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Estudios demográficos y urbanos

versão On-line ISSN 2448-6515versão impressa ISSN 0186-7210

Estud. demogr. urbanos vol.20 no.3 Ciudad de México Set./Dez. 2005  Epub 20-Jan-2020

https://doi.org/10.24201/edu.v20i3.1216 

Reseñas y notas bibliográficas

Instituto para la Comunicación, Asesoría, Reciclaje y Orientación Profesional del Colegio Territorial de Arquitectos de Valencia, Ciudad para la sociedad del siglo XXI

Miguel Ángel Vite Pérez* 

*Doctor en Sociología por la Universidad de Alicante. Correo electrónico: miguelvite@yahoo.com.

Instituto para la Comunicación, Asesoría, Reciclaje y Orientación Profesional del Colegio Territorial de Arquitectos de Valencia. Ciudad para la sociedad del siglo XXI. Valencia: ICARO, 2001.


Este libro recoge las ponencias que fueron presentadas en un seminario promovido por el icaro cuyo objetivo fue reflexionar sobre las ciudades al comienzo del siglo xxi; por tal motivo los organizadores decidieron que el volumen llevara el mismo título que el seminario. Entre las reflexiones se destacó la posibilidad de que las ciudades necesiten algún plan, porque ya no se considera como alternativa viable el simple juego del mercado. Sin embargo cabe preguntar qué plan se demanda cuando el conjunto de éstos sólo ha sido considerado tradicionalmente dentro de las políticas de diseño urbano. Sobre todo ahora, cuando la complejidad ha obligado a los gobiernos locales europeos a adoptar la perspectiva de la llamada región urbana. Esto significa que las políticas urbanas locales deben contribuir al cumplimiento de los propósitos comunitarios estratégicos de alcance colectivo, como la competitividad territorial y el desarrollo sustentable, la captación de inversiones productivas, la protección del medio ambiente y de la población ante los riesgos que representan ciertos fenómenos naturales como los terremotos y las inundaciones. Pero la realidad social es dinámica, y en consecuencia no puede quedar confinada al periodo fijado por el plan porque entonces habría un alejamiento; se necesita, por lo tanto, que sea flexible para orientar y estimular el cambio (pp. 7-8). Estas ideas iniciales, que expresó Vicente Casanova Carratalá, presidente del icaro, sirvieron como introducción para que los diferentes panelistas iniciaran sus exposiciones. De este modo en la primera parte del libro, intitulada “La nueva sociedad”, Peter Hall, Jordi Borja y Vicente Verdú, sostienen que existe una nueva sociedad en el mundo urbano del siglo XXI. Así, el trabajo de Peter Hall, derivado de un estudio que le encargó el gobierno alemán llamado “Urban Future 21”, intenta predecir las direcciones del cambio en la economía y en la sociedad urbana del mundo, pero centrado en las ciudades europeas, considerando que ciertos factores demográficos, económicos, sociales y medioambientales habrán de configurar la sociedad urbana de 2025, y que el papel que deberán cumplir las políticas urbanas será amoldarse a sus objetivos. Desde el punto de vista demográfico, el mundo urbano desarrollado tendrá una mayor proporción de población vieja, se incrementará el número de personas que vivan solas y disminuirá el tamaño de los hogares. Esto provocará, por ejemplo, el aumento de la demanda de vivienda para personas que viven solas y el incremento de los costos de la seguridad social pública, pues serán muchos los cuidados que requerirá la población jubilada, que va en aumento.

Hall considera que el capital sigue desplazándose. Así, la fabricación de bienes y servicios emigra rumbo a lugares cuyos costos son menores y se ubican en los países en vías de desarrollo. Frente a este fenómeno económico las ciudades desarrolladas expanden nuevas áreas de actividad económica en el sector de servicios avanzados y como consecuencia el capital humano escasea, el costo de las rentas a pagar por educación y formación aumenta, y los salarios de los trabajadores no calificados descienden, con lo cual se incrementan la desigualdad social y la pobreza, con el consecuente aumento de las tasas de criminalidad y el alza de los costos de seguridad y de los correspondientes al subsidio por desempleo y las ayudas diversas. Todo esto limita la participación de los ciudadanos en las oportunidades que ofrece la vida urbana y constituye el reto social que enfrentarán las ciudades desarrolladas durante el siglo XXI (pp. 29-53).

Jordi Borja analiza el papel de los centros urbanos como lugares atractivos para el exterior, integradores para el interior, multifuncionales y simbólicos, pero cuya capacidad de integración ha quedado cuestionada por los procesos de fragmentación de sus tejidos, la privatización de sus espacios públicos y el deterioro o la especialización de sus centros. Para Borja “hacer ciudad”, su principal propuesta, significa regenerar viejos centros y crearlos a escala metropolitana, favoreciendo la movilidad, la accesibilidad y la visibilidad de cada una de las áreas de la ciudad y construyendo tejidos urbanos polivalentes, con usos mixtos, pero con poblaciones para quienes el espacio público sea el elemento ordenador, ya que el mismo es inversión económica y justicia social (pp. 55-79).

Para cerrar esta primera parte del libro Vicente Verdú argumenta que el mundo ya no se caracteriza por la diversidad sino por la homogeneidad que se extiende como una “enfermedad” por el orbe a través de la circulación de bienes y servicios que definen estilos de vida parecidos, por ejemplo, entre Estados Unidos e India. Precisamente Estados Unidos, según Verdú, ha impuesto al resto del mundo sus gustos y diversiones, que se reproducen en las ciudades del mundo desarrollado como Disneylandia y Hollywood. Aunque esto suele atribuirse a la globalización, en realidad debe llamarse “capitalismo de ficción”, es decir, un capitalismo que se ejerce por medio de la seducción cultural (pp. 81-97).

La segunda parte del trabajo, “El nuevo modelo de asentamiento”, la inicia Fernando Terán; refiere que hoy día hay nuevos modelos de asentamiento y que existe una contradicción entre dos modelos, que en su opinión definirán el debate futuro de la organización de los fenómenos urbanos sobre el territorio. Un modelo tiende a diseminar las actividades y la presencia física de los elementos construidos, y en el otro persisten los nódulos de concentración que corresponden a la ciudad compacta tradicional y adoptan formas diferentes; así la sociedad se transforma en “algo” movedizo, cambiante, fluido, pues está presente una población definida por la etnia, la religión y las costumbres provenientes de diversas partes del mundo, cuyas expresiones aparecen en las ciudades desarrolladas (pp. 101-117).

Manuel Gausa reflexiona en su ensayo sobre las nuevas mapificaciones. La abstracción de la imagen que se obtiene vía satélite permite observar la conurbación como una mancha de tinta: los asentamientos y las ciudades surgen de diversos y heterogéneos procesos de desarrollo en un estado de segmentación y modificación. Sus formas son tan complejas que resulta difícil describirlas de manera figurativa, no sujeta al marco de la planeación tradicional, y por eso el arquitecto, según Gausa, está perplejo y desarmado frente a un crecimiento incontrolado de la ciudad moderna: estructuras cada vez más incoherentes evolucionan de manera polinuclear e incierta, de ahí que los arquitectos y urbanistas se enfrenten a una nueva tarea al tratar de definir mecanismos capaces de responder a la ausencia aparente de orden para la creación de sistemas flexibles mediante una cartografía operativa “para un espacio que exige nuevas miradas para interrogar y nuevos mecanismos para actuar” (p. 121).

Por último, Salvador Rueda analiza dos modelos antagónicos representados por la ciudad compacta y compleja, y la ciudad difusa, dispersa en el territorio. El sistema de soporte de la ciudad difusa consume más materiales que el de la compacta, por tal motivo los conflictos de transporte que genera la ciudad difusa solamente se pueden solucionar mediante un aumento de la infraestructura para restituir la velocidad perdida o para resolver la saturación de la red, problema que lleva a ocupar más espacio, consumir más energía y más materiales e incrementar la contaminación del aire; además tiende a crear complicaciones porque diluye en la mayor parte de su territorio diversas funciones que quedan separadas físicamente, y así se crean amplios espacios ciudadanos con funciones urbanas limitadas, es decir, espacios monofuncionales.

La ciudad mediterránea compacta y densa, multifuncional, heterogénea y diversa en toda su extensión, según Salvador Rueda favorece una vida social cohesionada y una plataforma económica competitiva; se ahorran suelo, energía y recursos materiales y se preservan los sistemas agrícolas y naturales; por tanto, es una ciudad sostenible. En este sentido, la ciudad compacta puede aumentar con un menor consumo energético y de espacio. El número de contactos puede incrementar la complejidad de la ciudad al disminuir los vehículos que circulen por ella (pp. 137-165).

En la tercera y última parte del libro, “Para un nuevo diseño urbano”, el trabajo inicial, de José María Ezquiaga Domínguez, analiza el plan y proyecto urbano como una manera de abordar la realidad territorial en sus características espaciales partiendo de la preeminencia del interés público, pese a las críticas provenientes del discurso económico liberal que defiende la limitación de la intervención pública sobre la vida económica y sobre todo no está de acuerdo con que la planeación urbana regule el mercado del suelo porque se considera perjudicial para la iniciativa empresarial. Pero desde otra perspectiva el proyecto urbano y arquitectónico parece un instrumento útil para gobernar más eficientemente el territorio. El autor entiende que el proyecto urbano es un proceso que no obliga a la adopción de una regla abstracta, sino a una interpretación “relacional”, valorando la “cualidad” y “posición” de determinadas piezas urbanas. De esta manera, el nuevo territorio puede dibujarse, pero sin la pretensión de ser un control finalista, sino solamente de sus procesos de formación, un control de los elementos clave como la comunicación, el asentamiento de las actividades principales y el diseño de modelos tipológicos (pp. 169-181).

Josef Paul Kleihues reflexiona acerca del urbanismo como memoria, teniendo como referente la reunificación de Alemania y detrás la ciudad de Berlín; de este modo refiere el rescate arquitectónico y urbanístico que se ha hecho en los últimos 10 años de algunos lugares o espacios que fueron parte del Berlín Oriental; por ejemplo define la Friedrichstrasse como el lugar del tiempo encontrado, que de acuerdo con el ordenamiento constructivo de 1897 es una zona con calles llenas de vida, con autos, taxis y peatones apretados, pero tras su reconstrucción, realizada en la segunda mitad del siglo pasado, la diversidad se transformó en unidad. Se reconstruyó su cuerpo de acuerdo con el modelo histórico: reproducción de la planta de la ciudad respetando las alineaciones históricas, consideración de una altura máxima de cornisa de alrededor de 22 m junto con una altura máxima edificable de cerca de 28 m. En consecuencia, Kleihues propone que la estructura histórica urbana se convierta en una constante de los fundamentos del desarrollo urbano, un espejo para comprender cómo debe introducirse lo nuevo en lo existente (pp. 183-199).

El trabajo que cierra el libro se ocupa del diseño urbano para cualquier siglo y fue escrito por José Martínez Sarandeses, quien ve la necesidad de un diseño urbano vinculado con una ciudad compuesta por espacios públicos útiles, acogedores, bellos y que proporcionen bienestar a sus habitantes. En este caso tal bienestar depende de la adecuación de los espacios a las necesidades de sus usuarios y a las condiciones microclimáticas extremas mediante el uso de determinadas formas urbanas y de vegetación. Esto puede ser posible si se atiende a los siguientes factores: la distribución del suelo entre espacios públicos y privados; el emplazamiento, las dimensiones y la orientación de los espacios públicos; la distribución de superficies según su destino y el tratamiento del suelo; el grado de cerramiento del entorno; la protección contra agentes atmosféricos; la vegetación que embellece y protege el espacio; el alumbrado artificial para el uso nocturno de los espacios públicos y el mobiliario urbano. El autor trata por separado cada uno de estos tópicos para mostrar la posibilidad de un nuevo diseño urbano que esté al servicio de las necesidades de quienes habitan las urbes del mundo desarrollado (pp. 201-217).

El nuevo urbanismo del siglo XXI debe hacer frente a los problemas heredados y ser capaz de idear nuevos medios para construir soluciones que, como en los trabajos sintetizados, partan de un punto de vista sociológico y arquitectónico; aunque en este caso su tratamiento se centró en las ciudades de los países desarrollados y por tanto su generalización hacia los de menor desarrollo sería inadecuada, no solamente porque desde una perspectiva general las ciudades del Tercer Mundo han acumulado rezagos, sino porque la misma dinámica económica mundial les ha asignado un papel de subordinación a la movilidad del capital que busca altas ganancias con costos bajos y, sobre todo, sin regulaciones producto de la intervención estatal. La lectura del libro lleva a la conclusión de que la dinámica económica y social de las ciudades debe estar orientada por el bienestar colectivo de sus habitantes, vinculado al diseño y a los planes de desarrollo urbanos, lo que necesariamente se relaciona con el rescate de los espacios públicos, evitando su privatización y exclusión.

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