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Trace (México, DF)

versión On-line ISSN 2007-2392versión impresa ISSN 0185-6286

Trace (Méx. DF)  no.77 Ciudad de México ene. 2020  Epub 13-Abr-2021

 

Reseñas

Los franciscanos vistos por el hombre náhuatl

José Roberto Mendirichaga Dalzell* 

*Universidad de Monterrey, México, jose.mendirichaga@udem.edu.

León-Portilla, Miguel. Ciudad de México: Instituto de Investigaciones Históricas-Universidad Nacional Autónoma de México, 1985. 87p. Serie de Cultura Náhuatl. Monografías 21,


El libro Los franciscanos vistos por el hombre náhuatl, escrito por el humanista Miguel León-Portilla (1926-2019), apareció publicado por el Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM hace 35 años.

En su introducción (1-5), el autor señala: “Numerosos franciscanos dedicaron buena parte de sus vidas a indagar acerca de las culturas de los pueblos de Mesoamérica […] Precisamente a la luz de La visión de los vencidos, en el sentido más amplio de lo que ella implica, es como cabe indagar acerca de una interpretación indígena de las personas y las obras de los franciscanos”.

León-Portilla, en la misma introducción, distingue la evangelización franciscana antes y después del Concilio de Trento (1545-1563), a la vez que hace referencia a los trabajos de Robert Ricard y John Leddy Phelan -La conquista espiritual de México y El reino milenario de los franciscanos en el Nuevo Mundo, respectivamente-, así como al de Charles Gibson, Los aztecas bajo el dominio español, 1519-1580, al mismo tiempo que señala: “Sólo en un punto coinciden estos tres estudiosos: ninguno de ellos se propone inquirir acerca de lo que pensaron y manifestaron los indígenas acerca de los frailes ni específicamente de los franciscanos, el asunto que aquí nos interesa. Como vamos a verlo, hay testimonios de primera mano, bastante elocuentes en esta materia”.

Divide Miguel León-Portilla su trabajo en siete capítulos y una conclusión:

  1. Fuentes (7-17). Toribio de Benavente; el Códice de San Juan Teotihuacan, más los códices Azcatitlan, Mexicanus, Talleriano-Remensis, Vaticano A, Aubin, Tlatelolco, Osuna,Tepechpan, Cuetlaxcohuapan; la Crónica de Tlaxcala, de Diego Muñoz Camargo; los Anales de Puebla-Tlaxcala, los Anales de Cuauhtinchan, el Memorial Breve de Culhuacan; los escritos de Fernando de Alva Ixtlilxóchitl; y muchas fuentes más.

  2. Testimonios sobre la llegada de los primeros doce frailes (19-24). Escribe el autor: “De este modo, en algunos casos con palabras edificantes, como las citadas de Chimalpahin, y en otros más escuetamente […], los testimonios citados y otros varios que podrían aducirse, permiten expresar lo siguiente: la llegada de los doce primeros frailes no pasó desapercibida a los ojos de los nahuas […]”. En la Séptima relación de Chimalpahin se lee: “[…] Entonces llegaron los doce padres, los sacerdotes de San Francisco. Fueron directamente a la gran ciudad de México-Tenochtitlan. Allí lo primero que buscaron fue escoger a quien había de gobernarlos, hicieron su custodio a aquel amado de Dios, que sería llamado, nombrado en México y en toda la Nueva España, apóstol, al santo fray Martín de Valencia”.

  3. Los coloquios de los sabios y los doce (25-33). Pero no todo lo expresado por los sabios indígenas es laudatorio hacia los frailes. León-Portilla apunta que “[…] tanto el testimonio de Sahagún, como el de Mendieta y otros no dejan lugar a duda en el sentido de que muy poco después de la llegada de los doce, tuvieron lugar confrontaciones con los indígenas sobre asuntos de interés religioso”. Leamos lo que escribe Sahagún en los Coloquios: “Vosotros dijisteis que nosotros no conocíamos al Dueño del cerca y del junto, a aquél de quien son el cielo, la tierra. Habéis dicho que no son verdaderos dioses los nuestros. Nueva palabra es ésta, la que habláis y por ella estamos perturbados, por ella estamos espantados. Porque nuestros progenitores, los que vinieron a ser, a vivir en la tierra, no hablaban así. En verdad ellos nos dieron su norma de vida […]”. “Nosotros no podemos estar tranquilos y ciertamente no creemos lo que decís, no lo tenemos por verdadero, aun cuando os ofendamos […]. Haced con nosotros lo que queráis […]”.

  4. Más noticias en los Anales y palabras adversas de don Carlos Ometochtzin (35-42). Indudablemente, el teatro franciscano evangelizador “debió agradar al pueblo”, opina León-Portilla; en cambio, el proceso inquisitorial contra el hijo de Nezahualpilli y nieto de Nezahualcóyotl, don Carlos Ometochtzin, señor de Tezcoco, cuyo desenlace fue el que éste pereciera en la hoguera en noviembre de 1539, afectó a la población del Anáhuac. ¿Qué dijo don Carlos? “Huyamos de los padres religiosos y hagamos lo que nuestros antepasados hicieron […]. ¿Quiénes son éstos [frailes y españoles] que nos deshacen y perturban y viven sobre nosotros y los tenemos a cuestas y nos sojuzgan?”. Y, sin embargo, como asevera el autor de Los franciscanos vistos por el hombre náhuatl,“debe reconocerse que la actitud, en general mucho más comprensiva y abierta de los hijos de San Francisco, fue causa de que los indígenas manifestaran en muchas ocasiones que los preferían por encima de cualesquiera otros religiosos o clérigos seculares”.

  5. Testimonios ante la expansión de la obra franciscana (43-56). En los anales y relaciones indígenas hay abundantes noticias sobre la edificación del convento grande de San Francisco, de sus templos, colegios y hospitales, y de los conventos de Tezcoco, Xochimilco, Amecameca, Tlaxcala, Huexotzinco y muchos más. Hay también testimonios acerca de su humildad y pobreza. Igualmente, menciona León-Portilla a aquellos laicos que colaboraron en la obra franciscana, la mayoría de ellos exalumnos del Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, como: Hernando de Rivas, Diego Adriano, Agustín de la Fuente, Antonio Valeriano, Martín Jacobita, Andrés Leonardo, Alonso Begerano, Pedro de San Buenaventura, Diego de Grado, Bonifacio Maximiliano, Mateo Severino, Pedro Pérez, Miguel García, Francisco de la Cruz, Baltazar Juárez, Simón de Buenaventura, Francisco de Mendoza (autor del Libellus de medicinalibus indorum herbis, traducido al latín por Juan Badiano, por lo que se conoce también como Códice Badiano), Domingo Elías, Domingo Soto…, quienes eran traductores, escribanos, maestros, médicos, farmacéuticos, regidores, alcaldes y jueces muy ligados a los franciscanos.

  6. Vestigios de la antigua cultura (57-61). Miguel León-Portilla estudia igualmente algunos vestigios de la antigua cultura que se registran en fiestas, representaciones, cantos e inscripciones, los que están asociados a la presencia franciscana. Por ejemplo, en el manuscrito Cantares mexicanos, que se preserva en la Biblioteca Nacional de México, lo que se refiere al pipilcuícatl o canto de niños, para la fiesta de San Francisco en Tlatelolco, en 1567; o lo que atañe a la danza y a quienes la dirigían en el templo; o ya en 1597, lo que consignan los Anales Mexicanos: “En el día de la fiesta de San Francisco, fue cuando se vio al águila que habían diseñado los pintores. La habían pintado encima de un nopal, en un espacio abierto. Junto a ella se erguía, muy maravilloso, San Francisco y encima se elevaba la Santa Cruz”.

  7. Especial recordación de algunos franciscanos en los textos nahuas (63-74). Auxiliado de las mismas fuentes, León-Portilla menciona los nombres de los franciscanos más recordados: “Estuvo contento así como lego, nuestro amado fray Pedro de Gante”; “Y también en el dicho año 9-Caña, 1570, murió en México nuestro querido padre Alonso de Molina […]. Así dispuso un gran vocabulario de la lengua mexicana”; “Escribió, según lo que interrogó a los que eran ancianos en tiempos antiguos […]. A cinco días del mes de febrero de 1590, fue cuando murió nuestro querido padre fray Bernardino de Sahagún. Se encontraba en Tlatelolco y aquí fue enterrado en San Francisco. Vinieron a enterrarlo todos los señores de Tlatelolco”; y “[…] el primer descubridor de la declaración de las pinturas y cantos, el reverendo padre fray Juan de Torquemada”, cronista y constructor. También hay que acudir al Códice Aubin, donde se menciona el auxilio franciscano prestado en la terrible epidemia del cocoliztli, en 1545.

  8. Conclusión (75-79). SeñalaMiguel León-Portilla : “Quien se haya acercado a estos textos de la tradición prehispánica, en los que se describe cuál era la condición de los macehuales o gente del pueblo, podrá comprender por qué muchos indígenas, consumada la Conquista, encontraron en los franciscanos, según su misma expresión, ‘quienes los llevan a cuestas, como madre, como padre…’. De hecho, frente a exacciones y abusos de toda índole de los encomenderos y a veces también de los antiguos caciques, hombres como Gante, Motolinía, Valencia, Mendieta, Molina, Sahagún y otros muchos, supieron alzar la mano en defensa de los más pobres en el agitado ámbito social de esta región nuclear del Nuevo Mundo”.

Una amplia relación de las fuentes directas consultadas, más bibliografía y hemerografía, completa la obra, a la que se agregan reproducciones de los códices y fotografías de frescos en conventos, donde aparecen estos misioneros franciscanos. Se trata, pues, de un libro que ha dado mucha luz sobre cómo percibieron los naturales de Nueva España a sus primeros evangelizadores.

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