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Secuencia

versión On-line ISSN 2395-8464versión impresa ISSN 0186-0348

Secuencia  no.83 México may./ago. 2012

 

Artículos

 

Cartas de un general porfirista. Correspondencia familiar de Ignacio Bravo, 1889–1918

 

Letters from a Porfirian General. Family Correspondence of Ignacio Bravo, 1889–1918

 

Martín Ramos Díaz y Gabriela Vázquez Barke

 

Fecha de recepción: enero de 2011
Fecha de aceptación: agosto de 2011

 

Resumen

La correspondencia familiar de Ignacio Bravo muestra facetas poco conocidas de los primeros años de vida del territorio de Quintana Roo, de algunos episodios de la revolución mexicana y del exilio del presidente Victoriano Huerta en Texas. Pero, sobre todo, las cartas personales del general Bravo delinean el itinerario de una familia de militares en los años finales del siglo XIX y primeros del siglo XX, en el México de Porfirio Díaz. El presente artículo da la noticia del hallazgo de cientos de piezas de correspondencia personal de Bravo y al mismo tiempo realiza una antología de la información que ayuda a comprender, con nuevos datos, sucesos recurrentes en la historiografía regional del sureste mexicano, como la pacificación de los mayas, la creación del territorio federal de Quintana Roo en la frontera México–Belice y el entorno selvático y hostil para los pioneros que se establecieron en esa alejada región.

Palabras clave: Ignacio Bravo, Quintana Roo, revolución mexicana, mayas rebeldes, frontera México–Belice.

 

Abstract

Ignacio Bravo's family correspondence reveals little–known aspects of the early years of Quintana Roo, certain episodes of the Mexican Revolution and President Victoriano Huerta's exile in Texas. Above all, General Bravo's personal letters trace the lives of a family of military men in the late 19th and early 20th century in the Mexico of Porfirio Díaz. The article reveals the discovery of hundreds of pieces of Bravo's personal correspondence and provides an anthology of the information that uses new data to explain recurrent events in the regional historiography of the Mexican southeast, such as the pacification of the Maya, the creation of the federal territory of Quintana Roo on the Mexico–Belize border and the hostile, jungle environment for the pioneers who settled in this far–off region.

Key words: Ignacio Bravo, Quintana Roo, Mexican Revolution, rebel Maya, Mexico–Belize border.

 

INTRODUCCIÓN

El voluminoso expediente militar del general Ignacio Bravo (1835–1918) se guarda en el Archivo Histórico de la Secretaría de la Defensa Nacional y esa documentación ha sido hasta ahora la mayor fuente de información para reconstruir con amplitud y objetividad la trayectoria de quien fuera jefe político del territorio de Quintana Roo entre 1903 y 1911.1 El ensayo biográfico más extenso y clarificador sobre Ignacio Bravo, basado en los cinco tomos de su expediente militar, se encuentra diseminado en varias secciones del completo estudio de Carlos Macías Richard sobre el papel de la milicia en el nacimiento del territorio quintanarroense.2 La aparición de nuevos documentos sobre Bravo, distintos a su expediente militar, a sus informes como jefe político de aquella entidad y a sus cartas oficiales, son noticia fresca para los historiadores mexicanistas. El presente artículo es portador de esa noticia, del hallazgo de un nuevo y amplio conjunto documental sobre el general Ignacio Bravo. Damos cuenta aquí de la correspondencia familiar de Bravo, hasta ahora desconocida e inédita.

La selección de cartas, telegramas y documentos que adelante presentamos vibran con la intensidad de las pequeñas y grandes tragedias familiares, con las preocupaciones que asustan el sueño a mitad de la noche o con las alegrías que inesperadamente regala la vida. Hablan del afecto entre esposos, entre padres e hijos, de los gustos por la comida, de los viajes, de las dolencias, las enfermedades y los remedios. Y hablan también del apego a la vida, a las ideas y a los objetos. En esa atmósfera, íntima, privada, personal, reverbera el mayor brillo de la correspondencia personal y, al mismo tiempo, la mayor limitación para el historiador regional. Aun con ello, creemos que los documentos de los que damos noticia pueden contribuir a mirar desde otro ángulo la etapa fundacional del estado de Quintana Roo y a complementar la biografía de sus protagonistas. Los archivos epistolares familiares, como creemos que sucede en este caso, muchas veces se transforman en una inusitada e invaluable mirilla de los sucesos regionales y nacionales.

El Archivo Bravo–Perea, casi mil cartas y decenas de fotografías, es propiedad de George Glezmann, bisnieto del general Ignacio Bravo. Después de leer Niños mayas, maestros criollos, un libro sobre profesores rurales en aldeas mayas durante las primeras décadas de vida del territorio de Quintana Roo, el señor Glezmann viajó a México y buscó al autor de ese libro para donarle una copia electrónica con las cartas y fotografías de su antepasado. Eso ocurrió en el verano de 2006. Recientemente, en diciembre de 2010, el señor Glezmann otorgó el permiso para publicar las cartas. La correspondencia de la familia Bravo–Perea inicia en 1889, cuando desde la ciudad de México un general cincuentón le escribe a su joven consorte, radicada en Nayarit. En las décadas posteriores la pareja y sus descendientes intercambian centenares de cartas que dibujan el itinerario personal de una familia en el México porfirista y revolucionario. El cuantioso número de misivas intercambiadas entre el general Ignacio Bravo, la joven Jesusa Perea y los hijos de ambos, aproxima al lector a los genuinos aspectos con que se tejen las biografías personales; a los breves destellos del destino atrapados en las cartas, se diría, si es que tal cosa existe. Las historias de familia son diminutas semillas flotando en el ancho río de sucesos de una nación. Inevitablemente, la correspondencia Bravo–Perea filtra acontecimientos del entorno del país: la creación del territorio federal de Quintana Roo, los asesinatos de Francisco I. Madero y de José María Pino Suárez, los combates entre soldados federales y revolucionarios zapatistas, el exilio de generales profiristas en Texas, incluido el propio exilio de Ignacio Bravo en San Antonio, Texas, donde muere.

La instantánea que las cartas nos dejan de Bravo es la de un esposo y padre distante, siempre en misión militar, lejos de Jesusa y de los niños. Los giros postales con el gasto de la familia y la correspondencia llena de recomendaciones para la educación de los hijos son su ubicuidad en el frente de batalla y en el frente de familia (de varias familias). La mujer y los hijos viven con modestia, en la medianía económica, siempre en mudanza constante, tal como lo exige la vida castrense de un artillero que en su juventud había luchado contra los franceses que invadieron el país (1862) y que durante su vejez se mantiene fiel a Porfirio Díaz. Nayarit, Jalisco, Chihuahua, Chiapas, Yucatán o Quintana Roo son lugares de residencia provisional hasta que Bravo decide que Jesusa debe establecerse de manera definitiva en Guadalajara, para que los niños puedan ir al colegio. El general prosigue con su vida de militar en el lejano territorio de Quintana Roo, donde lo asignan como jefe político. Su avanzada edad y su salud disminuida por las condiciones selváticas del oriente de Yucatán parecen decir que Quintana Roo será su tumba. Pero el anciano, que de joven había sobrevivido a las mazmorras de la prisión francesa —durante la intervención fue capturado por las tropas invasoras y llevado al otro lado del Atlántico a purgar condena—, también esquivó las balas de los mayas rebeldes y la común muerte por malaria en el trópico mexicano. Su vitalidad se dilató más allá de Quintana Roo; en plena década revolucionaria las energías le alcanzaron para conspirar al lado de Victoriano Huerta, el efímero presidente de México, y para sobrevivir a la prisión en Texas. Bravo muere de viejo, en el exilio texano, pero en libertad.

Las cartas de los años iniciales dejan saber de los primeros hijos —Abel y Xóchitl— y de las primeras tragedias —la niña muere. A una nueva descendiente que nace el 15 de mayo de 1894 (documento 73), Jesusa la nombra igual que a la fallecida. Cuatro años más tarde, Atala es la infanta recién nacida. Un par de años después, viene al mundo Victoria, quien también fallece. Sara nace en enero de 1907 y la última hija de la pareja es Cidlallin. La prole crece al cuidado de Jesusa y de su madre, Epifania Franco, quien siempre se encuentra presente en la mayor parte de las misivas del general, ya sea porque el yerno le remite cumplidos, felicitaciones o preguntas sobre su estado de salud. Sin embargo, sólo se registra una carta específicamente dirigida a ella (documento 604). Algunos parientes del militar figuran con más frecuencia que otros, a menudo quienes al principio sólo eran mencionados vagamente cobran luego relevancia. Al comienzo el centro de interés son, naturalmente, Ignacio y Jesusa, después los temas de la correspondencia se desplazan a los hijos de la pareja y, finalmente, las misivas se ocupan de los asuntos de la mujer de Abel, el único hijo varón de la familia Bravo–Perea quien murió en un enfrentamiento contra tropas zapatistas.

Abel es el primogénito que deviene unigénito; el joven sensible de vida trágica; el que debió renunciar a su verdadera vocación para, como hijo de general, ingresar al Colegio Militar. De él y acerca de él se cruzan muchas cartas. Las misivas de Abel delatan su inclinación por el teatro, la poesía y la música; revelan su añoranza por la casa materna mientras permanece en el Colegio Militar de la ciudad de México. Como joven teniente del ejército porfirista, Abel sabe del riesgo de morir en combate, en las refriegas contra los revolucionarios. Su correspondencia que adelanta ese infeliz desenlace tiene un dejo de resignación: acepta con naturalidad su fatal destino. Quizá más miedo sentía de su padre, pues el Abel adulto que vive con Margarita y tiene tres hijos mantiene oculta su relación de pareja hasta que las balas lo alcanzan en un campo de batalla. Su cuerpo quedó en un llano perdido de Atlacomulco y nunca jamás regresó a casa para enfrentar la ira de su padre.

Años atrás, Bravo había escrito: "Abelito, camarada: recibí tu carta y te agradezco tus memorias cariñosas. Sé bueno con tu mamá, no seas malcriado ni te salgas a la calle solito, pues te puede atropellar un caballo o un coche" (documento 58). En una época en que las hijas mujeres eran más una resignación que una esperanza, Bravo solía escribir a Jesusa sobre lo que debía hacer con el único hijo varón de ambos: "Aconséjalo y hazle presente que en él has puesto tus esperanzas para el porvenir" (documento 510). Seguramente Bravo fue un hombre enérgico con sus subalternos y con su familia, también debió ser un hombre feroz en el campo de batalla. Pero lo que se desprende de la correspondencia familiar está lejos de alimentar la leyenda negra del general.3 Decenas de misivas ofrecen testimonio de un esposo preocupado y cariñoso: "mientras yo viva no tienes nada que temer" (documento 49). De un padre obstinado en la educación de los hijos: "mucho te recomiendo [...] al educar a esos niños [...] imbuirles máximas sanas y buenas costumbres, pues están muy tiernos y, por consiguiente, adquieren la educación y las maneras que se les dé" (documento 377). Bravo no se enriqueció en el territorio de Quintana Roo; su correspondencia está llena de penurias económicas. En algún momento justifica ante su familia el rosario de estrecheces: "no les dejo dinero el día que desaparezca de esta vida; en cambio les lego un nombre limpio y sin mancha, que es, a mi juicio, la verdadera riqueza" (documento 229).

Nada más contrastante que la lectura alternada del expediente militar y la íntima voz de la carta personal; este último es el tono de la correspondencia sobre la que damos noticia. El imaginario que la historiografía regional ha construido de Ignacio A. Bravo tiene ahora nuevos rostros: el de esposo y padre.

 

DE VICTORIA Y LA ÚLTIMA ETAPA DE LA CAMPAÑA CONTRA LOS MAYAS

El capítulo que Nelson Reed escribió sobre la presencia de Ignacio Bravo en la selva oriental de Yucatán, completo y bien documentado, narra con amenidad el arribo del viejo divisionario a Yucatán para hacerse cargo del frente de batalla contra los mayas rebeldes; reconstruye el itinerario y las peripecias del avance de las tropas federales hacia Chan Santa Cruz y la captura del cuartel de los adoradores de la cruz parlante; da cuenta de la posterior permanencia de Bravo como jefe político del territorio federal de Quintana Roo y desmenuza un importante volumen de información económica, política y etnográfica que ayuda a comprender con claridad la última etapa de la guerra contra los mayas.4 Nelson Reed integró una importante cantidad de datos en la confección de su apreciable libro, hoy un clásico de la guerra indígena en Yucatán. Sin embargo, las cartas de familia de Bravo nos colocan en el centro mismo de los pensamientos del general en aquellos días, en su certidumbre de victoria sobre los mayas y en la necesidad de bautizar con ese nombre, Victoria, a su hija recién nacida en Peto. Las 850 cartas de familia del general Bravo a las que tuvimos acceso pueden dividirse en amplios grupos temáticos de interés para la historia de Quintana Roo y su vínculo con la vida nacional durante aquella época. Las misivas del general que conciernen a su estancia en Quintana Roo incluyen detalles de diversa índole. En una carta de agosto de 1905, Ignacio cuenta que encontró cerca de Santa Cruz un cenote con abundante agua potable. Por fin asegura el abasto de agua para su tropa y para los primeros pobladores del campamento: no más "miseria de agua" (documento 236). Se nota que el frente de batalla de las tropas porfiristas enviadas a ocupar el santuario maya de Chan Santa Cruz ya no está en las trincheras, sino en la organización del abasto de agua y víveres. Bravo dice que las privaciones en el territorio le arruinan la comida y el sueño: "aquí se carece de todo, pues esto es un bosque, lo mismo que cualquier otro, con el nombre de Chan Santa Cruz" (documento 100). Pide navajas; fruta, "pero que no sea mucha porque se pudre"; algo de verdura, "lo mismo, poco pues con estos calores no dura más de cuatro días" y pastillas para hacer agua (documento 102 bis). Más adelante, para recibir una visita en Santa Cruz, el general le escribe a Jesusa, que en ese momento reside en Peto: "hazme favor de mandarme fideos, cebolla, tapioca de aquella hebrada, un jamón y mi hamaca color de rosa" (documento 102).

En los días en que la tropa federal desperdigó a los últimos rebeldes mayas —los hijos y nietos de los indígenas que habían comenzado la guerra 50 años antes—, las cartas dan paso a un Ignacio Bravo que lleva vida espartana. En medio de la carencia de agua y provisiones, otea el triunfo, se siente victorioso en la pacificación de los mayas escondidos en la espesura de la selva oriental de Yucatán. No medita mucho y con la noticia del nacimiento de una nueva hija con su esposa Jesusa, ordena en un telegrama el nombre de la recién nacida: Victoria. El telegrafista transmitió de inmediato al hijo mayor del general aquella decisión, una especie de alegoría de la campaña militar a la que el mismísimo presidente Porfirio Díaz lo había enviado. Desde la comunidad de Chankik, el 27 de abril de 1901 se remite al telégrafo de Peto el mensaje del general, dirigido a Abel: "invité al capitán Villegas a que lleve [a la niña] al registro civil [...] y le ponga Victoria por nombre" (documento 98). Abel debe comunicar ese mensaje a su madre convaleciente.

Las carencias en la región eran queja recurrente en las misivas: "¿cómo pueden vivir los habitantes de ese poblado [Peto]?, ¿para qué les ha servido el ferrocarril? No cabe duda que están muy atrasados" (documento 104). La pastura de los caballos y mulas tampoco era abundante, tanto que el general debe enviar a los animales a otro lugar para que no murieran. En noviembre de 1903, desde la capital del país, el general informa a su familia que nuevamente viajará a Yucatán, pero esta vez para hacerse cargo del mando político y militar de Quintana Roo. Una segunda misiva detalla: "hoy salgo para Veracruz, me embarco en el Zaragoza y llego a Progreso [...] Permaneceré ahí un día y continuaré a la Bahía de la Ascensión" (documento 377). En los años siguientes, despachará los asuntos del territorio desde una casa de madera que la tropa erigió en el mítico cuartel militar de los mayas derrotados y que Bravo convierte en la capital del territorio federal de Quintana Roo (documento 164). Sobre las rutas para llegar a Santa Cruz, Bravo asegura que aunque es posible arribar desde Progreso o la Bahía de la Ascensión, ya que ambos sitios se encuentran a la misma distancia, es más cómodo llegar por Ascensión. Desembarcando en Progreso se debía tomar el ferrocarril a Mérida, luego de ahí a Peto y el último tramo sólo se podía hacer a caballo, "haciendo cuatro días muy caminados y con peligro de encontrarse uno que otro balacillo perdido que a los mayas se les antoje regalar" (documento 165). En cambio, por Ascensión, después de bajar del vapor que se detiene en Vigía Chico, el trayecto final se podía hacer en el tren militar que, inconcluso, llegaba hasta Lagunas, es decir siete kilómetros antes del cuartel de Santa Cruz.

Los mayas no estaban del todo derrotados; en grupos pequeños solían atacar a las tropas de Bravo, especialmente en los tramos de la construcción de la vía férrea entre Vigía Chico y Santa Cruz o en el camino a Peto. A veces Bravo refleja en sus misivas una tenue sombra de inquietud sobre futuros levantamientos de los mayas. Cuando enferma de bronquitis, Jesusa insiste en que el militar se traslade a Peto a que lo cuide; ella misma se ofrece para acompañarlo, pero el general responde que no es prudente. No debe ausentarse porque eso aumenta las posibilidades de que algún pequeño grupo de mayas ataque el campamento. Más adelante, en respuesta a una carta de su hijo Abel, Ignacio escribe:

me pides algunos datos estadísticos y geográficos de este territorio, mas como se comienza a formar, son pocos los que puedo darte. El citado territorio tiene 5 300 habitantes. Te acompaño su organización política, [y una] carta del estado de Yucatán (documento 385).

Menciona que en la entidad apenas comienza la instalación de las primeras escuelas, "pues es indispensable hacer algo por la juventud" (documento 241). Seguramente se refería a las de Santa Cruz, Xcalak y Payo Obispo, porque en la isla de Cozumel y en Isla Mujeres las escuelas de primeras letras funcionaban desde el siglo XIX.5

Cuando Jesusa y los hijos se mudan para radicar definitivamente en Guadalajara los retrasos en el servicio postal producen inconvenientes en la familia del militar. Bravo se defiende de los reclamos de Jesusa, le recuerda que la falta de comunicación se debe a las malas condiciones del territorio: "Muchas dificultades presenta el correo, pues sólo cada quince días sale [de la Bahía de la Ascensión] lo que da por resultado que la correspondencia sea tardía" (documento 112). Y de Abel no acepta recriminación alguna sobre la falta de correspondencia, pues "la obligación de escribir la tiene el joven y no el viejo" (documento 100). Para junio de 1904 Ignacio asegura que "como ya no hay combates a falta de mayas sublevados, el gobierno ha dado por terminada esta campaña con fecha primero del presente mes; así pues, ya estamos declarados en plena paz" (documento 172). Recomienda a Jesusa no hacer caso de lo que publica la prensa: dan la noticia de que Bravo ha muerto "cada vez que se les antoja" (documento 221). La última etapa de la guerra contra los mayas y la primera en la vida de Quintana Roo se sucedió entre el reconocimiento del gobierno yucateco a la victoria de Bravo (el general Cantón, gobernador de Yucatán, vino a Santa Cruz; después Bravo recibió la espada prometida a quien derrotara a los mayas) y las intrigas regionales para que el gobierno federal no constituyera el nuevo territorio federal con las selvas pacificadas, cercenando de ese modo la porción oriental de Yucatán con sus valiosos recursos silvícolas.

Una crónica del avance de las tropas de Bravo registra que las pérdidas en vidas humanas de la milicia federal fueron muy elevadas en ese corto tramo de selva (Peto a Chan Santa Cruz, 152 kilómetros). La hostilidad del clima y la dificultad para abastecer alimentos mató más soldados que las balas rebeldes, según Pérez Alcalá (reproducido en Careaga).6 Oficiales y tropa enfermaban con facilidad y frecuencia, así que no es extraño que uno de los temas recurrentes en la correspondencia de Bravo sea, precisamente, las enfermedades y achaques, el clima de Quintana Roo y los fallecimientos en la familia Bravo–Perea (no necesariamente vinculados con Quintana Roo). Las lluvias inundaban todo, los mosquitos asediaban más que los mayas rebeldes, el calor y la humedad eran agobiantes, el aislamiento de la región y las dificultades para el abasto no tenían solución en el corto plazo. Todo eso fue debilitando la salud de viejo general, su correspondencia familiar revela sus dolencias y enfermedades así como las del resto de la familia. Ignacio Bravo padece constantemente del estómago. En Quintana Roo se enferma de dengue, influenza, conjuntivitis, paludismo. Lo pica, muerde e invade todo tipo de fauna tropical, incluidas las niguas, unos ácaros que se adhieren a la piel y que generan gran irritación cutánea. En agosto de 1901 le escribe a Jesusa: "me decías en tu grata del 10 del actual [sobre tu deseo] de estar en un lugar más cercano para poderme atender, pero no lo hay ni yo permitiría que sacrifiques a la familia únicamente por mi bienestar" (documento 361). Los niños Bravo–Perea también padecen trastornos de salud cuando viven en Peto. Para tranquilizar a su mujer, Bravo le dice: "esa cuestión de lombrices, propia a la edad de los niños, poco a poco va cediendo hasta desaparecer, ya naturalmente, ya por medio de medicinas" (documento 106).

Y si los mayas tenían una peculiar visión de la salud y la enfermedad, recogida en el trabajo etnográfico Los elegidos de Dios,7 el general Bravo poseía la suya: para la fiebre, nada como suministrar quinina con limón, "es el único remedio para las calenturas" (documento 122). Para el paludismo, el general aconsejaba quinina y más quinina, "es el remedio eficaz, de lo contrario, será tiempo perdido". Y si la enfermedad era estomacal, la solución era el bicarbonato. Para el ensimismamiento, para agilizar el cerebro, lo mejor era el tónico preferido del joven Abel en vísperas de exámenes: un producto llamado cerebrina. En mayo de 1904, así responde el general a una consulta de Jesusa sobre insomnio y pesadillas:

o no cenas y la debilidad produce sueños pesados o cenas mucho y la indigestión [provoca] igual efecto, lo que indica la necesidad de graduar la alimentación para evitar una congestión poderosa que pueda atraer la muerte de una manera violenta (documento 167).

Igual que sus contemporáneos, el militar conceptualiza al embarazo como una especie de enfermedad: "haces mal en alarmarte por tus enfermedades, pues sabes lo natural que ellas son en sí. Cuídate y prepárate para recibirla con sangre fría, que lo demás la naturaleza se encargará de hacer" (documento 242). El regaño está dirigido a una Jesusa que se encuentra encinta y asustada por la proximidad del parto, a pesar de que para entonces ya ha sido madre varias veces:

no creo que tengas razón para estar alarmada por el fin de tu enfermedad, pues además de la costumbre ya adquirida, estás muy bien de salud y en condiciones muy naturales para resolver ese caso con toda felicidad (documento 250).

La enfermedad y la salud, bien lo sabía el anciano general, vienen y van. Para marzo de 1907, desde Santa Cruz, un octogenario Bravo asegura que se encuentra bastante bien. Dos años después avisa a Jesusa que su resistencia se ha deteriorado. Y sí, era cierto, meses después tiene un ataque al corazón. En junio de 1910 relata a su familia que ha quedado muy debilitado, en las misivas siguientes le comenta a su hija Cidlallin que debido a sus achaques no podrá viajar a visitar a la familia con tanta regularidad como antes. Avisa que tampoco podrá escribir tan seguido, por falta de escribiente (documento 549). Los índices de fallecimiento infantil eran altos en esa época, los recién nacidos morían con frecuencia. Jesusa sufre en varias ocasiones la muerte de sus hijos, y esas tragedias familiares pueden ser seguidas puntualmente en la correspondencia de la pareja: en enero de 1894 el general le envía un telegrama expresando condolencias por la pérdida de Xóchitl, un suceso que provocó en Jesusa una profunda depresión (documento 45). El general le recuerda que debe ser fuerte pues aún tiene a Abel, le sugiere que se distraiga, que salga a pasear y que comprenda que "la muerte es tan natural [...] y necesaria como el comer" (documento 49). Pero la joven madre no logra superar la tristeza y el militar opta por reprenderla: Xóchitl ya no puede volver a la vida, la madre debe conformarse y alejarse del dolor porque mantenerse en él, sin mirar sus otras obligaciones, "es ya una imprudencia" (documento 56). El 24 de diciembre de 1903, Abel envía un telegrama a su padre en el que le comunica la muerte de su hermana Victoria (documento 116). Como muestra de luto, el general oscurece un área triangular en la esquina superior izquierda de sus comunicados, costumbre que se hará tristemente frecuente a lo largo de los siguientes años de vida familiar.

Aunque su larga vida le había mostrado que el llanto del nacimiento es asombro por llegar a este mundo, y que la mirada de los moribundos en los últimos instantes de su vida queda fija también en la misma clase de asombro, ahora por dejar el mundo; aunque había visto la muerte violenta en el frente de batalla y la muerte por enfermedad, aún le faltaba, en la siguiente década, en la década revolucionaria, conocer de la muerte de su único hijo varón con Jesusa Perea: la muerte de Abel Bravo, el teniente de tropas federales que quedó tirado, alcanzado por las balas zapatistas, en un anónimo llano de Atlacomulco. Y si en su juventud el general Bravo había probado la amargura de la derrota y el desasosiego de la prisión en Francia, la década revolucionaria lo conduciría, a pesar de sus 80 años a cuestas, a una nueva derrota, a una nueva prisión en Texas y a un exilio donde moriría.

 

ABEL, DE LOS AÑOS FELICES A LOS ACIAGOS

Algunas conductas del general, como cuando menciona que asistió a la ópera Aída (documento 6), encajan en las costumbres de divertimiento de la aristocracia porfirista en la capital del país. Parte de la correspondencia deja percibir cómo vivió su familia la revolución, las fiestas del centenario de la independencia, los asesinatos de Madero y de Pino Suárez. Tras el saludo de rigor, las preguntas por la educación de los hijos y las recomendaciones, las cartas de Bravo muestran diversos aspectos en la vida cotidiana del núcleo familiar. Un importante número de comunicados corresponde a la época en la que Abel se encuentra en preparación para ingresar al Colegio Militar y su posterior estancia en esa institución. Aparecen fragmentos de la vida de los cadetes en los actos cívicos: "Querida mamá [...] Van a sacar al paseo carros alegóricos y un arco triunfal por cada estado" (documento 206); hay pasajes que denotan la veneración que despertaba Porfirio Díaz entre los jóvenes estudiantes de la institución castrense: "A la una y media se presentó el presidente [...] entró, casi me rozó, volteó y me vio [...] ¡cuánta honra para mí!" (documento 272). La fatiga en los entrenamientos, los desvelos en el estudio; mucho de esa vida estudiantil la comunicó Abel en sus cartas.

Fue una etapa en la que el intercambio epistolar entre padre e hijo se tornó frecuente. Abel estaba más cerca de los sueños del general que de los propios. Compartir la misma profesión los acercaba (documento 319): el primogénito daba a entender que se sentía orgulloso de pertenecer al cuerpo de cadetes de la Escuela Militar. No era fácil ingresar a ese colegio, se requería de preparación previa y de la activa búsqueda del apoyo de los superiores de su padre. En septiembre de 1904, Ignacio le informa a Jesusa que "hay un colegio en Tacubaya" (documento 183), donde un señor, Manuel Fernández Guerra, por 40 pesos al mes asiste y prepara a los jóvenes aspirantes al Colegio Militar. Para la partida de Abel todo se planea cuidadosamente: quién lo recibirá en la estación de ferrocarriles, con cuánto dinero debe contar y el equipaje que ha de llevar. "Me supongo que alistarás a Abel para que lleve ropa interior y un par de mudas decentes exteriores, así como una caja que contenga su equipaje, encargándote de que [...] no sea muy bromoso" (documento 184). Para Jesusa esta ausencia es dolorosa: "acabo de recibir tu grata [...] y veo lo atribulada que te tiene la separación de Abel" (documento 208). Ignacio trata de consolarla con una larga carta: "veo que tienes la pena de sentir la separación de Abel [...] él ya está en el camino de la formación y deseo que, al menos, le viva hasta que ya deje de serle útil" (documento 187).

Jesusa intenta mudarse a México para estar cerca del joven y Abel no oculta en sus misivas lo mal y poco que come, las pocas comodidades que tiene y lo débil que se siente: "ya estoy fastidiado de estar aquí, no como bien [...] y las horas se me hacen días" (documento 197). El general procura alejar de la cabeza de su mujer la idea de la mudanza a la ciudad de México. Asegura que ese es un lugar lleno de peligros y ella no debe arrastrar a tal ambiente a las otras niñas:

No es posible, como lo comprenderás, que te puedas trasladar a México, pues para ello se tropieza con mil dificultades y peligros, que no hay necesidad de [...] hacer compartir a esas inocentes [sus hijas]; así pues, lo que has de hacer es aconsejar la vitalidad a Abel para que vaya acostumbrándose a ser hombre, pues su profesión [...] exige siempre estar separado de la familia (documento 191).

Según el general, mientras que Abel se encuentre en México, en la casa del coronel Manuel Blanco, estará seguro de aquel "dédalo de corrupción que es México" (documento 194). Pide a Jesusa que al hijo sólo le mande dos pesos al mes "para que no aprenda a gastar dinero". Ignacio confía en que el tiempo resolverá el problema:

Abel, como es natural, como jamás se ha separado de tu lado, hoy que lo ha hecho, comprenderás que está como tú, [...] es decir, triste, pero por eso, como todo en la vida, va pasando con el tiempo, así pues, no te desmoralice eso y ten confianza en el porvenir, no olvidando que lo tengo bien recomendado (documento 191).

El 6 de diciembre de 1905 la Secretaría de Estado y del Despacho de Guerra y Marina comunica que "dispone el presidente de la república, que el joven Abel A. Bravo sea filiado y admitido como alumno en ese plantel [refiriéndose al Colegio Militar]" (documento 398). A partir de ese momento los ansiados viajes a Guadalajara a visitar a la familia dependerán de su desempeño escolar y de las decisiones del señor Guerra, su tutor.

El joven Abel terminó su estancia en el Colegio con grado de teniente. La ingeniería militar debió quedar para después porque la materia de Fortificaciones se convirtió en un literal obstáculo dentro de su carrera:

Querida mamacita, la presente tiene por objetivo saludarte y decirte algo que me va a traer serios disgustos [...] Perdóname con anticipación el golpe que sin culpa alguna te voy a dar [...] No está a mi alcance seguir en este funesto plantel" (documento 486).

Por su lado, el general Bravo también debió leer el mismo informe:

Nunca falta una mortificación en esta vida de pesares y amarguras: anoche recibí carta de Abel y como comprenderás me llené de placer, pues esperaba noticias halagüeñas de sus exámenes. No fue así: lleno de pesar, el pobre joven me ha manifestado que en su examen de Fortificación, se atarantó [...] lo que ha dado por resultado que lo hayan separado del grupo de científicos y le den despacho de teniente para las filas en el presente año (documento 492).

El general busca la manera de apoyarlo, pero nada resuelve y el joven debe abandonar los estudios de ingeniería en el Colegio Militar: "No crean ustedes que por mi voluntad salgo. Dios es testigo de que odio y que lloro al pensar que soy teniente y no cadete" (documento 504). En lo sucesivo las cartas de Abel describirán gran parte de los traslados a los que se ve sujeto, así cuando el novel teniente se encuentra en campaña anuncia:

esta carta te la escribo bajo el plateado velo de la luna [...] de Tlaxco, triste pueblo del pequeño Tlaxcala, histórico recinto de los antiguos tlaxcaltecas donde resido en estos días de Dios, a lo sumo tiene 80 casitas de hispana construcción (documento 333).

Abel también relata a su madre los ejercicios como militar, le cuenta que en un simulacro de guerra su caballo salió desbocado con los tiros de la artillería; presume que pronto estará como jefe de vanguardia al mando de 32 hombres montados (documento 337). Abel se adapta y acepta que su vida se desarrollará dentro del ejército. En febrero de 1909 Ignacio le comunica a Jesusa que Abel "está contento en su Cuerpo" (documento 510), le dice que tramita la transferencia del joven teniente al grupo de Artillería. Bravo siempre perteneció a ese sector del ejército. Sin embargo, el joven Abel no está de acuerdo: "Mamacita, dices que mi papá quiere pasarme a Artillería [...] cuánto mal me haría, es lo peor, jamás ascienden" (documento 511). No obstante la inconformidad de Abel, el general pacta el cambio y para agosto de 1911 Abel se desempeña como artillero en Jonacatepec, pueblito "próximo al bandido Zapata [...] Dios quiera que tengamos un encuentro con él para acabarlo", escribe el joven Abel (documento 572). Cuando lo transfieren al 34 batallón de Chiautla, apunta: "tuvimos algunas bajas, pero hicimos correr a los zapatistas" (documento 577). En efecto, el reporte oficial de la brigada expedicionaria informa de un encuentro con zapatistas en el cerrro Chirimollo (documento 593). En otra carta el joven Abel cuenta a un pariente sobre un combate en Chinameca, donde el fuego rebelde mató a su caballo, pero se consiguió otro mejor que les quitó a los revolucionarios en el cerro del Aguacate (documento 265).

El Noir y el Jonter son los perros del general:

Dentro de diez días emprenderé mi marcha y voy a ver si con mi caballo puedes mandarme al Noir, si ha aparecido, así como al Jonter, animales que no te será posible mantener y a mí me harán falta y me acompañarán (documento 377).

Durante mucho tiempo su favorito fue el Jonter: "está más grande que [el] difunto Rey, pues parado a los pies de mi catre, sobresale unos seis u ocho centímetros con unas manos muy grandes y la cabeza imponente" (documento 167). El uso de la máquina de escribir para la correspondencia familiar apenas comenzaba; en una carta del 9 de junio de 1903, dice: "ya estoy aprendiendo a escribir en máquina, como ves por esta que es mi primera ¿Qué tal está?" (documento 369). Tiempo después, Ignacio le recomienda a su hijo que debe tener cuidado al hacer uso de tan moderno artefacto, pues una carta escrita a máquina jamás se debe firmar, la rúbrica siempre debe ser de puño y letra de quien remite, pues lo contrario indica mala educación (documento 405).

Por sus comunicados sabemos que cuando el general Bravo permanece en la ciudad de México comúnmente se hospeda en el hotel Gillow (documentos 466, 520, 570) o en el Universal (documento 8) y suele pedir la habitación siete. Al general le gustan las piñas, le hacen daño las naranjas y los limones. Fuma cigarros de El Buen Tono, hechos de papel blanco. Mientras el general permanece en Santa Cruz, Jesusa, además de enviarle los suministros que el general prefiere, recibe y manda algunos regalos: "Las dos bonitas toallas las dejo para el uso, la carpetita para la mesa de noche la puse en el acto, pero la camisa de lana la reservo hasta que me bañe" (documento 111). A su vez el militar remite objetos que le parecen curiosos: "no [he] podido encontrar un conducto seguro para mandar unos caracoles muy bonitos [...] y unas esponjas" (documento 126). A veces las cartas dejan ver a un Bravo enamorado, "yo estoy bien y espero que mientras nos vemos [...] te retrates y me mandes un ejemplar. Siquiera me conformaré con tu efigie por ahora, que más tarde nos desquitaremos" (documento 79). Pero lo que más prevalece es el jefe de familia que orienta y da consejos. Al joven Abel le sugiere que lleve "un diario en el que cuente [...] no solamente [sus] actos militares y de hombre público [...] sino también el resultado de [...] meditaciones" (documento 249). Le exige que cuide siempre su reputación como militar y lo alienta a que sea un buen cadete, honrado, responsable y digno de portar la espada (documento 415).

Obligado a abrazar la carrera militar, como los hijos varones de Bravo en otros matrimonios, Abel permanece en la ciudad de México y se aficiona a comprar billetes de la lotería, en algunas ocasiones tiene suerte y gana sumas que lo sacan de apuros: "Mi querida mamá: [...] compré el billete con que me saqué $30" (documento 254). Al sentir la fortuna de su lado, confiesa que también compró otro boleto más caro, uno con premio de 200 pesos, y pagó lo de una rifa de postales. Abel colecciona postales. En temporada de exámenes el hijo escribe a Jesusa:

te ruego que me mandes lo más pronto posible un frasco de phosphogenol, que se pronuncia fosfogenol [como buen adolescente, el hijo pocas veces puede evitar instruir o corregir a su madre], medicina para el cerebro, pues siento algo anormal en él; pero si no lo hay, aunque sea cerebrina (documento 320).

Y ya en ese camino, bien sabía Abel que nada se perdía con rezar "a Dios [para] que me dé dos sobresalientes o tres sobresalientes en geografía [...] dile a mi viejita que me encomiende a su santo predilecto, pues de su ayuda necesito" (documento 320). Y mientras vive en la ciudad de México, el joven suele gastar su escaso dinero en cajetas de Celaya y tarjetas postales para su álbum (documento 203). A Jesusa le gustan los dulces de tutifruti, es una mujer que se encarga de mantener viva la imagen del padre. Evidentemente, entre ella y el general se intercambia la mayor parte de la correspondencia, al menos durante los primeros años. En su vejez, desde el exilio, Bravo se comunicará mayormente con sus hijas.

Algunos documentos corresponden a los comunicados de Abel antes de cualquier batalla contra los revolucionarios. De sus cartas se deduce que tiene una pareja estable (documento 621, 720): Margarita Nájera es su mujer y con ella tiene tres hijos: Ema, Abel y Nacho, sólo la niña sobrevive. El joven teniente ocultó la información por temor a la reacción de su padre. En la primera carta que conocemos de ellos, Abel le dice a Margarita que parte a una misión que lo enfrentará a "muchas balas". Si sale ileso regresará al día siguiente, pero si no, Margarita deberá tomar el dinero que tienen y llevar la carta a su padre, el general Bravo, en la que le pide se haga cargo de ella y de Ema, la hija de ambos: "Si muero, desde el cielo te enviaré mis bendiciones y si vivo te adoraré como siempre" (documento 578). En otra ocasión, frente a similar circunstancia, Abel nuevamente pide a Margarita que en caso de morir en batalla, "lleva a mi tumba solitaria y triste, como mi alma, un recuerdo, unas violetas y flores rojas, símbolo de la pureza del amor ardiente que en vida te dedico. Dile a mi papá que mi último suspiro fue para él" (documento 586).

Varias veces Abel regresó sano y salvo, pero retornó con la certeza de que su vida acabaría en los combates. Redactó una carta confesión para que fuera leída después de su muerte. Explica a su madre que conoció a Margarita cuando era alumno del Colegio Militar, "una mujercita hacendosa y buena" que fue su novia y más tarde su compañera con quien tuvo tres hijos. Pero de los tres sólo sobrevivió Ema. Pide a su madre que cuide y proteja a su mujer y a su hija pues esa es su última voluntad. En la misiva póstuma explica que Margarita lo acompaña con frecuencia en las campañas, así que existe la posibilidad de que a ella también la maten; si eso ocurriera, Abel avisa que su hija Ema será enviada a Guadalajara para que ella y sus hermanas la cuiden (documento 629).

Un día una amiga de la familia Bravo Perea envía el fatídico telegrama: "Acabamos de recibir triste noticia. Abel sumamente grave. Herido en combate" (documento 637). La carta póstuma de Abel llega a sus destinatarios y es entonces cuando comienza la comunicación entre Margarita y Jesusa. La primera escribe largas cartas. Margarita explica que tras la muerte de Abel han quedado en la orfandad. Respecto a la espada de Abel, la mujer informa que esta permanece en el cuartel de Cuautla y que el joven militar fue enterrado. Las dos mujeres tramitan el traslado del cuerpo a Guadalajara (documento 643).

En octubre de 1913 leemos a un Ignacio Bravo aturdido por el dolor de la muerte del hijo. Comenta con Jesusa la carta que Abel le dirigió unos días antes de morir. Se encuentra además muy sorprendido al enterarse de la existencia de la familia de su hijo (documento 668). Jesusa y Margarita se consuelan. Por sus misivas sabemos del dolor de la joven viuda: le pide a Dios que la rescate para acompañar a su Abelito (documento 643), llega incluso a pensar en arrojarse al paso de un tren (documento 720). En esta serie de cartas conocemos cómo el grupo de Victoriano Huerta rescata a la familia de Abel. Ayudan a Margarita con una pensión y un trabajo en la oficina de Correos de la ciudad de México. El traslado de los restos de Abel, el entierro y una beca para el colegio de su hija Ema también es dado por la administración de Huerta. Poco a poco la relación entre Margarita, Ema y la familia Bravo Perea se estrecha. Lo último que deja saber la correspondencia es que la niña se va a vivir con su abuela a Guadalajara, la viuda de Abel permanece en su trabajo en la ciudad de México.

 

DE VIAJANTE A EXILIADO

Los años iniciales de matrimonio entre el maduro general y la joven Jesusa transcurren con el último tramo del siglo XIX: "Hija mía, sin novedad he llegado a esta [refiriéndose a la ciudad de México] y sólo con deseos de saber de ti" (documento 5). El cercano lazo que los une es plasmado en las misivas: "hija mía querida [...] la semana entrante tendré el placer de estrecharte en mis brazos y besar a nuestro Abel; mientras tanto recibe el alma de tu padre" (documento 7). Las constantes ausencias hacen que leamos a un general nostálgico que tan pronto ve retrasada la entrega del correo, reclama: "no seas perezosa y me tengas en un brete [...] cómo estás; escríbeme" (documento 9). Del dulce reclamo pasa al enojo: "pensando en tu actuación, ni por un solo momento te he olvidado y como desde que salí de esa [ciudad] no he tenido ninguna razón de tu salud y de los niños, estoy ya violento" (documento 11). Pasado el tiempo lo vemos escribir:

como comprenderás, ansia tengo de verte alrededor de mis hijos, pero como esto no está en mis manos, espero el momento deseado que tarde o temprano debe llegar. Y la confianza que tengo en ti más me alienta pues estoy seguro de tu juicio y tu cariño (documento 36).

Como es natural la lejanía representó varios conflictos para la pareja. Jesusa reclamaba la constante ausencia del general, pero finalmente el tiempo hizo que se adaptaran. Por su parte el general siempre remitió cartas a sus hijos en las que denota una genuina preocupación por los vástagos. Cuando un profesor de Abel le envía al general una nota enalteciendo el buen desempeño escolar del muchacho, presto, Ignacio remite una copia a Jesusa para que vea que "el chico no va mal" (documento 384).

Los traslados y cambios domiciliarios a que la familia se ve forzada figuran como otro asunto recurrente en la correspondencia. En los años iniciales, cuando los hijos son pequeños y no asisten a la escuela, Jesusa acompaña al general por distintos rumbos del país. Al principio viven en Tepic, cuando Ignacio se traslada a Guadalajara y ya planea la primera mudanza familiar, a la que seguirán muchas otras. Para diciembre de 1893, el general se encuentra de comisión en el cuartel Rosales de Chilpancingo, mientras la familia se ha mudado a Mazatlán. El 15 de mayo de 1894, mientras Ignacio se encuentra en Acapulco, el militar recibe un telegrama en el que se le comunica el nacimiento de xóchitl. A la recién nacida se le pone el mismo nombre que su pequeña hermana fallecida tiempo atrás. Ahora la mujer se encuentra esperando su recuperación para salir hacia Tuxtla Gutiérrez y así reunir a la familia: "el señor Francisco Trejo lleva [...] cargadores para tu caja y demás cosas" (documento 83). El militar le recuerda no olvidar los petates, además de que son las camas provisionales, sirven en el camino para protegerse de la lluvia y del lodo. La correspondencia del general cesa durante algunos periodos, se deduce que son las escasas y breves temporadas en las que la familia estaba reunida. Dos niñas nacen en la época en la que es asignado a Yucatán: en 1899 nace Atala y el militar recibe esa noticia en Tekax; después, nacería Victoria.

Instalado ya en el oriente de Yucatán, la correspondencia familiar refiere continuamente a las carencias, la dificultad para conseguir alimentos y lo poco que ha servido la vía del ferrocarril militar entre Vigía Chico y Santa Cruz. En diciembre del mismo año, cuando los hijos mayores necesitan asistir a la escuela de manera formal, se prepara el retorno definitivo de Jesusa hacia Guadalajara, donde permanecerá el resto del tiempo. Tras los meses necesarios para que Jesusa se recupere del parto y la pequeña Victoria sea lo suficientemente fuerte para soportar un largo viaje, se planea el nuevo traslado: "ha llegado la vez de que emprendas esa marcha tan larga como penosa, pues es necesario que así sea" (documento 364). Debe empacar muy bien y vender todo lo que se pueda, como la mula y los caballos. Antes de salir de Yucatán, la mujer tendrá que cambiar el dinero de la venta porque "en México no reciben [esos] billetes" (documento 364). Las recomendaciones sobre las precauciones que Jesusa seguirá en el trayecto con los pequeños, mismas que incluyen el tránsito en buque hasta Veracruz y luego por ferrocarril, no se dejan esperar. El general también abandona Yucatán, su mermada salud lo obliga a ausentarse de la región.

Pero apenas transcurren dos años y Bravo está de regreso. En noviembre de 1903, Ignacio comunica a Jesusa: "me embarco rumbo a Yucatán, a fin de recibir el mando político y militar de aquella zona y del territorio de Quintana Roo; por consiguiente, nuestra separación va a ser larga" (documento 377). Meses más tarde, para tranquilidad de la mujer, Bravo escribe: "como ya no hay combates a falta de mayas sublevados, el gobierno ha dado por terminada [la] campaña, con fecha del primero del presente mes; así pues, ya estamos declarados en plena paz" (documento 172). Y en abril de 1905 avisa a la familia que deberá ir a "Mérida, donde el gobernador [me] invita a recibir la espada de honor" (documento 276), durante el desfile del 5 de mayo. De otro tono serán las cartas que Bravo enviará a su familia en la década revolucionaria. La correspondencia que el general envía desde Texas a su familia da idea de cómo fueron los últimos años del militar porfirista quien hasta en el final de su vida fue fiel a sus compañeros de armas. Las misivas incluyen recortes de periódicos en los que se leen noticias referentes al exilio y encarcelamiento de Ignacio Bravo y de Victoriano Huerta. Llenos de adjetivos, los recortes periodísticos dicen que autoridades estadunidenses han apresado "al criminal Huerta" en El Paso, Texas, junto con sus esbirros, Bravo, entre ellos, a quien llaman "el odioso Bravo". Informan que Huerta juró bajo palabra de honor no volver a fomentar nuevas conspiraciones en México (documento 728). En una carta a sus hijas, Ignacio explica desde Texas la percepción que tiene sobre los acontecimientos:

No creo que esta situación sea eterna; después tendremos, o mejor dicho, volveremos a nuestra vida tranquila y con ella el descanso de la miseria y los padecimientos. Por ahora, resignación, honor y dignidad (documento 696).

Al duro golpe de la muerte de Abel, siguió el exilio. El general ha dejado de escribir a Jesusa y ahora sólo se comunica con las hijas, les aconseja seguir trabajando, no salirse del camino de la honradez, que estudien —Cidlallin es pianista y profesora (documento 686) — para no ser mujeres marchitas e ignorantes (documento 725). En noviembre de 1917, Ignacio, con 81 años de edad, está fuera de la cárcel y escribe a su hija Atala explicando que vive en una habitación bien ventilada frente a un parque en San Antonio, Texas (documento 733). De manera paralela la comunicación entre madre e hijas no cesa, sabemos que Cidlallin se fue a vivir a Los Ángeles y se casó con Daniel González (documento 249) y tuvieron dos hijos: Daniel y Ofelia (documento 760). Atala, desde Guadalajara, sueña con poder ir también a Estados Unidos (documento 750). Y Xóchitl se casó y fue madre de Beatriz, Guille y Germán (documento 764). Finalmente, muchos años después de la revolución, una carta de Atala enviada en 1941 a la Cámara de Senadores del gobierno mexicano confirma que Bravo murió en El Paso, Texas, en 1918 (documentos 727 y 817). En la misiva, Atala, la hija de Ignacio Bravo, incluye recortes de los periódicos que hacen la crónica de los funerales del general en el exilio estadunidense.

 

COMENTARIO FINAL

La selección de cartas, telegramas y notas personales del general Ignacio Bravo referidas en las páginas previas tienen un propósito modesto: dar a conocer entre los historiadores mexicanistas la aparición de un nuevo conjunto documental de casi mil piezas de correspondencia sobre ese militar. Considerando que en el sureste mexicano se registran pocas colecciones de correspondencias personal, de negocios u oficial de los hombres públicos en la región, el hallazgo de las cartas de Bravo cobra relevancia. Salvo la colección de papeles personales y de negocios de Simón Peón, un hacendado yucateco del siglo XIX, que posee la Universidad de Texas, y la correspondencia del general indígena Francisco May, publicada tanto en Yucatán como en Quintana Roo —con excepción de la correspondencia de la guerra de Castas editada en 1992 por la Universidad de Yucatán—, las cartas de negocios de la Cervecería de Yucatán y las misivas de Salazar Illaregui, Francisco Cantón Rosado y Felipe Pren —estas últimas también depositadas en la Universidad de Texas— no tenemos noticia de otro conjunto extenso de misivas alrededor de los temas y personajes de la historia regional. Los centenares de cartas de la familia Bravo–Perea son en este entorno una inusitada ventana a la biografía de Bravo, a su papel en el nacimiento del territorio de Quintana Roo y a su estrecho vínculo con los generales del presidente Porfirio Díaz.

En el proceso de selección es inevitable elegir unas cartas sobre otras. Hay mucha información que pertenece estrictamente al plano familiar y sin relación directa con la historia de Quintana Roo, que es el tema de interés fundamental para nosotros al analizar la correspondencia personal de Bravo. Sin embargo, esa información estrictamente familiar ayuda a entender mejor a una de las figuras públicas de la región y la trayectoria de un militar sobre el que la historiografía posrevolucionaria ha escrito con abundancia. La actividad de Bravo en Quintana Roo ha sido reconstruida y contextualizada por varios autores, desde Carlos R. Menéndez en su inaugural Monografía de Quintana Roo, pasando por Alfonso Villa Rojas en Los elegidos de Dios, hasta Nelson Reed en su clásico La guerra de Castas en Yucatán y, más contemporáneamente, Carlos Macías en Nueva frontera mexicana. La bibliografía regional que hace referencia a Bravo —a su dureza en los años de campaña contra los mayas y a los efectos de las decisiones gubernamentales que se tomaron durante su estancia en Quintana Roo como jefe político— tiene ahora un nuevo conjunto documental. Lejos estamos de intentar una apología o una reivindicación del general Bravo en Quintana Roo. Nuestro objetivo primordial es dar a conocer las cartas y su contenido, en todo caso el procedimiento en la selección de cartas y fragmentos de los comunicados fue privilegiar los documentos y párrafos de la correspondencia personal en los que figura algún punto de vista alterno al que la historiografía local cuenta. Nos inclinamos por mostrar párrafos en donde aparecen detalles desconocidos alrededor de sucesos locales o nacionales. Y también, cierto, fue inevitable seleccionar de las cartas algunos pasajes que pueden ayudar a entender al esposo de Jesusa por encima del general, y al padre de familia por encima del jefe político de Quintana Roo.

Apéndice. Documentos citados de la correspondencia familiar Bravo—Perea8

 

 

BIBLIOGRAFÍA

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NOTAS

1 Archivo de la Secretaría de la Defensa Nacional, Fondo de Expedientes Cancelados, expediente Ignacio A. Bravo, XI–III–I–241.

2 Véase la sección "Los hombres de la última campaña" y "Anófeles, quinina y manteca rancia", del capítulo I; todo el capítulo II y el capítulo IV, en Macías, Nueva, 1997.

3 Véase la sección "El Torquemada de Quintana Roo", en Menéndez, Álbum, 1936, pp. 27–28.

4 Véase el capítulo "El general Bravo, 18991912", en Reed, Guerra, 1971, pp. 225–244.

5 Ramos, Diáspora, 1997, pp. 206–212.

6 Careaga, Antología, 1980, pp. 103–110.

7 Villa, Elegidos, 1978, pp. 377–400.

8 Se muestra con cursivas un número consecutivo asignado a la misiva, telegrama o nota, seguido de la fecha en la que se elaboró el comunicado. Después figura el lugar donde se encontraban el remitente y el destinatario. Finalmente se agrega un breve resumen del contenido del documento citado.

 

INFORMACIÓN SOBRE LOS AUTORES:

Martín Ramos Díaz. Profesor–investigador del Departamento de Humanidades de la Universidad de Quintana Roo. Doctor en Letras por la Universidad Iberoamericana (1987–1991). Investigador nacional nivel i. Su más reciente publicación se titula "Inmigrantes y multicultura en la frontera México–Belice. Una mirada al pasado, 1904–1975", capítulo del libro Migración y políticas públicas en el Caribe mexicano hoy, Miguel Ángel Porrúa, México, 2009.

Gabriela Vázquez Barke. Estudiante de la maestría en Historia del CIESAS–Peninsular. Ha sido docente universitaria e investiga temas de historia regional en la península de Yucatán.

ABOUT THE AUTHORS:

Martín Ramos Díaz. Professor researcher at the University of Quintana Roo Humanities Department. Ph. D. in Literature from the Universidad Iberoamericana (1987-1991). Level I national researcher. His latest publication is entitled: "Inmigrantes y multicultura en la frontera México-Belice. Una mirada al pasado, 1904-1975", a chapter in Migración y políticas públicas en el Caribe mexicano hoy, Miguel Ángel Porrúa, Mexico, 2009.

Gabriela Vázquez Barke. Student of master's degree course in History at CIESAS Peninsular. She has been a university professor and researches regional history in the Yucatan Peninsula.

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