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Secuencia

versão On-line ISSN 2395-8464versão impressa ISSN 0186-0348

Secuencia  no.78 México Set./Dez. 2010

 

Artículos

 

El ambiente: espacios de sociabilidad gay en la ciudad de México, 1968-1982*

 

The Atmosphere: Spheres of Gay Sociability in Mexico City, 1968-1982

 

Rodrigo Laguarda

 

Fecha de recepción: mayo de 2009.
Fecha de aceptación: agosto de 2009.

 

Resumen

Este trabajo constituye una aproximación a los espacios de sociabilidad construidos como resultado de la apropiación de una identidad global —la identidad gay— en un espacio específico —la ciudad de México— en el periodo en que aquella apareció en la escena de la capital mexicana. A lo largo del texto se muestra la importancia de tales lugares en la construcción de una definición identitaria; esto es, la creación de un "nosotros" en oposición a un entorno fundamentalmente hostil. La evidencia (construida o rastreada) del artículo está conformada por testimonios orales, memorias publicadas por testigos de la época y documentos producidos durante el periodo de estudio por los militantes del Movimiento de Liberación Homosexual Mexicano.

Palabras clave: Identidad, espacio, gay, ciudad de México.

 

Abstract

This study is an approach to the spheres of sociability constructed as a result of the appropriation of a global identity —gay identity— in a specific area —Mexico City— when it appeared on the scene of the Mexican capital. The text shows the importance of these places in the construction of the definition of an identity, in other words, the creation of an "us" in opposition to a fundamentally hostile environment. The evidence (whether constructed or traced) in the article consists of oral testimonies, memoirs published by witnesses of the time and documents produced during the period of study by militants in the Mexican Homosexual Liberation Movement.

Key words: Identity, space, gay, Mexico City.

 

La historia del pasado del hombre
es en gran parte un relato de sus
esfuerzos por arrebatar territorio a
los demás y por defender ese espacio
de los extraños.

Edward T. Hall1

 

Alejado de concepciones esencialistas que solían marcar la práctica de los científicos sociales antes de la década de los sesenta, el concepto identidad alude hoy a una generalidad históricamente construida en la que ciertos sujetos se reconocen.2 Una categoría identitaria intenta unir la heterogeneidad de lo social inventando el pasado común de un grupo y el sentimiento de pertenencia a un sector específico de la sociedad; una comunidad imaginada, en palabras del historiador Benedict Anderson,3 o del sentimiento, para el antropólogo Arjun Appadurai,4 en torno a la que un grupo que comienza a experimentar cosas de manera conjunta. Jeffrey Weeks,5 pionero de los estudios sobre las homosexualidades, considera que las identidades muestran un componente de libertad y otro de imposición: por una parte, proporcionan confianza, ubicación y armonía a nuestras vidas. Por otro lado, también pueden resultar controladoras, restrictivas e inhibitorias o disciplinarias en los términos de Michel Foucault,6 como instancias coercitivas y productoras de sujetos "normales" acordes al espacio y el tiempo que les ha tocado vivir.

El proceso de construcción de la identidad homosexual, a partir de la que habría de construirse la identidad gay, inició en el siglo XIX. Antes de ese momento, existían prácticas que hoy denominamos "homosexuales", mas fue hasta ese periodo (comenzando por las sociedades industrializadas de Occidente y sus saberes médicos) que se acuñó el término homosexualidad como categoría distintiva, asociada a una identidad.7 En el antiguo derecho civil y canónico, la sodomía era un tipo de actos prohibidos. En cambio, el homosexual del siglo XIX se convirtió en un personaje definido por su sexualidad desde la psicología, la psiquiatría y la medicina;8 esto es, en un nuevo sujeto social.9

A escala global, la aparición de la categoría homosexual posibilitó el posterior surgimiento de la identidad gay, particularmente visible en las ciudades estadunidenses tras la segunda guerra mundial.10 El historiador John D'Emilio11 sostiene que desde los años cincuenta existía una identidad gay claramente consolidada en Estados Unidos. Esta se vio favorecida por la cultura de protesta vivida en ese país durante la década de los sesenta. Si bien los movimientos estudiantil, feminista y negro no tuvieron relación directa con las reivindicaciones de los gays, sentaron un precedente para que aquellos estigmatizados por su sexualidad pudieran integrar su propio movimiento12 y luchar por la igualdad social, además de crear un estilo de vida propio.13 El término "gay", por su parte, reforzó la existencia de una condición homosexual, eliminando el contenido patológico que la categoría homosexual solía evocar.14

La categoría "gay" comenzó a difundirse en todo el mundo, desafiando la tradicional estigmatización de los homosexuales. En las grandes ciudades hispanoamericanas comenzó a propagarse con rapidez desde la segunda mitad de la década de los setenta.15 Antes de esto, en la ciudad de México, los individuos de quienes se presumía que jugaban el papel activo —penetrador— en una relación homosexual, no eran definidos por tales prácticas y podían seguir siendo considerados como hombres "normales" desde un pensamiento tradicional. En cambio, aquellos de quienes se pensaba que desempeñaban el papel pasivo en dicho encuentro, resultaban estigmatizados.16 En las comunidades que eran, o todavía son, ajenas a una comprensión gay de las prácticas homosexuales, se ha dado una estigmatización del individuo de quien se presume que realiza el papel anal/pasivo asociado a lo femenino;17 es el verdadero "joto", "puto" o "maricón", objeto de burla y ridiculización, pensado pasivo y penetrable como las mujeres.18 El término "mayate" designa, en cambio, al sujeto supuestamente activo, que no resulta tan disminuido por el encuentro homosexual.19 Es precisamente esta reproducción de los papeles tradicionales de género la que ha ido siendo desplazada (en un proceso complejo, en curso e inacabado) por la identidad gay; esto significa que quienes se involucran en prácticas homosexuales tienden a considerarse como gays sin importar las funciones sexuales —pasivos y/o activos— que desempeñen en un encuentro homosexual.20

El sociólogo Stephen O. Murray21 sostiene que antes de que la identidad gay comenzara a difundirse por el mundo, la ya mencionada reproducción de los papeles tradicionales22 de género durante las interacciones que desde el siglo XIX denominamos "homosexuales", era común en muy distintas sociedades del mundo. Como se ha visto, la difusión del término gay (del inglés, "alegre") implicó, para todas ellas, el paso de una organización de las prácticas homosexuales en la que se presumía que uno de los dos participantes reproducía el papel masculino y otro el femenino, hacia la agrupación de quienes participaban en ellas dentro de una misma categoría; el reconocimiento de todos los involucrados como gays.23 Esto facilitó la construcción de una conciencia de pertenencia a un tipo específico de personas24 expuestas a vivir procesos de identificación en lugares donde existiera un interés homosexual compartido.25 Este trabajo analizará el papel de estos sitios en la construcción de un nuevo sujeto social; es decir, en la aparición de un actor social singular en la escena de la ciudad de México.

 

Evidencia construida y rastreada

Este artículo trata sobre la experiencia de sujetos de sexo masculino pues, siguiendo a Mark D. Jordán,26 considero inadecuado incluir a hombres y mujeres homosexuales en la misma categoría de análisis ya que, como distintas investigaciones han mostrado, las dos experiencias son distintas y sería una falsa generalización asimilar una a la otra.27 Más aún, tal iniciativa amenazaría con convertir la experiencia de ciertos sujetos sociales (en este caso, las mujeres homosexuales) en un apéndice de la historia de otros actores sociales (los hombres homosexuales).28

Se ha dicho que en la ciudad de México fueron los jóvenes pertenecientes a la clase media los primeros en verse expuestos a la organización "gay" de la homosexualidad29 y que comenzaron a utilizar tal término durante la segunda mitad de la década de los setenta.30 Para rastrear los espacios de sociabilidad que participaron de este proceso de apropiación identitaria, realicé entrevistas a un conjunto de sujetos que tenían entre 20 y 30 años durante la década de los setenta. En la selección de los informantes, atendí fundamentalmente a su ocupación durante aquellos años, de tal forma que, en calidad de estudiantes o profesionistas, pertenecieran a los sectores medios y, por tanto, tuvieran posibilidades de acceder a los emergentes espacios de identificación gay. Por su edad y experiencia vital en la ciudad de México, algunos de ellos pudieron recordar la situación prevaleciente antes de la apropiación de la identidad gay.31

Otras fuentes centrales en la investigación fueron las crónicas de José Joaquín Blanco,32 Carlos Monsiváis33 y Luis González de Alba.34 También se ha contemplado una fuente literaria: la novela de Luis Zapata, El vampiro de la colonia Roma, publicada en 1979 (en la bibliografía, 1996) y comúnmente señalada como el "gran clásico de la literatura gay mexicana".35 En palabras de Ignacio, quien llegó a la ciudad de México el mismo año de su publicación, cuando comenzó a familiarizarse con la escena homosexual de la ciudad de México, "el librito estaba muy bien hecho, muy divertido y bien documentado, hablaba de lugares y situaciones reconocibles". A esto, Gerardo añade: "los lugares de encuentro de la época están bien retratados en El vampiro, así como el lenguaje que se usaba y algunas situaciones que se vivían". Por tanto, la novela de Luis Zapata ha sido incorporada como una fuente más en la investigación, en la medida en que empata con los testimonios de los entrevistados.

Finalmente, se han utilizado documentos producidos por las organizaciones de liberación homosexual (en específico el Frente Homosexual de Acción Revolucionaria y el Grupo Lambda de Liberación Homosexual), que aparecieron durante los años finales de la década de los setenta y el inicio de los ochenta, y que, de manera afortunada, han sido salvados de la destrucción por algunos coleccionistas.

 

De espacios estigmatizados a lugares gay

Los testimonios construidos mostraron que antes de que se abriera la posibilidad de reconocerse como gays, hacia la segunda mitad de la década de los setenta, no existían establecimientos dirigidos de forma específica y explícita hacia el público homosexual.36 Efectivamente, como sostiene Fernando Villamil37 para el caso español, en un contexto de represión, la sociabilidad homosexual es necesariamente fragmentaria, deslocalizada y poco visible. Ante la carencia de tales espacios de sociabilidad y dado un entorno de prohibiciones, Sergio evoca, "contra viento y marea, de todas formas, nadie aguanta la represión y de pronto uno se las ingeniaba para tener sus aventuras o la vida te ponía en una situación que se salía de control". En "caso de necesidad", recuerda Juan,

había lugares para dar salida al deseo, aunque antes de la segunda mitad de los años setenta, no se llamaban bares gay; eran lugares para putos, que abrían y cerraban de manera medio clandestina, y uno los visitaba por estigmatizados que estuvieran porque no había de otra.

En el intento por satisfacer los deseos y mantener las apariencias, evitando (en la medida de lo posible) la discriminación, era común optar por una doble vida, como también lo explica Juan,

yo tenía una vida dividida: me subía a un escenario y era hijo de familia decente, muy machín, según yo, y luego estaba el aspecto homosexual de la vida, en medio de una gran represión, pero donde siempre había lugares para entretenerte y divertirte. Viví un teatro toda la vida, tratando de no cometer errores.

En medio del clima represivo, hubo un año especial: 1968. La atención mundial había comenzado a centrarse en la ciudad de México debido a los cada vez más cercanos juegos olímpicos. El partido en el poder buscaba mostrar a México como una nación moderna e industrializada.38 Así, tras tres décadas de expansión económica conocidas como el "milagro mexicano", el país se preparó para su "debut cosmopolita".39 Las olimpiadas eran una oportunidad para mostrar al mundo los logros de un régimen que se preciaba de su estabilidad y de un sólido avance económico.40 Sin embargo, durante el año de 1968 estallaron grandes manifestaciones denunciándolo. Estas culminaron en la masacre de Tlaltelolco, el 2 de octubre del mismo año. Este acto de brutal represión, perpetrado por el ejército y la policía, tuvo mínimas consecuencias inmediatas, al menos a primera vista. La ciudad retomó su calma aparente y los juegos olímpicos se celebraron exitosamente. Sin embargo, el movimiento de 1968 mostró una sociedad cada vez más urbana y diversa, ilustrada y deseosa de expresarse.41 Xabier Lizarraga Cruchaga,42 activista gay y académico, interpreta: "En México, 1968 también se significó como una sacudida, que hacía brotar semillas de inquietud, de las que floreció la inconformidad hasta hacerse presente en forma visual y sonora." Sobre el impacto de las experiencias de ese año en la población homosexual, Ernesto afirma:

Fueron las dos cosas, el movimiento estudiantil, por un lado, y las olimpiadas. Muchos homosexuales participaron en calidad de edecanes, sobre todo, gente tipo clase media, que hablara idiomas. Muchos se lanzaron de edecanes para conocer atletas extranjeros, de todo el mundo. Entonces, podías ir a todos lados, arguyendo que traías al equipo francés de remo o qué sé yo. Te librabas de la policía. La ciudad se abrió, nos acostumbramos a que hubiera mucho más movimiento, a los turistas jóvenes, desde los fregados de Rusia hasta los más modernos, gringos, canadienses, ingleses, alemanes, suecos, holandeses [...] que ya tenían bares gay en sus países y toda la cosa. Fue un gran aprendizaje. Y, por otro lado, un momento de cuestionamiento frente al orden establecido, en todas sus facetas.

Gracias al movimiento comenzaron a recomponerse ciertos arreglos establecidos, como los papeles tradicionales de género y el ejercicio de la sexualidad; esa ruptura abarcó mucho más que las relaciones hombre-mujer, para incluir toda una gama de prácticas sexuales —heterosexuales, homosexuales y bisexuales—43 ya que, como concluye Luciano, "el sesenta y ocho, queriéndolo o no, estuvo globalmente unido a las expresiones del movimiento feminista y la liberación sexual. Y de alguna forma, abrió una puerta que no volvería a cerrarse".

A pesar de que el régimen se empeñara en controlar lo que ocurriera dentro del país, México no podía mantenerse ajeno a las transformaciones globales, especialmente, considerando el discurso modernizador del partido en el poder. Héctor Carrillo44 sostiene que una gran parte de las transformaciones sustanciales que se han dado en la sociedad mexicana en materia de sexualidad, han ocurrido durante el siglo XX debido a la influencia ejercida por Europa y Estados Unidos, y como consecuencia no planeada de la modernización del país. La llamada "liberación sexual" abrió nuevos espacios de tolerancia para quienes comenzaban a dejar atrás ciertas restricciones tradicionales. A decir de Gerardo:

Con la liberación sexual la gente comenzó a ver la sexualidad de una manera más natural. Las parejas comenzaron a tener más libertad, comenzaron a tener relaciones sexuales sin estar casados -cosa que antes era el gran tabú— y a decirlo abiertamente. Muchos de mis amigos y amigas comenzaron a tener una mentalidad más abierta, a viajar o vivir con su pareja, a experimentar, a tener relaciones sexuales con su pareja y luego tronar con ella sin ningún problema ni prejuicio, ya sin pensar que ella había perdido la honra o que él tenía que "responder como hombre" y casarse tras haberle "robado la virtud" a la novia.

Luciano considera que "en el aspecto sexual, el gobierno de México era autoritario, pero progresista, y en los setenta hubo mayor apertura en el aspecto de la moral tradicional". Ciertamente, en la década de los setenta, pese a la resistencia de ciertos grupos conservadores, el gobierno impulsó la promoción de métodos anticonceptivos como medida tendente a evitar los embarazos no deseados y reducir el crecimiento de la población.45 También se planeaba el fortalecimiento de la educación sexual.46

Los testimonios coincidieron con los hallazgos de Stephen O. Murray,47 quien afirma que fue durante la década de los setenta, en especial durante su segunda mitad, cuando el término gay comenzó a difundirse en las grandes ciudades hispanoamericanas y, por consiguiente, en la ciudad de México. La palabra gay suponía la consolidación de la noción de homosexualidad acuñada durante el siglo XIX; reforzaba la idea de una orientación sexual natural en los sujetos, pero le restaba un posible carácter negativo. En general, quienes se asumen como gays se piensan como homosexuales, pero consideran que la homosexualidad es una variante sexual, no una desviación o enfermedad. Gracias al carácter "positivo" de la categoría gay, esta comenzó a desplazar a términos tradicionalmente empleados en México (como los señalados, "joto", "puto" o "maricón") que aluden a la reproducción de los papeles tradicionales de género con el consiguiente estigma de quienes, presuntamente, asumen un papel femenino.

Judith Butler,48 sin embargo, sostiene que el discurso produce lo que afirma. Siguiendo este planteamiento, es claro que aun los medios que generan una aparente emancipación, comienzan a restringir a los sujetos de una manera distinta. En este caso, la asignación del término gay proporciona un nuevo lugar en el mundo, abriendo claros espacios de aceptación. Sin embargo, también impone una clasificación dentro del mapa social. Así, la difusión del término gay construye un sujeto distinto al anterior y, si bien ha sido experimentada como una experiencia liberadora, también trae consigo nuevas limitaciones. Esto, como se verá, es patente en los sitios de sociabilidad gay generados en el proceso histórico aludido.

 

El ambiente

Otra expresión utilizada durante el periodo y equiparable a la utilización del término gay era, "de ambiente". Es probable que esta derivara del propio término gay (alegre, feliz), que denota la aptitud para la fiesta.49 Los testimonios también confirman la utilización de esta forma de autonombrarse. Por ejemplo, Sergio asegura, "gente de ambiente, era como se decía entonces". La expresión tenía la gran ventaja de que no había peligro si se utilizaba en distintos espacios sociales, como explica Francisco,

de ambiente era inocuo, podías decir en una reunión: "fulanito es de mucho ambiente" y los que tenían que entender te entendían, y los que no, pensaban que el tipo era muy divertido y ya. O podías decir, "una fiesta de muchísimo ambiente", y eso significaba cosas diferentes para diferentes grupos y no había ninguna bronca.

Respecto al uso alternativo del término gay y la expresión "de ambiente", Ernesto precisa:

primero se decía, "fulanito es de ambiente", y gay ya se empezó a usar más hacia finales de los setenta. Antes, tú entrabas al ambiente; eras de ambiente. El ambiente era como la madre, materialmente. Como ingresar al sindicato. Y decías: "entré al ambiente en tal año".

¿Por qué los actores sociales se apropiaron del término gay? Peter Burke50 afirma que hablar es una forma de hacer. Siguiendo este planteamiento, la lengua es una fuerza activa dentro de la sociedad, un medio que tienen los sujetos para controlar o resistir el control, modificar el entorno o impedir el cambio, afirmar o suprimir identidades culturales. Al apropiarse de la palabra gay, los sujetos hicieron algo que transformaría la forma de apreciar sus vidas. Tomaron una iniciativa que, presumiblemente, las mejoraría y les permitiría conquistar nuevos espacios sociales.

En los setenta, la sociedad capitalina decidió que era tiempo de modernizarse.51 En 1979, el escritor José Joaquín Blanco atribuía las nuevas libertades y servicios disponibles a la expansión de la urbe y, con ella, la posibilidad de hacer negocios, pues,

al crecer la ciudad de México, por ejemplo, aumenta por miles la cantidad de homosexuales, de tal manera que empieza a ser un buen negocio -para políticos, empresarios y policías— establecer bares, baños, cafeterías, modas y productos en los cuales dejamos nuestros billetes.52

Tales espacios formaban parte del ya mencionado "ambiente", frecuentado por sujetos homosexuales. Ernesto explica el proceso mediante el que un hombre homosexual se involucraba dentro del "ambiente":

El ambiente no lo tenías cerca, no eran tus amigos de antes, no era tu familia, sino que entrabas a un grupo de gente que conocías por otros lados y así entrabas al ambiente, empezabas a conocer gente en fiestas y entrabas dentro de cierto circuito. En tu casa no los conocían bien-bien, porque eran amigos que te hablaban por teléfono pero no tus amigos tradicionales, no los conocían tus papas, no los conocían tus primos.

Incorporarse al "ambiente" abría, de súbito, grandes posibilidades de establecer relaciones interpersonales: amistades, parejas sexuales o vínculos a largo plazo. Francisco cuenta que,

entonces empezaba: que te habla Pedro, te habla Julio, te habla Alberto, te habla quién sabe quién. Y no tenían apellidos. Y cambiaban. Primero eras uña y carne con uno y luego ya se te había olvidado su existencia. Así venían los comentarios típicos de la madre: te habla todo México, pero ¿por qué nunca te habla una mujer?

Pero, como se ha visto, el "ambiente" no estaba disponible para todos. El acceso a sus espacios de sociabilidad, se tratara de bares o fiestas privadas, era parte de los "privilegios asequibles sólo para un determinado nivel de ingreso", como claramente señalaba José Joaquín Blanco en 1979, refiriéndose a los homosexuales de "clase media".53 Y las instituciones centrales de la vida gay eran, fundamentalmente, esa clase de lugares de ligue.54

Un especial magnetismo ejercía la Zona Rosa, un área de la colonia Juárez ideal para ir de compras o tomar un café, frecuentada por los sectores privilegiados de la sociedad capitalina y los turistas. Aparentemente, la Zona Rosa fue bautizada así por el artista José Luis Cuevas. Contaba con una atmósfera cosmopolita, un aura progresista con promesas de modernidad, donde los turistas y mexicanos con capacidad económica podían adquirir las modas importadas.55 Según José Joaquín Blanco, lo de "rosa" podría haber sido una afirmación patriótica, por aquello del rosa mexicano; podía aludir a una zona "casi roja" o a una zona homosexual.56 Desde los años sesenta, la Zona Rosa se había convertido en un espacio de relativa libertad. Blanco recuerda:

Era realmente preciosa. Mucha moda, mucha beautiful people. Todavía conservaba buena parte de sus impresionantes casonas europeas de principios de siglo. Estaba llena de aparadores deslumbrantes y de turistas rubicundos y sonrientes, lo que le daba cierto resplandecer diurno. Galerías de arte, boutiques, mexican curious, antigüedades; hoteles, centros nocturnos y restoranes de lujo; agencias turísticas, tiendas de discos importados y hasta de filatelia; academias de idiomas y de modelaje.

Y se podía caminar con tranquilidad (todavía no llegaba el metro, ni con él la muchedumbre de muchachos de barrios pobres). Era uno de los escasos sitios donde cualquiera se permitía andar, impunemente, vestido de hippie, o con ultraminifalda y hot pants, o con atildada melena de Beatle y pantalones ajustados, acinturados, destacando las nalgas y el paquete, y de colores extravagantes, lo que provocaba insultos, golpes y aun detención policiaca en el resto de la ciudad.57

Durante los setenta, la Zona Rosa continuaba siendo un lugar de la ciudad socorrido y prestigiado. Era el sitio ideal para lucir la moda que, en la memoria de Antonio, "era muy colorida, playeras en colores sólidos, pantalones acampanados, zapatos de plataforma, cadenas de oro; si tenías peluche en el pecho, mejor, para que contrastara con el oro". Gerardo recuerda que, "en los setenta se usaban los pantalones acampanados, huaraches y melena, la cosa folclórica estaba medio de moda, así que yo me ponía mis camisas de florecitas oaxaqueñas". En breve, visitar este lugar requería poner cierto cuidado en el vestir.

Eric Zolov afirma que, con sus aires cosmopolitas, la Zona Rosa se convirtió en la colonia donde los desilusionados sectores medios o altos que poblaban la capital del país podían maravillarse de los logros del México moderno.58 En sus calles se respiraban aires de libertad. José Joaquín Blanco considera que

este sitio de impunidad moderna, de invitación a la libertad en las costumbres, como para sentirse en mitad de una película (mexicana) sobre París o San Francisco, establecido en función de los turistas, pronto fue aprovechado por muchachos nativos de toda clase.59

Y agrega que allí ocurrieron,

a mediados de los setenta, los tres o cuatro casos mexicanos de la moda mundial de los streakers o locos encuerados. De repente un muchacho se desnudaba. Digamos en la calle de Hamburgo, y echaba a correr una o dos cuadras entre los transeúntes, nomas para asombrarlos. Había gente que aplaudía. Con sólo cruzar Insurgentes se ganaban ciertas libertades: la Zona Rosa.60

Blanco también recuerda que en aquellos años la Zona Rosa tenía fama de ser el área homosexual de la ciudad, además de una colonia pretenciosa, lo que hacía que muchas personas con tal interés se dirigieran hacia ella:

La Zona Rosa se tenía bien ganada su fama de snob. Lo de homosexual, en cambio, parecía algo exagerado. Ciertamente resultaba menos peligroso (tanto frente a la policía como frente a la cólera de los transeúntes bien pensantes) intentar ligues en sus bonitas calles que en cualquier otra parte, pero también más difícil. Se diría que el prestigio de la Zona Rosa transfiguraba a los ligado-res, los extendía como pavorreales, los espigaba como garzas desdeñosas, de modo que era más lo que pretendían lucir que ligar. Puras miradas despectivas de supuestos guapísimos, que se repelían entre sí. La calidad de la ropa, la moda, el chic contaban mucho, como en una pasarela interminable al aire libre. Aburría la Zona Rosa, pero ahí me pasaba las tardes.61

Miguel, originario del noroeste del país, recuerda: "en los setenta yo vivía en la Zona Rosa, o sea, me la vivía allí porque iba todos los días, a eso me refiero. Iba todas las tardes a la Zona Rosa con mis amigos y veía todo lo que estaba sucediendo." A pesar de la represión que imperaba en la mayor parte de la ciudad, en la Zona Rosa existían espacios de tolerancia que, se sospechaba, podían estar solapados por las autoridades. José Joaquín Blanco asegura que existían,

mesas atrevidas en Sanborns, en el Tolouse, en el Carmel, pero siempre minoritarias, y por lo demás los propios meseros y los escasos (y desarmados) guardias de los establecimientos imponían perfectamente el orden. Un orden que nadie quería quebrantar: no se destruye el propio pesebre. El forastero que se asomara no descubría disolutos, sino puros catrines mamones.62

 

El ambiente por la noche

Antes de que abrieran los primeros bares gay propiamente dichos, las fiestas eran un espacio de sociabilidad crucial. Al respecto, Ernesto evoca:

antes de los bares, en los sesenta, había fiestas muy divertidas, lo más maravillosas que te puedas imaginar, organizadas por famosos personajes. Para asistir, necesitabas entrar al círculo, ser gente de confianza. Y había chorros y chorros de fiestas. A veces eran en el departamento de alguien o un fiestón en las Lomas o el Pedregal. Todo el mundo se conocía.

En concordancia con esto, Juan asegura que "las fiestas eran organizadas por un círculo de amigos muy ricos, y los amigos de los amigos. Eran fiestas privadas en las que no cualquiera entraba, era gente recomendada." Sin embargo, Francisco admite que

unas fiestas eran más exclusivas, a otras íbamos todos los pelados. En el Sanborns alguien te decía "hay fiesta en tal lugar", y todo el Sanborns se iba a la fiesta; llegaba hasta Perico de los Palotes. Gente más o menos bonita.

Por tanto, según Ernesto,

tenías que estarte cuidando para ver de quién era la fiesta. Una vez hubo una fiesta grande en una casa de las Lomas y había una cantidad de marihuana bestia, y la casa estaba abierta, y todo el mundo borrachote, y luego llegó la policía y el organizador se pasó creo que cinco años en la cárcel. ¡Ay, pobrecito! ¡Qué horror!

Con el tiempo, las fiestas comenzaron a ser desplazadas con la aparición de los bares gay. Ya desde 1967, Nancy Achilles hablaba de los bares gay como una institución crucial para la interacción social homosexual y la creación del sentimiento de pertenencia a un grupo específico dentro de la sociedad (en su caso, estadunidense).63 Los bares tardaron varios años más en aparecer en la escena de la ciudad de México. Como manifiesta Francisco: "en México, bares gay, lo que se dice bares gay, hasta mediados de los setenta". Confirmando esta versión, Ernesto asegura, "bares cien por ciento gay, no lugares donde se reunieran los gays, sino sitios específica y claramente creados para uno, hasta el setenta y tantos".

Es durante el sexenio de José López Portillo (1976-1982) cuando comienzan a proliferar y tener éxito los bares gay en la ciudad de México, como recuerda Luciano:

Si por algo surgía un sitio gay, sobre todo en el periodo de Luis Echeverría, lo clausuraban. En el periodo de José López Portillo y su mujer-tacón la moral era relajada y de eso se pudieron aprovechar los gobernados. Sí, con López Portillo se aflojaron algunas tuercas en el aspecto de la moral sexual —no en lo demás, no para las demás cosas— pero sí en ese muy importante aspecto. Y fue cuando realmente aparecieron los bares gay y empezaron a tener éxito.

Los bares ofrecían un ambiente de seguridad a sus clientes. Juan afirma que "adentro del bar te sentías protegido, siempre con el miedito de que pudiera haber una redada, pero más seguro, mientras que en la calle la gente podía agredirte". En la interpretación, Sergio apunta: "la ventaja de los bares es que podías conocer otros gays en un ambiente de seguridad y cierta respetabilidad". Así recuerda Luis González de Alba la escena de los bares de la ciudad de México a finales de los setenta:

En la Zona Rosa existía el Bar 9, con demasiados aromas a loción cara en los muchachos y a buenos perfumes en las abundantes mujeres heterosexuales que asistían porque tenían amigos gays, son las joteras o fruit flies. En Le Barón (que escribían de forma espantosa como L'Baron), reinaba el maltrato desde la entrada hasta la hora de salir, casi siempre al rayo del Sol, hasta en día de elecciones presidenciales. Sólo siendo propiedad de algún muy, pero muy alto político, habría podido cometer tales faltas impunemente. De pronto se sabía de algún nuevo bar. Casi nunca era nuevo, sino algún bar con bajas ventas que decidía poner manteles color de rosa para, según los dueños, hacerlo gay. Duraban poco. No eran para el joto de barrio, sino para el homosexual de clase media, casi siempre viajado y, por lo mismo, decepcionado una y otra vez por la oferta. Más que a las clausuras por parte de la autoridad, los pretendidos bares gay debían su fracaso al desencanto de la clientela.64

Efectivamente, como relata Sergio, "hubo muchos bares en la ciudad, fueron docenas y docenas los que yo llegué a conocer, pero cerraban rápidamente y no eran dignos de mención, no recuerdo ni su nombre". Sin embargo, los testimonios muestran que, en estos años, hubo un establecimiento instalado en la Zona Rosa que resultó muy significativo: el Bar 9- Ricardo considera que "el mundo gay de aquellos años era muy, muy cerrado. Realmente, sólo hubo un bar digno de mención, el 9, y nada más." Antonio recuerda:

un amigo fue el que me dijo que había un "bar gay" en la ciudad y que se llamaba el 9. Y sí, era un lugar muy agradable. No quisiera decirlo pero, en principio —luego Ríe decayendo, como todo— para gente bien.

Ignacio señala:

lo decoraron y redecoraron hasta que se cansaron. Primero era una cosa muy chica, luego se hizo más grande. Recuerdo que las ventanas daban a la calle de Londres, con una vista muy buena, llena de árboles. Era la gran cosa, te voy a decir. Sigue siendo un buen recuerdo, de lo mejor que ha tenido el mundo gay en México.

El 9 es también evocado por el escritor mexicano José Joaquín Blanco, quien aporta su versión de la historia y particularidades del establecimiento:

Cuando apareció, ya en la segunda mitad de los años setenta, un bar inconcebible, El 9, guardó en principio fidelidad a esta atmósfera casi modesta y pacata. Cerraba a medianoche, no se podía bailar ni abrazar a nadie; puras mesas de conversadores relamidos y aullantes; su mayor atractivo: caminar entre ellas, vaso o copa en una mano, cigarrillo en la otra, como en un coctel, buscando menos el ligue que el lucimiento del porte o de la ropa [...]

El ascenso del 9, de un barecito casi café, modosito y pacato, al antrazo elegante que llegaría a asombrar y a escandalizar a medio mundo, se debió al incremento intensivo de la corrupción policiaca durante el gobierno del "general" Arturo Durazo; digo, del presidente López Portillo. Resultó que, de pronto, el bar abría hasta las tres, cinco, siete, ¡nueve! de la mañana; que llegó la música disco, y se pudo bailar entre hombres, abrazarse, besarse, fajar; que nunca, ni en lunes, cabía un alfiler, y hasta se formaba una larga y morosa cola a la entrada, sobre la calle de Londres. Pálidos de envidia, los jotos viejos asistían a los privilegios de la nueva generación [...]

Se pagaba ese subterráneo permiso policiaco con el cóver. Otros bares, que intentaron imitar al 9, sin semejante protección, no sólo sufrieron intempestivas, sino temibles clausuras: llegaba la policía y cargaba con todos los clientes, a quienes extorsionaba y vejaba uno por uno en la delegación.65

El 9 era el bar favorito de quienes comenzaban a asumirse como gays. Juan exclama: "¡el 9 fue famosísimo!, sí. Yo iba muy seguido. Era el lugar más fashion, donde todo el mundo iba a lucirse." Miguel recuerda:

era un antro muy glamoroso. Era un lugar combinado: iban niños y niñas, gays, lesbianas y bugas [heterosexuales]; aunque ya sabes que en los bares siempre son los gays el centro de atracción. Tenía gracia. Era un lugar bonito y agradable. Era divertido. Todo el mundo quería ir.

Desde una postura menos entusiasta, José Joaquín Blanco recuerda a

la nata del 9 como catrina: de clase media alta, con ese disfraz: la moda, el peinado, el aseo personal, los modales y la conversación afectados. Puro señorito. Todo el mundo quería parecerse a Camilo Sesto. O a John Travolta en Fiebre del sábado por la noche.66

El bar, sin embargo, ocupa un mejor lugar en la memoria de otros personajes. Francisco sostiene que

el 9 era lo máximo, lo más divertido, yo creo que el chiste del 9 es que fue el primer bar gay mono, elegante, decente. Estaba en el centro del reventón, si no conseguías nada allí, a las dos cuadras lo encontrabas. Era un lugar de moda. Todo el mundo quería ir al 9.

Ricardo reconoce que el lugar estaba diseñado para un público determinado, por lo que muchos resultaban excluidos:

El 9 era la típica disco que tenía su guarura en la puerta y a cierta gente no la dejaban entrar. Pero yo nunca tuve problemas, siempre pude entrar. Y era padrísimo por la gente que asistía. Era un lugar muy chiquito. Entonces, no se necesitaba más espacio. Casi toda la gente era conocida. Y el lugar era muy divertido. Tomabas una copa, platicabas; la gente iba muy arreglada, bonita. La gente iba al ligue, dispuesta a la plática. Y se podía bailar. Ligabas, platicabas, bailabas, era divertido. Era muy, muy bonito ambiente, a mí me gustaba.

Aparentemente, dentro de este espacio, la clientela imitaba los patrones de los bares estadunidenses. Quienes asistían al 9 ya se definían como gays. José Joaquín Blanco recuerda la concurrencia como,

clientela frivola y bullanguera de homosexuales "tipo San Francisco", quienes ya, para evitarnos lo de joto, marica y puto, nos definíamos como gays [...] siempre humilde y agradecidamente conformes con unos cuantos tragos y una festejada música disco (Donna Summer, Gloria Gaynor, Alicia Bridges).67

Ciertamente, como cuenta Ricardo,

la música de los bares gay en aquellos años era padrísima para bailar. Música disco, que estaba de moda en Estados Unidos y todo el mundo; eran los años de Gloria Gaynor y todo ese rollo divertidísimo.

Al respecto, Ignacio confiesa, "cuando pienso en el 9, me parece estar escuchando música disco: Donna Summer, Gloria Gaynor, toda la pinche noche".

Para asistir a este lugar, según afirma Juan,

tratábamos de andar a la moda con los pantalones a la cadera, las campanas, las patas de elefante. Usábamos modelitos, muchas veces nos los mandábamos hacer. O lo comprábamos en Estados Unidos, si se podía, en Europa.

Sobre la importancia del arreglo personal dentro del bar, Antonio destaca: "ibas para que te vieran, no para pasar desapercibido; incluso a las fiestas ibas arreglaron, no como ahora, que se ponen lo primero que les cayó del clóset para salir de antro". Toda esta comercialización fue vivida por la mayor parte de los sujetos como un factor de liberación, en la medida en que parecía alentar una mayor visibilidad y un sentimiento mucho más fuerte de estar involucrados en un destino común, valorado de manera positiva.68 Y es que, como enfatiza Juan, "para salir a los bares nos arreglábamos bien, de todo a todo. Ibamos a celebrar algo, que éramos gays."

Desde la mirada de los militantes de izquierda,69 los bares eran leídos de otra manera. El órgano informativo del Frente Homosexual de Acción Revolucionaria (FHAR) establecía:

En nuestro país, muchos compañeros defienden tenazmente la alternativa del bar y la discoteca como los sitios más idóneos para la reunión de los homosexuales. En esos lugares, arguyen, se sienten "libres", conocen gente como ellos, son "felices". En sus argumentos olvidan que hay miles que no tienen esa alternativa, y estos últimos son la mayoría. Este es un país capitalista dependiente y en consecuente hay mucha gente que no puede ni pagar la renta, cuanto menos pagar la entrada de uno de esos bares donde se encuentra la libertad y felicidad.

[...]

Nos importa, y mucho, el servicio que ofrecen a la clientela, el trato que dan a los parroquianos, la intención que tienen los dueños o encargados de estos lugares al imponer a sus clientes y favorecedores una conducta "respetuosa" en el interior de sus negocios. Nos importa el creciente maltrato que nuestros compañeros (que pagan y muy bien por entrar) reciben por parte de meseros, la mayoría de estos bugas [heterosexuales]; los abusos en los precios, la negativa de algunos lugares a permitir la entrada a mujeres o travestís; las agresiones físicas que en muchos de ellos se dan contra compañeros inconformes con el mal servicio que reciben.70

Las quejas emitidas por el FHAR iban en el sentido de que ingresar a estos establecimientos resultaba muy caro, por lo que era difícil que todos los homosexuales tuvieran acceso a ellos, además de que ciertas actitudes discriminatorias restringían aún más la entrada; sujetos considerados "muy jotos" o pintados, esto es, que se empeñaran en asumir la reproducción de los papeles tradicionales de género en su faceta femenina, no podían entrar a los bares. En gran medida, la entrada dependía de la aprobación de quien estuviera al cargo de la puerta.71 Sin embargo, las mismas publicaciones del FHAR reconocían que los bares estaban resultando exitosos e intentaban explicar este fenómeno: "Estos clientes gay son muy generosos porque encuentran en esos bares un sitio donde compartir su identidad con otros, donde bailar, tomar la copa, soltar tensiones, conocer a posibles parejas, etc."72 En síntesis, los bares eran exitosos como lugares de interacción, diversión y construcción de identidad; sitios donde se cultivaba la sensación de cobijo que otorga la pertenencia a un grupo.

 

El ambiente durante el día

Evocando los últimos años de la década de los setenta, desde el final de los años noventa, el escritor mexicano Luis González de Alba expresa:

Hace veinte años, la vida nocturna gay era diurna: baños de vapor y enormes cines de tercera ofrecían la variante mexicana, y mucho más auténtica, de la vida gay de los países desarrollados [...] En México también ocurría de todo en cines y baños, pero nunca estaba uno seguro: ¿será policía?, ¿será una trampa?, ¿será buga pero quiere? Siempre quedaba la fantasía de que se tratara de un heterosexual con ganas. Abundaban las historias del tipo: me dijo que su mujer está a punto de parir y lleva por eso meses aguantándose. Esta fantasía es imposible en un bar civilizado de Berlín, París o San Francisco.73

La novela de Luis Zapata, El vampiro de la colonia Roma-,74 como se ha dicho, originalmente publicada en 1979, muestra el abanico de posibilidades de ligue que existían en la ciudad durante el día:

si querías ligar en la mañana te ibas a cualquier sanborns y ya ¿ves? ligabas o en el metro en la estación insurgentes o en las tiendas de discos también como de nueve a doce o doce y media se ligaba mucho en los baños del puerto de liverpool o en los baños ecuador o en otros baños públicos los finisterre los mina los riviera me acuerdo en especial de los ecuador [...] ahí se pierden todos los egoísmos y todos se preocupan porque todos se vengan no sabes es padrísimo.

al mediodía ligabas en el toulouse o en cualquier esquina de la zona rosa en cualquier esquina te salía alguien con quien podías hacerla por un rato pero ahí ya era más otra onda ya eran chavitos así como más decentes o bueno no decentes pues si Rieran decentes no tendrían nada que hacer allí ¿verdad? ¿no? je pus son chavos más bien vestidos más hijos de familia y un chingo de extranjeros y gentes de sociedad y demás.

en las tardes claro estaban los cines aparte de los cines más clásicos que eran el gloria y el teresa qué chistoso ¿no? que los dos tengan nombre de chavas y sirvan para lo contrario je aparte de ésos podrías ligar en casi cualquier cine de la ciudad.75

A falta de más lugares de reunión específicamente creados para los gays, una conocida cadena de restaurantes resultaba muy socorrida. Tal y como lo retrata Luis Zapata, "estaban los sanborns que siempre han sido de una ayuda tremenda para la gente de ambiente siempre han tenido algo que atrae a los gayos no sé por qué".76 Al respecto, Ernesto comenta:

Como no había tantos bares, Sanborns era el lugar de reunión y todo el mundo iba a Sanborns. Pero, como no eran para gays, había que ser discreto. Entonces, en las revistas, era un fichadero bestia y conocías gente o te echaban el ojo. El Sanborns de Niza era un Sanborns gay, pero no porque los dueños quisieran. Es más, muchas veces corrieron a los gays del Sanborns de Niza porque dizque querían quitarlos. Luego se dieron cuenta que era la pendejada más grande, que entonces no iba nadie y mejor se hicieron de la vista gorda.

Juan también comenta que los Sanborns eran un buen sitio de reunión para los gays, que podían encontrarse en dichos establecimientos simplemente para conversar, aunque con ciertas precauciones, "en los Sanborns nos reuníamos mucho. Hablábamos bajito sin decir nombres, temerosos de ser escuchados". Sin embargo, uno de los principales atractivos de estos lugares era la posibilidad de ligar. En ese sentido, Sergio narra:

yo ligaba en el Sanborns, pero con cierta discreción. Puedes ser un coqueto o un cuzco, pero hasta para ligar en el Sanbonrs se necesita clase o tacto. Y se sigue usando, pero ya no es tan común. Ya no es el lugar para ligar (ya hay muchas opciones) y entonces sí lo era.

Aparentemente, ligar en el Sanborns era una práctica frecuente y sencilla. Miguel observa: "era muy fácil ligar, por ejemplo, en el Sanborns de Reforma con Tíber; seguro te levantaban en la esquina, antes de entrar siquiera y si no, en el baño". En la experiencia de Ignacio:

Los Sanborns, en general, eran buen lugar para ligar, desde la mañana hasta la noche, a toda hora. Estaba el Sanborns de Aguas-calientes, que era el más ramoso por su concurrencia gay. Por supuesto que el de San Antonio y el de San Angel, claro; y el del Angel. Muchas parejas rompieron al equivocarse en el lugar de la cita: "nos vemos en el Sanborns San Angel" y el otro entendía que era el "del Ángel", ambos se quedaban plantados y, entonces, el amor acababa. Era un lugar para conocer jóvenes universitarios o profesionistas jóvenes. En el baño, en las escaleras de la entrada, en las revistas, echabas una mirada, veías qué había. Ahora, siempre tenías que estarte cuidando de los empleados y de los judiciales que te quitaban todo lo que traías "por puto", así te decían. Y te amenazaban, ya sabes: "le vamos a decir a tu esposa o a tu familia". Una vez me tocó uno y le dije: "¿cuál esposa, cuál familia?" Pero, en general, en los Sanborns se hacía de todo, adentro de los baños. Era impresionante. Se armaban orgías, verdaderas or-gí-as, y un alma caritativa siempre era el que daba el pitazo para que los empleados no vieran el aquelarre, qué cosa.

La puerta del Sanborns de Aguascalientes se encontraba en la esquina de esa calle con Insurgentes. Ese punto era comúnmente llamado "la esquina mágica", por las enormes posibilidades de ligue que ofrecía. Miguel considera que "en los setenta una esquina dominaba la escena, la del Sanborns de Aguascalientes, entre la colonia Roma y la Condesa". Antonio explica:

en el Sanborns de Aguascalientes e Insurgentes había acción en dos frentes. Lo que ocurría dentro del Sanborns, ligando en los puestos de revistas y de ahí te ibas a los baños. Y lo que ocurría en la calle: le echabas el ojo a alguien que te gustara y si te seguía, estaba perfectamente establecida la reciprocidad, y te ibas con él.

Ligar era sencillo en la "esquina mágica", sobre todo, si se era joven y atractivo. A este respecto, Ignacio, originario del noreste del país, evoca:

yo tenía veintitantos años y no estaba nada mal, cosa que ayudaba mucho. Salía, me paraba en la esquina mágica y no pasaban cinco minutos sin que ya alguien se hubiera detenido. Luego hasta pensaba, ¿con cuál de los dos me iré? Y de repente alguno me dijo, "es que vivo en Zacatenco", y yo ni sabía dónde estaba eso, pero allá voy hasta Zacatenco porque el tipo me gustaba, y hasta me regresó a mi casa.

En última instancia, era posible ligar en cualquier sitio. Ernesto recuerda que, "también se usaba muchísimo ligar de carro a carro, no faltaba quien te echara el ojo, en cualquier calle". Según Ignacio, en aquellos años, la avenida Insurgentes ofrecía ciertas ventajas pues

durante los setenta se permitía estacionar los coches sobre Insurgentes. Esto creaba una barrera protectora sobre la banqueta. Por esto, había más intimidad en la acera. Así, desde el metro Insurgentes hasta el Sanborns de Aguascalientes pasaba de todo, grueso. Un lugar de encuentro para personas homosexuales.

También los cines constituían un buen lugar para ligar. En palabras de Sergio:

en aquella época había cines maravillosos como era el cine Roble, sobre el paseo de la Reforma, el cine más hermoso que hayamos tenido aquí en México. Asistía mucha gente de ambiente, y se propiciaba mucho el ligue.

Los baños eran una opción para algunos, según cuenta Miguel:

yo iba a los Ecuador, luego había otros baños detrás del cine Teresa, estaban los Alvaro Obregón [...]. Esos eran a los que yo asistía. Iba mucha gente, hombres homosexuales y también heterosexuales, que nos agredían: "órale putos cabrones, no estén chingando". No les gustaba que pasaran esas cosas a su alrededor, pero allí estaban y uno se hacía el loco cuando lo agredían verbalmente.

Los baños, sin embargo, no eran, ni remotamente, tan populares como los bares. Algunos asistían a ellos sólo por curiosidad. Ignacio recuerda la visita a los baños como una especie de excursión:

en los setenta, los baños Ecuador eran los más famosos. Una vez fui con un amigo a los Ecuador un domingo en la noche. Era un lugar muy cutre, cutrecísimo, horrendo. Tenía un privadito para que te cambiaras y regaderas, masaje, un satina. Y el sauna tenía poca iluminación y rincones muy oscuros. Y cuando vi a los viejitos en acción fue cuando decidí salirme. Se terminó mi curiosidad. No soy de baños.

 

Un doloroso compás de espera

"La primera vez que yo escuché hablar sobre el sida fue por ahí de 1982, ya al inicio del sexenio de Miguel de la Madrid, como un mal todavía lejano que estaba impactando a los gringos", recuerda Antonio. A escala global, la primera identificación del síndrome de inmunodeficiencia adquirida se dio en Estados Unidos en 1981.77 El impacto causado por la difusión de la enfermedad afectó a todo el mundo. Al pensar en los primeros años de la década de los ochenta en México, Juan expresa:

el otro día, platicando con un amigo, nos preguntábamos, ¿dónde está toda esa gente que iba con nosotros a los bares?, ¿dónde están los que se reunían en fiestas con nosotros?, ¿dónde están todos? Muchos murieron a causa del sida.

Francisco lamenta: "se murieron muellísimos amigos y conocidos. Una generación perdida. Es triste abrir el libro negro de ¿te acuerdas de fulanito o menganito?"

Ante la expansión de la enfermedad, algunos sintieron temor de haberse infectado. Por ejemplo, Juan manifiesta:

en alguna ocasión, en 1984, en Estados Unidos, me metí a los baños, cometí muchos excesos y sí me vino una preocupación muy fuerte. Ya sonaba el sida, pero parecía que era una jugada política de Ronald Reagan para separar a la comunidad gay. Resultó que no fue así, ¿verdad? Sí era una enfermedad real.

En el caso de Juan, las pruebas dieron un resultado negativo. Sin embargo, el caso de Miguel fue distinto. Él mismo nos narra:

me hice la prueba en el ochenta y seis pero, para entonces, ya tenía síntomas. Estos tardan cinco, seis, ocho años en aparecer. Entonces, según mis cuentas, me debo haber infectado en el setenta y ocho o el setenta y nueve, que era cuando yo estaba en todo mi apogeo sexual, en el destrampe total, la locura del sexo, y nadie pensaba en el sida. Fue hasta inicios de los ochenta cuando empezaron a aparecer los primeros casos de la enfermedad.

Uno de los rasgos más notables de la crisis del sida es que, al contrario de lo que ocurre con la mayoría de las enfermedades, desde el principio se culpó a los que parecían ser sus principales víctimas (homosexuales masculinos o gays) de ser los responsables de causarla. A inicios de los años ochenta, comúnmente se hablaba del sida como si se tratara de una aflicción específicamente homosexual y el término "peste gay" se convirtió en una descripción común en las zonas más escabrosas de los medios de difusión. La aparente, aunque equivocada, conexión entre actividad sexual no ortodoxa y enfermedad, causó pánico en el mundo.78

Con la aparición del sida, los homosexuales fueron acusados de ser los portadores y transmisores del virus que ocasiona la enfermedad (VIH), estigmatizándolos como "grupo de alto riesgo".79 Como recuerda Miguel quien, a partir de saberse infectado, se involucró en la lucha contra el sida:

los primeros casos conocidos fueron de personas gays y eso causó un gran impacto. Se creó un estigma. Se creó el mito de que era la enfermedad de los homosexuales. Para muchos, un castigo divino, por el libertinaje. Había quienes opinaban, "merecido se lo tienen" por pecadores.

Luciano reprocha: "el desconocimiento bárbaro que se tenía en un principio generó un divisionismo atroz, que buscó culpables". Antonio precisa que "en México también se hablaba de un 'cáncer rosa' que impactaba únicamente a los gays, un castigo de Dios".

Sin embargo, en la ciudad de México, la crisis económica de los años ochenta, tras el desplome de los precios del petróleo y el terremoto de 1985, restaron atención al problema del sida. Por otra parte, la expansión del sida tuvo un impacto global y, por supuesto, local. Según afirma Jeffrey Weeks,80 hizo evidentes las interdependencias que caracterizan a la humanidad; las migraciones entre países y continentes o hacia las grandes ciudades; las transformaciones que llevan de formas de vida "tradicionales" hacia otras más "modernas"; todos ellos, factores que han posibilitado la expansión del VIH. Por otro lado, la moderna sociedad de la información, los programas globales, las conferencias internacionales, también facilitaron una respuesta a escala mundial frente al desastre.81 A decir de Gerardo, la lucha contra el sida tuvo, en el mediano y largo plazos, aspectos positivos para la aceptación de los gays:

Yo creo que a partir del sida comenzó una mayor satanización de los homosexuales, pero luego las cosas empezaron a cambiar. Al principio se culpó a los homosexuales del sida. Con el tiempo, la gente comenzó a preocuparse por el sida y comenzó a tratar de saber un poco más. Muchos se dieron cuenta de que no era una enfermedad exclusiva de los homosexuales. Y, por otra parte, aprendieron muchas cosas de la condición homosexual. Los gays también nos interesamos por conocer mejor en qué consistía nuestra condición y eso favoreció una mayor información y comprensión en algunos sectores, a pesar de los ultraconservadores.

Para 1985 las pruebas científicas habían dejado en claro que el sida se Transmitía por un virus no especialmente infeccioso. Se supo, entonces, que el contagio se daba a través del contacto sexual íntimo o mediante el intercambio de sangre. Así, se encontró la ruta que habría de seguirse en el camino de la prevención y quedó claro que la enfermedad no era específicamente homosexual.82 La epidemia del sida puso claramente sobre la mesa la necesidad de hablar con mayor apertura sobre el tema de la sexualidad, para crear políticas de prevención que se convirtieron en una nueva fuente de ideas y expectativas.83En el mundo, muchos de los que se involucraban en prácticas homosexuales se vieron atraídos por la identidad gay promovida por distintas organizaciones dedicadas a la prevención del VIH/sida, que difundían información y discursos sobre los derechos humanos, impregnados de reconocimiento hacia la comunidad gay.84 Como infiere Miguel: "a la larga, el sida ha contribuido a una mayor visibilidad de los gays en el planeta, pues nos hemos dedicado a combatirlo". Irónicamente, la pandemia hizo que los homosexuales y sus reivindicaciones cobraran mayor visibilidad.85

El VIH/sida obligó a que todas las personas adquirieran conocimientos más vastos y específicos sobre la vida sexual, fortaleciendo los esfuerzos educativos realizados antes de la expansión de la enfermedad.86 Así, puede pensarse que, en realidad, la aparición del sida significó una pausa en el proceso de creciente visibilización de la identidad gay iniciado en la década de los setenta, que habría de proseguirse en la década de los noventa. Según recuerda Gerardo:

Con el sida no cerraron los bares. Desde que en los setenta comencé a ir a bares gay, siempre ha habido, nunca ha llegado el momento en que digas que no se puede ir a ningún lado. Pero sí siento que se frenó la conquista de espacios por parte de los gays, que volvió a cobrar fuerza hasta entrados los años noventa, cuando los gays empezaron a salir más y a ser más aceptados.

En un plazo más largo, la enfermedad contribuyó a una mayor expansión de la identidad gay. En palabras de Juan, "los que creyeron que iban a disolver a la comunidad gay gracias al sida se equivocaron. No les funcionó; al contrario, se unió más gracias a la enfermedad." En términos identitarios, el golpe inicial sería rebasado en la década de los noventa, si bien no se habría hallado cura para la enfermedad y los mecanismos de prevención habrían mostrado ser insuficientes a una escala social más amplia. Pablo sintetiza el proceso que habría de tomar su curso durante los siguientes años:

yo creo que el sida significó una mayor estigmatización de los gays, en principio, pero obligó a hablar de los hombres que tienen sexo con otros hombres, y con el tiempo, hizo que la población estuviera más abierta, más dispuesta a escuchar ante la pandemia. Creo que muchos salieron de la ignorancia gracias a la enfermedad.

 

Palabras finales

Como se ha visto, la apropiación de la identidad gay en la ciudad de México tuvo como soporte la socialización producida dentro de los círculos homosexuales y, especialmente, dentro de los espacios cíe sociabilidad específicamente establecidos para los gays —los nacientes bares— a partir de la segunda mitad de la década de los setenta. La difusión de este modelo identitario significó un desafío para las formas tradicionales de entender las prácticas sexuales entre sujetos de sexo masculino. Así, el hecho de que en la ciudad de México existieran hombres que se sentían erótica y afectivamente atraídos hacia personas de su mismo sexo, facilitó la adscripción a una identidad emergente que les permitía valorarse "positivamente" respecto a las formas Tradicionales de definir su situación.

Para los sujetos sociales involucrados en este proceso, la creación de espacios de sociabilidad gay fue vivida, en general, como una conquista social. Por tanto, los sitios gay aparecen, en sus memorias, como lugares de liberación; sitios donde podían reunirse con otros que compartían su interés homoerótico; establecimientos donde podían expresarse, conversar sin temor a ser escuchados, bailar con personas de su mismo sexo sin suscitar escándalo, encontrar parejas sexuales o vislumbrar relaciones a largo plazo, dentro de una atmósfera de respetabilidad. A esto se añadía la sensación de encontrarse con los "iguales", de compartir un destino con otros seres humanos, en contraposición con la soledad y marginación cotidiana.

Sin embargo, los nuevos espacios de sociabilidad también imponían nuevas limitaciones para quienes participaban de ellos o, en términos de Michel Foucault,87 implicaban elementos disciplinarios; instancias de control individual tendentes a "normalizarlos". Para ingresar a los bares gay era deseable resultar atractivo; vestir a la moda, lucir un peinado considerado correcto o ajustarse a determinada imagen social tal y como ocurría (o, al menos, eso se creía) en Nueva York o San Francisco. Es notable la exclusión de personas percibidas como "gente no bonita" ya que estos espacios —innovadores en la segunda mitad de la década de los setenta— estaban dirigidos hacia el público de clase media. A pesar de lo anterior, el "ambiente" y los espacios de sociabilidad homosexual constituyeron un elemento crucial para la sobrevivencia de los homosexuales que vivieron en la capital mexicana durante los años aludidos y que se encontraban inmersos en un entorno, fundamentalmente, hostil. Aún más, como se ha visto, contribuyeron a la apropiación de la identidad gay en la ciudad de México.

 

Fuentes consultadas

Hemerografía

Unomásuno, México, D. F.

 

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Notas

* El presente artículo profundiza en uno de los aspectos abordados en la investigación que realicé para obtener el grado de doctor en Antropología por el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, en la ciudad de México. Mi agradecimiento para quienes siguieron puntualmente el desarrollo de la investigación: mi directora de tesis, Mercedes Blanco (CIESAS) y los tres lectores: Eva Salgado (CIESAS), Ariel Rodríguez Kuri (El Colegio de México) y Roger Magazine CUniversidad Iberoamericana). Agradezco, también, los pertinentes comentarios de la docotora Karine Tinat, vertidos durante la discusión de este artículo dentro del Seminario Permanente de Historia Social del Centro de Estudios Históticos de El Colegio de México, bajo la dirección de la doctora Clara Lida.

1 Hall, Lenguaje, 1990, p. 58.

2 Foucault, "Nietzsche", 1992, pp. 12-13, y Hall, "Introduction", 2002, pp. 3-5.

3 Anderson, Comunidades, 1993, p. 25.

4 Appadurai, Modernidad, 2001, p. 23.

5 Weeks, "Construcción", 1998, p. 215.

6 Foucault, Vigilar, 1996, p. 203.

7 Weeks, "Construcción", 1998, p. 208.

8 Foucault, Historia, 1998, p. 56.

9 Gilbett, "Conceptions", 1985, p. 61.

10 Weeks, "Construcción", 1998, pp. 208-209.

11 D'Emilio, "Capitalism", 1992, p. 10.

12 El viernes 27 de julio de 1969, poco antes de la medianoche, una redada en el Stonewall Inn, un bar gay de Nueva York, desembocó en un evento que postetiormente sería nombrado como "los distutbios de Stonewall" (Stonewall riots). Ante las acciones policiacas de esa noche, los clientes respondieron de manera inusual, enfrentando a los agresores en la calle. A partir de ese momento, comúnmente considerado como la primera revuelta gay de la historia, comenzaron a formarse organizaciones y grupos de liberación en los Estados Unidos. Véase D'Emilio, Sexual, 1998, pp. 231-232.

13 Ibid., p. 224.

14 Plummer, "Homosexual", 1998, p. 85.

15 Murray, "Stigma", 1995, p. 138.

16 Ibid., pp. 138-139.

17 Almaguer, "Chicano", 1993, p. 257.

18 Ibid., p. 260, y Alonso, "Silences", 1993, p. 118.

19 Carrier, Otros, 1995, p. 11.

20 Almaguer, "Chkano", 1993, p. 262.

21 Murray, Homosexualities, 2000, pp. 213-235.

22 Utilizo el término "tradicional", siguiendo a Héctor Carrillo, para distinguir "viejo" de "nuevo"; la forma como las cosas solían ser -la reproducción de los papeles tradicionales de género en las prácticas homosexuales- y las formas como, posteriormente, han empezado a set —el modelo identitario gay. Véase Camilo, Nigbt, 2002, pp. 15-16. Es importante des-tacat que no aludo a procesos homogéneos ya que, como argumenta Dennis Altman, los sujetos sociales vivimos entre cambios y continuidades, integrando elementos tradicionales y nuevas concepciones del mundo, por lo que las identidades genéricas pueden reflejar ambigüedades y contradicciones, propias de la lentitud que caracteriza a los cambios culturales. Véase Altman, Global, 2001, p. 77.

23 Chauncey, Gay, 1995, p. 22.

24 Murray, Homosexualities, 2000, pp. 282-283, y Adam, "Structural", 1998, p. 220.

25 Adam, "Structural", 1998, p. 220.

26 Jordán, Silente, 2000, p. 9.

27 Esta práctica, sin embargo, ha resultado útil en la defensa de los derechos de las "personas homosexuales"; esto es, fundamentalmente, las reivindicaciones exigidas por gays y lesbianas. Existe, por supuesto, una lucha política en común, en la que tanto gays como lesbianas se adscriben a una sola identidad, la homosexual. Además, es necesario destacar que algunos de los espacios de sociabilidad mencionados en este artículo eran compartidos por gays y lesbianas, lo que abre la posibilidad de realizar ulteriores investigaciones sobre la experiencia de estas últimas en los sitios mencionados.

28 Chauncey, Gay, 1995, p. 27.

29 Lumsden, Homosexualidad, 1991; Hernández, "Construcción", 2001, y Sánchez, "Sanjuaneras", 2002.

30 Murray, Homosexualities, 2000, p. 359; Balderston, "Tercero", 199S; Hernández, "Construcción", 2001; Lumsden, Homosexualidad, 1991, y Sánchez, "Sanjuaneras", 2002.

31 Como es de rigor en la práctica antropológica cuando los asuntos de interés se encuentran estrechamente relacionados con lo que (en nuestra sociedad, por supuesto) consideramos el ámbito de la vida privada, recurriré al uso de pseudónimos. Una reflexión más amplia sobre la realización de las entre-vistas (efectuadas durante el año 2005), así como mayores especificaciones y aclaraciones teórico-metodológicas sobre la delimitación de los universos bajo estudio, pueden consultarse en mi tesis doctoral, "Ser gay", 2007.

32 Blanco, "Ojos", 1997, y Postales, 2005.

33 Monsiváis, "Ortodoxia", 1995, e "Iguales", 2001.

34 González de Alba, "Those", 1998.

35 Blanco, "Luis", 1996, p. 543; Foster, Gay, 1991, p. 37, y Muñoz, Amores, 1996, p. 17.

36 Por supuesto, existían lugares de encuentro ademas de fiestas privadas donde los homosexuales podían reunirse. Sin embargo, no había, por ejemplo, centros nocturnos que se dirigieran abiertamente hacia ese público.

37 Villamil, Transformación, 2004, p. 67.

38 Zolov, Refried, 1999, p. 119.

39 Rodríguez, "Otro", 1998, p. 111.

40 Meyer, "Estados", 2003, pp. 113-114.

41 Aboites, "Último", 2004, pp. 285-286.

42 Lizarraga, Historia, 2003, p. 161.

43 Cohen, "México", 2004, p. 614.

44 Carrillo, Night, 2002, p. 16.

45 Unomiísiino, 19 de octubre de 1979, p. 26.

46 Unomásuno, 4 de noviembre de 1979, p. 2.

47 Murray, Homosexuaiíties, 2000, p. 359.

48 Burler, Género, 2001, p. 35.

49 Monsiváis, "Iguales", 2001, p. 326.

50 Burke, Hablar, 1996, p. 38.

51 Monsiváis, "Ortodoxia", 1995, p. 206.

52 Blanco, "Ojos", 1997, p. 186.

53 Ibid.,p. 187.

54 Pollak, "Homosexualidad", 1987, p. 77.

55 Zolov, Refriad, 1999, p. 110.

56 Blanco, Postales, 2005, p. 77.

57 Ibid., p. 78.

58 Zolov, Refried, 1999,p. 135.

59 Blanco, Postales, 2005, p. 78.

60 Ibid.

61 Ibid., p. 79.

62 Ibid.,p. 80.

63 Achilles, "Development", 199s, p. 175.

64 González de Alba, "Those", 1998, p. 143.

65 Blanco, Postales, 2005, pp. 80-81.

66 lbid.,p. 86.

67 lbid.,p. 82.

68 Pollak, "Homosexualidad", 1987, p. 92.

69 En 197S, dos grupos, el Frente Homosexual de Acción Revolucionaria (FHAR) -compuesto sólo por hombres- y el Grupo Lambda de Liberación Homosexual -integrado por hombres y mujeres-, salieron a las calles para exigir la "liberación sexual". Véase Gruzinski, Ciudad, 2004, p. 516.

70 "Nuestras", 1980, p. 9.

71 Ibid.

72 Ibid.

73 González de Alba, "Those", 1998, p. 143.

74 Los fragmentos de la novela de Luis Zapata citados en este trabajo respetan la técnica empleada por su autor, que se basa en un hipotético reportaje registrado en una grabadora. Esto tiene por resultado un extenso monólogo en el que su protagonista, Adonis García, nos cuenta su vida, recreando la atmósfera homosexual de la ciudad de México hacia el final de la década de los setenta. Es por eso que, en un intento por recrear la voz del narrador, la obra carece de signos de puntuación e infringe reglas gramaticales y ortográficas. Un atento dictaminador de este trabajo argumenta que Luis Zapata construyó su novela con base en una entrevista teal, hecha a un famoso chi-chito (prostituto, en el argot homosexual de la ciudad de México) de la época, y que este lamentaba el hecho de que, pese a que en el texto se reproducían sus experiencias y manera de hablar, no se le diera reconocimiento por ello. A petición del evaluador, consigno este asunto aclarando, sin embargo, que no poseo evidencia que sustente tal afirmación.

75 Zapata, Vampiro, 1996, p. 160.

76 Ibid.,p. 161.

77 Weeks, Sexualidad, 1998, p. 100.

78 Ibid.

79 Hernández, "Movimiento", 2005, p. 292.

80 Weeks, "Valores", 1995, p. 202.

81 Ibid.

82 Weeks, Sexualidad, 1998, p. 101.

83 Carrillo, Night, 2002, p. 7.

84 Altman, Global, 2001, p. 85.

85 Adam, "Care", 2004, p. 271.

86 Monsiváis, "Ortodoxia", 1995, pp. 204-205.

87 Foucault, Vigilar, 1996, pp. 202-203.

 

INFORMACIÓN SOBRE EL AUTOR:

Rodrigo Laguarda. Doctor en Antropología por el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (2007). Su tesis doctoral Ríe coeditada en 2009 por dicha institución y el Instituto Mora, bajo el título Ser gay en la ciudad de México. Lucha de representaciones y apropiación de una identidad, 19681982. Actualmente es profesor-investigador del Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, en el área de Historia Oral. Sus intereses como investigador se han dirigido hacia los estudios de género, realizando trabajos dentro de los campos de la historia contemporánea y la antropología urbana. Ha publicado diversos artículos en revistas especializadas.

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