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Contaduría y administración

versión impresa ISSN 0186-1042

Contad. Adm  no.223 Ciudad de México sep./dic. 2007

 

Editorial

 

En la historia del pensamiento en general, y en la historia de la ciencia en particular, es común oír hablar de antiguos y modernos. Desde el momento en que se comenzó a establecer esta distinción la palabra "revolución" adquirió una significación tan importante que perduró, al menos, hasta mediados del siglo XX. La Revolución Industrial, la Revolución Científica y las revoluciones políticas son expresiones de la importancia atribuida a esa palabra. Desde el punto de vista de la historiografía, la palabra "revolución" está estrechamente relacionada con la idea de "ruptura" y es contrapuesta a la idea de continuidad.

Durante casi todo el siglo XX quizá ningún historiador dudó en que la Historia se desarrolla a través de "rupturas", de revoluciones. Particularmente en la historia de la ciencia esas revoluciones fueron aceptadas como algo evidente, por lo que la extensión con la que se empleo dicha palabra fue ampliándose cada vez más. De tal manera que en los escritos sobre historia de la ciencia uno de los objetivos fue analizar la dinámica de esas revoluciones, de ahí que en ellos constantemente se hable de "revolución conceptual", "revolución metodológica" o "revolución epistemológica". Un ejemplo claro de lo anterior es el popular libro de Thomas S. Kuhn: The Structure of Scientific Revolution.

Sin embargo, la literatura existente sobre historia de la ciencia se concentra en las ciencias llamadas naturales, las Naturalwissenschaften; por su parte, las Geistenwissenschaften, las ciencias sociales o del espíritu, por alguna extraña razón son excluidas de las revoluciones. Es difícil oír hablar de la "revolución sociológica", "revolución económica", a lo más se habla de historia del pensamiento económico o del pensamiento político o sociológico; pero no se hace énfasis en la existencia de revoluciones en esas ciencias. Por otra parte, cuando se habla de la historia de esas ciencias se enfatiza su origen y su evolución (quizá pensada como continua, esto es, sin "rupturas"); en cambio, se piensa genralmente en las ciencias naturales cuando se habla de ciencia moderna y antigua. En ese sentido, al hablar del origen de la ciencia moderna se piensa en la física matemática y en la astronomía y, a partir de éstas, en el resto de las ciencias naturales.

Paradójicamente, las "revoluciones científicas" que son expuestas por la historia de la ciencia siempre van acompañadas de revoluciones en otros ámbitos tanto del pensamiento como de las acciones humanas. Es decir, las revoluciones afectan a la técnica, al arte, a la filosofía, a la política, etcétera. De tal manera que el entendimiento que en la Antigüedad se tenía de esas actividades ha sufrido cambios importantes en la modernidad, así como las alteraciones sufridas por la ciencia que han propiciado hablar de una revolución en esos campos.

Ahora bien, en el ámbito de la administración existe una preocupación por el status epistemológico de dicha disciplina. Con frecuencia las discusiones alrededor del perteneciente a una determinada disciplina parecen una cuestión meramente terminológica y pueden llegar a convertirse en eso si se pierde de vista la necesidad de establecer, con la mayor precisión posible, dicho status. Esta necesidad se hace evidente si se piensa en la existencia de distintos tipos de conocimiento, los cuales requieren métodos diferentes para lograr sus también objetivos diferentes. Además esa necesidad esta determinada por el tipo de objeto de estudio propio de cada disciplina (lo referente a este objeto de estudio puede llamarse el aspecto ontológico de la disciplina en cuestión), es decir, el status epistemológico de una disciplina depende en cierta medida de su aspecto ontológico, de la determinación y especificación de su objeto de estudio.

Una posible consecuencia de lo expuesto es que las nociones de ciencia, arte, técnica y filosofía, son conceptos dinámicos, esto es, lo que puede entenderse bajo sus definiciones es cambiante. Lo que esas palabras significaron para los antiguos no necesariamente es el mismo significado para nosotros. De ese modo, entonces, el entendimiento que los antiguos tenían de la ciencia, del arte, de la técnica y de la filosofía, ha sufrido cambios considerables. En efecto, gran parte de las revoluciones son consecuencia de las variaciones ocurridas en dichas nociones.

La literatura existente sobre la historia de la administración y sobre la teoría administrativa, que de alguna manera abordan el tema del status epistemológico de la administración, no han analizado los cambios en las nociones de ciencia, arte, técnica y filosofía. Además la historia de la administración que nos presenta es estrictamente descriptiva y una que pretenda mostrar los cambios sufridos por aquellas nociones necesariamente tiene que aspirar a ser explicativa (al menos debe explicar cómo se han operado dichos cambios y, si es muy pretenciosa, hasta intentará explicar el porqué de ellos).

Por ejemplo, Idalberto Chiabenato, en su libro Introducción a la Teoría General de la Administración, nos presenta una historia de la administración en la cual son descritos los diversos momentos en que se ha "teorizado" sobre la administración, desde la época de los griegos hasta el momento en que él escribe. Pero no se preocupa de las diferentes nociones de ciencia, arte, técnica y filosofía vigentes en cada época; de manera que no le es posible mostrar cuál es el lugar de la administración dentro de cada época en el ámbito completo del conocimiento, limitándose a describir cómo definían a la administración los diversos autores que menciona.

Otro ejemplo es el ya citado Bernardo Kliksber, quien comienza estableciendo la definición de administración, de ciencia, de técnica y del arte; pero para esas definiciones no se remonta más allá de principios del siglo XX. Inicia su camino histórico con Henri Fayol y Frederick Winslow Taylor pasando por Chester Bernard, Harold Koonzt, hasta llegar a Herbert Simon; de suerte que no hay una comparación de los cambios sufridos por esas definiciones a lo largo del proceso histórico.

Estos mismos autores muestran que el conocimiento sobre la administración no comienza a principios del siglo XX sino que se remonta, como casi toda disciplina hasta la época de los griegos. Entonces un estudio que pretenda mostrar la evolución o desarrollo de la administración no debe limitarse tan rígidamente a un periodo tan corto; y si además pretende determinar el status epistemológico de esa disciplina, no sólo debe mostrar el desarrollo o evolución de ella, sino también, al menos grosso modo, del ámbito completo del conocimiento.

Por otra parte, si bien es cierto que los métodos de una disciplina difieren según se le entienda como una ciencia, un arte o una técnica, también es cierto que esas diferencias dependen también del tipo de objeto que se determine para esa disciplina. Esta relación estrecha entre epistemología (métodos) y ontología (objeto de estudio) también tiene un desarrollo, es decir, no han sido comprendidos de la misma manera por los antiguos y los modernos: tanto los métodos como los objetos y, por tanto, su relación, han sido entendidos y definidos de manera diferente por unos y otros.

En suma, entonces, una indagación que pretenda establecer el status epistemológico de la administración, no sólo debe definir los posibles tipos de conocimiento en los cuales pueda ser incluida esa disciplina, sino además debe mostrar su evolución. Además, no puede eludir el aspecto ontológico, que tiene por función atribuir un tipo de objeto de estudio a la disciplina en cuestión y la evolución de este objeto a lo largo del tiempo. Ésta es, pues, la tarea de una indagación que pretenda versar sobre el status epistemológico de la administración.

Roberto Estrada Olguín

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