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Trace (México, DF)

versión On-line ISSN 2007-2392versión impresa ISSN 0185-6286

Trace (Méx. DF)  no.81 Ciudad de México ene. 2022  Epub 01-Ene-2022

https://doi.org/10.22134/trace.81.2022.803 

Sección temática

Vulnerabilidades rurales a partir del envejecimiento entre nahuas del sur de Veracruz*

Rural vulnerabilities due to aging among the Nahuas in southern Veracruz

Elena Lazos-Chavero** 

Marcela Jiménez-Moreno*** 

**Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Instituto de Investigaciones Sociales (IIS), México, lazos@unam.mx.

***Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Posgrado en Ciencias de la Sostenibilidad (PCS), México, marcela.jimm@gmail.com.


Resumen:

Las vulnerabilidades socioambientales, económicas y culturales del campo mexicano se expresan a través de las transformaciones generacionales y territoriales que minan los ámbitos agroambientales y alimentarios. El envejecimiento rural ha llevado a la venta de parcelas, migración juvenil, pérdida de agrobiodiversidad y transformaciones de los conocimientos agroecológicos que caracterizaban a los pueblos indígenas y campesinos. El objetivo de este artículo es analizar las consecuencias socioambientales y territoriales del envejecimiento rural en la sierra de Santa Marta, expresadas en la venta de sus tierras y pérdida de cultivos, lo que ha llevado al empobrecimiento de su seguridad alimentaria. En julio 2019, se levantaron 59 entrevistas en el ejido nahua de Tatahuicapan de Juárez con el fin de analizar las amenazas a la sustentabilidad y bienestar social en el sur de Veracruz.

Palabras clave: envejecimiento rural; migración juvenil; sucesión agrícola; pérdida de agrobiodiversidad; seguridad alimentaria

Abstract:

The socio-environmental, economic and cultural vulnerabilities of rural Mexico are expressed through the generational and territorial transformations that undermine the agro-environmental foodscapes. Rural aging has led to the sale of family plots, youth migration, loss of agrobiodiversity and transformations of agro-ecological knowledge that characterized the peasantry and indigenous people. The aim of this paper is to analyze the socio-environmental and territorial consequences of rural aging in the Sierra de Santa Marta, expressed in the sale of land and the loss of crops, which has led to the impoverishment of their food security. In July 2019, 59 interviews were held in the ejido of Tatahuicapan de Juárez, of Nahua origin, in order to analyze the threats to sustainability and social well-being in the region.

Keywords: rural aging; youth migration; agricultural succession; loss of agrobiodiversity; food security

Résumé:

Les vulnérabilités socio-environnementales, économiques et culturelles du milieu rural se développent suite aux transformations générationnelles et territoriales qui ont affecté les espaces agroalimentaires et de l’alimentation. Le vieillissement des agriculteurs a entraîné de profonds changements dans la structure de la propriété, la migration de jeunes, la perte de l’agrodiversité et les transformatios des savoirs qui caracterient les peuples autochtones. Cet article vise à montrer comment le vieillissement des agriculteurs de la Sierra de Santa Marta a conduit à l’appauvrissement de leur sécurité alimentaire. Sur la base de 59 interviews réalisées en juillet 2019 dans l’ejido nahua de Tatahuicapan de Juárez afin d’analyser les menaces à la durabilité et au niveau du bien-être social.

Mots-clés: vieillissement rural; migration des jeunes; héritage des terres; perte d’agrodiversité; sécurité alimentaire

A don Brígido Hernández in memoriam

Introducción. Envejecimiento rural: Vulnerabilidades sociales y culturales

A nivel mundial, desde finales de la década de 1990, el envejecimiento rural ha sido objeto de preocupación en las políticas agroalimentarias y sociales (Ganga Contreras et al. 2016; Romero Padilla et al. 2020). La migración juvenil, el incremento de la esperanza media de vida y el descenso de la natalidad explican el sobreenvejecimiento rural en menos de tres décadas, lo cual implica retos para la política social y para las propias sociedades rurales (Treviño Siller, Pelcastre Villafuerte y Márquez Serrano 2006; Zapata y Ayala 2017). En América Latina, el 60 % de la población rural es mayor de sesenta años.1 En México, el 57 % de los agricultores es mayor de cincuenta años (SAGARPA y FAO 2014).

Debido a esta tendencia poblacional, se ha señalado la agudización de diversas vulnerabilidades sociales, económicas y alimentarias: mayor pobreza e inequidad,2 mayor migración, menor seguridad alimentaria y de salud, acceso restringido a servicios -sin seguridad social- y una fractura sociocultural provocada por la pérdida de agricultores jóvenes (McLaughlin y Dietz 2008; Barnes 2009; Arias 2012; Burholt y Dobbs 2012; Reyes Gómez 2019). A la par, los adultos mayores enfrentan una serie de vulnerabilidades sociales, económicas y culturales debido a su envejecimiento, como problemas de salud, falta de acceso a atención médica en instituciones públicas y carencia de seguridad económica, lo cual profundiza las inequidades en el medio rural.3 Además de tener que enfrentar estas vulnerabilidades, se teme vivir un estancamiento del desarrollo agropecuario debido a la falta del relevo generacional (SAGARPA y FAO 2014).

Las familias campesinas han vivido por décadas crisis estructurales que han llevado a la acumulación de vulnerabilidades socioambientales y económicopolíticas que las atrapan en un círculo de pobreza y no les permiten invertir, ni a corto ni a largo plazo, en infraestructura ni en la restauración de sus propios territorios. Aun las familias que hayan podido alcanzar un mínimo de bienestar después de años de penurias, con una crisis coyuntural, como la provocada por la pandemia de covid-19, o con crisis recursivas, como las suscitadas por sequías o tormentas, se hunden social y económicamente para colocarse de nuevo bajo la línea de pobreza. A mediados de la década del 2000, el 61 % de la pobreza extrema nacional era rural (Arias 2012, 80). Esta fragilidad se ve agudizada hoy en día por el envejecimiento. Los adultos mayores, expuestos a las vulnerabilidades mencionadas, particularmente a los problemas de salud, corren el riesgo de quedar descapitalizados al enfrentarlas y verse obligados a vender sus cosechas, su ganado o, incluso, sus parcelas.

El envejecimiento se relaciona no solo con una acelerada transición demográfica, sino también con una reconfiguración social de las relaciones entre generaciones, géneros y clases que enmarca procesos de inclusión-exclusión en las instituciones locales y de gobierno local, así como dinámicas socioeconómicas que profundizan las inequidades sociales. ¿Quién decide en las asambleas ejidales o en el cabildo municipal? ¿Cómo se tejen las relaciones entre jóvenes y adultos mayores en la toma de decisiones comunitarias? Las fracturas generacionales se expresan en estos ámbitos de toma de decisión. En las asambleas ejidales -donde se autorizan ventas de tierras, se negocian los paquetes agrotecnológicos a recibir y se determina el acceso a los sistemas socioecológicos- dominan las cabezas blancas masculinas4 (veáse fig. 1).

Fotografía tomada por Elena Lazos-Chavero, trabajo de campo, julio 2019.

Figura 1 Ancianos en asamblea. 

A pesar de que las actividades primarias hayan disminuido en el PIB nacional,5 la alimentación en México depende de manera importante de la agricultura familiar, pues representa entre el 39 % y el 50 % de la producción agropecuaria nacional (IICA 2012). La mayor parte de la producción de maíz y frijol está surtida por familias campesinas (Cotler Ávalos et al. 2019, 64). Sin embargo, ante la tendencia actual de envejecimiento, surgen varias preguntas: ¿Cómo se alimentará al mundo en manos de agricultores mayores? ¿Qué retos agroalimentarios se presentan cuando el sector productivo rural debe enfrentar no solo las vulnerabilidades características del sector agrícola -riesgos climáticos, suelos erosionados, falta de fertilidad, fuertes variaciones de precios, mercados inestables-, sino también las vulnerabilidades sociales y económicas propias de su envejecimiento? ¿Cómo viven estas vulnerabilidades los adultos mayores en el medio rural y cómo se expresan en la transmisión y sucesión de tierras y derechos ejidales? ¿Cómo repercutirá en la conservación de la agrobiodiversidad? ¿Cómo el envejecimiento rural se relaciona con la migración de jóvenes? ¿Cuáles son los efectos del envejecimiento de la mano de obra rural en la seguridad alimentaria?

Estas preguntas guiaron nuestra investigación en la sierra de Santa Marta, al sur de Veracruz. Nuestro objetivo fue analizar las consecuencias territoriales, agroalimentarias y socioambientales del envejecimiento rural en el ejido de Tatahuicapan, expresadas en la venta de tierras, la pérdida de cultivos, las vulnerabilidades en la seguridad alimentaria y las altas tasas de migración juvenil.

Andares metodológicos

Durante el trabajo de campo del 8 al 30 de julio de 2019, se encuestó a 59 ejidatarios con el fin de comprender las tendencias de las vulnerabilidades socioambientales, culturales y económicas de las familias campesinas. En la tabla 1 se muestran las principales características de los agricultores entrevistados. La selección se basó en una lista de familias que previamente habían sido entrevistadas, entre 1995 y 1998. La información se organizó en bases de datos, los datos cuantitativos se procesaron en Excel y los cualitativos se sistematizaron por temas. Además, se entrevistó a autoridades ejidales y municipales, y a varios ancianos y ancianas. Las entrevistas, para su análisis, se codificaron por temas.

Tabla 1 Principales características de la muestra de productores entrevistados 

Número Porcentaje/Rango
Sexo, edad y número de hijos
Hombres 54 92 %
Mujeres 5 8 %
Edad promedio (años) 61.9 mín. = 33, máx. = 83
Número promedio de hijos 3.7 mín. = 0, máx. = 11
Número promedio de hijos viviendo en el mismo hogar 1.09 mín. = 0, máx. = 5
Relación con la parcela
Ejidatarios 50 85 %
Hijos de ejidatarios 9 15 %
Escolaridad
Sin estudios 17 29 %
De 1.º a 3.º de primaria 10 17 %
De 4.º a 6.º de primaria 13 22 %
Educación media inferior 11 19 %
Educación media superior 5 8 %
Sin dato 3 5 %
Ocupación principal
Campesino 49 83 %
Ganadero 2 3 %
Profesor 2 3 %
Empleado sector servicios 2 3 %
Jornalero 1 2 %
Ama de casa 1 2 %
Médico 1 2 %
Traductor (nahua-español) 1 2 %
Parcelas y cultivos principales
Número promedio de parcelas por ejidatario 1.2 mín. = 1, máx. = 4
Superficie promedio por ejidatario (ha) 14.4 mín. = 1, máx. = 42
Superficie promedio destinada a milpa por ejidatario (ha) 1.7 mín. = 0, máx. = 7.5
Número de ejidatarios que cultivan en su parcela 51 86 %
Ejidatarios que siembran maíz 49 96 %
Ejidatarios que siembran frijol 24 47 %
Ejidatarios que siembran calabaza 22 43 %
Número promedio de cultivos por ejidatario 3 mín. = 1, máx. = 9

Fuente: Entrevistas a 59 productores, trabajo de campo, julio 2019.

El pueblo nahua de Tatahuicapan en la Sierra de Santa Marta

Tatahuicapan6 forma parte de la Reserva de la Biosfera de Los Tuxtlas, que se extiende a los 1720 m s. n. m. al sur de Veracruz (véase fig. 2). Las familias nahuas y popolucas compartían estos territorios de gran riqueza faunística y florística (véase fig. 2). Actualmente, debido a una política de reconversión que ganaderizó la sierra, existe un severo deterioro por las altas tasas de deforestación iniciadas en la década de 1980, lo que ha provocado una fuerte fragmentación del hábitat y pérdida de biodiversidad (Dirzo 1991; Ramírez 1999).

Elaborado por Jazmín Solís con base en el Registro Agrario Nacional-Catastro Rural.

Figura 2 Localización del ejido de Tatahuicapan. 

Desde 1950, la sierra acogió diversas olas de colonización mestiza dirigida por programas gubernamentales que intentaban dar respuesta a demandas políticas a campesinos sin tierra en otras regiones de Veracruz. Las tierras selváticas, consideradas por las instituciones gubernamentales como «infértiles e improductivas», se convirtieron en mares de pastos bajo el modelo de la ganadería extensiva (Chevalier y Buckles 1995; Lazos Chavero 1996) (veáse fig. 3). Este modelo favoreció un acaparamiento de tierras por caciques, lo que llevó a una lucha por una distribución equitativa de las tierras. Había ejidatarios con 400 ha, mientras otros escasamente poseían una hectárea. Si bien el parcelamiento buscaba una repartición más justa, la titularidad de las parcelas se otorgó únicamente a los jefes masculinos de los grupos domésticos (Velázquez Hernández 1992; Lazos Chavero y Godínez Guevara 1996).

Fotografía tomada por Elena Lazos-Chavero, trabajo de campo, julio 2019.

Figura 3 Vista del Volcán Santa Marta desde de Tatahuicapan. 

Antes del parcelamiento del territorio comunal de Tatahuicapan, todos los pobladores, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, podían acceder a los espacios forestales y a los ríos. Con la titularidad de las parcelas, desapareció el uso comunal. Incluso con la ganaderización, los espacios agrícolas se redujeron. Mujeres y niños dejaron de recolectar y pescar porque los bosques y ríos se deterioraron tanto que ya no se encuentran los recursos alimenticios que alguna vez fueron fundamentales para su dieta familiar cotidiana.

Control de la tierra: ¿Relevo generacional o venta de parcelas?

Quería vender su parcela, pero le digo, piénsalo bien, porque el día que lo vendes, mi terreno no te voy a dar. Mi terreno lo voy a dejar a otra persona que lo va a cuidar. Pero si ya te di y lo vas a vender, correcto, tu leña pa tu consumo, si vas a querer me lo vas a pagar […]. Si vendes, se acaba ese dinero.

Marcial Hernández

Tenemos que dejarles a ellos, no se puede vender porque la cosa estaría más jodida; si tienes un pedazo de terreno, puedes trabajar. Estoy pensando, en dado caso de aquel que está allá, que orita no me ha hablado, si viniera yo le daría un pedazo aquí, al que está estudiando, y al otro, el suegro se las está heredando. Quizá a la hija, más lejos, en donde no hay agua.

Camilo Hernández

En la transferencia de la tierra y relevo generacional existen muchas aristas, dependiendo de los actores involucrados, el momento, las condiciones cuando se realiza, el tipo de tierras, la ubicación de los terrenos y el contexto familiar y comunitario. En toda transmisión sucesional, dos actores sociales se involucran, pero en la mayor parte de los casos, se trata de actores colectivos, lo cual genera una situación muy complicada: a) el relevado, que por ser generalmente un anciano, toda la familia se entromete en el asunto; y b) el que trata de relevar, que, al ser mayor de 30 o 40 años, enlaza a su familia.7 Para algunos ejidatarios ancianos entrevistados es claro que «hay que repartir entre todos para que no peleen, también entre la hija» (Bonifacio Cruz, comunicación personal). Pero para otros, la herencia depende de los intereses de los sucesores: «Al que le guste trabajar el campo» (Antonio Cruz, c. p.). Pero también las condiciones de vida de los sucesores se reconocen: «Estamos esperando que sea mi hijo de Estados Unidos [de América]; si no, mi hija Lourdes» (Tomás Gómez, c. p.). Algunos ejidatarios, como Juan, resuelven no heredar hasta tener claro el hijo que los va a cuidar: «Voy a ver quién me apoye, todavía no decido porque yo me mantengo como Dios manda».

Se debe diferenciar si la transferencia es del uso del patrimonio o se transfiere legalmente la propiedad de la tierra y de los activos existentes. Algunos ejidatarios dejan nombrado a su sucesor solo para el usufructo, pero no legalmente. Pocos ejidatarios siguen los estatutos de la Ley Agraria:

Dejé arreglado desde 2001, desde la regularización, en ese entonces cuando entró procede [Programa de Certificación de Derechos Ejidales y Titulación de Solares], nosotros, como titulares de las tierras, pues decidimos, y eso está nombrado, como la ley dice, primero la esposa, luego los hijos (Herminio Bautista, c. p.).

Conocer los usos y costumbres del sistema de herencia es fundamental. En la mayoría de los ejidos, indígenas o mestizos, como Tatahuicapan, el sistema de herencia es patrilineal8 y la residencia de los jóvenes casados es patrilocal, a menos que los padres de la esposa tengan suficientes tierras y no haya más descendencia, por lo que en estos casos la residencia se torna uxorilocal.9 Hoy en día se prefiere la residencia neolocal o patrineolocal.10 Culturalmente, los sistemas de herencia dan prioridad al hijo varón mayor o menor con el fin de garantizar la continuidad del patrimonio familiar y el cuidado de los padres. En algunos casos, el ejidatario decide repartir las tierras a todos los hijos varones. César confirma: «Se va a dividir entre los tres hermanos varones. A las cinco hermanas no les toca». Otros heredan al hijo más cercano y responsable: «[…] El que va a trabajar más conmigo, a ese le va a quedar». Recientemente, las hijas han reclamado sus derechos a la tierra. En algunos casos, las mujeres son reconocidas pero no legitimadas, es decir, se les da tierra, pero no el título de ejidataria; en otros, son acreedoras de parcelas de menor calidad (epígrafe de Camilo Hernández al inicio de este apartado); y en otros, claramente, no las consideran (caso de César).

Casi en toda transferencia de tierras se suscitan conflictos entre los posibles herederos. Anastasio relata: «La parcela de mi padre se la quedó mi mamá. Hay conflictos en la familia por intereses, no sé qué va a pasar; yo soy el sucesor, pero mis hermanos no quieren que ayude a mi madre para arreglar sus papeles parcelarios, entonces me alejé». Malaquio prefiere ni hablar del asunto por los problemas que se ocasionarán: «Si platicamos ahorita, ahí empiezan las riñas: “Yo también quiero”, y se agarran a madrazos los hijos».

Varios ancianos comentan que su herencia va condicionada y ponen restricciones. En muchos casos, se establece la condición de no ser puesta a la venta. Doña Eudosia comenta: «Mi esposo les ha dicho que les va a dejar la tierra para que tengan algo de comer, que la tierra es para trabajarla, que no quiere que la vendan cuando se muera». En este mismo sentido, Bertoldo revela: «Es una pregunta muy interesante [¿a quién va heredar y por qué?], precisamente ese punto de que la tierra es para el que la trabaja, porque la tierra para eso es, en este caso darle a uno que no la trabaja no es conveniente, ya veremos a quién se le queda». Naturalmente, existen rivalidades de poder entre el relevado que lucha por no serlo y el que trata de relevar, quien aspira al control social, económico y cultural de las tierras. La lucha simbólica y de poder se debate entre dos o, incluso, tres generaciones (del abuelo al nieto). Como Bruno piensa sobre sus hijos: «Claro que no quiero dejarles mi parcela, no les gusta trabajar porque son flojos, ya no obedecen. Es verdad, buscan trabajo fácil porque el campo mata». Otros, como Ángel, entienden a los hijos por lo difícil de lograr buenas cosechas, pero aun así no quiere heredar pronto sus tierras:

Ahorita los jóvenes se van más a la ciudad, ya no aquí en el trabajo de campo. La parcela ya no les resulta, van a donde ganan semanal. Varios campesinos dicen: «Tenemos parcela, pero no tenemos ni maíz, estamos comprando maíz porque de tanto que no resulta, no ayuda la parcela». Mejor me espero, a ver a quién le va interesar trabajar el campo.

Pero no todo es conflicto ni rivalidad. Algunos hijos insisten en la venta de la parcela en vida del ejidatario con el fin de que ya no tenga que trabajar y disfrute del dinero en vida:

Mi hijo dice: «Papi, algún día vende tu parcela, como ahorita estás en vida, a quién le vas a dejar, mejor ya no trabajes tanto, mejor ahora disfruta, yo no me gusta trabajar en el campo». Pero yo le digo, algún día, cuando te canses de trabajar afuera, la parcela ahí está, trabájala, yo no puedo vender la parcela porque es el patrimonio de mi padre (Melquiades Bautista, c. p.).

El relevo generacional parece no hacerse en las edades óptimas; en la mayoría de los casos, se pospone hasta la muerte del progenitor. Dirven (2002) propone un modelo de sucesión y concluye que si la transferencia se hiciera a una edad temprana del sucesor, las condiciones laborales y los resultados agrícolas de las parcelas serían mejores. El trabajo familiar podría ser remunerado desde temprana edad y no esperar hasta los 25 o 30 años (24). Esto rompe culturalmente con la tradición vivida por el agricultor anciano de hoy en día. Primero, ellos trabajaron para su padre sin remuneración; segundo, fueron forzados a seguir siendo agricultores al no tener alternativas. Tercero, cuando ellos eran jóvenes todavía había tierra para poder trabajar. Finalmente, la cultura patriarcal de obediencia, el respeto a los ancianos por el papel social que desempeñaban y el valor simbólico que se otorgaba a la tierra se fracturan en las generaciones actuales, lo que suscita conflictos generacionales.11

Muchos ancianos que repartieron en vida sus tierras entre sus hijos enfrentan situaciones de rompimiento, dolor y reclamo, ya que algunos de los hijos están vendiendo las parcelas heredadas. Con la venta, los ancianos pierden el control económico de la familia, pero también el estatus social y político de ser ejidatario y tener voto en las decisiones comunitarias importantes. Ellos atribuyen la facilidad con la que los hijos venden el patrimonio familiar a que «no sufrieron» en la adquisición ni en el mantenimiento de la tierra y, por tanto, no la valoran ni la toman como símbolo de identidad; acusan a los hijos de ser capaces de intercambiar todo su esfuerzo por algo que más tarde no vale nada:

Muchos señores que repartieron sus tierras sus hijos las están vendiendo […] Mejor venden los hijos que ellos, lo hacen porque no sufrieron cuando se tenía que trabajar el campo. Esto comenzó como diez años atrás. Tengo un amigo que su papá le dio su parcela; cuando murió su padre, la vendió, compró una camioneta y se quemó y ya no tiene nada (Fermín Lorenzo, c. p.).

Las condiciones y tiempos de la transferencia suelen estar bajo el control del anciano, por lo que se depende más de sus capacidades e intereses que de las necesidades del sucesor.12 Muchas veces, los jóvenes invierten su trabajo en la parcela familiar por varios años, sin una remuneración adecuada y sin la certeza de heredar las tierras. Esto provoca que los jóvenes ya no vean su futuro en el campo. Incluso, jóvenes que quisieran ser agricultores no tienen la seguridad de heredar tierras ni de su productividad. En ocasiones, los mismos ejidatarios ancianos han vendido sus parcelas antes de heredarlas, como aclara Bruno: «Yo la voy a vender porque no la puedo trabajar. Mis hijos se enojaron cuando vendí una parte, pero no me quedó de otra». Incluso Francisco expone la disyuntiva que enfrenta:

Si estoy enfermo, necesito vender una parte. Ya vendí tres becerros para curar a mi esposa. Luego, por mi enfermedad [diabetes], tuve que vender dos vacas. Luego, me llevaron al hospital, y otras tres, pero no me curo. Ahora me dio, mire, párkinson, pues no puedo trabajar ya bien, ya voy a vender una parte de la parcela. Mis hijos lejos, pues ni modo, aunque me duela, tengo que hacerlo o usted qué piensa, ¿me dejo morir?

En México, el 51 % de los ejidatarios heredaron las tierras, de los cuales el 90 % obtuvo toda su tierra por esa vía (Dirven 2002, 30). En Tatahuicapan, antes de 1992, el 60 % de los ejidatarios había obtenido su tierra por la lucha directa; el 30 %, por herencia, y el 10 %, por compra o intercambio (Lazos Chavero 1996). Actualmente, estas proporciones han cambiado drásticamente. En 2019, el 50 % de los ejidatarios han comprado, el 40 % han heredado y ya solo queda un 10 % de ejidatarios que lucharon por su tierra (comisario ejidal, julio 2019, c. p.). La edad promedio de los 59 ejidatarios entrevistados es de 61.9 años, siendo la edad máxima 83 y la mínima, 33.13 El número promedio de hijos es de 3.7, siendo el máximo 11 hijos. Sin embargo, el número promedio de hijos viviendo en el mismo hogar se reduce a 1.09 (veáse tabla 1).

La tierra, además del valor económico, tiene un valor simbólico y emocional para todo el grupo doméstico. En la mayoría de los casos, no se habla sobre quién ni cuándo se va a heredar la tierra. Elodia comenta: «Todavía no hay ningún heredero. No saben porque es difícil saber. Yo (la esposa) le digo que debe poner el nombre de alguien para que “no se quede al aire libre”, porque no está su nombre ni de ninguno de sus hijos». En muchos casos, cuando platicábamos con el ejidatario sobre la herencia de la tierra, los miembros de la familia venían a escuchar la respuesta del padre o abuelo. Pero muchos respondían: «Vamos a ver, todavía no pienso» o «Se va a platicar apenas». En ocasiones, la tensión aumentaba a tal grado que teníamos que interrumpir la entrevista.

El camino de la sucesión de la tierra a un familiar o la venta de tierras a personas ajenas al ejido define la trayectoria de las parcelas y, por ende, la de la actividad agrícola en una región. Desde 2000, la venta de parcelas se ha acentuado, siendo los compradores, en su mayoría, mestizos urbanos ajenos a la región o ganaderos de esta, pero «que no son originarios»:

[Las parcelas] se han vendido, […] no hay otra forma de obtener dinero y eso provoca que la gente de afuera venga a acomodarse y vienen a trabajar ganado, dejando pelón el monte (Servando Martínez, c. p.).

Demasiada [venta de tierras], desde 2005. Pocas personas de aquí pueden adquirir un predio, la gran mayoría son gente de fuera, gente de Minatitlán, Coatza, Acayucan, o gentes que son de acá de la sierra, pero no son originarios tampoco, vienen de la capital o del municipio de Alto Lucero (Herminio Hernández, c. p.).

Los sentimientos de los agricultores ancianos con respecto al destino de su patrimonio son fundamentales para definir el rumbo de la sucesión. En la cita de Marcial, él establece que si el hijo va a vender la parcela, entonces no se la va heredar; prefiere dejársela a alguien que sabe que la va a cuidar. Además, acusan a los jóvenes de no saber invertir y de malgastar el dinero recibido por la venta de la tierra:

Algunos no sé qué le hicieron a ese dinero. Alguno pensó, el que vendió su parcela cuando menos ya hizo su casa o puso un negocito, ahí lo tiene ese dinerito; pero el que no, agarró el dinero, comió bien con ese dinero, cuando se dio cuenta, se acabó el dinero. Los que vendieron ya están más pobres (Ángel Pérez, c. p.).

Este proceso representa una lucha de expectativas en contextos de vida muy desiguales. Por una parte, si los jóvenes heredan las tierras, claro que pueden venderlas para salir momentáneamente de la pobreza o pueden explorar la inversión en otras actividades; pero, al no tener experiencia ni capacidades, el fracaso puede ser inminente. Al mismo tiempo, si los jóvenes no tienen tierras, ¿podrán tener expectativas de cultivar? Al no contar con tierras, buscan alternativas fuera de Tatahuicapan. Inclusive, son objeto de enganche laboral, para trabajar en los campos de agricultura comercial de Sinaloa o en la construcción en Monterrey (Del Rey Poveda 2007).14

Claramente, como vimos, la emigración de los hijos dificulta los procesos de herencia, pues, al estar fuera, los padres sienten una falta de interés y de capacidades de los hijos para continuar con sus tierras. Igualmente, la ausencia de los hijos dificulta el control de estas. Con la presencia de enfermedades, los agricultores tienden a vender sus tierras para solventar sus gastos. Posiblemente, si los hijos estuvieran cerca, podrían seguir trabajándolas y no verse obligados a venderlas.

Pérdida de agrobiodiversidad: «Da mucho trabajo, preferimos comprar»

Lo que más nos vino a matar la costumbre de trabajar en el campo, lo que es el líquido [herbicida]. Antes, para el maíz, se limpiaba con el chahuaxtle, tonces salía el tomate, calabaza, cualquier cosa; quelites, chiles, todo en la milpa, no se compraba. Te gana la hierba, da mucho trabajo, ora por eso, preferimos comprar.

Regino Hernández

Si bien la pérdida de la agrobiodiversidad está ligada a múltiples procesos -desde la variabilidad y el cambio climático, la falta de fertilidad de los suelos, la contaminación de aguas superficiales, la proliferación de plagas y la pérdida de la semilla; hasta cambios en la estructura familiar, la disponibilidad laboral, el uso de herbicidas por los vecinos y la inestabilidad de los precios y del mercado agrícola-, se puede establecer que la edad de los productores también ha jugado un papel importante para continuar o abandonar cultivos. En otras investigaciones (Vizcarra Bordi, Thomé Ortiz y Hernández Linares 2015, 56), la falta de relevo generacional se consideró un catalizador en la pérdida de agrobiodiversidad. En Tatahuicapan, una cuarentena de cultivos se ha perdido o se siembra ya en muy pequeñas superficies, limitando su disponibilidad a nivel familiar y comunitario (véase fig. 4). Entre los más importantes, figuran cultivos básicos, como diversas variedades de frijol, arroz, maíz, calabaza, tubérculos, quelites, tomates y algunas frutas básicas (papaya, variedades de plátano).15 pesar de estas pérdidas, se siguen sembrando seis variedades de maíces nativos (blanco, negro, amarillo, olotillo, pinto y rojo), aunque dominan el blanco y el negro. Solo una quinta parte de los campesinos siembran maíz amarillo y olotillo, menos siembran el pinto (10 %) y solo un productor siembra el rojo.16

Fuente: Entrevistas a 59 productores, trabajo de campo, julio 2019.

Figura 4 Productores que perdieron o dejaron de producir el cultivo. 

Los agricultores (38 de 98 respuestas) aducen la necesidad de una alta inversión de trabajo para los cultivos (frijol y camote, principalmente), por lo que su edad o su salud les impide mantenerlos, aunque los consideren fundamentales en su dieta. Si bien muchos campesinos manifiestan su interés por recuperar varios cultivos, la alta inversión de trabajo, las restricciones para el pago de jornales y la inestabilidad de los precios juegan en su contra (véase tabla 2). La emigración juvenil tiene un papel relevante, ya que los campesinos de mayor edad no pueden invertir el trabajo necesario. «Cuando Pedro [el hijo] está, nos ayuda a la limpia, pero solos ya no podemos» ( Juan, c. p.). Debido a estas restricciones, el uso de herbicidas en sus propias parcelas se vuelve la alternativa menos costosa. «Si no metemos líquido, no podemos contra la hierba. La limpia nos gana y ya estamos cansados». Esto pasa igualmente en las parcelas vecinas, por lo cual el cultivo de una rica agrobiodiversidad se torna cada vez más inalcanzable.

Tabla 2 Razones de pérdida o reducción de los cultivos 

Cultivos abandonados/ reducidos Razones de pérdida Número de productores
Frijol, yuca, papaya Requiere alta inversión de fuerza de trabajo 22
Maíz, caña, calabaza, arroz, yuca Enfermedades o muerte del productor 16
Frijol, maíz híbrido, quelites, papaya, tomate, sandía, chícharo Presencia de plagas y uso de herbicidas 12
Maíz, frijol, calabaza, plátano, papaya Baja productividad 11
Arroz, ajonjolí, café, yuca, caña Pérdida de mercado 9
Arroz, frijol, yuca, jícama Cambio de actividad del productor 7
Arroz, frijol Prefirieron comprarlo 3
Maíz, frijol, café Pérdida por ganaderización 2
Maíz, arroz, calabaza, plátano Pérdida por cambio climático 2
Maíz, arroz, caña Otros motivos 10

Fuente: Entrevistas a 59 productores, trabajo de campo, julio 2019.

Refiriéndose a la disminución de la siembra de frijol, el cultivo más abandonado en Tatahuicapan, casi todos los agricultores manifiestan la alta inversión laboral que necesita. «Para cuando empiezas la chapeada, ya terminas; y luego luego la segunda; todo el tiempo hay que estarlo limpiando, y yo ya estoy cansado, ya no puedo ir todos los días a la parcela y el frijol necesita de diario su trabajo, vigilarlo…». Además, el uso excesivo de herbicidas en las milpas o en los potreros vecinos impide recuperarlo en su propia parcela, pues el frijol es muy sensible. Raúl comenta: «La tierra ya no da, y la gente que utiliza el líquido como Tordon y con eso se intoxican las plantas […], se perdió por el líquido; los que fumigan a los alrededores de las parcelas, el viento lleva el líquido y ya no se da el frijol». Antes se sembraban hasta quince variedades de frijol (negro, chiapaneco, bayo, chipo, míchigan, bejuco, patole, blanquito, ojo de venado, chico, redondo, cuarenteno, bolita, bala, morado); actualmente, muy pocos productores (12 de 59) siembran pequeñas superficies de casi solo chiapaneco y negro.

Algunos cultivos se han perdido cuando el productor dejó de sembrar, ya sea por una grave enfermedad o por su muerte. Esto sucedió con el maíz morado, la yuca larga y el camote morado. «Por causas de salud, dejé de sembrar maíz morado y perdí esa variedad», cuenta Aurelio. «Se perdió la caña morada cuando el señor Hilario falleció», relata Valentina. «Cuando se enfermó mi mamá, ya se dejó de sembrar el camote morado. Se perdió el bejuco», recuerda Gonzalo. La falta de seguimiento en el cultivo de ciertas especies está relacionada igualmente con la emigración de jóvenes, ya que se necesita de su inversión laboral y también de su involucramiento en la transmisión de los conocimientos agrícolas y ecológicos.

Las causas más importantes para abandonar un cultivo son la alta inversión de trabajo, la presencia de plagas, el uso de herbicidas, la poca productividad y los precios bajos que no permiten recuperar los costos de producción. Ante estas limitantes, los ejidatarios mayores se desaniman y renuncian a sembrar varios cultivos, a pesar de su gusto por consumirlos. Con la pérdida de cultivos se resquebrajan conocimientos agrícolas y ambientales. Los ancianos no solo cumplen con la función de acumulación y distribución de los conocimientos, sino también son los depositarios de la experiencia colectiva agraria. Ellos mantienen una rica variabilidad genética de los maíces cultivados y los conocimientos asociados. Cuando se decide no cultivar una especie o variedad, se pierden los conocimientos englobados en el sistema milpero: resistencias a plagas, vientos o sequías; asociación de cultivos para el manejo de plagas; rotación; ciclos de regeneración de la vegetación y el cultivo para la recuperación de fertilidad, y cacería como control de fauna que se alimenta de la milpa. Estos conocimientos se diluyen cuando se deja de cultivar la agrobiodiversidad.

Sin seguridad alimentaria: «Sufrir más porque no tenemos dinero para comprar»

Van metiendo nuevos alimentos, antes no se comía la sopa instantánea, orita ya se consume. Las carnes frías no las conocía la gente y orita ya. Va a quedar ciertos lugares namás como para consumo tradicional, pero va a cambiar. Se van a seguir perdiendo cultivos porque la gente prefiere una comida ligera y rápida; hay veces que el trabajo obliga a hacer una comida ligera. Te está presurando, órale y vámonos, el metate y eso se va a perder.

Gonzalo Bautista

El logro de la seguridad alimentaria ha devenido un objetivo prioritario para muchos gobiernos, incluido México. A nivel local, este propósito se desvanece frente a múltiples amenazas, como el cambio climático, la inestabilidad de precios y la volatilidad del mercado, así como frente a las vulnerabilidades agroalimentarias y socioambientales vividas por las familias campesinas e indígenas y las transformaciones socioculturales en los modelos alimentarios rurales. Construir la seguridad alimentaria implica fortalecer la producción agrícola con muchas conexiones: la inseguridad de la situación agraria, la herencia de la tierra, el envejecimiento, la migración juvenil, el acceso desigual a los recursos, los quiebres identitarios, la inestabilidad de los mercados. Si no se propone amarrar los círculos de estas dinámicas, difícilmente se puede lograr cimentar la seguridad alimentaria en poblaciones altamente vulnerables.

Si partimos de la definición de seguridad alimentaria como el acceso de toda la población en todo momento a una cantidad suficiente de alimentos para una vida activa y sana, tendríamos que analizar hasta qué punto hay una suficiencia en la disponibilidad de alimentos y en el acceso a estos. Si existen fisuras en cualquiera, se llega a una insuficiencia alimentaria. En Tatahuicapan, se dan los dos procesos en diferentes momentos y niveles. Para reducir las vulnerabilidades en la disponibilidad, las familias cultivan dos ciclos: el tapachol (octubre-abril) -sembrado por el 57 % de los entrevistados (34 de 59 agricultores)- y el temporal (junio-diciembre) -sembrado por el 86 % (51 de 59)-. Anteriormente, los ancianos relatan que casi todas las familias cultivaban en tapachol con superficies parecidas a las de temporal. Actualmente, muchos ya no lo siembran por la disminución de la precipitación en ese periodo y por el trabajo invertido; los campesinos que siguen sembrando en tapachol han reducido su superficie (en promedio 0.5 ha). Igualmente, la superficie de la milpa de temporal se ha reducido;17 el promedio actual es 1.7 hectáreas por familia (máximo, 7.5 hectáreas), con rendimiento promedio de maíz en año bueno de 1.55 ton/ha y en año malo de 460 kg/ha.18 Esto significa que, en años buenos, si destinaran todo al consumo, las familias tendrían en promedio 4.2 kg diarios; en cambio, en años malos, tendrían solo 1.3 kg. La disponibilidad del maíz varía año con año, pero también en función de las dimensiones y las necesidades de la familia, así como de los patrones de su distribución en cada una. En promedio, las familias venden 350 kg de maíz al año. En este sentido, el consumo de maíz en Tatahuicapan en años malos está por abajo de la media nacional (254 kg per cápita anual).

En tapachol, el 96 % de los agricultores entrevistados siembra únicamente maíz; mientras que en la milpa de temporal, una tercera parte (37 %) combina en promedio dos variedades de maíces nativos con otros cultivos (24 con frijol y 22 con calabaza, N = 59 productores). La superficie de frijol ha disminuido a 0.36 ha, con rendimiento promedio de 300 kg/ha en año bueno y solo de 103 kg/ha en año malo, por lo que las familias no cubren su consumo con su producción. El resto de los cultivos, por lo general, son para autoconsumo y, en menor proporción, para la venta.

La disponibilidad de los cultivos básicos se ha reducido desde hace varias décadas. Podemos concluir que no hay una suficiencia en la disponibilidad de los alimentos básicos (maíz, frijol, arroz, calabaza) a partir de su propia producción. Por ello, se ven obligados a su compra. Para algunos ejidatarios mayores, el abandono de cultivos representa mayor dependencia en la compra de alimentos.

«Si encuentro la semilla, la voy a sembrar, para que no vayamos a comprar a la tienda. Antes producíamos mucho maíz y frijol, ahora es puro comprar y si luego no tenemos dinero, ¿qué vamos a hacer?». Por este miedo a perder su seguridad alimentaria, no heredan en vida a sus hijos, pues temen que ellos puedan vender la tierra y ellos quedarían dependientes totalmente de la compra de alimentos.

La suficiencia en el acceso a los alimentos varía ciclo con ciclo y depende de las condiciones socioeconómicas familiares: del trabajo asalariado, las remesas, la estabilidad de la fuerza de trabajo y los programas asistencialistas (Programa 70 y Más). Si los grupos domésticos campesinos no tienen esto, la descapitalización (venta de su ganado, parcela) puede ser rápida, dependiendo de sus condiciones. Tatahuicapan vive las paradojas alimentarias que aquejan a la mayor parte de las comunidades rurales: a) desnutrición infantil y senil; b) mala nutrición que lleva a enfermedades crónico-degenerativas y obesidad. Tatahuicapan es un reflejo de las inequidades y contrastes nacionales. Mientras en algunos hogares se consumen mariscos y carne cotidianamente; en otros, se compran alimentos ultraprocesados; y en otros más, se siguen basando en la dieta milpera. Esto depende de la disponibilidad de alimentos y del acceso a estos que cada hogar tenga.

Control de espacios políticos: La voz cantante del ejidatario

En Tatahuicapan, el título de ejidatario es la herramienta más efectiva -si no es que la única- para tener voz en la toma de decisiones comunitarias. No obstante, entre ejidatarios hay distinciones, y la población reconoce dos grandes tipos: los nativos, población de origen nahua, tradicionalmente dedicada a la agricultura, y los foráneos, población mestiza, originaria de otras regiones del estado o del país, que ha ido comprando tierras en el ejido para dedicarlas fundamentalmente a la ganadería extensiva. Esta distinción constituye la base de una inquietud compartida por muchos campesinos mayores: la tendencia de los jóvenes hacia la venta de parcelas diluye la presencia de los nativos en el ejido, restándoles poder de decisión y control sobre el territorio, sus recursos y sus creencias.

En Tatahuicapan, al tener la presa del Yuribia en su territorio -la cual abastece en una alta proporción a Minatitlán y Coatzacoalcos-,19 el uso y el destino del agua ha sido una mancuerna política entre autoridades ejidales, municipales y autoridades de Minatitlán y Coatzacoalcos. A pesar de que el agua es de toda la comunidad, las decisiones se toman todavía, sobre todo, en el ámbito ejidal, dominado por hombres de edad madura, aunque en momentos de conflicto y negociaciones, las autoridades municipales intervienen suscitando áreas de decisión poco definidas entre poder municipal y ejidal.

Jóvenes y mujeres han participado en las movilizaciones políticas importantes, defendiendo la presa con su vida, pero después son actores excluidos en la toma de decisiones en las asambleas ejidales. Esto desalienta a los jóvenes para participar en la defensa de su territorio, ya que sienten que son desplazados en dicha toma de decisiones. No solo los adultos mayores tienen control de los recursos estratégicos, como el agua del río Tezizapa y manantiales, sino sobre las decisiones políticas tejidas con autoridades regionales, estatales y nacionales.

El caso del agua ha sido icónico respecto al poder de negociación que el ejido es capaz de alcanzar cuando existe un interés común a todos los ejidatarios. No obstante, en otros ámbitos, como el agroalimentario, las diferencias internas, claramente ligadas a divergencias culturales entre nativos y foráneos,20 se han convertido en un factor relevante en la construcción de vulnerabilidades. Mientras los campesinos nahuas -especialmente los de mayor edad- articulan alternativas productivas emergentes -como la ganadería-, con las prácticas agroalimentarias tradicionales bajo un valor cultural a la agrobiodiversidad y al «monte», los foráneos han sido acusados de extender una forma de ganadería insensible a la cultura de los nahuas y promotora de devastación ambiental. De acuerdo con los agricultores nahuas, hacia dónde se incline la balanza en el ejido será determinante para su futuro socioambiental.

Para los ejidatarios mayores, acostumbrados a participar activamente de un entorno socioambiental fuertemente politizado, el creciente número de ejidatarios foráneos representa una amenaza a su soberanía territorial y política. Los viejos reclaman la falta de interés de los jóvenes en mantener dicha soberanía a través de la adquisición del título de ejidatario y del uso tradicional de la tierra. Sin embargo, ¿es realista esperar que los jóvenes se identifiquen con una identidad política que por décadas ha pertenecido exclusivamente a sus padres o abuelos?, ¿es esta identidad compatible con aspiraciones construidas en espacios alejados del ejido, como la escuela o los medios modernos de información y comunicación?

De acuerdo con los jóvenes que entrevistamos, en el ejido coexisten la exclusión de los jóvenes de los espacios de toma de decisión y control de los recursos, y la presión social por dar continuidad a los intereses de las generaciones anteriores.21 Nuestras observaciones en campo lo confirman. Al preguntar, por ejemplo, a Elías, campesino de 26 años, si tener más apoyo del gobierno ayudaría a que los jóvenes recuperaran el interés en el campo, él comenta:

Está difícil… Aunque el gobierno dé programas, a muchos jóvenes ya no les toca porque no tienen parcela -¿no tienen porque la vendieron?-. Algunos la vendieron, otros porque sus papás no les dan, los papás la vendieron cuando dejaron de trabajar o los papás, aunque ya sean grandes, ahí siguen y a ellos no les toca. Lo que pasa es que el ejidatario es el papá, no ellos [los jóvenes].

Al mismo tiempo, don Félix Bautista, de 77 años, nos dice:

Ahorita ellos [los jóvenes] ya no hacen ni caso ni nada en que sea ejidatario, ya uno le dice: «Hijo, vamos a hacer este trabajo», y ya nada, sino que el hijo: «No, no, yo voy a tal parte», y el papá queda solo. […] Aquí hay un señor, tiene sus hijos, tiene su parcela hasta allá… nunca lo siguen; hay muchas víboras pa allá, ¿qué tal que lo pica y se muere? Nadie lo acompaña. Ahorita los hijos están en Monterrey.

Para muchos jóvenes, estas contradicciones se convierten en tensiones que les dificultan tanto construir como navegar sus propios proyectos de vida; a veces, son causa de rupturas intrafamiliares irreparables. Paralelamente, los ancianos enfrentan el hecho de que ser viejo ya no les garantiza el respeto y protección «de antes», sentimientos que ellos sí profesaron hacia sus padres.

Migración juvenil: «Aquí, el que no tiene tierra no se puede quedar»

En Tatahuicapan, como en gran parte del país, la migración ha sido un fenómeno social y económicamente relevante desde hace varias décadas (sobre tendencias históricas en la región, véanse Léonard, Quesnel y Del Rey Poveda 2004; Del Rey Poveda 2007; Velázquez Hernández 2013). No obstante, la movilidad de la población joven ha adquirido matices particulares en los últimos años, en gran parte asociados a la reestructuración de los mercados laborales en la región y a cambios socioculturales de gran escala, como el aumento del nivel de escolaridad entre la población rural del país y el acceso cada vez más generalizado a medios y tecnologías de la información. Históricamente, la migración ha sido una estrategia de diversificación económica que ha permitido a los campesinos financiar y dar continuidad a sus actividades agrícolas frente a las adversidades ambientales y político-económicas. Sin embargo, los jóvenes tatahuicapeños construyen expectativas y proyectos de vida mucho menos vinculados al ejido y a la agricultura que las generaciones previas.22 En muchos casos, este distanciamiento cultural es seguido por un distanciamiento físico que se vuelve un paso necesario para concretar proyectos de vida «fuera del campo».

De los 59 ejidatarios que entrevistamos, 43 (73 %) cuentan con al menos un hijo que vive o ha vivido fuera de Tatahuicapan; de ellos, el 11 % se ha dirigido a algún destino en el estado de Veracruz, el 80 % a algún otro destino nacional y el 6 % a diversos puntos en Estados Unidos de América. Solo la mitad (49 %) de estas migraciones se han traducido en remesa para el hogar expulsor. Esto se relaciona con las ocupaciones de los migrantes en el destino, que en su mayoría corresponden a empleos de escasa remuneración (véase fig. 5), pero también responde a una desarticulación entre los migrantes y la economía del hogar expulsor que, según los ejidatarios, se ha vuelto bastante común. Al respecto, dos ejidatarios nos comentaron:

Ellos, como jóvenes, tienen sus necesidades personales, no es de que ayuden a los padres; hasta que ya no puedan más, los hijos sí apoyan a los padres. Yo me imagino que ya es un apoyo que ya no le des a tu hijo: ya no me pide para su pantalón, su camisa, sus zapatos. Que ya no te pidan de comer (Bertoldo Martínez, c. p.).

Fuente: Entrevistas a 59 productores, trabajo de campo, julio 2019.

Figura 5 Ocupación de los migrantes en el destino. 

[…] ahora de mi enfermedad como que no me echó la mano [habla de su hijo, que actualmente vive en Irapuato], me vio como una persona particular que no es nada, ya no me hizo caso como su papá, me soltó la mano, yo me he enfermado y no me echó la mano en nada (Alejandro Martínez, c. p.).

En este panorama, no sorprende encontrar que la mano de obra agrícola en Tatahuicapan esté conformada, en gran parte, por campesinos de edad avanzada. Sin embargo, llama la atención que solo tres (5 %) de los ejidatarios entrevistados reconocieran el envejecimiento o la eventual escasez de mano de obra como una consecuencia de la ausencia de jóvenes en la localidad. En contraste, la mayoría de los entrevistados identifica esta tendencia como un resultado de la falta de interés generalizada de los jóvenes en el campo, que no depende únicamente de su presencia o ausencia en Tatahuicapan. Como señalan algunos ejidatarios:

Los jóvenes no quieren trabajar, yo he buscado a los chamacos para que me ayuden, pero no quieren, mejor los adultos aceptan trabajar el campo (Servando Martínez, c. p.).

Cien por ciento [de los jóvenes] están en la flojera, porque les gusta trabajar en donde ganan, en donde les pagan al día; y en donde no les pagan al día no aportan su tiempo, y un campesino es cuestión de trabajar, no sabemos cuánto gane hoy, pero Dios me está regalando buena bendición (Regino Hernández, c. p.).

Asimismo, la migración ha tenido consecuencias importantes en la venta de tierras del ejido. La venta puede suceder al abandono de parcelas que resulta de la ausencia de los migrantes; aunque en Tatahuicapan no es común que la migración implique el abandono de parcelas. En contraste, los ejidatarios mencionan que, actualmente, la venta de tierras es un recurso utilizado por los jóvenes para emprender proyectos migratorios «ambiciosos»; es una forma de financiar el cruce de la frontera a Estados Unidos de América, el pago de varios meses de renta de vivienda en ciudades como Ciudad Juárez o Monterrey, o la colegiatura y gastos de manutención de quien sale de la localidad para estudiar. Respecto a la venta de sus parcelas, don Felipe y don Julio, ambos exejidatarios, relatan:

Cuando yo estaba más nuevo [joven], salió oportunidad de irme para Estados Unidos [de América], solo que cobraban caro el cruce. […] Ese dinero me lo iba a prestar mi familia que está allá [en Estados Unidos de América], pero luego no se pudo y fue que tuve que vender el terreno (Felipe Luis, c. p.).

Mis hijos me insistieron, que con el dinero [por venta de la parcela] iban ellos a ir a Ciudad Juárez y a Estados Unidos [de América] a trabajar, y luego cuando ahorraran íbamos a comprar taxi. Eso me convencieron. Pero pasó el tiempo y no se hizo nada y tampoco ellos regresaron. Ahora me arrepiento ( Julio Hernández, c. p.).

En este sentido, destacan fuertes diferencias generacionales respecto a cómo se percibe la tierra en tanto recurso estratégico para concretar proyectos de vida.

Reflexiones finales: Controversias en el futuro agrícola y la seguridad alimentaria

Ahora a muchos jóvenes les gusta la mota. A veces comen, a veces no, así andan vagando. Va a haber una tristeza de alimentaciones (Félix Bautista, c. p.).

En el panorama rural actual, el envejecimiento y la relación entre ejidatarios ancianos y jóvenes sin tierra conllevan múltiples controversias. En esta historia, no hay malos, ni oprimidos, ni irresponsables. Los mundos rurales de Tatahuicapan se enfrentan, se buscan, se alían, se desencuentran; a veces luchando colectivamente contra un cúmulo de vulnerabilidades agroalimentarias, sociales, culturales y políticas. Si recordamos la definición de campesinos de Theodor Shanin (1983), como sujetos sociales, económicos y políticos, tendríamos que preguntarnos: ¿Y los jóvenes qué son? ¿Qué significa social, económica y políticamente ser hijo de ejidatario?

Desde hace décadas, en Tatahuicapan se agudiza una gran complejidad institucional en torno al control de las tierras, el agua y los apoyos productivos, lo que ha suscitado enfrentamientos en los espacios de poder entre el ejido y la alcaldía municipal, entre los mestizos foráneos y los nahuas nativos, entre los ejidatarios que lucharon y sufrieron por sus tierras (ahora ancianos) y los jóvenes con nuevas identidades e intereses por las mismas. Estos desencuentros entre jóvenes y ancianos han suscitado arenas para el despojo silencioso de sus tierras por los mestizos. Por diversas razones, jóvenes que heredan la tierra venden; y ancianos enfermos también venden, siendo los foráneos los beneficiados por el acaparamiento de tierras a través de la compra barata bajo necesidades extremas. Al vincular esta complejidad con el fenómeno del envejecimiento, resalta el hecho de que, fuera del ejido como institución política, no hay espacios para los ejidatarios ancianos. Lo anterior es clave para entender la fuerza con la que muchos de ellos se aferran a pertenecer a dicho espacio. Al mismo tiempo, las prácticas inherentes a esta figura agraria, que concentran tanto la voz como los derechos en los individuos con título de ejidatario, han construido tensiones y distancias intergeneracionales que potencian las vulnerabilidades rurales. Sus formas tradicionales, posiblemente impuestas por el marco jurídico, tienden a complicar la sucesión e, incluso, a entorpecer el relevo.

En este contexto, se vuelve visible una generación -quizás la primera en la historia del ejido- que ya no creció apropiada de la identidad del campesino como agente político. Una generación que por diversos motivos se gesta al margen de esta identidad y, tal vez por ello, no lucha por reclamarla. El desinterés en el campo del que se acusa a los jóvenes tiene que ver con que, para ellos, la oportunidad de integrarse a la arena política de la tierra y la agricultura llega demasiado tarde; si es que algún día llega.

Múltiples limitantes estructurales han conducido no solo al envejecimiento del campo, sino a un envejecimiento abigarrado de vulnerabilidades. Si los campesinos ancianos tuvieran acceso a una pensión digna, a servicios gratuitos de salud, a una seguridad alimentaria que no dependa enteramente de su propia fuerza de trabajo, seguramente el relevo generacional se haría más ligero. Pero, frente a estas vulnerabilidades, obstinarse con sus tierras representa lograr sobrevivir. ¿Cómo dejarlas? ¿Cómo asegurar una vida digna tras heredar sus tierras y su título de ejidatario? ¿Cómo obligar a los hijos a no vender sus tierras? ¿Cómo evitar ser acaparados territorial y culturalmente nuevamente por mestizos de fuera?

Los mismos agricultores reconocen las vulnerabilidades socioambientales, económicas y culturales que les impone el campo tatahuicapeño para construir una seguridad alimentaria. Admiten el abandono de cultivos por la exigencia de mayor inversión de trabajo, por la falta de fuerza laboral debido a la escasa participación de los jóvenes. Aceptan haber reemplazado por herbicidas cultivos básicos como el frijol. Ellos entienden, pero no justifican que se hundan en una dependencia alimentaria que los vulnerabiliza aún más. Ellos observan con tristeza el alejamiento de la seguridad alimentaria y no conciben que los jóvenes prefieran comprar alimentos que cultivarlos. Al mismo tiempo, los viejos empatizan con los jóvenes al reconocer, incluso, que el campo mata. Debido a esto, ellos mismos empujaron a sus hijos a ser mejores que un simple y jodido campesino, les proporcionaron estudios, creyeron en el progreso urbano. Los diferentes caminos impuestos por esa modernidad -desde adentro y desde afuera- condujeron a los jóvenes a buscar alternativas fuera de sus territorios, fuera de su indianidad. No obstante, ahora se les exige compromiso, identidad con lo propio, ser mitad milperos, mitad ganaderos, ser custodios de la agrobiodiversidad.

El campo se ha devaluado económica y simbólicamente. Entonces, ¿cómo pretender que los jóvenes lo valoren? La redignificación del campo debe reconstruirse bajo otros cristales, con colores que los jóvenes colectivamente puedan dibujar. Solo así podrán entender las luchas que sus abuelos/padres desataron y podrán defender la herencia de sus tierras y de sus cultivos.

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Notas

1Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), https://www.cepal.org/es/publicaciones/44374-redatam-informa-diciembre-2018.

2El mayor porcentaje de la población rural se ubica en estratos socioeconómicos bajos (66.4 %); solo una muy pequeña proporción en estratos altos (0.13 %) y el resto en estratos medios (Zapata y Ayala 2017).

3Con base en los planteamientos de la economía y de la ecología políticas, conceptualizamos vulnerabilidad como un proceso histórico multidimensional resultado de la interrelación de las estructuras de poder, las inequidades sociales, la dinámica de las estructuras sociales, la agencia humana y la diversidad cultural forjada por las diferencias de género, clase social, edad, territorialidad y sentido de pertenencia e identidad (Watts y Bohle 1993; Wisner et al. 1994; Oliver-Smith 1996; McLaughlin y Dietz 2008; Ribot 2014; Lazos Chavero 2020).

4Las sociedades indígenas y campesinas estaban gobernadas por sistemas gerontocráticos patriarcales, confiando en los ancianos, por su experiencia, conocimientos y liderazgo (Reyes Gómez 2019). En Tatahuicapan, el consejo de ancianos fue desarticulándose paulatinamente desde la transición de tierras comunales al parcelamiento del ejido en la década de 1970, cuando los maestros jugaron un papel político preponderante. Actualmente, ya no hay un consejo de ancianos, pero los agricultores de la tercera edad dominan en las asambleas.

5El sector primario bajó del 4.4 %, en 1995, al 3.4 %, en 2019, en el PIB nacional (Instituto Nacional de Estadística y Geografía [INEGI], Sistema de Cuentas Nacionales de México, PIB trimestral, serie detallada, identificador DCAT-MEX-INEGI-SCNM.PIBT-AB2013-018. D16).

6La cabecera del municipio de Tatahuicapan de Juárez tiene 15 614 habitantes, el 52 % son mujeres y el 48 %, hombres (INEGI 2016). Cuenta con 8345 ha (aunque en el acta constitutiva aparecían 11 234 ha), originalmente con 466 ejidatarios beneficiarios, que después de la Reforma Agraria de 1992, mediante la compra de tierras, son 767 (según datos tomados del Regristro Agrario Nacional en 2020). De acuerdo con el trabajo de campo realizado en 2019 y Lazos Chavero y Godínez Guevara 1996, las parcelas van de 2 a 20 ha, dedicadas principalmente a la ganadería extensiva y a pequeñas milpas.

7Hablamos sobre el relevado y el que releva por la masculinización del campo. Generalmente, el titular ejidal y el beneficiario son hombres. Últimamente, las mujeres han comenzado a heredar tierras, aunque muchas veces se da solo cuando no hay herederos hombres o heredan las tierras de peor calidad (Deere y León 2000; Arias 2012).

8Se transmite de padre a hijo. Generalmente, las mujeres beneficiarias funcionan como solo enlace entre las generaciones y la mitad de ellas tiene intenciones de transmitirla en vida (Dirven 2002, 30).

9La pareja casada reside con la familia de la esposa.

10La pareja casada reside en una casa distinta a la de los padres, pero en terrenos de la familia del esposo.

11El poder gerontocrático ejercido por los ancianos varones en la comunidad indígena, a través del consejo de ancianos y los sistemas normativos como «usos y costumbres», obligaba al cuidado y protección de los ancianos (Reyes Gómez 2019).

12Situación descrita igualmente por Arias (2012, 7), donde los ancianos no entregan sus tierras porque es su seguro de vida, pero también su forma de negociar el apoyo de los hijos.

13Esta edad es mayor que la reportada a nivel nacional (Cotler Ávalos et al. 2019). Este dato puede estar sesgado, pues los entrevistados fueron seleccionados por haber sido entrevistados en 1996, para seguir su trayectoria. Sin embargo, el comisario ejidal confirmó que la mayor parte de los ejidatarios nahuas son mayores de 60 años.

14Hasta 1985, la región era de intensa inmigración. Primero, por el acceso a tierras; después, por la industria petroquímica. En la década de 1990, la región se volvió expulsora (Del Rey Poveda 2007).

15En la década de 1970, alrededor de la mitad (46 %) de las familias entrevistadas (52) asociaba más de cuatro cultivos en la milpa (Lazos Chavero y Godínez Guevara 1996, 325).

16En la zona zoque-popoluca, los maíces blancos, negros y amarillos son raza tuxpeño. El olotillo es raza tuxpeño con mazorca delgada. En algunas poblaciones, se ve la influencia de la raza olotón, comiteco y zapalote grande (Perales Rivera 1992, 75).

17Al inicio de la ganadería en la década de 1970, la superficie promedio de la milpa de temporal era de 2.6 ha. Grandes agricultores sembraban hasta 18 ha y campesinos pobres solo media hectárea. La superficie de frijol era de 1.8 ha, pero había campesinos ricos con 14 ha (Lazos Chavero y Godínez Guevara 1996, 327).

18En la década de 1970, los rendimientos de maíz oscilaban alrededor de 2.4 ton/ha y los de frijol alrededor de 1.3 ton/ha sin aplicación de fertilizante (Lazos Chavero y Godínez Guevara 1996, 328).

19La Comisión Nacional del Agua (CONAGUA) reporta que la presa Yuribia abastece con 750 l/s a Coatzacoalcos y 250 l/s a Minatitlán. De acuerdo con las autoridades ejidales, el 40 % del caudal de la presa se destina a estas dos ciudades y el 60 % permanece en el municipio de Tatahuicapan.

20También hay fuertes diferencias entre ejidatarios nativos, pero estas se concentran en la divergencia de intereses políticos y no en la heterogeneidad de usos del territorio y recursos del ejido.

21En las asambleas ejidales no ha habido un relevo político. En cambio, para las autoridades municipales sucede lo que en otras regiones: El poder antes ejercido por los viejos ha sido sustituido por población joven bilingüe con educación escolarizada y con mayores relaciones con el exterior (Reyes Gómez 2019).

22La vida prolongada de los padres ha empujado tempranamente a los jóvenes fuera de las comunidades, porque no pueden esperar indefinidamente la decisión del padre (Arias 2012, 7).

* Regresar a una región tan querida después de veinte años, reencontrar a familias tan estimadas con quienes había platicado cuando todos éramos jóvenes, nos entrega a evocar nuestros agradecimientos más sinceros por dejarnos volver a participar en sus vidas. Gracias al financiamiento otorgado por la Dirección General de Asuntos del Personal Académico (DGAPA) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) pudimos realizar el proyecto «Amenazas y vulnerabilidades del campo mexicano: Pérdida de la agrobiodiversidad y del control de las semillas, la migración juvenil y el cambio climático» (PAPIIT IN304519) coordinado por Elena LazosChavero. Agradecemos la dedicación del equipo de investigación en el proyecto: Tania Flores, Adrián Gama, Sara Gugerli, Palestina Llamas, Cloe Mirenda, Jazmín Solís y Esteban Ramírez.

Recibido: 25 de Agosto de 2020; Aprobado: 15 de Septiembre de 2021

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