La cerámica de la tradición Teuchitlán ha sido, de forma relativa, bien definida arqueológicamente, pero todavía es poco estudiada. En este artículo nos aproximamos a este vacío por medio del estudio de la cerámica del Formativo Tardío al Clásico Temprano. La presencia de símbolos panmesoamericanos tales como el quincunx (quincunce o elemento cuatripartito) y la Lazy-S (S-floja), en numerosos ejemplos, nos acerca a los procesos de intercambio interregional, para al final sugerir que la interacción entre el occidente de Mesoamérica y otras regiones fue compleja, y ocurrió en periodos más prematuros a lo que los modelos consideran. Sin embargo, el hecho de que estos motivos hayan sido incorporados en los cánones representacionales locales y a menudo se presenten en combinación con simbolismos regionales, sugiere a la vez una cosmovisión cultural compartida que se dio a través de la incorporación a complejos panmesoamericanos más amplios y a la reificación material de prácticas culturales regionales o configuraciones locales, como lo es la distintiva forma arquitectónica del guachimontón. En la ausencia de una cronología regional establecida o secuencia cerámica para el Formativo Tardío al Clásico Temprano, así como la falta de contextos arqueológicos seguros para muchos de estos materiales, adoptamos en este estudio la perspectiva comparativa derivada de la historia del arte, que ofrece un camino alternativo para acceder a los procesos dinámicos culturales y a los significados codificados, consolidados y reflejados en la cerámica de la tradición Teuchitlán.
La tradición Teuchitlán
La tradición Teuchitlán (Figura 1; 300 a.C.-450/500 d.C.) tiene sus orígenes en la tradición de tumbas de tiro en el occidente de Mesoamérica (Beekman y Galván, 2006; Furst, 1966; Galván, 1991; Long, 1966; López Mestas, 2004; López Mestas y Ramos, 2006; Oliveros, 2006; Weigand, 2008a, 2008b). Se utiliza el término, ante todo, en referencia al uso de una forma distintiva de arquitectura pública conocida como guachimontones, ubicada principalmente en Jalisco central con algunos ejemplos en siete estados colindantes (Beekman, 2003a: 299; Beekman y Weigand, 2000: 20-21; Weigand, 2004). Estos complejos arquitectónicos se componen de altares y patios circulares rodeados por un número variable de plataformas rectangulares equidistantes, formando una serie de círculos concéntricos (Beekman, 2003a: 299-300, Weigand, 1993: 165). Considerando la distribución de estas construcciones, Weigand y Beekman (1998) identificaron el núcleo de la tradición Teuchitlán en varios valles adyacentes alrededor del volcán de Tequila (Beekman, 2003a: 301, Figura 2). Al centro de esta área geográfica se encuentra Los Guachimontones, el sitio más extenso y complejo registrado hasta la fecha en la región, con alrededor de 24 círculos y miles de elementos incluyendo terrazas, plataformas y cimientos de casas (Heredia Espinoza et al, 2014).1 Además de la arquitectura guachimontón, se cita la presencia de juegos de pelota y tumbas de tiro, la intensificación agrícola y la producción especializada de objetos de obsidiana y cerámica de alta calidad como las características definitorias de la tradición Teuchitlán (Weigand y Beekman, 1998).
Contexto regional ¿particularidad y/o simplicidad?
Las lagunas precolombinas alrededor del volcán de Tequila fueron similares a las tierras altas de Mesoamérica (Pátzcuaro y Texcoco); había una abundancia de tierras fértiles, montañas y recursos minerales, múltiples yacimientos de obsidiana, flora y fauna lacustre, las cuales proporcionaron una diversidad de bienes (Beekman, 2003a: 300; Weigand, 1993). Aunque existe clara evidencia de complejidad social, el occidente ha recibido, relativamente, poca atención arqueológica, comparado con otras regiones de Mesoamérica, en particular en contextos del Formativo. Un sentido de falta de características "netamente mesoamericanas" aunado a la presencia de elementos supuestamente únicos ha frenado la comprensión arqueológica de las sociedades que ocuparon este vasto territorio en tiempos prehispánicos.2 Por ende, el occidente de México se ha considerado como un conjunto singular y aislado de las culturas típicas mesoamericanas; aun cuando las sociedades que se establecieron en el Occidente no componen una totalidad coherente (Beekman, 2010).
Weigand (1993: 69-79) describió un "complejo de simplicidad" que ha dominado la visión de la arqueología del occidente de México, y en particular a la región de Tequila. El notable arqueólogo Ignacio Bernal (1969: 143) percibió una falta de influencia de iconografía y cerámica olmeca, especificando que el occidente de Mesoamérica no recibió "influencia olmeca" y nunca desarrolló una cultura avanzada. Por desgracia, la percepción de Bernal ha dominado las impresiones arqueológicas del occidente de Mesoamérica como aislada y poco desarrollada durante el Formativo Tardío y Clásico, en comparación con sociedades "maduras" mejor conectadas y con "altas culturas", como las que se desarrollaron en la cuenca de México, el valle de Oaxaca o las tierras bajas mayas.
Con recurrencia, la mayoría de las investigaciones arqueológicas en el occidente de México están enfocadas al periodo Posclásico, sobre todo en el área nuclear del imperio Tarasco del centro de Michoacán, desamparando a otras áreas y sociedades como la tradición Teuchitlán. Además, los modelos arqueológicos sobre las redes de interacción mesoamericanas durante el Formativo con frecuencia ignoran al occidente o lo relegan a un estatus "periférico" (Braswell, 2003; Demarest, 1989; Rosenswig, 2010; en contraste con Blanton et al, 1992; Kowalewski, 2009; Weigand, 1993). El escaso trabajo que se ha realizado sobre la interacción del Formativo o Clásico Temprano en la región se enfoca casi exclusivamente en las relaciones entre Michoacán y Teotihuacán (Filini y Cárdenas, 2007; Gómez, 2000; Michelet y Pereira, 2000) mientras que la tradición Teuchitlán casi no se menciona, y no se discute en relación a Teotihuacán, y si se hace, es para resaltar la singularidad de la región o mostrarla como un pasivo beneficiario de una nebulosa y unidireccional influencia proveniente del "centro de México". De hecho, es más común encontrar argumentos sobre la conexión entre el occidente y el suroeste de Estados Unidos y hasta Sudamérica, que cualquier otra región de Mesoamérica (Anawalt, 1998; Smith, 1978; Wilcox, 2000).
El occidente mesoamericano es entendido como un desarrollo aislado, desconectado del resto del mundo mesoamericano, y da como resultado una "marca" cultural muy particular (Weigand, 1993). Por ende, la tradición Teuchitlán continúa siendo vista como una configuración cultural excepcional, un desarrollo sociocultural autóctono como ningún otro en Mesoamérica (Weigand y Beekman, 1998). Características arquitectónicas y tecnológicas, la falta del "horizonte olmeca", y la ausencia de evidencia de contacto directo con el centro de México o Teotihuacán se utilizan para "perpetuar" una percepción tradicional de su aislamiento regional y su singularidad.
Además de revelar los significados culturales codificados en la cerámica de la tradición Teuchitlán, este artículo reta al postulado de singularidad. Por medio del análisis de la iconografía cerámica, queremos demostrar que la interacción entre el occidente y otras regiones de Mesoamérica, aunque quizá indirecta, fue mucho más compleja de lo que se considera. En lugar de revelar una anomalía regional aislada, la iconografía presente en varios ejemplos de la cerámica local de la tradición Teuchitlán sugiere que el occidente de México y los Valles de Tequila en particular, estuvieron firmemente integrados en un complejo simbólico panmesoamericano desde por lo menos el periodo Formativo Tardío.
Los materiales cerámicos de la tradición: retos analíticos
En general, el estudio de la cerámica de la tradición Teuchitlán no ha seguido un camino habitual. Curiosamente, poco trabajo académico se ha dedicado a la cerámica; el previo versa sobre descripciones detalladas de la arquitectura, en específico los guachimontones y las tumbas de tiro (Weigand, 1993, 2004, 2007, 2008a, 2008b; Beekman y Weigand, 2000; Blanco et al., 2010; López Mestas, 2005). Para mayor complicación, los estudios cerámicos, muchos materiales, incluyendo algunos de los ejemplos más impresionantes en museos y colecciones privadas, carecen de contextos arqueológicos seguros o procedencia clara.
Los primeros intentos de crear una cronología regional están basados en la arquitectura y no en la cerámica (Weigand, 1979). Esto es resultado, en parte, por la casi nula presencia de artefactos cerámicos de la tradición Teuchitlán en la superficie (Beekman y Weigand, 2000: 82). Las excavaciones en varios sitios de la tradición, los esfuerzos para desarrollar cronologías cerámicas y clasificaciones regionales y de sitios específicos han comenzado recientemente. La falta de tipologías establecidas y secuencias han obstaculizado las investigaciones cerámicas, y pocos estudios han sido publicados (Beekman, 2006; Beekman y Weigand, 2000, 2008, 2010). Por lo tanto, las investigaciones arqueológicas "tradicionales" de la cerámica no están avanzando de manera clara a nuestro entendimiento en contextos regionales o mesoamericanos más amplios.
Utilizando la cerámica de contextos excavados en Navajas, Llano Grande (Beekman, 2006) y en Los Guachimontones (Weigand 2008a, 2008b), se ha comenzado a refinar la tipología cerámica para crear una secuencia para Los Guachimontones y los valles de Tequila que servirán como base para análisis futuros. El trabajo de Beekman, Heredia y Englehardt, dio como resultado el refinamiento de la secuencia regional y la clasificación tipológica (Tabla 1). Se emplearon las fases, lozas y clasificación tipológica sugeridas por Beekman. En estudios anteriores y actuales, los tres autores sugieren que los materiales cerámicos que se discuten aquí datan del Formativo Tardío hasta el Clásico Temprano (Fases Tequila II-IV). Los materiales pueden ser clasificados de manera general en tres lozas: Tabachines, Estolanos y Colorines. Las primeras dos pueden ser consideradas de elite o rituales mientras que la última es utilitaria, la cual puede subdividirse en fina y burda (Beekman, Chris, comunicación personal, 2015).3
Metodología: Información cultural y procesos dinámicos por medio de la cerámica
La combinación de los factores descritos anteriormente hace difícil la aplicación de los métodos analíticos empleados, desde las perspectivas arqueológicas a los conjuntos cerámicos (Rice, 1987). Aun así, el estudio de la cerámica de la tradición Teuchitlán nos permite aproximarnos hacia los significados culturales codificados en los artefactos, así como a los procesos sociales más amplios en que los grupos, que produjeron y consumieron la cerámica, estuvieron integrados. El análisis estilístico y simbólico de los materiales cerámicos, incluyendo aquellos que carecen de contextos seguros, han resultado útiles para acceder a la información cultural (Hegmon, 1998; Hodder, 1982; O'Shea y Milner, 2002; Parkinson, 2002, 2006; Skibo et al., 1989). De la misma manera que Rapoport (1988, 1990) ha demostrado la reificación de la estructura sociocultural y su significado en la arquitectura, el proceso cultural y significado se ve reflejado en la cultura material. En la literatura existente hay poca consideración al simbolismo de la cerámica de la tradición Teuchitlán, así como un aparente desinterés en la iconografía de su tradición en general (Beekman, 2003b; Beekman y Galván, 2006; López Mestas, 2005). Este fenómeno es quizá resultado de las dificultades mencionadas con anterioridad. Refinamientos de la secuencia regional y cronología así como adiciones al corpus cerámico, que derivan de excavaciones sistemáticas, hacen más deseable la aplicación de análisis estilísticos y simbólicos a la cerámica e incrementan la confiabilidad de los resultados de estas comparaciones.
Con lo antes expuesto, hemos emprendido un análisis iconográfico comparativo del corpus cerámico de la tradición Teuchitlán. Se dan los resultados preliminares de nuestro análisis de motivos iconográficos presentes en vasijas cerámicas completas, enfocándonos principalmente en los especímenes previamente publicados de los sitios de Guayabo, Los Patos, Animas y San Francisco (Beekman y Weigand, 2000), así como en materiales cerámicos de contextos excavados en Navajas, Llano Grande (Beekman, 1996) y Los Guachimontones (Weigand, 2008a, 2008b), que datan de entre los periodos Formativo Tardío al Clásico Temprano o fases Tequila II-IV en la cronología refinada. Para distinguir el contenido y significado, así como evaluar los procesos en el intercambio interregional, comparamos la iconografía de la cerámica contra la presencia de motivos similares en otras tradiciones culturales contemporáneas y posteriores en Mesoamérica.
La perspectiva comparativa que empleamos aquí nos ayuda a llenar una laguna en nuestro entendimiento de la cerámica de la tradición Teuchitlán. De múltiples maneras, por medio del acceso a los significados y dinámicas culturales, esta perspectiva es más sólida en su poder explicativo que en los análisis descriptivos, clasificatorios y funcionales prevalecientes en los estudios cerámicos. Tal perspectiva complementa los métodos más "tradicionales" del análisis cerámico, así como las técnicas arqueométricas más actuales (Morales et al, 2010), que permite a investigadores construir explicaciones más completas y robustas para alcanzar un entendimiento completo sobre el lugar que ocupaba el Occidente, la tradición Teuchitlán, su cerámica y los valles de Tequila, en contextos culturales procesuales más amplios en Mesoamérica.
Iconografía de la cerámica Teuchitlán
Beekman y Weigand (2000) notaron la presencia de varios motivos geométricos abstractos en varias piezas cerámicas que tienen semejanzas con otras tradiciones en el occidente mesoamericano (Abascal Johnson et al., 2011; Aronson, 1993: 194-195, figs. 5.38-5.39; 261, fig. 5.75). Ningún estudio previo ha explorado el significado de estos elementos visuales, o considerado su posible conexión con complejos iconográficos contemporáneos en otras regiones de Mesoamérica, fuera del occidente. Aquí nos centramos en la presencia de tres motivos específicos: uno cuatripartito que sugerimos representa el quincunx, Lazy-S (S-floja)4 y la serpiente bicéfala. Es notable que, así como los elementos geométricos descritos por Beekman y Weigand (2000), estos motivos están presentes en sólo una parte del corpus cerámico, usualmente en las variedades de rojo sobre blanco de las lozas Tabachines y rojo sobre crema de la Colorines.
El quincunx
Los diseños que dividen el campo visual en cuatro partes son comunes en la cerámica de la tradición (Figura 2) (Beekman y Weigand, 2000: 132-135, figs. 32-35; 142, fig. 42; 148, fig. 48; 169, fig. 69) así como en otras cerámicas e iconográficas del occidente en general (Abascal Johnson, et al., 2011; Aronson, 1993: 194-195, figs. 5.38-5.39; 261, fig. 5.75; Galván, 1991: 58, pl. 14). Interpretamos este motivo como una representación estilizada del quincunx (o alternativamente, "barra y cuatro puntos"). La división del campo visual en cuartos y un centro es evidente en varios ejemplos del corpus cerámico. La Figura 2a es un espécimen con una particularidad impresionante ya que no sólo muestra un elemento cruciforme que divide en cuatro el campo composicional, sino también muestra un diseño quincunx de cinco puntos en cada uno de los cuadrantes. Asimismo, la Figura 2d es notable por su semejanza con la variedad de barra y puntos del motivo quincunx.
El quincunx es un elemento común entre las tradiciones iconográficas mesoamericanas desde el Formativo Medio hasta el Posclásico y se ha argumentado que es un cosmograma de cinco puntos que sirve como modelo de un espacio centrado y ordenado que simboliza direccionalidad del orden cósmico del mundo (Freidel, 1995; Freidel y Reilly, 2010: 656; Reilly, 1995: 34, fig. 11; Schele, 1999: 118; Taube, 2000: 300-302, 2007). El motivo también es una representación esquemática del gobernante y su papel como axis mundi, o árbol del mundo, mediando entre distintos estratos del cosmos (Reilly, 1995: 39, fig. 26; Schele, 1999: 119, fig. 62; Taube, 2000: 301, fig. 4). En la cultura visual olmeca del Formativo Medio, el maíz y la vegetación brotante eran asociados secundariamente al quincunx, dado que las cuatro "esquinas" del motivo con frecuencia estaban formadas por un elemento de semilla con una hendidura (Freidel y Reilly, 2010: 652, fig. 10; 653, fig. 11; Reilly, 1995: 25-26; 38-39, figs. 23; Schele, 1999: 119, fig. 62), y el motivo completo repetidamente ocurre en asociación con imágenes de maíz o vegetación brotante (Taube, 2000: 301, fig. 4a-b; 305, fig. 8d; 2007: 44, fig. 3b-c).5 Las múltiples connotaciones del motivo no son sorprendentes, ya que muchas culturas mesoamericanas consideraban una responsabilidad del gobernante mediar entre lo sobrenatural y lo mundano por medio del ritual, reafirmando así el orden cósmico y asegurando la continuidad de la fertilidad agrícola (Reilly, 1995). En contextos temporales posteriores, entre las culturas maya y mexica, por ejemplo, el diseño cuatripartito estuvo asociado también con calendarios y mitos de creación (la escena de creación en las páginas 75-76 del Códice Maya Madrid del Posclásico [Reilly, 1995: 33, fig. 7a-b]; la escena de creación de la página 1 del Códice Mexica Fejérváry-Mayer del Posclásico; Freidel y Reilly 2010: 656-657, fig. 14). Por lo tanto, el motivo quincunx es un símbolo poderoso para la estructura cosmológica-ritual y el poder sociopolítico, y formó una parte integral del complejo simbólico panmesoamericano que se originó en el periodo del Formativo Medio (Reilly, 1995: 29-30) y perduró a través de la historia mesoamericana y sus distintos grupos culturales.
Sugerimos que el significado cultural del quincunx evidente en la cerámica iconográfica de Teuchitlán fue significativo en paralelo con otras culturales visuales mesoamericanas. Beekman (2003b: 11-12, fig. 6) detalla el ordenamiento del espacio por medio de la división en cuatro partes y un centro en los arreglos espaciales de los templos Cora en Nayarit -una estructura también reflejada en el votivo ritual de cajetes Cora- formando un mapa del espacio sagrado y una "representación explícita del cosmos" (Taube, 2000: 321, fig. 24; 326, fig. 28b). Dada la continuidad del significado del motivo cuatripartito en todo Mesoamérica, y un paralelo etnográfico que refleja su mismo significado en contextos etnohistóricos dentro del occidente de México, podemos concluir que el motivo tuvo el mismo significado y connotaciones en la tradición Teuchitlán, así como en otras culturas mesoamericanas del periodo Formativo Tardío.
Considerando la variación de la forma cuatripartita del elemento geométrico que divide los campos visuales en ocho y que aparece con frecuencia en la cerámica Teuchitlán (Figura 3) (Beekman y Weigand, 2000: 131, fig. 31) apoya y suma un matiz a este argumento. Como detalla Freidel (1995: 7), en los mitos de creación maya, inmediatamente después de entrar al cielo, el Primer Padre consagró un orden de los cielos ocho veces, con cuatro lados y cuatro esquinas. La división en ocho refleja la variación de la estructura organizada del espacio sugerida por el quincunx, y puede estar relacionada al maíz y a la forma arquitectónica de los guachimontones. Tales configuraciones también están manifestadas en modelos arquitectónicos del occidente de México, los cuales están probablemente asociados al maíz y representan rituales de fertilidad agrícola (Beekman, 2003b: 7; 9, fig. 4; Beekman 2003a: 302, fig. 3). El lazo entre los complejos arquitectónicos circulares que reflejan una división de ocho y el maíz es en particular convincente en el contexto del occidente mesoamericano. Beekman (2003b: 13-5, fig. 7, 2009) ha propuesto que la forma del guachimontón refleja una sección transversal del maíz harinoso de ocho; una variedad de maíz de ocho hileras particularmente común en el occidente de México y presenta una estructura similar -las ocho hileras de granos de maíz rodeando un centro. Por lo que es posible que el motivo geométrico de ocho en la cerámica de Teuchitlán reproduzca la forma del guachimontón. Por otro lado, estos complejos son manifestaciones físicas de los conceptos de estructura cósmica y asociaciones con maíz reflejados en contextos iconográficos del quincunx. Esta observación, aunque tentativa, puede contener pistas sobre la función de los complejos guachimontón, la cual permanece nublada, aunque tal consideración está fuera del alcance de la presente discusión.
La Lazy-S
Un elemento visual presente menos común en el corpus cerámico de la tradición Teuchitlán es la Lazy-S (S-floja), así llamada por su similitud a la letra "S" rotada 90 grados (Figura 4). Este motivo es recurrente en otras tradiciones cerámicas e iconográficas del occidente de México (Pomedio, 2009: 190, 225, apéndice 7a muestra ejemplos de Michoacán y Guanajuato), y en esos ejemplos es idéntico a otros casos de elementos visuales a través de tradiciones iconográficas contemporáneas y posteriores, haciendo su interpretación relativamente sencilla.
Reilly (1996) ha demostrado de manera contundente el significado de la Lazy-S como "nube". Su argumento encuentra apoyo en el hecho de que el motivo ocurre como una representación glífica de nube tanto en los sistemas de escritura maya del Clásico y la de los Zapotecos (lluvia cayendo del T632 muyal "nube" elemento sobre Chaak -dios Maya de la lluvia- en la página 68a del Códice Dresden [Reilly, 1996: 413, fig. 1]; para los Códices Zapotecos, Urcid, 2005: 137, fig. 7.6). Por ende, el elemento está asociado con nubes y lluvia, particularmente el papel del gobernante o líder como "hacedor de lluvia" -una interpretación evidente en el Monumento 1 de Chalcatzingo (Freidel y Reilly, 2010: 645, fig. 4; Reilly, 1996: 414, fig. 2b; 419, fig. 11b)- y entes sobrenaturales asociados a la lluvia (el monumento 31 de Chalcatzingo [Reilly, 1996: 415, fig. 5]; véase la vasija cerámica efigie representando al dios Olmeca de la lluvia [Taube, 2009a: 29, fig. 5]). Una asociación secundaria evidente se da con la fertilidad, afirmada por la presencia frecuente del motivo con imágenes relacionadas a la vegetación brotante, como en los Monumentos 1 y 2 de Chalcatzingo (Reilly, 1996: 415, fig. 4).
La Lazy-S también se asocia con la adivinación, autosacrificio y comunicación con los ancestros (Reilly, 1996: 419-421, figs. 11a, 12). Una vez más, las múltiples connotaciones del motivo no son sorprendentes dentro del contexto de complejos simbólicos mesoamericanos, ya que los gobernantes completaban su trabajo de mediar los estratos cósmicos por medio de la comunicación con los ancestros, quienes, como las nubes, se localizaban en el reino celestial. Tal mediación estaba íntimamente relacionada con el derramamiento de sangre ritual (escenas de serpientes visionarias del Clásico Maya; Dinteles 15 y 25 de Yaxchilán [Reilly, 1996: 421, fig. 12a]): por medio del autosacrificio los gobernantes se comunicaban con los ancestros, y de esta manera mantenían el orden cósmico y la continuidad de la fertilidad agrícola. Esta asociación secundaria de comunicación tiene semejanza con la iconografía zapoteca, donde el motivo de la Lazy-S se presenta en relación con bultos funerarios (Urcid, 2005: 93, fig. 5.49), así como en los códices mixtecos, donde aparece en relación al templo del oráculo de la Señora 9 Hierba en Chalcatongo (Códice Bodley: 35).
Por tanto, como en el caso del quincunx, la Lazy-S fue un motivo multifacético que sirvió como un símbolo poderoso dentro de un complejo iconográfico pan-mesoamericano relacionado al ritual y al gobierno, y que permaneció en toda la historia mesoamericana. Los elementos visuales que aparecen en el corpus cerámico de Teuchitlán son similares a las representaciones contemporáneas y posteriores al motivo Lazy-S en distintos contextos iconográficos mesoamericanos, y también aparece en asociación con la representación convencional del agua en Mesoamérica (las líneas ondulantes que enmarcan el elemento visual; como se observa en la Figura 4).6 Por eso inferimos que el motivo refleja el mismo significado semántico y las asociaciones simbólicas dentro de la tradición Teuchitlán.7
La serpiente bicéfala
La serpiente bicéfala es un motivo frecuente en la iconografía cerámica de Teuchitlán y en el occidente de Mesoamérica (Figura 5) (Abascal Johnson et al., 2011; Beekman y Weigand, 2000: 164-65, figs. 64-65; López Mestas, 2005: 249, fig. 6). La representación de una serpiente de dos cabezas es generalmente naturalista (Figura 6a), haciendo de su identificación una tarea un poco más fácil, aunque en ocasiones, el motivo se presenta de una manera más abstracta (Figura 6c). Proponemos que el motivo de la serpiente bicéfala en la tradición Teuchitlán estaba asociado con la fertilidad y el maíz, tal y como en otras culturas mesoamericanas, así como las asociaciones secundarias de los motivos Lazy-S y el quincunx.
Taube (2000: 307-309) presenta un argumento sólido sobre la asociación entre imágenes de maíz y la serpiente en varias tradiciones iconográficas mesoamericanas. Los motivos del maíz y las serpientes se presentan en íntima asociación en la iconografía del periodo Formativo Medio (celtas de Arroyo Pesquero, los murales en cuevas de Juxtlahuaca [Taube, 2000: 309, figs. 12b, e-f]). En los murales del Formativo Tardío del área maya, en San Bartolo, una escena del muro norte representa vegetación que surge de una boca de serpiente (Taube, 2009b: 158, fig. 9e). Esta asociación continuó hasta el periodo Posclásico: la diosa de la fertilidad, Chicomecóatl, es representada algunas veces como una serpiente de cascabel con una mazorca como cola, en la página 3 del Códice Mixteco Selden, hay una imagen de una serpiente emplumada de maíz verde (Taube, 2000: 309, figs. 12g-h). López Mestas (2005: 242) nota una conexión similar, y detalla la co-ocurrencia de una serpiente bicéfala y las imágenes de maíz en la cerámica iconográfica contemporáneas al Formativo Tardío de las fases Ortíces y Comala en Colima. Más ampliamente, Pomedio (2009: 322, fig. 81) documenta la asociación entre vegetación brotante y la imágenes de serpientes bicéfalas en los periodos Cásicos y Epiclásicos en el noroeste de Mesoamérica en Loma Alta, Alta Vista y Mixtlán.
Una asociación secundaria del motivo es con el poder sociopolítico. Por ejemplo, en la iconografía clásica maya, los gobernantes suelen ser representados sosteniendo una barra de serpiente bicéfala (Estelas A y D en Copán, Estela 22 en Naranjo). Además, en el mural del muro norte de San Bartolo la vegetación que emerge de la boca de la serpiente es en realidad un ajaw, relacionado al glifo maya de "señor" o "gobernante". Las representaciones de serpientes están secundariamente asociadas al árbol del mundo en varias culturas visuales mesoamericanas (la laja del sarcófago de K'inich Janaab' Pakal de Palenque, página 2 del Códice Mixteco Selden), una asociación que evoca al gobernante y su papel como axis mundi. Las connotaciones primarias y secundarias del motivo se vuelven a entrelazar a aquellas provocadas por el quincunx y la Lazy-S y reflejan preceptos centrales de un complejo ritual-simbólico panmesoamericano.
Significado cultural e integración en un complejo simbólico panmesoamericano
La evidencia iconográfica presente en los materiales cerámicos de Teuchitlán examinados en este artículo sugiere fuertemente que los grupos que produjeron y consumieron estos materiales cerámicos estaban familiarizados e integrados a un sistema simbólico panmesoamericano. Los motivos del quincunx, la Lazy-S y la serpiente bicéfala tienen claros paralelos formales y semánticos en otras tradiciones iconográficas contemporáneas en Mesoamérica. Como hemos detallado, estos motivos comparten asociaciones metafóricas y semánticas secundarias, entrelazándose con las connotaciones conceptuales de otros. Tal referencia cruzada, así como el mantenimiento de las formas icónicas y significativas a través del tiempo, espacio y tradiciones culturales, es un posible resultado de propagación de lo que Reilly (1995: 29-30) ha llamado el complejo simbólico ceremonial del Formativo Medio.
El entrelazado conceptual es evidente en la iconografía del periodo Formativo Medio, ya que los motivos rara vez se presentan aislados. Por ejemplo, las imágenes relacionadas con el maíz y la vegetación brotante ocurren junto con el quincunx (las celtas de Arroyo Pesquero; Taube 2000: 301, fig. 4a-c; 305, fig. 8d, 2007; 44, fig. 3; la urna de Chalcatzingo; Freidel y Reilly, 2010: 653, fig. 11). Al mismo tiempo, el maíz o la vegetación brotante y las imágenes de la serpiente están frecuentemente fusionadas en composiciones visuales (Taube, 2000: 309, fig. 12b, e-f). Además, estos motivos por lo regular aparecen junto a otros que refieren al mismo conjunto simbólico asociado al ritual, la fertilidad, la creación, el sacrificio y la autoridad sociopolítica (Reilly, 1995). Finalmente, aun cuando los motivos aparecen aislados, una asociación pars pro toto permaneció, por medio de la cual un sólo elemento provocó los conceptos semánticos y metafóricos del complejo como un todo. La combinación de este grupo de conceptos simbólicos, ya sea por medio de la asociación de motivos o por medio de pars pro toto, continuó en las composiciones visuales y en las tradiciones artísticas de grupos culturales posteriores a lo largo de Mesoamérica.
En el corpus cerámico que aquí nos ocupa, hay algunos ejemplos de iconografía que presentan motivos similares relacionados, directa o indirectamente, al simbolismo iconográfico mesoamericano contemporáneo (López Mestas, 2005: 242). Un espécimen ejemplar de la loza Colorines fino, tipo Ahualulco Rojo sobre crema es muy ilustrativo (Figura 6) (Beekman y Weigand, 2000: 141, fig. 41; 169, fig. 69). En este caso, cabezas de serpientes romboidales están incorporadas a un diseño cuatripartito. Además, algunos ejemplos del motivo de serpiente bicéfala en el corpus de cerámica de Teuchitlán también parecen crear una división de la composición visual quincunxial o de ocho lados (véase Figura 5b-c; y también Beekman y Weigand, 2000: 164-165, figs. 64-65).
Interpretamos la presencia de los tres motivos centrales en el complejo simbólico-ceremonial del Formativo Medio en el corpus cerámico como indicador de la integración de la tradición Teuchitlán dentro de este sistema simbólico panmeso-americano (Beekman, 2003a, 2003b; López Mestas, 2005: 242). Por esta razón, inferimos que el significado cultural de la iconografía presente en los ejemplos de la cerámica de la tradición Teuchitlán explorados aquí, reflejan temas centrales de cosmología, fertilidad y validación del ritual y el poder sociopolítico,8 compartidas entre los grupos culturales y las tradiciones representacionales desde por lo menos el periodo Formativo Medio. Además, estos significados compartidos sugieren que los grupos culturales de la tradición Teuchitlán estuvieron en contacto con sociedades contemporáneas que participaron en este complejo simbólico panmesoamericano y reflejaron significados iconográficos similares en sus propias tradiciones representacionales. Concluimos que la tradición Teuchitlán y el occidente de Mesoamérica, en general, estuvieron entrelazados en procesos amplios de interacción interregional durante el Formativo Tardío y el Clásico Temprano, aún si la naturaleza de los mecanismos específicos de este intercambio aún no es muy clara.9
Agencia artística: Incorporación de los motivos compartidos en cánones locales
Aunque el significado compartido y la cosmovisión común sugieren la presencia de simbolismo panmesoamericano en la iconografía de la cerámica de Teuchitlán e intercambio interregional, la incorporación de estos motivos compartidos a una tradición representacional local sugiere que la tradición Teuchitlán no fue una beneficiaria pasiva de una nebulosa "influencia difusa". Al contrario, las expresiones particulares de estos motivos compartidos en la tradición Teuchitlán, además de la aparición de imágenes locales de recursos lacustres, (caracoles [Figure 3b-c] o ranas; López Mestas, 2005: 242), sugieren que los artesanos de Teuchitlán ejercieron su agencia artística. Los motivos compartidos y asociaciones conceptuales fueron incorporados en una tradición representacional local bien establecida.
Un ejemplo de la primera es la estructura cuatripartita o de ocho lados reflejada en el motivo quincunx. La colocación de este motivo dentro de un campo circular, encontrado en su mayoría en las bases exteriores de los cajetes en el corpus de cerámica de Teuchitlán, puede relacionarse o cumplir una función en la tradición arquitectónica del guachimontón. Los artesanos de la tradición Teuchitlán debieron estar íntimamente familiarizados con esta reificación arquitectónica de la estructura cósmica, así como con sus matices simbólicos (el maíz, específicamente con la variedad del harinoso de ocho, como se detalló anteriormente; Beekman, 2003b), en aislamiento o en una forma geométrica abstracta, como aparece en la cerámica de Teuchitlán en el occidente de Mesoamérica. Por tal razón, el motivo puede estar aislado o en una forma geométrica abstracta sin perder su significado -aún transmitiría las asociaciones secundarias implícitas con el maíz, el ritual, y la autoridad sociopolítica. De hecho, se podría argumentar que los artesanos estuvieron familiarizados con los contenidos tridimensionales del motivo (Freidel y Reilly, 2010: 657, fig. 14b; Reilly, 1995: 33, fig. 7b; 39, fig. 26) así como los artesanos de otras tradiciones contemporáneas o posteriores. Por lo tanto, mientras que el significado del motivo se compartió entre la tradición Teuchitlán y otros grupos culturales en Mesoamérica, su expresión en el corpus cerámico ocurrió en el contexto de cánones representacionales locales específicos.
Por otro lado, puede ser que la presentación o reinterpretación abstraída de éste y otros motivos panmesoamericanos dentro del corpus cerámico fuera en parte resultado de un rezago en la adopción o incorporación en la cerámica de nuestro sitio de estudio -o una brecha temporal entre la implantación del significado iconográfico de los motivos individuales y los artesanos de Teuchitlán y su introducción a sus representaciones "convencionales". El complejo simbólico panmesoamericano fue consolidado, y encontró sus primeras representaciones en el complejo simbólico-ceremonial del Formativo Medio. La tradición Teuchitlán, por otro lado, se originó en el Formativo Tardío, por lo que los artesanos quizá no tuvieron contacto directo con este complejo ceremonial del Formativo Medio, pero sí con sus representaciones posteriores y reinterpretaciones culturales del complejo iconográfico y su propagación en Mesoamérica.
En cualquier caso, el hecho de que casi toda la cerámica de la tradición Teuchitlán fuera localmente producida, aunado a la yuxtaposición selectiva de iconografía local específica con paralelos simbólicos panmesoamericanos, sugiere que los artesanos ejercieron agencia artística. Esta conclusión se apoya por la presencia de símbolos específicos que están tangencialmente relacionados al área y a las tradiciones regionales mesoamericanas más amplias. Inferimos que la tradición Teuchitlán poseía convenciones simbólicas, artísticas y arquitectónicas maduras y bien establecidas al momento en que se incorporó al complejo simbólico panmesoamericano más amplio.
Conclusiones
En este artículo, se ha intentado mostrar varios aspectos del significado cultural codificado y reflejado en la cerámica de la tradición Teuchitlán. La intención es contribuir al conocimiento actual que busca avanzar en el entendimiento de la tradición Teuchitlán y su lugar en el occidente de México y Mesoamérica. El análisis comparativo de estos materiales indica que los significados semánticos y connotaciones reflejadas en la iconografía cerámica fueron similares a aquellos evidenciados en sistemas representativos previos, contemporáneos y posteriores en todo Mesoamérica. Tales significados compartidos reflejan que los grupos de la tradición Teuchitlán compartieron una cosmovisión cultural con otros grupos mesoamericanos, probablemente por medio de la integración a complejos simbólicos panmesoamericanos asociados con conceptos específicos de estructura cósmica, fertilidad, sacrificio, poder ritual y sociopolítico que se originó en el periodo Formativo Medio.
Tal integración a una tradición representacional mesoamericana sugiere que los grupos de la tradición Teuchitlán y el occidente de Mesoamérica estuvieron involucrados de manera activa en los procesos de interacción interregional a un grado mayor y más prematuro de lo que la mayoría de los modelos arqueológicos considera en la actualidad. Además, señales de representación artística reflejadas en la cerámica, muestran la existencia de una sociedad más compleja y dinámica en el Formativo Tardío y Clásico Temprano en los valles de Tequila. En resumen, los datos sugieren que el occidente mesoamericano no fue una congregación de grupos aislados, periféricos y subdesarrollados que crearon configuraciones culturales únicas o particulares en la región. Por el contrario, la evidencia examinada aquí revela la complejidad de una cultura que interactuó con Mesoamérica, compartió conceptos simbólicos centrales con varias sociedades contemporáneas, incorporó simbolismo panmesoamericano dentro de un sistema representacional bien desarrollado y maduro, y participó en procesos socioculturales dinámicos panmesoamericanos. Beekman (2003b: 12) retóricamente pregunta si debe ser sorprendente encontrar simbolismo panmesoamericano en el lejano occidente de México. Coincidimos en que la respuesta es un rotundo no.
Además de aportar nuevos datos e interpretaciones que profundizan nuestro conocimiento sobre la tradición Teuchitlán, su cerámica y su cosmovisión, nuestra revisión destaca claramente la necesidad de fortalecer la cronología del desarrollo de dicha tradición. Esta meta no se puede alcanzar partiendo sólo de su arquitectura (como se ha hecho tradicionalmente; Weigand 2004, 2008a, 2008b), sino del estudio de la cerámica -el elemento de cultura material más abundante con el que cuenta el registro arqueológico mesoamericano. Asimismo, nuestros análisis demuestran que el Occidente participó en las estructuras de ideación panmeso-americanas que a menudo sustentaron el poder político y ritual-religioso de los diferentes grupos humanos que poblaron Mesoamérica a lo largo del tiempo. En este tema, trabajado ampliamente por colegas como Lorenza López Mestas y Chris Beekman, entre otros, es fundamental desarrollar e investigar con más profundidad desde las distintas regiones que componen el occidente mesoamericano, con el fin de establecer la manera por la cual las organizaciones políticas regionales construyeron y adecuaron los conceptos de fertilidad, sacrificio y orden cósmico -y el inherente poder ritual de estos conceptos- a las diversas estructuras sociales que consolidaron centros de poder económico y político de esta macro región.