El tema específico de este artículo es el estudio de la materialidad del hule en particular, y de otra sustancia: el chapopote. Retoma varios estudios anteriores y sus aportes (Carreón, 2007, 2006 y 2004) que comenzaron en 1989 a partir de una estadía realizada en la Dirección de Restauración del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), enfocando el análisis en el hule, un material singular,1 desde una perspectiva que consideraba en su totalidad las múltiples facetas de su uso práctico y ritual,2 con el fin de entender mejor su valor simbólico y presencia en la conformación del arte de los mexicas del Templo Mayor de Tenochtitlán, en el que es identificado como una pintura ritual de color negro que posee una significación precisa (Ségota, 1995: 55).
Tradicionalmente el hule, el material más visible del juego de pelota mesoa-mericano ha sido un elemento central en la comprensión de esta práctica, y gran parte de su conocimiento se ha enfocado en su uso como pelota que sobrevuela la cancha.3 En la presente investigación se exploró entendido no solamente como un material con el cual se fabrica la pelota (véase también los estudios de Filloy, 2001: 20-31; Tarkanian y Hosler, 2011: 469-486 y Viesca Treviño, 1986: 21-44 en los que remiten a los muchos otros usos del material), sino que se estudió como una materia significativa que, debido a sus cualidades y potencial discursivo -color, elasticidad, forma, aroma, composición y metamorfosis-, activa conceptos que remiten a categorías y concepciones forjadas tempranamente en ideas y nociones aceptadas, basadas en la comprensión y el manejo de diversos fenómenos ligados a ella. Permiten reconocer la íntima relación del arte indígena con el mundo natural y la manera como el material de las obras es un elemento importante para el artista. Así, el hule formó parte del proceso mismo de creación de las imágenes que lo incorporaron debido a que la sustancia material es parte de su esencia, es decir, existe una estrecha relación entre el material, su forma y su significado. A partir de este proceso de elaboración se observa que la imagen se hace presencia, en el sentido de que es la factura y la materia lo que le concede la esencia divina a la representación.4
La mayor parte de los estudios que se ocupan de los objetos artísticos de los antiguos mexicanos se ha enfocado en la arquitectura, escultura y pintura, y analiza su forma y contenido preguntándose acerca del uso que pudieron haber cumplido; otros, para responder a éstas interrogantes, también se remitieron a la relevancia de los materiales empleados en su fabricación (Navarrete, 1968: 39-40; Gutiérrez Solana, 1977; Heyden, 1980, 1997). Se refirieron a un posible significado intrínseco y específico de cada uno de los materiales que conforman una pieza (Pasztory, 1983; Magaloni, 1994; 2011; Zetina et al., 2011), al mismo tiempo se ocuparon por estudiar los colores y los materiales utilizados en las representaciones de los antiguos nahuas (Dupey, 2004; 2015) tomando en consideración los múltiples aspectos de la sensibilidad indígena que se ciñe al interior de parámetros sensoriales y con condiciones ajenas a la realidad occidental.
Por nuestra parte, consideramos que categorizar los materiales, solamente a partir de su empleo como "materia con la que se hace la pelota", "materia que da olor" o "materia que da color", no refleja categorías indígenas, y más bien, lo que se intenta demostrar aquí, es que a los antiguos mesoamericanos les interesaba que cada material tuviera un sentido y un significado, de manera que los valores que ellos asignaban a cada uno articulaban varias cualidades, y de allí derivaba el simbolismo concedido a dichas materias, vinculadas entre sí al interior de una pieza.
La tecnología moderna al servicio del estudio de las técnicas de la pintura y del proceso de fabricación de los objetos que ahora calificamos como artísticos, resulta importante en la comprensión de la complejidad del pensamiento mesoamericano y ha obligado a los estudiosos a tomar conciencia de los diferentes materiales y sustancias que utilizaba el hombre prehispánico en la fabricación de los objetos artísticos: la diversidad y relevancia en el interior de un contexto ritual, así como a considerar el potencial de la especificidad y la singularidad de cada material o sustancia utilizado en su formulación. Todo apunta a que la elección misma de los materiales no se hizo al azar (Ségota, 1995, 1977) y que de tal modo el significado y sentido, el propósito y el resultado en el interior de un contexto, deriva de sus características, propiedades y del lugar dentro de la taxonomía mesoamericana. En otros términos, los conceptos asociados crean nuevos significados a través de sus múltiples referencias y conexiones, en tanto que son las asociaciones las que definen el significado y la elección del material, lo que muy posiblemente interviene en la significación del objeto.
De tal modo, del estudio del hule nos interesa explorar en qué medida era una materia significativa. En una publicación previa (2006), presentamos el valor de las fuentes documentales, escritas y pictográficas así como de la información arqueológica. Se detectaron sorprendentes contradicciones entre los vestigios materiales y los testimonios documentales acerca del hule y otros materiales de color negro -singularmente el chapopote-,5 por lo que en este caso se abordará la relación entre ambos materiales. Para entender la especificidad de cada uno de ellos nos enfocaremos en algunos aspectos que los distinguen y nos permiten determinar sus cualidades materiales, cuando se utilizaban para muchos fines prácticos y rituales, tanto para hacer esculturas y pintar, y como sahumerios.
El látex y el hule
Los especialistas llaman hule al olli. Específicamente es el producto del olquáhuitl, un árbol tropical de origen americano6 hoy identificado con su nombre botánico Castilla elástica Cerv. (Pennington y Sarukhán, 1968; Martínez 1986). Se clasifica como perteneciente a la familia de las moráceas. El árbol tiene una fronda de forma piramidal que se eleva hasta 25 metros de altura y el tronco es recto. La corteza, de color café grisácea, lisa o ligeramente agrietada, muestra con frecuencia cicatrices, que son los cortes hechos para la extracción del látex, así como conglomerados del exudado ya cuajado, y de color negro en los bordes de sus heridas. Es importante señalar que cuando el árbol es lesionado, mana el látex que se conserva bajo gran presión en sus células tubulares denominadas vasos lactíferos. El látex es de color blanco y prácticamente neutro, cuando sale del árbol. Al entrar en contacto con el aire se vuelve ácido y en el transcurso de unas cuantas horas inicia la coagulación. Con el oxígeno y la luz obscurece y adquiere un color café y, tras evaporarse el agua que contiene, se solidifica y toma un color casi negro de textura ahulada y maleable al tacto. Éste es el material que comúnmente llamamos hule. La transformación cromática y física que sufre el material en menos de 24 horas merece ser observada: de líquido a sólido y de blanco a negro.
El árbol de hule crece hoy en día en la vertiente del Golfo desde el norte de Puebla, Veracruz, sur de Tamaulipas y San Luis Potosí, hasta la península de Yucatán, así como en la vertiente del Pacífico, desde Nayarit hasta Chiapas (Pennington y Sarukhán, 1968). En la época prehispánica el uso del material era ya extendido. Prueba de ello es la distribución de las canchas de juego de pelota, más de 2 000 en la región mesoamericana (Taladoire, 1981). También se ha de considerar que entre sus ofrendas, los olmecas de El Manatí en Veracruz incluían bolas y madejas del material, no necesariamente destinadas al juego de pelota (Ortiz y Schmidt, 1988; Ortiz y Rodríguez, 1989), y que los mayas del Clásico en Tikal lo incluyeron en sus entierros, en tanto que en Calakmul lo usaron en la elaboración de los fardos mortuorios (Jones, 1985; García y Schneider, 2000). También los teotihuaca-nos usaban el hule, lo encontramos representado como sahumerio y pintura en ejemplos tomados de su pintura mural (Carreón, 2004: 25-40),7 así como modelado en forma de bolas.8 Los mayas del Posclásico de igual forma utilizaron el material9 para fabricar las pelotas de juego (Stern, 1966: 34-45; Velásquez, 2015: 251-326), así como para quemarlo. En el Códice Dresde (1988) se representa ardiendo a manera de espiral,10 y en el Cenote de Chichén Itzá el material rescatado en tiras o bolas, en cajetes, o modelado en forma de figurillas antropomorfas, presenta evidentes señales de combustión (Piña Chan, 1967; Coggins y Shane, 1984). Para completar esta introducción cabe registrar que los lacandones todavía en el siglo pasado recolectaban látex para fabricar figurillas y quemaban el hule como incienso (Tozzer, 1957; Bruce, 1973). Asimismo es pertinente registrar los usos del material en un rito que se celebraba entre los totonacos. Bartolomé de las Casas menciona que cuando un sacerdote totonaco moría se le ungía la cabeza "con un ungüento hecho de un licor que se llama en su lengua ole y de sangre de los niños que circuncidaban" (De las Casas, 1967: 207), a la vez que Mendieta registra otro uso del hule que era "universal en muchas leguas y provincias de la Nueva España (1971)." Los hombres de 25 años de edad y mujeres de 16 comían cada seis meses una mezcla de las primeras semillas con sangre de corazones de niños y olli.11
En conjunto estas noticias nos hablan de la extensión del uso del hule a través del tiempo y espacio mesoamericano, y confirman su continua relevancia.12 Nos sirven de antecedentes para conocer mejor el uso del hule entre los nahuas del siglo XVI en el Templo Mayor de Tenochtitlan, donde la presencia del material es constante tanto en el registro arqueológico como en las fuentes pictográficas y escritas.
Usos del olli en la cultura mexica
Los numerosos usos que se le daban al látex y al hule entre los pueblos mesoameri-canos que antecedieron a los nahuas permiten distinguir entre los aspectos técnicos y las propiedades mecánicas del látex, blanco en estado líquido, y del hule, negro en estado sólido. Alonso de Molina (1977), en el Vocabulario náhuatl-español explica que el olli era una goma de árbol medicinal del cual hacían también pelotas para jugar. A su vez, Bernardino de Sahagún escribe que el árbol productor es "grueso, copado", y que al cortar su corteza mana el olli, "el cual se cuaja, endurece, se hace como nervio, recio, bota y es blando, carnudo" (1985: 316, 459, 471-472). En tanto que Motolinía (Benavente, 1971: 67) apunta que el olli es "una goma de un árbol que se halla en tierra caliente al cual punzándole salen unas gotas blancas, que se torna negro."
Es poco posible que entre los mexicas de Tenochtitlan el látex blanco fuera ampliamente conocido y el material que seguro conocían era el hule negro. Ellos, como los demás habitantes de la zona central de México no tuvieron contacto directo con el árbol productor y es probable que los significados del material se hayan formado con base en asociaciones y no fueran producto de su contacto directo con el árbol que crece en tierra caliente (Carreón, 2006; 2007). En otros términos es plausible proponer que el significado del material es profundamente arcaico, que trasciende el tiempo y el espacio, y que sus usos y significados se inscriben en un pasado antiguo en el que participaron muchas culturas mesoamericanas a lo largo del tiempo.
Los testimonios sugieren que el olli, en estado sólido, era el material valorado por los nahuas en vísperas de la Conquista. Los señores nahuas almacenaban las pelotas para el juego y mencionamos algunos de los objetos utilitarios que se fabricaban con el hule: los olcactli, un tipo de calzado con suelas de hule y los olmaitl, los palos con los cuales se hacía sonar el teponaztli (Sahagún, 1985: 316, 471). Asimismo se registra que el material se usaba para fabricar petos (Muñoz Camargo, 1982-1986: 269-270), y evidentemente estamos ante objetos que tuvieron que ser fabricados en algún lugar cercano a la fuente de látex.13
El hecho de que el olli se tributara en pellas, probablemente masas y madejas, y a la vez se vendiera en el mercado en masas redondas y anchas es igualmente prueba de que el material llegaba a Tenochtitlan en estado sólido (Sahagún, 1985: 573) y de su valía. Gracias al Códice Mendocino (1964-l967, lámina 48) podemos constatar que se tributaban 16 000 pellas del material. Aunque desconocemos qué es lo que se hacía con tanto hule; lo que es evidente es que el material del cual se fabricaban las pelotas, "cuando es como nervios" (Durán, 1984: 277) también se ofrendaba y usaba en los templos de los dioses relacionados con varios cultos.
Lo anterior da lugar para mencionar que las ofrendas del Templo Mayor de Tenochtitlan incluían madejas de hule sin quemar así como bolas que nos han revelado las excavaciones llevadas a cabo en ese recinto,14 también permiten contextualizar las figuras antropomorfas fabricadas de hule sólido localizadas en las excavaciones de la llamada Casa de las Ajaracas (Barrera, Gallardo y Montúfar, 2001: 70-77, 406). A la luz del registro de Sahagún (1985: 116-119), que indica cómo las figuras de hule sólido que llamaban ulteteo, figuras de copal y papeles eran ofrendadas en la veintena Etzalcualiztli, se logra entender mejor la extensión de su uso y su función dentro de los rituales que llevaban a cabo los mexicas.
Es pertinente hacer hincapié en un tocado proveniente de las excavaciones de la Casa de las Ajaracas, que fue elaborado con papeles plegados y que tiene una bola de hule adherida. Los ejemplos de tocados con bolas de hule no abundan en la arqueología y en las pictografías son contados: se distinguen por ejemplo en las láminas 3 y 13 del Códice Borbónico asociados con la diosa Teteo Innan y su advocación Tlazoltéotl (Figura 1), mientras que en el mismo códice destacan unos círculos negros en el tocado de la diosa Mayahuel, que Eduard Seler (1991-1993: 247) identifica como representaciones de bolas de olli.
La textura y el color del olli
La manera en la que los informantes de Bernardino de Sahagún se refieren al material da a conocer algunas de sus características y propiedades. A partir de las descripciones de algunos animales y objetos se ofrece la posibilidad de conocer las concepciones predominantes que tenían los nahuas del hule: no lo reconocían como blanco y líquido, lo describen como negro y duro. Explican que la serpiente coatltatapayolli es como una pelota de olli redonda y negra, y que la llamada olcóatl o tlilcóatl también es negra como el olli. De igual manera describen la piel negra de una persona o del ahuizotl, y cómo describen a los chalchihuites que se ofrendaban en Pantitlán. Los informantes indican que estas piedras son oscuras y duras como el olli, por lo que las características de éste igualmente se usan para describir ciertas texturas como la piel de la espalda o la callosidad del talón. Incluso describen las escamas del lagarto acuetpalin duras como el olli, al igual que el corazón del noble malo que endurece. Lo anterior permite pensar que las características que definen al material en el pensamiento náhuatl son el color negro y la textura sólida (Sahagún, 1985: 551,621-622, 648-649, 651-655).
También se distinguen varias acepciones que los nahuas daban a la palabra olli, algunos estudiosos de las pictografías nahuas consideran que son fundamentales para saber cómo consideraban el material. En el Diccionario de elementos fonéticos en escritura jeroglífica, Robert Barlow (1987-1994: 242) muestra las diferentes funciones del glifo olli como antropónimo y topónimo. Llegó a la conclusión de que el círculo negro solo y el rodeado de blanco son glifos que registran el valor fonético ol- de olli (hule), al referirse a los topónimos de Molanco y de Olac. En el Códice Mendocino (1964-l967: láminas 12, 15 y 56) el topónimo Molanco se representa con un círculo negro con la franja blanca alrededor y el locativo -co, a la vez que un círculo negro con la franja blanca alrededor en algunos ejemplos se encuentra asociado al locativo -tlan.15
En la lámina 50 del Códice Vaticano 3773, encima de un templo aparece un círculo negro rodeado de blanco que ha sido identificado como una bola de hule, por lo que Seler (1980: 177-178) identifica al templo como "Ollan, que también es llamado Tlillan." El mismo círculo se repite varias veces en el Mapa de Coatlinchan (1964, lámina 18) y la glosa que acompaña al glifo se lee Tlilhuacan, lo cual no significa que olli (hule) y tlilli (negro de humo) sean lo mismo16 -ya que para la época prehispánica son términos que se refieren a materiales de color negro de diferente procedencia. Lo que muestra es que los glifos que registran el valor fonético ol- de olli con la mancha negra o el círculo negro rodeado de blanco hacen referencia a una de las características sobresalientes del olli: su color negro, que es compartido con otros materiales de ese mismo color.
Determinar por qué el material es caracterizado en círculo negro con un aro de color blanco es relevante, y cabe pensar que se representan los dos colores para referirse a la transformación que sufre el látex cuando se vuelve hule: al pasar de líquido blanco a un sólido negro. Posiblemente en un códice esté presente una escena de extracción de olli. En el Mapa de Cuauhtinchan 3 (1996) entre los topónimos hay uno que se lee como el de olcuahuitl (olli = hule + cuahuitl = árbol). El glifo es un árbol con ramas, pintado de café oscuro y sin follaje. En su tronco se encuentra trazado un doble círculo y, debajo del mismo, un semicírculo, con rayas (Yoneda, 1996: 224-225 y 277).17 Lo que destaca en este caso es que el glifo que está en el tronco del árbol es el mismo que encontramos en el topónimo Molanco, así como en la cancha de juego.
La pelota de hule sólida con la que se jugaba es representada en las pictografías con las mismas constantes. En la lámina 16v. del Códice Tolteca-Chichimeca (1976) se representa a partir de un círculo negro rodeado por una franja blanca,18 (Figura 2) y lo mismo sucede en los documentos pictográficos donde se registra el tributo del material, como se observa en el Códice Mendocino (1964-l967, lámina 48). El material cuando es ofrenda, como en la lámina 15 del Códice Borbónico (1985), se le representa envuelto en papeles rituales (Figura 3), y en otras pictografías las bolas del material están colocadas sobre un aro precisamente para evitar su deformación; y en otras imágenes las bolas de hule, que son usadas como sahumerio, aparecen con largas plumas, papeles rituales o filos de humo asociados. Todo esto da lugar a que consideremos la manera como se han de estudiar los sahumerios cuando hacen combustión y tiene diversas manifestaciones: el humo, el aroma, el calor que expiden y el residuo quemado.
Olli quemado y pintado
Una primera lectura de las fuentes escritas a la luz de los registros arqueológicos y pictográficos nos muestra los múltiples usos del olli, como es el caso del hule que se usaba en estado sólido entre los mexicas, el material se encendía para que ardiera y desprendiera otras cualidades.
Se registra que el hule se quemaba como un sahumerio en varias ceremonias y rituales a manera de resina aromática debido a que expelía un olor agradable (Muñoz Camargo, 1982-1986: 269-270). También en crónicas escritas se hace mención del uso del hule como sahumerio. Fernando Alvarado Tezozómoc en la Crónica mexicana. Escrita hacia el año de 1598 (1980) indica que en la migración mexica el Señor de Culhuacán, al ser invitado a admirar a la diosa Yaocihuatl, llevó "olli, copalli, ámatl, y xóchitl" como ofrenda, y se registra que se ofrecía con papeles y copal en la veintena Tozoztontli (1945-1948: 40).
El hule al quemarse suelta humo y al arder gotea. Diego Durán (1984: 375-376) indica que muchas gotas de hule derretido se derramaban en el agua o se echaban encima muchos pedazos de hule, y es principalmente a partir de las descripciones que él y Sahagún hacen (1985: 168-171; 1950-1982: 207-214), por las que aprendemos que el material era importante en muchos de los rituales nahuas tanto en estado sólido como en estado líquido.
Con lo anterior, se enfatiza que no sólo se usaba el hule en estado sólido como sahumerio, sino también derretido, como aceite. Por ejemplo, en la veintena Et-zalcualiztli, cuando eran llevados al sumidero de Pantitlán los ulteteo, las figuras de copal y papeles, el ministro de Tláloc se untaba olli derretido en el rostro. Ahí, en una canoa con remos azules y manchados con olli, transportaba los corazones de los sacrificados en una olla azul teñida con olli en cuatro partes y papeles manchados de olli. Terminaba arrojando esos objetos al agua (Sahagún, 1985: 116-119).
El hule quemado y derretido ha sido identificado en la superficie de varios objetos. En el tocado fabricado de papeles plegados con una bola de hule adherida (Figura 2) se ve que el material fue salpicado. También otros objetos y ofrendas hechas de papeles de la misma Casa de las Ajaracas fueron utilizados en rituales y posteriormente depositados, (Barrera, Gallardo y Montúfar 2001: 70-77), presentan gotas hechas por el aceite de olli: son manchas de color negro intenso, algunas rodeadas de áreas requemadas, lo cual sugiere que el hule incandescente fue salpicado sobre la superficie. Este material de profundo color negro se obtenía de la siguiente manera: "poniéndolo en un asador y encendiéndolo a la llama de fuego, y en comenzando a arder comienza a gotear licor negro, como tinta y ha de gotear en una escudilla" (Sahagún, 1985: 696).19 Con las pruebas que se realizaron con el hule, se registró que cuando se pone al fuego hace una llama que enciende rápidamente, el humo de color negro es muy denso, mancha y tiene un aroma acre y fuerte. Al mismo tiempo, gotea un material viscoso, cremoso y de color negro graso. Estas gotas son las que se salpicaban sobre papeles rituales y les servía para pintar los rostros y cuerpos de las deidades y sus representaciones en el ritual vivo.
El aceite salpicado en papeles rituales que hacían las veces de vestidos y tocados de las deidades y sus representaciones era usado como pintura facial y corporal (Sahagún 1985: 99, 106, 493, 697 y Durán, 1984: 198, 244, 277, 375-376). El olli también se usaba para pintar diversos objetos perecederos como figuras de masa de semillas, mazorcas de maíz, papeles rituales, una coa, una barca con remos, y se observa una olla azul teñida con olli en cuatro partes. Gracias a crónicas, que describen las fiestas y ceremonias, así como los atuendos de las deidades, es posible reconocer en las pictografías las marcas que representan el aceite de olli salpicado y rayado.
El estudio comparativo de los códices y las crónicas de los religiosos, a la luz de los estudios de académicos como Eduard Seler (1980:177-178; 1991-1993: 220-269), Francisco del Paso y Troncoso (1985), Wigberto Jiménez Moreno (1974), José Corona Núñez (1964-1967), Doris Heyden (1971) y Henry B. Nicholson (1977: 145-170) permite identificar representaciones del olli en códices y esculturas de barro y piedra y precisar una evidente diferencia entre las maneras de representar el olli. En las veintenas de Tóxcatl, Miccáilhuitl, Xocotlhuétzi y Ochpaníztli, deidades como Teteo Innan o Xiuhtecuhtli llevaban la pintura facial de olli que rodeaba su boca y círculos en las mejillas, en tanto que su indumentaria presentaba gotas simbolizadas a partir de marcas trazadas a manera de circunflejos trazados en hileras; y en las veintenas Atlcahuálo, Tozoztóntli, Huey tozóztli Etzalcualíztli, Tecuilhuitóntli, Tepeílhuitl y Atemóztli, los dioses Tláloc y Chicomecóatl, por mencionar algunos, participantes en los rituales, llevaban también el aceite en sus atuendos, pero en este caso estaban cubiertos con cruces, equis y asteriscos, también llevaban el cuerpo cubierto de este material o tenían barras de olli manchadas en las mejillas (Carreón, 2006: 105-110, 115, 130) (Figura 4 y 5).
Evidentemente estas diferentes marcas pintadas y trazadas de color negro son esquematizaciones de las diversas formas que adquiere el olli salpicado y manchado en el ritual vivo, refieren a deidades y cultos particulares. Se distinguen en las imágenes de los códices, en los muros y en la superficie de objetos cerámicos y piedra, por su color, forma y soporte. Son marcas que para los antiguos nahuas traían a la memoria o a la imaginación la sustancia que era aplicada en los rituales de diferentes maneras sobre diversas superficies; es decir, que funcionan como convenciones culturales propias de los nahuas para evocar el olli, aunque no fuese hule el material con el cual se pintaban.
Dar chapopotli por olli
Motolinía (Benavente, 1971: 66-67, 380-381) describe cómo al quemar el olli dejaban caer las gotas negras sobre papeles pintados y lo aplicaban a los carrillos20 de los ídolos. Además, agrega que el material sobre los rostros tenía dos y tres dedos de grosor.
Si bien hemos visto que la evidencia arqueológica se complementa por datos que registran las fuentes escritas y las pictografías nahuas del Altiplano Central, las noticias a las que apunta detectaron sorprendentes contradicciones entre los vestigios materiales y los testimonios documentales. Valiéndonos de técnicas químicas, logramos determinar que muchas de estas marcas, cuando vienen aplicadas en códices o en la superficie de esculturas de barro y piedra, no están pintadas con hule o aceite de hule, sino con otros materiales de color negro. Así, las marcas que evocan al olli muchas veces se pintaron con chapopotli.
¿Por qué fueron pintadas con chapopote? Por ser éste un material que nos logra transmitir la misma carga simbólica que el hule, aunque de ninguna manera debe confundirse con él. En otros términos, el olli es sin duda hule, pero en la plástica mexica no encontramos látex o derivados. La ausencia y la presencia del chapopotli exigen explicar la discrepancia.
Ejemplifiquemos a partir de la imagen de Tláloc. Por lo general, las descripciones de la deidad proporcionadas por los textos escritos especifican que se le ofrendaban papeles llenos de olli y era vestido en papeles salpicados del mismo durante los rituales y ceremonias. Respecto a la pintura corporal se dice que el dios llevaba los brazos y piernas pintados de negro y la pintura facial es de varios materiales (Pomar, 1982-1986: 73). Sahagún (1985: 316-318) nos aclara que la pintura facial era compleja: la cara cubierta con tizne, pintada con olli, manchada de negro y con semillas de amaranto en las mejillas. En las pictografías nahuas se distinguen imágenes del dios con el cuerpo pintado de color negro y en ocasiones el rostro pintado con dos distintas tonalidades y densidades de negro. Así lo apreciamos en la lámina 4 r. del Códice Telleriano Remensis (1964-l967: 152-336; 1995, lámina 4r) (Figura 6).
En el Códice Florentino (1979, libro 1, folio 10r) aparece con el cuerpo y el rostro negro; mientras que en los Primeros memoriales (1993, folio 261v) su cuerpo está pintado y se distinguen las formas de cruz o equis en su tocado. En las láminas 23-26 del Códice Borbónico (1985) igualmente encontramos al dios pintado de color negro con sus ropas pintadas de asteriscos.
En las imágenes tridimensionales de Tláloc el dios es representado con características semejantes: su rostro cubierto con una pintura de color negro y el tocado con las marcas del asterisco (Hasbach, 1982: 369; Ségota, 1995: 49-50). Durante las excavaciones en el Templo Mayor de Tenochtitlan, en la ofrenda 56 se encontró una vasija con la efigie de Tláloc de la que se tomaron muestras del material negro que presentaba en diversas partes de la pieza. Se determinó que el material negro aplicado al rostro de la deidad que cubre la quijada y las mejillas, sin base de preparación, es carbón, mientras que el material negro en el tocado, aplicado sobre una base blanca de estuco, es bitumen o asfalto; esto es, chapopote. En este caso no tenemos gotas de hule derretido salpicadas sobre la superficie como las tenemos en el caso del tocado de papel de la Casa de las Ajaracas, sino que el tocado de Tláloc ostenta las formas esquematizadas que representan las gotas y manchas de hule salpicado o embadurnado, pero trazadas y manchadas con chapopotli.
El color negro es una de las características y propiedades que definen al olli en el pensamiento náhuatl. Lo anterior permitió explicar la ausencia del hule en las pictografías y en los objetos arqueológicos de piedra y barro en los resultados de la cromatografía de gases en los que no se detectó la presencia de hule.21 En el caso de la vasija efigie de Tláloc, los resultados de las muestras tomadas de la pintura facial y la indumentaria de varias esculturas procedentes del Templo Mayor de Tenochtitlan y de otras piezas que alberga la Sala Mexica del Museo Nacional de Antropología en la Ciudad de México, demuestran que las marcas que evocan al olli no fueron pintadas con hule, sino que el color negro es resultado del chapopote (Carreón 2006: 166-176), al igual que los resultados de los análisis de las muestras tomadas principalmente de las mejillas y la punta de la nariz de la escultura del Chac Mool y de los rostros de los portaestandartes, así como de las esculturas de Nappatecuhtli y de los braseros de Tláloc (Franco, 1990: 90; 1983: 313-348; Hernández Pons, 1983).
Es relevante que en las esculturas se encuentre el chapopote en el lugar y la forma del hule, por lo que es necesario plantear la interrogante en cuanto a la relación entre los dos materiales. Sobre todo porque paradójicamente, en varias circunstancias no se puede conocer la composición del color negro que se aplicaba sobre los objetos, ya que no siempre es viable tomar muestras del material negro.
Es significativo que el material que identificaron los análisis químicos haya resultado ser asfalto; debido a que no se menciona frecuentemente el chapopotli en las fuentes escritas. Debemos por ello precisar qué es este último material.
El chapopotli antes de los mexicas
El chapopote, del náhuatl chapopotli, es el bitumen o asfalto, un género de mineral. Sus componentes son estructuras químicas complejas de carbón e hidrógeno, químicamente similar al petróleo. Se produce en el interior de la tierra y es producto del refinamiento, por procesos geológicos, de depósitos de petróleo. El material forma vetas en rocas arsénicas o calcáreas dolomíticas, o bien forma mantos y yacimientos subterráneos que brotan hacia la superficie de la tierra y el mar. En México, el chapopote es muy abundante en la costa del Atlántico, existen yacimientos naturales en la planicie costera del Golfo de México, sur de Veracruz, norte de Tabasco y también mar adentro (Wendt, 2006). Como en el caso del olli, es posible que el chapopotli sea un material cuyo significado se inscribe tempranamente en el pasado antiguo en el que participaban muchas culturas mesoamericanas a lo largo del tiempo, y cabe pensar que numerosos de los usos y nociones que le daban los nahuas del siglo XVI al material fueran heredados de los pueblos antecesores, y vivían cerca de las fuentes de su producción.
El chapopote era importante entre los olmecas, ya que mantenían un control exclusivo de este recurso considerado indispensable. Los habitantes de San Lorenzo, Veracruz, La Venta, Tabasco y de El Manatí usaron el chapopote que recogían en la superficie del agua de ríos y estanques, o bien de los nódulos arrastrados por el mar hasta las playas, lo almacenaban en trozos, en esferas o en formas modeladas (Wendt, 2007: 57; Symonds et al., 2002: 83). También explotaron sus diversas cualidades mecánicas para sellar acueductos y fabricar filosos cuchillos con mangos de chapopote (Ortiz y Schmidt, 1988: 141-154; Ortiz y Rodríguez, 1989: 13-22).22 Comerciaban con el chapopote y por medio de redes regionales de intercambio abastecían a otras distantes de las chapopoteras. En Tlatilco, estado de México, se localizó una esfera grande de chapopote en un entierro (Aguilera, 1980).
Los usos prácticos que se le dan al chapopote hablan de su importancia. Se utilizó como recubrimiento para madera, como ejemplo, en las orillas del río Coatzacoalcos fueron localizadas piraguas con recubrimiento de chapopote,23 y se reportan algunos de los tempranos usos del material en El Tajín, Veracruz (Pascual Soto, Arturo, comunicación personal, 2012 y 2015: 40-43). En la ciudad huasteca de Tamuín, San Luis Potosí, también se localizaron restos, en este caso fue empleado para cubrir los pisos de las habitaciones y las fachadas de los templos (Porter Weaver, 1981: 413; Ochoa, 1989).
La textura y el color del chapopotli
Los olmecas lo procesaban calentando trozos del material quebradizo en recipientes (Symonds et al., 2002: 70-83) y lo empleaban como pintura. Aplicaban pequeñas cantidades del material derretido sobre vasijas y figurillas fabricadas de barro (Coe y Diehl, 1980: 152, 260, 390, 395) y la misma utilización del material se encuentra en piezas procedentes de Tlatilco, Ciudad de México, lo cual ejemplifica la antigüedad y extensión de su uso entre los habitantes que poblaron la región mesoamericana (Porter Weaver, 1981: 229). El chapopote con mucha frecuencia también se localiza aplicado sobre la escultura de barro sólido y hueco perteneciente a la cultura de Remojadas, en la región del Golfo, principalmente en Veracruz (Brüggemann, 1996), a la vez que se menciona su presencia en otras áreas de México. Por ejemplo, en la Costa Oriental de Quintana Roo en sitios como Xcaret y Punta Pájaros se han reportado fragmentos de chapopote (Con, María José, comunicación personal, 2012),24 aunque no se menciona su uso como pintura.
Es evidente la relevancia del material. Es en la pintura ritual de color negro que posee una significación precisa ubicada en sitios específicos prominentes para acentuar detalles de la anatomía y manifestar cierta significación. Es notoria la salpicada y rayada en muchas piezas de la producción plástica descubierta en el Templo Mayor de Tenochtitlan, en la que no encontramos hule: las efigies de Tláloc, la escultura del Chac Mool, los portaestandartes y algunas máscaras de piedra estilo Mezcala (López Luján, 1989: 74) recibieron aplicaciones de chapopote para acentuar los detalles del rostro.
La fuerte presencia del chapopote en las fuentes arqueológicas contrasta con la escasa información que se tiene de su uso en las crónicas escritas. El Códice Mendocino no registra datos acerca del chapopotli. Sin embargo, en el siglo XVIII, Francisco Javier Clavijero (1964: 10) nos indica que en la época prehispánica había gran abundancia de asfalto, betún de Judea, en las costas de los dos mares y ambos pagaban tributo al rey de México. Es posible pensar que esas tempranas redes de intercambio que llevaron el material del Golfo de México al Altiplano Central durante el Preclásico continuaran hasta el siglo XVI.
En el libro X, capítulo 24, folio 64v. del Códice Florentino (1979) se da a conocer cómo un hombre recolecta este material y se registran los siguientes datos: "El chapopotli es un betún que sale de la mar, y es como pez de Castilla, que fácilmente se deshace, y el mar lo echa de sí con las ondas, y esto ciertos y señalados días, conforme al creciente de la luna; viene ancha y gorda a manera de manta, y ándanla a coger a la orilla los que moran junto al mar" (Sahagún, 1985: 574, 1979, libro 10, cap. 24, folio 64r) (Figura 7).
Chapopotli quemado y pintado
El Vocabulario náhuatl-español de Alonso de Molina (1977) no incorpora la palabra en su contenido; Rémi Siméon (1988) apunta que el chapopotli es una especie de betún oloroso que se usaba como incienso. Los cronistas indígenas y españoles que escribieron a lo largo del siglo XVI lo mencionan escasamente, y los estudios modernos que tratan sobre el material son pocos. El trabajo de Carmen Aguilera (1980) es de consulta obligada y en este lugar rescato varias de sus propuestas.
Entre los mexicas, el chapopotli era utilizado como sahumerio y considerado como fragante, de aroma agradable. Se mezclaba con otras resinas, copal y ámbar. El Códice Florentino (libro 10, cap. 24, folio 64r) explica: "Este betún mezclaze con el copal o incienso de la tierra, y con la resina odorífera, (ámbar líquido) y así mezclado hace buenos sahumerios." Asimismo registra que el "chapopotli es oloroso y cuando se echa en el fuego su olor se derrama lejos" (Sahagún, 1985: 574; 1979).
Juan de Torquemada indica que el chapopotli se quemaba en las ceremonias de la veintena Tóxcatl, el quinto mes. En la fiesta del incienso de Huitzilopochtli, no sólo incensaban los sacerdotes y la gente principal del pueblo, también la común y plebeya lo hacía:
El incienso no era del ordinario que llaman copal blanco, ni de el incienso común que usaban, que lo hay en esta tierra mucho y muy bueno, sino de una goma o betún negro a manera de pez el cual licor se engendra en la mar, y sus aguas y olas lo echan en algunas partes a sus riberas y orillas y le llaman chapopotli, el cual echa de si mal olor para quien no le acostumbra a oler; y es intenso y fuerte. Con este hediondo incienso se incensaban, de cuyo olor se puede inferir su falsa y fingida deidad (1975: 384).
En resumen apunta que en la quinta veintena el sahumerio no era copal lo que comúnmente se usaba sino chapopotli. Miguel León-Portilla (Torquemada, 1975: 205), en su análisis de las fuentes de todos los capítulos de los veintiún libros de la Monarquía Indiana dice: "Aunque hay algunas transcripciones literales, es frecuente que Torquemada altere el texto de Sahagún, reduciendo o ampliando, especialmente, esto último, formulando consideraciones de su propia cosecha." Lo anterior es relevante debido a que Clavijero (1964: 185), quien conocía tanto los escritos de Sahagún como los de Torquemada, también registró datos referentes al uso del chapopotli en el mismo mes quinto. Explica que: "Todos cuantos asistían a esta fiesta llevaban incensarios de barro y alguna calidad de chapopotli o betún de Judea, que quemaban en honra de su dios, y todas las brasas que servían para la incensación se arrojaban en un gran brasero redondo que llamaban tlexictli. Por esta razón llamaban a esta fiesta la incensación de Huitzilopochtli."
Al cotejar estas noticias es evidente que el mal olor que describe Torquemada se contradice con lo que se asienta en el Códice Florentino; y en los Primeros memoriales no se encuentra la descripción de la veintena y no se menciona la quema de chapopotli.25
Sahagún registra que el chapopotli debido a su buen aroma se fumaba.26 En Tenochtitlan y en Tlatelolco durante el Postclásico se obtenía de quien vendía canutos para chupar humo: "Había muchas maneras de estos canutos y se hacían de muchas y diversas maneras, de hierbas olorosas, molidas y mezcladas unas con otras, con que las tupen muy bien de rosas, de especias aromáticas, del betún llamado chapopotli', y en estas circunstancias se obtiene mezclado con otras substancias para fumar. O bien se adquiría de: "El que vende los colores [...] los colores que vende son de todo genero; los colores secos, y colores molidos, la grana, amarillo claro, azul claro, la greda, el cisco de teas, cardenillo, alumbre y el ungüento amarillo que se llama axin, y el chapopotli mezclado con este ungüento amarillo se llama tzictli y el almagre. Vende también cosas olorosas como son las especias aromáticas" (Sahagún 1985: 569).
El chapopotli se usaba para varios propósitos: como sahumerio, se fumaba mezclado con tabaco pulverizado para que fuera más agradable, o bien se preparaba para mascar, aunque "para que la puedan mascar mézclanla con el axin con el cual se ablanda." En este caso eran las mujeres quienes más lo mascaban, para arrojar la reuma y también para que no les oliera la boca, aunque los hombres también mascan el tzictli (Sahagún 1985: 574). El chapopotli era muy apreciado, sobre todo entre las mujeres. Lo usaban las señoras en el rostro, a su vez que "las doncellas llevaban en la cara pez de castilla que ellos llaman chapopotli, salpicada con margarita",27 una variedad de pirita de color plateado y brillo metálico, en la veintena Huey tozóztli (Sahagún, 1950-1982: 47).
Existen pocos datos que indiquen el estado físico en el que el material se obtenía, posiblemente sólido, y para conocer la manera como se usaba en la época prehispánica (Wendt y Cyphers, 2008). Era necesario que fuera derretido al fuego para suavizarlo debido a que no se mantiene líquido o suave sin calor28 (Figura 8). Cuando el chapopotli sólido "se deshace" y se derrite se torna un material de consistencia espesa y lustrosa de color muy negro. En el Códice Florentino (1979, libro 11, cap. 3, folio 96v), los informantes de Sahagún, al describir el color y las características de un insecto recurrieron a las características del chapopotli, por su color negro. Afirman que el insecto llamado tlalxiquipilli es negro, muy negro como el chapopotli,29 por lo que no cabe duda que el color es una de las características que califica al material. El usarlo como referente para describir al insecto es otro ejemplo de la manera como los nombres de animales, plantas y minerales, cuyos colores y cualidades físicas eran importantes para los mexicas, eran utilizados para designar colores y cualidades/calidades semejantes cuando se presentan y aparecen en otros contextos (Dehouve, 2003: 52-53, 61; Dupey, 2004).
Del olli al chapopotli
La materialidad del hule y el chapopote explica la razón por la cual el chapopotli se encuentra en el lugar y en la forma del olli en los objetos arqueológicos recuperados en las excavaciones del Templo Mayor de Tenochtitlan. El chapopotli en el pensamiento mexica remite a cualidades semejantes a las del olli, esto es, al color negro y es probable que este color compartido sea una de las razones por las cuales los nahuas utilizaban el chapopotli en los objetos. Ambos son y funcionan como una pintura ritual que se aplica en sitios específicos o especiales -prominentes para denotar cierta significación y para acentuar detalles de la anatomía (Ségota, 1995; Aguilera, 1980).
Una vez que los materiales se queman, el olli elástico o el chapopotli quebradizo, pierden algunas de sus características y se vuelven iguales. Los materiales quemados y derretidos eran intercambiables y compartían, en determinados usos, un valor ritual. En otros términos, no eran materiales equivalentes sino análogos. Ciertamente, el olli transformado en pelota era hule sólido forzosamente, pero cuando éste se quemaba y era aplicado como aceite de olli a manera de pintura era posible utilizar materiales equivalentes no necesariamente iguales. En la plástica mexica, sucede algo muy similar a lo que describe Diego Durán (1984: 198), que con el olli derretido se pintaba la figura de aspa en la estera del juego de patolli y que, a falta de él, empleaban otras sustancias. En este caso, el hule derretido no se reemplaza por el chapopote sino por materiales tales como hojas de calabaza, la calabacilla, con una hierba llamada chichipatli, que quiere decir "medicina amarga", o con tizne de ocote, y evidentemente los materiales que servían para lo mismo no eran uno y el mismo, sino que debido a características compartidas podían usarse indistintamente.
Ambos, el olli y el chapopotli, eran empleados por los nahuas en sus rituales. Alvarado Tezozómoc da a entender que en determinados contextos uno podía ser sustituido por el otro, como se ha podido corroborar tras el análisis de los residuos de color negro aplicado en los objetos arqueológicos.30 En Crónica mexicana presenta muchos detalles en cuanto al uso del olli y del chapopotli en las ceremonias, aunque los nombra como "betún de hule" y "batel de la mar". De acuerdo con Manuel Orozco y Berra (1980: 297, 415) Alvarado Tezozómoc está haciendo referencia a dos materiales diferentes: al "batel de la mar",31 que correspondería al chapopote y al "betún de hule". Nos explica que la pelota está fabricada con el "betún de hule", material cuya característica fundamental es la elasticidad y el color negro, y que el "batel de la mar" es otro material que se utilizó en los rituales y tiene el mismo color.
Es fundamental conocer a fondo los dos materiales, chapopote y hule, sus puntos comunes y diferencias. La relevancia de las semejanzas entre ellos se vuelve más evidente cuando se considera que comparten algunas características: provienen de tierra caliente de la región de las costas, son de color negro, de estado sólido o semisólido, de textura pegajosa y tacto ahulado, al quemarse y cuando hacen combustión arden con llama y arrojan un humo espeso y oscuro que posee un aroma fuerte, de olor peculiar, se vuelven líquidos y gotean un material viscoso negro y de consistencia líquida, pastosa, lustrosa y brillante, y se usan para pintar. Debido a la última característica y cualidad encontramos el chapopote aplicado y pintado en los lugares que podría ocupar el hule, en numerosos objetos que utilizaron los nahuas del Templo Mayor de Tenochtitlan en sus rituales y ceremonias. Esta sustitución puede deberse a varios factores. Si bien el hule y el chapopote derretidos comparten características, el segundo, ya quemado, es un material mucho más adhesivo y tenaz; resiste mucho mejor la fricción que el hule y con el paso del tiempo mantiene su textura y color.32 Estamos así ante dos materias que se correspondían por compartir propiedades y cumplir, potencialmente, con los mismos fines, aunque evidentemente, existe cierta especificidad en cuanto al uso de ambos, puesto que determinadas características se aprovechaban dependiendo de los requerimientos de cada uno.
Se tiene abundante información acerca del hule y poca sobre el chapopote, aunque son dos materias que se utilizaron en los rituales de manera simultánea como se vio en la veintena Huey tozóztli (Sahagún, 1985: 106). Las doncellas que llevaban las mazorcas de maíz pintadas con olli llevaban el rostro pintado con chapopotli. Cabe agregar un dato singular, que únicamente se registra en la Historia General de Sahagún (1985: 696) y no se encuentra en la versión náhuatl del Códice Florentino (1979, libro XI, cap. 9, 213v - 214r). El fraile escribe:
parecióme que seria mejor poner aquí las propiedades de las gomas que en esta tierra hay.. de que los naturales usan mucho para su salud, y yo tengo mucha experiencia de la virtud de ellas. La goma que se llama copal blanco, y otra goma que se llama chapopotli, que es como pez de castilla, y otra goma que se llama ulli, que es negra y nevosa y muy liviana; estas tres gomas, derretidas juntamente hechas como brea, aplicadas a las piernas y cuerpo hacen gran bien a todos los miembros interiores y exteriores.
La información acerca del chapopote se concentra en la obra sahaguntina, aunque se repite entre los autores que aprovecharon su obra, de forma escasa. No obstante, a partir del estudio de la plástica mexica se obtiene mayor información acerca de este material y queda manifiesto que las coincidencias entre las características y los usos del hule y el chapopote son tales que resulta complejo distinguirlos. Más aún cuando a ambos se les llamó con los mismos términos.
Recordemos que Bartolomé de las Casas (1967: 205) afirma que en una ceremonia los sacerdotes se untaban las caras y los cuerpos de "cierto betumen negro", sin especificar qué material era. Ante esta incógnita, se ha identificado el betumen negro como chapopote (O'Gorman en Casas 1967: 681). Es imposible identificar a qué material se refiere, ya que se utilizaban varios materiales negros en sus rituales, entre ellos, el olli, como se ha visto, y lo anterior da lugar a reconocer que cuando los españoles se encontraron en suelo americano al chapopotli y al olli, al tener que describir lo que les era desconocido lo identificaron con lo que más se les asemejaba, por lo que muchas veces encontramos en sus textos apreciaciones y términos occidentales para intentar nombrarlos. Tanto el hule, que les era completamente desconocido, como el asfalto o betún de Judea, fueron nombrados con las mismas denominaciones castellanas: pez, brea, betún, goma, resina (Sánchez Grillet, 2009: 8, 12-13), o bitumen, un término de latín que entre los siglos XVI y XIX se utilizaba para nombrar mezclas de varios ingredientes de color negro, líquido o en pasta, que arden con llama, humo espeso y olor peculiar (Diccionario de la lengua española, 2000), y el uso indistinto y homogéneo de los términos confundieron al chapopotli y al olli, al momento de describirlos. En muchas de las crónicas escritas se utilizaron los mismos términos para nombrarlos,33 y las diferencias entre los dos materiales con los cuales se sahumaba y pintaba se desvanecieron y disiparon.
Conclusiones
Lo antes expresado nos permite concluir que el olli y el chapopotli tienen varias expresiones y que, al menos en parte, su importancia en la plástica mexica y posiblemente en los objetos artísticos de los pueblos que los antecedieron reside en que son materiales que eran significativos precisamente por sus características. Para entender por qué materiales singulares como el hule y el chapopote eran utilizados como pintura ritual y como sahumerio, es necesario estudiar de manera integral cómo se manifestaban en los usos que se les daban y observar las características intrínsecas. Permite explicar que al manifestarse pueden ser sustituidos con otros materiales que comparten algunos de los mismos atributos. Por ello, se ha llegado a considerar que para entender mejor el olli es imprescindible estudiar el chapopotli. Los materiales actúan juntos en una estrecha relación.
Ahondar en el tema del olli, más allá del pretexto elegido para retomar algunas ideas y repasar una serie de inquietudes académicas, es el punto de partida para recuperar el tema del chapopotli. Como toda investigación acerca de las materias colorantes y fragantes mesoamericanas nos exige la colaboración entre arqueólogos, historiadores, historiadores del arte, lingüistas y expertos en el análisis físico-químico de los materiales, a la que debemos agregar a geólogos, biólogos, botánicos, y sin duda, el conocimiento de las comunidades locales; es decir, la formación de equipos interdisciplinarios capaces de abordar una serie de temas ligados a las prácticas rituales de los antiguos mexicanos.
El acercamiento resultará así más idóneo, y también es necesario tener presente que al ponerlo en marcha no debemos ceñir las prácticas de los hombres precolombinos al interior de nuestros parámetros y categorías, que pueden resultar ajenos a la realidad indígena. El olli era pintura facial y corporal; sahumerio, pelota y se ingería como medicamento. También era usado como pintura, podía ser suplantado por el chapopotli sin afectar la eficacia y el propósito que se perseguía en su implementación.
La terminología nos puede limitar. La conceptualización con la que entendemos a los materiales resulta afectada cuando las divisiones taxonómicas de los antiguos mexicanos se dejan de lado, que se han de tomar en cuenta para entender el hule y otros materiales que fueron usados en lo rituales y ceremonias. Tal es el caso del chapopote y del copal (Montúfar, 2007). Son vitales para el hombre precolombino.
Conocemos los usos que se les daban y sabemos algo acerca de su adquisición. También es necesario considerar otros aspectos: la participación de los distintos componentes, los materiales que se combinan -si bien la combinación no es al azar- así como los eventuales sustitutos, es decir, los materiales que podían tomar el lugar del otro para determinar sus equivalencias y la manera como unos y otros funcionan en el interior de las antiguas culturas de México.