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Estudios demográficos y urbanos

versión On-line ISSN 2448-6515versión impresa ISSN 0186-7210

Estud. demogr. urbanos vol.37 no.2 Ciudad de México may./ago. 2022  Epub 27-Jun-2022

https://doi.org/10.24201/edu.v37i2.2031 

Notas y Comentarios

Oportunidades de inclusión y bienestar de las personas mayores en sus vecindarios

Opportunities for inclusion and wellbeing of older adults in their neighborhoods

Martha Beatriz Cortés-Topete1 
http://orcid.org/0000-0001-8095-5840

Rafael Alejandro Tavares-Martínez2 
http://orcid.org/0000-0002-3877-9190

1Universidad Autónoma de Aguascalientes. Dirección: Universidad 940, Ciudad Universitaria, 20131, Aguascalientes, Ags., México. Correo: arq.maby@gmail.com

2Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey. Dirección: Eugenio Garza Sada 2501 Sur, Tecnológico, 64849, Monterrey, N.L., México. Correo: rafael2040@gmail.com


Resumen

Este artículo describe la relación entre las características del entorno físico-social del vecindario y las capacidades personales en la vida tardía. Se identifican los retos que viven las personas mayores en el cumplimiento de sus metas, deseos en las actividades cotidianas, y las oportunidades que tienen para mejorar la capacidad de vivir en el vecindario de manera independiente.

Desde la perspectiva de la geografía del envejecimiento, los hallazgos presentados se vinculan con la gerontología ambiental, e incluyen recomendaciones de diseño inclusivo; con base en el concepto de envejecimiento exitoso, se describen situaciones y características de la ciudad que ayudan a fortalecer las capacidades físicas, mentales y sociales, así como a promover un estilo de vida saludable.

En suma, se ofrece una visión inclusiva e intergeneracional para construir vecindarios con una variedad de personas, en situaciones reales, y se acentúa la importancia de aprovechar las características del entorno familiar para fomentar la calidad y el bienestar en la vida tardía.

Palabras clave: bienestar; diseño inclusivo; envejecimiento activo; espacio público; gerontología ambiental; vulnerabilidad

Abstract

The article describes the relationships among the socio-physical environment characteristics of the neighborhood and personal abilities in late-life. The challenges that older adults face in the fulfillment of goals and desires in daily activities are identified, and so the opportunities to improve the ability to live in the neighborhood independently. Seen from a geography of aging perspective, our findings are related to environmental gerontology and include recommendations for urban inclusive design. In accordance with the notion of successful aging, the article describes situations and characteristics of the city that enhance physical, mental, and social capacities and the promotion of healthy lifestyles.

In sum, this research offers an inclusive and intergenerational vision to build neighborhoods for a variety of people in real situations. It emphasizes the importance of taking advantage of family characteristics within the community to promote quality and wellbeing in late life.

Keywords: active aging; environmental gerontology; inclusive design; public space; vulnerability; wellbeing

Introducción

En los estudios sobre las tendencias más importantes para el futuro de las ciudades, como los temas vinculados con la salud urbana, el acrecentamiento generacional y el aumento cuantitativo de la concentración urbana, se resalta la importancia de trabajar investigaciones holísticas y multidisciplinarias que contribuyan al conocimiento necesario para encarar los cambios recientes y los que se aproximan, sobre todo en la búsqueda de una ciudad equitativa, es decir, una ciudad sustentable (UN-Habitat y WHO, 2020).

El interés por garantizar la satisfacción de las necesidades básicas en las zonas urbanas tiene especial relevancia en la población mayor, ya que la condición actual del espacio físico de la ciudad carece de adaptabilidad o estrategias de inclusión para la capacidad funcional en la vejez. Más aún, la reflexión sobre la calidad con la que se viven los últimos años de la vida es relevante dado el efecto combinado del aumento de la población urbana y de la esperanza de vida. Al respecto, las proyecciones estiman que la cantidad de ciudadanos alcanzará los 9 700 millones de personas en el año 2050, es decir, se experimentará un incremento del 40% en menos de cuarenta años (UN-Habitat, 2013; UN, 2018). Además, por primera vez desde el principio de la historia, las personas mayores serán más numerosas que los niños pequeños (Bread, Kalache y Blewitt, 2012).

En el contexto latinoamericano, la población urbana alcanzará 87%. Y conforme las ciudades crecen, el ritmo de personas mayores va en aumento. Uno de cada cuatro latinoamericanos será una persona mayor en el año 2050; en términos absolutos, a los 41 millones existentes se sumarán 57 millones de personas mayores entre 2000 y 2025; y entre 2025 y 2050 el aumento será de 86 millones, a un ritmo medio anual de 3.5% (CEPAL, 2009). Además, se estima que el cambio generacional sea casi cuatro veces mayor que en los países desarrollados (Plouffe y Kalache, 2010) (véase la Figura 1).

Fuente: Centro Latinoamericano y Caribeño de Demografía (Celade, División de Población de la CEPAL), Estimaciones y proyecciones de población, en Huenchuan, 2009, p. 56.

Figura 1 América Latina y el Caribe: Población de 60 años y más, 1950-2050  

Dado el envejecimiento de la población urbana total, una cuarta parte de ésta requerirá de entornos que sean amables e inclusivos con las necesidades en la vida tardía, por lo que se necesitan cambios en la forma de planear y construir ciudades. Se debe considerar la implicación social que el diseño y las propuestas urbano-arquitectónicas, en todas las escalas, tienen en el cumplimiento de las necesidades, prioridades y oportunidades de ser resiliente ante cualquier vulnerabilidad en la vida tardía; particularmente importantes son las propuestas relativas a la ocupación equitativa del uso del suelo, la búsqueda de la salud urbana, las opciones de movilidad, el equipamiento urbano amigable, la accesibilidad, la seguridad personal ante riesgos climáticos, la integración, la cohesión social, entre otras.

Teniendo en cuenta la definición de ciudad de Schmidt-Relenberg (1976), como el espacio delimitado en donde se ha desarrollado el género urbano de vida, y la de Borja y Muxi (2003), como el espacio urbano físico y simbólico con múltiples relaciones entre el espacio y la comunidad, la planificación integral de la ciudad, particularmente de los espacios públicos, debe contemplar la accesibilidad para todos, donde los extranjeros y ciudadanos puedan transitar con pocas restricciones, en donde las personas encuentran un terreno neutral para interactuar con el contexto de su comunidad (Madanipour, 1999; Williams y Green, 2001), en donde se entrelacen las identidades e intereses de los habitantes y, sobre todo, se construyan los escenarios de interacción físico-social que generen la experiencia espacial; es decir, las oportunidades de tener un desempeño óptimo en el uso cotidiano del vecindario.

Es por ello que, dentro de los retos más importantes para la creación de lugares amigables, la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2007) menciona que los espacios públicos son una manera de dar respuesta y desarrollar propuestas de inclusividad intergeneracional, ya que son importantes para generar el bienestar psicológico, y apoyar la autonomía y la seguridad. La ausencia de una planificación gerontológica puede empeorar la habitabilidad de los adultos mayores. En este sentido, Sánchez-González (2007) defiende que las interrogantes sobre el presente y futuro del envejecimiento urbano están asociadas a la planificación de las ciudades y a la salud pública, y coincide con Ham Chande (1998) en alentar la búsqueda de una planificación para el bienestar.

Desde la segunda década del siglo XX, los sociólogos urbanos, psicólogos y ecologistas han investigado el comportamiento humano considerando que existe una combinación de fuerzas personales y ambientales; sus estudios proponen que cada persona interactúa con el espacio físico y el psicológico, es decir, con una dimensión subjetiva construida por la persona a partir de su interacción con el espacio. En la misma línea, Lewin (1935) considera que las personas no son un simple agente pasivo ante los estímulos, sino que actúan según el modo en el que los perciben en su interacción con el entorno. Esto es relevante ya que, para determinar los retos y oportunidades en el vecindario, debemos comprender que existen barreras físicas, pero también psicológicas y sociales, que pueden impedir o limitar cualquier comportamiento, por lo que hay que analizar el modo en el que se afectan entre sí.

El análisis de la experiencia en el vecindario

El diagnóstico de las instalaciones y la vida del vecindario debe servir para comprender, confrontar y superar el fenómeno de inequidad o precariedad física y social que se vive en la ciudad actual. De igual manera, la identificación de las posibles fortalezas puede detonar el bienestar en las personas mayores.

El vecindario es una piedra angular en el bienestar y la salud del adulto mayor. Esto tiene que ver con el periodo de tiempo que transcurren en sus vecindarios, ya que muchos son jubilados y es probable que, a diferencia de los jóvenes, pasen más tiempo en el entorno inmediato a su vivienda (Krause, 2004). En la misma línea, Peace, Holland y Kellaher (2004) defienden que la participación del adulto mayor en los espacios físicos y en las actividades sociales es esencial para el bienestar y la identidad propia debido a que influyen en sus oportunidades para afrontar los desafíos en la vida.

Desde la perspectiva de la geografía del envejecimiento, se considera que el análisis de la experiencia humana está ligado a los paisajes objetivamente observables y a los lugares creativamente imaginados, que son capaces de evocar una amplia gama de emociones que van desde lo básico a lo complejo y de lo positivo a lo negativo (véase la Figura 2).

Fuente: Elaboración propia.

Figura 2 Condicionantes en la experiencia humana 

Los geógrafos enfatizan que cada aspecto de la persona mayor siempre debe entenderse situado en lugares dinámicos que son socialmente construidos. Desde esta perspectiva, los temas más importantes son el apego al lugar y el sentido del lugar, con base en la idea de que las personas mayores con buenas conexiones con su entorno pueden sentirse más seguras y bajo control, además de tener un sentido positivo de sí mismas, así como mejores estados de bienestar y de envejecimiento (Rowles y Ohta, 1983; Rowles, 1986; Rowles y Ravdal, 2002; Rubinstein, 1989; Wiles, 2017).

De manera semejante, desde la psicología ambiental se defiende que la producción del conocimiento sobre la relación entre el entorno físico y el social no se limita a un análisis del marco físico en donde se desarrolla la conducta, sino que abarca incluso la exploración del diálogo simbólico con el lugar, es decir, la base de la identidad social urbana (Valera y Pol, 1994).

Por su parte, la gerontología ambiental centra sus esfuerzos en comprender, explicar y optimizar la interacción entre las personas mayores y su ambiente. Con base en su teoría ecológica de la competencia, indica que el entorno pone cierto grado de presión o estrés en los individuos. Es decir, a medida que la salud física disminuye, las demandas respecto al entorno aumentan (Schwarz, 2012).

En suma, la satisfacción de las necesidades humanas de la vida cotidiana en el vecindario y el bienestar de las personas mayores deben reflejarse en una vasta provisión de servicios que no estigmaticen a este grupo generacional. Además, deben brindarse oportunidades para preservar el bienestar físico, social y mental bajo una perspectiva de habitabilidad urbana sustentable, es decir: vivir saludable (buena calidad del aire, disponibilidad de agua potable, drenaje eficiente, seguridad ante inundaciones, y respuesta ante islas de calor, entre otras prioridades); brindar seguridad (en el tráfico, contra los incendios, y prevenir el crimen); fomentar la interacción social (satisfacción equitativa entre el deseo y el logro de la privacidad y la interacción a diferentes horas del día -deseo de ver y ser visto-); y poder controlar la propia vida, social y natural, de forma transparente y legible para todos los habitantes y visitantes. Más aún, se debe cumplir con los requerimientos básicos del envejecimiento activo, es decir, los elementos clave para controlar, adaptarse y prolongar la capacidad de vivir en el vecindario sin ayuda de otras personas (véase la Figura 3).

Fuente: Elaboración propia con base en Kalache, Plouffe y Voelcker (2015).

Figura 3 Pilares del envejecimiento activo y sus factores determinantes 

Ahora bien, para lograr un envejecimiento positivo, activo y saludable en la escala del vecindario, se requiere comprender las condiciones físicas óptimas, como el tipo de calles, los espacios públicos, la legibilidad, la proximidad, etc. En este sentido, Beltrán (2016) defiende que el tipo de planeamiento urbano aplicado puede tener un efecto directo en la salud de las personas.

Para que los factores ambientales pueden incrementar las oportunidades de uso de los espacios públicos por las personas mayores, existen dos requisitos: que sean accesibles e inclusivos, y que el entorno social sea integrador.

Entorno físico accesible e incluyente

En primer término, el entorno físico accesible se refiere a la facilidad de tránsito peatonal y a la disponibilidad de plazas, camellones, huertos comunitarios o jardines abiertos a una distancia caminable desde la vivienda. En este sentido, la literatura actual expone los efectos de las áreas verdes tanto para reducir el estrés calórico, causado por el efecto de enfriamiento en el microclima urbano, como para regular la temperatura de las personas mayores, ya que, a mayor edad, el cuerpo tiene dificultad para regular la temperatura (Arnberger et al., 2017). Asimismo, el estudio longitudinal de Takano, Nakamura y Watanabe (2002) encontró asociación entre la existencia de espacios verdes próximos a la vivienda del adulto mayor y la longevidad; los resultados indican que vivir cerca de áreas verdes caminables puede aumentar la supervivencia en cinco años; esto teniendo en cuenta que la vegetación proporciona oportunidades para realizar actividades físicas, y ofrece un ambiente confortable y agradable para los residentes. Además, la cercanía a esos espacios permite a las personas salir de su residencia para convivir con los vecinos.

La accesibilidad considera también la conectividad entre servicios; esto es, entre la vivienda del adulto mayor y los mercados públicos, bancos, servicios de salud, cafés, restaurantes, museos, galerías, espacios de fomento a la actividad física, salones de yoga, talleres de taichi, baile, caminata, etc. Asimismo, la accesibilidad se refiere tanto a la ausencia de barreras urbano-arquitectónicas, como a disponer de información para participar en cualquier actividad de la vida urbana; entre otros requerimientos, la señalización debe ser legible para la orientación en el espacio; proveer suficientes asientos (con respaldo y reposabrazos) para tomar un descanso entre trayectos, y contar con una amplia disponibilidad de sanitarios públicos (Bittencourt, do Valle y Pacheco, 2012; Bjornsdottir, Arnadottir y Halldorsdottir, 2012; Borst, de Vries, Graham, van Dongen, Bakker y Miedema, 2009; Burton y Mitchell, 2006; I’DGO, 2010; Francis, Wood, Knuiman y Giles-Corti, 2012; Iwarsson, Agneta y Charlotte, 2013; Li, Fisher, Brownson y Bosworth, 2005; Stähl, Carlsson, Hovbrandt e Iwarsson, 2008; OMS, 2015).

Por otro lado, se requieren medios de transporte asequibles que consideren a las personas en sillas de ruedas o con debilidad auditiva o visual, y que estén conectados con otros sistemas de transporte, cuestión que es esencial para todas las edades. La movilidad y la accesibilidad de la ciudad son primordiales para que los diversos grupos que la habitan tengan acceso a todos los espacios urbanos. Cabe destacar que la movilidad y la accesibilidad no dependen únicamente de sistemas de transporte adecuados a las demandas heterogéneas, sino que, además, requieren diversidad y distribución de centralidades, calidad urbana y ofertas de servicios en las zonas menos atractivas, así como otros elementos de interés para el vecindario.

Es importante subrayar que las medidas de tránsito y transporte son un componente crucial para la vida de sus usuarios, pero particularmente para las personas mayores pues éstas tienen tres veces más probabilidades de morir en un accidente de tránsito que las jóvenes. Más aún, el riesgo de ser vulnerado se incrementa con la pérdida de equilibrio mientras se está realizando una actividad; por ello, el entorno es un factor clave: las banquetas irregulares o resbaladizas, las escaleras estrechas sin pasamanos, la iluminación inadecuada, son puntos que se deben atender con especial consideración a las dificultades humanas en la vida tardía. “Las estimaciones sugieren que entre un tercio y la mitad de todas las caídas en las personas mayores en la comunidad se deben a factores ambientales” (Phillips, Siu, Yeh y Cheng, 2004, p. 15).

Entorno social integrador

En segundo término, el entorno social integrador se refiere a las características que facilitan las relaciones sociales, y fomentan la seguridad y la solidaridad entre las generaciones dentro del vecindario; es decir, los lazos afectivos y cognitivos que se forman con base en la percepción sobre las condiciones de los espacios en su uso cotidiano (Whal y Gitlin, 2007). En este sentido, las características de apego al lugar, familiaridad y percepción de seguridad en el vecindario ayudan al fortalecimiento de la capacidad física y la promoción de oportunidades que propicien estilos de vida saludable. Por ello, la forma en la que se otorga sentido a los espacios habitados está asociada al vínculo afectivo que se desarrolla en los largos periodos de exposición a un lugar (Rowles, 1978). En la misma línea, “los espacios familiares se asocian con recuerdos de los olores y los sonidos de las actividades comunitarias y de los placeres hogareños adquiridos a través del tiempo” (Tuan, 1977, p. 159).

Por consiguiente, ambos ámbitos del análisis de las experiencias de los entornos deben apoyarse en múltiples metodologías que, por un lado, recolecten información con grupos focales o con las percepciones individuales de la usabilidad de las condiciones físicas del vecindario; y, por el otro, en información recolectada en sitio: observaciones directas, uso de fotografías, vehículos aéreos no tripulados, análisis de datos abiertos de información geográfica, mapeos colectivos de las barreras urbanas, disponibilidad de banquetas, paradas de autobús, áreas verdes, etc. Todo ello con el objetivo de comprender las asociaciones entre ambos ámbitos de análisis y detectar qué estrategias facilitan las mejores experiencias en el vecindario.

Los espacios públicos y la diversidad de actividades que influyen en el bienestar

El entorno natural ha demostrado favorecer el bienestar en la vida tardía; entre sus efectos se encuentran: reducir el estrés, disminuir la fatiga mental y mejorar la capacidad de concentración (Kaplan, 1995). Por su parte, Lo y Jim (2012) consideran que las áreas verdes de las ciudades cumplen la función de proveer espacios sombreados, incrementar el valor de las viviendas, capturar dióxido de carbono, reducir el ruido, prevenir la erosión de suelos, mejorar la imagen del vecindario, pero, sobre todo, fungir como símbolo de identidad e interacción vecinal, y promover la salud.

Por otro lado, Rangel (2001), que pertenece al Grupo de Investigación de Calidad Ambiental Urbana (GICAU), menciona que el espacio urbano público ha sido el escenario ideal para permitir la interacción entre los ciudadanos y, al mismo tiempo, recrear diversas manifestaciones representativas de una ciudad; por ello, defiende que la ponderación sociocultural del espacio físico es un determinante importante de su calidad ambiental y alienta a mejorar las condiciones urbanas para que el entorno influya positivamente en el bienestar de su población.

De igual modo, la disponibilidad de equipamientos de ocio constituye una oportunidad importante para que las personas mayores puedan acudir a talleres ocupacionales, conciertos gratuitos o realizar alguna actividad física, cuestiones que también favorecen el bienestar psicológico (Yung, Conejos y Chan, 2016). Llevar una vida activa tiene efectos terapéuticos en el bienestar, tanto en la depresión como en la ansiedad (Teixeira, Vasconcelos-Raposo, Fernández y Brustad 2013). También, se relaciona con la reducción del riesgo de desarrollar trastornos cardiovasculares, metabólicos y osteoartritis; y se asocia con la regulación del sueño, ya que la exposición a la luz natural mantiene el ciclo del día y la noche, lo que alivia los síntomas del insomnio (Alves y Sugiyama, 2006).

Por su parte, Alves y Sugiyama (2006) definen que durante el proceso de envejecimiento existe una pérdida gradual de roles sociales, atribuida a la muerte de amigos y familiares, y por consiguiente es de gran importancia fomentar espacios de interacción entre vecinos, para que éstos construyan o mantengan lazos sociales que puedan proporcionar nuevos roles con efectos positivos en su bienestar. En un estudio a gran escala en Japón y Estados Unidos, se demostró que las personas mayores con mayor número de contactos sociales reportan menos síntomas depresivos (Sugisawa, Shibata, Hougham, Sugihara y Liang, 2002). Asimismo, la investigación de Kong, Yeoh y Peggy (1996) encontró que ser conocido y conocer a otros es un medio por el cual las personas mayores acumulan crédito social, lo que se traduce efectivamente en un sentido de valor personal y fortalece aún más su vinculación al lugar.

Por el contrario, los hallazgos en materia del estatus socioeconómico del vecindario indican que éste desempeña un papel importante en relación con la integración social, debido a que la disponibilidad y accesibilidad a una variedad de servicios es mayor en los vecindarios de alto poder adquisitivo, mientras que en los de mediano y bajo nivel socioeconómico la disponibilidad de servicios suele ser escasa y las personas pueden carecer de recursos económicos para usarlos, lo que conlleva a que los individuos se sientan aislados, cuestión que se refleja en menos familiaridad con sus vecinos, pocas relaciones sociales y menor sentido de pertenencia al lugar (Vitman Iecovich y Alfasi, 2013).

Por lo anterior, la diversidad de opciones en el espacio público y su atractividad tienen especial incidencia en motivar a las personas mayores a salir de la vivienda y desarrollar con total libertad e independencia las actividades de la vida diaria, ya sean las básicas (que aseguran el cuidado personal, como comer, bañarse, vestirse, etc.), las instrumentales (referidas al mantenimiento personal en términos de supervivencia física, como lavandería y vestido, compras y mandados, transporte, preparación de comida, administración de medicamentos, actividades de limpieza, etc.), y las sociales, laborales y de ocio (que aluden a actividades comunitarias que toman escenario en el entorno externo, como establecer contacto con vecinos, amigos, familiares, salir de viaje, participar en actividades de la iglesia, leer periódicos, etc.) (Lemon, Bengston y Peterson, 1972; Horgas, Wilms y Baltes,1998).

También Mollenkopf, Bass, Kaspar, Oswald y Wahl (2006) defienden que la participación de las personas mayores en entornos sociales, a pesar de los impedimentos físicos y de las limitaciones financieras, sociales, tecnológicas y espaciales, contribuye en gran medida a su calidad de vida y bienestar.

Como se afirmó antes, la atractividad, entendida como el poder del espacio público para atraer a la gente (Gunn, 1988), influye directamente en el bienestar. Para analizar el grado de atractividad de un espacio público, el estudio de Sánchez-González y Cortés-Topete (2016) propone una serie de atributos en la esfera física: calidad ambiental, proximidad, movilidad, equipamiento, legibilidad y áreas verdes. En la esfera social, dicha investigación resalta las funciones de identidad, autonomía, familiaridad, agradabilidad, apego al lugar y seguridad.

El caso de estudio consideró que las percepciones sobre las condiciones del entorno urbano están basadas en características personales, como edad, educación, acceso a la vivienda, etc., cuestión que fue propuesta por Föbker y Grotz (2006), y que estas percepciones ayudan a determinar la calidad del lugar para proveer oportunidades de realización de actividades cotidianas en la vejez. Entre sus resultados destaca la importancia de la familiaridad como un facilitador de la vida en el vecindario, la agradabilidad de las experiencias, la proximidad y la disponibilidad de mobiliario urbano. Este asunto concuerda con los hallazgos de Li, Fisher, Brownson y Bosworth (2005) sobre la contribución de los motivadores de uso del entorno construido próximo a las viviendas. Ellos encontraron que se valoran los espacios para la recreación, las interacciones en las calles, la alta densidad de hogares y la mezcla con lugares de trabajo, cuestiones que apoyan el mantenimiento de la capacidad funcional mediante la caminabilidad en el vecindario.

El reto para las futuras líneas de investigación recae en analizar la experiencia de la interacción de las necesidades cognitivas, perceptivas y de movimiento según la población a servir en cada vecindario. En este sentido, el diseño inclusivo exhorta a identificar los problemas y contemplar las recomendaciones de diseño para atender todos los conflictos físicos de las habilidades del ser humano en sus diferentes ciclos de la vida.

La perspectiva del diseño inclusivo para mejorar la capacidad funcional

El enfoque universal del diseño inclusivo subraya:

[...] para que las ciudades tengan éxito en el siglo XXI, las herramientas y manuales instructivos que moldean los entornos urbanos deberán ser basados en el diseño inclusivo, ya que la aspiración por una ciudad incluyente debe ser más que palabras y debe influir en las artes de la planificación urbana y la construcción de las ciudades [Altman, 2007, xi ].

Esta perspectiva se basa en dos premisas. En primer lugar, existe una diversidad considerable en la capacidad mental y física tanto en la población en general como a lo largo de la vida, por lo que la asociación de “normalidad” con “capacidad física” no es exacta ni aceptable. En segundo lugar, la discapacidad surge de las interacciones con el ambiente circundante, que son susceptibles a intervenciones estructurales o de diseño, y no inherente a los niveles de capacidad, estado de salud o grado de deterioro de los individuos (Clarkson y Coleman, 2015). En la misma línea, Hanson (2004) menciona que el entorno urbano representa el ejemplo más concreto de cómo las personas con alguna limitación llegan a ser discapacitadas debido a las barreras de acceso en el entorno construido y no precisamente por sus impedimentos. Al respecto, el concepto discapacidad arquitectónica es un término que se ha utilizado para describir cómo el diseño físico y la construcción de edificios y lugares pueden confrontar a las personas con peligros y barreras que hacen que el entorno construido sea incómodo e inseguro (Goldsmith, 1997).

Ahora bien, teniendo en cuenta que el diseño inclusivo puede ser un estímulo, en las estrategias que consideran la optimización de oportunidades para realizar diversas actividades es de vital importancia reconocer y atender las vulnerabilidades debidas a la edad, las situaciones de riesgo que se viven actualmente en la ciudad y la discriminación. La sumatoria de situaciones de riesgo provoca un efecto dominó en el que las condiciones progresivas de vulnerabilidad se acumulan y conducen a consecuencias más graves que impiden alcanzar el bienestar.

Es por ello que la estrategia de inclusión intergeneracional debe comprender su cualidad multidimensional y reconocer la susceptibilidad de las personas ante eventos negativos, así como su capacidad de respuesta a éstos, según su disponibilidad de recursos, resiliencia, capital social y redes de apoyo no institucionales e institucionales (Sánchez-González y Egea Jiménez, 2011). Por su parte, Goltsman y Iacofano (2007) describen que la búsqueda de la ciudad inclusiva debe equilibrar las mejoras físicas para la revitalización urbana con la planificación de servicios sociales, el cuidado de la salud y la igualdad económica, pues todos son esenciales para la calidad de vida de las personas.

En cuanto a la conceptualización de los diseños libres de barreras dentro del marco del rendimiento humano, encontramos que la clasificación del funcionamiento humano del modelo habilitador de Steinfeld (1979) sirve como base para la operacionalización de los conflictos físicos, ya que todas las personas operan dentro de un rango de habilidades, según su edad. El ideograma habilitador (enabler) es usado como método para identificar problemas y facilitar la toma de decisiones de diseño. El modelo representa cuatro áreas generales de la discapacidad humana: a) funcionamiento mental, b) sentidos, c) regulación corporal interna, y d) discapacidad motora, que abarca 15 áreas específicas de discapacidad, y con la cual se determina el impacto que tienen las barreras ambientales en las personas con diversas limitaciones funcionales. El modelo consiste de dos partes separadas que, cuando se combinan, conceptualizan el grado de accesibilidad de un determinado entorno físico en relación con un determinado individuo. Aunque su clasificación considera la interacción bidireccional entre usuario y entorno construido, queda limitado ante todas las posibles barreras ambientales del entorno social (véase la Figura 4).

Fuente:Steinfeld, 1979. Traducción propia.

Figura 4 Ideograma del modelo habilitador. Tipos de dificultades en la habilidad humana 

El último trabajo revisado corresponde a un análisis de los retos del diseño inclusivo en China y en los resultados de la investigación en el campo. Los autores Lu y Zhang (2017) proponen un modelo de pirámide para combatir los retos del envejecimiento, el cual se enfoca en crear una red de actores poderosa para combatir conjuntamente los desafíos en el entorno exterior (véase la Figura 5).

Fuente:Lu y Zhang, 2017, p. 181. Traducción propia.

Figura 5 Modelo de pirámide para combatir los retos del envejecimiento 

El modelo es relevante ya que, a pesar de estar propuesto para un país asiático, está en consonancia con los actores presentes desde el sector privado al público y con las escalas pertinentes en la planificación y prácticas de diseño. La pirámide contempla que se puedan establecer acciones conjuntas desde los responsables políticos con la promulgación de iniciativas legislativas en el nivel macro, seguida por acciones que apoyen al diseño urbano con las publicaciones de líneas rectoras y herramientas de diseño. Estas líneas y herramientas pueden ser la base de estudio y análisis de las instituciones, universidades y escuelas por medio de sus programas de investigación, con la finalidad de generar el conocimiento más acertado al contexto particular de cada ciudad, y así poder entrenar a profesionistas, consultorías y fabricantes en las mejores intervenciones en la práctica de diseño para personas reales en la vida real. “A través de la participación de las cuatro partes en la pirámide, se podría construir un ambiente exterior más feliz y más seguro” (Lu y Zhang, 2017, p. 182).

Conclusiones

El presente trabajo identifica las características del vecindario que pueden impedir el cumplimiento de metas y deseos en la vida cotidiana de las personas mayores. Los hallazgos exponen la necesidad de repensar la forma de planear y construir las ciudades desde sus espacios públicos.

El enfoque centrado en el diseño sobre la experiencia espacial se basó en la comprensión de las implicaciones de la interacción entre la combinación de las fuerzas personales y las ambientales. El objetivo es subrayar la importancia del diseño sobre la experiencia espacial en la planificación urbana integral para lograr una ciudad equitativa, en donde se nivele el terreno de juego y todos tengan oportunidad de desempeñar, con pocas restricciones, la vida urbana en su comunidad.

La población mayor ha sido particularmente vulnerada, y la ausencia de planificación gerontológica ha empeorado su habitabilidad. En este sentido, la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2007) publicó una guía para profesionistas y generadores de políticas públicas en la que fomenta el intercambio de experiencias positivas en su red de Ciudades Amigas con el Adulto Mayor y promueve los requerimientos básicos para lograr un envejecimiento activo y vivir de manera independiente y saludable por el mayor tiempo posible. Es por ello que se alienta a continuar investigando los problemas socioespaciales y las condicionantes de la experiencia espacial positiva, bajo la perspectiva ecológica de la geografía del envejecimiento, y así comprender las demandas y fortalezas en el contexto local.

Asimismo, el análisis enfatizó el papel de los espacios públicos en la generación de oportunidades para el bienestar físico, social y mental, así como su papel en el reforzamiento de la identidad propia y sus conexiones con el vecindario. Entre las oportunidades de inclusión en la vida urbana, la literatura expone los efectos positivos de los factores del entorno físico; por ejemplo, disponibilidad de áreas verdes a una distancia caminable desde las viviendas, buena conectividad entre servicios, accesibilidad libre de barreras urbano-arquitectónicas, señalización legible, asientos con respaldo y apoyabrazos, sanitarios, iluminación y movilidad accesible.

Asimismo, se subrayan los factores del entorno social que fomentan la integración intergeneracional, la solidaridad y los lazos afectivos con el lugar. En este sentido, se enfatiza el atractivo de la familiaridad de los espacios públicos y el rol de la identidad -por los vínculos afectivos que se han desarrollado por largos periodos de tiempo-, y su importancia para desarrollar relaciones socioemocionales, actividades físicas y de estimulación cognitiva e interacción entre vecinos, cuestión que trabaja como motivador para salir del confinamiento en la vivienda. Tal es el caso de la promoción de la actividad física, que estimula además el establecimiento del contacto en distintas actividades, lo que se traduce en un sentido de vinculación con el lugar y en estados positivos de bienestar.

En relación con las oportunidades para mejorar la capacidad de vivir en el vecindario de manera independiente, resaltan las recomendaciones del diseño inclusivo para confrontar las limitaciones que vulneran a las personas en el uso de los espacios físicos. Las barreras del entorno pueden discapacitar a una persona sin que tenga que ver su capacidad o estado de salud. Por lo tanto, los hallazgos demuestran que existen elementos que pueden optimizar las oportunidades de realizar actividades y, a través de la operacionalización de los conflictos físicos según el rango de capacidades del ideograma habilitador, se pueden enfocar las estrategias para compensar las limitaciones funcionales más comunes en la vida tardía.

En general, los hallazgos demuestran que es necesario obtener el conocimiento más acertado del contexto local de cada vecindario, e identificar sus debilidades y fortalezas para facilitar la toma de decisiones en los programas, planes y estrategias que, desde las iniciativas legislativas hasta las prácticas de diseño de profesionistas, puedan contribuir a combatir los retos del envejecimiento.

En síntesis, la ciudad que brinda oportunidades de inclusión y bienestar ofrece una vasta provisión de servicios a una distancia caminable, desde tiendas locales, bibliotecas, museos, áreas verdes, escuelas, servicios de salud, centros comunitarios, entre otros, en donde no se estigmatiza a este grupo generacional y, en cambio, se le garantiza el derecho de accesibilidad para ingresar, transitar y permanecer en un lugar de forma segura, autónoma y confortable; es decir, se logra la accesibilidad desapercibida. Se debe asegurar una equidad de participación y trabajar constantemente en el diseño de políticas públicas orientadas a largo plazo, con enfoques preventivos de adaptación, mitigación y optimización mediante diseños, proyectos y estudio de su éxito para así avanzar en la comprensión de las mejores condiciones para envejecer activamente.

Bibliografía

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Recibido: 29 de Noviembre de 2019; Aprobado: 25 de Agosto de 2020

Acerca de los autores

Martha Beatriz Cortés-Topete es doctora en Ciencias de los Ámbitos Antrópicos con énfasis en Urbanismo por la Universidad Autónoma de Aguascalientes; estudió la maestría en Ciencias con Orientación en Arquitectura, y es arquitecta por la Universidad Autónoma de Nuevo León. Sus líneas de investigación son: geografía del envejecimiento, atractividad del entorno en la vida tardía y espacios públicos. ORCID: https://orcid.org/0000-0001-8095-5840

Entre sus publicaciones se encuentra:

Sánchez-González y Cortés-Topete, M. B. (2016). Espacios públicos atractivos en el envejecimiento activo y saludable. El caso del mercado de Terán, Aguascalientes (México). Revista de Estudios Sociales, 57. https://journals.openedition.org/revestudsoc/9936

Rafael Alejandro Tavares Martínez es doctor en Filosofía con Orientación en Asuntos Urbanos, y maestro en Ciencias con Orientación en Asuntos Urbanos, ambos por la Universidad Autónoma de Nuevo León; es arquitecto por el Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey. Sus líneas de investigación son: grupos vulnerables, regeneración urbana y actores sociales. ORCID: https://orcid.org/0000-0002-3877-9190

Entre sus publicaciones destacan:

Tavares-Martínez R. A. (2018). El imaginario de la potenciación en la comunidad. Realidades Revista de la Facultad de Trabajo Social y Desarrollo Humano, 7(1), 101-117. https://realidades.uanl.mx/index.php/realidades/article/view/95

Tavares-Martínez, R. A. y Fitch-Osuna, J. M. (2019). Planificación comunitaria en barrios socialmente vulnerables: identificación de los actores sociales en una comunidad. Revista de Arquitectura (Bogotá), 21(2), 22-32. https://doi.org/10.14718/RevArq.2019.21.2.2258

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