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Estudios demográficos y urbanos

versão On-line ISSN 2448-6515versão impressa ISSN 0186-7210

Estud. demogr. urbanos vol.24 no.1 Ciudad de México Jan./Abr. 2009

 

Reseñas y comentarios bibliográficos

Rosas, Carolina, Varones al son de la migración: Migración internacional y masculinidades de Veracruz a Chicago, México, CEDUA, El Colegio de México, 2008, 307 p.

Patricia Eugenia Zamudio Grave* 

Juan Guillermo Figueroa** 

*CIESAS-Golfo. Correo electrónico: patzam28@yahoo.com.

**Profesor investigador del Centro de Estudios Demográficos, Urbanos y Ambientales de El Colegio de México. Correo electrónico: jfigue@colmex.mx.

Rosas, Carolina. Varones al son de la migración: Migración internacional y masculinidades de Veracruz a Chicago. México: CEDUA, El Colegio de México, 2008. 307p.


La presentación del libro Varones al son de la migración: Migración internacional y masculinidades de Veracruz a Chicago se efectuó el 17 de febrero de 2009 en la Sala de Videoconferencias de El Colegio de México. Los comentarios estuvieron a cargo de Patricia Eugenia Zamudio Grave y Juan Guillermo Figueroa Perea. A continuación se presentan las palabras de cada participante en su intervención.

Palabras de Patricia Eugenia Zamudio Grave

Tres mandatos de la masculinidad: ser proveedor, controlar a la mujer, ser valiente. Tres espacios en los cuales se ha de demostrar que se pertenece al grupo de los hombres, al de los cardaleños, al de los humanos. Y tres espacios en los cuales se debe demostrar también el amor que se tiene por los que están lejos: esposa, hijos, padres, paisanos.

En su investigación, a Carolina Rosas le interesaba

indagar de qué manera las construcciones de la masculinidad -que en términos de Bourdieu (2000) gobiernan, dirigen y conducen a los hombres en sociedad- pueden verse reafirmadas o cuestionadas por el proceso migratorio: de qué manera los hombres hacen frente a tales disposiciones, en qué grado las acatan, cómo las desafían o intercambian unas por otras, y cuáles son las consecuencias, dependiendo de cómo actúen frente a ellas. También cobra relevancia apuntar a los sentimientos que se crean y recrean a partir de diferentes situaciones. El abordaje del sentimiento de dolor es clave en esta investigación porque permite exponer las contradicciones y sufrimientos de los varones migrantes, al mismo tiempo que el gozo del beneficio de ser hombre [p. 28].

En Varones al son de la migración la autora presenta un análisis esmerado y muy respetuoso. Ilustra cada elemento de su argumentación con las palabras y el sentir de los cardaleños. Les da voz, y luego, con mucha “curia” (como dicen en Veracruz), desmenuza su contenido y lo engarza bellamente con lo que sigue. Nos cuenta una historia de migración internacional en un contexto de crisis agraria del campo veracruzano, y nos muestra la forma en que los varones cardaleños la interpretan y actúan… bailan al son que la migración les toca:

El propósito [de este estudio] es analizar si los significados y prácticas sociales asociados con ciertos mandatos de las masculinidades se ven afectados por la aparición del fenómeno migratorio. Procuro ahondar en las relaciones complejas que se tejen entre la migración internacional y las construcciones de la masculinidad, partiendo del supuesto de que -en la medida en que el proceso migratorio altera la vida cotidiana- existe la posibilidad de que se reconfiguren las interpretaciones y prácticas asociadas a las construcciones de la masculinidad de al menos quienes participan en dicho proceso como migrantes. Los efectos de la migración sobre la masculinidad se rastrean en tres mandatos masculinos: el rol de proveedor, el control sobre la mujer y la valentía [pp. 15-16].

Leemos “masculinidades”. ¿Qué significa esto? Que no hay una sola manera de ser hombre legitimada socialmente; que no hay sólo un conjunto de expectativas al cual responder para ser considerado eso: hombre. O, como diría Bourdieu que no hay una sola manera de ser “prisioneros” de las representaciones de género: los condicionamientos son variados y sus consecuencias también. El “deber ser” de la masculinidad se presenta de formas diversas, según la clase social, la edad, el contexto, el estado civil o familiar, el lugar en el ciclo de vida.

¿Qué significa ser proveedor? Pedro lo aclara:

Ellas, pienso que son como los pajaritos que están en el nido, ¿verdad? Esperando que les lleven de comer. Porque ellas nada más están esperando la comida para cocinarla y nosotros tenemos que buscarla todavía […] Un hombre debe de aceptar sus responsabilidades, lo que son los hijos, la esposa y cumplir con el deber, pues: todo lo que es de la casa. Cumplir con la obligación de esposa, de hijos, de comida, de todo lo que haga falta en la casa, pienso yo que es el deber de hombre [p. 87].

La situación era la que me obligaba más bien a irme para el otro lado. Sí, porque me gusta trabajar, soy trabajador. Pero hago lo máximo aquí, pero no. Si uno hace lo máximo de esfuerzo y no se puede más, debe uno de buscar por donde se pueda hacer más esfuerzo y hacer más [p. 107].

Porque no se es proveedor de cualquier manera. Y no se es trabajador de cualquier manera. La autora se refiere a la importancia del trabajo en la autoestima del hombre. Y el trabajo también se relaciona con la dignidad de éste y de la mujer. Y un trabajo duro, como el agrícola, que se paga con salarios de hambre, es indigno. Estados Unidos “amplía el horizonte” de posibilidades al incorporar la migración en el habitus de los cardaleños, presentándoles la alternativa de demandar cierta dignidad, al ver compensados sus esfuerzos laborales con salarios mejores, permitiéndoles acelerar el ritmo de sus logros económicos, ofreciendo a sus familias mayor certidumbre en el presente, pero, sobre todo, en el futuro. Porque la migración no responde sólo a las demandas de ahora. Más bien constituye una “estrategia de construcción de futuros”. Berta dice,

Pero así como se van unos que de veras tienen necesidad, se van muchos porque quieren seguir ingresando. Tienen de qué vivir, pero ellos quieren seguir aumentando su capital. Porque así ha habido muchos; muchos que tienen; uno que tiene una camioneta, casa de dos pisos y, sin embargo, se fue con su hijo porque quería [p. 108].

Y Sebastián: “Yo acá [en El Cardal] tenía trabajo, pero nomás para irla pasando más o menos. O sea, sí hubiera yo construido, pero poco a poco. Y así, se va uno poquito de tiempo, deja uno la familia, pero es más rápido. Haces más rápido lo que quieres hacer” (p. 113).

La mayoría de quienes migran tienen lo suficiente para comer cada día. La incertidumbre está en lo que comerán mañana o pasado mañana, o el año próximo; no quieren lo mismo para sus hijos. La sociedad ha sido muy clara en su desdén hacia los pobres, particularmente hacia los campesinos pobres: los padres quieren que sus hijos estudien y puedan acceder a trabajos menos extenuantes y mejor pagados. Dice Norberto: “Por la familia, por los hijos. Uno no se va por uno, se va porque tiene una responsabilidad. Porque aquí no hace uno nada” (p. 99).

Y claro, gozar de la admiración de los paisanos, como dice Carolina:

En Estados Unidos todos saben lo que se dice de ellos, y eso los reconforta; pero es más reconfortante cuando lo pueden observar personalmente. Los retornados coinciden en que se les da más importancia y se les trata con mayor respeto en su propio rancho. Pero no sólo los tratan en forma diferente, sino que ellos actúan en correspondencia; se distinguen al cambiar su forma de hablar, por ejemplo, o haciendo favores que muy posiblemente no podrían haber realizado antes de irse [p. 115].

Los migrantes lucen lo que la migración ha hecho de ellos o, más bien, lo que ellos han hecho de la migración: una oportunidad de pertenecer, casi sin cuestionamiento, a su comunidad. Y digo casi porque la migración internacional en El Cardal apenas comenzaba cuando la investigación se llevó a cabo. Todavía no se planteaban “dilemas del retorno” o “dobles ciudadanías” o “participación transnacional”. Y digo casi sin cuestionamiento porque la provisión es un mandato que no tiene significado sólo por sí mismo. Está estrechamente interrelacionado con el control sobre la mujer y con la valentía.

Aun siendo el mejor proveedor, respondiendo de manera incuestionable a la expectativa de dar sustento a su familia, el juicio que los demás hagan sobre el varón dependerá también de que su mujer acate sus instrucciones, de que se porte bien y, además y sobre todo, de que parezca que se porta bien. En palabras de la autora: “la migración debilita el mandato del control sobre la mujer; es decir, debilita tanto la capacidad de imponer los deseos masculinos sobre los femeninos, como las estrategias de vigilancia desplegadas para comprobar las acciones de las mujeres” (p. 143).

La migración internacional significa distancia, ausencia prolongada, y crea el espacio para que las mujeres respiren de otra forma, quizá más libre, pero también más ambigua. Porque ellas reciben las remesas y deben encargarse de “administrarlas”. Ellas tienen libertad para realizar los gastos de manutención de los hijos, sin embargo muchas veces “las decisiones inusuales” del uso de las remesas, relacionadas con la construcción de la casa, la compra de la finca o los ahorros, le corresponden al hombre. A pesar de ello hay mujeres que se “desmandan”, contraviniendo las instrucciones del esposo y utilizando los recursos como consideran mejor. Como Lina, que vendía dulces en la escuela, o Clara, que vendía ropa (p. 155).

Hay ambigüedad, o más bien incertidumbre en torno a la fidelidad. Ambos desean que el otro se mantenga fiel, aunque se representan de manera diferente la posibilidad de una infidelidad y, por supuesto, despliegan sus recursos de control en formas también distintas. Ellos consideran que el engaño de la mujer es imperdonable y legitimaría acciones drásticas de su parte, como agredirla físicamente y también al “acomedido” o privarla de los hijos. La comunidad entera parece compartir este sentir y permanece vigilante de la actuación de ellas. Los parientes de ambos están dispuestos a asumir el rol de “cuidadores” para evitar tentaciones. Ellas, por su parte, pese a que condenan afectivamente el engaño del compañero, comparten la creencia de que “ellos son hombres y tienen sus necesidades”. Sin embargo también idean estrategias de “control”, fomentando la competencia económica entre los varones, para que “se mantengan ocupados y eviten tener malos pensamientos”. O, como lo dice Carlos, “Es que si ellos trabajan duro, no van a tener tiempo para otras cositas. Entonces, a las mujeres se les hace fácil decirles que no les alcanza. Ésa es mi opinión” (p. 191). Y Mario, “Ésa de la competencia es allá entre las mujeres, que se dicen. O que te hablan y te dicen: que no has mandado y a aquélla le mandan cada ocho días. Ella misma también a veces te presiona. Mas también no sabe que aquí las rentas son caras, uno tiene que ver. Hay veces sí se puede mandar, veces no” (p. 183).

La migración internacional exige a los cardaleños desplegar su valentía, tanto para cruzar sin documentos como para aguantar las condiciones de vida que encuentran en el lugar de destino. Y no se trata sólo de demostrar, sino de mantener la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. Ser valiente significa también actuar con prudencia. Por ejemplo, se evita publicitar la decisión de migrar, hasta que los preparativos se llevan a cabo. Mario dice que

Hay personas que no tienen la decisión de decir me voy a ir y me voy a ir. Hay gentes que te dicen: me voy a ir. Pero nomás te lo dicen así. Pero ya lo analizan a fondo y no tienen decisión y no se quieren ir. No es gente decidida […] Cuando uno dice algo que ya tiene planeado, es porque lo va a hacer. O tenerlo en mente de que ya nomás tal día, tal día, tal día [p. 206].

La expresión de dolor o de sentimientos profundos de tristeza o miedo, incluso por medio del llanto, no invalida la condición de valiente. Despedirse de la mujer y de los hijos, sabiendo que no se les verá por mucho tiempo -y que incluso existe la posibilidad de no volverse a ver, si algo sale mal en el movimiento- es una experiencia muy fuerte, que legitima el llanto; claro, pero no frente a ellos, sino durante el viaje, lejos de sus miradas. Mario lo vivió así: “Fue rápida, sí, mi salida fue rápida. Sí, porque todavía me tomé una foto con mi esposa, y me despedí. Le dije, ¿sabes qué?, yo aquí me despido de ti. Me dejas en la esquina. No me acompañes [se le quiebra la voz y solloza]. Ya me despedí de ella. Nombre sea de Dios me voy y algún día volveré. Y ya me salí” (p. 215).

Y Beto cuenta que

Ya salimos de Xalapa y ahí nos juntamos todos y ya se ambienta uno. No se ambienta uno, sino que te consuela porque ves que todos venimos igual […] Cuando pasamos por Banderilla dije: ya voy dejando mi pueblo atrás. Fue cuando ya no me pude aguantar. Traía una gorra ahí afuera, la bajé y me puse a llorar. Sí, era llorar ya solo en el carro que nos traía a México. Ya dije: allá se quedan aquéllos [p. 218].

El cruce por el desierto crea también una situación de excepcionalidad durante la cual la autonomía, tan apreciada para validar la hombría, se pone en suspenso y se le otorga al pollero el poder de decisión, con la firme creencia de que es la única manera de llegar a su destino sano y salvo. Llegar al destino, obtener un trabajo y, también, experimentar el dolor de la ausencia de los seres queridos, son ocasiones para demostrar valentía, “aguantando vara” con la soledad y el temor a ser detenido y cumplir el mandato de proveedor, trabajando duro y enviando dinero a la familia con regularidad, para lograr la meta de ampliar la casa o comprar una finca.

Cuando leía el texto tuve la sensación de estar atestiguando una lucha sin cuartel en la que no hay un momento de descanso: la competencia es inescapable y los hombres parecen aceptarla como legítima, como absolutamente inevitable. Los cardaleños parecían prisioneros de sí mismos y de los demás. Los hombres y las mujeres en constante crítica y autocrítica; el ejercicio de control, local y a distancia entre unos y otros; la constante comparación; la rendición absoluta al qué dirán y, peor quizá, al qué diré de mí mismo. Parecía como si ambos estuvieran pagando una deuda ancestral, renovada constantemente, incrementada sin piedad por la reorganización de los patrones de consumo, con la incorporación de nuevos bienes que, de la noche a la mañana, devienen “de primera necesidad”: tenis de marca, segundos pisos, camionetas, más ropa, más comida, agua de garrafón. Una deuda social que se reafirma en cada acto de control o en cada acto de valentía… para demostrar que se es hombre.

Así sentía al leer el texto. Y me resistía a quedarme con ese sabor amargo en la boca. Y me resistía a presentar esa imagen. Y claro, entendía que la investigación trataba justamente de explorar la forma en que se lleva a cabo esta lucha en El Cardal y cómo está participando la migración internacional en su reconfiguración.

Y entonces, releyendo varios pasajes, encuentro la palabra clave para salir de esa telaraña de prisiones y luchas: transgresión. Dice la autora:

[Se] expusieron las divergencias y ámbitos de conflicto, con lo cual se pretendió poner de relieve las posibilidades de la acción social para flexibilizar los mencionados condicionantes de género. El fenómeno migratorio posibilita un proceso de relativas transformaciones en algunas ideas y prácticas masculinas, las cuales, más allá de su temporalidad y alcance, han mostrado notables efectos en la vida de los actores.

Claro está que los extremos de un continuo que va de la determinación a la ruptura se tomaron como tipos ideales que, por eso mismo, no han encontrado evidencia en el estudio. Los actores o grupos de ellos pueden acercarse más o menos a dichos extremos, pero han prevalecido matices.

En términos generales es complejo dar cuenta de la tensión entre la adquisición de los nuevos elementos que ha incorporado la migración y los límites a la transgresión que imponen las construcciones de género y, más específicamente, la masculinidad [p. 258].

Detrás de la competencia entre los hombres para desempeñar cada mandato hay un elemento de cuidado, amoroso. Por ejemplo, “las estrategias de control -dice Carolina- frecuentemente se vinculan con las de cuidado. Detrás de estas estrategias no sólo se encuentra el interés de salvaguardar la autoridad y la virilidad masculinas, sino intereses amorosos de protección hacia quien se percibe vulnerable” -los ya mencionados pajarillos hambrientos: esposa, hijos-. Detrás del control sobre la mujer está la convicción de salvaguardar el vínculo conyugal, de proteger el compromiso, de convencer al propio corazón, lejano y solitario, de que “vale la pena”. Como dice Beto:

El trabajo te hace quitar todo el tiempo de malos pensamientos. Y de pensar allá y también no cavilar acá […] [Si me engaña] ¿para qué sirvió todo el sacrificio? Vea, yo voy a regresar para atrás bien decepcionado. ¿Se imagina? ¿Para qué? Entonces sí, ya haría mi vida, venirme o no sé. ¿Quién sabe? No quiero pensar esa cosa [p. 163].

Detrás del mandato de la provisión también está el amor: se trata de construir una mejor vida para la familia, y cada vez que se envía una remesa, se está reafirmando la preocupación por los seres queridos, el compromiso por asegurarse de que su futuro sea mejor.

Carolina presenta un ejemplo de transgresión en el análisis de la valentía, con el contraste entre los migrantes y “los arrepentidos”, como ella los llama. Mientras los primeros se enorgullecían de su éxito frente a los peligros del cruce sin documentos, los segundos justificaban su arrepentimiento apelando a otros mandatos, principalmente el de la responsabilidad de la provisión. Así lo expresa Norberto:

Me decían mis amigos así en la calle […] que te rajaste […] Sinceramente sí, es cierto, es cierto. Si a mí me van a decir que yo tuve miedo o que me rajé, pues es cierto, exactamente. Me rajé. Pero yo creo que me rajé a tiempo. Pero eso no me resta posibilidades de hombre o sea de hombría […] Sino que simplemente tuve un poquito de más conciencia de pensar las cosas de otra manera […] Uno debe de salir y tratar siempre de tener un poquito de, ¿cómo le diré?, de cuidarse, ¿no?, de cuidarse un poquito. Si pasan los carros por aquí cerquitita, pues alejarse un poquito, ¿no? Si está un toro por allá bravo, tampoco le vamos a pasar por enfrente, ¿verdad? Y tener siempre un poco de miedo, porque siempre el miedo ha salvado vidas [p. 243].

¡Vaya una transgresión al mandato de la valentía!: “siempre el miedo ha salvado vidas”. Como bien dice la autora,

El argumento de “hombre proveedor responsable” puede no sólo haber sido un mecanismo de protección y defensa, sino también una elección que desafió algunos mandatos de la masculinidad. Aun sabedores de las críticas que aparecerían, los tres hombres [Norberto, Ricardo y Manolo] se autorizaron a quedarse y exhibieron argumentos y sentimientos que rara vez manifiestan los varones [p. 244].

Norberto, Ricardo y Manolo se atrevieron a transgredir.

Los prisioneros de la masculinidad, los condicionados por el género, no lo son, no lo están completamente. Y la migración internacional parece también proveer de oportunidades para confirmarlo. Los periodos de crisis, de cambio, evidencian los entramados en los que se teje la acción social; también brindan oportunidades a los actores para que orienten el rumbo. Los cardaleños, migrantes o no migrantes, mujeres u hombres, solteros o unidos, los de arriba o los de abajo, viejos o jóvenes, pueden decidir “actuar el papel que el libreto” de el género les exige, de formas distintas, con la intención de “burlar el mandato” o de construir uno nuevo, de incorporar en su universo de posibilidades, en su habitus, formas diferentes, menos aprisionantes de ser hombre o mujer. Y, ¿por qué no?, contribuir a imponer masculinidades y feminidades hegemónicas que, en vez de dar un papel preponderante a la competencia se lo den a la solidaridad; en vez de basar la propia certeza en el control del otro o de la otra, se haga en una libertad concertada; y que, en vez de proveer siguiendo los mandatos del mercado y acumulando y desechando sin límite, se reivindique la nobleza del trabajo agrícola, la dignidad de un ingreso suficiente y el derecho a no migrar.

Varones al son de la migración demuestra que, más allá de la urgencia de los hombres por demostrar que lo son, su experiencia con la migración, directa o no, está abriendo posibilidades antes impensables. Serán ellos, en el infinito ir y venir entre lo deseable y lo posible, quienes decidan bailar al son que les toquen o tomar la batuta y dirigir el baile.

Palabras de Juan Guillermo Figueroa Perea

Apuntes sobre varones y migración

El contexto del libro y su aproximación

Es muy interesante leer este texto por múltiples razones. Además del tema y de la forma en que se aborda, vale la pena destacar algunas características de su autora. Carolina es una lectora externa y también interna del binomio migración y masculinidad en México. Digo externa porque es una mujer viendo a los hombres. No quisiera caer en ningún tipo de esencialismo, pero es profundamente interesante intentar ver una población de la que, desde ciertos parámetros, no se es parte. Al mismo tiempo, Carolina no es mexicana, pero cuando se lee su texto lo “disimula muy bien”: traduce diferentes referentes simbólicos y discursos lingüísticos que utilizan los hombres aquí en México. Es sorprendente que alguien que pasó su infancia y su adolescencia en un entorno que no es el mexicano, tenga la habilidad de traducir y retraducir lo que los cardaleños y cardaleñas le platicaron, tanto en Veracruz, como cuando ella los visitó en Chicago; es decir, realiza una lectura externa con mucho rigor y además muy sensible desde la distancia.

Carolina es también una lectora interna precisamente porque es una mujer sensible y observadora que logró una profunda empatía con las personas con las que platicó. No era la inquisidora que llegó a triturar a los entrevistados para que le soltaran lo que quería investigar, sino que por los tiempos que ocupó en su trabajo de campo, fue capaz de ir hilando con cuidado y paciencia para cultivar la conversación con ellos y ellas. Por eso cuando se lee su trabajo, se nos aparece como una auténtica cardaleña, ya que está tan identificada con el contexto que es difícil pensar que no es parte del mismo. Después del tiempo que pasó allá y del tipo de interacciones que tuvo con las personas, creo que ciertamente construyó su segunda o tercera patria, y no sé cuál sea el orden.

Quiero destacar también que el título del libro de Carolina es muy atinado, en especial la palabra “varones”. Es muy larga la discusión que se ha generado en ámbitos académicos y de activismo político sobre si es pertinente hablar de varones. Hay quienes prefieren referirse a población masculina, otros a hombres, a pesar de sus ambigüedades. No obstante, algunos le apostamos a hablar de varones simplemente porque hombres puede ser interpretado como sinónimo de humanidad, pero en muchos contextos también se usa indistintamente como sinónimo de población masculina. Al final, pareciera que es a discreción de quien habla cómo se interpreta. Pero desde el título de su libro, Carolina define a su población de una manera bien acotada.

El principal logro y aporte de la investigación de Carolina es que matiza múltiples afirmaciones. No hace las grandes interpretaciones ni generalizaciones, pero es capaz de concluir el libro diciendo “puedo generalizar porque logro profundizar”. Es decir, no generaliza por el tipo de muestra que utilizó para su estudio, sino por la capacidad de dialogar con las y los entrevistados, así como por el cuidado para repensar con ellos muchas de sus experiencias. Eso lo hace incluso en el momento de seleccionar los tres atributos con los que se acerca al estudio de la masculinidad.

Quienes trabajamos sobre el tema podemos listar una buena cantidad de atributos que se supone que los hombres tienen cuando cumplen ciertos parámetros de masculinidad. Carolina hace una amplia revisión bibliográfica para constatar lo que dicen quienes han investigado sobre el tema, en una nueva población mediante un trabajo de tipo inductivo. Es decir, pone a prueba si ésos son los atributos de la masculinidad y analiza cuál es la masculinidad hegemónica en la percepción de las personas con las que platica; para ello conversa con hombres y mujeres. Me parece que el resultado genera sentido.

La tarea que Carolina desarrolla en esta investigación es complicada, ya que busca hablar con los varones de lo que les significa para ellos “ser hombre”, y también hablar con las mujeres de lo que ellas perciben como el ser hombre. Se me hace relativamente más fácil explorarlo desde el ser mujer, ya que se toma distancia de lo que no se es, pero cuando los varones han sido el parámetro de referencia en una sociedad patriarcal, me parece más complicado verse a sí mismo. ¿Qué significa ser hombre desde su ser hombre?

Hace tiempo una querida investigadora de El Colegio de México me invitó a participar en una conferencia sobre transición demográfica. Me dijo: “Quiero que hables sobre la autonomía de la madre y la salud de los hijos”. Como yo investigaba sobre el tema, me pareció interesante, pero ella me enfatizó “pero quiero que hables como hombre”. Antes de mal interpretarla me aclaró “no me estoy refiriendo al tono de la voz, sino que no quiero que repitas lo que el feminismo dice sobre el tema de la autonomía de la madre y la salud de los hijos; quiero que desde tu ser hombre reflexiones sobre el tema”. En ese momento yo no investigaba masculinidad y no me imaginaba ni entendía lo que podría significar hablar “desde mi ser hombre”.

Ahora tengo la impresión de que una de las habilidades de Carolina es que por el tipo de guía de entrevista que diseñó y la sensibilidad que tiene al entrevistar y dialogar, logró acompañar a los varones cuando “hablan de sí mismos desde su ser hombre”, y no se me hace un logro insignificante como para dejar de enfatizarlo.

Otro elemento muy interesante del trabajo de Carolina es que permite visitar con doble mirada el título y el sentido de los resultados de su estudio, al hablar de masculinidad, de varones y de migración. Podríamos preguntarnos ¿hacia dónde va el vínculo?, o bien ¿cómo se da la interacción entre masculinidad y migración? ¿Cómo cambian -dice Carolina en varios momentos- ciertos elementos de la masculinidad por el hecho de que los hombres migren? Tengo la impresión que hay también la posibilidad de leer cómo migran estos personajes precisamente porque son hombres. Carolina no se encierra en una sola lectura, sino que muestra información que permite que a ratos podamos leerlo de la masculinidad a la migración, y en otros de la migración a la masculinidad. Curiosamente eso hace divertido regresar al texto; no es tedioso en lo absoluto sino que ofrece diferentes horizontes. No en balde la autora es paisana de Julio Cortázar, el autor de Rayuela. El tipo de resultados y la forma de presentarlos permite acompañarla, o invita a que cada quien construya su ruta para leer, y a lo mejor en la siguiente ocasión se revisa de otra manera.

Otro elemento importante del trabajo de Carolina son los cuidados éticos que tiene al investigar, algo que es poco discutido en áreas como la demografía o las ciencias sociales, a diferencia de lo que sucede en las ciencias biomédicas y clínicas. Carolina cuida la forma de nombrar a los entrevistados y entrevistadas con el fin de proteger la confidencialidad. También cuida los nombres de las comunidades a las que ellos y ellas se refieren, con el fin de evitar cualquier consecuencia negativa derivada de haber brindado información. Ahora bien, no únicamente se queda en una lógica de lo que podría llamarse “confidencialidad pasiva”, que guarda el secreto de quién le proporcionó la información, sino que avanza en algo que le denominaría “confidencialidad activa”: le devuelve a la población mucho de lo que obtuvo mediante las entrevistas con estas personas, como se hace desde el papel del confidente.

Una buena entrevista es una forma de devolver información. Paulo Freire diría que “le permite al entrevistado o entrevistada tomar distancia de su cotidianidad”. Por ende es una genialidad cuando uno se encuentra con un buen entrevistador o entrevistadora, y eso lo logra Carolina con su trabajo. Adicionalmente, elaboró una monografía de la que no da cuenta en el libro, pero que tenía como propósito aportar a los cardaleños algo que les pudiera ser de utilidad. Así como ella obtuvo un título de doctorado, un premio de demografía y otras habilidades académicas, Carolina no únicamente se recrea en su beneficio, sino que dedica tiempo a identificar algunas necesidades de las personas con las que trabaja para hacerles una retribución, con el fin de que el intercambio sea más equitativo.

El contenido del libro en sus capítulos

El primer capítulo del libro aborda los supuestos teóricos y enfatiza la perspectiva de género, algo que vale la pena subrayar porque a menudo, a quienes trabajamos sobre varones se nos cuestiona si lo que hacemos es realmente parte de los estudios de género. Carolina deja claro que no es por “moda” que quiere hablar de género sino que le interesa evidenciar las relaciones de poder en los intercambios que está estudiando. Hace explícitas las dimensiones de poder ejercidas por los varones, a la par que evidencia que ellos también están condicionados por el género, y también son prisioneros, de alguna manera, de los aprendizajes de género. No obstante, subraya que eso no quiere decir que esté equiparando los malestares y las posibles discriminaciones que los hombres viven a lo que sufren las mujeres, y menos aún en una sociedad patriarcal. Es decir, no compara las desventajas de género, sino las muestra y nombra, sin ignorar los beneficios que los varones tienen en una sociedad patriarcal. Una de estas ventajas es el ser proveedor, pues si bien puede ser una carga, en el fondo esa responsabilidad asignada también genera beneficios.

Al mismo tiempo, dice Carolina, eso no quiere decir que los varones no puedan transgredir ese aprendizaje ni esa asignación social. Es decir, no es que sean consecuencia inevitable de los condicionamientos de género, sino que tienen la posibilidad de dialogar con los mismos. Si no los cuestionan, si no los modifican y si no los transgreden, de alguna manera también tienen que asumir responsabilidades. La propuesta analítica de Carolina no victimiza ahora a la población masculina, sino que hace evidente que tiene que asumir responsabilidades. Jean Paul Sartre decía que ninguna persona es responsable de lo que los procesos de socialización hicieron con él o con ella, pero sí de lo que él o ella hace con lo que el proceso de socialización hizo con dicha persona. Es decir, tenemos capacidad de tomar conciencia y asumir un tipo de postura existencial y política sobre aquello que estamos reproduciendo.

La autora incluye un segundo capítulo donde describe el contexto de El Cardal. Analiza diferentes indicadores demográficos, cuestiones de empleo, características del lugar, e incluso observa una migración emergente. Da cuenta de una manera muy interesante del hábitat de su población y nos ubica en el terreno, con el fin de que quienes estudiamos ya sea masculinidad, migración o algunas otras temáticas, podamos seguir construyendo conocimientos desde el momento y el lugar en donde ella está situándose. Carolina hace evidente en sus datos la sobremortalidad masculina que aparece en múltiples estudios de diferentes partes del mundo. Lo que a veces falta es problematizar qué es lo que nos explica dicha sobremortalidad.

Los tres atributos que concentran la parte medular del estudio de Carolina son: ser proveedor, controlar a las mujeres y ser valiente (los aborda en los capítulos tres, cuatro y cinco). Quisiera enfatizar el de la valentía, ya que mucha gente considera que la sobremortalidad masculina no se puede explicar únicamente por las diferencias fisiológicas, sino que tiene mucho que ver con la forma en la que aprendemos a ser varones y mujeres como sujetos genéricos. Parte de esa temeridad, de esa valentía y de esa búsqueda constante de riesgos ayuda a dar cuenta de la sobremortalidad masculina. Eso lo confirma el trabajo de Carolina, como se puede ver en los capítulos siguientes.

Sobre los motivos para migrar, en el capítulo tres la autora enfatiza el rol de proveedor. Uno de sus entrevistados afirma: “Uno no migra por uno mismo, sino por los otros”. Desde cierta lectura yo no estoy tan seguro, ya que algunos migran por la imagen que necesitan dar a los otros. Creo que “los otros” les sirven como un argumento importante, pues ese proveer acaba siendo un elemento básico en la descripción de la masculinidad hegemónica de los hombres entrevistados. Hablan de competir sin descanso, de proveer compitiendo, e incluso de que es más fácil migrar que justificar el porqué no migrar. El argumento de la posibilidad de migrar o no, pasa por el ser proveedor y por la imagen que se le da a los otros. Incluso los hombres reconocen que “no pueden descansar porque tienen que seguir proveyendo”.

Quienes hacemos encuestas demográficas solemos preguntar a hombres y a mujeres cuál es la edad o el momento más adecuado para que una mujer deje de trabajar. Es obvio que estamos dirigiendo la pregunta pues asumimos que existe un momento adecuado, aunque la persona pueda contestar “en ningún momento”. Es raro que alguien conteste que “la mujer nunca debe dejar de trabajar”. Siempre dicen “cuando tenga a alguien que la mantenga”, “cuando se case”, o bien “cuando tenga hijos”; es decir, hay razones concretas asociadas a sus responsabilidades ancestralmente construidas. Pero es muy interesante que cuando se les pregunta a hombres y mujeres cuándo debe dejar de trabajar un varón, unas respuestas recurrentes son “nunca”, “cuando se quede inválido, discapacitado”, o “cuando se jubile”. No es nada extraña la respuesta “nunca”.

Eso me remite a una investigación sobre paternidad realizada por Laura Torres, una investigadora de la UNAM, quien les preguntó a hombres adultos cómo habían vivido como hijos la relación con su padre. Encontró casos dramáticos de hombres que decían “mi padre era mujeriego, alcohólico, violento, distante, nunca me dijo que me quería, muchas veces me maltrató e incluso casi no lo veía”; también hubo entrevistados que lloraron, como doliéndoles el recuerdo. Luego la entrevistadora les pedía que describieran a su padre en una frase. No era extraño que dijeran: “Era buen padre”. Ella les volvía a preguntar “pero ¿cómo con todos los atributos y características que acabas de nombrar lo describes como buen padre?”. La respuesta a esta segunda pregunta era “es que a pesar de todo, nunca nos faltó nada”. Es decir, en muchos contextos el rol de proveedor era tan relevante -y creo que puede seguirlo siendo- que a pesar de lo mujeriego, alcohólico, distante, poco afectivo, etc., era valorado como buen padre porque proveía.

En el capítulo cuatro la autora aborda el atributo masculino del control de la mujer. Quisiera destacar la cuestión de la fidelidad. El hombre migra a Estados Unidos y no quiere que la mujer también migre porque allá no puede tratarla como la trata aquí. Hay más ojos observando y eso es un factor muy importante que lo limita. Pero si ella no migra, ¿cómo vigila su fidelidad? Aparece una frase de los entrevistados que requiere profundizarse y discutirse: “No únicamente quiero que sea fiel, sino que parezca fiel porque si no, ¿qué pasa con mi reputación?”.

Vale la pena introducir otra analogía con una población cercana. Un querido compañero egresado del CIESAS hizo un estudio sobre negociaciones de género en el que todos sus entrevistados eran investigadores sociales. Les preguntó a los varones cómo eran sus intercambios de género en lo doméstico; para ello escogió sólo a hombres que, además de ser investigadores, tuvieran pareja; no le interesaban los solteros, divorciados, viudos o separados. Además, buscó que la pareja del investigador trabajara extradomésticamente y no entrevistó a quien solamente trabajara en casa. Este compañero pretendía analizar cómo se construían los acuerdos de género en el caso de dos personas que salen a trabajar, y un tema que investigó fue la fidelidad.

Varios de los entrevistados reconocieron que la infidelidad era una práctica frecuente “pues por naturaleza los varones necesitan más de las diferentes relaciones sexuales”, y algunos de ellos llegaban a reconocer que era algo cuestionable, pero que al final de cuentas “eran hombres”. No obstante, afirmaban que era preferible no decírselo a su pareja “porque las mujeres perdonan, pero nunca olvidan”. Cuando el investigador les preguntaba sobre la infidelidad femenina, ellos decían: “yo que me entero y se acaba la relación”. Es decir, al parecer ellos ni perdonan ni olvidan. Por ende, es muy interesante el capítulo del control de la pareja o del control de las otras personas en ese ámbito de la fidelidad, ya que los migrantes reconocen que no únicamente importa la fidelidad concreta, sino que además la persona parezca fiel.

En el capítulo cinco Carolina aborda el atributo masculino de la valentía. Son muy interesantes sus reflexiones, sobre todo por el caso de los que denomina “arrepentidos”, los hombres que decidieron no migrar y que además reconocen haberse arrepentido. La frase “El miedo protege muchas vidas o evita muchas muertes” me parece interesante para reinterpretar la sobremortalidad masculina. La temeridad emerge de varias formas, sobre todo cuando algunos de los entrevistados por Carolina, jóvenes que van con los migrantes experimentados a pasar la frontera, reconocen que son bastante arriesgados al cruzarla. Algunos de ellos manifiestan una necesidad de retar a la migra, incluso con el riesgo de perder el dinero que pagaron para ser ayudados a cruzar la frontera. No obstante, más que verlo como una pérdida, ellos lo experimentan como la posibilidad de hacerse de una historia que puedan contar. Eso es profundamente importante en muchos actos de migración. Otros reconocen que “hicieron como que migraron”, ya que antes de arrepentirse y de reconocerlo públicamente, se van de la comunidad hasta Tijuana, rentan un cuarto en un hotel donde se quedan unos días y luego regresan a contar una historia. Es decir, parece que migraron y no pudieron pasar, pero pocos supieron que no pasaron porque ni siquiera lo intentaron.

Esta necesidad de “contar historias de valentía” me permite retomar una noticia periodística compartida alguna vez con Carolina. El escenario me pareció fascinante, aunque a la vez algo muy serio. La noticia tiene fecha del 27 de septiembre de 2007 y tiene como título “Mexicanos roban una patrulla en California para huir”. Refiere que unos jóvenes migrantes fueron detenidos por unos patrulleros para ver si tenían droga o alguna cosa sospechosa. Mientras inspeccionaron su auto, los esposaron y los metieron a la patrulla pero los conductores dejaron puestas las llaves de la patrulla y los paisanos se la robaron, regresaron a México y la dejaron abandonada en un terreno baldío. Curiosa debe ser la experiencia al imaginarnos las historias que estos compañeros pueden haber platicado, precisamente en términos de valentía y temeridad, en especial en este caso en que salvaron la libertad y la propia vida.

El libro en su capítulo de conclusiones

Otro mérito del trabajo de Carolina es que, además de sus matices, de la pertinencia del tema y de la calidad de su investigación, concluye con preguntas. Lo mejor que se puede hacer cuando se construye el conocimiento es no creer que ya se cerró un ciclo y todo está acotado, sino que se proceda a preguntar más desde lo aprendido y desde las dudas acumuladas. Carolina se pregunta, por ejemplo, si esos varones arrepentidos antes de migrar serán una muestra de otra masculinidad o simplemente se trata de una de las tantas ambivalencias de la existente. Creo que ese tipo de preguntas y otras más alimentan futuras investigaciones que necesitamos seguir haciendo sobre la relación entre masculinidad y migración en contextos heterogéneos.

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