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Estudios demográficos y urbanos

versión On-line ISSN 2448-6515versión impresa ISSN 0186-7210

Estud. demogr. urbanos vol.35 no.2 Ciudad de México may./ago. 2020  Epub 30-Jun-2020

https://doi.org/10.24201/edu.v35i2.1852 

Artículos

Hogares con jefatura femenina y estrategias de recuperación posdesastre en México

Households with female headship and post-disaster recovery strategies in Mexico

Cynthia Rodríguez de Jesús* 
http://orcid.org/0000-0001-7572-7915

Guadalupe Fabiola Pérez Baleón** 
http://orcid.org/0000-0001-8419-0275

*ONU Mujeres. Dirección: Montes Urales 440, 2o piso, Lomas de Chapultepec, 11000, Ciudad de México, México. Correo: crdejesus@colmex.mx

**Universidad Nacional Autónoma de México, Escuela Nacional de Trabajo Social. Dirección: Universidad 3000, Coyoacán, 04350, Ciudad de México, México. Correo: ggfabiola@ hotmail.com


Resumen

La desigualdad de género incrementa la vulnerabilidad social en los hogares y puede impactar negativamente las estrategias de recuperación de aquellos con jefatura femenina en la etapa posdesastre. En este trabajo se compararon hogares con jefatura femenina y masculina a través de análisis de proporciones y modelos logísticos. Los hogares ampliados y unipersonales con jefatura femenina y los dirigidos por mujeres más jóvenes, tendieron a recurrir al apoyo de familiares y amigos para contribuir a la recuperación de su hogar, en comparación con los hogares de jefatura masculina, lo cuales mostraron un mayor y más efectivo número de estrategias.

Palabras clave:  género; desastres; vulnerabilidad social; estudio cuantitativo

Abstract

Gender inequality increases social vulnerability in households and can negatively impact the recovery strategies of female-headed households at the post-disaster stage. In this study, households with female and male leadership were compared through proportion analysis and logistic models. Expanded and single-person households with female headship and those run by younger women tended to resort to the support of family and friends to contribute to the recovery of their homes, compared to households with male headship, which used a larger, more effective array of strategies.

Keywords: gender; disasters; social vulnerability; quantitative study

Introducción

El incremento del deterioro ambiental, así como el aumento e intensidad de los fenómenos naturales en las últimas décadas, se han conjugado con la vulnerabilidad social que pone a comunidades, hogares y personas en condiciones previas de mayor riesgo de sufrir un desastre ante la ocurrencia de un fenómeno natural. En las últimas décadas se han desarrollado estudios que analizan la relación entre los problemas ambientales y los elementos de vulnerabilidad social que potencian la existencia de desastres a causa de fenómenos naturales (Eder, 1996; Beck, 1998; Fothergill, 1996; Lezama, 2004; Moreno-Walton y Koening, 2016).

En diversos trabajos se ha señalado la importancia de incluir la perspectiva de género en los análisis que abordan el impacto de los fenómenos naturales sobre la población, tanto en las etapas de prevención, como en el momento del desastre y de la reconstrucción posdesastre, pues se ha observado que las mujeres enfrentan una recuperación más lenta cuando han tenido pérdidas materiales en sus hogares, en comparación con los hombres (Fothergill, 1996; Griffin, 2003; Yonder, Akcar y Gopalan, 2005; Moreno-Walton y Koening 2016). El análisis de género permite agregar elementos en la construcción de estrategias más integrales para la recuperación material de los hogares en la etapa posterior al desastre (Castro-García y Reyes Zúñiga, 2006; Peerbolte y Collins, 2013; Velázquez, Vázquez García, De Luca Zuria y Sosa Capistrán, 2016).

Diversos estudios han mostrado que son las mujeres quienes enfrentan mayores riesgos asociados a los desastres (Neumayer y Plümper, 2007; Chávez-Rodríguez, 2016). Por ejemplo, Neumayer y Plümper (2007) observaron, en un estudio realizado para 141 países, que los desastres matan en promedio a más mujeres que a hombres, y ellas con edades más tempranas que éstos en el momento de su fallecimiento. Aunado a esto, dado que la esperanza de vida de las mujeres es mayor que la de los hombres en todas las poblaciones, la presencia de desastres disminuye la esperanza de vida de las primeras y la acerca más a la de los varones. Sin embargo, los autores precisan que, a mayor nivel socioeconómico de las mujeres, menor es el efecto que los desastres tienen en su esperanza de vida, lo que muestra que son las vulnerabilidades asociadas al género femenino, en conjunto con las desigualdades socioeconómicas, las que las ponen en mayores riesgos de mortalidad a causa de un desastre.

Esto es especialmente cierto para los sismos; estudios en Rusia y Japón mencionan que durante los sismos que han ocurrido en estos países han muerto más mujeres que hombres (Rivers, 1982; Miyano, Jian y Mochizuki, 1991). Solís y Donají (2017) también reportan un mayor porcentaje de mujeres que fallecieron en los sismos de septiembre de 2017 en la Ciudad de México, Morelos, Chiapas y Oaxaca.1

En el contexto latinoamericano y mexicano se han efectuado escasos estudios cuantitativos que apunten a conocer la interrelación entre el género y la ocurrencia de desastres (Bradshaw y Arenas, 2004; Castro-García y Reyes Zúñiga, 2006; Velázquez, Vázquez García, De Luca Zurita y Sosa Capistrán, 2016). Los que existen se han realizado desde un abordaje cualitativo, mismos que han enriquecido la discusión poniendo énfasis en el impacto diferenciado que experimentan hombres y mujeres antes, durante y después de la ocurrencia de los desastres, a causa de la vulnerabilidad social preexistente (Chávez-Rodríguez, 2016).

El objetivo de este artículo es explorar las condiciones socioeconómicas y de género que pudieran estar asociadas a la dificultad que enfrentan los hogares dirigidos por mujeres para recuperarse luego de ocurrir un desastre, así como determinar cuáles son las estrategias de recuperación posdesastre que realizan los hogares dependiendo del tipo de jefatura: femenina o masculina.

Para este análisis se eligió la etapa de recuperación, pues no sólo resalta las vulnerabilidades sociales preexistentes, sino que también permite observar las dificultades que enfrentan los hogares para recuperarse de un desastre y las diferentes estrategias de recuperación por las que optan los hogares con jefatura masculina y femenina.

La fuente de datos empleada es la tercera versión de la Encuesta Nacional sobre Niveles de Vida en los Hogares (ENNViH-3), 2009-2012. La unidad de análisis para este trabajo es el hogar y la variable dependiente que se analiza está conformada por las diferentes estrategias de recuperación después de un desastre por las que optan los hogares con jefatura femenina versus la masculina.

En la primera parte del trabajo se presentan las definiciones de vulnerabilidad social, riesgo y desastre que permiten esclarecer los términos empleados a lo largo del mismo. En un siguiente apartado, se ahonda en la teoría de la interseccionalidad, la cual permite analizar distintos ejes de desigualdad, en este caso el género y la jefatura del hogar, así como las condiciones socioeconómicas que pudieran estar mostrando la vulnerabilidad del hogar.

En la parte analítica se contextualiza la situación de los desastres en México en el periodo de tiempo al cual se refiere este trabajo, se describe la ocurrencia y los tipos de desastres que sucedieron entre los años 2006 a 2012, reportados por la encuesta. Posteriormente, se examinan los resultados de las estadísticas descriptivas (tablas de frecuencias, distribuciones porcentuales y medidas de centro y dispersión) referentes a algunas de las características sociodemográficas de los jefes y jefas de hogar (edad y escolaridad), así como las condiciones materiales de la vivienda y las características del hogar (tipo de hogar y presencia de niños de entre 0 a 12 años de edad). Por último, se presentan modelos logísticos univariados y multivariados con el objetivo de establecer la asociación del sexo/género del jefe o jefa de hogar, con la preferencia de optar por una estrategia que previamente se tipificó como tradicionalmente masculina o femenina; para ello se controlan diversas variables sociodemográficas.

Se concluye que los hogares con jefatura femenina representaron un porcentaje menor al de aquellos jefaturados por varones. Sin embargo, sus características las colocan en mayor vulnerabilidad y mostraron tener una edad promedio mayor al de las jefas que no sufrieron pérdidas. Además, contaron con un rango de edad más amplio que el de los jefes varones que también tuvieron pérdidas por desastres.

En mayor medida, estas jefas contaban con una escolaridad de primaria o menos. De los cuatro tipos de hogar observados, los suyos tuvieron la mayor presencia de niños menores a 12 años. De igual forma, tendieron a ser hogares ampliados o nucleares monoparentales. Las condiciones de su vivienda eran similares a las de los hogares con jefatura masculina que fueron afectados por un desastre, pero menores a las de los hogares sin pérdida, y en gran medida se ubicaron en zonas rurales.

Los hogares con jefatura femenina tendieron a buscar el apoyo de amigos y/o familiares para enfrentar el desastre y fueron menos proclives a quedarse sin tomar ninguna medida, que los hogares comandados por varones.

Y si bien las jefas de hogar tendieron a apoyarse en estrategias como recurrir a amigos y familiares, a sus ahorros, o realizar alguna otra actividad distinta a las listadas en la encuesta, fueron definitivamente las mujeres más jóvenes y aquellas que dirigían los hogares ampliados y los unipersonales, quienes tuvieron mayores probabilidades de optar por este tipo de estrategias.

Vulnerabilidad social, riesgo y desastres

La vulnerabilidad es un conjunto complejo de características que hacen referencia a colectividades humanas concretas y que adquieren sentido analítico y práctico al ser relacionadas con las amenazas que dichos grupos humanos enfrentan (Campos, 2004). La vulnerabilidad2 es una condición susceptible de recibir daños, en referencia con otra condición no dañada, en cuya relación median el peligro y el riesgo, como puede ser enfrentar un desastre (Macías, 1999).

Las ciencias sociales han contribuido al esclarecimiento de los desastres como esencialmente sociales, mismos que forman parte integral de los procesos de agresión contra el ambiente y de la explotación tanto económica como social de los individuos. En ese sentido, al concepto de vulnerabilidad se le ha agregado el adjetivo “social” (Macías, 1999; Campos, 2004).

La vulnerabilidad social se dirige a las condiciones sociales que dentro de un grupo o comunidad humana caracterizan los rangos de susceptibilidad a recibir daños por la ocurrencia del efecto de un determinado fenómeno desastroso (Macías, 1999). Este concepto hace referencia a los procesos de las estructuras e instituciones sociales y económicas que están asociados a la falta de disponibilidad de recursos y estrategias en comunidades, hogares y personas para prevenir y enfrentar los impactos de los desastres (Pizarro, 2001).

Por ello, la vulnerabilidad social comprende a la mayoría de los integrantes de una sociedad, y no sólo a los excluidos (Elías, 2013). Sin embargo, no todas las personas son igualmente vulnerables. Existen fuertes diferencias entre géneros, siendo las mujeres quienes soportan en mayor medida las afectaciones por desastres, pero también dentro de los grupos de hombres y los de mujeres existen diferencias que no los colocan en el mismo riesgo. Destacan en ese mismo sentido el nivel socioeconómico y la adscripción étnico racial. A su vez, las consecuencias de un desastre pueden llegar a agudizar la vulnerabilidad social de ciertos grupos, sobre todo de aquellos que ya se encontraban en situación de riesgo (Chávez-Rodríguez, 2016).

El riesgo consiste en la forma en la cual la población se encuentra expuesta a catástrofes, crisis y fenómenos que afectan a las normas y requerimientos para su reproducción en condiciones socialmente reconocidas (Elías, 2013, p. 65). El riesgo tiene también una atribución de evitabilidad y de predictibilidad (Macías, 1999; Campos, 2004). En ese sentido, la población y el Estado juegan un papel activo en la transformación de realidades orientadas a reducir su vulnerabilidad; por ello se debe actuar sobre los riesgos para prevenir los desastres (Campos, 2004).

El desastre entonces es una condición en la que parte de una sociedad sufre cambios producidos por uno o varios efectos destructivos ocasionados por fenómenos naturales o antropogénicos, es decir, atribuibles a los seres humanos. Se considera como desastre a la coincidencia entre un fenómeno natural (inundación, terremoto, sequía, erupciones volcánicas, ciclón) o no natural (accidente, deforestación, contaminación ambiental, entre otros aspectos) y determinadas condiciones vulnerables (Macías, 1999).

Se reconoce un desastre cuando rebasa el grado de alteración que una sociedad concreta puede tolerar y del cual se puede reponer, de acuerdo con su propio modo de producción, sociopolítico y económico (Campos, 2004).

Fases de los desastres

Es común que se divida a los desastres en fases, lo cual permite su estudio, comprensión y gestión. Arito y Jacquet (2005) los dividen en cuatro periodos: el previo o precrítico, el crítico o de la emergencia, el poscrítico y el de recuperación. Fothergill (1996), por su parte, considera que los desastres tienen un ciclo de vida de tres etapas: preparación, respuesta y recuperación. En coincidencia con los autores anteriores, Macías (1999) propone ver a los desastres como un proceso que puede ser dividido en tres momentos: prevención, emergencia y normalización.

En el periodo previo es posible reconocer la probabilidad predecible de que ocurra un desastre, lo que permite establecer acciones socialmente organizadas y, en lo posible, disminuir las vulnerabilidades en que viven las comunidades. Si bien no existen parámetros universales, el periodo de emergencia se extiende entre la conformación inicial del evento agresor, el momento en el que ocurre el fenómeno natural, y la reacción de la población afectada (Campos, 2004).

Para poder hablar de la etapa de recuperación se debe tomar en cuenta que pueden requerirse semanas, meses o incluso años antes de que un hogar o comunidad pueda lograrla, y tal vez nunca lo haga del todo. Una característica de la etapa de recuperación es que suele ser la más larga. Morrow, Peacock y Gladwin (1997) mencionan que, a dos años de haber pasado el huracán Andrew en la península de Florida, en Estados Unidos, la situación de muchas familias en áreas empobrecidas y afectadas, lejos de recuperarse, seguía siendo de precariedad, pues miles de familias vivían en casas temporales, dañadas, de baja calidad y en condiciones de hacinamiento. Por razones de análisis, este artículo se centra sólo en la etapa de recuperación, aunque las primeras dos etapas tienen consecuencias en la última y son experimentadas de manera diferente tanto por hombres como por mujeres, como dentro de los mismos grupos de hombres y mujeres, dependiendo de su adscripción étnico racial y su nivel socioeconómico.

Interseccionalidad y género

La interseccionalidad surge dentro del denominado “feminismo negro” de Estados Unidos, que cuestionaba al feminismo de las mujeres blancas, quienes pretendían a su vez, homogeneizar sus experiencias y mostrarlas como si fueran comunes a las de las demás mujeres, sin tomar en cuenta otros ejes de desigualdad, tales como la raza o etnia y el nivel socioeconómico. La interseccionalidad muestra la necesidad de abordar dichos ejes, los cuales están imbricados en relaciones de poder que hacen imposible, en la realidad, separar dichas opresiones. Es importante tener en consideración que en todos los problemas complejos está implicada más de una categoría de diferencia, pero que el peso de las mismas es variable, dependiendo del contexto y del problema mismo. La interseccionalidad ha tomado fuerza dentro de los estudios de género (Chávez-Rodríguez, 2016; Viveros, 2016).

Si bien existen diversas formas de conceptualizar la categoría de género, sea como un sistema sexo género (Rubin, 1996) o como un acto performativo (Butler, 2001), en este documento se alude a la propuesta de Scott (1996), quien afirma que es un concepto relacional que busca denotar las “construcciones culturales” en torno a las identidades subjetivas de hombres y mujeres, a la par que subraya que tanto los hombres como las mujeres son parte del género y, por tanto, se encuentran en constante diálogo con él. El género, continua la autora, si bien no es el único campo, sí parece contener formas persistentes y recurrentes que facilitan la significación y el ejercicio del poder, con la consecuente desigualdad en el acceso a recursos materiales y/o simbólicos, independientemente del sistema económico o religioso en que las personas se encuentren insertas.

Este orden jerárquico se ha ido creando a través de procesos culturales y sociales complejos, que a su vez son consolidados por instituciones sociales, económicas culturales y políticas a través de las prácticas diarias, así como por las representaciones, normas y valores con los cuales se organiza la vida cotidiana de las personas dentro de las distintas instituciones sociales, tales como la escuela, el mercado de trabajo, la familia y los hogares (Conway, Bourque y Scott, 2013).

Hogares y jefatura del hogar

El hogar es una unidad formada por una o más personas que residen habitualmente en la misma vivienda, independientemente de sus vínculos de parentesco (INEGI, 2015). Un hogar no es equivalente a una familia, por lo que no debe considerársele como sinónimo, pero es una forma de acercarse a la medición de los arreglos residenciales de las personas. Los hogares se pueden dividir en familiares y no familiares. Los hogares familiares se clasifican en nucleares, ampliados y compuestos. Dentro de los nucleares están los monoparentales y los biparentales. En todos ellos, al menos uno de los integrantes tiene parentesco con la jefa o con el jefe del hogar. Los hogares no familiares, en los cuales ninguno de los integrantes tiene parentesco con la jefa o el jefe del hogar, se clasifican en unipersonales y de corresidentes (INEGI, 2015).

La jefatura del hogar es el vínculo que se coloca en la cúspide de una relación jerárquica de mando-obediencia, reconocido como tal por los integrantes del hogar, o por los residentes de la vivienda. En este caso, la jefatura la establece la persona que responde un censo o encuesta con base en el reconocimiento que éste hace hacia sí mismo o hacia alguien más, ya sea por razones económicas, de vínculo emocional, edad y/o autoridad (García y Oliveira, 1994; INEGI, 2015).

García y Oliveira (1994) señalan que los hogares dirigidos por mujeres son más comunes en las zonas urbanas que en las rurales. Éstos se alejan del modelo nuclear tradicional, en donde los dos cónyuges están presentes, ya que es la ausencia de la pareja lo que las lleva a tomar la batuta del hogar y a participar en mayor medida en el mercado laboral, en comparación con la población femenina que no tiene dicho cargo. Sus hogares tienden a contar con menos miembros y a encontrarse en etapas más avanzadas del ciclo vital: mujeres de edad media en adelante y con hijos adolescentes o jóvenes. Las jefas de hogar tienden a enfrentar dificultades para conseguir empleos estables, bien remunerados y en puestos de alto reconocimiento social y económico, debido en parte a su baja escolaridad, pero también a la división sexual del trabajo, que las segrega a actividades, oficios y profesiones estereotipados como exclusivos de las mujeres.

División sexual del trabajo y desastres

Cuando ocurre un desastre, la carga del trabajo doméstico y de cuidado se intensifica hasta tres veces (Moreno-Walton y Koening, 2016) debido a que el daño y la pérdida total o parcial de la vivienda u otras propiedades crean circunstancias donde el agua, la comida o los combustibles básicos escasean, y las personas, especialmente las mujeres, quienes tienden a ser las encargadas principales del trabajo reproductivo (como son los cuidados a niños, adultos mayores o enfermos, la preparación de alimentos, el aseo, las tareas domésticas, entre otros) (García y Oliveira, 2006; García y Pacheco, 2014), tienen que invertir tiempo extra para conseguir estos bienes escasos (Bárcena, Prado, Samaniego y Pérez, 2014).

Por lo anterior, en la etapa de recuperación las mujeres tienen mayor probabilidad de realizar más trabajo doméstico y de cuidado (en el caso de que haya personas dependientes en el hogar) que los varones (Moreno-Walton y Koening, 2016). Esta situación las afecta, pues por un lado, la sobrecarga de trabajo reproductivo limita su tiempo y su libertad de movimiento, ya sea para buscar apoyos, trabajo extradoméstico u otras opciones fuera de la vivienda (Damián, 2014; García y Pacheco, 2014). Por otro lado, cotidianamente en el mercado laboral las mujeres se encuentran en desventaja de salario y prestaciones (García y Oliveira, 2006), situación que reduce la capacidad de respuesta de los hogares con jefatura femenina en la etapa posdesastre. En tanto que los varones tienen más posibilidades de asistir a lugares fuera del hogar, ya sea para buscar (otro) trabajo extradoméstico y poder así obtener ingresos extras con la finalidad de compensar las pérdidas o para solicitar apoyos oficiales (Fothergill, 1996).

Características sociodemográficas y tipo de hogar

Por lo que respecta a las características sociodemográficas de los hogares con jefatura femenina, se ha identificado que existen diversas variables que abonan a la vulnerabilidad social, como son la edad de las jefas, el tipo de hogar, así como la presencia de niños, de adultos mayores y personas con discapacidad o enfermos (García y Oliveira, 2006). Diversos estudios coinciden en que el envejecimiento poblacional y una mayor esperanza de vida para las mujeres han sido de los principales factores que explican el hecho que las jefas de hogar tiendan a tener más edad que los jefes, pues se trata de mujeres que pudieron haberse separado de su pareja debido a un divorcio o a la muerte de la misma (García y Oliveira, 2006; Aguilar, 2016), pero también pudieran haber optado libremente por la conformación de este tipo de hogares.

Adicionalmente, la literatura señala que la intersección entre la edad y el sexo aumentan la vulnerabilidad social (García y Oliveira, 2006). Es decir, los hogares con jefatura femenina y en edades avanzadas tienden a reportar mayor vulnerabilidad, debido a que ya no se considera a esas jefas como personas en edad productiva y, por lo tanto, tienen menos probabilidad de insertarse en el mercado laboral a causa de la discriminación por edad y género que sufren por parte de los empleadores (Fothergill, 1996; García y Oliveira, 2006).

Por otro lado, los estudios que analizan el tipo de hogar han mencionado que es relevante para el análisis de la vulnerabilidad social distinguir si se trata de hogares nucleares, monoparentales o biparentales, ampliados, compuestos o unipersonales, ya que ello puede impactar en los arreglos familiares, así como en la manera en que se enfrentan los desastres (Echarri, 2003; García y Oliveira, 2006).

Condiciones materiales de la vivienda

Las condiciones materiales de la vivienda son un reflejo de la vulnerabilidad social. En diversos estudios se ha encontrado que la estructura material de los hogares con jefatura masculina y femenina no son significativamente diferentes; sin embargo, el esfuerzo que hacen las jefas de hogar para tener una calidad de vivienda igual a la que exhiben los hogares con jefatura masculina es mayor, pues en estos hogares, además de que la jefa de hogar es la proveedora, otros integrantes participan también para obtener más ingresos y complementar los gastos, en contraste con los hogares con jefatura masculina, en donde el jefe de hogar suele ser el único proveedor ( Gómez de León y Parker, 2000). En contrapartida con lo anterior, otros estudios afirman que las condiciones materiales de las viviendas jefaturadas por mujeres que sufren un desastre tienden a tener peores condiciones materiales que aquellas dirigidas por varones (Fothergill, 1996; Chávez-Rodríguez, 2016, p. 14).

A través de diversos estudios internacionales y nacionales se ha examinado la relevancia del género durante la recuperación de la población que busca reconstruir la infraestructura de las viviendas y restaurar los servicios de la comunidad. En ocasiones, las familias requieren de préstamos económicos para arreglar o reconstruir su vivienda (Fothergill, 1996). Sin embargo, se ha demostrado que las mujeres, sobre todo las de bajos ingresos, son quienes tienen menos ahorros y no cuentan con seguros de ningún tipo o con seguridad social, por lo cual se reducen sus posibilidades de recuperación (Bolin y Bolton, 1986).

Aunado a lo anterior, el acceso a los apoyos gubernamentales o de bancos también ha sido diferencial, pues se ha encontrado en estudios que las personas de estratos medios o altos que llegan a ser víctimas de un desastre tienen mayores probabilidades de obtener apoyos bancarios y/o gubernamentales, en comparación con las del estrato bajo o muy bajo, debido a que tienen más acceso a la información sobre cómo conseguir apoyos para la reconstrucción de sus viviendas y/o negocios, además de tener un perfil que los hace elegibles para acceder a algún préstamo o crédito (Bolin, 1982).

Redes sociales de apoyo

El incremento del trabajo doméstico y de cuidado posdesastre puede tener impacto en la selectividad de las estrategias de recuperación que buscarán las mujeres en esta etapa (sobre todo si son jefas de hogar). Diversos estudios mencionan que las mujeres son más proclives que los hombres a buscar ayuda de familiares, amigos y conocidos (Fothergill, 1996; Cutter, Boruff y Shirley, 2003; Griffin, 2003). Se han dado diversas explicaciones sobre la preferencia por esta opción; una de ellas es que, ante la falta de tiempo por la sobrecarga del trabajo doméstico, las mujeres recurren a sus redes de apoyo. También se ha mencionado que las mujeres tienden a tener mejores habilidades sociales que los hombres, lo que las lleva a exponer con menor dificultad sus problemas y a solicitar ayuda (Griffin, 2003). En países como Estados Unidos se ha mencionado que las mujeres son quienes tienen mayor acceso a las redes sociales para intercambiar favores u obtener información para el cuidado de los otros, la preparación de alimentos, el aseo de los niños y buscar un hogar temporal ante la pérdida de la vivienda propia durante la etapa posdesastre (Griffin, 2003).

Sin embargo, estudios realizados en otros contextos sociales han mostrado que los roles de género tradicionales pueden impedir que las mujeres implementen determinadas estrategias de recuperación. En ciertas culturas de Medio Oriente, como la musulmana, está prohibido a las mujeres interactuar con otras personas que no sean parte de su familia, por lo que queda excluida cualquier posibilidad de acceder a redes sociales de ayuda que no sea la familia (Nour, 2011).

También se ha encontrado que los varones tienden a ser más estigmatizados si solicitan apoyo entre sus redes sociales para recuperarse, debido a que se ha estereotipado al varón como el proveedor único del hogar, sobre todo si se trata del jefe de hogar, por lo que solicitar ayuda económica podría verse como una situación que merma su masculinidad ante quienes le rodean (Fothergill, 1996). Por tal razón, los varones tienden a hacerle frente a esta etapa de recuperación buscando un segundo trabajo extradoméstico para obtener ingresos adicionales que les permitan compensar las pérdidas económicas que han sufrido, o solicitan apoyos oficiales para recuperarse del desastre (Fothergill, 1996).

En suma, debido a las opiniones divididas sobre las estrategias de recuperación que pueden seguir las mujeres y hombres según sus condiciones individuales, materiales o culturales, consideramos importante conocer el patrón de comportamiento que se sigue a nivel hogar en México a través del análisis cuantitativo, enfatizando en la jefatura femenina. Son diversos los factores de la vulnerabilidad social por razones de género que contribuyen a la selección de las estrategias de recuperación en la etapa posdesastre, tales como: la sobrecarga de trabajo doméstico de las mujeres o la dificultad de ellas para acceder a apoyos financieros, en tanto que los varones pueden encontrar obstáculos asociados a su masculinidad en caso de requerir apoyo de sus redes sociales.

Datos y métodos

La fuente de datos empleada es la tercera versión de la Encuesta Nacional sobre los Niveles de Vida de los Hogares3 (ENNViH), 2009-2012. Se eligió esta fuente porque cuenta con información sobre la ocurrencia de desastres; además de indagar por el impacto que éstos tuvieron en el hogar y las estrategias que realizaron los miembros de éste para aminorar sus consecuencias.

Esta encuesta es de tipo longitudinal, ya que ha dado seguimiento a los hogares encuestados en diferentes periodos de tiempo. La primera ronda se realizó en el año 2002; el operativo de la segunda (ENNViH-2) duró dos años, de 2005 a 2006; y el operativo de la tercera (ENNViH-3) fue de tres años, de 2009 a 2012. El prolongado periodo del operativo de las dos últimas encuestas se debió a que se contactó de nuevo a los hogares de las dos rondas anteriores, incluso si éstos habían migrado a otra localidad. La cobertura geográfica de la ENNViH-3 ofrece datos representativos a nivel nacional y urbano-rural, además de ser representativa para cinco regiones del país: sur-sureste, centro, centrooccidente, noroeste y noreste.

Contexto de fenómenos naturales y desastres en México entre 2009 y 2012

Para identificar la ocurrencia y el impacto de los fenómenos naturales en la población con vulnerabilidad social, la ENNViH-3 brinda información a nivel de la comunidad y de hogar. En el ámbito de la comunidad, se le preguntó a alguna autoridad de la localidad -tal como el presidente municipal, el delegado u otro líder- si en los últimos cuatro años había ocurrido ahí algún desastre. Es importante recalcar que esta información fue recabada entre los años 2009 a 2012, de tal manera que, si se indagó en 2009, los fenómenos pudieron haber ocurrido entre 2006 y 2009, en tanto que, si la información se obtuvo en 2012, los años que abarcó la pregunta fueron de 2009 a 2012. Es decir, el rango de años reportados fue de 2006 a 2012. El año en que se reportaron más fenómenos naturales en el país fue 2009, con 112 eventos; en segundo lugar, se encuentra 2010, con 39 eventos; y en tercer lugar, el año 2008. En total se reportaron 204 desastres.

Los desastres mencionados en la encuesta pudieron ser de tipo hidrológico, geofísico, climatológico o biológico. Entre los hidrológicos destacan las inundaciones y los huracanes, con 36 y 17 eventos reportados, respectivamente, de 2006 a 2012. En los geofísicos se encuentran los terremotos (1) y los derrumbes (11); en los climatológicos están los incendios (25), las sequías (40), las heladas (29) y las granizadas (23); finalmente, en los biológicos destacan las plagas (18), más otros desastres no especificados (4 eventos). Los fenómenos naturales de tipo climatológico, como incendios, sequías, heladas y granizadas, son los que se reportaron con mayor frecuencia (117 eventos); los fenómenos naturales de tipo hidrológico fueron los segundos en frecuencia (53 eventos).

De un total de 204 fenómenos naturales reportados, 117 (57.4%) fueron considerados por los representantes de la comunidad como graves o muy graves para la localidad y/o para la entidad; en tanto que 86 (42.1%) fueron estimados como poco o nada graves; de uno no se especificó su gravedad.

Las entidades que con mayor frecuencia enfrentaron un desastre fueron: Estado de México, Michoacán y Sinaloa; sin embargo, las que reportaron mayor gravedad a causa de los desastres fueron: Oaxaca, pues de un total de 17 desastres, 13 fueron considerados como graves o muy graves; así como Sinaloa y Sonora, donde también reportaron que la mayoría de los desastres experimentados fueron graves para su localidad, con 12 y 11 eventos, respectivamente.

Por la ubicación geográfica de México, entre dos océanos, y las condiciones orográficas, además de la presencia de ríos, lagos y zonas sísmicas, el país enfrenta de forma frecuente y variada la presencia de fenómenos naturales. Adicionalmente, la irregularidad y falta de planeación urbana, así como la pobreza y la marginación en que viven grandes contingentes de la población y la corrupción que impera en distintos niveles de gobierno, son elementos que influyen de manera importante en el riesgo de sufrir un desastre a causa de un fuerte fenómeno natural (García Acosta, 2005).

Los hogares y los desastres

Para esta sección se ocupó parte de la información de la sección llamada Libro II. Economía de hogar, de la ENNViH-3, en el apartado “SE Shocks económicos del hogar”.4 Es importante comentar que en este apartado ya no se le preguntó a las autoridades comunitarias, sino a una persona de cada hogar,5 por los desastres ocurridos en los últimos cinco años, tomando en cuenta que la encuesta se aplicó entre 2009 y 2012. Esta pregunta cuenta con una temporalidad distinta (2005 a 2012) a aquella que se les hizo a los líderes, en que el periodo abarcó los últimos cuatro años (entre los años 2006 y 2012) (véase el Esquema 1).

Fuente: Elaboración propia con datos de la ENNViH-3.

Esquema 1 Periodos de referencia de la ENNViH-3, 2009-2012  

En la sección de shocks económicos se averiguó sobre los desastres que afectaron al hogar causando daños económicos. La pregunta fue formulada de la siguiente manera: “Ahora quisiera que me contestara algunas preguntas con respecto a los eventos que han afectado a este hogar causando daños económicos durante los últimos cinco años”. Entre las respuestas destacan la D y E: “D. Pérdida de la vivienda o negocio a causa de terremoto, inundación u otro desastre”; “E. Pérdida total de la cosecha”.

Para fines de análisis se incluyeron ambas opciones (D y E), ya que la pérdida de la cosecha está fuertemente asociada a algún tipo de desastre, especialmente a fenómenos hidrológicos, climatológicos y biológicos, los cuales afectan de manera severa las cosechas (FAO, 2015). En suma, esta pregunta busca conocer si los integrantes del hogar perdieron la vivienda, negocio o cosecha como consecuencia de algún desastre entre 2005 y 2012.

La principal población de estudio son las jefas y jefes de hogar que sufrieron pérdida de vivienda, negocio o cosecha por algún tipo de desastre, a la cual, en algunas secciones, la comparamos con aquella que no enfrentó desastres, para observar sus diferencias socioeconómicas. De acuerdo con la ENNViH-3, del total de los 26 283 507 hogares (cifra ponderada), 899 718 (3.4%) enfrentaron un shock económico por alguna de estas causas. Sin ponderar, ello equivale a que, de 9 001 hogares, 398 (4.4%) vivieron esta situación entre 2005 y 2012. Todos los resultados descriptivos que se muestran a continuación son ponderados con la finalidad de conservar el diseño muestral de la encuesta, mientras que los modelos logísticos se realizaron sin la ponderación.

Del total de los hogares que reportaron pérdidas, la gran mayoría (77%) tuvo pérdida total de cosechas, más de una quinta parte (22.3%) sufrió pérdida de vivienda o negocio, y 0.5% de los hogares tuvieron pérdida de ambos tipos, tanto en vivienda o negocio, como en cosecha, por lo cual estos hogares tuvieron un impacto mayor al que de por sí sufrieron los otros hogares (Cuadro 1).

Cuadro 1 Número y porcentaje de hogares según tipo de pérdida por desastre 

Total

899 718

100

Vivienda o negocio

200 679

22.3

Cosecha

694 868

77.2

Ambas

4 171

0.5

Fuente: Elaboración propia con base en datos de la ENNViH-3, 2009-2012.

Edad y sexo asociados al tipo de jefatura

El Cuadro 2 presenta la distribución porcentual de los hogares por sexo del jefe o jefa, según si los hogares tuvieron pérdida o no. Se puede observar que la distribución por sexo de los jefes y jefas de hogar, tanto de los que experimentaron una pérdida por desastre, como de los que no, siguen un patrón más o menos similar a la distribución de la jefatura nacional, ya que, en 2015, de acuerdo con los datos de la Encuesta Intercensal, los hogares con jefatura femenina representaban el 29%, y los hogares con jefatura masculina el 71% (Aguilar, 2016).

Cuadro 2 Distribución porcentual de hogares por sexo, según tuvieron o no pérdida por desastre 

Pérdida por desastre

Sexo

Si

No

Total

100

100

Jefe

83.4

71.5

Jefa

16.6

28.5

Fuente: Elaboración propia con base en datos de la ENNViH-3, 2009-2012.

Entre 2005 y 2012, del total de los hogares afectados por un desastre, 16.6% estuvieron comandados por una mujer y 83.4% por un varón. Adelantando los resultados del Cuadro 3, se puede afirmar que, si bien porcentualmente son menos los hogares jefaturados por mujeres, en comparación con aquellos que cuentan con jefatura masculina, éstos tienden a encontrarse en situaciones socioeconómicas de mayor vulnerabilidad social asociadas a tener una baja escolaridad, más presencia de menores de 12 años, y cuentan en menor medida con hombres en edad productiva.

Cuadro 3 Características sociodemográficas de los hogares con o sin pérdida de vivienda, negocio o cosecha por desastres, según jefatura femenina o masculina 

Con pérdidas

Sin pérdidas

Jefas

Jefes

Total

Jefas

Jefes

Total

Absolutos (sin ponderar)

76

322

398

2 467

6 136

8 603

Absolutos (ponderados)

149 273

750 445

899 718

7 222 727

18 161 062

25 383 789

Total de hogares con y sin pérdidas

26 283 507

Porcentaje

16.6

83.4

100

28.5

71.5

100

Edad promedio

50.8

53.2

52.8

49.8

47.8

48.4

Desviación estándar

19.5

13.4

14.6

18.7

15.3

16.4

Escolaridad

100

100

100

100

100

100

Primaria incompleta

61.7

54

55.3

35.2

28.5

30.5

Primaria completa

18.6

17.6

17.7

17.6

17.2

17.3

Secundaria completa

9

17.2

15.9

24.6

27.4

26.6

Preparatoria y más

10.6

8.5

8.9

20.7

24.5

23.5

No sabe / no responde

0.1

2.7

2.3

1.8

2.4

2.1

Presencia de niños de 0 a 12 años

100

100

100

100

100

100

62.7

59.7

60.2

49.6

59.5

43.3

No

37.4

40.3

39.8

50.4

40.5

56.7

Tipo de hogar

100

100

100

100

100

100

Nuclear monoparental

26.8

2

6.1

27.3

1.8

9

Nuclear biparental

20.5

51.4

46.3

23.3

66.5

54.2

Ampliado

45.9

42.3

42.9

38.9

28.2

31.3

Unipersonal

6.8

4.3

4.7

10.5

3.5

5.5

Índice de las condiciones de la vivienda

Media

6.8

6.9

6.9

8.2

8.1

8.2

Desviación estándar

1.8

2.1

2

1.4

1.5

1.5

Localidad

Urbana

39.7

38.7

38.9

75.6

75.3

75.5

Rural

60.3

61.3

61.1

24.4

24.7

24.5

Fuente: Elaboración propia con base en datos de la ENNViH-3, 2009-2012.

Para contextualizar los elementos que están asociados a la vulnerabilidad social, consideramos importante comparar algunas de las características sociodemográficas de las jefas y de los jefes de hogar; una de éstas es la edad. Sin distinguir por sexo, los hogares que tienen jefes de 50 años o más tienden a reportar más pérdidas materiales por desastres, que aquellos con jefaturas más jóvenes.

Ahora bien, distinguiendo por sexo, en la Gráfica 1 se puede apreciar la variabilidad por grupos de edad quinquenal de los jefes y jefas de hogar que reportaron pérdidas. En ésta, se puede observar que el mayor porcentaje de jefas, cuyos hogares sufrieron una pérdida en su vivienda, negocio o cosecha, se encontraban en los grupos de edad más avanzados: 55 a 59 años (25.9%) y 90 y más años de edad (9.11%). En tanto que los jefes presentaron una distribución más homogénea a lo largo de los distintos grupos quinquenales.

Fuente: Elaboración propia con base en datos de la ENNViH-3, 2009-2012.

Gráfica 1 Distribución porcentual de los hogares en que se reportaron pérdidas de casa, negocio y/o cosecha por desastre, por jefatura femenina y masculina  

Estos resultados sobre la edad son consistentes con la literatura que señala que una característica de las vulnerabilidades sociales es la interseccionalidad entre edad y sexo (García y Oliveira, 2006). Además, los hogares con jefatura femenina y en edades avanzadas, en promedio, tienden a contar con menos miembros en el hogar, en parte porque ellas se han quedado viudas, se divorciaron o nunca se casaron (Fothergill, 1996; García y Oliveira, 2006), de ahí que debieron asumir en algún momento el rol de jefatura, y en parte porque a veces sus hijos viven con ellas, al casarse y mudarse a otra vivienda.

Condiciones de los hogares con pérdidas y sin pérdidas por tipo de jefatura

En este apartado se realiza una comparación entre los hogares con jefatura femenina y masculina que padecieron pérdida material a causa de algún desastre, así como con los hogares que no tuvieron pérdida. El objetivo es contextualizar las condiciones en que se encontraban los hogares que tuvieron pérdidas. Para ello se retomaron las variables de edad y escolaridad de la jefa o jefe del hogar, la presencia de niños de 0 a 12 años de edad en el hogar, el tipo de hogar: nuclear monoparental, nuclear biparental, ampliado y unipersonal, así como las condiciones de la vivienda, medidas a través de un índice sumatorio que da cuenta de las características de la vivienda, así como el tipo de localidad: rural o urbana. Del total de los hogares en México, 3.4% sufrió pérdidas debido a algún desastre, lo cual, en términos absolutos, representa a 899 718 hogares (ponderados) afectados por los desastres de 2005 a 2012.

En el Cuadro 3 se aprecia que, en general, la edad promedio de los hogares que tuvieron pérdidas por algún desastre es mayor a la de aquellos sin pérdidas (52.8 versus 48.4). Por sexo, se observa que las jefas tienen en promedio menos años de edad que los jefes que sufrieron alguna pérdida a causa de un desastre (50.8 años versus 53.2 años), pero con una desviación estándar mayor; las edades de ellas iban desde los 31.3 años hasta los 70.3 años.

En cuanto a la escolaridad, en general, los hogares con jefas y jefes de hogar con pérdidas tuvieron menor escolaridad (primaria incompleta y completa) que aquellos en donde no hubo pérdidas. En el Cuadro 3 se observa que los hogares con pérdidas que eran jefaturados por mujeres fueron quienes tenían la menor escolaridad de todos los grupos, pues 61.7% de ellas contaba con primaria incompleta o menos, en contraste con los jefes cuyos hogares habían vivido una pérdida por desastre, ya que su porcentaje se situó en 54% en esos rubros escolares.

A medida que aumenta la escolaridad de las jefas o jefes del hogar, el porcentaje de hogares afectados disminuye de manera importante. Por ejemplo, 8.9% de las jefas o jefes de hogar afectados tenían preparatoria o más, lo cual contrasta todavía más con el 23.5% de las jefas y jefes de hogar sin pérdidas. La baja escolaridad se asocia a escasos ingresos económicos, lo que a su vez repercute en la posibilidad de construir sus viviendas con materiales más endebles, así como de ubicar sus viviendas en sitios no aptos ni seguros, tales como cerros, laderas y cerca de cuerpos acuáticos continentales y marítimos.

La presencia de niños de 0 a 12 años de edad es importante, ya que son las mujeres quienes sostienen más la responsabilidad del cuidado de las personas dependientes, en comparación con los hombres (García y Oliveira, 2006; García y Pacheco, 2014), así como el realizar actividades del trabajo doméstico, tales como acercar el agua al hogar y preparar la comida, aumentando todavía más su carga de trabajo doméstico y de cuidado, lo que, a su vez, dificulta la búsqueda de otras estrategias de recuperación fuera del hogar para hacer frente a los daños causados por el desastre. La presencia de niños de entre 0 a 12 años fue mayor en los hogares con jefatura femenina afectados por un desastre (62.7%), en comparación con los otros tres tipos de hogares, aun con aquellos que también fueron dirigidos por mujeres, pero que no resultaron afectados (49.6%).

De la misma manera, se ha encontrado que el tipo de hogar es importante para que los integrantes establezcan estrategias de sobrevivencia o reproducción de la vida cotidiana (García y Oliveira, 2006). En el caso de los hogares con jefatura femenina, los resultados coinciden con los hallazgos de estudios anteriores, los cuales precisan que, en mayor porcentaje, los hogares monoparentales tienen jefatura femenina y no masculina. En este caso, 26.8% de los hogares femeninos con pérdida por desastre fueron monoparentales, porcentaje similar al de aquellos hogares con jefatura femenina que no sufrieron pérdidas (27.3%); pero muy superior al porcentaje de los hogares con jefatura masculina monoparental, sea que hayan tenido o no pérdidas (2 y 1.8%, respectivamente). Aunque, en definitiva, los hogares jefaturados por mujeres que porcentualmente fueron más afectados resultaron ser los ampliados (45.9%), en donde suele también haber niños pequeños al cuidado de madres y abuelas.

Una mujer jefa de hogar con niños al cuidado y aquellas que son únicas cuidadoras, por vivir en un hogar monoparental, pueden ver reducidas las opciones de estrategias de recuperación, en comparación con los varones que no tienen esta carga de responsabilidad, ya que cuentan con una compañera que se hace cargo de dichas necesidades.

Para dar cuenta de las condiciones de la vivienda se realizó un índice aditivo a partir de preguntarle al informante por las características de su vivienda. En caso de tener carencia de alguna característica, se le asignó el valor de 0; en caso de contar con ella, recibió el valor de 1. Las características de la vivienda sin carencia fueron: cuenta con piso firme, paredes firmes, techo firme, no tiene residentes durmiendo en la cocina, tiene agua potable para beber, cuenta con excusado, con drenaje de red pública, con gas para cocinar, y no les ha faltado dinero para comer en los últimos tres meses. Dado que son nueve ítems, el valor máximo del índice es de 9 y el mínimo de 0.

Si comparamos los hogares con pérdida y sin pérdida por desastres, se aprecian importantes desigualdades en dichas condiciones, pues el índice de las condiciones de la vivienda de los hogares con pérdida se situó en un promedio de 6.9, en contraste con el promedio de 8.2 de los hogares sin pérdida. Resulta interesante que no se presentaron diferencias por sexo entre los hogares con pérdida (6.8 en promedio para los hogares con jefatura femenina, y 6.9 de los hogares con jefatura masculina), lo cual se asemeja a lo reportado por la literatura, que afirma que los hogares no tienden a presentar tantas diferencias económicas por tipo de jefatura (Gómez de León y Parker, 2000).

Un porcentaje importante de los hogares que sufrieron pérdidas a causa de algún desastre se encontraban en zonas rurales (61.1%); en contraste, 24.5% de los hogares que no reportaron pérdidas se situaban en esta misma zona, lo cual puede deberse en parte al hecho de que en el análisis se incluyó el reporte de las pérdidas de las cosechas, las cuales fueron las más comunes. Tampoco en esta variable se presentaron diferencias por jefatura (véase el Cuadro 3).

En resumen, los varones jefes de hogar que enfrentaron desastres tenían entre 39.8 y 66.6 años, con una edad promedio de 53.2 años. Siete de cada diez tenía una escolaridad de primaria o menos. El 60% contaba con niños menores de 12 años; la mitad vivía en hogares nucleares biparentales y el 42.3% en ampliados; sólo el 6.3% vivía sin una pareja, sea en hogares monoparentales o unipersonales.

En tanto que las mujeres jefas de hogar que sufrieron algún desastre se ubicaban en un amplio rango de edad, con un promedio de edad situado en 50.8 años. Ocho de cada diez jefas contaban con niveles de escolaridad de primaria o menos. Dos de cada tres hogares jefaturados por ellas tenían niños menores a los 12 años. Más de una cuarta parte vivía en un hogar nuclear monoparental y cerca de la mitad en un hogar ampliado. Sólo una de cada cinco contaba con apoyo de una pareja. Seis de cada diez residía en zonas rurales y, en promedio, contaba con menores condiciones materiales de vivienda, en comparación con aquellos que no enfrentaron estas situaciones.

Estos componentes sociodemográficos nos permiten distinguir las diferentes condiciones de vulnerabilidad social y de género en que este tipo de hogares se encontraba; también muestran que definitivamente no es una población homogénea la que sufre un desastre. Así mismo, estas condiciones de vulnerabilidad social pueden estar vinculadas a las estrategias de recuperación en la etapa posdesastre que pueden realizarse en cada hogar, de acuerdo con las capacidades y herramientas que tanto los jefes y jefas, como los demás miembros del hogar, tienen para enfrentar un desastre.

Estrategias de recuperación en hogares con jefatura femenina o masculina

Para los siguientes análisis se consideró solamente el grupo de hogares que reportaron haber tenido pérdida de vivienda, negocio o cosecha a causa de algún desastre en los cinco años previos a la encuesta (398 hogares con datos no ponderados). Tras examinar en la sección anterior los elementos de la vulnerabilidad social entre los hogares con jefatura femenina y masculina, en esta sección se analizan las estrategias de recuperación en la etapa posdesastre, primero de manera porcentual y posteriormente con modelos logísticos univariados y multivariados.

En la sección de shocks económicos se indagan las estrategias que el o la jefa de hogar o algún otro miembro realizó para tratar de resolver la emergencia que surgió a raíz de la ocurrencia de un desastre. La pregunta es: “Para apoyarse en el hogar ante los acontecimientos mencionados, ¿usted o algún miembro del hogar […] pidió prestado; vendió algún activo; trabajó más horas; realizó alguna actividad que no realizara antes; consiguió un empleo adicional; dejó de ir a la escuela; comenzó/vendió un negocio; usó sus ahorros; recibió ayuda de algún familiar/amigo; no tomó ninguna medida; otro y no sabe”.

En el Cuadro 4 se presenta el porcentaje y la prueba de proporciones de cada estrategia realizada por tipo de jefatura del hogar. Las estrategias que en mayor medida siguieron los hogares con jefatura femenina fueron tres: recibir ayuda de algún familiar/amigo (20.3%), recurrir a sus ahorros (5.6%) y realizar alguna otra estrategia no reportada en la encuesta (8.3%). En contraste, los hogares con jefatura masculina reportaron realizar, en mayor medida que las mujeres, seis opciones de estrategias de recuperación posdesastre, es decir, el doble que los hogares con jefatura femenina, ya que tendieron a afirmar que habían vendido algún activo (6.7%), trabajado más horas (27%), realizado otra actividad que no realizaban antes (8%), dejaron de ir a la escuela (0.7%), comenzaron o vendieron un negocio (0.5%); aunque también destaca que no tomaron ninguna medida (no hicieron nada) (38.3%). Por otro lado, se identificaron dos estrategias que no presentaron diferencias entre los hogares femeninos y masculinos, de acuerdo con la prueba de diferencias de proporciones; éstas fueron: pedir prestado y conseguir un empleo adicional.

Cuadro 4 Distribución porcentual de las estrategias que realizaron en los hogares, por sexo de la jefa o jefe de hogar 

Tipo de estrategia

Realizó estrategia

Jefatura del hogar

P

Mujer

Hombre

Pidió prestado

Total

100

100

No

77.5

76.9

22.5

23.1

-

Vendió algún activo

Total

100

100

No

94.5

93.3

5.5

6.7

p<0.05

Trabajó más horas

Total

100

100

No

84.5

73

15.5

27

p<0.05

Realizó alguna actividad que no realizara antes

Total

100

100

No

93.7

92

6.3

8

p<0.05

Consiguió un empleo adicional

Total

100

100

No

98.1

98

1.9

2

-

Dejó de ir a la escuela

Total

100

100

No

100

99.3

0

0.7

p<0.05

Comenzó / vendió un negocio

Total

100

100

No

100

99.5

0

0.5

p<0.05

Otro

Total

100

100

No

91.7

98.8

8.3

1.2

p<0.05

No tomó ninguna medida

Total

100

100

No

83.7

61.7

16.3

38.3

p<0.05

Usó ahorros

Total

100

100

No

94.4

97.7

5.6

2.3

p<0.05

Recibió ayuda de algún familiar / amigo

Total

100

100

No

79.7

91.6

20.3

8.4

p<0.05

NS

Total

100

100

No

93.1

99.4

6.9

0.6

p<0.05

Nota: Nivel de significancia estadística: sin significancia; P<0.05.

Fuente: Elaboración propia con base en datos de la ENNViH-3, 2009-2012.

Estos resultados, conjugados con los de la sección anterior, muestran la mayor vulnerabilidad social a la que están expuestos los hogares con jefatura femenina antes y después de la ocurrencia de un desastre. El número de estrategias por el que optan es más reducido, en comparación con los hogares jefaturados por varones, pero, sobre todo, los hombres parecieran elegir estrategias más efectivas para obtener ingresos a corto plazo.

Relación entre sexo del jefe de hogar y estrategias de recuperación posdesastre

Para corroborar los resultados de la sección anterior, en este apartado se realizaron nueve modelos univariados, uno por cada estrategia, para predecir la probabilidad de que los hogares con jefatura femenina opten por determinado tipo de estrategia de recuperación posdesastre (Cuadro 5). La variable dependiente fue: Y= 1 si el hogar realizó la estrategia, o Y= 0 cuando no realizó la estrategia.

Cuadro 5 Modelos logísticos univariados de tipos de estrategias realizadas en el hogar para enfrentar las pérdidas del desastre, según jefatura del hogar 

Tipo de estrategia

Mujer

(cat. ref. hombre)

P

Pidió prestado

1.21

Vendió algún activo

0.19

Trabajó más horas

0.86

Se puso a trabajar o a realizar alguna actividad que ayudara al gasto del hogar que no realizara antes

0.76

Consiguió un empleo adicional

1.22

Dejó de ir a la escuela

-

Comenzó / vendió un negocio

-

Otro

1.73

No tomó ninguna medida

0.5

*

Ahorro

1.44

Recibió ayuda de algún familiar/amigo

2.52

**

n= 398

Nota: Nivel de significancia estadística: * P<0.05; **P<0.01; ***P< 0.001.

Fuente: Elaboración propia con datos de ENNViH-3, 2009-2012.

El estadístico idóneo para explicar una respuesta binaria (0/1) es el modelo logístico. La finalidad de este método es obtener la probabilidad de que un evento suceda o no, en este caso: las estrategias de recuperación del desastre en los hogares que tuvieron pérdida de vivienda, negocio o cosecha a raíz de un desastre. Esta forma del modelo, por razón de probabilidades, tiene una función de distribución en logaritmos a fin de que ésta sea lineal, principalmente en los parámetros (Greene, 2003; Gujarati, 2009), como se muestra a continuación:

L(Estrategia de recuperación l)i=InPil-Pi=β1+β2Xi+u

La variable independiente fue el sexo de la jefatura del hogar. La categoría de referencia fue la jefatura masculina del hogar. En el Cuadro 5 se muestran los resultados univariados de nueve de las once estrategias y las razones de momios de los hogares con jefatura femenina. Se excluyeron las estrategias “dejó de ir a la escuela” y “comenzó/vendió un negocio”, pues en los resultados de distribución porcentual se demostró que ningún hogar con jefatura femenina optó por estas estrategias. Estos modelos fueron realizados sin ponderar, y se utilizó como categoría de referencia la jefatura masculina.

De estas nueve estrategias, sólo dos resultaron estadísticamente significativas en el caso de los hogares con jefatura femenina, ya que éstos tienen 2.52 veces más probabilidades de recibir ayuda de algún familiar o amigo. Por otro lado, si la jefatura del hogar es femenina, tendrá 0.50 menores probabilidades de no tomar ninguna medida; es decir que, en estos hogares las jefas buscarán realizar alguna actividad, antes que quedarse sin hacer nada, en comparación con los hogares con jefatura masculina.

Análisis logístico multivariado de estrategias de recuperación típicamente masculinas o femeninas

Esta investigación pretende indagar sobre la influencia de la vulnerabilidad social, potencializada por la desigualdad de género reflejada en las estrategias de recuperación de los hogares en la etapa posdesastre. En ese tenor, el propósito de esta sección es analizar si existen diferencias en la elección de estrategia cuando consideramos, como variable explicativa independiente, el sexo del jefe/a del hogar, a la par que se incluyen diversas variables de control, tales como: la edad del jefe o la jefa, la escolaridad, la presencia de niños de 0 a 12 años en el hogar, el tipo de hogar, las condiciones materiales de la vivienda y el tipo de localidad.

Para ello se tipificaron nueve de las once estrategias listadas en la encuesta como estrategias masculinas o femeninas, tomando en cuenta tanto la literatura como los resultados de los Cuadros 4 y 5. Para el primer modelo se caracterizaron como tradicionalmente femeninas las estrategias de “recibir ayuda de algún familiar o amigo”, “usar ahorros” o realizar alguna otra estrategia no listada (“otra”); mismas que fueron consideradas como Y (femenina) =1. Para el segundo modelo se calificaron como estrategias masculinas, Y (masculina)=1, si en el hogar: “vendieron algún activo”, “trabajaron más horas”, “hicieron trabajo o actividades extras que antes no realizaban”, “dejaron de ir a la escuela”, “comenzaron o vendieron un negocio” y “no tomaron ninguna medida”. Las estrategias “pidió prestado” y “consiguió un empleo adicional” no fueron consideradas por no encontrarse una asociación relacionada al sexo.

En los dos modelos que se muestran en el Cuadro 6, al igual que en el 4 y el 5, se consideró solamente como población de análisis a los hogares que reportaron pérdida de vivienda, negocio o cosecha en los cinco años previos a la encuesta a causa de algún desastre. La regresión logística multivariada se realizó sin ponderar.

Cuadro 6 Modelo: Estrategias de recuperación posdesastre, realizadas en hogares con jefatura femenina o masculina 

Estrategias de recuperación típicamente

Femenina

Masculina

Odds Ratio

P>z

Odds Ratio

P>z

Sexo de jefe(a) de hogar

Hombre

Ref.

Ref.

Mujer

2.24

*

0.53

*

Edad

Continua

0.88

*

0.99

Al cuadrado

1.01

*

1

Escolaridad

Primaria completa o menos

Ref.

Ref.

Secundaria completa

0.71

0.69

Media superior o más

0.64

0.81

Presencia niños de 0 a 12 años

No

Ref.

Ref.

0.62

0.78

Tipo de hogar

Nuclear monoparental

Ref.

Ref.

Nuclear biparental

3.53

1.63

Ampliado

4.47

*

1.9

Unipersonal

6.59

*

0.87

Vivienda

1

0.99

Zona

Urbano

Ref.

Ref.

Rural

0.79

1.18

Observaciones

392

392

Valores perdidos

6

6

Nota: Nivel de significancia estadística: * P<0.05; **P<0.01; ***P< 0.001.

Fuente: Elaboración propia con datos de ENNViH-3, 2009-2012.

Los resultados de los modelos multivariados muestran que, al controlarse por las demás variables, el sexo de la jefa o jefe de hogar tiene un papel relevante. En el modelo construido con las estrategias que aquí tipificamos como femeninas, se puede observar que cuando el jefe de hogar es mujer, tendrá 2.24 veces más posibilidades de realizar alguna de éstas, en contraste con las estrategias que consideramos como masculinas, en las cuales las mujeres tendrán 47% menos probabilidad de optar por alguna de ellas.

La edad resultó ser estadísticamente significativa en el primer modelo, lo que indica que, a mayor edad de las mujeres jefas, menor es la probabilidad de optar por las estrategias que aquí tipificamos como femeninas. Sin embargo, la edad elevada al cuadrado, que también resultó ser significativa, indica que la relación entre ésta y la probabilidad de elegir dichas estrategias no es lineal, sino que, a partir de cierta edad, dicha probabilidad se estaciona.

El tipo de hogar mostró tener significancia en el caso de las estrategias tipificadas como femeninas, ya que cuando el tipo de hogar es ampliado o unipersonal, las jefas de hogar tendrán 4.47 y 6.59 veces más posibilidad de realizar actividades típicamente catalogadas como femeninas, respectivamente, en comparación con los hogares nucleares monoparentales.

Las variables que no fueron significativas en ambos modelos fueron: escolaridad, presencia de niños de 0 a 12 años de edad, localidad de residencia y edad (sólo para el modelo masculino).

En concreto, las jefas de hogar, sobre todo aquellas que se encuentran en hogares ampliados y unipersonales y aquellas que tienen menor edad, tienen mayores posibilidades de elegir estrategias de recuperación posdesastre, tales como recibir ayuda de algún familiar o amigo, usar sus ahorros o realizar otra estrategia no mencionada, en comparación con los hombres jefes de hogar, así como con las mujeres de mayor edad y con aquellas que jefaturan hogares nucleares, fueran monoparentales o biparentales.

Conclusiones

Algunos estudios han documentado la mayor repercusión que enfrentan las mujeres a causa de un desastre, lo cual se asocia a la manera en que socialmente se ha construido el género, pero también a su nivel socioeconómico. Las más pobres tienden a enfrentar situaciones de mayor desventaja y vulnerabilidad social (Castro-García y Reyes Zúñiga, 2006; Neumayer y Plümper, 2007; Chávez-Rodríguez, 2016).

A su vez, la conjugación de tales vulnerabilidades se exacerba una vez que el desastre se ha presentado, limitando aún más las posibilidades de superar las condiciones adversas en que el desastre las ha colocado. Si bien las personas más vulnerables no siempre tienen escasos recursos, sí es cierto que aquellas en situación de pobreza ven incrementada su vulnerabilidad, lo cual es especialmente cierto para el caso de las mujeres, sobre todo las niñas, las indígenas y las que tienen alguna discapacidad (Chávez-Rodríguez, 2016).

En esta investigación se logró precisar el patrón de comportamiento que siguen los hogares con jefatura femenina o masculina del hogar, en el contexto de México, a través de un análisis cuantitativo, poniendo énfasis en el género. Se observó que las mujeres jefas de hogar que sufrieron un desastre entre 2005 y 2012 eran más jóvenes que los jefes de hogar que enfrentaron situaciones calamitosas parecidas, aunque ellas mostraron un mayor rango de edad. Su escolaridad tendió a ser baja, menor a la secundaria. Tendían a dirigir hogares en donde había menores de 12 años, lo cual indica una fuerte carga doméstica previa, misma que debió incrementarse a causa del desastre.

La gran mayoría de ellas vivía en hogares nucleares monoparentales o ampliados, en zonas rurales y con deficientes condiciones materiales de vivienda; lo que, en conjunto, habla de niveles socioeconómicos desfavorecidos a causa de su baja escolaridad y de su residencia, pero que definitivamente no son atribuibles a ellas, sino sobre todo, al sistema económico y de género que las coloca en una situación de mayor vulnerabilidad social, afectando sus posibilidades de superar tanto sus condiciones iniciales, como aquellas causadas por el desastre.

En ese sentido, la estrategia a la que más tendieron a recurrir para hacerle frente a las situaciones desencadenadas por el desastre fue el recibir ayuda de algún familiar o amigo, y si bien no se especifica qué otras medidas tomaron, sí tuvieron mayor probabilidad que los varones de realizar cualquier actividad con tal de tratar de resolver la situación calamitosa que su hogar enfrentaba.

Una vez tipificadas como femeninas estrategias tales como recibir ayuda de algún familiar o amigo, usar sus ahorros o realizar otra estrategia no mencionada, se precisó que las jefas de hogar más jóvenes y que dirigían hogares ampliados y unipersonales fueron quienes mayormente tendieron a elegirlas, en contraste con las jefas de mayor edad y que se encontraban a cargo de hogares nucleares.

Es indispensable tener en cuenta que, si bien todas las personas son susceptibles a enfrentar un desastre, hay quienes se encuentran en mayor riesgo debido a sus condiciones previas, tales como el ser mujer, tener escasos recursos, vivir en zonas rurales y no siempre contar con suficientes miembros del hogar en edad productiva. Con ello en mente, el Estado podrá establecer estrategias integrales dirigidas a priorizar a las mujeres, sobre todo a las más pobres, a las que viven en áreas rurales y a las que se encuentran ubicadas entre los 30 y los 70 años, quienes son las que mayormente enfrentan dichas situaciones, recurriendo para ello al apoyo de sus familiares y/o amigos, más que a otras estrategias que a mediano plazo les pudieran permitir superar completamente las condiciones adversas en que sus hogares se encontraban previo al desastre y a las que, definitivamente, no sería lo ideal que regresaran.

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1Durante los sismos del 19 de septiembre de 2017 en la Ciudad de México, según los datos recabados por Solís y Donají (2017), el número de fallecimientos de mujeres duplicó al de hombres: “el 24 de septiembre, cinco días después de la tragedia, la cifra oficial de fallecidos en la ciudad alcanzaba 181 personas, de las cuales 120 eran mujeres y 61 hombres, es decir, una razón de dos mujeres por cada hombre”.

2Dos dimensiones de la vulnerabilidad son: a) la magnitud de un sistema de respuesta a un suceso externo, y b) la resiliencia, que es la capacidad humana, no definitiva o estable, para sobreponerse a la adversidad, a situaciones de riesgo, y construir a partir de ella (Campos, 2004, p. 44; Elías, 2013). La resiliencia, como elasticidad de un sistema, implica que el estado normal o funcional del sistema es el estado deseable al que hay que retornar después de un evento crítico de desastre (Ruiz, 2012). Al respecto, Ruiz (2012) afirma que se ha tomado a la noción de resiliencia como un objetivo de las políticas de atención a la vulnerabilidad social. Sin embargo, la autora cuestiona que ésta sea el parámetro para determinar si un cierto grupo social es vulnerable, y más bien apunta a analizar las posibilidades del grupo social para cumplir un conjunto de condiciones sociales, económicas y espaciales que se asocian al bienestar para poder declararlo o no como vulnerable. Afirma, además, que la resiliencia no debiera ser tomada, sin mayor cuestionamiento, como el estado deseable al que se debiera retornar después de un desastre, ya que es muy probable que el grupo social afectado estuviera en condiciones que lo llevaron en principio a enfrentar el desastre y, en ese sentido, regresar al estado inicial los volvería a colocar en situación de vulnerabilidad.

3El diseño muestral fue polietápico, estratificado y por conglomerados; la unidad última de selección es la vivienda y la unidad de observación es el hogar. Para este trabajo sólo se utiliza la información de esta última edición de la ENNViH-3, ya que se trata de un análisis de corte transversal. La ENNViH-3 es producto del esfuerzo de diversas instituciones como la Universidad Iberoamericana, el Centro de Investigación y Docencia, el Instituto Nacional de Salud Pública, la Universidad de Duke, la Universidad de Northwestern y el Centro de Análisis y Medición de Bienestar Social.

4Se emplea el término shock económico del hogar para referirse a los eventos que causan pérdida material en los hogares. En la ENNViH-3 se consideran como shock económico la pérdida de la vivienda o negocio a causa de terremoto, inundación u otro desastre, o la pérdida total de la cosecha, además de otros elementos que no tienen que ver con desastres.

5Las preguntas se realizaron a informantes adecuados, los cuales eran personas mayores de edad y residentes habituales de la vivienda.

Recibido: 23 de Marzo de 2018; Aprobado: 27 de Septiembre de 2018

Acerca de las autoras

Cynthia Rodríguez de Jesús cuenta con maestría en Demografía por El Colegio de México, A.C. y licenciatura en Sociología por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Sus líneas de investigación están centradas en el análisis transversal de las estadísticas de género en diversos objetivos de desarrollo sostenible: embarazo adolescente, violencia de género, migración, trabajo doméstico no remunerado y recuperación de desastres. Fue coordinadora del componente cuantitativo de la Encuesta Nacional de los Factores Determinantes del Embarazo Adolescente (ENFaDEA, 2017), que se realizó en la Escuela Nacional de Trabajo Social de la UNAM. Actualmente se desempeña como especialista técnica en estadísticas de género en el Centro Global de Excelencia en Estadísticas de Género de ONU-Mujeres. ORCID: https://orcid.org/0000-0001-7572-7915

Entre sus publicaciones recientes se encuentra:

Torre Cantalapiedra, E. y Rodríguez de Jesús, C. (2018) Migración y masculinidades: análisis de la experiencia de un joven que emigró por amor. Desacatos, 56, 1-18. Disponible en http://desacatos.ciesas.edu.mx/index.php/Desacatos/article/view/1882

Guadalupe Fabiola Pérez Baleón es licenciada en Trabajo Social por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), maestra en Demografía y doctora en Estudios de Población por El Colegio de México, A.C. Realizó una estancia posdoctoral en la Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Xochimilco. Sus principales líneas de investigación son: factores determinantes del embarazo adolescente; trayectorias sexuales y reproductivas femeninas y su asociación con la morbimortalidad materna; y vulnerabilidad social y riesgo ante los desastres (acercamiento desde el trabajo social). Es profesora de tiempo completo de la Escuela Nacional de Trabajo Social de la UNAM. Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores, nivel I. Coordina un proyecto de investigación de tipo cualitativo y cuantitativo respaldado por la Fundación Gonzalo Río Arronte, denominado “Encuesta Nacional de los Factores Determinantes del Embarazo Adolescente (ENFaDEA). Hacia la comprensión de los elementos sociales, familiares y personales asociados al embarazo adolescente y la elaboración de propuestas de intervención”. ORCID: http://orcid.org/0000-0001-8419-0275

Entre sus publicaciones se encuentran:

Pérez-Baleón, F. y Sánchez Piña, L. (2018) La reducción de riesgos de desastres. Un campo de intervención para el trabajo social. Trabajo Social UNAM. Revista de la Escuela Nacional de Trabajo Social, 14, 43-53.

Sánchez Bringas, Á. y Pérez-Baleón, F. (2016). De maternidades y paternidades en la adolescencia. Cambios y continuidades en el tiempo. En M. L. Coubés, P. Solís y M. E. Zavala de Cosío (coords.), Generaciones, cursos de vida y desigualdad social en México (pp. 109-137). Ciudad de México: El Colegio de México, A.C. / El Colegio de la Frontera Norte.

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