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Secuencia

On-line version ISSN 2395-8464Print version ISSN 0186-0348

Secuencia  n.80 México May./Aug. 2011

 

Artículos

 

José Vasconcelos y su paso por el Uruguay de los años veinte

 

José Vasconcelos and his Visit to Uruguay in the 1920s

 

Gerardo Caetano Hargain

 

Investigador y catedrático titular grado 5 en la Universidad de la República.

 

Fecha de recepción: marzo de 2010
Fecha de aceptación: julio de 2010

 

Resumen

El texto trata de la visita de José Vasconcelos a Uruguay en una escala de su viaje a cuatro países del Cono Sur sudamericano (Argentina, Brasil, Chile y Uruguay), que daría origen a su célebre libro La raza cósmica. Misión de la raza iberoamericana. Notas de viajes a la América del Sur. Por diversas razones, Vasconcelos reservaba expectativas particulares en torno a su breve pasaje por Uruguay. Sin embargo, dadas sus ideas y proyectos, no resultaba aventurado sospechar que su encuentro directo con el Uruguay real sería más conflictivo de lo que él esperaba. El texto aborda este periplo poco conocido del famoso viaje de Vasconcelos e indaga sobre las razones de algunos debates e incompatibilidades notorias que desató la experiencia concreta de la visita.

Palabras clave: Vasconcelos, Batlle y Ordóñez, raza cósmica, Uruguay, reformismo, clericalismo, antiimperialismo, militarismo.

 

Abstract

The text concerns José Vasconcelos's visit to Uruguay during a trip to four countries in South Américas Southern Cone (Argentina, Brazil, Chile and Uruguay), which subsequently gave rise to his famous book, ha raza cósmica. Misión de la raza iberoamericana. Notas de viajes a la América del Sur. For a number of reasons, Vasconcelos harbored particular expectations about his brief stay in Uruguay. However, given his ideas and projects, it is safe to assume that his direct encounter with the actual Uruguay would have been more conflictive than he expected. The text deals with this little–known stage of Vasconcelos's well–publicized journey and explores the reasons behind certain debates and striking incompatibilities triggered by the specific experience of the visit.

Key words: Vasconcelos, Batlle and Ordóñez, cosmic race, Uruguay, reformism, clericalism, anti–imperialism, militarism.

 

UN PAÍS "INSULAR" Y ENAMORADO DE LOS VIAJEROS

El Uruguay entre el 900 y las fiestas de su Centenario en los años veinte no configuró en modo alguno una interrupción de esa vieja tradición de "idilio" de los uruguayos con los viajeros, que le venía como legado del siglo XIX. Este enamoramiento prolongado se ha trasuntado casi siempre en una rara transferencia de poder a la "mirada" del extranjero que llega de visita, en tanto clave de un registro y de un desciframiento especiales que la población local, en su acostumbramiento cotidiano, no podía encontrar por sí misma, pero sí reconocer en la atenta consideración a lo observado por ese "otro" del visitante. Ese rasgo, que por cierto nunca fue tan excepcional como los uruguayos pretendieron, se ha traducido en el tiempo en una extensa "literatura de viajeros", consumida y buscada con esfuerzo pertinaz.1

En aquel Uruguay de las primeras décadas del siglo XX, la persistencia de esta tradición fue alimentada aún más por la experiencia política y social prioritariamente impulsada por el primer batllismo, así como por la puja entre los dos partidos políticos tradicionales, "blancos" y "colorados", en torno a las notas predominantes de la ciudadanía y del concepto de nación que marcaron la época. Sobre este último particular, ha dicho con acierto el politólogo Francisco Panizza:

La sociedad uruguaya [...] vivió obsesionada por definir su lugar en un orden supranacional. No me refiero aquí estrictamente a lo económico, aunque este aspecto haya sido fundamental desde el siglo XIX hasta nuestros días. Creo, sin embargo, que la forma como se conciben las modalidades de intercambio económico entre el Uruguay y el mundo sólo son entendibles en términos de pautas más amplias, de tipo político–cultural, las cuales definen el lugar de "lo económico". En este sentido, la tradición colorada, que es posible rastrear desde la Guerra Grande, concibió al afuera como parte de un espacio común constituido como imagen y constitutivo como mirada. Con lo anterior me estoy refiriendo a un aspecto clave de dicha tradición que sería retomada por el imaginario batllista, [que definiría] [...] una forma de ver la sociedad uruguaya en la cual esta, por una parte, era vista como perteneciendo a una dimensión más amplia que la de la nación y, por otra, buscando permanentemente [...] esa identidad en la confirmación externa de nuestra "excepcionalidad". [...] A diferencia de las tradiciones colorada y batllista, la blanca, especialmente la herrerista, han visto tradicionalmente al Uruguay desde lo local o, en todo caso, desde lo regional. Para esa tradición, el afuera es una frontera más "dura" que en la anterior, en cuanto [ese afuera] constituye, con distintas variantes del discurso de la nación, algo que esta [última] no es.2

Importa presentar una breve síntesis respecto a esas dos culturas políticas que, en su contienda especular en torno a la nación y a sus opciones ciudadanas, en diversos aspectos marcaron por décadas el itinerario histórico del Uruguay del siglo XX. La matriz colorada —modernizada por las innovaciones del batllismo novecentista— refería una visión cosmopolita de la nación, asociando su definición a la adhesión a valores "universales" —léase noroccidentales— y a una perspectiva "progresista" que desde la acción de un Estado reformista debía vencer las "resistencias" del pasado y de los anclajes tradicionales presentes en la sociedad, particularmente en el medio rural. Lo decía bien el influyente diputado batllista Santín Carlos Rossi, en un discurso pronunciado en 1925 en ocasión de la celebración de una fiesta patria:

Nuestra patria no es la cuna de los antepasados [...]; no es el lugar donde nacimos [...]; no es la propiedad [...] ni el derecho exclusivo de los orientales [...]. Por cualquier aspecto que se la examine, la patria no es un pedazo de tierra determinado, sino algo vivo, ideológico, una organización social que se rige por principios que concurren a establecer los ciudadanos para realizar en comunidad un objetivo, que no es otro que el de conquistar la mayor felicidad posible.3

Estas ideas eran reafirmadas de manera contundente cuando un lustro después, en la celebración del otro gran hito del Centenario, el diario batllista El Día exponía en su principal editorial sobre la conmemoración centenaria de la jura de la primera Constitución uruguaya:

la hora jubilosa que suena en el reloj de los tiempos nos encuentra en plena madurez de civismo. [...] Y hemos de decirlo [...]: es la obra del Partido Colorado [...] y es la obra de Batlle que, sobre la masa amorfa de la patria vieja, modeló la depurada grandeza de la patria futura, tierra de promisión y de justicia en la que aspiramos a brindar el máximun de felicidad a todos los hombres, con quienes nos sentimos hermanados por el vínculo estrecho de una profunda solidaridad cordial. Parados en la cúspide de un siglo, podemos mirar al futuro con el alma henchida de sano optimismo. [...] En el yunque de la patria, hemos sido el martillo que ha forjado la trama del futuro.4

Frente a estas ideas, las otras fuerzas políticas reaccionaron con dureza. En especial los nacionalistas —con el firme apoyo en este tema por parte de la Iglesia católica y del "partido de la causa católica", la Unión Cívica—5 polemizaron con el batllismo en el terreno de la confrontación abierta de las ideas de nación y de los ideales cívicos y morales que a su juicio debían nutrir el concepto de patriotismo. De ese modo, la significación general y las modalidades de celebración que asignaron al Centenario se ubicaron en las antípodas de las defendidas por Batlle y su "gente": fieles a su concepción de "orientalidad", reivindicaron un tipo de conmemoración que privilegiara los referentes del pasado y de la tradición sobre las claves universalistas de la construcción modélica, enfatizando por ello la necesidad de establecer fronteras precisas entre el "adentro" y el "afuera" como base de consolidación de la idea de "unidad nacional".

Por doloroso que sea —decía el periódico nacionalista La Tribuna Popular en agosto de 1925— para quienes seguimos creyendo en el patriotismo como idea–fuerza y en la patria como concepto fecundo en sanos idealismos, hay que señalar [...] el caso incomprensible de esta patria nueva que [...] no puede o no quiere celebrar el centenario de su independencia. [...] Pero la energía batllista [...] no ha conseguido, ni conseguirá jamás, sus finalidades bastardas para convertir nuestra raza en un conglomerado peregrino, camino de la disolución y del suicidio moral, sin dioses protectores, ni fe en sí misma, en viaje hacia lo desconocido, arrastrando como único bagaje ideológico, media docena de veleidades estúpidas–y abominables.6

En una metaforización singular del combate contra el reformismo batllista, el doctor Luis A. de Herrera, ya por entonces presidente del Directorio nacionalista y ascendente líder partidario, escribía en La Democracia en 1921, en un intento por reforzar su prédica con la persuasividad de un relato que se hacía cargo de las imágenes de lo cotidiano y lo privado:

Éramos una familia ordenada y discreta. Montaban guardia en la puerta las viejas costumbres criollas [...]. Vivíamos dichosos de nuestra austera medianía. [...] Pero vinieron los reformadores y, después de reírse mucho de aquella compostura patriarcal, [...] empezaron a hacer y a deshacer. La emprendieron con el patrimonio sagrado; pusieron a la venta todos los grandes recuerdos; [...] en una palabra, entraron a "redimirnos". [...] Rompieron el pasado, amargaron el presente, hipotecaron el porvenir... [...] Ruinas morales, minas políticas, ruinas económicas. En tanto, avanza el invierno y sopla el frío de afuera para adentro y de adentro para afuera.7

Por cierto que entre la concepción vasconceliana de comienzos de los veinte y la visión "patriótica" del "nacionalismo oriental" del Partido Nacional uruguayo mediaba en verdad un abismo. Pero otro tanto ocurría en relación con la propuesta de nación impulsada por el batllismo, que se articulaba en la postulación de un imaginario nacional de proclividad europeizante y muy poco latinoamericano, con un fuerte componente estatista y un ideal de igualitarismo homogeneizante, reacio por definición a cualquier visión de aceptación de los valores campesinos del medio rural y también distante de toda perspectiva "cósmica" y mucho menos "indígena" en la fragua histórica del continente. En esta misma dirección se orientaba por entonces la propia composición demográfica de aquel Uruguay del Centenario: país "aluvional", con una población descendiente en un alto porcentaje de las oleadas inmigratorias —básicamente europeas— que desde mediados del siglo XIX habían venido conformando el país "moderno". Desde una vocación insular que podía ostentar su ajenidad del continente latinoamericano, aquella orgullosa Suiza de América en verdad no sintonizaba con José Vasconcelos y su raza cósmica.

En ese marco, en aquel Uruguay de comienzos de los veinte las valoraciones de ese "otro" privilegiado que era el viajero visitante se cruzaban de esa manera peculiar con las controversias y alternativas locales entre los partidos y su visión contrapuesta de los vínculos entre ciudadanía y nacionalidad. De todos modos, más allá de que también por entonces y en relación con esta disputa tan relevante, el triunfo ideológico del batllismo sobre sus adversarios fue concluyente en el conjunto de la población (repitámoslo, trascendiendo filiaciones y simpatías partidistas), la confrontación de visiones a este respecto no resultó tampoco baladí.

 

EL ULISES CRIOLLO Y SU PASAJE POR EL URUGUAY "BATLLISTA"

Fue en aquel Uruguay orgulloso de los años veinte, que se creía "excepcional" pero que mayoritariamente echaba mucho en cuenta lo que se decía de él desde afuera y a través de la "mirada" de los visitantes, en especial si eran ilustres o internacionalmente influyentes, que recaló José Vasconcelos, nada menos que en una escala de su viaje por varios países del Cono Sur sudamericano (Brasil, Uruguay, Argentina y Chile, siguiendo la secuencia del relato de su viaje). Las crónicas sobre este viaje darían origen a su célebre libro La raza cósmica, Misión de la raza iberoamericana. Notas de viajes a la América del Sur.8

El José Vasconcelos (1882–1959) que llegó al Uruguay durante la presidencia de Baltasar Brum (1919–1923) era ya, como es sabido, un político e intelectual muy preocupado por la integración del indígena dentro del conjunto social de las naciones iberoamericanas. Desde la asunción de "una fe mesiánica en la tarea rectora de los intelectuales" y desde la idea de "una praxis civilizatoria [...] [en cuya baseestuviera] la conciliación entre restauracionismo y modernización", Vasconcelos buscaba por entonces elaborar una "teoría del mestizaje" y proyectarla en todo el continente a través de sus ya famosos "sermones laicos".9 Pero como bien ha analizado la historiadora argentina Patricia Funes,

la poética de Vasconcelos dista de ser diáfana e –incluso– coherente [...]. La misma idea de "raza cósmica" –aun leída desde sus premisas intuicionistas—, no deja de fluctuar entre una categoría abstracta "universal" [una suerte de tipo ideal] y un destino o proyecto cultural iberoamericano. Por otra parte, es ostensible que en esa "fusión" la valoración de los componentes no es simétrica. Es claro que el blanco, la latinidad y, también, "lo español" son las matrices de su deseo y de su profecía. El mestizaje no sería entonces un evolutivo y libre producto del "gusto estético" o de la simpatía sino un a priori, que se asienta en valores "blancocéntricos.10

Esas expectativas y también esas contradicciones del Vasconcelos de comienzos de los años veinte pueden registrarse con precisión en varios pasajes del prólogo a la primera edición de La raza cósmica. Allí lo primero que se planteaba era la pugna irreconciliable y fundamental entre latinidad y sajonismo, la cual, a su juicio, Iberoamérica en su "balcanización" estaba enfrentando de manera equivocada:

Pugna de lacinidad contra sajonismo ha llegado a ser, sigue siendo nuestra época; pugna de instituciones, de propósitos y de ideales. Crisis de una lucha secular que se inicia con el desastre de la Armada Invencible y se agrava con la derrota de Trafalgar. [...] Lejos de sentirnos unidos frente al desastre, la voluntad se nos dispersa en pequeños y vanos fines. La derrota nos ha traído la confusión de los valores y los conceptos; la diplomacia de los vencedores nos engaña después de vencernos; el comercio nos conquista con sus pequeñas ventajas. [...] No sólo nos derrotaron en el combate, ideológicamente también, nos siguen venciendo. Se perdió la mayor de las batallas el día en que cada una de las repúblicas ibéricas se lanzó a hacer vida propia, vida desligada de sus hermanos, concertando tratados y recibiendo beneficios falsos, sin atender a los intereses comunes de la raza. [...] El despliegue de nuestras veinte banderas en la Unión Panamericana de Washington deberíamos verlo como una burla de enemigos hábiles. Sin embargo, nos ufanamos cada uno de nuestro humilde trapo, que dice ilusión vana, y ni siquiera nos ruboriza el hecho de nuestra discordia, delante de la fuerte unión estadunidense. No advertimos el contraste de la unidad sajona frente a la anarquía y soledad de los escudos iberoamericanos.11

Vasconcelos no dejó de registrar entonces la profundidad histórica de esa dispersión iberoamericana, que registraba con desagrado y preocupación, proyectando su cuestionamiento al propio proceso de la revolución independentista como causante originario y tal vez primordial de la desunión:

nosotros los españoles, por la sangre, o por la cultura, a la hora de nuestra emancipación comenzamos por renegar de nuestras tradiciones; rompimos con el pasado y no faltó quien renegara la sangre diciendo que hubiera sido mejor que la conquista de nuestras regiones la hubiesen consumado los ingleses. [...] Nuestra guerra de Independencia se vio amenguada por el provincialismo y por la ausencia de planes trascendentales. La raza que había soñado con el imperio del mundo, los supuestos descendientes de la gloria romana, cayeron en la pueril satisfacción de crear nacioncitas y soberanías de principado, alentadas por almas que en cada cordillera veían un muro y no una cúspide.12

A continuación, luego de afirmar una vez más su convicción respecto a que "el indio no tiene otra puerta hacia el porvenir que la puerta de la cultura moderna, ni otro camino que el camino ya desbrozado de la civilización latina", Vasconcelos proyectaba "una misión sin precedentes en la Historia" para Iberoamérica:

La ventaja de nuestra tradición es que posee mayor facilidad de simpatía con los extraños. Esto implica que nuestra civilización, con todos sus defectos, puede ser la elegida para asimilar y convertir a un nuevo tipo a todos los hombres. En ella se prepara de esta suerte la trama, el múltiple y rico plasma de la humanidad futura. [...] El objeto del continente nuevo y antiguo es mucho más importante. Su predestinación, obedece al designio de constituir la cuna de una raza quinta en la que se fundirán todos los pueblos, para reemplazar a las cuatro que aisladamente han venido forjando la historia. En el suelo de América hallará término la dispersión, allí se consumará la unidad por el triunfo del amor fecundo, y la superación de todas las estirpes.13

Era entonces desde esa aspiración grandilocuente por crear "la primera raza síntesis del globo" y desde un "sentido del deber" comprometido con la tarea de formular "las bases de una nueva civilización", que un Vasconcelos todavía joven y ascendente llegaba con muchas esperanzas al Cono Sur sudamericano. Con su apuesta focalizada sin duda en la visión de los dos gigantes "Estados hegemónicos" de la Cuenca del Plata, Argentina y Brasil, Vasconcelos reservaba, sin embargo, expectativas particulares en torno a su breve pasaje por Uruguay. Dadas sus ideas y proyectos, no resultaba aventurado sospechar que su encuentro directo con el Uruguay real sería más conflictivo de lo que él esperaba. Más allá del signo reformista y hasta "avancista", como se decía por entonces, de la experiencia del Uruguay "batllista" de entonces, más en profundidad existían diferencias y hasta algunas incompatibilidades notorias respecto a los objetivos de la afanosa búsqueda de Vasconcelos, que la experiencia concreta de la visita y del conocimiento directo no haría más que resaltar.

 

LAS PRIMERAS VISIONES DE VASCONCELOS: LUCES Y SOMBRAS DE UN "PAÍS POCO CÓSMICO"

José Vasconcelos llegó a Uruguay "por el fondo", como ha dicho Alberto Methol Ferré.14 En efecto, casi sin aviso y buscando tal vez cierto anonimato,15 ingresó por el norteño departamento de Rivera y llegó en ferrocarril a Montevideo, donde, aburrido con las pocas ceremonias oficiales que aceptó a regañadientes y mucho más estimulado —y también exigido— en sus reuniones particulares, pasó "cinco días de combate", como él mismo escribiría en su crónica.

Si se le cree a "pie juntillas" lo que dice en su texto, llegaba a Uruguay con muchas expectativas y provisto de una información tan copiosa como calificada.

Mirando una vez el Uruguay en el mapa –confesaba de manera un tanto sorprendente en un pasaje de La raza cósmica—, soñé un día llegar aquí de improviso con el nombre cambiado y toda tradición rota, para elegir mujer y fundar familia; mi estado de ánimo al entrar era de lo más cordial, pero se hacen daño los países que mandan soldados en recibimiento de los extranjeros. Si no fuese porque llevaba presente a la Ibarburu [sic] y a Delmira Agustini, a Rodó y a Sabat Ercasty, si no friera porque sabía de Manacorda y de Masera, y de tantos otros nobles espíritus, me hubiera puesto a pensar disparates en los primeros instantes de mi llegada al Uruguay. Además no se tiene el derecho de juzgar precipitadamente a una patria que produce genios y que ha sido iniciadora de la predicación hispanoamericanista.16

La referencia, bastante extraña, sobre que fue recibido mayormente por militares, fue explicada mas tarde por un dirigente batllista que —como se ha anticipado en la cita 14— polemizó públicamente sobre la descripción de Uruguay que Vasconcelos hizo en su libro: esa circunstancia, un tanto extraña en un país tan poco proclive a la cultura militarista típica de otros países latinoamericanos en la época, se habría debido en primer lugar a que lo acompañaba el jefe del Estado Mayor del ejército chileno, y en segundo término, a la circunstancia de que, al entrar por el límite seco entre Santa Ana do Livramento y Rivera, era usual que a los visitantes oficiales les rindieran honores las tropas de la guarnición de frontera 17 De tocios modos, la primera impresión no resultó la mejor, a lo que tal vez se sumaba el vivo contraste de pasar de Brasil a Uruguay. "El Uruguay —registraba luego en su crónica el intelectual mexicano— nos da una impresión general de cosa fría. Ya no se advierte aquella abundancia que es don natural del Brasil."18

Desde el departamento norteño de Rivera, Vasconcelos viajó por tren hasta Montevideo, recogiendo de inmediato el impacto de la vastedad de los latifundios y de la despoblación general del campo uruguayo, muy tradicional en esa zona noreste del país.

Una tristeza pesada se revela en la palidez y el encogimiento de los niños del campo. En seguida se sospecha la causa de este "prana" maléfico: el latifundio con su corolario de esclavitud. Con astucia pedimos informes y, en efecto, a pesar de que el Congreso expide muchas leyes y los gobiernos se proclaman muy radicales y aun colorados, la propiedad de la tierra es de unos cuantos estancieros. [...] Clero, latifundio y ejército, las tres maldiciones de la América española. En el Uruguay se vuelven a hacer presentes las dos calamidades últimas. El clero, en cambio, parece que ha sido bien castigado, lo que merece un elogio.19

Ya a las primeras de cambio, Vasconcelos apuntaba en su crónica contra el punto más débil de las reformas del batllismo, la "reforma agraria y la lucha contra el latifundio", área en la que el ímpetu transformador del reformismo había sido tal vez el más moderado, donde a pesar de ello las propuestas presentadas menos prosperaron, entre otras cosas, porque allí estaba el enemigo social más poderoso y organizado, los gremios de los hacendados y ganaderos dueños ele los más grandes latifundios. De todos modos, quien lee la crónica que escribió Vasconcelos —obviamente ex post— sobre su visita a Uruguay, cae de inmediato en la cuenta de que desde el comienzo no simpatizó con sus interlocutores batllistas.

 

LAS RAZONES MÁS FIRMES DEL DISTANCIAMIENTO CRÍTICO ENTRE VASCONCELOS Y SUS ANFITRIONES: EL FUERTE PANAMERICANISMO BATLLISTA

El intelectual y político mexicano no ocultó las razones y causas fundamentales de ese malestar. En su crónica sobre su pasaje por Uruguay relataba:

Al día siguiente de nuestra estancia ya tuvimos motivo de enojo, porque los diarios no se prestaron a dar cuenta del discurso con que hice entrega de la estatua de Cuauhtémoc, que di en parte a título de declaración de política mexicana. Atribuimos aquel silencio a exceso de condescendencia con la legación yanqui. El aludido discurso no es antiyanqui, pero sí nacionalista iberoamericano, y en aquellos días privaba en las esferas oficiales del Uruguay la doctrina panamericana, en oposición casi bélica, de la doctrina simplemente iberoamericana.20

Lo que reprochaba Vasconcelos resultaba plenamente razonable y veraz. En sus orientaciones de política exterior, como se verá a continuación, el batllismo en general y el entonces presidente Baltasar Brum en particular, habían ostentado una postura firmemente alineada en un panamericanismo acendrado, incluso destacándose en el concierto latinoamericano por la cercanía militante de la diplomacia uruguaya con Estados Unidos. En múltiples episodios de la época esta postura del batllismo quedó evidenciada con meridiana claridad. En agosto de 1915, por ejemplo, en momentos en que Estados Unidos promovía una conferencia de todos los países de América para "normalizar" una vez más la política mexicana, el entonces oficialista El Día alertaba sobre "la anormalidad perenne de México", al tiempo que destacaba que la acción estadunidense

no es la primera que ensaya el gobierno de aquel país, cuyos esfuerzos en pro de la pacificación de México han de ser reconocidos universalmente. [...] No puede negarse que la intención no es sólo de las más desinteresadas sino de las más nobles. [...] Y como esta lucha, con su cortejo de horrores, amenaza eternizarse, he aquí por qué, en nombre de los más grandes y sagrados derechos humanos, se tienta la intervención.21

El presidente uruguayo que recibió a Vasconcelos, Baltasar Brum, había sido canciller en el gobierno anterior presidido por Feliciano Viera y en el desempeño de ese cargo se había ganado el apodo de "Wilsoncito" por sus firmes ideas panamericanistas y pro estadunidenses. En el contexto conflictivo de la primera guerra mundial, como canciller Brum había promovido personalmente en junio de 1917 un decreto de "solidaridad americana", a través del cual, ante el inminente arribo al puerto de Montevideo de una escuadra naval estadunidense, se daban las debidas garantías sobre que recibiría un tratamiento de "nación amiga" y no de "potencia beligerante".22

La postura de Brum sobre las bondades y el imperativo de adherirse al panamericanismo, aunque revelaba algunos pequeños matices respecto al tema del intervencionismo estadunidense, no admitía en lo sustantivo dos lecturas o interpretaciones. En una conferencia dictada el 21 de abril de 1920 en la Universidad, el ya entonces presidente profundizó sobre el particular:

Si siempre he considerado que no debía prescindirse de la acción de los Estados Unidos en los asuntos que interesan al continente americano, más arraigada tengo esa convicción ahora que se ha visto a ese país abandonando la política de aislamiento en que vivió hasta 1917 [...]. Si bien en el pasado su política pudo haber sido injusta y áspera con algunos países latinos, ello no debe constituir ahora un obstáculo para un firme acercamiento [...]. El panamericanismo implica la igualdad de todas las soberanías, grandes o pequeñas, la seguridad de que ningún país intentará amenguar las de otros y de que han de serles reintegradas a los que las tuvieran disminuidas.23

Pero en verdad, esas orientaciones en materia de política exterior habían sido siempre las predominantes dentro del Partido Colorado en general y en el batllismo en particular.24 Como canciller primero, como presidente y como alto dirigente de su partido después, lo que hizo Brum fue dar curso operativo a esas ideas, aterrizarlas en iniciativas concretas,25 y convertirse en uno de sus principales ideólogos y defensores, no sólo en el país sino en el continente todo. En este último sentido, sus argumentos tendieron a contestar las visiones alternativas de una unidad "hispanoamericana", "iberoamericana" o "indoamericana" sin la participación de Estados Unidos, requisito este que juzgaba como central de toda política de acción continental.

Primero —señaló Brum en un artículo que bajo el título de "El panamericanismo en la América Latina" publicaría en 1928 la revista neoyorquina Current History— se pretendió unir a los que descendían de España y crear así el "hispano–americanismo"; más tarde se extendió ese concepto en el sentido de incorporar al Brasil, dando entonces a la agrupación el nombre de "ibero–americanismo", integrado por los pueblos que provienen de la península ibérica. El presidente Carranza, de México, prohijó otra tendencia llamada "indo–americanismo", que tenía por objeto asociar los americanos de origen ibérico a las grandes razas aborígenes que aún existen. [...] Pero, en el Rio de la Plata, poblado por indios que vivían en un estado de completo atraso y que desaparecieron totalmente, sin dejar, en pos de sí, obras ni tradición alguna, esta iniciativa no hizo camino. [...] Pues bien: por encima de estas tendencias raciales, surge en América el "PAN–americanismo", que busca la aproximación fraternal de todos los pueblos del Nuevo Mundo, sin preocuparse de señalar las diferencias étnicas, de lengua, de dogma o de costumbres, para hacer de ellas un motivo de repudio o de separación.26

El panamericanismo batllista expresaba toda una cosmovisión en la que convergían distintos componentes: una fuerte identificación simbólica e ideológica con los patrones civilizatorios "noroccidentales", básicamente referidos a Europa occidental y especialmente a Estados Unidos; un rechazo a toda visión latinoamericana propuesta como alternativa a una acción unificada del conjunto del continente (panamericana), con la presencia indispensable del "hermano mayor" estadunidense; una visión sobre este último que lo hacía paladín de las causas democráticas y humanistas, protector frente a las injerencias extracontinentales y líder —más allá de algún "exceso" intervencionista que había que dejar en el pasado— de una estrategia global de inserción internacional del continente en su globalidad; un rechazo manifiesto a toda propuesta o discurso que hiciera hincapié en las ideas de "nacionalismo", "latinoamericanismo" y, sobre todo, "antiimperialismo", en particular si estas se asentaban en una reivindicación no sólo política o ideológica sino también cultural de una visión hemisférica contrapuesta a la unidad interamericana bajo el liderazgo "natural" de Estados Unidos. En varios sentidos, esta visión de política internacional del batllismo resultaba muy tributaria de su peculiar forma de definir el concepto de nación.27

Por supuesto que estas ideas no sólo se encontraban en las antípodas de las de Vasconcelos y de la mayor parte de los políticos e intelectuales mexicanos y latinoamericanos de entonces, sino que también encontraban fuertes réplicas dentro de las fronteras del propio Uruguay. Por motivos no sólo políticos e ideológicos, esas ideas chocaban con las definiciones de algunos de los principales dirigentes del Partido Nacional, como Washington Beltrán o Luis Alberto de Herrera. Como veremos, la visión pro estadunidense del batllismo afrontaba en forma directa la concepción nacionalista y sus derivados en materia de política internacional. En una perspectiva mucho más radical y general, el panamericanismo batllista y sus expresiones específicas sobre la situación de México chocaban más frontalmente aún con la visión de algunos jóvenes que por entonces buscaban afirmar sus propuestas de renovación política e ideológica para Uruguay en un nítido afincamiento latinoamericanista. En esa línea se ubicó de manera emblemática por entonces un muy joven Carlos Quijano, el que en agosto de 1925 se pronunciaba en París, en un acto de solidaridad con México, de una manera nítidamente disímil respecto a las visiones batllistas:

El conflicto actual entre México y Estados Unidos no es sólo un episodio más de la lucha entre el imperialismo yanqui y América Latina. [...] Combatir al lado de México es combatir por la revolución y contra el capitalismo. [...] Tenemos que hacer una revolución americana, con fines, con intereses, con formas americanas, como México, que debe seguir siendo nuestro modelo.28

Esta disputa interna en torno al panamericanismo batllista y su postura frente a México pocas veces alcanzó una profundización tan marcada como en ocasión de la intervención estadunidense en el país azteca en febrero de 1914. En esa oportunidad, el entonces presidente Batlle justificó, a través de su medio oficial El Día, la acción del gobierno estadunidense presidido por Woodrow Wilson, dando por buenas las razones invocadas por Estados Unidos en la ocasión, en el sentido de que la dictadura de Victoriano Huerta volvía válido el recurso a la invasión. "Wilson se presentó más bien como un amigo, como un hermano mayor que da consejo a los pequeños barullentos. Bien dicen que no hay redentor que salga bien. [...] Lo único que podía hacer lo hizo."29

Por aquellos días, en vivo contraste con la actitud del gobierno de Batlle, se produjeron manifestaciones antiestadunidenses en Montevideo, algunas de las cuales derivaron en actos de violencia y en represión policial. El gobierno batllista presentó oficialmente sus excusas ante la legación estadunidense, lo que provocó un intenso debate parlamentario sobre el punto. Luis Alberto de Herrera expresó en cámaras su rechazo a la posición gubernamental y su defensa del principio de no intervención:

Ningún país de Sud–América, ni aun los más fuertes y los más capaces territorialmente y por su población, se permiten conceder a nadie, ni en doctrina, el derecho de intervenir las sociedades políticamente infortunadas.30

Con todos estos antecedentes e ideas, que por cierto Vasconcelos no podía desconocer, resultaba natural que en el encuentro directo se confirmaran las diferencias y las distancias. El batllismo, por otra parte, nunca había visto con demasiada simpatía los rumbos de la "revolución mexicana", algo que Vasconcelos también sabía. El reformismo batllista y todo lo que él expresaba y potenciaba del más antiguo republicanismo uruguayo abrevaban en otros orígenes ideológicos y culturales.

 

EL "PORFIRIATO" URUGUAYO: BATLLE Y ORDÓÑEZ COMO "UNA ESPECIE DE OGRO ENTRE ESTADISTA Y ESPADACHÍN"

Vasconcelos pudo encontrarse personalmente con el presidente Baltasar Brum, pero no logró entrevistarse con José Batlle y Ordóñez, lo que sin duda profundizó su recelo, que rápidamente se volvió personal contra el líder indiscutido del sector reformista del Partido Colorado. Al respecto, la narración del político mexicano no deja lugar a dudas:

El presidente Brum, que es un hombre generoso y liberal, tuvo la bondad ele exponerme extensamente su punto de vista en un largo paseo que hicimos en su coche. [...] No pude conocer, ni me preocupé mucho de hacerlo, a una especie de ogro entre estadista y espadachín, que es quien hace o deshace gobiernos y leyes. Su procedimiento es complicado pero seguro. Después de hacerse del poder, por la violencia, organizó un partido del que naturalmente se hizo jefe vitalicio. De esta manera, al dejar la presidencia burló el principio de no reelección, mediante el cambio previo que hizo del sistema de gobierno, que transformó en lo que llaman "colegiado". [...] En este consejo siempre es el ogro el que tiene la mayoría y el presidente se somete al ogro o se va para su casa. Al ogro lo llaman sus partidarios un genio político; me aseguró alguien que de haber nacido en Inglaterra, le saca el pie al mismo Lloyd George. Menos mal que sea un déspota civil y no se le haya ocurrido imitar a Napoleón, como los demás tiranos sanguinarios de la América española. El que no cree o no finge creer en el ogro no llega en el Uruguay a ningún cargo público. [...] Con una fuerte organización de partido, una milicia bien pagada y mucha palabrería radical, el partido colorado hace más o menos lo que le da la gana.31

Las críticas específicas de Vasconcelos sobre la persona de Batlle y Ordóñez coincidían casi a la perfección con mucho del discurso de los opositores locales al líder reformista. Incluso parecían convergir en la misma dirección que el símil mexicano al que los antibatllistas solían recurrir: si el batllismo había sido acusado de "porfiriato" o "porfirismo" era porque su líder y fundador se parecía mucho a Porfirio Díaz. Aunque sin referirlo en forma expresa, los perfiles que Vasconcelos trazaba sobre la figura de Batlle parecían nutrirse de muchos de los fundamentos que habían llevado a varios políticos uruguayos, fundamentalmente del Partido Nacional, a compararlo en forma directa con el dictador mexicano por antonomasia. Un ejemplo máximo de esa comparación cargada de intencionalidad política la había dado, por ejemplo, el dirigente nacionalista Martín C. Martínez, al confrontar la propuesta de reforma constitucional que Batlle presentara en su diario El Día, en marzo de 1913, con una larga descripción de la praxis política de Porfirio Díaz en clave de paralelismo con Batlle y Ordóñez.

Los ambiciosos —había escrito Martín C. Martínez dos días después del lanzamiento público de los famosos Apantes colegialistas de Batlle— pueden arriesgarlo todo en una jugada para trepar al primer puesto pero no lo sueltan con la vaga esperanza del retorno [...]. Era ya una monomanía, una obsesión. Apenas reelecto, comenzaba a fraguar un plan, por absurdo y paradójico que Riese, para insinuar a sus amigos la necesidad de ir preparando la reelección siguiente.32

Desde entonces, las caricaturas que presentaban a "Don Pepe" como "Don Porfirio" se volvieron usuales en la prensa opositora al batllismo y la acusación de "porfiriato" se fue imponiendo como un arma retórica eficaz contra Batlle y su grupo.

En verdad, el juicio severísimo de Vasconcelos sobre Batlle y Ordóñez, a la vez de parecer abrevar en coincidencias con argumentos del discurso de la oposición uruguaya al batllismo, traslucía un fuerte e inusitado encono personal. En todo su libro no trató a ninguna otra figura política de los países que visitó con esa dureza. Evitó en todo momento nombrarlo, adjudicándole además el mote de "ogro", que en verdad revelaba mucha antipatía. Le adjudicaba además algunas cosas que ni el más acérrimo de sus adversarios locales podía corroborar por entonces: no era cierto que en aquellos años Batlle controlara a su antojo los complejos vericuetos de los poderes públicos tras su profundo rediseño en la reforma constitucional de 1917.33

No sólo no dominaba la rama colegiada del poder ejecutivo, el Consejo Nacional de Administración, sino que su grupo era una clara minoría en ese cuerpo y debía enfrentar allí con frecuencia una mayoría en la que se articulaban sus adversarios conservadores tanto nacionalistas como de las otras fracciones coloradas. Tampoco tenía mayorías legislativas que le fueran afines. Luego de su derrota en las elecciones del 30 de julio de 1916,34 y en particular a partir de la vigencia de la nueva Constitución en marzo de 1919, el batllismo no hegemonizaba el gobierno y estaba obligado a pactar de continuo en torno a las políticas públicas y a la sanción de las leyes en el Parlamento para no quedar marginado por la coalición entre blancos y colorados antirreformistas. Su control sobre el Estado y los cargos públicos era también por entonces muy limitado. En suma, como vimos, sí había argumentos políticos e ideológicos para que Vasconcelos viera con distancia al batllismo, en particular por el sesgo pro estadunidense de sus orientaciones en política exterior, su encono llamativamente virulento contra la propia figura de Batlle ya llegaba a la dimensión de lo personal, y adquiría ribetes más difíciles de entender y de explicar.

Este último señalamiento se vuelve más claro si se advierten también las sintonías que el político e intelectual mexicano no podía ocultar con varias de las reformas promovidas principalmente por Batlle y el batllismo en Uruguay. Por ejemplo, en un tema en el que Vasconcelos puso en verdad de manifiesto una profunda admiración por Uruguay fue en el tema educativo, aspecto en verdad sustantivo dada su investidura de secretario de Educación del gobierno mexicano.

Visitamos muchas escuelas, escuelas primarias, de sordomudos, de anormales; en todas partes nos acogieron no sólo con cortesía sino con interés y afecto. La fiesta de la Escuela Normal nos dejó impresión inolvidable. Los niños leyeron pequeños ensayos de historia de México; en todas las pruebas se nos demostró eficacia; los coros, las recitaciones, los discursos, todo nos causó admiración y gratitud. [...] La Universidad, como todas las escuelas que visitamos, posee magníficos edificios modernos. [...] Las construcciones escolares de Montevideo son obra generosa de la República; allí se ve lo que han podido hacer los uruguayos.35

Esa cercanía de Vasconcelos con las políticas educativas impulsadas durante los tiempos de hegemonía batllista en el gobierno podía ser matizada de todas formas por un reconocimiento explícito de la actitud de los estudiantes uruguayos ante encrucijadas en las que México había debido enfrentar el intervencionismo estadunidense, claramente contrastante con las posturas defendidas por el grupo liderado por Batlle. En esa dilección, Vasconcelos no quiso olvidar ni dejar de destacar en su libro la militancia antiimperialista de los estudiantes uruguayos en febrero de 1914 y en otras oportunidades, de los pocos actores en el país que habían manifestado siempre de manera permanente su condena frente al intervencionismo de Estados Unidos:

Si los edificios de las universidades son espléndidos, no lo es menos el espíritu de los educandos. Los estudiantes uruguayos están siempre alertas sobre toda cuestión que afecta al continente latino; nadie defiende con más calor que ellos el ideal iberoamericano. A pesar de los discursos y las amenazas de cierto funcionario del sector del señor Batlle, los estudiantes de Montevideo Rieron los primeros en protestar contra la ocupación de Veracruz por las tropas de Woodrow Wilson.36

 

LA INSULARIDAD ENSIMISMADA DEL URUGUAY BAJO LA LUPA

Más allá de su enfrentamiento con Batlle y Ordóñez, durante su estancia en Montevideo las ideas de Vasconcelos sobre la raza y el mestizaje encontraron en general muy poco eco en el conjunto de sus interlocutores, como era de esperarse.

En las discusiones privadas —cuenta Vasconcelos— se nos contestaba que la teoría de la raza era falsa y que, en último término, el Uruguay era europeo, no castellano, sino europeo. En efecto, la literatura que allí vimos parece afrancesada; en los negocios priva Inglaterra y en la política internacional Estados Unidos.37

El balance que Vasconcelos podía derivar de esa triple condición que registraba como identificatoria de Uruguay —sin duda con una buena dosis de acierto y perspicacia— no podía ser sino muy crítico. De todos modos, el intelectual mexicano reconocía que "de todos los pueblos de la América del Sur es el Uruguay el que menos se parece a nosotros. Su raza es pura, casi exclusivamente blanca, y sin duda, una de las más vigorosas del mundo."38

Pese a sus críticas y a la poca receptividad que encontró para sus ideas en su pasaje por el Uruguay, Vasconcelos terminó su crónica en La raza cósmica reconociendo que de todas formas, el país era muy democrático. En ese sentido, admitió que "los gobiernos batllistas no nos pueden ser simpáticos a causa de divergencia de criterios en determinados puntos fundamentales, pero son gobiernos civilizados". Incluso, en uno de esos vericuetos típicos de su escritura y de sus dichos, finalmente reconoció con mucha sagacidad los términos de la contradicción que el pasaje por Uruguay le provocó en su extenso viaje, en búsqueda de esa "raza mística" tan anhelada por él:

El Uruguay es un pueblo libre. El obrero y el campesino, en general el pobre, viven menos pobres que los pobres de los países tiranizados. El Uruguay me desilusionó un poco por la gran ilusión que yo llevaba de él, no porque lo haya encontrado inferior en ningún sentido a otros pueblos nuestros. También sucedió que hubiera querido encontrármelos más argentinos, menos nacionalistas, más preocupados del porvenir unido de la América española. Cierto regionalismo que a mí me pareció advertir, no está de acuerdo con el aliento continental de Rodó, con el genio arrollador de la Ibarburu [sic]. ¿Por qué empeñarse en ser uruguayos, si pueden convertirse en la conciencia de América?39

En esa última pregunta en verdad interpelante, la "mirada" de Vasconcelos venía a tocar uno de los nervios centrales de la ecuación uruguaya que ya por entonces se perfilaba con nitidez, no sólo referida a aquella coyuntura especial del Centenario de su independencia, sino a su historia de más "larga duración". Lo que el intelectual mexicano no podía entender era esa vocación de insularidad y de excepcionalismo que aquel país afirmaba en una clave tan eurocéntrica (y fundamentalmente "afrancesada") y tan poco latinoamericana. Como vimos, ese nacionalismo uruguayo era más cívico que telúrico, de proyección más republicana que emocional, más articulado con la adhesión a las causas de la "Humanidad" que con las posibilidades de un vínculo comprometido con los destinos de la región. Los uruguayos de entonces portaban un claro sentido de "frontera transatlántica", se ubicaban "mirando el mar" desde la "ciudad puerto" de Montevideo y dejaban detrás, a sus espaldas, al territorio, al continente, a la región. Además, recelaban de sus gigantes vecinos y tomaban, con soberbia de "bajo perfil" pero efectiva, distancias y garantías respecto de una América Latina que en el fondo temían. Desde su visión continentalista e iberoamericana, identificada con la fusión de razas, a Vasconcelos le costaba mucho sintonizar con aquel país homogéneo (porque lo era en buena medida, pero tal vez sobre todo porque deseaba serlo) y republicano, mucho más deseoso de ser un "pequeño país modelo" que "la conciencia de América".

El batllismo podía carecer de fibra nacionalista, pero sabía sintetizar y consolidar muy bien ese deseo colectivo de "ensimismamiento". De allí que varios dirigentes e intelectuales batllistas salieron a polemizar duro con Vasconcelos cuando La raza cósmica salió publicada y todos pudieron constatar que el Ulises criollo no se había enamorado del Uruguay, sino que había encontrado o reforzado motivos para presentar una versión crítica del país y de su principal partido político. Como adelantamos, un ejemplo de esa réplica fue el artículo publicado en la revista Nosotros por J. Oscar Cosco Montaldo en 1926.40 Cosco Montaldo, que decía admirar a Vasconcelos como "corifeo máximo del nuevo evangelio laico en el que se adoctrinan las juventudes latinoamericanas", no podía sino refutar uno a uno los "cargos" adjudicados al batllismo. En primer término, analizaba las fuertes diferencias del "latifundismo uruguayo" con el mexicano o el argentino, para luego señalar los bloqueos políticos internos que le habían impedido al batllismo llevar adelante su "reforma rural". Advertía sin embargo el dirigente batllista que "recién ahora las condiciones políticas y sociales del país [permitían] plantear el problema agrario, [...] porque [...] recién ahora se ha logrado organizar un partido ideológico". Cosco Montaldo concluía que

ese partido sólo puede ser el partido batllista, renovado y joven, que se orienta hacia un socialismo de Estado y que tiende a admitir en su seno ideologías aún más izquierdistas, a condición claro está, de que ellas se sometan a la organización y a la disciplina de partido.41

El dirigente batllista rebatía luego las otras críticas de Vasconcelos sobre el batllismo, en especial sus ataques al líder histórico del partido:

el juicio que Vasconcelos emite sobre la personalidad de Batlle y Ordóñez no puede ser más equivocado. Califica de ogro y de titano civil a uno de los más grandes y avanzados estadistas que ha tenido América en todos los tiempos, incluso los hombres de la revolución mexicana; al cerebro y al nervio de la gesta renovadora del país; en fin: a uno de los más fervientes demócratas y a una de las más recias vocaciones políticas, ejemplo de energía y de honestidad cívica.42

Por su parte, casi 35 años después, un "herrerista intelectual", muy crítico del batllismo y decidido promotor del regionalismo latinoamericano, hablamos del recientemente fallecido Alberto Methol Ferré, ya en los umbrales de la crisis uruguaya podía sintonizar, de una manera completamente distinta, con aquella visión crítica y a contramano de Vasconcelos sobre el "pasado de oro" del Uruguay de los veinte:

Vasconcelos venía a la patria de Rodó, a "la iniciadora de la predicación hispanoamericana". De allí su repulsa a la "utopía en bandeja". Creyó llegar a la avanzada latinoamericana y nos vio sentirnos europeos. [...] Vasconcelos confiesa: "a veces me violentaba y me sentía en un ambiente hostil". [...] No puede reprimir su antipatía con el oficialismo de entonces, solidario con los desembarcos en Veracruz de Wilson. [...] Nos ve sin solidaridad esencial con lo americano, satisfechos de la uruguayidad solitaria. [...] El signo de su experiencia uruguaya fue la de una total ajenidad, una extrañeza vital, que se tradujo en una denominación curiosa: al gran constructor del Uruguay contemporáneo lo llamó "ogro". Y es significativo que cuando pasa a Buenos Aires se sintiera hermanado con el "peludo" Yrigoyen y repudiara violentamente la desviación "oligárquica" de Alvear.43

Ecos y contradicciones perdurables de aquel fugaz pasaje del Ulises criollo por Uruguay. Pero también, como vimos, los claros y oscuros de su mirada podían conectar muy bien con los debates internos del Uruguay de la época y con ciertas interpelaciones profundas que el país viviría con dramatismo décadas después. De cualquier modo, más allá de sus excesos retóricos, Vasconcelos dejó como viajero preguntas y "espejos" útiles para comprender mejor y en forma más profunda a Uruguay. El signo polémico de aquella visita de Vasconcelos al país quedó también reflejado en el futuro en una circunstancia al menos curiosa: el capítulo sobre Uruguay dejó de aparecer en la mayoría de las reediciones posteriores de La raza cósmica.44

 

FUENTES CONSULTADAS

Hemerografía

El Día, Montevideo.

El País, Montevideo.

El Siglo, Montevideo.

Diario del Plata, Montevideo.

El Telégrafo, Montevideo.

Bibliografía

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NOTAS

1 Existe una muy profusa y continua literatura de viajeros en Uruguay. Asimismo, intelectuales e investigadores como Carlos Real de Azúa, Aníbal Barrios Pintos, Rubén Cotelo y otros, han abordado el tema desde un punto de vista más historiográfico. Una mera reseña de esa numerosa bibliografía excede los límites de este artículo.

2 Panizza, "Partidos", 1989. Las referencias a blancos y colorados refieren a los nombres de los llamados "partidos históricos" del Uruguay, el Blanco o Nacional y el Colorado, fundados hacia finales de las guerras de la independencia (1811–1828) y en los momentos iniciales de la fundación del Estado oriental (1S28–1830). La tradición de ambos partidos y la historiografía más oficial radican su fundación en la batalla de Carpintería, librada entre ambos "bandos" en 1836. Por su parte, la referencia a la llamada "Guerra Grande" alude al conflicto regional que compartieron entre 1838 y 1852 los principales agrupamientos políticos de ambas márgenes del Río de la Plata. Por su parte, las referencias al "batllismo" y al "herrerismo" aluden a los movimientos políticos que fundaron los dos principales líderes de los partidos, Colorado y Nacional en el siglo XX, José Batlle y Ordóñez (1856–1929) y Luis Alberto de Herrera (1873–1959) respectivamente. Para el estudio de la trayectoria de los partidos uruguayos desde su fundación hasta los finales del siglo XIX, sigue siendo de lectura imprescindible la obra clásica de Pivel Devoto, Historia, cuya última edición fue realizada por la Cámara de Representantes del Uruguay en 1994, al cumplirse el cincuentenario de la primera edición.

3 "Cómo se conmemoró la victoria de Artigas. Lo que fue el acto de ayer en el campo de Las Piedras", El Día, 19 de mayo de 1925.

4 "La primera centuria de nuestra vida institucional se conmemora hoy brillantemente", El Día, 18 de julio de 1930, p. 53.

5 Esta postura en favor de una más nacionalista y que respaldaba la tesis del 25 de agosto de 1825 como la fecha de la independencia nacional fue defendida en variadas oportunidades por los dirigentes cívicos, por los periodistas de El Bien Público e incluso fue refrendada en pronunciamientos pastorales. Sobre este último particular, véase, "Del Arzobispado de Montevideo. Sobre los Centenarios de nuestra Independencia. Exhortación pastoral", El Bien Público, 17 de mayo de 1925, p. 1.

6 "Por nuestro Centenario. Derrotero del suicidio", La Tribuna Popular, 7 de agosto de 1925, p. 1.

7 "Cómo nos arruinaron. Veinte años después", La Democracia, 13 de agosto de 1921. Cita tomada de Zubillaga, Reto, 1982, pp. 186–187.

8 Los datos de la edición de la obra (suponemos la primera o de las primeras) sobre la que se trabajará en el texto que sigue son los siguientes: José Vasconcelos, La raza cósmica. Misión de la raza iberoamericana. Notas cíe viajes a la América del Sur, Agencia Mundial de Librería, 2 hojas + 294 pp., sin indicación de lugar o de fecha, con pie de imprenta: "Tipografía Cosmos, San Pablo 95, Teléfono 15351, Barcelona." En el lomo figura como precio: "6 pesetas". En la contracubierta se ofrece un "Extracto de Catálogo" donde figuran, formando parte de la Colección Contemporánea: José Vasconcelos, La raza cósmica, 6 ptas. José Vasconcelos, Indología, 8 ptas. Esta edición viene siendo datada con frecuencia en 1925, pero es más probable que Riera publicada a finales de 1926 (ya inminente la aparición de la Indología, prevista para 1927) o en el propio 1927 (en el catálogo aparece antes La raza cósmica que la Indología). En el texto la primera parte es un "Prólogo" general de la obra (pp. 1–40), que sigue con las, "Notas de viaje", "Premoniciones" (pp. 41–43), pare luego ir ya a las distintas escalas que corresponden a Brasil (pp. 45–137), Uruguay (pp. 139–149) y Argentina (pp. 151–294), con una última excursión a Chile (pp. 242–290). Entre otras múltiples ediciones de esta obra consultadas por el autor figuran las siguientes: Imprenta Helénica, Madrid s. a., 2 h. + 296 págs.; Espasa–Calpe Argentina (Austral 802), Buenos Aires, 1948, 210 pp.; Aguilar (Ensayistas hispánicos), Madrid, 1966, 224 pp.; Asociación Nacional de Libreros (12 de noviembre de 1983, Día Nacional del Libro), México, 1983, 191 pp.; Porrúa (Sepan cuantos), México, 2001, XVII + 164 pp.

9 Funes, Salvar, 2006, pp. 174–176.

10 Ibid, p. 178.

11 Vasconcelos, Raza, 1925, pp. 5–6.

12 Ibid., pp. 10–11.

13Ibid.,pp. 14–15.

14 Methol, "Dos", 1964, t. II, p. 640.

15 En una réplica a Vasconcelos —que analizaremos en detalle más adelante— a propósito de su crónica sobre Uruguay aparecida en las páginas de La raza cósmica, J. Oscar Cosco Montaldo señaló en 1926 que "la visita de Vasconcelos al Uruguay se resintió de un vicio de origen, causa de todos los malentendidos posteriores. Ella no fue suficientemente anunciada [...]. Tanto es así, que Ríe el doctor Alfredo Palacios, quien, desde Buenos Aires, hubo de enviar al doctor Baltasar Brum, entonces presidente de la República, un telegrama particular en que le anunciaba que Vasconcelos había cruzado ya la frontera, rumbo a Montevideo. Pero ya no había tiempo de preparar como correspondía la recepción de Vasconcelos." Véase, Cosco, "Uruguay", 1926, pp. 511–512.

16 Vasconcelos, Raza, 1925, p. 142.

17 Cosco, "Uruguay", 1926, p. 514. La visión que Vasconcelos había dado en sus crónicas era efectivamente la de un país con una presencia militar mucho mayor de la que realmente tenía. "En una población –decía– de poco más de un millón de habitantes, hay no menos ele doce mil soldados, que consumen fuerte porque están bien pagados y viajan por Europa, supongo que con el fin de aprender francés y olvidar el castellano. Causaba mal efecto ver tanto botón dorado de oficialidad dispendiosa." En su respuesta, Cosco Montaldo lo corrige señalando que el número de electivos no pasaba de los nueve mil. Véase, Vasconcelos, Raza, 1925, p. 142.

18 Vasconcelos no fue el único viajero de la época que destacó el fuerte contraste que se recibía al ingresar a Uruguay por su frontera nordeste con Brasil. Apenas unos años después, el mismo périplo fue realizado por la célebre periodista y exploradora inglesa Rosita Forbes, la que narró una impresión similar —aunque fundada en razones bastante diferentes—al ser entrevistada por el periódico montevideano La Tribuna Popular, dentro de un informe que luego se publicaría bajo el sugestivo titulo de "El Uruguay es un país gobernado por locos": "Después de haber dejado el Brasil –decía Rosita Forbes, por entonces ya en fase de culminación de su viaje de 'explotación periodística' por casi toda América Latina— [...] llegar al Uruguay es un rudo motivo de contraste. Desde aquel edén se llega a esta otra nación, donde [...] está entablada la lucha más moderna del inundo, un experimento comparable al de Rusia, destinado a dejar exhausto al capital. Desde el jardín edénico a la utopía: he ahí el camino recorrido cuando se va desde el Brasil al Uruguay [...]" en "El Uruguay es un país gobernado por locos. Declaraciones de la célebre exploradora Rosita Forbes. Aquí se hace la experiencia de las leyes más utópicas", La Tribuna Popular, 5 de febrero de 1932, p. 8. El libro que recogería toda la crónica del viaje de Forbes, Eight, 1933, termina con la constancia de la autora sobre que culminó su escritura en Montevideo, el 27 de octubre de 1932. Este libro fue publicado en su primera edición por la editorial Gissel and Company, Ltd. en abril de 1933.

19 Vasconcelos, Raza, 1925, pp. 141, 142. En aquel momento, en que sus ideas se adherían con fuerza a los principios del laicismo, Vasconcelos destacó especialmente las virtudes del anticlericalismo predominante en el país y los impulsos en tal sentido promovidos por el batllismo: "El llamado radicalismo ha tenido más bien manifestaciones políticas de no escasa importancia. La Iglesia y el Estado se han separado sin revoluciones ni derramamiento de sangre, sólo mediante discusiones inteligentes. No hay allá héroes de guerra civil; a esto debe su lustre innegable el país. Los argentinos tienen que hacer viajes a Montevideo para obtener el divorcio absoluto, que [se| decreta con sólo que lo pida la mujer, lo cual es 'muy gallardo', como decía [el dirigente socialista argentino Alfredo] Palacios, enamorado ferviente de todo lo uruguayo." Ibid, pp. 145–146.

20 Ibid., p. 144.

21 Véase, El Día, 10 de agosto de 1915. Cita tomada de Cuadernos, núm. 32, 1969, pp. 75–76, Montevideo. En el artículo se trasuntaba una visión muy crítica sobre la política mexicana de la época, dominada según el periódico batllista por "simples usurpadores como Huerta o montoneros como Zapata", al tiempo que se resaltaba la necesidad de una reacción en "la bella patria de Moctezuma, Hidalgo y Juárez". Apenas unos días antes, en las páginas del periódico El Telégrafo, José Enrique Rodó discrepaba abiertamente con la postura oficial del gobierno uruguayo. "Aceptar transacciones o condescendencia en la aplicación del principio [de no intervención] significaría un gravísimo precedente. [...] La política internacional de los Estados Unidos del Norte tiene antecedentes conocidos en cuanto a su injerencia en las cuestiones domésticas de los pueblos de este continente. [...] Pero que todo eso vaya a continuar y a completarse con el asentimiento expreso y la colaboración complaciente de los propios pueblos de la América Latina, es una aberración que jamás podría disculparse." véase, El Telégrafo, 4 de agosto de 1915. Cita tomada de Cuadernos, núm. 32, 1969, pp. 76–77.

22 El decreto fue firmado a instancias del canciller Brum por el entonces presidente Vieta y todo su gabinete el 18 de junio de 1917. En el mismo se declaraba "que ningún país americano que en defensa de sus derechos, se hallare en estado de guerra con naciones de otros continentes, será tratado como beligerante". Véase Welker, Baltasar, 1945, pp. 175–176.

23 Véase ibid., pp. 176–178.

24 Véase Turcatti, Equilibrio, 1981.

25 Tal fue el caso de su propuesta de creación de una "liga americana" o "asociación de países americanos", por la que ya abogó en su discurso de 1920 en la Universidad y sobre la que insistiría con fervor en los años siguientes.

26 Véase Welker, Baltasar, 1945, pp. 228–229.

27 Sobre el peculiar concepto de nación del batllismo, véase Barran y Nahum, Batlle, 1985, t. VI, pp. 216 y ss.

28 "¿Existe un imperialismo yanqui?", El País, 12 y 13 de agosto de 1925, p. 3. Carlos Quijano desarrolló por entonces una activa militancia a favor de México. Este acto en París en el que pronunció su discurso fue organizado por un recién constituido "Comité de Solidaridad Latinoamericano", del que fue fundador. En el acto también hablaron Miguel de Unamuno, José Ingenieros, Eduardo Ortega y Gasset, Manuel Ligarte, Víctor Raúl Maya de la Torre, entre otros. Ese mismo año de 1925 Quijano fue invitado junto a José Ingenieros por el gobierno mexicano para que dictara una serie de conferencias en el país azteca. A su retorno a Uruguay en 1928, Ríe secretario del "Comité Uruguay–México", orientado a la lucha antiimperialista y a la solidaridad con aquel país. Eran los inicios de una perdurable adhesión de Carlos Quijano con México, país en el que moriría en el exilio en 1984. Véase Caetano y Rilla, Joven, 1986.

29 "Wilson e Hispanoamérica", El Día, 14 de febrero de 1914, p. 3.

30 Diario, sesión del 30 de abril de 1914, pp. 152 y ss.

31 Véase Vasconcelos, Raza, 1925, pp. 144–145.

32 El Siglo, 6 de marzo de 1913.

33 En 1917 y como consecuencia de un pacto político entre el batllismo colegialista y parte de la oposición anticolegialista, se votó favorablemente una reforma constitucional que en sus aspectos más llamativos establecía un poder ejecutivo "bicéfalo", compartido por un presidente de la República (a cargo de las funciones de seguridad interna, defensa y relaciones internacionales) y un consejo nacional de administración de nueve miembros, con integración prescriptivamente coparticipativa con representación de las fracciones mayoritarias de los partidos Colorado y Blanco.

34 Las elecciones del 30 de julio de 1916 para la elección de los integrantes de la Convención Nacional Constituyente fue la primera en la historia uruguaya en realizarse con las garantías reclamadas por la oposición: voto secreto, sufragio universal masculino y representación proporcional. En dichos comicios el oficialismo resultó derrotado por primera vez.

35 Vasconcelos, Raza, 1925, pp. 146–147.

36 Ibid., p. 147.

37 Ibid., p. 146.

38 Ibid., p. 149. En otro pasaje de su crónica sobre su estancia en Montevideo y sobre las reuniones que mantuvo con políticos e intelectuales, Vasconcelos cuenta: "Mucho discutimos, casi reñimos [...]. Hubo comida de un grupo literario a la que sólo asistí pata ser embestido con censuras y casi sarcasmos, a propósito de mi fe en las razas tropicales y mestizas; fe expresada en ciertas páginas de mi libro Estudios indostánicos. Por el estilo pasé cinco días en combate, a veces en público, otras veces en las entrevistas privadas. En efecto, teníamos un gran afán de conocernos bien, de compenetramos recíprocamente de nuestras ideas comunes y de nuestras ideas opuestas. ¿y qué otra cosa sino esto es la verdadera fraternidad?" Ibid., pp. 148–149.

39 Ibid., p. 148.

40 Cosco, "Uruguay", 1926.

41 Ibid., p.506.

42 Ibid., p.511. De todas maneras, Cosco Montaldo reivindicaba su militancia "en las filas de latinoamericanismo cuya ideología orientadora han elaborado hombres como Ingenieros, Vasconcelos, Palacios y otros prestigiosos guías de las juventudes libres de la nueva generación americana".

43 Methol, "Dos", 1964, t. II, pp. 640–641.

44 Véase al respecto la confirmación de esta omisión en la mayoría de las ediciones posteriores referidas en la cita 8.

 

INFORMACIÓN SOBRE EL AUTOR:

Historiador y politólogo. Doctor en Historia por la Universidad Nacional de La Plata, Argentina. Investigador y catedrático titular grado 5 en la Universidad de la República. Director académico del Centro para la Formación en Integración Regional. Académico titular en la Academia Nacional de Letras del Uruguay. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Integrante a título individual del Consejo Superior de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). Representante alterno por la subregión Argentina–Uruguay en el consejo directivo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO). Integrante del Comité de Selección del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) del Uruguay, siendo calificado como máximo investigador en su nivel III.

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