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Secuencia

versión On-line ISSN 2395-8464versión impresa ISSN 0186-0348

Secuencia  no.77 México may./ago. 2010

 

Artículos

 

Una revolución discreta. El nuevo paradigma sexual en Buenos Aires (1960-1975)

 

A Discreet Revolution: The New Sexual Paradigm in Buenos Aires (1960-1975)

 

Isabella Cosse*

 

Fecha de recepción: marzo de 2009.
Fecha de aceptación: julio de 2009.

 

Resumen

La certeza de que los años sesenta conmovieron los más variados planos de la vida personal y colectiva abre la controversia sobre el significado de los cambios, un problema de especial entidad en relación con la moral sexual. Con intenciones de avanzar en esa dirección, este artículo analiza los cambios en la normatividad social en Buenos Aires en función de tres aspectos: el tratamiento público de la sexualidad, la virginidad femenina y las relaciones sexuales pre y no matrimoniales. El estudio está basado en fuentes de circulación pública y masiva y en las herramientas metodológicas de la historia cultural y de los estudios de género. En función de dicho análisis se propone pensar el proceso de cambio como una revolución discreta. Esta conceptualización permite comprender de un modo diferente las ambigüedades de las transformaciones al considerarlas dinámicas intrínsecas a los cambios culturales que definieron la época.

Palabras clave: Historia, años sesenta, cultura, Argentina, Buenos Aires, sexualidad, género, matrimonio, familia, medios de comunicación.

 

Abstract

The conviction that the 1960s moved a range of aspects of personal and collective life opens up a controversy on the meaning of changes, a particularly important problem in relation to sexual morals. In order to advance in this direction, this article analyzes the changes in social customs in Buenos Aires on the basis of three aspects: public treatment of sexuality, female virginity and pre- and non-marital sexual relations. The study is based on public and mass circulation sources and the methodological tools of cultural history and gender studies. As a result of this analysis, the author proposes thinking about the process of change as a discreet revolution. This conceptualization makes it possible to understand the ambiguities of transformations differently by regarding them as dynamics that are inherent in the cultural changes that defined the era.

Key words: History, 1960s, culture, Argentina, Buenos Aires, sexuality, gender, marriage, family, media.

 

Introducción

En 1966 una supuesta lectora de 16 años de Nuestros Hijos, una revista con impronta católica dedicada a la crianza de niños y adolescentes, decía con preocupación que el "nuevo pecado consistía en no entregarse al sexo de manera completa".1 No era una percepción errónea: suponía la plena convicción de que para muchas jóvenes la virginidad había dejado de ser un valor en sí mismo. Tal constatación era el resultado de un cambio en el paradigma sexual que será el centro de este artículo.

La certeza de que los años sesenta conmovieron los más variados planos de la vida personal y colectiva abre la controversia sobre el significado de los cambios, un problema que asume especial entidad en relación con la moral sexual. Las investigaciones para Europa y Estados Unidos acuerdan que las transformaciones pusieron en cuestión el modelo de familia doméstico (basado en la pauta nuclear, la intensidad afectiva y la división de la mujer ama de casa y el varón proveedor) y el doble estándar de la moral sexual que naturalizaba la existencia de reglas de conducta diferente para cada género. Sin embargo, existen lecturas que discuten esta interpretación, argumentando que los controles más que relajarse se redefinieron, que el matrimonio siguió siendo una opción mayoritaria, que la dominación de las mujeres se reforzó con las novedades en el mercado sexual y que ellas continuaron cargando con la mayor parte de las tareas domésticas.2

Los escasos antecedentes para América Latina han señalado las peculiaridades de este proceso en la región. Una primera peculiaridad radica en que el surgimiento del modelo de familia doméstica estuvo atravesado por el peso de las diferencias sociales, culturales y étnicas, que potenció su articulación con la convivencia de diversas formas de organización familiar, y reforzó el papel desempeñado por el Estado y las élites políticas e intelectuales en dicho proceso. Una segunda línea de peculiaridades remite al peso de la Iglesia católica y a las características de la modernización latinoamericana que hicieron que la nueva moral sexual doméstica estuviese imbricada con otros patrones que la contrariaban, como el concubinato, el amancebamiento, los hogares con jefatura femenina, el adulterio y las uniones inestables.3 En este marco, los años sesenta significaron cambios en dos direcciones diferentes. Por un lado, en ciertos países, como México y Brasil, el desarrollo de medidas anticonceptivas (por parte del Estado, o por organizaciones civiles o internacionales), en sintonía con la política de control de la natalidad estadunidense, fue el puntapié inicial para la transición demográfica.4 Por otro, los jóvenes, sobre todo los estudiantes, comenzaron a cuestionar la moral familiar y sexual que les había sido transmitida en los hogares, con diferentes grados de enfrentamiento.5

En forma similar, Argentina se caracterizó por la coexistencia de diversas formas de organización familiar en las que confluían tradiciones indígenas, coloniales y criollas de larga duración, que contrariaban la moral católica como reflejaban la alta proporción de hogares con jefatura femenina, la natalidad extramatrimonial y las uniones consensuales, patrones especialmente significativos entre los sectores populares.6 Pero, en forma diferente a otros países latinoamericanos, en las primeras décadas del siglo se produjo una rápida y temprana transición demográfica que afectó los índices a escala del total del país (el número de hijos por mujer pasaría de 6.8 en 1869 a 5.3 en 1914 y 3.2 en 1947) a pesar de que numerosas poblaciones —con alta proporción de nacimientos extramatrimoniales y escasa presencia del Estado-mantuvieron la alta fecundidad. Buenos Aires estuvo a la cabeza de esa transformación que situó el número de hijos por mujer en 3.4 en 1914 y en 1.5 en 1947.7 En forma simultánea, el modelo de familia doméstica alcanzó su máximo apogeo. Surgido de una peculiar confluencia de las propias políticas estatales, la religión, las regulaciones, las ideas de las élites y el discurso médico que engarzaron con una tendencia a la organización nuclear y con las aspiraciones de respetabilidad de los nuevos sectores sociales en ascenso. De allí que, para mediados del siglo XX, la familia doméstica en Argentina estaba articulada con la identidad de los sectores medios aunque, también, se había presentado como natural y universal, posicionándose como rasero normativo desde el cual se evaluaban las diversas formas de organización familiar que la contrariaban.8

Los avances de investigación para el país han mostrado que tempranamente la sexualidad se convirtió en una preocupación de Estado dentro de la cual fue concebida lícita en el marco de la pauta heterosexual, el matrimonio legítimo y la reproducción, en función del fortalecimiento de la nación y la raza. Esta preocupación, que se remontaba a las expectativas de J. B. Alberdi puestas en la mujer criolla como garante del carácter nacional de las nuevas generaciones nacidas de la inmigración, en los años treinta y cuarenta, resultaba patente en la alarma de Alejandro Bunge por el deterioro de la raza como resultado de la disminución de la natalidad entre la población blanca y en las ideas eugenésicas que promovieron mejorar la raza mediante la educación y las condiciones del medio ambiente.9 En este contexto, el paradigma sexual doméstico asumió dos presupuestos centrales. Por un lado, el doble estándar sexual establecía la existencia de conductas diferentes para mujeres y varones expresada en forma paradigmática en la entronización de la virginidad femenina hasta el casamiento y la temprana iniciación sexual masculina. Por el otro, estableció una interdicción al tratamiento público de la sexualidad por fuera de determinados discursos fuertemente codificados (religiosos, morales y médicos) que concebían al sexo como vergonzoso, prohibido y secreto.10

Justamente, los cambios de los años sesenta pueden pensarse como un cuestionamiento generacional a la familia y la moral sexual doméstica por el cual los jóvenes rompieron con los patrones que dominaban en sus hogares de origen. Paradójicamente, esta ruptura generacional habría sido posible porque las políticas de redistribución del peronismo les permitieron a muchos padres ofrecerles a sus hijos la posibilidad de retrasar el ingreso a las obligaciones adultas del mundo laboral y disponer de más recursos y más tiempo para el estudio, el ocio y la recreación. Ni la crisis económica de los años cincuenta ni el derrocamiento del peronismo modificaron esta tendencia. La enseñanza a nivel secundaria fue el nuevo estadio que muchas familias aspiraban para sus hijos antes de que ingresaran al mercado laboral. De hecho, entre 1960 y 1970, en Buenos Aires la matrícula secundaria pasó de 28.5 a 54% de los jóvenes que tenían entre quince y 19 años.11

En esos años, la sociedad argentina estaba atravesando fuertes transformaciones con la política desarrollista del presidente Arturo Frondizi (1958-1962). La apertura a los capitales extranjeros, como vía para superar la dependencia y los problemas sociales, condujo al deterioro de las viejas industrias e impulsó el crecimiento de otras ramas y a la expansión de las áreas de comercialización y los servicios. Esto produjo cambios en la composición del empleo con el desempleo industrial y el crecimiento de los comerciantes cuentapropistas, de los empleados administrativos y del personal técnico y profesional.12 Simultáneamente a las apuestas del desarrollismo, se produjo una reforma universitaria y una renovación del campo cultural. Esta surgió de la confluencia de un campo cultural vigoroso y un público consumidor en expansión asociado con los nuevos segmentos medios, caracterizados por una mayor escolarización, capacidad adquisitiva y tiempo libre para el ocio cultural.13 Pero esta efervescencia cultural coincidió con una etapa de avance del autoritarismo en un clima crecientemente represivo y moralista que no sólo caracterizó a la dictadura del general Juan Carlos Onganía (1966-1970), sino que ya estaba presente en el gobierno democrático de Arturo Frondizi y fue habilitado por una opinión pública moralista y por numerosas organizaciones católicas.14

Los tiempos políticos se aceleraron con la creciente radicalización de los estudiantes universitarios que en la ciudad de Buenos Aires habían pasado de 10% de los jóvenes de 20 a 24 años en 1960 a 21% en 1971.15 El cordobazo (1969) puso en jaque a la dictadura del general Onganía y redobló la polarización política que alcanzó su punto máximo con el retorno en 1973 del peronismo al poder, atravesado él mismo por las luchas entre quienes tenían la seguridad de una revolución inminente y quienes no dudaban en usar los escuadrones de la muerte para impedirla. La radicalización no fue ajena del escenario cultural y mantenía relaciones nada lineales con las escisiones sociales y políticas.

A lo largo de estas conmocionadas décadas, el cuestionamiento de las costumbres y la represión moralista componen una dupla que, como un oxímoron, atravesaron a la sociedad argentina y definieron las contradicciones de los años sesenta entendidos como una época con características únicas que la distinguieron del antes y del después. En especial, la oposición entre tradicionalismo y modernización fue una potente matriz que organizó la comprensión de un mundo que parecía cambiar en forma inexorable así como las posiciones asumidas frente a él.

Los estudios demográficos muestran estas contradicciones y la moderación de esos cuestionamientos. Por ejemplo, a escala del total del país crecieron las uniones consensuales (que pasaron de 7% en 1960 a 9.5 en 1970), pero los incrementos fueron simultáneos al aumento de la nupcialidad hasta alcanzar su pico máximo a principios de los años setenta.16 Podría pensarse que esta ambivalencia es propia de un periodo "bisagra" entre el auge del modelo familiar doméstico de mediados de siglo y la aceptación de pautas de organización familiar sobre nuevos presupuestos como el divorcio, la integración de la mujer al mercado de trabajo, la difusión de las uniones consensuales y la natalidad fuera del matrimonio.17 Desde esta perspectiva, los años sesenta habrían abierto cambios culturales que sólo décadas más tarde definieron nuevos patrones demográficos. Lo interesante es que las investigaciones sobre las dimensiones culturales también resaltan la ambigüedad y la moderación. Por un lado, porque encuentran que las transformaciones estuvieron limitadas a círculos profesionales e intelectuales de los sectores medios, entre los cuales, incluso, existía un fuerte componente conservador. Por otro, porque la importancia de las cruzadas moralistas, las reacciones tradicionalistas y la censura se mantuvieron a lo largo de todo el periodo.18

Este panorama revela que la comprensión de las transformaciones de los años sesenta constituye un desafío abierto y un problema complejo. Para avanzar en esa dirección, este artículo examina cómo los cambios afectaron el paradigma sexual doméstico a escala de la normatividad social, focalizando tres fenómenos: el tratamiento público de la sexualidad, la valoración de la virginidad femenina y las convenciones respecto de las relaciones sexuales pre y extramatrimoniales.

Basándose en ese desarrollo, se propone que lo años sesenta abrieron una revolución sexual discreta. Fue una revolución porque se erigió un nuevo mandato que ordenaba hablar abiertamente sobre la sexualidad y luchar en contra de su asociación con lo pecaminoso y lo prohibido. Desde este nuevo paradigma, se cuestionó que la virginidad fuese necesaria para la respetabilidad femenina y requisito para el matrimonio, y se legitimaron, en forma simultánea, tres nuevos patrones de conducta: la aceptación del sexo entre los jóvenes solteros como prueba para el matrimonio, como expresión del amor y como parte del cortejo. Pero fue discreta porque se mantuvo la centralidad de la pauta heterosexual, la estabilidad de la pareja y de la sexualidad unida a la afectividad.

Para este análisis se utiliza un corpus documental amplio, dentro del cual predominan las fuentes de circulación pública y masiva como ensayos, manuales de crianza y sexología y revistas, destacándose los correos de lectoras y las columnas sentimentales que han sido registros aún escasamente explotados, además de entrevistas a protagonistas e información estadística. Estas fuentes son interpretadas con las herramientas metodológicas de la historia cultural y los estudios de género con el objetivo de comprender los cambios en la normatividad social. Para ello, se apuesta a la reconstrucción de las convenciones sociales, entendidas como los códigos de conducta y los sistemas de significados que —forjados social, cultural e históricamente— establecen el contexto en el cual se desarrolla la experiencia individual.19

 

UN NUEVO MANDATO: HABLAR SOBRE LA SEXUALIDAD

A mediados de la década de 1950 estaba vigente el paradigma sexual doméstico, aunque un leve estertor estaba comenzando a mellar la interdicción pública que pesaba sobre la sexualidad. Con la noción de interdicción se remite a la connotación pecaminosa que asumía la sexualidad y a la censura que pesaba sobre su tratamiento público por fuera de determinados discursos (religiosos, morales y médicos) en extremo codificados. Por supuesto que en el pasado la sexualidad (desde la higiene, la eugenesia y la reproducción) había sido centro de poderosas acciones y emprendimientos del Estado, las corporaciones profesionales, organizaciones civiles y fuerzas políticas. Pero dichas empresas habrían colocado la emoción, el deseo y el placer sexual legítimo en el universo de lo prohibido, lo ocultado y lo penado socialmente.20 El levantamiento de la interdicción al tratamiento público de la sexualidad condujo, en términos foucaultianos, a la aparición de nuevos "dispositivos" para regularlo, en especial los emanados del psicoanálisis, las ciencias sociales y de la renovación sexológica.21 Pero más que señalar el mantenimiento del control, en estas páginas el énfasis está puesto en entender los cambios que los nuevos saberes implicaron en términos del paradigma sexual instituido.

En primer lugar, los nacientes campos de la sociología y la psicología nutrieron los impulsos de cambio en la familia y la sexualidad mediante los medios de comunicación, la producción editorial, las investigaciones de mercado y la clínica privada. Mediante estos canales, los especialistas crearon una relación fluida con importantes sectores sociales, abiertos a las respuestas científicas que ellos podían ofrecerles para comprender los cambios que atravesaban sus vidas. La producción sociológica introdujo a la sexualidad en un marco de interpretación más amplio sobre el proceso de cambio histórico. En especial, la teoría de la modernización difundida por Gino Germani, considerado el fundador de la sociología científica en Argentina, explicaba que, con la urbanización y la industrialización, las costumbres tradicionales darían paso a la constitución de una sociedad moderna que no sólo debía serlo en términos económicos, sino también en términos sociales, culturales y políticos. Así, las transformaciones en la vida privada eran concebidas como un resultado inevitable del desarrollo social, cuyas consecuencias, al mismo tiempo, tenían repercusiones sobre la sociedad. Ese era un proceso irremediable y conflictivo que conducía a la emergencia de un nuevo tipo de familia (la familia urbana moderna) propio de las sociedades contemporáneas. Según el esquema de Política y sociedad, reproducido una y otra vez en los más diversos enfoques y análisis, la familia moderna suponía el planeamiento de la natalidad, las relaciones democráticas e igualitarias, la autoridad participativa y la estabilidad, la afectividad, la individuación y el ajuste interpersonal. Estos cambios, asociados a las dinámicas modernizadoras de las clases medias, resultaban de especial importancia en línea con su preocupación por la constitución de una sociedad democrática que frenase las experiencias autoritarias (como era concebido el peronismo) en el supuesto de que la nueva familia (más igualitaria y más democrática) repercutiría, a la larga, sobre el escenario político. Pero, desde su ángulo, este proceso estaba lejos de haberse completado en Argentina. Por el contrario, esta atravesaba profundas tensiones como resultado de estar en plena transición de la sociedad tradicional a la moderna en un proceso inconcluso marcado por fuertes contradicciones entre ambos polos.22 Con estas claves, la interdicción de la sexualidad fue asociada con los supuestos "tabúes" propios del pasado "tradicional". Este era connotado como "atrasado", "arcaico" o "patriarcal" en oposición al futuro concebido como "progresista", "evolucionado", "avanzado".23 Es decir, la sociología puso en circulación nociones que contribuyeron a una interpretación social del cambio de la moral sexual.

Desde esta visión, la psicología tenía la doble tarea de impulsar los cambios y de orientar a los individuos y a las entidades colectivas en una etapa en la cual los valores y las prácticas estaban cambiando en forma acelerada e irremediable. Mariano Plotkin ha planteado que el psicoanálisis significó un sistema de ideas y un lenguaje nuevo para entender la sexualidad, dentro del cual existieron diferentes posturas. Por un lado, ciertas corrientes que enlazaron el psicoanálisis con el estructuralismo y el existencialismo propusieron una mirada crítica de la familia y la moral sexual burguesa. Por el otro, figuras importantes del psicoanálisis como Mary Langer, Arnaldo Rascovsky y Enrique Pichón Rivière, defendieron las bases del modelo familiar, como refleja la importancia que le otorgaban al mantenimiento de las diferencias de género y a la condición maternal de la mujer.24 De todos modos, más allá de estas posturas, las ideas de Freud, al resaltar la importancia de las pulsiones sexuales en la constitución de la personalidad y en la comprensión de los conflictos vitales, legitimaron discutir abiertamente sobre la sexualidad y contribuyeron al descubrimiento del deseo sexual.

Así, la cultura "psicológica" se expandió rápidamente en la ciudad de Buenos Aires con el aumento de los expertos (con la creación de las carreras de psicología en las universidades a fines de los años cincuenta, como sucedió en la Universidad de Buenos Aires), la difusión de las ideas, las técnicas y el mercado psicológico en los medios de la comunicación y la existencia de un público con capacidades económicas, sociales y culturales para incorporar esas propuestas. Las ofertas de atención psicológica y psicoanalíticas se multiplicaron, ofreciéndose diferentes alternativas según los costos en tiempo y dinero: desde los departamentos de los hospitales públicos hasta las terapias grupales y entrenamiento en el "autoanálisis". A medida que pasaron los años, las explicaciones psicoanalíticas en los medios de comunicación dejaron de estar acotadas a aquellos que se dirigían a un público imaginado elitista y comenzaron a incorporarse en las revistas femeninas, como Nocturno, dirigidas a mujeres de recursos modestos.25

Las nuevas interpretaciones de las ciencias sociales y la psicología fueron publicadas por editoriales prestigiadas en los ámbitos intelectuales. El recrudecimiento de la censura no impidió su publicación pero, seguramente, influyó en la selección. La colección de Hormé Editora (distribuida por Paidós) fue una de las iniciativas más importantes en la puesta en circulación de nuevos conocimientos para entender el carácter social y cultural de la sexualidad. Inicialmente, ofreció obras especializadas que habían sido publicadas con bastante anterioridad en el extranjero.26 Estos títulos ofrecían orientación sobre cómo entender la sexualidad por fuera de su asociación con la represión y cómo encauzarla en nuevas normas morales y sociales que garantizasen la formación de individuos integrados socialmente. Así, por ejemplo, Maxine Davis en La sexualidad en la adolescencia (1964), partía de entender que los hombres gozaban de elección en su "función sexual" y el carácter histórico y social de las normas sexuales, pero esto no le impedía recordar a los lectores que "leyes básicas de la moralidad sexual cristiana y judía están inextricablemente entretejidas con nuestras emociones, actitudes y restricciones sexuales".27

Después de la caída del general Onganía, con la radicalización cultural de los jóvenes se inició un breve interludio en el cual muchos protagonistas creyeron que la revolución sexual había llegado definitivamente a Buenos Aires. En este contexto, se publicaron enfoques sociológicos más trasgresores que conectaban la dominación económica y la dominación sexual, como sucedía con La represión sexual en la sociedad contemporánea (1972) en el que podían leerse en Argentina las ideas de Hebert Marcuse y Wilhelm Reich.28 Esto no significaba que hubieran dejado de publicarse títulos menos revulsivos, como era el caso de Las desviaciones sexuales de Anthony Storr, quien explicaba que la normalidad estaba definida por la capacidad de tener una relación heterosexual, estable, satisfactoria y resultado del amor y que las dificultades para alcanzarla eran de índole social: los sentimientos de culpa referidos a la sexualidad y de inferioridad de los niños.29

En la producción local, el interés por analizar en términos sociológicos los cambios en las costumbres se expresó en el auge del ensayismo. Este dio lugar al éxito de los libros de Julio Mafud que, convertidos en best seller, se apropiaban de los temas en boga, recubriéndolos con la jerga y la metodología de las ciencias sociales. Su libro La revolución sexual argentina intentó ser una cruza del informe Kinsey y el libro de Packard, donde se explotaba la curiosidad vouyerista mediante entrevistas, descripciones costumbristas y lugares comunes en los que se filtraban los valores morales del autor, combinados con citas a autores canónicos como Eric Fromm y Simone de Beauvoir. En una dirección diferente se colocaban las agudas críticas de Juan José Sebreli en Buenos Aires. Vida cotidiana y alienación, un ensayo en confrontación con la sociología "científica" asociada a Germani, en el cual la moral de las clases medias ("hipócrita", "represiva", "chata", "mediocre") era denunciada para explicar su carácter de freno a la lucha de clases, enlazando la crítica a los valores sexuales con una perspectiva política.30

En síntesis, este repaso muestra cómo el auge de las ciencias sociales y de la psicología puso en circulación nuevas y diferentes formas de pensar el papel de la sexualidad en la sociedad y en la subjetividad. Ellas legitimaron los cambios en la vida privada y ofrecieron un conjunto de saberes y técnicas que colaboraban en su promoción.

En segundo lugar, el levantamiento de la interdicción a la sexualidad se legitimó en la renovación de la sexología. En Estados Unidos y Europa, cuando todavía resonaba el informe Kinsey, las investigaciones de Masters y Johnson produjeron un cambio sustancial en la percepción de la sexualidad femenina. Dieron cobijo científico al orgasmo clitorial, a la diversificación de las técnicas sexuales, con lo cual facilitaron la autonomización del placer femenino, cuya importancia fue reafirmada con la aparición de la píldora anticonceptiva.31 En Argentina El matrimonio perfecto, de Van de Velde, que había renovado el paradigma sexológico en la década de los treinta al valorizar la sexualidad para la felicidad conyugal, siguió vigente, pero comenzó a competir con nuevas perspectivas. En forma inicial, predominaron visiones propias de la sexología de la posguerra con colecciones como las publicadas, nuevamente, por Hormé Editora. En esta figuraba Técnicas sexuales modernas de Robert Street (1965), un libro muy difundido, que se proponía ampliar los conocimientos amatorios de los varones para que ellos lograsen el placer sexual femenino como forma de "fortalecer los cimientos del hogar", revelando un enfoque en el cual la sexualidad legítima seguía unida al orden familiar. Luego se publicaron obras que incluían fragmentos de Human Sexual Response y de Human Sexual Inadequacy (de Masters y Johnson), presentados como los dos principales libros de los "revolucionarios científicos" en la lucha contra la ignorancia y el miedo, que permitían salir de la "trampa" de los manuales de orientación matrimonial. Pero resulta significativo que esas obras en sí mismas no hayan sido traducidas.32

Contrariamente a lo que podría pensarse, las novedades sobre sexología no fueron sólo un efecto "importado". Existieron esfuerzos locales. Entre las novedades editoriales, estuvo el pionero Sexología de la familia (1961) de Florencio Escardó, un pediatra que, para ese entonces, era una referencia indiscutible en la renovación de la crianza. Reconocido por su apertura a la psicología y a las ciencias sociales, el autor estaba en el apogeo de su proyección pública que lo había llevado al decanato de la Facultad de Medicina (1958), al vicerrectorado de la Universidad de Buenos Aires (1958-1960), a la jefa-cura de la sala XVII del Hospital de Niños Dr. Ricardo Gutiérrez, y a la II Cátedra de Pediatría y Puericultura de la UBA. Su libro, ágil y ameno, agotó su primera edición en sólo cinco meses, dirigiéndose a un público entrenado en la lectura al que se le ofrecía una visión más propia de los años cincuenta que de los sesenta. Ubicándose en la avanzada lucha contra la interdicción pública del sexo, brindaba información fisiológica y entendía a la familia como una "institución sexual". Enfatizaba el carácter superior de la entrega sexual para lo cual se requería madurez fisiológica, social y moral, valorizaba el placer femenino (responsabilizando del mismo al marido) para la felicidad familiar y comprendía la sexualidad infantil desde claves psicoanalíticas (por las cuales las estimulaciones autoeróticas y la curiosidad sexual eran normales). Insistía en la importancia de la educación sexual para la "correcta" formación de la identidad sexual (es decir, "masculina" o "femenina" en forma excluyente) con la biológica, entendiendo que la homosexualidad era una enfermedad psicológica, por oposición a la desviación moral, términos en los cuales todavía era comprendida mayormente.33

En simultáneo, la sexología se comenzó a incorporar a la formación universitaria, como revelaban los propios cursos dictados por Florencio Escardó, dirigidos a estudiantes de medicina, organizado por la Escuela para Padres que coordinaba Eva Giberti, su esposa e importante difusora de una nueva pedagogía, en el marco de la II Cátedra de Pediatría de la Facultad de Medicina de la UBA y del Hospital de Niños Dr. Ricardo Gutiérrez.34

Pero fueron los medios de comunicación los que tuvieron un papel decisivo en la expansión de la renovación sexológica. En forma sintomática, las iniciativas estuvieron asociadas a emprendimientos dedicados a la crianza de los niños y dirigidas a un público en su condición de padres. De allí que la educación sexual estuvo en una dimensión central del recambio del paradigma sexual.

El primero de esos emprendimientos fue la revista Nuestros Hijos. En 1954, en su segundo número, inició una serie de notas sobre la educación sexual que fueron colocadas en un sobre cerrado, mostrando las limitaciones de esta apertura a la discusión pública acerca de la sexualidad en un nuevo registro. Impulsada por un grupo de médicos jóvenes y editada por Mariano Biel Helguera en asociación con la poderosa editorial Korn, la empresa ofrecía conocimientos para la crianza de los hijos y las relaciones familiares, provistos por psiquiatras, médicos, pedagogos y psicoanalistas (como Telma Reca, Luisa R. Goldenberg y Carlota D. de Rascovsky) y orientación moral a partir de relatos ficticios o correos de lectores. Estos eran respondidos por Miguel Brihuega, un periodista -odontólogo de profesión— influido por el existencialismo y el psicoanálisis que se autodefinía como un católico laico abierto al diálogo, quien fuera el secretario de redacción aproximadamente entre 1960 y 1966. Atravesada por contradicciones, la línea de la revista podía defender a las familias numerosas y a la profilaxis social (desde posturas eugenésicas) y proponer el matrimonio sexual. Así, se insistía en la importancia de la satisfacción sexual femenina y del reconocimiento por parte de los varones con posibles dificultades para lograrlo. Se valorizaba la información, los conocimientos fisiológicos y la posibilidad de discutir abiertamente sobre la sexualidad. La posición de la revista fue cambiando a lo largo del tiempo, pero mantuvo su visión respecto a habilitar la sexualidad en función del matrimonio, el énfasis en la importancia del placer femenino y la conceptualización de la homosexualidad como una enfermedad psicológica, en oposición a las descalificaciones de índole moral.35

Igual de revelador resulta el hecho de que otra revista dedicada a la crianza de los niños, Padres, haya sido la que en los comienzos de los años setenta apostaba a masificar el nuevo paradigma sexual. La publicación, que apareció en 1973 de la mano de Muchnik Editores, difundió en términos prescriptivos un bagaje cultural (como el psicoanálisis y los nuevos estilos familiares) que unos años atrás identificaba a las publicaciones dirigidas a los sectores profesionales e intelectuales, como resultado de la ampliación del público interesado en incorporar las novedades culturales. La revista estaba articulada con un programa televisivo homónimo, a cargo del periodista Mario Mactas y de Annamaría Muchnik, quien había alcanzado popularidad con un programa femenino, Buenas tardes, mucho gusto, que era supuestamente visto por mujeres de "clase media baja". En sus orígenes, la propuesta estaba dedicada a la crianza de los hijos, pero rápidamente la sexualidad se colocó en el centro de la revista enfocándola desde el psicoanálisis, la sociología, la sexología y la medicina. Para ello contó con el impulso inicial de Arminda Aberastury y luego de su muerte con el asesoramiento de Mauricio Knobel, quien trató de identificarse por el profesionalismo de los columnistas. La línea editorial reafirmaba la importancia del placer sexual en las relaciones de pareja que no se restringían al matrimonio —se validaban las relaciones prematrimoniales e, incluso, en ciertos artículos el sexo ocasional en función de criterios subjetivos— pero sí para las relaciones heterosexuales. La homosexualidad era concebida como el resultado de una enfermedad mental ante la cual se recomendaba comprensión y tratamiento psicológico. En cambio, se consideraba normal la masturbación, se explicaban técnicas sexuales (enfatizándose en la dimensión psicológica), se valorizaba el orgasmo clitorial y la erogenización corporal. Esta visión emanaba de un estilo claro, abierto y didáctico, con abundantes detalles e información fisiológica y numerosas fotografías (con desnudos en estilo artístico) que mostraban en imágenes la confrontación con los "tabúes" y el "puritanismo".36

Como puede notarse, estas revistas estaban vinculadas con un conjunto de figuras y organizaciones comprometidas con la promoción de la educación sexual. Entre las figuras en el campo de la psicología y el psicoanálisis resaltaban Telma Reca, Arminda Aberastury, Eva Giberti y Mauricio Knobel, quienes combinaron distintas inserciones que incluían el consultorio privado, la cátedra universitaria o la formación psicoanalítica y los medios de comunicación. Entre las instituciones, se encontraba la Liga Argentina de Educación Sexual, la Asociación Argentina de Protección Familiar, una asociación privada auspiciada por la International Planned Parenthood Federation y las realizadas desde la Universidad de Buenos Aires y las áreas de salud de ciertos hospitales —como el Rawson— en los que se crearon consultorios de educación sexual y los Centros Municipales de Adolescencia y de Sexología y Educación Sexual.37

En su conjunto, estos emprendimientos compartían una plataforma mínima pero potente: la sexualidad estaba presente desde el mismo momento del nacimiento, definía la personalidad y la identidad de los niños y debía ser abordada mediante la verdad y la franqueza por parte de los padres. Estos principios suponían que la curiosidad y el deseo sexual eran normales, naturales y sanos. El diagnóstico incluía que los adultos, al contestarle a los niños con mentiras sobre la reproducción y coartarles las exploraciones autoeróticas, contribuían al desequilibrio psicológico y físico del adolescente y futuro adulto.

Más radicales eran las consignas lanzadas por las feministas y los homosexuales que surgieron en Argentina a fines de los años sesenta y principios de los setenta, pero que tuvieron eco mucho antes. La prensa se ocupó con creciente regularidad de las noticias sobre las ideas y la organización del feminismo en Estados Unidos y Europa, a medida que sus acciones cobraban más relevancia y espectacularidad. En 1970, por ejemplo, Confirmado dedicaba un informe al feminismo que reseñaba esas reivindicaciones y organizaciones y reproducía las palabras de Betty Friedan llamando a las mujeres a hacer una revolución que cambiaría las relaciones sociales. Cualquier asociación del cronista con la causa femenina quedaba salvada al final de la nota cuando un toque misógino tranquilizaba a los lectores varones, explicándoles que los hombres tenía eficaces escapatorias contra las feministas: el humor y la burla.38 Desde 1971, en forma más sistemática La Opinión, el diario de Jacobo Timerman, hizo del feminismo un tópico habitual de su página dedicada a la mujer. Allí las lectoras podían enterarse, junto a los espectáculos para chicos y las novedades de la moda exclusiva, de la tesis sostenida en Sexual Politics por Kate Mollet que denunciaba que toda relación sexual era una relación política, y de las ironías de la poesía del Women's lib de San Francisco ("Plegaria de las disminuidas") y del éxito del libro de Françoise Parturier, editado en Buenos Aires por Jorge Álvarez, donde se explicaba que no existían diferencias biológicas entre varones y mujeres.39

Ciertamente, estas notas asociaban el feminismo con la realidad extranjera y tal asociación fue usada para impugnar y desestimarlo, pero también resultaba indudable que ellas difundieron las ideas, reivindicaciones y las formas de organización del feminismo, especialmente en Estados Unidos. Esto le otorgó al feminismo una visibilidad inédita que difícilmente hubieran conseguido las organizaciones locales. A pesar de su debilidad y de su reducido número, las militantes del pionero Movimiento de Liberación de Mujeres, surgido en la década de 1960, a las que le siguieron otras organizaciones entre las cuales se destacó la Unión Femenina Argentina (UFA), sentaron las bases de la segunda "ola" feminista en nuestro país. A diferencia del legado anterior, estas feministas cuestionaron que la maternidad fuese una cualidad distintiva de las mujeres y revindicaron su derecho a decidir sobre sus propios cuerpos, denunció la invisibilidad del trabajo doméstico y reclamó la equidad en el trabajo extradoméstico. Más o menos en forma simultánea surgieron las primeras formas de organización de los homosexuales que con la publicación Nuestros Mundos y el Frente de Liberación Homosexual (1971) comenzaron a cuestionar la norma heterosexual.40 En forma diferente a la experiencia de otras latitudes, estos movimientos estuvieron escindidos de la nueva izquierda en Argentina. Para las organizaciones armadas las luchas por la equidad de género y la libertad sexual eran secundarias (o debían supeditarse) frente a las necesidades de la organización y la urgencia de la toma del poder, cuando directamente no fueron entendidas como expresión de las desviaciones "pequeño-burguesas". No casualmente, estas organizaciones se caracterizaron por tener códigos rígidos basados en principios fuertemente moralistas de las relaciones familiares y la sexualidad que se fundamentaban, paradójicamente, en la lucha contra los valores burgueses.41

Las nuevas ideas sobre la sexualidad interpelaron con fuerza en el campo católico. Las autoridades eclesiásticas estaban preocupadas desde siempre por el relajamiento de las costumbres y, sobre todo, por la posible disociación de la vida familiar, del matrimonio indisoluble, legítimo y heterosexual. En el marco de las conflictivas relaciones con el peronismo, la Iglesia desde fines de los años cuarenta había promovido la formación de nuevas organizaciones de laicos (como la Liga de Padres de Familia y la Liga Madres de Familia) con el fin de intervenir en el espacio público y reclamarle al Estado el respeto de las atribuciones de la Iglesia pero, también, para difundir los valores cristianos en la familia y la sociedad. En los años sesenta, estas organizaciones fueron la avanzada del tradicionalismo y se embanderaron contra la expansión de supuestos males abstractos (como la "disolución moral"), pero también de prácticas concretas (los albergues transitorios, la minifalda o las relaciones prematrimoniales). Con comunicados de prensa, declaraciones y petitorios a las autoridades, los discursos moralistas de estas organizaciones saturaron la escena pública y reflejaban el peso de la tradición tomista y de la vigencia de la lucha en contra del modernismo. En cambio, las nuevas corrientes renovadoras apostaron a revitalizar a la Iglesia para influir sobre las condiciones del mundo moderno. Con el Concilio Vaticano II se agudizaron los conflictos preexistentes y se agravaron a partir de 1969 ante las formas concretas de poner en práctica la Declaración de Medellín (1968).42 En ese sentido, las discusiones conciliares abrieron expectativas entre el laicado y los sacerdotes renovadores referidas a los cambios en la posición de la Iglesia respecto a la anticoncepción.43 De todas maneras, como veremos más adelante, la conexión entre la apertura en el plano teológico y en el plano de la moral sexual no fue directa, como muestran los llamados de monseñor Vicente Zazpe —ubicado dentro del ala renovadora— a defender la castidad.44

La educación sexual implicó un desafío para los católicos. Los laicos y los sacerdotes, ante la conocida asociación entre la Iglesia y los supuestos "tabúes sexuales", insistían en su importancia, pero la entendían como parte de la formación espiritual cristiana que debía estar basada en la verdad y ser gradual. En 1965, según la instrucción colectiva del episcopado alemán, difundida por la Iglesia argentina, la sexualidad era un don de Dios (que había creado como un todo al alma y el cuerpo y había diferenciado al varón de la mujer) que permitía una forma específica de amor aunque, después del pecado original, el "apetito sexual" amenazaba con subyugar al hombre. Por eso, los jóvenes debían ser conducidos por la senda del matrimonio, la virginidad y el celibato que eran diferentes formas del compromiso de amar a Dios. Las editoriales católicas publicaron libros —como Para padres de Carlos A. Ray, un manual de crianza; Para padres educadores del alemán Friedrich E. V. Gagern, y Tú en mi nido— que difundían esta visión. Incluso en 1973 el Movimiento Familiar Cristiano, permeado por los sectores renovadores de la Iglesia, elaboró una propuesta para incorporar la "educación para el amor" al curriculum de las escuelas católicas. A pesar de que la iniciativa defendía la castidad y el esencialismo del género, produjo recelo por parte de importantes sectores eclesiásticos.45

Esto muestra que el consenso sobre la importancia del diálogo y el rechazo a la ignorancia abría el debate en torno a los enfoques y los valores acerca de la sexualidad. Desde el ángulo católico, la educación sexual tenía por objetivo la formación moral cristiana como forma de contrarrestar la sacralización del sexo propia de las sociedades contemporáneas y la perversión de la "calle" sobre los niños y adolescentes. En cambio, desde el campo de los promotores de un nuevo paradigma sexual, debía propiciar la formación sana y equilibrada que les permitiría disfrutar del placer sexual en su vida adulta.

La cuestión de la enseñanza de la educación sexual en las escuelas fue centro de polémica a lo largo de toda la década de los sesenta. Los enfrentamientos atravesaban diferentes posiciones. El campo católico estaba bastante unificado: defendía que la educación fuese individual y que era derecho primario de los padres. Desde posturas renovadoras existían diferencias que oponían, por ejemplo, a Telma Reca (quien apoyaba la educación sexual en las escuelas aunque reconocía que ciertos contenidos deberían ser desarrollados individualmente o por los padres) con Florencio Escardó y Eva Giberti (quienes priorizaban el papel de la familia).46

A escala internacional, la educación sexual en las escuelas fue ganando terreno y produciendo fuertes discusiones sobre los diferentes enfoques. En América Latina también asumió creciente visibilidad en el marco de la renovada importancia de las políticas públicas de población y del apoyo de diferentes organismos como la UNESCO, aunque a principios de los años setenta sólo se habían implementado algunos programas pilotos en algunos países.47 Estos avances eran conocidos en Argentina, donde en 1972 las discrepancias dieron lugar a la inclusión de la educación sexual de forma experimental en el nivel de la educación secundaria. Los contenidos fueron puestos a prueba en 34 establecimientos públicos de la capital y de la provincia de Buenos Aires, dentro de la materia Educación para la Salud, en la unidad dedicada a la adolescencia. En concreto, se pautó el estudio de las características psicofísicas y socioculturales y los temas de la maduración hormonal, la sexualidad, la identidad adolescente, los papeles a desempeñar y el conflicto generacional. Estos temas debían abordarse mediante estrategias pedagógicas activas, como la elaboración de cuadros, la discusión en clase, los juegos de roles y la búsqueda guiada de literatura.48

Si bien existían antecedentes en las escuelas privadas, como los realizados por el pastor evangélico Luis Parilla en la escuela comunitaria de Paternal,49 la medida revelaba los cambios producidos a lo largo de la década anterior, cuando se habían impuesto sanciones a los maestros que habían tocado el tema en clases.50 Cierto es que se trataba de un plan piloto y que con él se abrían nuevos debates, dado que podía existir cierto consenso (por lo menos retórico) sobre la importancia de la educación sexual, pero eso no implicaba lo mismo con los enfoques que se le debían otorgar a los contenidos.

De hecho, en forma simultánea a la puesta en práctica del plan piloto, se publicó una pastoral sobre la concepción cristiana, donde se explicaba que no podía olvidarse el carácter sagrado del sexo, el cual debía estar asociado al amor conyugal, a la maternidad y a la paternidad, remarcándose el valor de la castidad y la contingencia, y el rechazo de la homosexualidad y el autoerotismo. Poco después, en 1973, la pastoral acerca de la familia y el matrimonio llamaba, nuevamente, a promover una educación sexual para el amor con "sentido espiritualista y cristiano", enfocada a una correcta elección matrimonial y a la formación de una "familia sólida".51

En paralelo, la educación sexual cobró una inusitada visibilidad en los medios de comunicación. La revista Claudia, desde su aparición en 1957 -revista femenina de la editorial Abril— apostó a identificarse con la mujer "actualizada" y "moderna" a la cual caracterizaba por la capacidad de consumo, el gusto estético y la apertura cultural. En 1973, este posicionamiento se reactualizó con la publicación de una serie de fascículos sobre la educación sexual, abordada desde un enfoque abierto y multidisciplinario que combinaba la fisiología y la sexología con claves sociológicas y psicológicas. La colección enfatizaba que la masturbación era parte del desarrollo sexual en la importancia del placer femenino, retomando las investigaciones de Masters y Johnson, y en la retroalimentación entre el sexo y el amor, posición desde la cual se discutía la valoración de la virginidad por sí misma. La apertura estaba dada por una composición plural con diferentes voces y tipos de información que apuntaban a problematizar más que a dar una visión prescriptiva. Es significativo que los fascículos, formados por hojas sin refinar, estuvieran incluidos en sentido inverso a la revista, y era necesario un cortaplumas para abrirlo. Esto indicaba que, como había sucedido tres lustros atrás con Nuestros Hijos, los editores temían que el público pudiera considerar la propuesta demasiado atrevida.52

Si bien la iniciativa de Claudia fue la más importante, la temática fue incorporada a otras revistas femeninas. Por ejemplo, Vosotras (la revista femenina de editorial Korn, dirigida a mujeres de menores recursos que Claudia pero interesadas en estar actualizadas con las nuevas costumbres) convocó a Arnaldo Rascovsky. Nocturno —una de las revistas de fotonovelas de Abril destinada a un público de gustos populares— organizó mesas redondas; e incluso Para Ti —la precursora revista femenina de editorial Atlántida que se caracterizaba por el apego al catolicismo y a las tradiciones— dedicó notas a la temática.53

Estas iniciativas mostraban la existencia de un amplio abanico de ideas pero, también, que había terminado la interdicción en el tratamiento público y abierto de la sexualidad. La educación sexual parecía ineludible y surgieron iniciativas con la finalidad de cubrir el vacío, emanadas de figuras, actores e instituciones que conquistaron los medios de comunicación y avanzaron sobre ciertas instituciones públicas y privadas. A pesar de las diferencias, existían coincidencias mínimas sobre la importancia de la verdad en la educación sexual, lo que abría el problema de explicar cómo el semen ingresaba en la madre. Satiricón, la popular revista humorística aparecida en 1972, reflejaba este clima de ideas al remedar un artículo con explicaciones sobre el nacimiento en las cuales la vieja historia de la cigüeña se recubría de una terminología fisiológica. La ironía criticaba las limitaciones del mandato que ordenaba hablar sobre sexualidad pero, también, mostraba que este se había incorporado al sentido común.54

 

RÉQUIEM PARA EL MANDATO VIRGINAL

A principios de los años sesenta, pocos temas parecían generar tanto interés como el de la virginidad. Esta condensaba todo el sistema moral del pasado. Por eso, cuestionar su importancia significaba una definición simbólica frente al paradigma instituido basado en la doble moral sexual. De allí que el tema no podía faltar en las encuestas que, al estilo de etnografías locales, evaluaban el grado de transformación de las costumbres sociales. Más allá de la fiabilidad estadística de estos estudios —algunos de los cuales ni siquiera tenían tales pretensiones—, sus resultados sirven de indicio de los cambios en las convenciones sociales.

En 1963, Primera Plana inauguró ese tipo de sondeos representativos del nuevo estilo periodístico que trataba temas poco convencionales con cierta irreverencia, recogiendo las opiniones sobre el sexo de un grupo de mujeres.55 Según los resultados, las relaciones sexuales prematrimoniales eran aceptadas por la mayor parte de las entrevistadas (aunque no sucedía lo mismo al observar sólo las respuestas de las solteras) con el argumento de que garantizaban una correcta elección matrimonial. La nota desató un debate en la columna de lectores que —real o provocado— mostraba que ese tipo de posturas generaban rechazos. Unos meses después, los varones opinaban de modo semejante: aceptaban las relaciones "prenupciales" con la "novia", pero en caso que no fueran vírgenes exigían explicaciones de la situación en la cual habían perdido esa condición. En los años siguientes, otros informes reflejaban una opinión dividida sobre un trasfondo también moderado. En 1967 según una encuesta publicada por Claudia, decía que 59% de los encuesta-dos pensaba que hombres y mujeres debían mantener relaciones sexuales antes del matrimonio, y la mitad opinaba que la virginidad no tenía importancia.

En 1969 se había registrado un giro en las opiniones, según una encuesta de Análisis realizada en jóvenes de entre quince a 25 años de edad. Se desconocen los resultados para todos los encuestados, pero los parciales mostraban que 67% de los varones de entre 20 a 2 5 años negaban valor a la virginidad (tanto en el hombre como en la mujer), porcentaje que descendía a 57% entre las mujeres de la misma edad. El nivel de instrucción también segmentaba las opiniones: los jóvenes que sólo tenían instrucción primaria aceptaban las relaciones prematrimoniales en mayor medida que los que tenían estudios secundarios y universitarios. En el caso de estos últimos, las negativas podían deberse al rechazo del término "prematrimonial" en tanto antesala del casamiento, como delata la declaración de un estudiante que decía: "soy partidario de las relaciones sexuales, no de las relaciones sexuales prematrimoniales".56 Es decir, las opiniones estaban atravesadas por las experiencias vitales en términos del género, la pertenencia generacional, el grado de instrucción educativa que remitía a inserciones culturales y sociales diferentes. Lo interesante es que fuese el estado civil la variable que lograba segmentar de modo más nítido a los entrevistados, dado que 91% de los casados se manifestaban a favor resaltando la importancia de la propia experiencia matrimonial en la posibilidad de probar la compatibilidad sexual previamente.

Estos estudios, con independencia de su representatividad, retratan un clima de opinión efervescente, marcado por la tensión entre el interés por los cambios y las dificultades para procesarlos, que se radicalizaba de la mano de los jóvenes a finales de los años sesenta. Para la observación de los cambios en términos cuantitativos suele recurrirse a otros indicadores como la proporción de mujeres casadas embarazadas y la natalidad extramatrimonial. No es posible construir el primer indicador para Buenos Aires, contándose con estimaciones de 3% que parecen poco convincentes.57 La natalidad extramatrimonial, en cambio, está disponible pero requiere considerar especificidades de orden interpretativo.

En Argentina, los altos índices de nacimientos extramatrimoniales constituyen un patrón de larga duración que expresaba la diversidad de comportamientos familiares, asociándose a los sectores populares, aunque esta conexión esconde importantes diferencias en términos sociales, culturales y étnicos. En los años cincuenta la natalidad extramatrimonial era del orden de 26% para el total del país, pero se ubicaba en 11.2% en la capital, con una tendencia a la baja. Esta tendencia se revirtió en los años sesenta. Los nacimientos extramatrimoniales pasaron de 14% en 1962 a 20 en 1975. Susana Torrado ha mostrado para 1980 que los índices asumían diferente importancia según el estrato social. Eran más altos entre los "estratos de obreros no calificados" (situada entre 27 y 29%) que entre los estratos medios (ubicándose entre 7% y el 11%).58 Como sugiere este análisis, la comprensión del significado del incremento en las décadas anteriores puede mejorarse identificando a la población que originó las variaciones. Eso permitiría saber si los mismos se debieron a nuevos patrones culturales (y reproductivos) en estratos sociales que en el pasado tenían bajas tasas de nacimientos extramatrimoniales o, al contrario, pronunciaron una tendencia existente. Para ello, a falta de un mejor indicador disponible, puede recurrirse al de la circunscripción de residencia de la madre que, aun sabiendo que las jurisdicciones no son homogéneas, muestra que el aumento estuvo segmentado socialmente. Fue mayor en las jurisdicciones identificadas con los trabajadores y los sectores populares que, además, partían de índices más altos como Mataderos, Villa Soldati y Villa Lugano (de 14 a 25%) y La Boca (de 16 a 23%). En cambio, fue menor en las circunscripciones asociadas a los sectores medios y con guarismos de partida más bajos como Belgrano, Saavedra y Villa Urquiza (de 11 a 15%), Boedo y Caballito (en ambos casos de 11 a 14%) y Flores (de 14 a 15%, aunque el pico más alto alcanzaba a 21% en 1970 y 1971).59 Según estos indicadores, el cambio alcanzó al conjunto de la población de la ciudad de Buenos Aires pero lo hizo con diferentes niveles. Fue más importante en las jurisdicciones donde la infracción a la normatividad familiar en el pasado era más frecuente, sugiriendo que los cuestionamientos potenciaron esas tendencias preexistentes. En sentido opuesto, el quebrantamiento de los mandatos resultaba más difícil en los espacios sociales donde había cristalizado la moral sexual instituida.

Estos resultados refuerzan la idea de que los años sesenta fueron una época bisagra durante la cual los quiebres se expresaron en forma paradigmática en términos culturales. De allí que sea necesario contar con indicios para reconstruir ese plano de las transformaciones.

Un primer indicio de interés está dado por las columnas de correspondencia sentimental. Estas son piezas clave en la transmisión de una pedagogía sentimental y de las pautas de civilidad que les permitieron a los medios de comunicación de masas remplazar a los antiguos manuales de comportamiento. Resultan de especial interés en épocas de mutaciones en las costumbres, ya que interpelan a un público que se encuentra (o desea hacerlo) en situaciones vitales desconocidas, como sucede con los adolescentes. Más allá de su veracidad, esta correspondencia permite reconstruir convenciones y valores plausibles de ser atribuidas a las lectoras así como la posición de la revista, encarnada en la voz autorizada de la figura de la consejera o consejero que les respondía.

¿Qué permiten observar estas columnas? En primer término, un cambio en el registro en el cual aparece el problema de la virginidad. Mientras en los años cincuenta esta era referida mediante elipses (el eufemismo más común, cuando se usaba, era "prueba de amor"), a medida que avanzaron los sesenta, aunque se siguieron usando, aparecieron otras denominaciones ("intimidad sexual", "relaciones prematrimoniales", "acto sexual", etc.) que manifestaban una nueva percepción de la situación.60 Pero lo que resulta más significativo es la aparición de confrontaciones con el mandato virginal (en defensa de la entrega por amor), protestas porque la castidad producía la descalificación de las congéneres y temores de que pudiera aparejar trastornos psicológicos. Así, por ejemplo, una supuesta lectora de Nuestros Hijos se quejaba de las burlas del "grupo de las liberadas", y otra de Para Ti se preguntaba si ella sería "rara" porque no aceptaba tener relaciones sexuales. Estas inflexiones hacen pensar que la aceptación de las relaciones sexuales no sólo era más frecuente sino que estaba siendo integrada a las costumbres, la identidad y los valores de las jóvenes.61

En segundo lugar, puede observarse que los consejeros siguieron defendiendo el valor de la virginidad pero que cambiaron los argumentos para hacerlo. La idea de la pureza sexual retrocedió frente a la importancia adjudicada a la edad, al carácter de la relación y a los problemas de un posible embarazo, como se planteaba en la columna de Vosotras a cargo de Ethel Kurlat durante varias décadas, periodista y escritora con simpatías socialistas que frecuentaba la bohemia teatral.62 La cuestión comenzó a ser considerada desde un ángulo subjetivo, con lo cual se favoreció que la norma se relativizara, haciéndola depender de los principios y de la tranquilidad de conciencia. Este argumento podía ser usado para reafirmar el mandato virginal, como hacía Miguel Brihuega de Nuestros Hijos, el director de la revista, con el argumento de que el solo hecho de consultar sobre el tópico reflejaba inseguridad ante al tema.63 Finalmente, comenzó a desacralizar la virginidad fisiológica, en sintonía con la opinión de psicoanalistas católicos, al plantear que muchas mujeres carecían de himen (y otras lo perdían antes de la iniciación sexual) y rechazar que simbolizase el honor masculino.64 La expresión más clara de estos cambios cristalizó en la columna del padre Carlos Baccioli de Siete Días Ilustrados (1967). Su estilo se caracterizaba por estar abierta a discutir con las lectoras de ideas contrarias, apoyándose en autores asociados a la renovación de la sexología y de las ciencias sociales —desde Kinsey a Sebreli— y usando argumentos basados en el rechazo a los tabúes del pasado (expresados en la aceptación del petting, es decir, los juegos sexuales en los que se evitaba la penetración, para cuidar la virginidad) y la importancia de encontrar una estabilidad emocional en los adolescentes, impedida por las relaciones prematrimoniales.65

En definitiva, el análisis de las columnas sentimentales que encarnaban la voz moral de estas revistas de carácter masivo, distantes de cualquier compromiso con el cuestionamiento del orden sexual, reflejan la creciente aceptación de las relaciones sexuales. Esto surge incluso de las supuestas cartas de lectoras que se posicionaban en su contra y de la defensa de la virginidad con nuevos argumentos, por fuera de la asociación entre esta y la decencia femenina.

En segundo lugar, un panorama semejante emerge de la posición de actores situados en el espectro católico. En sintonía con lo planteado en su columna de lectores, Miguel Brihuega, de Nuestros Hijos, inició una peculiar denuncia contra la doble moral sexual. Planteaba que la virginidad no garantizaba el equilibrio moral y que este no se expresaba en términos físicos sino mediante la interioridad espiritual. Para él, la moral sexual debía basarse en la libertad, el compromiso interior y la búsqueda de la virtud en una vida auténtica, acorde en forma natural a los propios valores. Este razonamiento apuntaba a combatir la liberación sexual en función de su falta de autenticidad porque negaba la culpa que les generaba a las jóvenes la infracción de la moral que seguía dominando su inconsciente (y que, por lo tanto, las conducía a la neurosis) y que sólo podía repararse mediante la fe en Dios.66 Más allá de este resultado, estos argumentos representaban una psicologización de la norma moral que, teóricamente, contribuía a relativizar los criterios en función de un análisis subjetivo de cada caso.

Estas ideas tienen cierta conexión con las que parecerían haber circulado entre católicos a favor de la renovación de las costumbres, de las que se poseen escasas huellas, aún más en relación con los dilemas escuchados en confesión. En 1973, un sacerdote anónimo explicaba en Claudia que la Iglesia se encontraba en una "crisis de crecimiento", producida por la necesidad de adaptarse a los cambios en las concepciones sociales, por lo cual en su práctica confesional le daba un nuevo sentido a los principios inmutables del catolicismo, entre los cuales figuraba la valoración de la virginidad. Pensaba que la pureza había dejado de estar asociada a la "integridad física" para estar definida por los sentimientos y los pensamientos y que la misma sólo tenía significación si resultaba de una elección propia. Es decir, prefería una virginidad "conscientemente perdida" (y esto significaba un "acto libre de amor") ante una virginidad conservada mediante el petting, porque estaba exenta de "hipocresía" y del "cálculo malicioso" al que consideraba el peor desequilibrio psicológico y el "peor veneno moral".67

Esta postura no representaba las voces oficiales de la Iglesia que había redoblado, a través de la prédica pastoral y las organizaciones de laicos, la defensa de la virginidad que estaba siendo cuestionada, incluso por los católicos practicantes. Como revelaba monseñor Vicente F. Zazpe, una de las figuras de la renovación teológica, en su pastoral de cuaresma de 1972: "antes era tabú hablar de sexo; hoy es tabú hablar de castidad". Por eso, recordaba que Cristo había realizado su obra viviendo en castidad virginal y que la había recomendado sin ambigüedades, y subrayaba que atenuar o contradecir esta verdad traicionaba a la religión. No es difícil pensar que estas advertencias estuvieran dirigidas a quienes, como el sacerdote anónimo, se permitían realizar sus propias interpretaciones.68

Finalmente, los registros comprometidos con la apertura a nuevos estándares sexuales muestran que el valor de la virginidad fue cuestionada por un nuevo estilo femenino, el de la mujer "liberada", que se caracterizaba por aceptar las relaciones sexuales pre o no matrimoniales. A partir de fines de los años sesenta, cuando la apertura cultural fue potenciada con la caída del general Onganía, este prototipo se expandió en los medios de comunicación que lo legitimaron al presentarlo como una realidad dada.

El humor de Satiricón —revista fundada en 1973 que contó con las plumas de periodistas como Jorge Guinzburg y Carlos Ulanovsky y dibujantes como Fontanarrosa- reflejó bien el nuevo modelo femenino. Dirigida a un público joven y anticonformista que, en muchos casos, era colocado él mismo bajo la lupa, las caricaturas daban por supuesto que las mujeres —solteras y casadas— estaban tan o más interesadas en el sexo que los hombres. Incluso, podía decretarse la extinción de la "piba de barrio", es decir, el prototipo de la muchacha "mojigata", con "blusa con pasacintas" que estudiaba danzas españolas. El recambio estuvo representado por chicas que usaban jeans ajustados, se pintaban desde los doce años, tenían relaciones fluidas con los novios, creían que era deseable entregarse por amor y vivían la virginidad como una carga. Al igual que en los correos sentimentales, se afirmaba que estas jóvenes criticaban y se burlaban de la chica que se oponía a las relaciones prematrimoniales.69 En la página de los lectores donde, al igual que en Primera Plana, se incitaba a la polémica, aparecieron defensas crispadas de la "chica sencilla", que quería casarse virgen para formar un hogar pero, rápidamente, estos lectores fueron atacados por otros quienes se declaraban "contra todas las formas de la virginidad" y defendían que el sexo era natural. Esta fue la posición asumida por la revista mostrando que su público no hubiera aprobado que esta quedase unida a la defensa de la virginidad.70

Así, por ejemplo, en 1975, podía leerse en los fascículos de educación sexual de Claudia que:

la revolución feminista ha puesto ya en claro la injusticia que implica respetar a las mujeres más o menos según posea o no un "pedazo de piel" (que es —más o menos— lo que es el himen). A raíz de esto toda una generación de mujeres hizo una profesión de la pérdida de su virginidad, demostrando que sus valores debían ser juzgados en el plano intelectual, humano y social.71

La explicación atacaba la doble moral y ponía de relieve el papel identitario que jugaba la aceptación de las relaciones sexuales dentro de ciertos círculos de jóvenes pero, también, era el preámbulo para favorecer el abandono de esas actitudes, bajo el argumento de que la mujer había alcanzado alguna de las metas de su independencia por lo cual ya no necesitaba "hacer una permanente declaración de principios".

En resumen, en 1970 la virginidad, como criterio moral que definía la decencia femenina y requisito para la felicidad futura, había comenzado a ser cuestionada, a tal punto que en ciertos círculos podía ser un motivo de desacreditación, en el marco más amplio de la aparición del recambio del modelo femenino.

 

SEXO: PRUEBA, AMOR Y FLIRTEO

Los cambios en la valoración de la virginidad estuvieron unidos en forma indisoluble a los de las relaciones sexuales pre y no matrimoniales. Desde diferentes posiciones existía una convicción compartida: los jóvenes se sentían desafiando un sistema moral basado en la represión sexual. Dicha convicción no sólo involucraba el hecho de que los jóvenes habían empezado a tener sexo antes o fuera del casamiento, sino que también defendían esa posición desde un ángulo moral. Sin embargo, como veremos, este cambio no se produjo en forma homogénea sino que implicó la legitimación simultánea de distintos patrones de conducta que existían en el pasado pero que impugnaban la normatividad social.

El primer patrón de cambio radicó en la aceptación del sexo en el marco de la preparación del matrimonio. Es decir, el hecho de que los novios comprometidos a casarse tuvieran relaciones sexuales se convirtió en una convención reconocida por los medios de comunicación. Se pensaba que el compromiso personal y social del casamiento era considerado una garantía de la seriedad de la relación que permitía avanzar sobre la intimidad sexual. La legitimidad social ganada por este patrón estuvo unida a dos fundamentos: la compatibilidad sexual era central para la felicidad conyugal y para la armonía familiar, y el noviazgo debía servir para el conocimiento mutuo con el fin de garantizar la correcta elección matrimonial.72

Por un lado, como se ha planteado, la importancia de la sexualidad para la felicidad matrimonial ya estaba incluida en los referentes de la primera renovación sexológica de los años treinta con El matrimonio perfecto de Van de Velde,73 una idea que se afianzó a escala masiva desde mediados de los años cincuenta como lo muestran Nuestros Hijos y Sexología de la familia de Escardó, y que en los años sesenta se amplificó a los medios de comunicación masivos, como puede observarse en Padres, donde se refería a la pareja.74 La noción del matrimonio sexual condujo a desacreditar a la luna de miel como espacio para la iniciación sexual de la mujer y de la pareja. Nuevamente, desde los años treinta, Van de Velde recomendaba al varón actuar con delicadeza para que la frustración no afectara la futura armonía del matrimonio. En las décadas siguientes, las advertencias crecieron y la luna de miel comenzó a ser catalogada como una experiencia "nefasta". En 1962 Florencio Escardó atribuía los traumas a los temores de las recién casadas, al "desenfreno" sexual del marido (producido por el deseo contenido durante el noviazgo), a los limitados conocimientos sobre la fisiología y las técnicas amorosas y a la falta de comunicación entre la pareja. Unos años después, según los recuerdos de las mujeres que los hicieron públicos en Claudia, la luna de miel estuvo marcada por el miedo, la impericia y la torpeza, generándoles frustraciones difíciles de superar. Este tipo de experiencias hacían pensar, como explicaba Florencio Escardó, que por "razones de carácter psicológico" la iniciación sexual debía efectuarse en un estado de "tranquilidad", y en el marco de la confianza, la información y el diálogo.75 De este modo, la importancia atribuida a la felicidad matrimonial y a la sexualidad para conseguirla contribuyó a desestimar la luna de miel como momento para la iniciación sexual de la pareja.

Por otro lado, la importancia adjudicada al conocimiento mutuo en las más variadas circunstancias durante el noviazgo condujo a incluir a la sexualidad entre los aspectos de la relación que debían ser probados. Este argumento —reiterado y consensual— fue central para justificar las relaciones sexuales prematrimoniales, como mostraba la encuesta de Primera Plana de 1963 en la cual 70% de las mujeres encuestadas opinaban que para conocer a fondo al futuro marido debían mantenerse relaciones "eróticas", pero es significativo que así opinaran mayormente las casadas y no las solteras. Tal idea tenía la fuerza de las deducciones lógicas, realizadas desde el sentido común, como muestra la pregunta de un o una asistente a una charla de Eva Giberti: "¿Cómo saben dos seres de sexo opuesto que van a constituir pareja, si no aceptamos [las] relaciones prematrimoniales?" Por "constituir pareja", en los términos de la psicóloga, se entendía la capacidad de complementarse mutuamente. Incluso el argumento podía invertirse planteando que tener relaciones sexuales antes del matrimonio permitía discernir si una pareja sentía mera atracción física o estaba unida por el amor, una diferencia sustancial en una época en la cual todavía se escuchaba que los hombres se casaban, en buena parte, para satisfacer el deseo sexual.76

Pero estos argumentos no convencieron a la Iglesia que combatió las relaciones prematrimoniales.77 Las declaraciones, las campañas moralizadoras, la lucha en contra de la "pornografía" o las acciones de "orientación a la joven" tenían como un objetivo central la lucha en pos de la castidad prematrimonial. En 1972, la pastoral de monseñor Vicente Zazpe argumentaba en esa dirección en función de la liberación del pueblo. Después de insistir en que "la continencia no es un rechazo al sexo, ignorancia, hipocresía, timidez o puritanismo" sino "lucidez y fortaleza", explicaba que la disociación entre la sexualidad y el amor conyugal era el resultado de la sociedad de consumo y del avance del imperialismo "erótico" que corrompía al pueblo y lo incapacitaba para afrontar el proceso de liberación. Pero el estilo mismo de la defensa de la castidad, sumada a las amonestaciones de los sacerdotes que la relativizaban, revelan las dificultades que existían para combatir la aceptación de las relaciones sexuales prematrimoniales, como parte de la preparación para la vida conyugal entre los propios católicos practicantes.

En segundo lugar, las relaciones sexuales pre o no matrimoniales fueron consideradas la consecuencia lógica, natural y necesaria del amor. En este caso, el argumento pragmático basado en la adecuada elección matrimonial quedaba atrás frente a la fuerza del imperativo moral de la autenticidad y del valor otorgado a los sentimientos individuales.

El amor legitimó el sexo más que cualquier otro argumento, según multiplicidad de indicios. En 1963, según la encuesta de Primera Plana, 64% de los varones se manifestaba a favor de las relaciones prenupciales con la novia, pero 83% de ellos pensaba que era imprescindible la autenticidad sentimental y en muchos casos supeditaban la aceptación a que hubieran tenido relaciones sexuales en el marco de una relación "auténtica" y "profunda".78 En 1965 este argumento podía encontrarse en Secretos, una revista mensual de fotonovelas de la editorial Sucesos con notas sobre la farándula local y una columna de correspondencia a cargo de Palito Ortega, un ídolo juvenil que representaba el ascenso del joven humilde del interior del país.79

En sus páginas, una periodista, en pos de entender los supuestos conflictos interiores de una lectora, explicaba que muchas jóvenes creían que la paulatina emancipación de la mujer había creado un nuevo "idioma en el amor", en el cual la decisión era un acto de voluntad y no el resultado de abandonarse al impulso. El artículo oscilaba entre atemorizar a las jóvenes sobre los peligros (embarazo, abandono y desamor) a los que podía conducir tener relaciones sexuales y guiarlas para que eligieran este camino cuando existiese compromiso afectivo:

la pregunta que deben responder las lectoras como la que escribió es ¿Nos amamos? ¿Es posible postergar la necesidad física, fortaleciendo nuestra unión? ¿O estamos convencidos que una entrega total nos hará más fuertes, acelerando la madurez?80

¿Qué sucedía en expresiones culturales dedicadas a otro tipo de público? A principios de los sesenta, la defensa del sexo unido al amor podía estar presente en producciones culturales asociadas a la vanguardia, aunque en este caso asumía connotaciones de crítica social como la realizada por Rodolfo Kuhn en su película Los jóvenes viejos (1962). La película reflejaba una generación incapaz de comprometerse con las elecciones auténticas, como sucedía con esos jóvenes de clase alta que disociaban el sexo del amor (manteniendo relaciones sexuales sin ningún compromiso afectivo) y que elegían un casamiento sólo para mantener el estatus social. Con esta sombría mirada, subrayada por los oscuros tonos de luz, por contraposición, se reclamaba de los jóvenes la capacidad de jugarse por sus propios sentimientos individuales frente a las normas y las convenciones sociales lo que significaba unir la sexualidad con el amor.81

Este panorama había cambiado a fines de la década de 1960. Para ese entonces, la aceptación del sexo por amor perdió su componente disruptivo, incluso en los medios de comunicación masiva. La normalización del sexo por amor puede observarse en una publicación del espectro moralista como era Para Ti, donde, en contraste con la opinión del sacerdote "confesor", otras columnas dejaban entrever que muchas jóvenes tenían relaciones sexuales y que, si eran por amor, estaban bastante aceptadas en sus entornos sociales. Así, una entrevistada explicaba que la consigna "haga el amor, no la guerra" tenía un carácter abstracto y otra sentenciaba que no podía haber amor sin sexualidad. Dicha legitimidad era aún mayor en las publicaciones que favorecían la renovación de la moral sexual como sucedía en Padres, donde en la columna de lectores que representaba la voz de la revista se sentenciaba, en forma prescriptiva, que si había amor "todo" era "legal", pero que "nada" se justificaba por "deporte".82

Si bien el asumir este patrón podía significar fuertes conflictos para muchas jóvenes, no era difícil legitimar que bastaba el amor para tener relaciones sexuales. El argumento era la máxima expresión del canon romántico que, en sintonía incluso con un ideal católico basado en la renovación interior de la fe y la autenticidad, promovía un criterio moral que subordinaba el sexo al compromiso afectivo. Desde este ángulo, el requisito del amor para tener sexo espiritualizaba las relaciones sexuales. Este argumento de larga data podía ser actualizado, como hacían revistas tan diferentes como Nuestros Hijos y Secretos, con Erich Fromm, uno de los autores de mayor circulación de la época, cuyo libro El arte de amar, editado en la colección de Gino Germani en 1947, era el best seller de Paidós con un promedio de 70 000 ejemplares anuales. Según el popular autor, el "amor erótico" exigía una fusión completa y permitía superar la angustia individual en un acto de compromiso personal y de la pareja, ideas que parecían integradas a la opinión masiva. Esto sugiere que el sexo en el marco del compromiso afectivo fue un patrón que se engarzó con diferentes tradiciones culturales, que contribuyeron a legitimarlo rápidamente en los medios de comunicación.83

En tercer lugar, el sexo quedó integrado al flirteo. Esto suponía un continuo entre las primeras miradas, los contactos corporales y las relaciones sexuales, consideradas parte de las estrategias de comunicación, lo cual no impedía que si el vínculo prosperaba, los jóvenes establecieran un compromiso afectivo a largo plazo. A diferencia del sexo por amor, este patrón tuvo un alcance más reducido.84 Incluso entre los jóvenes encuestados por Análisis en 1969 era minoritaria la aceptación del sexo como parte del flirteo y disociado del amor. Tenían mayor predisposición a aceptarlo los entrevistados con mas años, varones y universitarios.85

Esta segmentación resulta patente en las imágenes emanadas de Addn, la revista de la editorial Abril aparecida en 1966 que, imitando a Playboy, trató de modelar la identidad viril de ejecutivos y profesionales con aspiraciones de ascenso social con vistas a formar una nueva clase empresarial. De acuerdo con esta revista, el sexo ocasional reforzaba la virilidad ante los congéneres y estaba aceptado como parte del flirteo en los círculos de artistas, ejecutivos, intelectuales y periodistas que componían una especie de jet-set local, según los retratos de las crónicas sociales de Juan Carlos Martelli.86

Pero fue recién a principios de los años setenta cuando el patrón del sexo integrado al flirteo se expandió. Era un momento en el cual en ciertos círculos los jóvenes podían sentirse parte de una "patria internacional", intentando reeditar Woodstook a escala local, cuidándose de las redadas masivas de la policía contra las drogas y la subversión. También podían argumentar con David Cooper que era necesario mover las "rígidas estructuras" de los psicoanalistas argentinos y reprobar que la mujer fuera usada como un objeto sexual en las publicidades del destape, potenciado con la caída del general Juan Carlos Onganía.87

En este contexto, el patrón del sexo integrado al flirteo asumió una nueva visibilidad en ciertos medios de comunicación como podía verse en Satiricón que, nuevamente, resulta un registro interesante para observar el grado de normalización que ganó la nueva convención en ciertos círculos juveniles. Así lo mostraban las caricaturas de los diferentes artilugios masculinos para lograr que un "levante" terminara en la "cama" y las bromas acerca de que el sexo fuese la sobremesa de una salida y, en especial, una sección donde se relataban historias de distintas parejas, simulando una columna de asesoramiento psicológico, en las cuales se daba por descontado que el sexo formaba parte de los primeros encuentros.88 Lo mismo emanaba de otro registro muy diferente como era Padres en el cual, a pesar de que se predominaba la idea del sexo con amor, podía leerse a una médica y psicoanalista, Susana Sentilhes, explicar que el flirteo debía considerarse una relación anterior a todo compromiso y que podía incluir no sólo besos y caricias sino también relaciones sexuales.89

Al igual que los otros patrones, la aceptación del sexo en el marco del flirteo implicaba fuertes diferencias según el género. Desde el ángulo de los varones, entroncaba con la exaltación de la rápida iniciación sexual masculina y reafirmaba la noción de virilidad. En cambio, desde el ángulo femenino, al legitimar el sexo por fuera del matrimonio e incluso del compromiso afectivo, reenviaba a las nociones de pecado y a las imágenes de la "mala mujer". Por eso, era vivido con especial ambivalencia por las mujeres. En 1966, desde sus percepciones, Mafud sostenía que las jóvenes "liberadas" oscilaban entre la libertad sexual y las "viejas estructuras" que las impulsaban a la familia, al hogar y a los hijos. Una valoración que, en este caso, concordaba con la drástica ruptura que implicaba afirmar la igualdad de derechos frente a la sexualidad de las mujeres respecto a los varones.90 En cambio, para los varones la libertad sexual de las mujeres les ofreció un nuevo escenario que mejoró las posibilidades de satisfacer sus propios deseos y de desplegar nuevas formas de asedio pero que, también, los condujo a nuevas formas de vivir la sexualidad: los colocó frente a partenaire que no requerían un compromiso afectivo y que los inquietaban con sus posibles exigencias en materia de destrezas eróticas, generándoles tanta atracción como temores.91

En resumen, a principios de 1970 se había quebrado la natural asociación entre el sexo legítimo y el matrimonio. Habían surgido diferentes patrones sexuales: las relaciones sexuales eran necesarias para probar la compatibilidad de los novios y garantizar la felicidad conyugal, eran consideradas el resultado natural de los sentimientos amorosos o parte de las etapas iniciales del cortejo. Cada una de estas modalidades tenía diferente alcance, difusión y significación pero, en su conjunto, introdujeron un cambio radical en las costumbres sexuales respecto a las vigentes en 1950, cuando los novios y las novias debían contener la expresión completa de sus deseos en pos de salvaguardar la virginidad de las jóvenes casaderas.

 

CONCLUSIONES

En las páginas anteriores se estudiaron dos dimensiones del proceso de cambio en la moral sexual entre 1960 y 1975. En primer lugar, se delineó el surgimiento de un nuevo mandato que impugnaba la asociación de la sexualidad con lo pecaminoso y lo prohibido, abordado a partir del análisis de la renovación de la sexología y la educación sexual, en el marco de las nuevas ideas sobre la sociedad, emanadas de la sociología y la psicología. En segundo lugar, se propuso que los cambios se plasmaron en la aceptación de la experiencia sexual de las jóvenes solteras y el surgimiento simultáneo de tres patrones diferentes de conducta: el sexo como prueba para el matrimonio, el sexo como expresión del amor y el sexo como parte del flirteo.

Estas inflexiones pueden ser interpretadas de diferente modo. En una dirección, en contraste con el panorama vigente a principios de los años cincuenta, puede pensarse que significaron una revolución que atacó la moral sexual doméstica, al cuestionar la asociación entre la virginidad y la respetabilidad femenina, y disociar la sexualidad del matrimonio. En otro sentido, es posible resaltar la discreción de esas transformaciones. Así lo indicaría la importancia otorgada a la estabilidad de la pareja y a la afectividad para las relaciones sexuales. Lo mismo mostraría que la homosexualidad siguiese siendo concebida como una desviación, aunque haya dejado de entenderse como una perversión moral para serlo como un desequilibrio psicológico, con lo cual comenzó a argumentarse que la estigmatización debía dar lugar a la comprensión. Esta dualidad constituye un nudo central de un proceso de cambio cultural que significó cuestionamientos profundos al paradigma sexual instituido aunque se mantuvieran algunos de sus pilares. De allí que sea posible pensar en una revolución discreta.

Esta caracterización resulta útil para pensar dos dimensiones del proceso de cambio. Por un lado, la dualidad permite caracterizar al polo de actores comprometidos con las transformaciones. Ellos estaban cohesionados por una voluntad de cambio y nociones imprecisas y abstractas como valorizar la verdad, acabar con los "tabúes", defender la educación sexual. Pero atrás de esas coincidencias existían diferentes programas, muchos de los cuales tenían postulados moderados. Por el otro lado, pone de relieve la dinámica del proceso de cambio, en el cual no existió una revolución única sino múltiples fisuras que implicaron diferentes formas de ruptura. Así lo muestra la emergencia simultánea de cambios radicales —como defender que el sexo fuera parte de los primeros contactos de una pareja- con cambios discretos que comportaron la reconfiguración de las convenciones existentes, como sucedió con las críticas a la luna de miel que habilitaban las relaciones sexuales prematrimoniales.

Esta variedad creó una amplia avenida con diferentes carriles para transitar por las transformaciones que, por ello mismo, pudieron asumir una escala masiva. Es decir, un proceso de cambio que, con variantes y diferentes grados de intensidad, operó en toda la sociedad. Pero, además, la existencia en sí misma de diferentes opciones contribuyó a erosionar el carácter unívoco y homogéneo del modelo doméstico y de la doble moral sexual, atacando por ese sólo hecho la validez de un único estándar considerado legítimo, deseable y correcto.

Con esta interpretación, más que reclamar de los años sesenta una uniformidad de la que carecieron, se ha intentado pensar de modo diferente el papel de las contradicciones. En ese sentido, las ambigüedades son consideradas como parte de las dinámicas de los cambios culturales, que exigen pensar en transformaciones graduales, contradictorias y con idas y contramarchas, sin esperar el surgimiento inmediato de patrones por completo articulados en rápido reemplazo del modelo cuestionado.

 

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Notas

* Este trabajo está basado en mi tesis de doctorado, "Familia, pareja y sexualidad en Buenos Aires (1950-1975). Patrones, convenciones y modelos en una época de cambio cultural", Universidad de San Andrés, Buenos Aires, inédito, 2008. Mi gratitud con la Fundación Ford (en el marco del proyecto Sexualidades, Salud y Derechos Humanos en América Latina, de la Universidad Cayetano Heredia), la Fundación San Andrés (con el apoyo de The William and Flora Hewlett Foundation), la Secretaría de Relaciones Exteriores de México y El Colegio de México, instituciones que apoyaron mi investigación. También agradezco las discusiones sobre las ideas aquí planteadas a Eduardo Míguez, director de la tesis, así como las conversaciones mantenidas con Karina Felitti, Valeria Manzano, Mario Pecheny y Catalina Wainerman, y los comentarios de Roy Hora, José Luis Moreno y Mariano Plotkin, integrantes del tribunal de tesis. Finalmente, doy las gracias por los comentarios que recibí a versiones preliminares presentadas en la 1a Reunión de Trabajo, Los 60' de Otra Manera: Vida Cotidiana, Género y Sexualidades en la Argentina, Universidad de San Andrés, IDAES, Universidad Nacional San Martín, HEGE-Facultad de Filosofía y Letras, UBA, Buenos Aires, 30 de octubre de 2008, en el seminario de investigación del Area Salud y Población, Instituto de Investigaciones Gino Germani Facultad de Ciencias Sociales, UBA, Buenos Aires, 29 de mayo de 2009 y a los evaluadores anónimos de la revista.

1 Brignac, "Como", 1966, pp. 10-12, 50.

2 Cook, Long, 2004; D'Emilio y Freedman, Intímate, 1988, y Hobsbawm, Historia, 1995, pp. 260-289, 322-340. Entendemos aquí la conceptualización de la familia doméstica en los términos de Maynes, "Cultura", 2003, pp. 297-337.

3 Véase Gonzalbo, Familias, 2001, y Caulfield, "History", 2001.

4 Quilodrán, Siglo, 2001, y Pedro, "Experiencia", 2003, pp. 239-260.

5 Zolov, Refried, 1999; Frazier y Cohén, "Defining", 2003, pp. 617-620, y Langland, "Interdit", 2006.

6 Una síntesis en Moreno, "Familia", 2004, pp. 133-170. Para el siglo XX, véase Nari, Políticas, 2004; Guy, Sexo, 1994, y Cosse, Estigmas, 2006.

7 Pantelides, "Fecundidad", 1981, pp. 3-12; Mazzeo, "Situación", 1997, p. 15, y Otero, "Transición", 2004.

8 Míguez, "Familias", 1999, y Nari, Políticas, 2004, pp. 55-71.

9 Vezzetti, "Contribuciones", 1992, y Cosse, "Filiación", 2005, pp. 137-159.

10 Vezzetti, Aventuras, 1996; Guy, Sexo, 1994, y Barrancos, Mujeres, 2007.

11 Dirección, Censo, 1963, cuadro 13.

12 Torrado, Estructura, 1983, pp. 187-202.

13 Sigal, Intelectuales, 2002; Aguilar, "Televisión", 1999, pp. 255-283, y Varela, Televisión, 2005.

14 Manzano, "Sexualizing", 2005, pp. 433-461.

15 Dirección, Censo, 1963, t. II, p. 146; Instituto, Censo, 1970, t. I, p. 18; Subsecretaría, Estadísticas, 1977, s. p.

16 Torrado, Historia, 2003, pp. 268-272, 324-340, y Pantelides, "Fecundidad", 1981, pp. 1, 6, 21.

17 Wainerman y Geldstein, "Viviendo", 1994; Schmukler y Di Marco, Madres, 1997; Jelin, Pan, 1998 y "Family", 2005, y Wainerman, Vida, 2005.

18 Feijoó y Nari, "Women", 1996; Felitti, "Placer", 2000; Terán, Nuestros, 1993; Plotkin, Freud, 2003, y Manzano, "Sexualizing", 2005.

19 Bailey, Front, 1989, pp. 6-7.

20 Vezzetti, Aventuras, 1996; Guy, Sexo, 1994; Nari, Políticas, 2004; Barrancos, Mujeres, 2007; Lobato, Política, 1996, y Salessi, Médicos, 2000.

21 Foucault, Historia, 1986, pp. 23-48, 148-159, y Weeks, Sex, 1992, pp. 7-10.

22 Germani, Estructura, 1987, pp. 41-53 y Eolítica, 1962, pp. 253-266; Sigal, Intelectuales, 2002, y Blanco, Razón, 2006, pp. 143-145.

23 Un inmejorable ejemplo en Pacheco, "Argentinos", 1967, pp. 60-65.

24 Plotkin, Freud, 2003, pp. 150-162, 273-279-Como explica este autor, Mary Langer modificó sus posiciones a principios de la década de los setenta, después de una estadía en Cuba.

25 Ibid.; "La nena", 1966, pp. 23-24; "Psicología", 1968, p. 70; "Psicólogos", 1963, pp. 24-25; "Educación sexual. Del tabú a la verdad", 1971, pp. 68-76, y Soifer, "Informe", 1973, p. 35.

26 Por ejemplo, Choisy, Psicoanálisis, 1964, y Tashman, Psicopatologia, 1964.

27 Davis, Sexualidad, 1964, pp. 24-28, 130.

28 Marcuse et al., Represión, 1972.

29 Storr, Desviaciones, 1975, pp. 9-21.

30 Mafud, Revolución, 1966, y Sebreli, Buenos Aires, 1966, pp. 63-79

31 Cook, Long, 2004, pp. 249-258.

32 Vezzetti, Aventuras, 1996, pp. 102-106 y Boletín de la Agencia Informativa Católica, núm. 662, 6 de agosto de 1969, p. 5; Kronhausen y Kronhausen, Sensibilidad, 1966, y "Claudia libros", 1972, p. 25.

33 Escardó, Sexología, 1961, p. 54; Borinsky, "Todo", 2006, y Rustoyburu, "Cuna", 2007.

34 "Escuela para padres" en Archivo Privado Eva Giberti (en adelante, APEG), carpeta Escuela para padres. Además de Escardó, dictaron cursos el doctor Enrique Salerno dentro del curso de ginecología en el hospital Ramos Mejía de la ciudad de Buenos Aires (1960), los del doctor Héctor Según, dirigidos a graduados en la sala vil del hospital Alvear (que fueron auspiciados por la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires). Véase Goña e Ibarlucea, "Sexualidad", 2007.

35 Goldenberg y Merani, "Educación sexual", 1955, pp. 4-5, y "Problemas" 1955, pp. 3-15; Bettinotti, "¿Por qué fracasan?", 1958, pp. 54-57, y Levine, "Problema", 1958, pp. 12-15- Sobre la noción de infancia de La revista, véase Borinsky, "Todo", 2006.

36 Entrevista a Annamaría Muchnik, realizada por Isabella Cosse, el día 6 de octubre de 2005, en la ciudad de Buenos Aires, Argenrina; A modo de ejemplo, "Educación", 1973, pp. 60-63; "Editorial", 1973, p. 3, e "Informe", 1973, pp. 35-57.

37 Véanse Aberastury y Knobel, Adolescencia, 1971; Reca, "Tarea", 1959, pp. 14-15; "Educación sexual", 1971, pp. 36-38; "Sexología", Panorama, 1970, p. 28; Goña e Ibarlucea, "Sexualidad", 2007, pp. 19-20, y Felirri, "Regulación", 2009.

38 "Las mujeres al poder", 1970, pp. 30-32.

39 "Sexual Politics", 1971, p. 18, y "Una carta", 1971, p. 18; "Feminismo poético", 1971, p. 21.

40 Vasallo, "Mujeres", 2005, pp. 45-88; Grammáttico, "Mujeres", 2005, pp. 19-38; Gil, "Surgimiento", 2006, pp. 881-902, y Felitti, "Regulación", 2009, cap. 7.

41 Rapisardi y Modarelli, Fiestas, 2001, pp. 140173; Diana, Mujeres, 1996, pp. 28-32, 370-375; Oberti, "Moral", 2004, pp. 77-84, y Ollier, Creencia, 1998, p. 157.

42 Di Stefano y Zanatta, Historia, 2000, pp. 501536; Zanca, Intelectuales, 2006, pp. 137-179, y Obregón, Cruz, 2005, pp. 25-53.

43 Felitti, "Regulación", 2009.

44 Véase Zazpe, "Concepción", 1972, pp. 145-148.

45 Suplemento doctrinal, "La educación", 1965, p. 1; Ray, Padres, 1963, pp. 291-334; Gagern, Padres, 1971, y Felitti, "Regulación", 2009.

46 Escardó, Sexología, 1961, pp. 69-78; Giberti, Escuela, 1963, t. II, pp. 53-59 y Adolescencia, 1977, t. 3, pp. 608-611, y "¿Debe?", 1961, pp. 28-30.

47 Moran, Teaching, 2000, pp. 160-165, 198-205; Mossuz-Lavau, Politiques, 2003, pp. 179-180, y UNESCO, Reunión, 1972.

48 "Administración", 1971, pp. 9-10; "Se auspicia", 1972, p. 10; "Administración", 1972, pp. 5-6. Resolución 1749 (registro digital 7958), en Archivo del Ministerio de Educación (en adelante AME). La medida continuó vigente en 1973, Resolución 800, fechada en Buenos Aires, 7 de mayo de 1973, en AME.

49 Felitti, Regulación, 2009.

50 "Educación", 1965, p. 28, y "Sexos", 1965, núm. 126, pp. 32-33.

51 "Documento", 1973, pp. 2-3; "Matrimonio", 1972, pp. 145-148; "Cursillo", 1972, p. 16, y entrevista a Marina Martino, realizada por Isabella Cosse, el día 5 de marzo de 2009, en la ciudad de Buenos Aires, Argentina.

52 "La educación", 1973, y "La educación", 1975.

53 Rascosvsky, "Conocimiento", 1973, pp. 2529; "Equipo", 1973, s. p., y "Guía para la educación", 1975, pp. 54-58.

54 Guinzburg y Abrevaya, "Cómo se nace", 1975, s. p.

55 Pujol, Década, 2002, pp. 82-88; Plotkin, Freud, 2003, pp. 183-191, y Mazzei, Medios, 1997.

56 "La mujer", 1963, pp. 18-20; "Encuestas", 1963, pp. 20-25; "Canas", 6 de agosto de 1963, p. 61, 13 de agosto de 1963, p. 62, y 27 de agosto de 1963, p. 62; "Encuesta", 1965, pp. 32-35; Pacheco, "Argentinos", 1967, pp. 60-65; "Cómo se aman", 1969, pp. 40-46. Esta última encuesta genera dudas en su calidad técnica por las variaciones en las respuestas de los estratos altos y bajos y la alta proporción de "otras respuestas", por lo cual se omitió el análisis de esas variables.

57 Prado, "Píldoras", 1968, pp. 184-187.

58 Véanse Dirección Nacional del Servicio Estadístico, IV Censo, 1950, p. LXXV, y Torrado, Historia, 2003, p. 324.

59 Elaboración propia basada en la Revista de Estadística de la ciudad de Buenos Aires, Dirección de Estadística, Buenos Aires (1962-1976). Las circunscripciones agrupaban diferentes barrios y, además, la definición de las mismas cambió en 1974, por lo cual homogeneizaron según dicha reestructuración. Barrio Norte mantuvo la tasa en el entorno de 17% y 18 por ciento.

60 "Diálogos", 1961, pp. 46-48, Azpiazu, "Secretos", 25 de abril de 1971, p. 82; 21 de junio de 1971, y 17 de marzo de 1975, pp. 26-27, y Lucas, "Secretos", 1975, pp. 64-65.

61 "Diálogo", 1961, pp. 46-48, y "Diálogo", "¿Qué es?", 1967, p. 18; Azpiazu, "Secreto", 1969, p. 74, y "Secreto", 1971, p. 80; Lucas, "Secretos", 13 de enero de 1975, pp. 64-65 y 17 de marzo de 1975, pp. 26-27.

62 Entrevista a Marta Castillo, realizada por Isabella Cosse, el día 15 de mayo de 2005, en la ciudad de Buenos Aires, Argentina.

63 Helena, "¿Es éste?", 1963, p. 76 y 1 de febrero de 1968, s. p.

64 "Diálogo", 1966, s. p. En un sentido similar, argumentaban los psicoanalistas católicos, véase "Religión", 1963, núm. 28, pp. 20-21.

65 Baccioli, "Conciencia", 16 de mayo de 1967, p. 32 y 22 de agosto de 1967, p. 61.

66 Brignac, "Civilización", 1960, pp. 12-14, 32, "Relaciones", 1965, pp. 56-58, 66, y '"Niña", 1965, pp. 56-57.

67 "El juego", 1973, pp. 2-3.

68 "Concepción", 1972, pp. 145-148, y Obregón, Cruz, 2005, pp. 25-53.

69 Gallotti, "Piba", 1974, pp. 21-24.

70 Gómez, "Correo", febrero de 1974, pp. 4-5 y marzo de 1974, s. p.

71 "Las preguntas", 1975.

72 Cosse, "Probando", 2008, pp. 31-47.

73 Vezzetti, Aventuras, 1996, pp. 104-106 y 150155.

74 Goldenberg y Mearní, "Educación", 1955, pp. 3-15; Escardó, Sexología, 1961; Zusman de Arbiser, "Caricias", 1973, pp. 61-63; Ficher y Ficher, "Matrimonios", 1975, pp. 4-15, y "Frente", 1971, pp. 68-76.

75 Escardó, Sexoiogía, 1961, p. 33; "La mujer", 1968, pp. 60-64.

76 "La mujer", 1963, año II, pp. 18-20; Sobre B9E (ca. 1966), p. 13, en APEG, Listado de preguntas del público; "Diálogo", 1963, p. 59.

77 "Encuestas", 7 de noviembre de 1967, pp. 23. Sobre estas organizaciones, véanse Manzano, "Ella", 2007, y Vázquez, "Intervenciones", 2008.

78 "Encuestas", 1963, pp. 20-25.

79 Manzano, "Historia", en prensa.

80 Larsen, "¿Novia?", 1965, pp. 1-7; y "Palito", 1965, pp. 86-87.

81 Kuhn, Jóvenes, 1962, y véase "En esta edición...", 1965, p. 1.

82 "Los jóvenes", 1969, pp- 4-5 y 73, y "Buzón", 1975, pp. 94-98.

83 "Encuesta", 1973, pp. 14-18; Fromm, Arte, 2002, pp. 57-62; "¿Por qué?", 1958, pp. 54-57: Larsen, "¿Novia?", 1965, pp. 1-7, y Blanco, Razón. 2006, p. 91

84 Pacheco, "Argentinos", 1967, pp. 60-65.

85 "Cómo se aman", Análisis, 1969, pp. 40-46.

86 "Sociales", 1966, pp. 20-21.

87 "Drogas", 1970, p. 38-39; "De Woodstock", 1970, pp. 56-58; "David Cooper", 1970, p. 66. Un análisis de la cultura del rock en Manzano, "Historia", en prensa.

88 Eyras, "¿Qué hacés", "Satiricón femenino", 1975, pp. 4-5; "La pareja", 1975, s. p.; "La pareja", 1976, s. p.

89 Sentilhes, "Cómo nace", 1974, pp. 84-95.

90 Mafud, Revolución, 1966, pp. 61-62 y 72-75.

91 "Todas", 1966, p. 46, y Brascó, "Instrucción", 1966, pp. 103-104.

 

INFORMACIÓN SOBRE EL AUTOR:

Isabella Cosse. Licenciada en Historia por la Universidad de la República (Uruguay), magíster en Ciencias Históricas y doctora en Historia por la Universidad de San Andrés (Argentina). Actualmente es investigadora del Conicet y dicta cursos de posgrado en la Universidad de Buenos Aires, en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Argentina), y la Universidad Nacional de San Martín. Entre sus publicaciones recientes se encuentran los artículos "Probando la libertad: cambios y continuidades en el cortejo y el noviazgo entre los jóvenes porteños (1950-1970)", Entrepasados, año XVII, núm. 39, 2008, pp. 31-47, y "Relaciones de pareja a mediados de siglo en las representaciones de la radio porteña: entre sueños románticos y visos de realidad", Estudios Sociológicos, vol. XXV, núm. 73, enero-abril de 2007, pp. 131-153, y el libro Estigmas de nacimiento. Peronismo y orden familiar, FCE, Buenos Aires, 2006.

ABOUT THE AUTHOR:

Isabella Cosse. B. A. in History from the University of the Republic (Uruguay), M. A. in Historical Science and Ph. D. in History from the University of San Andrés (Argentina). She is currently a researcher at CONICET and teaches graduate courses at the University of Buenos Aires, the Latin American Social Science Faculty (Argentina) and the National University of St. Martin. Her most recent publications include the articles entitled, "Testing Freedom: changes and continuities in courtship and engagement among Buenos Aires youth (1950-1970)", Entrepasados, VOL. XVII, no. 39, 2008, pp. 31-47, and "Couple Relations in the Middle of the Century in the Representations of Buenos Aires radio: between romantic dreams and glimpses of reality," Estudios Sociológicos, vol. XXV, núm. 73, enero-abril de 2007, pp. 131-153, y el libro Estigmas de nacimiento. Peronismo y orden familiar, FCE, Buenos Aires, 2006.

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