además, se trataba de migrantes varones, solteros o casados, entre los cuales la familia no figuraba. En cambio, entre los migrantes establecidos la mujer y la familia son parte del nuevo patrón migratorio, y es justamente ella quien mejor reproduce la cultura y la vida social propias de las comunidades filiales. Sin este elemento es imposible que se reproduzca la vida comunitaria en su sentido pleno.

3 Varios son los investigadores que han encontrado evidencias de que las primeras organizaciones sociales de mexicanos en Estados Unidos datan de la década de 1970 (González Gutiérrez, 1995; Levitt, 2001). En el caso de Zacatecas, los primeros comités de pueblo se organizaron desde dos décadas antes, adoptando desde entonces la forma de asociaciones.

4 El Comité de Beneficencia Mexicana se fundó en 1931 en Los Ángeles, California, bajo el auspicio del Consulado Mexicano, con el objeto de ayudar a los migrantes cesados laboralmente y repatriados durante la crisis económica de aquellos años (Carreras de Velasco, 1974: 92-95).

5 La organización migrante actual y los niveles que ha alcanzado se explican de manera: a) directa, por el liderazgo que los mismos migrantes desarrollan, el impacto demostrativo que desencadenan las asociaciones pioneras, y el rol de otros agentes como los gobiernos estatales y municip ales; y b) indirectamente, por la antigüedad de la migración y por el número de migrantes en cada entidad mexicana. Los casos de Oaxaca, Zacatecas, Michoacán y El Salvador sugieren, a su vez, que para transitar a los niveles superiores se requiere del acompañamiento de la academia.

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