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Estudios demográficos y urbanos

versão On-line ISSN 2448-6515versão impressa ISSN 0186-7210

Estud. demogr. urbanos vol.26 no.3 Ciudad de México Set./Dez. 2011

https://doi.org/10.24201/edu.v26i3.1382 

Reseñas y comentarios bibliográficos

Sobrino, Jaime (2010), Migración interna en México durante el siglo XX

Bryan R. Roberts* 

Traducción:

Denisse Gerber

* Universidad de Texas en Austin.

Sobrino, Jaime. 2010. Migración interna en México durante el siglo XX. México, Consejo Nacional de Población,


El libro ofrece un análisis innovador acerca de la heterogeneidad geográfica y urbana de la migración interna mexicana; cubre la totalidad del siglo XX y abarca hasta el año 2005, lo cual no es un logro menor si se considera que para ello se requiere construir series cronológicas censales comparables, incluyendo los conteos de población de los años 1995 y 2005. Las habilidades metodológicas de Sobrino dan lugar a una convincente serie cronológica de información migratoria, cuya relevancia se introduce adecuadamente en el marco conceptual que se expone en los primeros dos capítulos, cuando se combinan satisfactoriamente las perspectivas demográfica, geográfica y socioeconómica. El factor principal de la dinámica definida son las limitaciones demográficas, aunque también son relevantes la ubicación y la distancia, así como las características socioeconómicas de quienes migran y de los sitios que abandonan o hacia los que van. En efecto, una de las cualidades más notables de este libro es que da cuenta de la diversidad histórica y contemporánea de los patrones de migración interna mexicana y del crecimiento de algunas ciudades en particular. El papel que ha desempeñado la migración en el crecimiento de las ciudades y estados no ha sido homogéneo: ha dependido del momento histórico en que ocurrió y de la ciudad o estado en que se concentró el análisis. Los “momentos” migratorios de las ciudades y estados difieren a lo largo del tiempo y, por extensión, también difieren sus consecuencias en los aspectos social y urbano y en las políticas urbanas y estatales.

El libro da cuenta de un plan coherente; se revisan primero las tasas generales de crecimiento poblacional y los flujos migratorios en México con especial atención en la contribución de la migración al crecimiento poblacional de los estados y de las principales ciudades. En ambos casos el autor es cuidadoso en su análisis de los flujos migratorios en periodos históricos de diez o veinte años. En el tercer capítulo revisa los factores económicos y socioespaciales que subyacen a las tasas de crecimiento relativo en las ciudades y estados. En el cuarto y el quinto se refiere a la migración reciente a los estados y ciudades desde 1965; no sólo examina las tasas de crecimiento, también los patrones geográficos de migración interurbana e interestatal, para determinar qué estados y ciudades intercambian migrantes y con qué otros estados y ciudades lo hacen, y si estos patrones varían a lo largo del tiempo. Sobrino analiza asimismo los factores económicos y socioespaciales que dan cuenta de las tasas de crecimiento diferenciales en las migraciones recientes. En el último capítulo sustantivo observa con detalle las tasas recientes de crecimiento urbano, con particular atención en la migración interurbana y en la intrametropolitana.

Los desafíos metodológicos que enfrenta son considerables. Los censos contienen información acerca de la migración reciente a partir de 1970, pero no indagan dónde residían las personas cinco años antes, así que no se cuenta con datos acerca del momento en que pudieron emigrar de su lugar de origen ni si llegaron o no al estado de residencia actual tras dejar otro estado. Por consiguiente, los flujos migratorios y emigratorios pueden subestimarse en el lugar de destino porque los migrantes retornaron a su lugar de origen, o bien sobreestimarse en el lugar de origen por los migrantes que llegaron a un estado partiendo de otro que no es su lugar de origen (migración secundaria). Para compensar estas posibilidades Sobrino se vale de estadísticas vitales y tasas de supervivencia de cohortes por edad a fin de estimar la migración intercensal neta, que es la diferencia entre el incremento total de la población y el incremento esperado por el crecimiento natural. Encuentra que estas estimaciones se aproximan a las que se obtuvieron calculando directamente la tasa de migración neta basada en las tasas de migración y emigración; sugiere que la forma dominante de migración es la primaria, en que un cambio se realiza a lo largo de la vida desde el estado de origen hasta el estado de residencia.

Este libro deja en claro que si bien las tasas de urbanización y de crecimiento de las ciudades en México se han atenuado a lo largo del tiempo, la migración se ha mantenido como una característica fundamental de la sociedad mexicana. La urbanización creció en forma sostenida a lo largo del siglo XX y las mayores tasas se presentaron en el periodo comprendido entre 1940 y 1980. La tasa de urbanización disminuyó hacia el final del siglo debido a los límites demográficos que establecieron las reducciones relativas, y eventualmente absolutas, de la reserva de migrantes rurales disponible para trasladarse a las ciudades. La desaceleración de la urbanización no redujo la migración, pero sí cambió su aspecto al incluir una sustantiva migración interurbana. Sobrino muestra que para el año 2000 la migración de ciudad a ciudad abarcaba 47% de la migración intermunicipal total de carácter reciente (de quienes vivían en un estado diferente al de residencia en los cinco años anteriores). La migración se ha venido incrementando a lo largo del tiempo, y lo ha hecho de manera sustantiva si se incluye en el cálculo la migración internacional. Las personas que residen en estados diferentes de aquellos en los que nacieron aumentaron tanto en números absolutos como en la proporción de población no migrante. Éstos, por cierto, son números acumulativos de un censo al otro, y en el caso de la migración reciente, la interna se ha reducido desde 1970 tanto en números absolutos como en porcentajes. Las características de los migrantes también han ido cambiando con el tiempo. Las mujeres han predominado en los flujos de migración interna a lo largo del siglo XX, pero para el año 2000 los hombres tienden a migrar tanto como ellas. Las cohortes más jóvenes (de 10 a 19 años) y las de edad más avanzada (mayores de 50) tendían a migrar con más frecuencia a principios del siglo que posteriormente. Sobrino expone que una explicación factible para el cambio observado por género y edad es la mutación de la migración de rural-urbana a urbana-urbana. Las demandas de los mercados laborales en las ciudades modernas y la permanencia de los niños durante más años en el sistema educativo favorecen tanto a los hombres como a las mujeres y a las personas en edad activa que han completado los niveles básicos de educación.

Sin embargo cada estado ha experimentado estos cambios en forma diversa. El Distrito Federal es un buen ejemplo de esa tendencia. Su crecimiento más acelerado ocurrió entre 1900 y 1940. Hasta 1980 mantuvo una tasa de crecimiento alta pero menor, que comenzó a reducirse desde ese momento hasta que llegó a ser un perdedor neto de población. En 1980 otros estados, en especial el Estado de México y algunos relativamente pequeños como Baja California y ciertos destinos turísticos como Quintana Roo, sobrepasaron las tasas de crecimiento del Distrito Federal y mantuvieron su primacía hasta el año 2000.

La periodización es más reveladora cuando se aplica a las ciudades. En el periodo de urbanización temprana, cuando la población rural es mayoritaria, las ciudades pueden crecer rápidamente con la inmigración, pero su poder de atracción difiere y cambia relativamente a través del tiempo. En los primeros periodos las ciudades principales tienden a crecer más rápidamente como centros de comercio, industria y comunicación. El desarrollo desigual de los sistemas urbanos en Latinoamérica ha dado lugar al fenómeno de primacía: a la concentración desproporcionada de población en grandes ciudades. Con el paso del tiempo ese creciente tamaño y los costos de la aglomeración ocasionan que la reserva rural sea insuficiente para las grandes ciudades de cara a la competencia de las más pequeñas que se valen de la población rural, pero también de las poblaciones que abandonan las grandes ciudades sobrepobladas. Para clarificar estos procesos Sobrino agrega a la categoría de urbanización temprana (1900-1940) la de industrialización (1940-1980) y la de neoliberalismo (1980-2000). Estas últimas marcan periodos en que los modelos de crecimiento económico han sido considerablemente distintos en México y Latinoamérica. En la primera hay un modelo estatista de crecimiento económico basado en las protecciones arancelarias y la concentración industrial en las ciudades que cuentan con los principales mercados. En la segunda rigen el mercado libre, la desregulación y la promoción de industrias exportadoras que pueden promover la descentralización económica. En el caso de México las maquiladoras de la frontera norte y ciertos destinos turísticos como Cancún son ejemplos del último modelo. Sobrino da cuenta de que el crecimiento relativo en el periodo de industrialización se concentra en las grandes ciudades (la de México y otras con más de un millón de habitantes que crecen más rápidamente). En el periodo neoliberal el crecimiento relativo es mayor en las ciudades intermedias que en principio contaban con entre 100 000 y un millón de habitantes; así el aumento urbano se concentra en los nuevos polos de crecimiento, como Toluca, Tijuana, Ciudad Juárez, León y Torreón, que al final del periodo son seguidos por ciudades de entre 100 000 y 999 000 habitantes, por ciudades con más de un millón de habitantes como Guadalajara, Monterrey y Puebla, por ciudades pequeñas de entre 15 000 y 99 000 habitantes, y finalmente por el Área Metropolitana de la Ciudad de México. Mientras en la mayoría de los estados la migración acude principalmente desde fuera del estado, ahora se observa un volumen creciente de migración dentro del área metropolitana. Esto es particularmente claro en el Distrito Federal, en Nuevo León (Monterrey) -donde se concentra la mayoría de la migración- pero también en el Estado de México y Jalisco (Guadalajara).

Las cambiantes tasas de crecimiento reflejan variaciones en la contribución de la migración al crecimiento general de la ciudad. Aquí Sobrino plantea temas que resultan fascinantes para futuras investigaciones. Calcula la proporción de crecimiento urbano derivada de la migración en relación con la que se explica por el incremento natural. En varias ciudades y por muchos años la inmigración contribuyó más al crecimiento que el aumento natural de las ciudades. Cabe recordar que las dos contribuciones son muy diferentes: la primera está integrada predominantemente por personas en edad económicamente activa y la segunda por niños recién nacidos. Las dos formas de contribución provocan consecuencias opuestas en las demandas de vivienda y empleo. Las ciudades que crecen por la migración tienden a enfrentar problemas de vivienda y de provisión de empleos adecuados más severos que las que crecen naturalmente. El mayor dinamismo y el crecimiento acelerado de las ciudades alivian estas presiones, pero aun así constituyen desafíos para la planificación y las políticas urbanas.

Sobrino da cuenta de que en los tres periodos de urbanización de México ha habido ciudades en que la inmigración ha excedido el crecimiento natural y, en consecuencia, la mayoría de los jefes de hogar han tendido a ser migrantes. En el periodo de urbanización temprana, que abarcó hasta 1960, la Ciudad de México era una sede de migrantes, pero en el periodo de industrialización las superaron otras: Monterrey, Guadalajara, Hermosillo, Culiacán, Reynosa, Mexicali, Cuernavaca, Poza Rica, Puebla y Acapulco, que se convirtieron en ciudades de migrantes en uno o ambos de los periodos comprendidos entre 1940 y 1960 y entre 1960 y 1980. En la etapa neoliberal las ciudades de migrantes crecieron lentamente mediante su desarrollo natural y aparecieron otras nuevas: Querétaro, Oaxaca, Villahermosa, Tuxtla Gutiérrez y, sobre todo, Cancún. A fin de enfatizar su carácter excepcional, Sobrino genera una cuarta categoría en que incluye a las ciudades de migrantes en el periodo 1900-2000, como Tijuana y Ciudad Juárez. Su análisis nos invita a emprender una exploración sobre el pasado y el presente de la diversidad del crecimiento urbano mexicano, así como de sus consecuencias para la geografía histórica del conflicto urbano, el cambio político y los problemas sociales. Las ciudades de migrantes que emergieron en el siglo XXI son diferentes en tamaño y ubicación de las que emergieron en 1960.

En el análisis de la migración reciente se aborda el periodo en que los estados y las ciudades ganaron o perdieron su estatus como principales fuentes de atracción para los migrantes. El Distrito Federal perdió su lugar como destino principal de los migrantes del Estado de México en 1975, y en 1995 disminuyó su población neta por emigración. Los números de Sobrino revelan que las ganancias y las pérdidas netas pueden ser una pauta engañosa de la significación decreciente de la migración en términos de vivienda y mercado laboral: la rotación también es importante. El Distrito Federal y el Estado de México dan cuenta por separado de flujos de más de un millón de migrantes entre 1995 y 2000; por amplio margen, éste es el mayor volumen de migración entre los estados mexicanos. La mitad de los migrantes de la Ciudad de México procedía principalmente de ocho ciudades, y la mitad de los emigrantes se mudó hacia diez ciudades. Las ciudades receptoras y las expulsoras son en su mayoría distintas, con excepción de las que se encuentran cerca de la Ciudad de México, como Toluca, Cuernavaca y Puebla, y el resto de las metrópolis mayores, como Guadalajara y Monterrey, todas las cuales intercambian población con la Ciudad de México. En conjunto, estas ciudades cubren todas las regiones de México, y la migración conecta efectivamente a la capital con cada zona del territorio nacional.

La geografía y el desarrollo económico se combinan como factores que diversifican aún más los patrones de urbanización en México. Sobrino provee un análisis de los correlatos socioeconómicos y espaciales de la migración. Los flujos migratorios están influidos tanto por la proximidad como por el dinamismo económico. Los migrantes tienden a mudarse a las regiones cercanas excepto cuando las áreas económicas dinámicas se encuentran a grandes distancias. La migración se diversifica geográficamente cuando se incrementa el número de lugares atractivos para los migrantes, como ocurrió a partir de 1960. El autor sostiene que el desarrollo de las comunicaciones y el incremento de la migración interurbana en las últimas décadas han facilitado que la migración se traslade a mayores distancias que cuando predominaban los flujos de migración rural-urbana. Como consecuencia han ocurrido cambios interesantes en los flujos de migrantes interurbanos. Entre 1965 y 1970 los inmigrantes de Aguascalientes llegaron principalmente de Zacatecas; entre 2000 y 2005 llegaron del Distrito Federal. La mayoría de los inmigrantes de Michoacán llegaron desde Jalisco entre 1965 y 1970, y del Estado de México entre 2000-2005.

Sobrino realiza una distinción interesante entre los correlatos de la migración que generalmente influencian los flujos de migración interestatal y los específicos de algunos estados en particular. Para testear la asociación con la migración en el ámbito estatal utiliza varias medidas: del ingreso per cápita, del tamaño general de la economía del estado, del dinamismo de distintos sectores de la economía del estado, del crecimiento del mercado laboral, y de las características de los mercados laborales estatales. También incluye indicadores de calidad de vida como el índice de marginalidad y la disponibilidad de educación superior. Como puede suponerse, a lo largo del tiempo hay una clara asociación entre el dinamismo económico de un estado en comparación con otros, y su capacidad para atraer migrantes y reducir la emigración. El análisis de Sobrino da cuenta de las salvedades de dicha relación: la asociación entre el PIB y la migración es mayor antes de 1940, se reduce luego, en tanto el sistema urbano mexicano se torna más heterogéneo y ofrece mayores y más variadas oportunidades, y en tanto la migración interurbana se vuelve un componente más importante de la migración interna. El autor observa que el crecimiento industrial y comercial del estado es más significativo para atraer migrantes que el crecimiento del sector servicios. También para el año 2000 los salarios del sector manufacturero se asociaron positivamente con la inmigración. El incremento de la migración se correlaciona con los aspectos económicos pero también con la calidad de vida, y en particular con la calidad de la infraestructura urbana (índice de marginalidad). Hacia la década del 2000 el tamaño de la ciudad y su ubicación geográfica tienen ya escaso impacto en la migración.

Sobrino identifica los factores particulares que afectan la migración interestatal a partir del análisis de las características de quienes migran hacia mercados laborales específicos. Sinaloa atrae a personas cuyos niveles educativos son muy bajos, a quienes contrata principalmente el sector agrícola. Los estados con gran industria maquiladora, como Baja California y Chihuahua, atraen a personas con educación básica. En contraste, el Distrito Federal, Aguascalientes, Querétaro y Nuevo León atraen a trabajadores con mayores niveles educativos. Asimismo varían por estado los ingresos que perciben los migrantes respecto a los que ganan los locales. En los estados contiguos a la frontera norte como Baja California y Chihuahua, al igual que en el Distrito Federal y en Nuevo León, los ingresos que perciben los migrantes están por debajo del promedio de los de la población local, pero en los estados que son expulsores netos de población, como varios del sur y el sureste, perciben mayores ingresos que los trabajadores locales. Si bien en general los migrantes perciben mayores ingresos que los locales, éste no es necesariamente el caso inicial en los estados y las ciudades donde los niveles de ingreso son más altos que el promedio nacional.

Una de las principales virtudes del libro que comentamos es que invita a emprender futuras investigaciones. Sobrino presenta en las conclusiones algunas líneas de investigación, una de las cuales es el fenómeno conocido como “constelación metropolitana”, que parece estar emergiendo alrededor de la Ciudad de México. Si bien su crecimiento metropolitano está decreciendo, su región de influencia, medida por el intercambio de migrantes, ha ido incluyendo paulatinamente a las otras ciudades de la región, como Puebla, Toluca y Cuernavaca. Se requieren futuros estudios para determinar si este intercambio de migrantes está relacionado con la creciente integración económica o no. Como observa Sobrino, la complejidad espacial de la metrópoli emergente genera aspectos políticos de relevancia, dado que en este momento una cantidad considerable de la migración es intrametropolitana. Cabe destacar la advertencia del autor respecto a que las recientes caídas de la migración y de las tasas de crecimiento natural no necesariamente implican una reducción de la presión sobre la infraestructura urbana. Aún se mantiene un crecimiento poblacional considerable y la migración continuará expandiéndolo en forma desigual, en tanto algunas ciudades prosperen y otras decaigan relativamente. Esto también trae implicaciones para el crecimiento regional y la inequidad. En ambos casos se requiere una mayor atención de los investigadores y las autoridades públicas sobre la planificación del sistema urbano a fin de asegurar un patrón más balanceado y equitativo de crecimiento.

Hay algunos aspectos que Sobrino, comprensiblemente, no puede tratar con profundidad. Uno de ellos es la migración selectiva. La literatura sobre migración ha enfatizado que los migrantes suelen ser selectivos al contar con mayor educación y habilidades que los residentes de la población de donde emigran. La selectividad migratoria fue uno de los temas que Balán, Browning y Jelin (1973) destacaron al explicar por qué la movilidad social de los migrantes de Monterrey es comparable con la de los habitantes originales. Los migrantes recientes han continuado siendo selectivos en los años 2000, dado que presentan mayores niveles educativos que los no migrantes. Sería interesante que en futuras investigaciones se observaran las tendencias de selectividad a lo largo del tiempo, con particular atención en la diferencia que se genera a partir del incremento de la migración interurbana. También convendría analizar sistemáticamente cómo se ve afectada la selectividad por el destino de la migración. Uno de los factores determinantes es la diferencia entre los tipos de migración: internacional, interurbana, intrametropolitana, urbana-rural y rural-rural. En los datos de Sobrino hay atisbos sobre este tema, pues observa particularmente el gran número de individuos sin educación que migran a Sinaloa.

La migración internacional, incluyendo la que retorna, constituye otro tema que menciona Sobrino y que es merecedor de estudios futuros. Plantea que es posible que el gran número de mexicanos que emigran hacia Estados Unidos sea un importante factor que determine la caída de la migración interna e influya en la tasa de crecimiento poblacional de México. Mientras sólo una proporción relativamente pequeña de los migrantes internacionales que retornan tiene experiencias de migración interna, los vínculos entre los nuevos patrones de migración interna e internacional merecen especial atención (véase Canales y Montiel, 2007). En la medida en que el traslado y retorno de los migrantes internacionales se ha vuelto involuntario como resultado de las políticas de deportación de Estados Unidos, se puede esperar que no tiendan a regresar a sus lugares de origen sino por cortos periodos. Otra cuestión que ha de investigarse es el rol de las ciudades de la frontera norte como etapa intermedia en el proceso de migración a Estados Unidos, pero es difícil obtener información acerca del universo real de migrantes internacionales que podrían tener experiencia de migración interna, ya que la gran mayoría permanece en Estados Unidos, y se cuenta con muy pocos datos representativos de sus trayectorias migratorias antes de llegar allí.

Podemos asegurar que este libro es un excelente estudio tanto por la calidad de sus análisis como por su utilidad en materia de investigación y aplicación de políticas.

Bibliografía

Balán Jorge, Harley L. Browning y Elizabeth Jelin (1973), Men in a Developing Society; Geographic and Social Mobility in Monterrey, Mexico, Austin, University of Texas Press. [ Links ]

Canales, Alejandro e Israel Montiel (2007), “De la migración interna a la internacional. En búsqueda del eslabón perdido”, Taller Nacional sobre “Migración interna y desarrollo en México: diagnóstico, perspectivas y políticas”, México, 16 de abril. [ Links ]

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