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Estudios demográficos y urbanos

versión On-line ISSN 2448-6515versión impresa ISSN 0186-7210

Estud. demogr. urbanos vol.29 no.2 Ciudad de México may./ago. 2014

 

Artículos

Diferencias de género en los factores asociados al ahorro de los hogares en México14

Gender Differences in Factors Associated with Saving in Households in Mexico

Isalia Nava Bolaños* 

Flor Brown Grossman** 

Lilia Domínguez Villalobos*** 

*Profesora de la División de Estudios de Posgrado de la Facultad de Economía de la Universidad Nacional Autónoma de México. México. Correo electrónico: <isalianb@economia.unam.mx>.

**Profesora investigadora de la División de Estudios de Posgrado de la Facultad de Economía de la Universidad Nacional Autónoma de México. México. Correo electrónico: <brown@unam.mx>.

***Profesora investigadora de la División de Estudios de Posgrado de la Facultad de Economía de la Universidad Nacional Autónoma de México. México. Correo electrónico: <ldv@unam.mx>.


RESUMEN

A diferencia de los trabajos que analizan el ahorro suponiendo un hogar unitario, esta investigación se centra en las diferencias en las decisiones de ahorro de los hogares con jefaturasfemenina y masculina en México. Los resultados del modelo Tobit muestran que los factores que afectan al ahorro son distintos entre ellos. La escolaridad (primaria y secundaria) y los apoyos gubernamentales no inciden en las tasas de ahorro de las jefaturas masculinas, pero sí en las femeninas. Se confirma la asociación negativa de las horas dedicadas al trabajo doméstico con la tasa de ahorro en los hogares de jefatura femenina.

Palabras clave: género; ahorro; hogares; jefaturas femenina y masculina

ABSTRACT

Unlike studies that analyze savings assuming a single type of household, this paper focuses on differences in the savings decisions of households with female and male headship in Mexico. The results of the Tobit model show that the factors affecting savings are different between the two. Educational attainment (primary and secondary school) and government supports affect the savings rates of female-headed but not male-headed households. The study confirms the negative link between hours spent on domestic work and the savings rates of women-headed households.

Key words: gender; savings; households; female and male headship

Introducción

El ahorro de los hogares en México tiene un peso no desdeñable en el total de la economía. Según las cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), en 2005 y 2009 representó 36.4 y 35.1% del ahorro total, respectivamente. Además, el ahorro es indispensable para garantizar un consumo estable a lo largo de la existencia, toda vez que el nivel de ingresos disminuye o está ausente en las etapas iniciales y finales del ciclo de vida; permite enfrentar contingencias imprevistas, así como ayudar a la población dependiente en edades avanzadas, financiar la educación de las y los hijos o dejarles un patrimonio.

Existe una extensa literatura que analiza los principales elementos que influyen en el ahorro de los hogares en México (Lluch, Powell y Williams, 1977; Székely, 1998; Solís y Villagómez, 1999; Fuentes, 2001; Montes y Villagómez, 2002; Bernal, 2007), pero la que se enfoca con perspectiva de género es relativamente escasa. Más bien, se examina el tema de la asignación de recursos en el interior de los hogares como si éstos se comportaran conforme al modelo del "hogar unitario", en el que una sola función de utilidad representa sus preferencias. Sin embargo, la presencia de los roles de género tradicionales y la existencia de condiciones socioeconómicas muy divergentes entre las mujeres y los hombres dentro y fuera del hogar, lleva a esperar que existan distintos motivos y propensiones a ahorrar, y que el mayor poder económico de las mujeres contribuya a incrementar la tasa de ahorro del hogar, como muestran Seguino y Floro (2003) apoyadas en la evidencia de un conjunto de trabajos que analizan la influencia del poder de negociación en el hogar sobre los gastos que realizan uno y otro cónyuges (Thomas y Chen, 1993; Doss, 1996; Katz, 1991; Roldán, 1988; y Kim, 1997).1

La incorporación del concepto de género en el tema del ahorro requiere de un enfoque multidisciplinario donde converjan distintas ciencias, entre ellas la demografía y la economía. Así, en cuanto a las decisiones de ahorro en los hogares hay que tomar en cuenta las variables demográficas como la edad, el tipo de hogar, el estado civil, la presencia de hijas e hijos o de personas de la tercera edad, todo lo cual nos da la posibilidad de analizar la influencia de los factores del ciclo de vida y las normas sociales.

Es también necesario tener en cuenta las condiciones estructurales de México, cuya distribución del ingreso, como la de otros países semiindustrializados, es más inequitativa que en los desarrollados, ya que el ingreso y el empleo tienden a ser inestables, los mercados financieros son incompletos y la seguridad social sólo beneficia a una pequeña parte de la población, todo lo cual influye en las decisiones de ahorro de los hogares. A lo anterior habría que agregar las marcadas brechas de género que colocan a las mujeres en posición de desventaja.

La inequidad de género se ha documentado en distintos trabajos que se enfocan en los siguientes aspectos: condiciones laborales (Pearson, 1995), desigualdad y segregación de la mujer en la industria maquiladora (Barrón, 1999; Cardero, 2003), segregación de género en el mercado de trabajo (García y Pacheco, 2000; Rendón, 2003) y desigualdad salarial (Fleck, 2001; Artecona y Cunningham, 2002; Domínguez y Brown, 2010). Esta inequidad también se expresa en las tasas de ahorro, como se muestra en un trabajo previo de Nava, Brown y Domínguez (2013) que examina los determinantes en la probabilidad de ahorrar.2

El interés de este trabajo se centra en el análisis de las diferencias existentes entre las decisiones de ahorro de los hogares con jefaturas femenina y masculina en México. Partimos de una revisión de los enfoques teóricos para explicar el ahorro y sus factores determinantes, entre los que se considera el efecto de las variables demográficas, económicas e institucionales (Seguino y Floro, 2003). Los estudios que analizan el tema del ahorro en el hogar y que cuestionan el concepto de hogar unitario muestran que el ahorro que realizan los hombres y las mujeres puede variar porque hay diferencias en el grado de vulnerabilidad económica y porque son divergentes los papeles de género y las normas que rigen sus intereses. Los ahorros son influidos por el poder de negociación entre los miembros del hogar, que interactúan con diferentes propensiones a ahorrar. Las diferencias en la responsabilidad de atender el hogar y cuidar a las y los hijos pueden afectar la participación en el mercado de trabajo y el comportamiento respecto a los ahorros, pero la dirección de este efecto es ambigua. Por un lado, la mayor responsabilidad de las mujeres en el cuidado de las y los niños resulta en un aumento de los recursos destinados al consumo de éstos, por lo que disminuye el ahorro. Por el otro, el deseo de suavizar el ingreso y dar seguridad a la familia puede implicar más propensión al ahorro (Seguino y Floro, 2003).

A partir de los resultados de la estimación mostramos que los factores que afectan al ahorro son distintos entre los hogares con jefatura femenina o masculina. Algunos factores como la escolaridad (primaria y secundaria), los apoyos gubernamentales y el número de horas dedicadas a los quehaceres del hogar no inciden en las tasas de ahorro de las jefaturas masculinas, pero sí en las femeninas. Con algunas excepciones, como son la contribución a la seguridad social y los gastos financieros, en donde la propensión marginal al ahorro es mayor en los hogares con jefatura masculina, nuestros resultados muestran que las variables del modelo Tobit tienen efectos marginales mayores en las jefaturas femeninas. Una interpretación posible es que en los hogares dirigidos por una mujer, el factor precaución influye en las responsabilidades por el cuidado del hogar y la familia debido a una percepción más fuerte de la necesidad de suavizar el consumo familiar, como exponen Seguino y Floro (2003). Otro aporte de estos resultados para los estudios de género es que se confirma la asociación negativa, en una proporción no desdeñable, de las horas dedicadas al trabajo doméstico no remunerado y la tasa de ahorro en los hogares con jefatura femenina, como resultado de las desigualdades en el reparto de las tareas domésticas.

Por último, la estimación del modelo permitió reconocer las diferencias en la magnitud del efecto de las variables entre los hogares con tasas de ahorro positivas y entre el conjunto de los hogares, es decir, tanto en los que ahorran como en los que no lo hacen. En nuestra opinión estas diferencias deben ser consideradas en el diseño de políticas y estrategias de ahorro.

Los factores determinantes del ahorro

El origen de la explicación del comportamiento del ahorro se puede rastrear en los modelos conceptuales que propuso Keynes (1936) para la función consumo: explicaba que el consumo es creciente con el ingreso corriente y el ahorro es la parte no consumida del ingreso. En la segunda mitad de los años cuarenta Kuznets (1946), Brady y Friedman (1947), Duesenberry (1949) y Modigliani (1949) criticaron en sus investigaciones los planteamientos del enfoque keynesiano con el argumento de que constituían una visión simple del proceso de ahorro. Sus aportaciones sirvieron de antecedente tanto a la Hipótesis del Ingreso Permanente (HIP) que desarrolló Friedman (1957), como a la Hipótesis de Ciclo de Vida (HCV) planteada por Modigliani y Brumberg (1954). Según los modelos de HIP y HCV la motivación fundamental de los individuos para ahorrar reside en la posibilidad de transferir recursos de un periodo a otro en el tiempo, con el objetivo de mantener el consumo estable frente a los cambios del ingreso a lo largo de la vida. En ambos modelos las variables que influyen en el ingreso o en la decisión intertemporal entre el consumo presente y el futuro aparecen como los factores determinantes del ahorro (Modigliani, 1986; Modigliani y Ando, 1957).

El ahorro en los hogares

Las investigaciones posteriores se interesaron por el ahorro en los hogares, para lo cual se modificaron los modelos anteriores al suprimirse los supuestos simplificadores e incorporarse otros elementos que resultan especialmente importantes en la toma de decisiones, por ejemplo la presencia de la incertidumbre. Se afirma que las decisiones sobre el ahorro pueden estar influenciadas por las percepciones futuras. Un mayor grado de incertidumbre, ya sea por cambios adversos en el ingreso o por otros factores, incrementa el ahorro en la medida en que los individuos disminuyen su consumo como una forma de precaución (Browning y Lusardi, 1996). También se incorporó al análisis el efecto de las variables demográficas, sociales e institucionales entre los determinantes del ahorro.

Al igual que en el contexto de la economía en su conjunto, hay evidencia empírica para el análisis del ahorro en los hogares a partir tanto de las proposiciones de la teoría keynesiana como de la hip. Por una parte, se dispone de un conjunto de estudios que encuentran una relación positiva entre el ahorro de los hogares y el ingreso corriente en los países desarrollados (Bosworth, Burtless y Sabelhaus, 1991; Poterba, 1994; Browning y Lusardi, 1996) y en desarrollo (Székely, 1998; Denizer, Holger e Ying, 1998; Attanasio y Székely, 1999). Por la otra, se ha demostrado la relación positiva entre el ahorro y el ingreso permanente (Dynan, Skinner y Zeldes, 2000; Butelmann y Gallego, 2001).

Generalmente en las investigaciones se incluye como proxy del ingreso a la educación (Dynan, Skinner y Zeldes, 2000; Butelmann y Gallego, 2001), ya que incrementa las cualificaciones necesarias para funcionar en el mercado laboral y por lo tanto contribuye a acrecentar los salarios. La educación, advierte Stiglitz (2000), da una señal para destacar del resto a las personas más productivas y dinámicas, quienes obtienen los mejores salarios.

En la mayoría de los estudios se encuentra una relación positiva entre los niveles de educación y las tasas de ahorro de los hogares. Attanasio (1998), por ejemplo, menciona el fuerte efecto de la educación en las tasas de ahorro de los hogares de Estados Unidos, ya que los universitarios graduados ahorran más que las personas menos educadas, mientras que quienes abandonaron la educación secundaria son los que registran las menores tasas de ahorro. Hay algunas explicaciones que relacionan directamente el nivel educacional con la tasa de ahorro; por ejemplo, entre las personas más educadas se aprecia una mayor preocupación por el futuro, lo cual las lleva a incrementar el ahorro (Browning y Lusardi, 1996), y además a ello se agrega que cuentan con mayor información sobre el funcionamiento de los mercados financieros. Contrario a lo anterior, Burney y Khan (1992) encuentran que la tasa de ahorro puede disminuir conforme aumenta la escolaridad debido a un cambio en las preferencias a favor de bienes más costosos.

De acuerdo con la HCV, el ahorro varía con el ciclo vital de los individuos (Modigliani, 1986). En los años de juventud, cuando los ingresos son bajos, las personas se endeudan. Más tarde, durante la etapa de vida activa, cuando logran mejores niveles de ingreso, proceden a acumular activos para pagar sus deudas previas y a hacerse de fondos para anticiparse al futuro. Finalmente, los activos acumulados se van reduciendo paulatinamente después de que se produce el abandono de la vida activa. De esta forma, el ahorro sigue un patrón con forma de U invertida. Modigliani (1986) y Attanasio (1998) encuentran evidencia que sustenta la HCV para el caso de Estados Unidos. Sin embargo, en investigaciones posteriores se advierte que las personas de edad avanzada ahorran o al menos no desahorran tanto como predice la HCV (Deaton, 1992). Hay varios motivos que pueden explicar estos resultados: primero, por un efecto de selectividad, en el sentido de que sobreviven más las personas con mayores recursos; segundo, porque las tasas de ahorro generalmente se calculan según la edad de las jefas o jefes del hogar, mientras que las personas en edades avanzadas que son pobres tienden a integrarse a núcleos familiares más jóvenes y desaparecen de la población muestral (Modigliani, 1986)

En los últimos años el tamaño, la estructura y la composición de los hogares han sufrido transformaciones importantes. Entre éstas destacan el aumento de los hogares con jefatura femenina, la reducción del tamaño medio de los hogares por la disminución del número de hijas e hijos y el mayor espaciamiento entre ellos, así como el incremento de los hogares unipersonales y de integrantes de la tercera edad. Se habla incluso de nuevas tipologías, como son los hogares sin núcleo o las parejas sin hijas e hijos (Arriagada, 2002). Estas modificaciones tienen efectos importantes sobre las relaciones que se establecen en el interior de los hogares. Elfindri (1990) encuentra que el tamaño del hogar afecta negativamente al ahorro. Contrario a los resultados anteriores, Browning y Lusardi (1996) identifican que el tamaño del hogar puede tener un efecto positivo a partir de las economías de escala que se producen dentro de los hogares. Por ejemplo, la renta de la vivienda, que no depende proporcionalmente del número de integrantes.

Más que el tamaño de la familia per se, es la composición de ésta la que tiene un mayor efecto en el ahorro. Como es bien conocido, el comportamiento humano varía en forma sistemática durante todo el ciclo de vida; así, las y los niños son indefensos, necesitan cuidados y recursos para desarrollarse e independizarse, mientras que las personas en edades avanzadas son más débiles que los adultos más jóvenes, sufren pérdidas en sus capacidades físicas y mentales y mermas en la salud que aumentan su dependencia. Por lo tanto, el efecto en el ahorro del hogar no es el mismo cuando uno de sus integrantes está en edad temprana que cuando está en edad avanzada o es un adulto.

En este sentido, hay una extensa literatura que analiza el efecto de tener hijas e hijos sobre el ahorro de los hogares. Primero, una disminución en el número de descendientes brinda la oportunidad de destinar una fracción mayor del ingreso al ahorro, a partir del descenso del tamaño de la familia y de los niveles de consumo. Sin embargo, cabe resaltar la presencia de mecanismos alternos que permiten que los niveles de ahorro de los hogares se mantengan frente a incrementos en el número de niñas y niños; por ejemplo, un aumento de los niveles de trabajo de los integrantes del hogar (Hammer, 1986). Además, si los nacimientos son planeados, las familias pueden ahorrar más para anticiparse a las necesidades de consumo (Smith y Ward, 1980). Segundo, las hijas e hijos también inciden en el ahorro conforme a los nuevos niveles de consumo de la unidad familiar. Smith y Ward (1980) mencionan que el ahorro depende del tipo de bienes consumidos, sustitutos o complementarios. En cualquiera de los dos casos, el efecto de las y los hijos en el consumo total es una función del consumo previo de la familia, la edad y el número de vástagos y la duración del matrimonio. Tercero, la presencia de infantes en el hogar implica que las madres tienen que cuidarlos durante cierto tiempo, lo que a su vez genera su retiro eventual de la actividad laboral (Smith y Ward, 1980). Así, la caída del ahorro en el hogar se explica a partir de una reducción del ingreso familiar. Los autores mencionan que el efecto sobre el ahorro de los integrantes más pequeños es grande y negativo, mientras que el de los mayores es positivo. Connelly (1992) confirmó estos resultados para Estados Unidos: con hijas e hijos menores, el salario de reserva de la madre aumenta. La autora demuestra que cuando hay algún familiar u otra persona que se hace responsable de las tareas de cuidados, el efecto negativo disminuye.

Bosworth, Burtless y Sabelhaus (1991) muestran que las familias monoparentales, específicamente aquellas compuestas por madres solteras, presentan bajas tasas de ahorro. Si bien es cierto que ellas gastan menos dinero, a diferencia de las familias biparentales, destinan una mayor proporción de sus ingresos a la compra de alimentos. Cabe mencionar que el menor gasto se debe principalmente a sus bajos ingresos y escasos niveles de educación, más que a la ausencia de una pareja masculina (Nord, Andrews y Carlson, 2006).

En relación con el estado civil, el efecto del matrimonio en el ahorro ha sido uno de los más analizados. Como bien sabemos, la mayor incertidumbre respecto al futuro aumenta el deseo de ahorrar (motivo precaución). En este sentido el matrimonio es una institución que reduce ese riesgo en la medida en que los cónyuges se brindan protección mutua frente a las contingencias que se puedan presentar a lo largo de la vida. Por ejemplo, ella se puede integrar al mercado de trabajo en caso de que él enfrente algún tipo de problema laboral, o bien ambos pueden cuidarse mutuamente en situaciones de enfermedad, lo que reduce la necesidad de ahorrar para enfrentar costos médicos de este tipo (Lupton y Smith, 1999).

Butelmann y Gallego (2000 y 2001) incorporan otros elementos al análisis de los factores determinantes del ahorro, como la incertidumbre laboral, el acceso efectivo a los mercados financieros, a las redes formales e informales, y la participación en los sistemas de pensiones. La teoría predice que una mayor incertidumbre laboral lleva a las personas a ahorrar para hacer frente a contingencias imprevistas (motivo precaución). Los autores encuentran que las tasas de ahorro son mayores entre las jefas de hogar, ya que son ellas quienes enfrentan una mayor incertidumbre laboral. En cuanto al acceso efectivo a los mercados financieros, se observa que las restricciones al crédito están relacionadas con la distribución intertemporal del consumo y, por lo tanto, con el ahorro. De esta manera, a medida que aumenta el acceso al crédito, la asignación intertemporal del consumo se aproxima al óptimo. Entonces, el acceso efectivo a los mercados financieros tiene un efecto importante tanto en las decisiones de inversión -que a su vez influyen en el crecimiento económico- como en las asignaciones de consumo -que repercuten en el bienestar de los hogares-. El acceso a las redes formales e informales de transferencias no tiene un efecto claro sobre el ahorro. Por último, Solís y Villagómez (1999) encuentran que en un entorno de escasa cobertura de seguridad social, la población está más incentivada a ahorrar, ya que no tiene la garantía de que sus necesidades serán atendidas por la familia o el Estado.

Las autoras de este trabajo estamos de acuerdo con los determinantes del ahorro hasta aquí expuestos y sostenemos que hay diferencias sustantivas entre el comportamiento hacia el ahorro de los hombres y el de las mujeres.

Diferencias de género en el ahorro

La mayoría de los modelos parte del supuesto simplificador de que existe un individuo, el homo economicus, que maximiza de manera racional su utilidad frente a las restricciones a las que se enfrenta. Este arquetipo consiste en una extrapolación de roles y estereotipos de género que asigna al hombre el papel de proveedor económico y que excluye a las mujeres como sujetos económicos, ya que se les trata sólo como esposas y madres que asumen el trabajo doméstico y el cuidado de la familia, a la cual se considera una institución armoniosa (Carrasco, 2001).

Cuando se examina la asignación de recursos en los hogares, los trabajos sobre el ahorro la analizan como si se comportara conforme al modelo del "hogar unitario" en el que una sola función de utilidad representa las preferencias del hogar. De esta manera se pasa por alto la posibilidad de que en los hogares con ingresos no combinados los motivos de ahorro de sus miembros tengan diferencias de género. Por otra parte, en los hogares en que se combinan los ingresos, las diferencias de las motivaciones para ahorrar de las mujeres y de los hombres dependen del poder relativo de negociación (Seguino y Floro, 2003).

La literatura aporta evidencia creciente acerca de las diferencias de género en el ahorro en algunos países desarrollados (Sundén y Surette, 1998; Jianakoplos y Bernasek, 1998). Se reconoce la mayor aversión al riesgo y el comportamiento más conservador de las mujeres, lo que puede deberse a su mayor vulnerabilidad, dado que ellas perciben menores salarios, tienen pocas expectativas de obtener una pensión y una mayor esperanza de vida.

En los países subdesarrollados, como es el caso de México, las condiciones varían mucho respecto a los desarrollados, pues en éstos no sólo los ingresos que se obtienen son más altos, sino que las mujeres cuentan con mayores redes de seguridad y con sistemas financieros más completos. En cambio, en los subdesarrollados gran parte de la población no tiene acceso a los mercados financieros ni a la negociación (Seguino y Floro, 2003). La ausencia o carestía de créditos a veces se sustituye por las redes de parentesco o vecindad. Los cuestionamientos a la visión neoclásica del hogar resaltan las diferencias de los miembros en relación con la vulnerabilidad al desempleo y el acceso a posiciones favorables de trabajo, lo cual influye en el poder de negociación para decidir sobre los tipos de gastos que se hacen, el control sobre el ingreso y otras decisiones de asignación (Sen, 1990). Por otra parte, los sistemas de creencias y las reglas de tenencia de la propiedad pueden discriminar a la mujer, en especial en los países en donde hay mayor pobreza e inequidad. Según Seguino y Floro (2003) este poder de negociación está determinado por dos juegos de factores: los materiales (activos, educación, salario y empleo) y los externos (institucionales, como pueden ser el sistema de propiedad, las leyes de divorcio, las políticas públicas de subsidios, la presencia de instrumentos financieros accesibles, y la religión).

Si bien hay diferencias entre mujeres y hombres, no es posible predecir el comportamiento de los factores que determinan el ahorro a priori. Como advierten Seguino y Floro (2003), hay elementos que pueden ser contradictorios. Por un lado, al tener mayor ingreso, las responsabilidades por el cuidado del hogar y la familia pueden resultar en más consumo y menos ahorro para las mujeres. Por otra parte, estas responsabilidades pueden llevar a un ahorro más alto que el de los hombres por motivos de precaución, debido a una percepción más fuerte de la necesidad de suavizar el consumo familiar.

El ahorro y el género en los hogares mexicanos

Tradicionalmente los censos mexicanos y las encuestas en hogares han considerado que la jefa o jefe del hogar es la persona a quien reconocen como tal los integrantes del mismo. Sin embargo esta definición responde a construcciones socioculturales de roles y estereotipos de género sobre la persona a quien se considera la autoridad en la toma de decisiones o sobre quién es el dueño de los activos (Arriagada, 2002). De esta forma, la asociación de la jefatura del hogar se reduce al esquema patriarcal de la familia, que identifica al hombre como proveedor de ingresos y jefe de familia y a las mujeres como responsables del cuidado y de la crianza de las y los hijos. Esto excluye a aquellas mujeres que comparten la proveeduría económica y que en muchas ocasiones son las principales contribuyentes en el hogar.

Para evitar la concepción patriarcal en la definición de jefatura del hogar, Gammage (1998) propone el uso de la jefatura femenina o masculina de jure y de facto. El concepto de jure se refiere a la jefatura declarada, que generalmente se utiliza en los censos y las encuestas. El concepto de facto utiliza el sexo del principal perceptor de ingresos familiares para determinar si un hogar está encabezado por una mujer o por un hombre.

La definición de jefatura de facto es relevante para nuestro análisis, ya que los hogares no son unidades armónicas con preferencias idénticas, sino que existen asimetrías internas de poder, recursos y capacidad de negociación en el interior de los hogares. De acuerdo con Arriagada (2002:146), "el mayor poder se asocia con la persona (habitualmente el jefe de hogar) que genera o debiera generar, según los mandatos culturales, los ingresos monetarios de la familia". Así, el concepto de facto está muy próximo a identificar a la mujer o al hombre con mayor poder de decisión dentro de los hogares y en consecuencia en las decisiones en torno al gasto.

La base de datos que se utiliza es la ENIGH 2008, que el INEGI levanta cada dos años a partir de 1992.3 Es una encuesta de corte transversal, con representatividad nacional, para el conjunto de las áreas urbanas y rurales y por entidad federativa para los estados que, en su momento, convinieron con el INEGI una ampliación de la muestra. Recopila información de los hogares, las viviendas y los integrantes de los hogares, así como estadísticas sobre el comportamiento de los gastos e ingresos de los hogares, sobre las características ocupacionales y sociodemográficas de la población y también sobre las que presentan la infraestructura de la vivienda y el equipamiento del hogar.

En los cálculos del ahorro seguimos a Székely (1998), que lo define como la diferencia entre el ingreso del hogar y el gasto en bienes de consumo no durable. Los gastos en bienes de consumo durable no forman parte de la definición porque se realizan como una inversión para el hogar, es decir, representan la adquisición de bienes en el presente para el consumo futuro.4 Así, con la información de la ENIGH se estimó el ahorro restando del total de los ingresos corrientes del hogar el consumo en bienes no durables (se incluyen los componentes monetario y no monetario).5 En el Cuadro 1 aparece el ahorro medio de los hogares de facto como proporción del ingreso medio, el promedio de las tasas de ahorro y la mediana. Las cifras muestran que el nivel de ahorro de los hogares con jefatura femenina siempre es menor que el de los hogares con jefatura masculina. En ambos el promedio es muy bajo debido a la presencia de hogares con ahorro muy negativo. Una medida más adecuada es la mediana, que en los hogares encabezados por una mujer es de 13.9%, mientras que en los dirigidos por un hombre es 18.7%. En relación con el ahorro promedio (como porcentaje del ingreso promedio), al igual que en otros estudios, éste es más elevado que la mediana, lo que sugiere que el ahorro se concentra en los hogares más ricos (Attanasio y Székely, 1999).

Fuente: Elaboración propia con base en la ENIGH 2008, INEGI.

Cuadro 1 México: tasa de ahorro de los hogares de facto según sexo de la jefatura, 2008. 

Dada la desigual distribución del ingreso en México, es de esperarse que esto se refleje en el ahorro. Como es sabido, el coeficiente de Gini en 2010 fue de 0.47, mientras que el promedio de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) fue de 0.31. La Gráfica 1 muestra tasas de ahorro negativas en los deciles I y II, y en las jefaturas femeninas en el decil III, lo cual implica que los hogares son deudores o que están haciendo uso de recursos previamente acumulados. Los hogares con ingresos más altos son los que presentan las mayores tasas de ahorro: en el decil X es 31.6% en las jefaturas femeninas y 36.8% en las masculinas.

Fuente: Elaboración propia con base en la ENIGH 2008, INEGI.

Gráfica 1 México: ahorro de los hogares de facto según el sexo de la jefatura y deciles de ingreso, 2008 (promedio de las tasas de ahorro). 

En relación con las diferencias por sexo de la jefatura, en todos los deciles los hogares dirigidos por una mujer tienen tasas menores, comparadas con los encabezados por un hombre. Incluso en el decil V, donde se presenta la menor diferencia, la brecha es de 5.1 puntos porcentuales.

Para explicar los factores asociados al ahorro se estimó el siguiente modelo econométrico:

donde Y es la tasa de ahorro de cada hogar, X1 son los factores internos al hogar, X2 las variables institucionales y X3 las variables demográficas.6

En virtud de las diferencias entre las tasas de ahorro de los hogares con jefatura femenina y masculina se estimó una ecuación para cada grupo. Como se observa en el Cuadro 2, las tasas de ahorro promedio de las jefaturas femeninas son menores en comparación con las masculinas, salvo en contadas excepciones derivadas de la presencia de seguridad social o un activo como la vivienda o el automóvil. Estos resultados confirman la evidencia para otros países y sugieren una posición de desventaja de las jefaturas femeninas para enfrentar situaciones adversas en el futuro (Seguino y Floro, 2003).

Fuente: Elaboración propia con base en la ENIGH 2008, INEGI.

Cuadro 2 México: tasa de ahorro promedio de los hogares de facto según el sexo de la jefatura y características de la población, 2008. 

Entre los factores internos del hogar se incluyeron: la escolaridad como proxy del ingreso, el número de personas que trabajan y perciben un ingreso, los donativos, las remesas, y por último los activos en el hogar, como por ejemplo el automóvil y la vivienda. Los factores institucionales que influyen sobre la capacidad económica de los miembros del hogar comprenden la seguridad social, los gastos financieros, el acceso a subsidios o a ingresos de programas gubernamentales y las redes de parentesco o sociales. Por último, los aspectos demográficos incluidos en este modelo son la edad, el tipo de hogar, la presencia de hijas e hijos o integrantes de la tercera edad y las horas dedicadas al trabajo doméstico.

Respecto a los factores internos del hogar, sin duda la escolaridad, que incrementa las capacidades de los miembros del hogar, es la variable proxy más importante del ingreso. Se espera que a mayor educación la tasa de ahorro sea mayor (Székely, 1998; Attanasio y Székely, 1999). En congruencia con lo anterior, el Cuadro 2 muestra que tanto los hogares encabezados por mujeres como aquellos dirigidos por hombres presentan mayores tasas promedio de ahorro en los niveles de escolaridad más altos, aunque en los primeros los incrementos son mayores por cada nivel, por lo que la brecha de ahorro disminuye hasta la preparatoria. En el nivel de escolaridad más alto, las brechas de ahorro aumentan debido a un incremento menor en la propensión media a ahorrar por parte de las jefas de hogar. Es posible que la relación ahorro-educación esté influida por la relación ahorro-ingreso y que el ingreso de los jefes con licenciatura crezca mucho más que en las jefas con ese nivel de escolaridad, lo cual se ha interpretado como el techo de cristal que dificulta la promoción de las mujeres en su carrera laboral. Esta menor movilidad ascendente en términos ocupacionales se refleja en sus salarios y sus ingresos (De la Rica, Dolado y Llorens, 2005).

El número de integrantes que trabajan y perciben un ingreso, los donativos y las remesas son otras aproximaciones de la capacidad económica del hogar. La condición de estar empleada o empleado incentiva el ahorro por el efecto ingreso y el efecto precaución.7

Así, las cifras del Cuadro 2 muestran que tanto en los hogares con jefatura femenina como en los de jefatura masculina, el promedio de ahorro es mayor cuando hay dos o más integrantes empleados. Algo similar ocurre cuando se analiza la condición de ocupación de la jefa o jefe del hogar. En cuanto a los hogares que reciben donativos y remesas del exterior, en esta última, con excepción de las jefaturas masculinas, la tasa promedio de ahorro es menor, en comparación con aquellos hogares que no cuentan con estos ingresos, lo que sugiere que estos recursos extraordinarios pueden disminuir la incertidumbre e incentivar el gasto.

Según Bernal (2007) es muy probable que la posesión de activos físicos esté asociada con un mayor poder adquisitivo y en consecuencia con un efecto positivo sobre el ahorro. Nuestra estadística indica que los hogares con vivienda propia y automóvil presentan tasas de ahorro más altas en relación con aquellos hogares que no poseen estos activos. Es interesante mencionar que cuando las mujeres los tienen, su propensión media a ahorrar se eleva más que proporcionalmente que en el caso de los hombres (Cuadro 2).

Hay hipótesis contradictorias con respecto a la asociación del ahorro con las variables institucionales. Por un lado, pueden disminuirlo frente a una menor incertidumbre en los "malos tiempos" (Butelmann y Gallego, 2001), por ejemplo en el caso del acceso a la seguridad social, al reducir las condiciones imprevistas como la enfermedad (Solís y Villagómez, 1999); y en el acceso al crédito en la medida en que disminuye las restricciones de liquidez (Butelmann y Gallego, 2001). Sin embargo, también pueden aumentarlo debido al efecto positivo de un mayor ingreso (Seguino y Floro, 2003). Estos efectos no serán necesariamente iguales en los hogares con jefatura masculina y femenina, ya que en unos puede prevalecer el efecto ingreso y en otros el precautorio. Como se observa en el Cuadro 2, los hogares que reciben apoyos gubernamentales tienen una tasa menor de ahorro que los que no cuentan con ellos, e incluso entre las mujeres el ahorro se vuelve negativo. Pero lo contrario sucede en los hogares en donde el jefe tiene seguridad social, pues la tasa de ahorro aumenta incluso más que en los hogares con jefatura femenina. Lo mismo ocurre cuando se realizan gastos financieros.

Los efectos de las variables demográficas en el ahorro tampoco se dan en un sentido. La relación entre el ahorro y la edad puede entenderse en el contexto de la HCV, que considera al ahorro como una decisión en función de la edad. Por tanto, como observa Modigliani (1986), el efecto de la edad en el ahorro es no lineal y presenta un perfil de U invertida. Como afirma Székely (1998), las tasas de ahorro difieren mucho entre los subgrupos de población por edades. La información del Cuadro 2 muestra que tanto en los hogares con jefatura masculina como femenina, los dirigidos por los más jóvenes ahorran menos, pero las tasas aumentan a medida que se incrementa la edad hasta el rango 50-59 en las jefaturas femeninas y 60-69 años en las masculinas y a partir de ahí vuelven a disminuir.

Con el estado civil de la jefatura del hogar se pretende evaluar los efectos sobre la tasa de ahorro de estar en soltería o en unión. Es posible que el estatus soltera o soltero incremente la tasa de ahorro en los hogares en la medida en que la presencia de un cónyuge brinda protección frente a eventualidades futuras, como pueden ser la pérdida de trabajo o la enfermedad (Lupton y Smith, 1999). Además, es probable que las personas en esta situación estén formando una reserva de capital para cuando decidan formar un hogar. De acuerdo con nuestra información, el estado civil marca diferencias en las tasas de ahorro; en ambos tipos de hogares las mayores tasas se ubican en los hogares de jefas y jefes en soltería (Cuadro 2).

El tipo de hogar también influye en la tasa de ahorro. De manera congruente con los resultados de Bernal (2007), se encuentra que los hogares ampliados o compuestos presentan tasas promedio de ahorro mayores, tanto en las jefaturas femeninas como en las masculinas. Este autor lo atribuye al mayor número de integrantes capaces de aportar un ingreso, así como a la presencia de economías de escala que pueden liberar recursos para el ahorro.

La variable número de miembros dependientes en el hogar intenta capturar el efecto negativo en el ahorro debido al número de niños y niñas en edades de 0 a 15 años y adultos mayores de 65 años y más. En relación con los primeros, el promedio de la tasa de ahorro es mayor en los hogares donde no hay integrantes de esas edades. Sin embargo no ocurre así en los hogares en los que hay personas de 65años y más (Cuadro 2).

Por último, a pesar de que en la literatura revisada no se considera el efecto que pueda tener en el ahorro el hecho de que las personas del hogar se dediquen al trabajo doméstico, consideramos importante incluir esta variable porque es una actividad que tradicionalmente se ha asignado a las mujeres y que afecta su participación en el mercado laboral. Con esta variable pretendemos mostrar que el número de horas que la jefa o jefe del hogar dedica a los quehaceres domésticos disminuye el ahorro de los hogares porque representa una ausencia en la esfera pública que, como menciona Carrasco (2001), está centrada en lo económico-mercantil. En los hogares con jefatura femenina donde la mujer no realiza actividades domésticas la tasa de ahorro promedio es de 18.1, cifra muy superior al ahorro que reportan las jefas que sí realizan esas tareas. En cambio, entre los hogares dirigidos por un hombre las diferencias en las tasas según las horas que destinan al trabajo doméstico son mucho menores (Cuadro 2).

Los determinantes del ahorro: resultados de la estimación del modelo

La estimación de los modelos que analizan los determinantes del ahorro generalmente tienen un sesgo debido a que la decisión de ahorrar es endógena al modelo y por tanto el grupo de individuos que ahorran no es aleatorio, por ello los modelos de variable dependiente limitada requieren una evaluación estadística para determinar su pertinencia.

Para analizar hasta qué punto existe un problema de endogeneidad se estimó un modelo tipo Heckman en dos etapas,8 con el que se comprobó que el punto de censura no es endógeno al modelo y por tanto la mejor opción es estimar un modelo Tobit para los hogares de facto con jefatura femenina y masculina, por separado, a partir de la variable latente y*, que cumple los supuestos de distribución normal, homoscedástica y con una media condicional lineal. Los valores de la variable observable son y = y* si y* > 0 y y = 0 si y* ≤ 0.

El modelo es satisfactorio. De acuerdo con la prueba CHI cuadrado todas las variables en conjunto son estadísticamente significativas, tanto en el modelo de los hogares de jefatura femenina como masculina. Los valores obtenidos para la pseudo R2 de Mac Fadden y la de Cox y Snell muestran que en efecto el modelo estimado con todas las variables es mejor que el modelo con sólo el intercepto. Además, no hay diferencias entre la pseudo R2 de Mac Fadden y la ajustada, lo que sugiere que las variables incluidas en el modelo no son redundantes; esto sucede en ambas estimaciones.9

Los resultados muestran, tal como lo sugerimos, que hay diferencias en los efectos de las variables explicativas sobre las tasas de ahorro de los hogares de facto con jefaturas femenina y masculina. En la estimación de estas últimas, las variables primaria, secundaria, apoyos gubernamentales, edad, hogares unipersonales y corresidentes y las horas dedicadas al trabajo doméstico no fueron significativas, mientras que en las jefaturas femeninas sólo lo fueron la edad y los hogares unipersonales y corresidentes.

En el Cuadro 3 se presentan los efectos marginales obtenidos de la estimación del modelo. En las primeras dos columnas se reportan los efectos marginales de las variables explicativas sobre la variable latente y*, es decir los hogares con tasas de ahorro positivas y negativas. En el siguiente bloque de dos columnas están los efectos marginales sobre la variable condicionada a y> 0, es decir aquellos hogares con tasas de ahorro positivas. En el tercer grupo aparecen los efectos sobre la variable observada sin condicionar a y> 0, es decir, incluye la información de todos los hogares con los valores censurados.10 Al comparar los tres bloques de efectos marginales se observa que las estimaciones van en la misma dirección (presentan el mismo signo), sin embargo difieren en su magnitud. Las estimaciones obtenidas en el primer bloque son mayores, seguidas por las conseguidas en el tercer bloque. Enseguida nos centraremos en el último grupo.11

Fuente: Cálculos propios.

Cuadro 3 Estimación de los determinantes del ahorro de los hogares en México, 2008 (modelo Tobit). 

Los efectos marginales del tercer bloque, que corresponden al modelo censurado, indican que las variables internas del hogar tuvieron un efecto positivo en la tasa de ahorro de ambos hogares, con excepción de los donativos. El resultado más importante es la asociación positiva de la educación en los hogares con jefatura femenina en todos los niveles, y en los masculinos a partir de preparatoria, en coincidencia con la hipótesis planteada y con la literatura previa. Tal como se esperaba, el nivel licenciatura presenta el mayor efecto marginal; sin embargo, el de los hogares con jefatura femenina es más elevado (7.4 frente a 6.2). Como exponen Browning y Lusardi (1996), este resultado se explica por la influencia que tiene la educación en el ingreso, y éste a su vez sobre la tasa de ahorro. También cabría pensar que la educación, además de un efecto ingreso, crea mayor conciencia en las mujeres sobre las ventajas de prevenir para un futuro incierto, con mayor intensidad incluso en los niveles más altos de educación. Nuestros resultados confirman la hipótesis de que contar con un número mayor de integrantes con un empleo aumenta la posibilidad de ahorrar en los hogares, ya que los efectos marginales de la variable figuran entre los más altos (4.9 en las jefaturas femeninas y 5.9 en las masculinas). Los donativos están asociados negativamente con las tasas de ahorro en ambos tipos de hogares (-1.0 en las jefaturas femeninas, -2.0 en las masculinas), lo que sugiere que un ingreso extraordinario en efecto disminuye la incertidumbre futura y por tanto reduce la tasa de ahorro. Sin embargo, las remesas tuvieron un efecto marginal positivo, mayor en los hogares de jefatura femenina (4.7) frente a la masculina (1.7), debido quizás a que las remesas representan una fuente de ingreso permanente y posiblemente muy importante en los hogares encabezados por una mujer. Canales (2002) las define como un "fondo salarial", cuyo uso se asemeja al de un ingreso familiar. Encontramos que tener activos en el hogar tiene un efecto positivo en la tasa de ahorro de los hogares tanto en vivienda (2.0 en las jefaturas femeninas y 1.6 en las masculinas) como en automóvil (3.7 y 2.1, respectivamente), lo cual confirma los resultados de Bernal (2007) en el sentido de que este tipo de activos representa una fuente de riqueza que permite disminuir gastos en el futuro y por tanto aumentar el ahorro.

Tal como se esperaba, los factores institucionales mostraron un efecto negativo en las tasas de ahorro en ambos tipos de hogares, lo que sugiere que contribuyen a disminuir la incertidumbre frente a contingencias futuras y por tanto permiten consumir más en el presente. El mayor efecto negativo se registró en la contribución a la seguridad tanto en los hogares con jefatura femenina como masculina (-4.0 y -3.1). Los gastos financieros reflejan el acceso efectivo al crédito y las menores restricciones de liquidez que ello conlleva, ya que ofrecen la posibilidad de obtener recursos financieros. En nuestros resultados, al igual que en el caso anterior, el efecto negativo es más alto para los hogares femeninos (-1.6) frente a los masculinos (-1.2) debido quizás a las mayores restricciones que enfrentan las mujeres para acceder a los mercados financieros. Es interesante mencionar que los apoyos gubernamentales sólo resultaron significativos para los hogares femeninos (-1.6). Contar con redes de parentesco o sociales tuvo un efecto negativo mayor en los hogares encabezados por un hombre (-2.4) frente a los dirigidos por una mujer (-1.8). Partiendo del hecho de que las redes sociales son diferentes para mujeres y hombres, una explicación es que dichas redes actúan como una reserva de recursos.

En las variables demográficas fue una sorpresa no encontrar una asociación significativa entre las variables edad y tasa de ahorro. Una explicación posible es que como este análisis es de corte transversal, puede no ser adecuado para caracterizar el ahorro a lo largo del ciclo vital.

En el caso del hogar nuclear12 los efectos marginales fueron negativos en ambos casos (-1.3 en las jefaturas femeninas y -1.7 en las masculinas), en tanto que los unipersonales y corresidentes no resultaron significativos. El primer resultado coincide con la hipótesis propuesta: los hogares nucleares, a diferencia de los ampliados y compuestos (categoría de referencia), no pueden aprovechar las oportunidades que brindan las economías de escala. Asimismo, la presencia en el hogar de personas menores de quince años desestimula el ahorro (-1.2 en los hogares dirigidos por una mujer, frente a -2.1 en aquellos encabezados por un hombre). Este resultado coincide con los hallazgos de otras investigaciones (Hammer, 1986; Raut, 1989; Montes y Villagómez, 2002), en el sentido de que la presencia de niñas y niños en el hogar provoca una caída del ahorro, ya que se modifican los patrones de consumo e ingreso de los hogares. Además, la presencia de menores implica que las madres tengan que retirarse eventualmente de la actividad laboral para cuidarlos, lo que a su vez genera una reducción en el ingreso familiar y en el ahorro (Smith y Ward, 1980). Contrariamente a lo pensado, nuestros resultados muestran que el efecto de la presencia de adultos de 65 años y más es positivo sobre la tasa de ahorro, tanto en las jefaturas femeninas (1.2) como en las masculinas (0.8); una explicación posible es que entre las personas de edades avanzadas aparece con mayor frecuencia el motivo precaución, relacionado con la incertidumbre sobre la salud o la atención médica (Butelmann y Gallego, 2001), pero también es factible que cooperen y apoyen tanto económicamente como en el cuidado de los integrantes menores.

Tal como se presume en la literatura feminista, las horas dedicadas al trabajo doméstico disminuyen la tasa de ahorro en los hogares de jefatura femenina. El efecto marginal no fue significativo en los hogares de jefatura masculina y en los femeninos aparentemente es muy pequeño (-0.1), pero si se considera que éste se refiere a una hora de trabajo a la semana y que el tiempo promedio que dedican las jefas de hogar a labores domésticas es de 16 horas, en realidad la tasa de ahorro disminuye en estos hogares en 1.6 puntos, lo cual ocurre porque al tener ellas la responsabilidad del cuidado del hogar sus oportunidades de participar en el mercado de trabajo disminuyen y consecuentemente su ahorro es menor.

La estimación de los efectos marginales para los hogares con tasas de ahorro positivas13 muestra que los valores en promedio son menores, aproximadamente 30% en las jefaturas femeninas y 29% en las masculinas. Los efectos marginales de la educación siguen el comportamiento mencionado: a mayor educación se incrementa el ahorro, pero con un efecto menor. Por ejemplo, en el nivel licenciatura el efecto marginal en los hogares femeninos que ahorran es 5.2 y el del grupo de los hogares con valores censurados es de 7.4, y en los masculinos las cifras son 4.5 frente a 6.2, respectivamente. En cambio, en el caso de las variables institucionales sucede lo contrario: los efectos marginales son mayores en los hogares con tasas de ahorro positivas.

Conclusiones

Este trabajo muestra que los factores que afectan al ahorro son distintos entre los hogares con jefatura femenina y masculina, y que por tanto la teoría del ahorro de los hogares debe reconocer estas diferencias. Algunos factores, como la escolaridad primaria o secundaria, los apoyos gubernamentales y las horas dedicadas al trabajo doméstico no inciden en las tasas de ahorro de los hogares con jefatura masculina, pero sí en las femeninas. Con algunas excepciones, como la contribución a la seguridad social y los gastos financieros, en donde la propensión marginal al ahorro es mayor en los hogares con jefatura masculina, nuestros resultados muestran que las variables del modelo tienen efectos marginales mayores en el caso contrario. Es decir, que frente a un cambio en esas variables los hogares con jefatura femenina estarían dispuestos a ahorrar una mayor parte de su ingreso cuando el efecto resultó positivo (preparatoria, licenciatura y más, número de integrantes que trabajan, remesas, vivienda, automóvil y número de integrantes en edades avanzadas) o a reducir su tasa de ahorro en menor proporción que los hogares de jefatura masculina cuando el signo fue negativo (donativos, redes sociales, hogar nuclear y número de integrantes menores de 15 años). Una interpretación posible es que en las jefaturas femeninas el motivo precaución influye en las responsabilidades del cuidado del hogar y la familia debido a una percepción más fuerte sobre la necesidad de suavizar el consumo familiar, como explican Seguino y Floro (2003).

Encontramos que la relación que se establece entre el ahorro y la educación está influida por la relación ahorro-ingreso (tal como observan Bernheim y Scholz, 1993; Attanasio, 1998; Attanasio y Székely, 1999); sin embargo fue sorprendente que los niveles menores a preparatoria no afectaran estadísticamente las tasas de ahorro en los hogares dirigidos por un hombre, como ocurrió en los encabezados por una mujer. Estos resultados sugieren que la educación, además de un efecto en el ingreso, crea mayor conciencia, más notoria entre las mujeres, sobre prevenir para un futuro incierto; ello con mayor intensidad incluso en los niveles más altos de educación.

Nuestros hallazgos comprueban la relación del ahorro con el empleo, ilustrada por la asociación positiva entre las tasas de ahorro y el número de personas que trabajan y perciben un ingreso en todos los hogares. Las remesas, principalmente en los hogares femeninos, y los activos en el hogar aumentan la tasa de ahorro, pero no sucede lo mismo con los donativos y los apoyos gubernamentales, ya que reducen las tasas de ahorro.

En cuanto a las variables relacionadas con los factores institucionales no se registraron efectos contradictorios. En todos los casos su repercusión sobre las tasas de ahorro es negativa en ambos tipos de hogares, lo que sugiere que contribuyen a una menor incertidumbre frente a contingencias futuras y por tanto es posible consumir más en el presente.

Una contribución para los estudios de género es que se confirma la asociación negativa de las horas dedicadas al trabajo doméstico con la tasa de ahorro en los hogares de jefatura femenina en una proporción no desdeñable, como resultado de las desigualdades de las cargas del trabajo en el hogar.

En términos de las limitaciones de la investigación, es posible que los resultados no sean representativos de toda la población y se estén subestimando las tasas de ahorro, ya que, como es bien sabido, el ahorro se concentra en la población con mayores ingresos y ésta tiendea subreportar sus percepciones. Otra limitación es que se trata de un análisis de corte transversal, lo que no permite identificar los efectos edad, cohorte y periodo, y por tanto analizar las hipótesis relacionadas con el ciclo de vida, que requieren de un análisis en el tiempo.

En futuras investigaciones sería interesante analizar con mayor profundidad los cambios en las tasas de ahorro a lo largo del tiempo e identificar hasta qué punto se mantienen sus diferencias entre los hogares con jefatura femenina y masculina. Asimismo sería útilpara este tipo de estudios compatibilizar las cifras de la enigh con su contrapartida en las cuentas nacionales, para hacer inferencias y comparaciones de carácter agregado.

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1Los países que cubren estos trabajos son: Estados Unidos, Brasil, Ghana, Guatemala y México.

2De acuerdo con la ENIGH de 2008 el promedio de la tasa de ahorro de los hogares muestra diferencias importantes y significativas según el sexo de la jefatura: 7.8% en las femeninas y 12.2% en las masculinas.

3Con excepción de 2005, ya que ese año se realizó una encuesta extraordinaria con el fin de tener cifras actualizadas sobre las condiciones de vida de los hogares.

4Se puede solicitar a las autoras una lista detallada de los componentes del gasto en bienes durables y no durables.

5Esta definición incluye el ahorro sobre el que se tiene control directo, no el ahorro obligatorio, por ejemplo, los aportes a la seguridad social.

6La definición y operacionalización de las variables aparece en el Cuadro A1 del anexo.

7Éste puede surgir de la incertidumbre laboral, las enfermedades y los accidentes.

8En el Cuadro A2 del anexo se presentan los resultados del modelo Heckman. Se advierte que la razón de ratio de Mills (representada por la variable lambda) no es sig nificativa al nivel de significancia de 10%, por lo que se concluye que el coeficiente de la variable latente es estadísticamente igual a cero, lo cual implica que no existe un sesgo de selección.

9Para evaluar la bondad de ajuste en este tipo de modelos se calculan distintas pseduo R2; sin embargo, no pueden interpretarse como la R2 del modelo de mínimos cuadrados, que permite evaluar la variación total de la variable dependiente en función de las independientes. Las pseudo R2 tienen valores que están entre 0 y 1. Un valor pequeño de la pseudo R2 de McFadden indica que el modelo con todas las variables es mejor que el que se estima con sólo el intercepto; la pseudo R2 McFadden ajustada en su cálculo penaliza por la inclusión de una cantidad importante de variables. Si el mo delo contiene variables que no son necesarias para éste, entonces la pseudo R2 ajustada varía considerablemente en relación con la no ajustada. La pseudo R2 de Cox y Snell calcula el porcentaje en que el modelo completo es mejor que el que se estima con sólo el intercepto (Long, 1997; Freese y Long, 2006).

10Recordemos que en una muestra censurada se observan las variables explicativas, pero los valores de la variable dependiente en cierto rango se transforman o reportan como un único valor, en este caso siempre que y* ≤ 0, se recodifica como y = 0.

11Como expone Wooldridge (2009) la variable latente y* generalmente no tiene un significado económico importante. La variable que interesa analizar es y, la que se puede observar y que queremos explicar.

12Debido a que las variables estado civil y tipo de hogar presentaban multicolinealidad, en la estimación sólo se incluyó el tipo de hogar.

13En los hogares dirigidos por una mujer es a partir del decil IV y son 66.4%, mientras que en aquellos dirigidos por un hombre comienzan en el decil III y son 70.2 por ciento.

14Agradecemos los fondos del Proyecto PAPIIT-UNAM IN306911 y el apoyo del Programa de Becas Posdoctorales en la UNAM.

Anexo

Cuadro A1 Definición de las variables independientes. 

Cuadro A2 Modelo Heckman (dos etapas). 

Recibido: 11 de Febrero de 2013; Aprobado: 17 de Julio de 2013

Isalia Nava Bolaños es profesora de la División de Estudios de Posgrado de la Facultad de Economía de la UNAM. Es egresada de la maestría en Demografía y del doctorado en Estudios de Población de El Colegio de México. En 2012 obtuvo el primer lugar del Premio Gustavo Cabrera Acevedo en la modalidad de Investigación en Población, otorgado por El Colegio de México. Recientemente participó en el Instituto de Investigación"Population and Development: New Approaches to Enduring Global Problems" en el Brown University's International Advanced Research Institutes. Asistió al curso de verano "Population Economics" en el International Max Planck Research School for Demography, y realizó una estancia en el Population Research Center de la University of Texas at Austin. Ha publicado varios trabajos en revistas y capítulos de libros en México y en el extranjero. Algunas de sus publicaciones son: "Demographics Dividends and Retirement Pensions in Mexico" (en coautoría con Roberto Ham), en S. Rajagopalan (coord.), Demographic Dividended Concepts and Experiences, Hyderabad, The Icfai University Press, 2008; "Un acercamiento al planteamiento de los dividendos demográficos", en Mario Martínez, Silvia Giorguli y Edith Pacheco (coords.), México demográfico. Temas selectos de investigación contemporánea, México, El Colegio de México, 2011. Fue coordinadora de la especialidad El Género en la Economía en la UNAM. Ha sido consultora de varios organismos nacionales como el Consejo de Evaluación del Desarrollo Social del Distrito Federal, el Consejo Nacional de Población, la Iniciativa Ciudadana y Desarrollo Social y el Programa Universitario de Estudios de Género. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, candidata.

Flor Brown Grossman es profesora investigadora en la División de Estudios de Posgrado de la Facultad de Economía de la UNAM. Su tesis doctoral fue publicada con el título Productividad y cambio técnico: un análisis metodológico (1997). Entre sus publicaciones sobre temas de la industria destacan: "Diseminación tecnológica en la industria farmacéutica mexicana" (en coautoría con Alenka Guzmán), Comercio Exterior, vol. 54, núm. 1, 2004; "Technology Acquisition Strategies in the Pharmaceutical Industry in Mexico" (en coautoría con Pluvia Zúliga y Alenka Guzmán), Comparative Technology Transfer and Society, vol. 5, núm. 3, 2007; Productividad: desafío de la industria mexicana (en coautoría con Lilia Domínguez),México, Jus, 1999; "Evolución de la productividad en la industria mexicana: una aplicación con el método de Malmquist" (en coautoría con Lilia Domínguez), Investigación Económica, vol. 58, núm. 249, 2004; "Can Mexico Set Up in the Aerospace and the Software and its Global Value Chains as a High-Value-Added Player?" (en coautoría con Lilia Domínguez), IDB Working Paper Series, núm. 372, Inter-American Development Bank, 2012. En el tema de género destacan varios trabajos en los que analiza las brechas salariales en la maquiladora y en la industria, como: México: desigualdad económica y género (coordinado con Lilia Domínguez), México, PUEG y Facultad de Economía de la UNAM, 2010; "Trabajo a domicilio en la industria presente: en el siglo xxi", en Voces del noreste: aportes regionales a los estudios de género, Monterrey, Universidad Autónoma de Nuevo León. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, nivel III

Lilia Domínguez Villalobos es profesora investigadora en la División de Estudios de Posgrado de la Facultad de Economía de la UNAM. Sus líneas de investigación son: industria, medio ambiente y economía de género. Su tesis doctoral fue publicada con el título México: empresa e innovación ambiental (Porrúa, 2006). Entre los libros relacionados con la industria sobresalen: Tecnología y competitividad en un nuevo entorno (en coautoría con José Warman), México, UNAM, 1995; Transición hacia las tecnologías flexibles y la competitividad (en coautoría con Flor Brown), México, Facultad de Economía de la UNAM / Porrúa, 1998; Estructuras de mercado en la industria mexicana (en coautoría con Flor Brown), México, UNAM / Porrúa, 2003. En el tema de género destacan varios trabajos en los que analiza las brechas salariales en la maquiladora, como los publicados en el libro Cuatro décadas del modelo maquilador en el norte de México, coordinado por Rosío Barajas et al., Tijuana, El Colegio de Sonora / El Colegio de la Frontera Norte, 2010; y un capítulo en coautoría con Flor Brown en el libro que ambas coordinaron: México: desigualdad económica y género, México, PUEG y Facultad de Economía de la UNAM, 2010. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, nivel III.

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