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Secuencia

versión On-line ISSN 2395-8464versión impresa ISSN 0186-0348

Secuencia  no.76 México ene./abr. 2010

 

Artículos

 

Mito e historia en la épica campesina: John Womack y la revolución mexicana

 

Myths and History of the Peasant Epic: John Womack and the Mexican Revolution

 

Pedro L. San Miguel*

 

Fecha de recepción: noviembre de 2008
Fecha de aceptación: marzo de 2009

 

Resumen

En este artículo se efectúa una reflexión en torno a la obra Zapata and the Mexican Revolution del historiador estadunidense John Womack, Jr. El análisis se funda en el concepto de mitobistoria, el cual parte de la premisa de que todo gran relato histórico posee una estructura mítica. En consecuencia, se intenta identificar tales rasgos en el texto de Womack, sobre todo su construcción del estado de Morelos y de Emiliano Zapata, como espacio y como héroe míticos, respectivamente. Por otro lado, se arguye que tal tipo de construcción respondió a las corrientes intelectuales y políticas que permearon los estudios latinoamericanos en Estados Unidos en los años sesenta y setenta del siglo pasado.

Palabras clave: Revolución mexicana, John Womack, Jr., Emiliano Zapata, historiografía, mito.

 

Abstract

This article contains a reflection on Zapata and the Mexican Revolution by US historian, John Womack, Jr. The analysis is based on the concept of myth-history, based on the premise that any great historical account possesses a mythical structure. The author therefore attempts to identify these features in Womack's text, particularly in his construction of the state of Morelos and Emiliano Zapata, as a mythical space and hero, respectively. At the same time, he argues that this type of construction reflected the intellectual and political trends prevalent in Latin American studies in the 1960s and 1970s.

Key words: Mexican Revolution, John Womack, Jr., Emiliano Zapata, historiography, myth.

 

Quiero que cantes mi victoria y mi loa.
Yo seré Eneas; tú serás mi Virgilio.
¿Te crees capaz de acometer esa empresa,
que nos hará inmortales a los dos?

Borges

 

LIKE A SORT OF DUMMY: UN GRINGO JOVEN EN BUSCA DE UN TEMA

Un alumno de la Universidad de Harvard emprende un viaje hasta Colombia con la intención de elaborar una tesis doctoral. Ya en Bogotá, el joven gringo leyó —like a sort of dummy— sobre diversos temas. Finalmente decidió que escribiría su tesis en torno a la violencia1 Lejos de menguar, las aflicciones del joven se acrecentaron: ¿cómo estudiar ese fenómeno histórico-social?, se preguntaba. No obstante, los acontecimientos que vivía Colombia en esos años —la década de los sesenta del siglo XX recién se iniciaba— se encargarían de zanjar ese dilema. El joven había decidido marchar a Cali, pero antes de partir, un grupo armado asaltó un camión que transitaba por esa ruta y degolló a unos pasajeros: hasta ahí llegaron sus afanes de estudiar la violencia. Entonces viajó rumbo a Santa Marta, esperanzado con una nueva pista que había encontrado en sus lecturas, una de las cuales se refería a una huelga de trabajadores bananeros en el año 1928. Ilusionado con esta posibilidad, el joven inquirió en la Asociación de Agricultores de Banana sobre dicho movimiento. La contestación que recibió lo desconcertó: en esa región jamás había ocurrido ninguna huelga.2

Esta nueva decepción llevó al joven a reflexionar sobre su elección. Sentía que realmente quería escribir sobre México y que le atraía el tema de la revolución. Recordó que había leído una obra acerca de los ejércitos revolucionarios franceses y pensó que podía efectuar algo similar en torno al ejército Zapatista. Su atracción hacia el zapatismo fue bastante natural. De hecho, previamente había escrito una tesis sobre un movimiento de agricultores arrendatarios (tenant farmers) en su estado natal.3 Así que marchó a México, donde fue más afortunado que en Colombia, y lo que inició como un estudio sobre el ejército Zapatista se convirtió en una investigación sobre el movimiento zapatista. Intentó "comprender de dónde surgía tal tipo de movimiento y cómo operaba, de dónde provenía su fortaleza y cuáles eran sus debilidades".4 La culminación de este esfuerzo fue Zapata and the Mexican Revolution (1969), que le ganó a su autor, John Womack, un éxito instantáneo.5 No fue poco su mérito dado que tenía 24 años cuando se percató de que era posible convertirse en historiador. Pese a ello, se enfrascó en el estudio de la realidad latinoamericana, al igual que otros jóvenes estadunidenses de su generación, estimulado por los conflictos de esos años. Lo hizo examinando un movimiento campesino y proyectándolo como una epopeya.

MITO + HISTORIA = MITOHISTORIA

[E]s destino de todo mito irse deslizando
a rastras poco a poco en la estrechez de una
presunta realidad histórica

Nietzsche

En los años sesenta ciertos intelectuales concibieron al campesinado como un sujeto épico debido a su participación en los movimientos revolucionarios. Tal concepción respondió en parte a un anhelo por el "retorno del héroe", por lo que ese regreso fue una especie de "explosión mítica". Esa "entidad imaginaria" en que se convirtió el campesinado llegó a trazar un "camino heurístico", incitando "la búsqueda científica o técnica". Hasta ese momento, entre los historiadores el campesinado había sido un "mito latente", pero dicha latência se convirtió en "historia positiva", es decir, en objeto de las investigaciones acerca del pasado. Como resultado, los imaginarios respecto a los campesinos transitaron del mythos al logos. Conceptos como campesino^ campesinado y movimiento campesino pasaron a formar parte de una "cuenca semántica" adoptada por la historiografía, confluencia de "precipitados históricos" que fueron a la vez "precipitados míticos".6 En efecto, la noción de movimiento social es una construcción cuasimítica, vinculada de manera directa con la idea de la revolución, que es parte esencial de los imaginarios políticos modernos.7 Las ideas de movimiento social y revolución forman parte de una misma "constelación mitológica" ya que giran alrededor de la utopía, que actúa como "meta política de un orden futuro".8 Como ha dicho Iván de la Nuez refiriéndose a la revolución cubana que, al igual que la mexicana, se ha caracterizado por activar los "precipitados míticos": "en el discurso utópico que emana de la revolución, [...] fantasía, ingenuidad y esperanza coinciden en la construcción de una mitología".9 En el ámbito de la historiografía, esta activación ocurrió a partir de una concepción cientificista que asumió una bípolaridad entre "mito y razón". Según esa episteme, el mito es lo opuesto a una "explicación racional", por lo que la "imagen científica" se concibe "como la disolución de la imagen mítica del mundo".10 Tal transición remite al logos, a un saber que descansa "en la fundamentación y en la prueba", lo que supuestamente lo distingue del mito o de la literatura ya que estos últimos se basan en "una simple narración".11 Así se erradicaría lo fabuloso y lo imaginario, conceptuados por el saber moderno como lo falso, lo ilusorio o lo errado, aunque, como ha dicho Octavio Paz, las "verdades científicas" no son sino "nuevas expresiones de tendencias que antes encarnaron en formas míticas".12 Por ende, los relatos míticos contienen explicaciones que las ciencias sociales modernas pretendieron transformar en leyes, modelos y proposiciones abstractas.

Además, se puede argumentar que los relatos históricos siguen arquetipos narrativos que remiten a alegorías y a nociones míticas. Como ha dicho Hayden White,

historiar una estructura, escribir su historia, es mitologizarla, ya sea con la intención de promover su transformación demostrando cuán "antinatural" es [...], o con el fin de reforzar su autoridad demostrando lo bien que concuerda con su contexto, cuán adecuadamente se ajusta al "orden de las cosas .13

Esa dimensión mítica de los relatos históricos se percibe en aquellas obras que abordan temas saturados de connotaciones épicas, dramáticas o trágicas. Con propiedad, dichas obras son "mito historia"14 ya que, como ha dicho Northrop Frye, cuando la obra histórica "alcanza una cierta amplitud, cobra forma mítica".15

 

CON EL CORAZÓN EN LA MENTE

As the compromiso comes from the best intentions,
it makes for vicarious experience,
U.S. American versions of Latin American
conflicts and issues, inevitably romances,
fiction.

Womack

En Estados Unidos, la "condensación mítica" en torno a la utopía se manifestó con intensidad en la "generación del baby boom". En la década de los sesenta, marcada por la lucha a favor de los derechos civiles, la guerra de Vietnam, la revolución cubana, el auge de los movimientos sociales en el Tercer Mundo, las luchas estudiantiles y juveniles, y el surgimiento de la "contracultura", comenzó a dejarse sentir la progenie de historiadores que germinó en el periodo de la segunda posguerra mundial y que jugó un destacado papel en la renovación de la vida intelectual y política del país.16 Ese grupo de intelectuales puso en entredicho los metarrelatos de la historia estadunidense prevalecientes hasta ese momento. Para esta generación resultaba difícil concebir el devenir de su sociedad desde la perspectiva del "consenso", en la que primaba "la defensa de la libertad como la trama con que se te[jía] toda la historia de Estados Unidos". Tal noción rechazaba el conflicto social como elemento central de la historia, por lo que resaltaba "lo que había unido a los estadunidenses más que [...] lo que los había dividido".17

Para muchos jóvenes intelectuales de los años sesenta y setenta, tanto el panorama nacional como el internacional proyectaban imágenes muy distintas a las promovidas por la "escuela del consenso": eran testigos del "derrumbe de la armonía". En el clima de conflictividad que anunciaba la década de los sesenta, comenzó a cuajar la Nueva Izquierda. Marxistas, neomarxistas, filomarxistas, demócratas radicales, antibelicistas, voceros y militantes de las minorías étnicas, feministas y defensores de los derechos civiles confluyeron en ese abigarrado movimiento. El vínculo más significativo entre esas tendencias residía en que cada una de ellas expresaba algún tipo de querella contra el establishment.18 Entre los intelectuales de la Nueva Izquierda resurgió esa tradición, vinculada con los historiadores "progresivistas",19 que resaltaba la lucha de los pobres contra los ricos o del "pueblo" contra los "grandes intereses" y que desconfiaba de la "historia oficial".20 Para esos intelectuales, el debate en torno a las estructuras de poder remitía "a las causas de la miseria humana y a las propuestas para eliminarlas".21

Aunque nació en 1937, una década antes que los baby boomers, Womack se desarrolló como historiador en los años sesenta, cuando empezó a sentirse el vendaval ideológico que perturbaría a Estados Unidos conforme maduraba esa generación. En esa época, la sociedad estadunidense redefinió su posición frente al resto del mundo. En América Latina se sintieron de manera directas las posiciones que asumía Estados Unidos en el ámbito mundial. Como resultado de la creciente rivalidad con el comunismo, aumentó su injerencia en la región. Pero entre ciertos sectores intelectuales América Latina se proyectó como uno de esos lugares donde debían expresar su solidaridad; también, asumió un aura heroica y utópica en virtud de las luchas sociales que en ella se escenificaban. Tales luchas desafiaban las estructuras de poder, alegadamente apoyadas por el complejo industrial-militar del país norteño, que era cuestionado en el mismo Estados Unidos. En América Latina parecía dirimirse su futuro, así como la posibilidad de lograr otro destino para la sociedad estadunidense.

El nexo entre la existencia de tensiones internas en Estados Unidos y el surgimiento de un gran interés por América Latina no era inédito. En otros momentos del siglo XX, sobre todo en coyunturas de crisis en Estados Unidos, América Latina —México en particular— había ejercido un gran atractivo entre aquellos grupos que pretendían modificar la sociedad estadunidense. En tales contextos, la región ejercía, más que nunca, ese influjo utópico que ha sido una de las expresiones de los imaginarios estadunidenses sobre esta.22 En un testimonio ofrecido en 2003, Womack realizó un juicio introspectivo sobre los factores que impulsaron, hacia los años setenta del siglo XX, a decenas de jóvenes estadunidenses a estudiar a América Latina. Muchos se dedicaron al estudio del pasado latinoamericano "como un acto moral y político de solidaridad", por lo que producían historias escritas "con el corazón en la mente".23 Entre ellos proliferaron las indagaciones sobre aquellos sectores sociales que eran percibidos como explotados, marginados y dominados. De igual forma, intentaron rastrear las estructuras económicas y políticas que propiciaban la dominación y la expoliación. Fue esta una de las razones por las cuales aumentaron las investigaciones sobre las estructuras agrarias mexicanas, como la hacienda. La nueva historia mexicanista que emergió en Estados Unidos en la década de los sesenta empalmó con una tradición de ese país que se remonta a principios del siglo XX y que emanó de las denuncias que realizó John Kenneth Turner contra el sistema latifundista y que tuvo continuadores en el ámbito académico.24 En esta tradición, la hacienda encamaba todo lo nefasto del pasado mexicano: emblematizaba un sistema que reproducía la expoliación y la opresión.

 

EN BUSCA DEL "REBELDE PRIMITIVO"

[T]o find [...] an "Emiliano Zapata", at least
a revolutionary village like Anenecuilco.

Womack

La injusta estructura agraria condensaba un pasado del que la sociedad mexicana era víctima. Por eso, los historiadores estadunidenses pasaron del análisis del avasallamiento que ella generaba al estudio de las resistencias y la rebelión que, como contrapartida, procreaba. La obra de Womack constituyó el estandarte de lo que se convirtió en una de las principales vertientes de la historiografía estadunidense sobre México y América Latina en general.25 Una de las razones que propició su éxito fue que relataba la historia de un movimiento campesino que luchaba por defender tanto sus tierras como su forma de vida; era "la historia de un pathos".26 En esta obra, los campesinos de Morelos y su caudillo ocupan el papel protagónico, lo que contribuyó a proyectar a las clases populares como agentes activos de los grandes procesos que han definido al México contemporáneo.

La visión de Womack era cónsona con las formas en que comenzaban a percibirse las magnas revoluciones campesinas que habían jalonado la historia del siglo XX, que se habían escenificado en regiones "periféricas" (México, Rusia, China), y cuyas reverberaciones (ideológicas) se percibieron en los centros metropolitanos a partir de los años sesenta. Ese renacer de los movimientos sociales fue un acicate para los estudios sobre rebeldías campesinas.27 Zarandeados por los procesos de modernización, los campesinos y el mundo rural se convirtieron en una realidad evanescente, lo que incrementó su aura como entes exóticos. Las culturas rurales se transformaron en objetos de estudio, mirada indagadora que con frecuencia asumía una óptica romántica que pretendía reivindicar un mundo noble que desaparecía. En Estados Unidos ese escrutinio colocó a América Latina como uno de sus focos preferentes. Dicho interés se originó con frecuencia en las posiciones políticas de los académicos radicales, quienes trataron de identificar a los grupos o las clases que contribuirían a realizar la anhelada transformación social o que habían coadyuvado a mantener viva la llama de la revolución. En esta búsqueda, los campesinos y los trabajadores rurales del Tercer Mundo adquirieron un nuevo lustre. Esa visión era congruente con determinada noción sobre cómo habría de producirse esa transformación social que ya oteaba en el horizonte, y que señalaba al Tercer Mundo como el lugar desde el cual ella avanzaba: la revolución marchaba desde el campo hacia la ciudad. En esta relación entre el radicalismo político, la fascinación con lo exótico y el renacer de los movimientos rurales, el campesino rebelde se trocó en el emblema de la "larga marcha" hacia la revolución.

Ese creciente interés fue apuntalado por los antropólogos y los sociólogos, para quienes los campesinos y los trabajadores rurales constituían un "objeto de estudio" habitual. México figuraba como uno de los lugares privilegiados en el que los antropólogos habían hurgado en busca de esa "clase incómoda" que eran los campesinos. Cobijados en los community studies,28 emergió una tradición de investigación sobre los campesinos mexicanos que repercutió en los enfoques de los historiadores, quienes se habían mantenido ajenos a tales temas. Aún así, entre los años treinta y los cincuenta, a los historiadores estadunidenses les interesó muy poco la historia del campesinado; mucho menos les interesaron las rebeliones rurales. A excepción de Frank Tannenbaum, los historiadores estadunidenses que estudiaron la revolución se enfocaron en la historia tradicional, centrada en la modernización económica y política. Por eso se concentraron en los magnos acontecimientos políticos o en los "grandes personajes históricos", entre quienes no se encontraban caudillos como Emiliano Zapata o Pancho Villa.29 Respecto al vínculo de los campesinos con la revolución (Tannenbaum aparte), Paul Friedrich resultó determinante. Su obra Agrarian Revolt in a Mexican Village, si bien publicada en 1970, se originó en los años cincuenta;30 esta constituye una transición entre lo que originalmente eran los estudios de las comunidades campesinas, centrados en las estructuras económico-sociales y políticas, y lo que de manera paulatina llegaron a ser esas indagaciones, que pusieron mayor énfasis en las resistencias de esas comunidades.31

Lo local y lo regional fueron revalorizados debido a la influencia de los estudios antropológicos y de los desarrollos de la historiografía mexicana que, hacia fines de los años sesenta, se sensibilizo ante los espacios "micro".32 Hasta entonces, los historiadores estadunidenses habían ignorado las dimensiones regionales de los procesos sociales y políticos. Pero esto cambió rápidamente a partir de los años sesenta —y en esto el Zapata de Womack también constituyó un hito—, cuando se hizo patente la multiplicidad de experiencias históricas por las que habían pasado las regiones de México y las implicaciones que habían tenido esos patrones para sus sectores rurales.33 Lo regional se convirtió en un factor significativo para determinar la inclinación o la aversión de los campesinos a la revuelta.

El estudio de lo regional formó parte de ese "segundo 'redescubrimiento de México' (y de sus revoluciones) durante la década de los sesenta", por lo que los académicos de Estados Unidos se lanzaron a indagar sobre las rebeliones campesinas. Entre los factores que contribuyeron a ello se encuentran: la institucionalización de los Latin American Studies, "el surgimiento de la New Left", "y el ascenso de la nueva historia social y [del] estudio de las sociedades tradicionales".34 Por tal razón, hacia fines de esa década aumentó "la literatura histórica especializada en el análisis de la participación campesina e indígena en el conflicto revolucionario mexicano".35 Esta eclosión respondió también a ese escenario de tensiones en que, en esos años, se convirtió la sociedad estadunidense.

Bajo la mirada de los historiadores de la Nueva Izquierda, el conflicto social derivado de la lucha de clases, la búsqueda de la utopía (una sociedad democrática más que socialista) y la idealización del granjero estadunidense eran elementos que informaron su interpretación de la historia de Estados Unidos.36

Desde este imaginario, sustentado por las concepciones antropológicas acerca de las "sociedades tradicionales", las visiones progresistas y radicales sobre la historia estadunidense, y las utopías políticas, los mexicanistas de las nuevas generaciones se lanzaron a buscar a esos otros que constituían los "grupos rurales, campesinos e indígenas allende sus fronteras".37 Iban, quizá, con la esperanza de encontrar a esos sujetos revolucionarios que contribuyeran al arribo del paraíso. Alegóricamente, erigieron una crítica a una cuyas perniciosas repercusiones se dejaban sentir más allá de sus confines.

Viaje al terruño de la utopía campesina

Por centrarse precisamente en un campesinado que era golpeado con fuerza por el "progreso" y que emblematizaba la oposición a los procesos modernizadores, en la producción historiográfica estadunidense sobre México —y sobre América Latina en general— pocas obras ostentan un carácter mitohistórico tan patente como el Zapata de Womack. Esta obra se inserta en una corriente, común entre los intelectuales radicales de Estados Unidos, según la cual las "comunidades auténticas y la autonomía individual" se contraponen a las fuerzas coercitivas de la sociedad moderna. En dicha tradición, la modernización no se concibe como una gesta de progresiva libertad personal; constituye más bien una parábola acerca del detrimento de la sociedad y la comunidad.38 Por prestar relevancia a los rasgos distintivos de las comunidades que resisten los embates de la modernización, dentro de esta concepción, la cultura y la tradición desempeñan papeles determinantes: ellas les brindan firmeza y solidez a las comunidades amenazadas por el progreso, inspirando su voluntad de seguir siendo lo que han sido. Como resalta Womack al inicio de su obra:

Este es un libro acerca de unos campesinos que no querían cambiar y que, por eso mismo, hicieron una revolución. Nunca imaginaron un destino tan singular. Lloviera o tronase, llegaran agitadores de fuera o noticias de tierras prometidas fuera de su lugar, lo único que querían era permanecer en sus pueblos y aldeas, puesto que en ellos habían crecido y en ellos, sus antepasados, por centenas de años, vivieron y murieron.39

Esta concepción de una sociedad campesina afincada en añejas costumbres que le brindan sentido a su existencia, tanto material como culturalmente, coindice con la noción, en boga en los años sesenta, de la "comunidad campesina cerrada".40 Así, el campesino termina convirtiéndose en un ente primigenio que pertenece a una sociedad igualmente primitiva, definida por su congruencia interna ya que sus miembros se rigen por códigos que expresan un saber ancestral. Fue la amenaza a esa congruencia lo que habría impulsado a los campesinos de Morelos a la revolución. El peligro era encarnado por los "poderosos empresarios" que impulsaron el avasallador cultivo de la caña de azúcar.

La obra de Womack constituye una impugnación de ese proceso modernizador y una reivindicación de las formas tradicionales de vida que eran zaheridas por él. Por ello, en su relato la construcción del espacio (el estado de Morelos) es un símbolo de las fuerzas que pugnan por definir los rasgos de la sociedad. Al igual que en la mitología, esa pugna se manifiesta en una oposición binaria, mediante la confrontación entre los pueblos y los latifundios, entidades que representan principios éticos acerca de cómo convenía organizar la sociedad, y de las normas que debían regir entre los grupos sociales que ocupaban (o que podían ocupar) dicho espacio.

En esa alegoría espacial, la aldea de Anenecuilco, cuna de Zapata, ocupa especial relevancia. Como en los relatos míticos, el lugar de origen del héroe se convierte en "el punto central u ombligo del mundo", es la "fuente" desde donde surgen "las ondas" que definen el universo. Anenecuilco constituye una sinécdoque del estado de Morelos, de un ámbito edénico debido a que respondía a normas ancestrales que garantizaban la equidad y la justicia. En Anenecuilco la responsabilidad de mantener el orden tradicional recaía sobre los "viejos", "los regentes establecidos del pueblo"; durante "su difícil historia, la aldea había vivido gracias a la fuerza de voluntad de hombres como ellos".41 íntegros, sabios, valientes y arrojados cuando las circunstancias lo habían ameritado, ellos representaban una dinastía de líderes aldeanos cuya probidad era un derivado de una vida comunal virtuosa y ejemplar. Como suele ocurrir en los imaginarios sobre las comunidades utópicas, en Anenecuilco los gobernantes formaban parte de una estirpe cuya autoridad no se basaba en la violencia o la coacción, sino en su entereza moral que trasciende la factualidad del poder.42

Mas ese orden fue trastornado por el orden plantador. A esto se añadió el nombramiento de un hacendado, Pablo Escandón, como gobernador de Morelos. Los potentados querían en el puesto a uno de su clase que los favoreciera en sus pleitos con los pueblos. Esa "ofensiva de los hacendados" contribuyó a articular la "resistencia de los naturales". Compuesta principalmente por "familias que tenían agravios con las autoridades locales", la oposición era tenaz sobre todo en las áreas rurales.43 En medio de la pugna en torno a la gobernación del estado, el creciente activismo de los sectores populares constituyó un elemento pasmoso en la política local. Para "los liberales de las ciudades de Morelos" resultaba inquietante "que la gente del campo se atreviera a hablar", ya que esto infringía "todos los principios consagrados de la política estatal" y resultaba "desagradable y aterrador".44

Anenecuilco, de nuevo, actúa en la narrativa de Womack como un emblema de lo que ocurría en decenas de pueblos de Morelos. De hecho, la escena inicial del libro —la asamblea en la cual el joven Emiliano Zapata es electo como líder comunitario— es de gran dramatismo y genera múltiples reverberaciones simbólicas. En tal reunión, los ancianos que eran regentes de Anenecuilco, reconociendo su "incapacidad física", "decidieron traspasar su autoridad a otros que pudiesen dirigir". En un acto que constituyó un verdadero rito de pasaje, de claras connotaciones míticas, los sabios ancianos cedieron su autoridad a aquellos jóvenes que podían enfrentar los monstruos que amenazaban a la comunidad. De esos adalides, ninguno sobresalía tanto como Zapata; ninguno poseía "un sentido más claro y verdadero de lo que era ser responsable del pueblo" 45

La manera en que Womack relata la elección de Zapata contrasta con la forma en que narra la elección —o más bien, la imposición— de Escandón como gobernador de Morelos. En el primer caso, se entiende que la elección de Zapata es producto de fuerzas telúricas, y que respondió a lo más genuino de Anenecuilco, comunidad que emblematiza "la pureza de los orígenes".46 Por el contrario, Escandón aparece como un ente externo a la sociedad morelense, que representa el puro interés económico. Escandón es presentado como una persona frivola que carece de la dimensión moral de Zapata. Mediante esa construcción binaria, Womack va perfilando una de sus estrategias discursivas, que estriba en la utilización de personajes históricos para encarnar principios éticos y políticos, lo que enlaza su relato con la novela, la épica y el mito.47

La contraposición entre Zapata y Escandón también actúa como una alegoría sobre la naturaleza del poder. Zapata encarna una autoridad legítima debido a que está enraizada en las tradiciones de la comunidad y en su pasado. Escandón, por el contrario, representa un poder espurio e ilegítimo. Y esta es una forma adicional mediante la cual Womack, recurriendo a Anenecuilco, alude a un pasado virtuoso que es alterado por las transformaciones que ocurren en el presente. La suya es la imagen de "un pasado hecho leyenda". Ante un presente que representa "un momento de tristeza y decadencia", el pasado de Anenecuilco es una época de "plenitud y luz", por lo que "la representación del 'tiempo de antes' se convierte en mito".48

Tal evocación de los tiempos idos sirve como fundamento de la utopía revolucionaria, como evidencia el capítulo VIII del libro, titulado "Los pueblos claman revolución", que describe la vida de Morelos mientras el zapatismo tuvo pleno control del estado.49 En una evidente alusión a las concepciones del historiador Frederick Jackson Turner, que vinculo la vida en la frontera y el surgimiento de la cultura política democrática en Estados Unidos,50 Womack refiere cómo en Morelos —un "territorio socialmente salvaje"— los campesinos establecieron "municipios democráticos, vecindarios rurales en los que cada familia ejercía influencia en la utilización de los recursos locales", práctica que respondía a la "utopía de una asociación libre de clanes rurales", añejo "ideal de los aldeanos [del centro y el sur de México] desde mucho antes de la llegada de los españoles".51 Asimismo, dicha concepción acerca de las comunidades rurales de Morelos entronca con "el arquetipo jeffersoniano", que concebía a la sociedad estadunidense "como una sociedad agraria, como una 'nación rural' integrada por familias campesinas autosuficientes con una tradición política de autogobierno".52 Al remontarse a tan lejanos tiempos, Womack realiza lo que constituye, según Girardet, el "tercer grado de la construcción mítica", la alusión a un "tiempo de referencia" que "escapa a la cronología" y que fue la edad de "la inocencia y la felicidad".53

En el contexto de la evolución ese sueño comunitario tuvo su expresión más directa en el ejército zapatista, es decir, un "ejército popular" para el cual "el ser pueblo' tenía más importancia que el ser ejército'".54 Zapata no era sino la encarnación de esa consubstanciación entre los pueblos y el ejército. Tanto los regentes de los poblados como la autoridad ejercida por el zapatismo expresaban las "esperanzas populares de lo que debía hacer el gobierno civil". Las intenciones de los dirigentes eran "francas pretensiones campesinas" ya que no "habían perdido el sentido de lo que eran: hijos de sencillos campesinos, de trabajadores del campo, de aparceros y rancheros". Desde los inicios, su propósito fue "restablecer la integridad de los pueblos". Por ello, la reforma agraria se convirtió en su objetivo fundamental, pues la tierra era uno de "los motores tradicionales de la sociedad local" y una de "las fuentes del poder y del sustento cotidiano" de los jefes Zapatistas y del ejército popular.55

Gracias a la reforma agraria, "los pueblos de Morelos nacieron de nuevo".56 En virtud de ella fue posible superar el "tiempo actual" —definido por la decadencia— y recuperar el "tiempo de antes". La reforma agraria zapatista fue la manera en que los campesinos expresaron su "voluntad de desandar el camino de la historia". Ese "retorno a la tierra" era un paso imprescindible para lograr una "regeneración de las costumbres", que implicó el restablecimiento de la autarquía perdida.57 En esa nueva Arcadia se recuperaron los ritmos sosegados que habían prevalecido en el pasado, antes de que la modernización lacerase la vida rural.

 

EL REGRESO DEL HÉROE

Si Morelos evoca la imagen de una Arcadia, Zapata es concebido a partir de una concepción heroica que arranca de su genealogía. El líder suriano pertenecía a una estirpe de adalides que remitía al pasado de Anenecuilco y que había mostrado un insobornable compromiso con su patria chica. La familia de Zapata contaba con una gran reputación en el poblado, prestigio que se remontaba a la independencia de México. Tanto su familia paterna (los Zapata) como la materna (los Salazar) "llevaban en los huesos la historia de México".58 Tal como lo presenta Womack, el linaje de Zapata posee fuertes resonancias míticas ya que le adscribe virtudes que se originaron en un tiempo remoto y que se evidenciaron generación tras generación.59

En la figura de Zapata se fundían "naturaleza" y "cultura", fusión que constituye uno de los rasgos típicos de los héroes míticos.60 Su misma personalidad era una condensación de ese cruce. La biografía de Zapata que erige Womack está demarcada por rasgos que se pueden rastrear en los arquetipos míticos acerca de los héroes.61 Ya he mencionado la forja de una genealogía heroica. En dicha elaboración, Zapata es el heredero de los valores morales que habían destilado sus antepasados como resultado de la confluencia entre historia, cultura y naturaleza. Desde esa óptica, Zapata era acreedor de uno de los rasgos fundamentales del "salvador", puesto que expresaba "una visión coherente e integral del destino colectivo".62

Sus experiencias de niñez y juventud revelaban ya una suerte de destino o predestinación. Esto se relaciona con la propensión a reconocerle al héroe capacidades extraordinarias desde sus orígenes, de manera que toda su vida aparece "como un conjunto de maravillas con la gran aventura central como culminación" y en la que el heroísmo resulta un hado, el cual "está predestinado más bien que simplemente alcanzado".63 El adolescente insumiso preludiaba al campesino rebelde, al caudillo de tropas insurrectas. Las experiencias traumáticas de la juventud operaron como una fase preparatoria que incluyó épocas de separación, seguidas de etapas de iniciación y de retorno.64 Luego, siendo un joven adulto, se incorporó de manera activa a "la defensa del pueblo".65 Según Joseph Campbell, se puede argüir que tales actividades culminaron el "ciclo de la infancia" y desembocaron en la eventual metamorfosis de Zapata en héroe.66 Esta transición fue acompañada de una crisis profunda, localizable en la insurrección de los campesinos morelenses. Entonces Zapata, como Hércules, tuvo que realizar una serie de esforzados "trabajos" que lo enfrentaron a una legion de monstruos y leviatanes.

En la mitología, el héroe adopta múltiples "caras" y ejecuta diversas "funciones", y se caracteriza porque "ha sido capaz de combatir y triunfar sobre sus limitaciones históricas personales y locales", expresando valores generales o universales. Una de sus hazañas estriba en "volver a nosotros transfigurado y enseñar las lecciones que ha aprendido sobre la renovación de la vida".67 A lo largo de su existencia, el héroe muestra un conjunto de virtudes, las cuales dependerán de la función que cumpla este en un momento determinado o del arquetipo general que represente. Según Georges Dumézil, el héroe mítico suele cumplir tres funciones básicas: el sacerdote (o profeta), el rey (legislador y gobernante) y el guerrero.68 Por su parte, Raoul Girardet, en su estudio acerca de las "mitologías políticas", concibe al "salvador" —vertiente moderna del héroe mítico— con base en una tipología cuatripartita: 1) la del anciano venerable "que se hizo ilustre en otros tiempos en los trabajos de la paz o la guerra" y que, ante alguna amenaza, abandona su retiro con el fin de proteger a la sociedad; 2) la del joven guerrero o conquistador; 3) la del legislador, que reproduce la "imagen del 'Buen Rey'", y 4) el profeta, quien "lee en la historia lo que los otros aún no ven", por lo que se convierte en guía de su pueblo.69

En el texto de Womack, Zapata desempeña varios de estos arquetipos. Para empezar, funge como guerrero que desafía al "ogro-tirano" que actúa desde el poder y se auto justifica mediante sus hechos portentosos, en este caso, la modernización y la "paz porfiriana". Zapata se enfrenta al "monstruo del statu quo" que se arroja "sobre la comunidad", cebándose en ella, y a "los tiranos humanos, que usurpan los bienes de sus vecinos y son causa de que la miseria se extienda". En tanto que guerrero, la misión fundamental del héroe estriba en "limpiar el campo", actuando como "exterminador de monstruos" y como "campeón de la vida creadora".70 Con el envío de tropas federales para combatir a los rebeldes fueron puestas a prueba las capacidades de Zapata como guerrero. Habiendo perdido entonces los campesinos "la esperanza de una revolución oficial", Zapata y sus seguidores demostraron ser "los probados y verdaderos campeones del pueblo".71 Y aquí estribó, según Womack, la clave de la estrategia de Zapata y de su desempeño como guerrero. Para él, lo fundamental era implementar el reparto de tierras, principio recogido en el Plan de Ayala, que se convirtió en acta constitutiva del nuevo orden social y político al que aspiraba. Zapata insistió en todo momento en proteger a las comunidades y en mantener los vínculos orgánicos de sus combatientes con los pueblos y sus habitantes. En los meses aciagos en que las tropas federales intentaron hacer "trizas el firme tejido de la sociedad provinciana", "Zapata se esforzó especialmente por organizar de verdad las fuerzas populares".72

Zapata trató de brindar orden a sus tropas y combatientes, perfeccionando "la estructura formal del ejército".73 Pese a ello, las tropas Zapatistas no perdieron su carácter popular y campesino. Sus estrategias bélicas —basadas en la guerra de guerrillas- eran una expresión de esos lazos. Asimismo, esto determinó las relaciones de Zapata con los caudillos que operaban en otros lugares de México y con las demás fuerzas revolucionarias del país; "había aprendido perfectamente a no confiar en que otros llevasen a cabo las reformas por las cuales sólo él y sus jefes habían luchado".74 Para Zapata, ese anhelo de mantener su independencia frente a las demás facciones revolucionarias —hasta con Pancho Villa fueron tensas sus relaciones75— se convirtió en una obsesión.

Para explicar la misma, Womack recurre al cruce entre "naturaleza" y "cultura", que generó una "xenofobia" entre los campesinos del estado respecto de lo fuereño y ajeno a Morelos. La fuente de esa "desconfianza" era "un miedo nacido de los abusos y de las traiciones que los forasteros habían perpetrado allí en el pasado". Zapata no hacía sino expresar "los sentimientos de su pueblo (e inclusive de sus debilidades)". Tanto fue así que Zapara era "[u]n hombre obsesionado por su autenticidad" y llegó a sentirse aterrado por "traicionar sin querer la confianza que sus iguales y su gente habían puesto en él".76 Esa obsesión se tradujo en obstinación, por lo que resistió tentaciones, amenazas y feroces ataques con tal de defender sus principios. Al igual que muchos héroes míticos, Zapata tuvo que luchar contra insidiosos demonios interiores, sobre todo contra la seducción del poder, pesadilla del "padre ogro".77

Pero el caso es que, en la obra de Womack, Zapata se mantiene fiel a sí mismo y logra evadir esos peligros y esas amenazas que forman parte del cúmulo de "pruebas" que debe superar el héroe.78 Como guerrero y como gobernante, Zapata se comportó de acuerdo con los principios que se derivaban de su papel como protector de la comunidad y como "exterminador de monstruos". El poder zapatista se distinguió por su probidad; los "abusos eran ocasionales y personales, y no constituían señal de una intención de mandar". En el caso de Zapata, su ejercicio del poder se originaba en "su sentido del deber", que "no tenía como objeto el ejército, sino los pueblos". Esto posibilitó la existencia de reales "democracias" en los pueblos, impulsadas por "los motores tradicionales de la sociedad local".79 Como buen gobernante, Zapata dirigió la restauración de la Arcadia perdida, encabezó la vuelta a los "tiempos idos", a un pasado que conllevaba el restablecimiento de comunidades que habían sido amenazadas.

Por eso, en el relato de Womack, Zapata actúa también como profeta, de ese héroe cuya función estriba en leer los signos del pasado y el presente, e interpretándolos, proyectar los destinos de la comunidad hacia el futuro. Imbuido de una inspiración trascendente, el profeta conduce a su pueblo hacia el mañana, a un mundo en el que quedarán atrás las penurias actuales. Movido por ese ímpetu, el líder actúa como extasiado. Porque "lleva en su seno el pasado de todo un pueblo", la suya es una "mirada inspirada que atraviesa la opacidad del presente, una voz que viene de más arriba o más lejos y revela lo que debe verse y reconocerse como cierto".80 Lo que sustentaba la firmeza de sus seguidores era las acciones de Zapata —manifestación de la "intransigencia local"—, que expresaban fielmente sus vínculos con los pueblos.81 Como Moisés, Zapata conducía a los morelenses hacia una tierra de promisión. Igual que el dirigente bíblico, Zapata esgrimía sus tablas de la ley —el Plan de Ayala—, que refrendaba "el control local de la economía". Las acciones de Zapata como legislador garantizaron "para siempre las tradiciones de las que no creía que su pueblo pudiera prescindir".82

Convencido de su "verdad" y actuando con la inflexibilidad de todo buen profeta, el líder suriano cayó víctima de una traición, factor que completa el registro de su vida desde una perspectiva heroica. En efecto, la muerte del héroe "sintetiza todo el sentido de la vida";83 contribuye a brindarle significado a su existencia ya que incide sobre las formas en que ella será evocada y recordada. Así, la muerte prematura del héroe —como fue el caso de Zapata— evita que este llegue a abandonar "la idea que sostiene a la comunidad", manteniéndose sólo mediante la fuerza y, por ende, transmutándose en un "ogro-tirano".84 La muerte de Zapata ocurrió en un momento en que su movimiento pasaba por una de sus épocas más aciagas; el carrancismo se fortalecía mientras que el zapatismo se contraía. Urgido por encontrar aliados y por impedir la debacle de su causa, pese a su perenne suspicacia, Zapata aceptó entrevistarse con Jesús Guajardo, oficial carrancista que había ofrecido pasarse a las filas Zapatistas y que actuó como Judas, como el traidor que ejecutó al caudillo.

Al enterarse del asesinato de Zapata, "la gente del campo [...] se sintió ultrajada", aunque "el espíritu local" no fue quebrantado. Hubo incluso quien dudase de la muerte de su líder, sentimiento que embargó a los campesinos tanto "por la vergüenza de no seguir luchando, como por el sentimiento de culpa de haberle encargado una tarea imposible de realizar, de haberlo entregado a la muerte".85 Igual que Cristo, Zapata se inmola para salvar a los humanos, si bien, muerto este, parecía que los campesinos morelenses quedarían írredentos. Pero el héroe, ha dicho Campbell, "después de su muerte es todavía una imagen sintetizadora" y permanece entre los vivos "bajo otra forma".86 De las diversas fuerzas que había desatado la revolución saldrían las figuras que vinieron a efectuar las funciones —sin poder ocupar su lugar- que había realizado Zapata. En las filas del zapatismo emergieron varios aspirantes a ocupar el puesto de dirigente máximo de la revolución morelense. Y aquí el destino jugó una treta; el electo no fue un combatiente sino Gildardo Magaña, un intelectual. Este, alega Womack, era quien "podía vincular la revolución nativa de Morelos a un nuevo régimen nacional".87 Representados por un hombre de letras, los Zapatistas rompían su molde provinciano y se incorporaban a la vida nacional; bajo su dirección se reconocieron "conscientemente" como mexicanos.88 Había llegado el ocaso del guerrero y se había iniciado la hora del legislador.

Irónicamente, del carrancismo saldría otro "héroe popular" bajo cuya égida "la revolución mexicana volvió a tomar su verdadera dirección". El arribo de Álvaro Obregón a la presidencia de México habría posibilitado, según Womack, "que los hombres del común pudiesen fijar las normas de sus propias vidas espléndidamente magnificadas en la vida del jefe". Con ello, "los nuevos dirigentes" reavivaron "las esperanzas que el pueblo había puesto en la revolución" y volvieron "a conquistar su asentimiento". En virtud de ese nuevo consenso, "los revolucionarios de Morelos desempeñaron papeles decisivamente importantes para el estado".89 Durante la toma de posesión de Obregón como presidente, Genovevo de la O, el recio comandante zapatista, se encontró entre las personalidades que observaron el desfile oficial desde el Palacio Nacional.90 Pocos símbolos resultaban más apropiados acerca de los nuevos tiempos. A la hora del ocaso del héroe-guerrero ocurría "la reconciliación con el padre",91 la unión entre aquel y el poder. Como resultado, en el estado de Morelos se realizó una reforma agraria gracias a la cual "los aldeanos podían seguir siendo aldeanos".92 Los pueblos morelenses "habían demostrado su apego perseverante a las tradiciones locales de sus antepasados"; ese apego les había brindado la fortaleza para soportar años de penuria durante los cuales habían enfrentado fuerzas que habían atentado contra sus costumbres. Gracias a su resistencia y a adalides como Zapata, "habían ganado una victoria [...] para poder seguir siendo simplemente campesinos".93

 

MEMORIA DE LAS PENAS 

La mitología no es una vanidad de los diccionarios;
es un eterno hábito de las almas.

Borges

La historia de los campesinos morelenses narrada por Womack comparte la paradoja de todo anhelo por recuperar los tiempos primigenios, un "perpetuo y doloroso balanceo [...] entre la impotencia para reconstruir lo que fue y el peso de esperanza que siempre guarda el recuerdo".94 Womack se inserta en esa tradición intelectual que resalta los valores de las sociedades "atrasadas", "primitivas" o "tradicionales" con el fin de impugnar los estilos de vida y las tendencias destructivas de las sociedades modernas. Pertenece, además, a una tradición romántica según la cual, lo que es creado por el pueblo, que encarna las fuerzas generadoras de la vida, es corrompido por las pérfidas elites.95 Esta tradición resalta aquellos grupos que han sido marginados de los grandes relatos acerca del pasado. Su propósito estriba en lograr que aquellos sectores sociales que han "perdido en la vida" no sean también vencidos o arrinconados historiográficamente. Dicha tradición romántica requiere, si no una victoria, "al menos un marco narrativo que valide ya sea el triunfo o la derrota".96

Lejos, pues, de los "análisis" sociológicos —vale decir, de las pretensiones más cientificistas de la historia—, Womack señala que su obra constituye un "relato" (story, según el original en inglés). Su intención no era dilucidar "abstractas cuestiones de clase", propio de la sociología histórica, sino realizar "un estudio de historia social" de "la revolución de Morelos", cuya "verdad" no se "podría dar a entender con sólo definir sus factores". Al contrario, la "única manera de lograrlo es haciendo una detallada narración".97 A tono con su intención de alejarse del cientificismo, Womack expresa su renuencia a utilizar el término peasant y su preferencia por el vocablo "campesino"; mientras que este expresa lo que realmente era la mayoría de los habitantes de Morelos que no vivía en las ciudades, peasant, concepto de uso común en las ciencias sociales anglo-parlantes, sugiere "una criatura que pertenece a una sociedad exótica [...], una sociedad esencialmente foránea y ajena a nuestro tiempo".98

Womack, pues, se mantuvo aferrado a la historia narrativa. Su concepción del "oficio de historiar" se basaba en la capacidad de contar algo, de construir un relato, cuyo mérito principal estriba —según Walter Benjamin— en su capacidad de "referir una historia libre de explicaciones". El "arte de la narración" posee una "utilidad", ya que el relato que genera encierra una moraleja, una "indicación práctica" o un "proverbio o regla de vida". Y esto remite a la "sabiduría", que no es sino "el aspecto épico de la verdad".99 De tal forma, el arte de narrar se vincula con la búsqueda de una trascendencia, de un saber "poético"—es decir, retórico y discursivo— capaz de generar relatos fundacionales sobre las sociedades y su devenir.100 Lo que es de igual manera significativo, es que probablemente "el número de fabulas o de metáforas" que sustentan tales relatos sea limitado.101

De hecho, la obra de Womack posee un modesto antecedente: la tesis de bachillerato (licenciatura) del autor, texto que presagia su Zapata. Está, por supuesto, el hecho de que en ambos casos se estudian movimientos agrarios. Pero lo relevante es que la estructura narrativa es muy similar en ambos textos. Tales similitudes parecen manifestar "la estructura profunda de la imaginación histórica" de Womack —al menos del Womack que era aquel joven extraviado de los años sesenta. Dicho contenido "estructural profundo", como alega Hayden White, es "de naturaleza poética" y opera "como paradigma precríticamente aceptado", por lo que "funciona como elemento metahistórico' en todas las obras históricas de alcance mayor.102

La rebelión en el estado de Oklahoma, según relatada por Womack, distó de inducir una crisis política profunda, como sí lo hizo la rebelión zapatista en Morelos. Aún así, Womack le confiere a esa rebelión un significado que trasciende por mucho sus repercusiones. Es ese significado lo que hace que su narración de la inconsecuente Green Corn Rebellion pueda figurar como antecesora de su obra sobre el movimiento zapatista. Pese a su sino tragicómico, Womack juzga la Green Corn Rebellion más por su significado que por sus efectos políticos. Y buena parte de lo que representó fue, precisamente, que fue protagonizada por gente "todavía esencialmente primitiva" que se enfrentó a las repercusiones de una "modernidad despiadada".103 En ambos casos se trató de gente del campo, de rústicos esencialmente premodernos que encararon una transformación que amenazaba con destruir sus formas tradicionales de vida. Entre una y otra historia existe un hilo conductor, presente incluso en sus investigaciones posteriores acerca de la historia del trabajo. Pese al tiempo transcurrido entre su estudio sobre la Green Corn Rebellion, el del zapatismo y sus estudios sobre el trabajo fabril, ellos están marcados por una preocupación acerca del "sistema industrial" y sus repercusiones sobre la vida de las clases subalternas.

Esto remite a las inquietudes éticas y políticas de Womack, a su representación de las vidas y las luchas de esos sectores sociales, que se han enfrentado a fuerzas capaces de barrerlos de la faz de la Tierra. Las historias de Oklahoma y de Morelos narradas por Womack son ejemplos de esa narración arquetípica que relata el asedio de una comunidad y la denodada defensa que de ella realizan sus integrantes.104 En el caso de Womack, esa voluntad se manifiesta en su empeño por dar cuenta de los que perdieron, de aquellos sectores sociales que "no podían haber ganado", incluso porque "su éxito hubiese representado un intolerable anacronismo".105 Aún así, considera que se debe estudiar también a los derrotados ya que "el historiador que se ocupa sólo de los que ganan no es un historiador, sino un propagandista"; los perdedores "se merecen algo más que risas y motes". Después de todo, el sentido de un acontecimiento se pierde sin "la memoria de su pena", si no se tienen presentes los sufrimientos y las angustias de sus protagonistas, y si no se rememora a los derrotados de la historia.

Y aquí termina mi narración en torno a un joven gringo que, hace décadas ya, buscaba afanosamente un tema y que terminó, como Virgilio, cantando las loas de un héroe y de quienes, valientemente, marcharon tras él e hicieron una revolución porque "no querían cambiar". Como el poeta, alcanzó la fama gracias a tan laudable empresa, basada en arquetipos narrativos presentes en la mitología. Por demás, si en efecto existe un número limitado de relatos posibles —y cada día me convenzo más de ello—, supongo que mi interpretación remitirá, asimismo, a alguna de esas narraciones arquetípicas. ¿Acaso será mi relato un ejemplo de lo que Borges denomina "la tercera historia", la de la búsqueda?106 Porque ¿no he representado al joven Womack como un moderno Jasón, lanzado a una aventura, al igual que el mitológico héroe griego, tras un fabuloso vellocino de oro? ¿No habré visitado yo sus textos históricos, efectuando un accidentado, temerario y prolongado périplo —acto semejante al de Dante al visitar el país de los muertos—, con el fin de encontrar otro vellocino dorado? No me extrañaría, tampoco, que mi relato estuviese elaborado a base de quimeras e ilusiones, de errores sustanciales o, a lo sumo, de unas exiguas, accidentales y circunstanciales verdades. En absoluto "me sorprendería que mi propia historia" fuese, a su vez, "legendaria".107

 

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NOTAS

1 Sobre la violencia véase Bergquist, Peñaranda y Sánchez, Violence, 1992, pp. 1-166.

2 MARHO, Visions, 1984, pp. 247-262.

3 Womack, Jr., "Oklahoma's", 1959.

4 MARHO, Visions, 1984, p. 249- Las traducciones del inglés son mías.

5 Womack, Jr., Zapata, 1979.

6 Durand, Mitos, 2003, pp. 35, 71-113, 119, 137,139 y 147.

7 Girardec, Mitos, 1999, pp. 11 y 15.

8 Ibid., p. 20, y Gadamer, Mito, 1997, p. 16.

9 Nuez, Fantasía, 2006, p. 15.

10 Gadamer, Mito, 1997, p. 14. Sobre la relación entre mito, ciencia y verdad véase Hübner, Verdad, 1996.

11 Gadamer, Mito, 1997, pp. 25-26.

12 Paz, Laberinto, 2004, p. 230.

13 White, Tropics, 1986, pp. 103-104. Cursivas en el original.

14 McNeill, "Mythistory", 1986, pp. 1-10, y Mali, Mythistory, 2003.

15 Citado en Burke, ¿Qué?, 2006, p. 103.

16 Novick, Noble, 1997, vol. 2, pp. 497-559, y Ross, "Grand", 1995, pp. 662-664.

17 Novick, Noble, 1997, vol. 2, p. 404.

18 Ibid.; Ross, "Granel", 1995; Unger, "New", 1967, pp. 1237-1263, y Movement, 1974; Higham, "Chaning", 1989, pp. 460A66, y Wiener, "Radical", 1989, pp. 399-434.

19 Hofstadter, Progressive, 1970, y Breisach, American, 1993

20 Novick, Noble, 1997, vol. 2, pp. 497 y ss.

21 Van der Linden, Revolt, 1996, pp. 240-241.

22 Tenorio, "Viejos", 1991, pp. 95-116; Delpar, Enormous, 1992; Pike, United, 1993, y Britton, Revolution, 1995.

23 Womack, Jr., "History", 2003. Este texto se presentó en un homenaje a Michael Jiménez, quien había fallecido recientemente. Aunque en él Womack se refiere a los jóvenes estadunidenses que se dedicaron a la historia latinoamericana, a partir de 1970 sus observaciones aplican igualmente a muchos noveles historiadores de la década anterior, entre ellos él mismo. Agradezco a Catherine LeGrand el haberme indicado la existencia de este texto.

24 Turner, Barbarous, 1911; McBride, Land, 1923; Tannenbaum, Mexican, 1929; Simpson, Ejido, 1937; Whetten, Rural, 1948; Simpson, Exploitation, 1952, y Wolf y Mintz, "Haciendas", 1957. No obstante, la obra que marcó el arranque de los estudios contemporáneos sobre la hacienda en México fue Chevalier, Formación, 1982, cuya edición en francés data de 1953-Sobre la evolución de los estudios agrarios véase Van Young, "Mexican", 1983, y "Beyond", 2003.

25 Tutino, Insurrection, 1986, y Katz, Revuelta, 1990. En México son escasos los estudios sobre la historiografia estadunidense en relación con el país, entre ellos, Meyer, Conciencia, 1970; Rico, Pasado, 2000, y -de especial relevancia para el tema de este ensayo— San Pedro, "Otro", 2002. Entre los historiadores mexicanos ha sido Tenorio Trillo quien se ha dedicado de manera más insistente a esta cuestión. Véase Tenorio, "Viejos", 1991; "Encuentros", 1996, y Cómo, 2000.

26 Cumberland, "Reseña", 1970.

27 Wolf, Peasant, 1969, y Scott, Moral, 1976.

28 Redfield, Tepoztlán, 1930.

29 Cumberland, Mexican, 1952; Ross, Francisco, 1955; Quirk, Mexican, I960, y Cline, Mexico, 1962. Sobre Tannenbaum véase Delpar, "Frank", 1988; Hale, "Frank", 1995, y Knight, "Frank", 1999.

30 Friedrich, "Cacique", 1957, y Agrarian, 1977.

31 Bailey, "Revisionism", 1978, y Peña, "Desafíos", 2001.

32 González, Pueblo, 1968.

33 Benjamin y McNellie, Other, 1984, y Benjamin y Wasserman, Provinces, 1990.

34 San Pedro, "Desde", 2002, pp. 73-74. Sobre el surgimiento de los Latin American Studies véase Berger, Under, 1995, y Delpar, Looking, 2008.

35 San Pedro, "Otro", 2002, p. 55.

36 Ibid., p. 114.

37 Ibid.

38 Ross, "Grand", 1995, pp. 664-665.

39 Womack, Jr., Zapata, 2000, p. XI.

40 Wolf, "Closed", 1957, y "Types", 1955.

41 Womack, Jr., Zapata, 2000, p. 2.

42 Girardet, Mitos, 1999, pp. 68-76.

43 Womack, Jr., Zapata, 20.00, p. 18.

44 lbid.,p. 22.

45 lbid.,p. 3.

46 Girardet, Mitos, 1999, pp. 101 y 108.

47 Bajtín, Estética, 2003, y Kirk, Naturaleza, 2002.

48 Girardet, Mitos, 1999, pp. 93-94.

49 La construcción de ese periodo como una vuelta a la edad de oro constituye un poderoso tropo dentro de cieña tradición historiográfica sobre la revolución mexicana, como se evidencia en Gilly, Revolución, 2000, pp. 261-323. Para otra visión del movimiento zapatista, véase Brunk, "Sad", 1996.

50 Turner, Frontier, 1996.

51 Womack, Jr., Zapata, 2000, p. 220.

52 San Pedro, "Otro", 2002, p. 166.

53 Girardet, Mitos, 1999, p. 97.

54 Esta concepción se relaciona con las nociones sobre la "guerra popular". Véase Võ, People's, 1962.

55 Womack, Jr., Zapata, 2000, pp. 220-224.

56 Ibid., p. 230.

57 Girardet, Mitos, 1999, pp. 101, 107 y 109.

58 Womack, Jr., Zapata, 2000, pp. 3-7.

59 Hübner, Verdad, 1996, p. 119

60 Kirk, Naturaleza, 2002, pp. 194-203.

61 Para una tipología del género biográfico que aborda sus dimensiones míticas, véase Keren, "Biography", 2000.

62 Girardet, Mitos, 1999, p. 67.

63 Campbell, Héroe, 2005, p. 285.

64 Ibid., pp. 35 y 285 y ss.

65 Womack, Jr., Zapata, 2000, pp. 3-4.

66 Campbell, Héroe, 2005, p. 294.

67 Ibid., p. 26.

68 Dumézil, Destino, 2003.

69 Girardet, Mitos, 1999- Esta clasificación puede simplificarse si se considera que el primer modelo -el del anciano venerable- no es sino una manifestación concreta del tercer arquetipo, el de legislador. Así, la tipología cuatripartita de Girardet puede ceñirse a la tripartita propuesta por Dumézil.

70 Campbell, Héroe, 2005, pp. 300-303.

71 Womack, Jr., Zapata, 2000, p. 153.

72 Ibid.,p. 167.

73 Ibid.,p. 175.

74 Ibid., p. 183.

75 Katz, Pancho, 2003.

76 Womack, Jr., Zapata, 2000, p. 201. El supuesto temor de Zapata a traicionar la confianza de su pueblo constituye un elemento destacado de la película Viva Zapata! de Elia Kazan. Véase Steinbeck, Zapata, 1993.

77 Campbell, Héroe, 2005, p. 129.

78 Ibid., pp. 94-104.

79 Womack, Jr., Zapata, 2000, pp. 222-224.

80 Girardet, Mitos, 1999, pp. 74-75.

81 Womack, Jr., Zapata, 2000, p. 190.

82 Ibid., p. 274.

83 Campbell, Héroe, 2005, p. 316.

84 Ibid., p. 310.

85 Womack, Jr., Zapata, 2000, pp. 324-325.

86 Campbell, Héroe, 2005, p. 317.

87 Womack, Jr., Zapata, 2000, p. 330.

88 Ibid.,p. 343.

89 Ibid.,pp. 326-327.

90 Ibid.,p.. 359.

91 Campbell, Héroe, 2005, p. 119.

92 Womack, Jr., Zapata, 2000, pp. 361-363.

93 Ibid.,p. 364.

94 Girardet, Mitos, 1999, p. 132.

95 Breisach, Historiography, 1994, p. 242.

96 Ross, "Grand", 1995, p. 667.

97 Womack, Jr., Zapata, 2000, pp. XI-XII. Desde entonces Womack ha modificado sus concepciones. En el presente busca abordar los problemas históricos desde posiciones ancladas en la ciencia; por ejemplo, estudiando el proceso laboral como lo haría un "ingeniero", como afirma en "Doing", 2005. Para una crítica a sus concepciones, véase French y James, "Travails", 2007. Pese a todo, algunos de los escritos recientes de Womack evidencian sus grandes dotes de narrador. Véase por ejemplo, "Chiapas", 1999.

98 Womack, Jr., Zapata, 2000, p. X. Estos pasajes fueron suprimidos de la versión en español. De alguna manera, esa postura de Womack anticipa el argumento central de Fabian en su importante obra Time, 2002.

99 Benjamin, "Narrador", 1998. Si bien Benjamin se refiere a la narración oral, sus observaciones iluminan igualmente la labor de quien narra mediante la escritura.

100 Ankersmit, Historical, 2001, e Historia, 2004.

101 Borges, Otras, 2005, t. 2, p. 163.

102 White, Metahistoria, 1992, p. 9

103 Womack, Jr., "Oklahoma's", ¿1961?, p. 138. La versión de este trabajo que cito, localizada en la biblioteca de la Universidad de Oklahoma, parece que se sometió como manuscrito de libro (tiene incluso notas y comentarios de un lector anónimo). No he podido corroborar si ese manuscrito es igual a la tesis sometida a Harvard en 1959- En todo caso, asumo que sus argumentos fundamentales son similares.

104 Borges, Oro, 2005, t. 2, p. 538.

105 Womack, "Oklahoma's", ¿1961?, p. 146. 

106 Borges, Oro, 2005, t. 2, p. 538.

107 Ibid., 2005, t. 2, p. 128.

 

INFORMACIÓN SOBRE EL AUTOR:

Pedro L. San Miguel. Obtuvo un doctorado en Historia de América Latina en la Columbia University (1987) y es catedrático (profesor titular) en el Departamento de Historia de la Universidad de Puerto Rico, recinto de Río Piedras. Ha publicado varios libros, entre ellos, Los campesinos del Cibao: economía de mercado y transformación agraria en la República Dominicana, 1880-1960 (1997), La isla imaginada: historia, identidad y utopía en La Española (1997, 2a. ed., 2008, y ed. en inglés, 2005), y Los desvaríos de Ti Noel: ensayos sobre la producción del saber en el Caribe (2004). Actualmente estudia las representaciones de América Latina (con énfasis en México y el Caribe) en la historiografía de Estados Unidos.

ABOUT THE AUTHOR:

Pedro L. San Miguel. Obtained a Ph. D. in Latin American History at Columbia University (1987) and is a professor at the History Department at the University of Puerto Rico, Río Piedras Campus. Has published several books, including Los campesinos del Cibao: economía de mercado y transformación agraria en la República Dominicana, 1880-1960 (1997), La isla imaginada: historia, identidad y utopía en La Española (1997, 2a. ed., 2008, and published in English, 2005), and Los desvaríos de Ti Noel: ensayos sobre la producción del saber en el Caribe (2004). Is currently studying the representations of Latin America (with an emphasis on Mexico and the Caribbean) in the historiography of the United States.

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