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Trace (México, DF)

versión On-line ISSN 2007-2392versión impresa ISSN 0185-6286

Trace (Méx. DF)  no.67 Ciudad de México jun. 2015

 

Sección temática

 

Dimes y diretes: polémicas sobre la práctica arqueológica en México

 

Haydée López Hernández* y Elvira Pruneda Gallegos**

 

* DEH-INAH.

** CINAH Morelos.

 

Fecha de recepción: 28 de octubre del 2014.
Fecha de aprobación: 31 de marzo del 2015.

 

Resumen

En este trabajo se exploran brevemente algunas de las propuestas arqueológicas de las primeras tres décadas del siglo XX, destacando los principales debates ocurridos alrededor de las exploraciones de Teotihuacán. Se muestra que si bien las deliberaciones traslucen las pugnas entre personajes, proyectos e instituciones, también permiten vislumbrar el mosaico de propuestas de trabajo de cada uno de los actores, así como sus diferentes formaciones y tradiciones. La falta de consenso permite, a la vez, observar el proceso de construcción de la disciplina arqueológica, tratando de escapar de aquellas interpretaciones que consideran que el método estratigráfico introducido por Franz Boas fue el parteaguas para alcanzar la cientificidad de la arqueología.

Palabras clave: historia de la arqueología, práctica científica, Teotihuacán, tradición, debate científico.

 

Abstract

This paper briefly explores some of the archaeological proposals of the first three decades of the twentieth century, highlighting the main debates regarding the exploration of Teotihuacán. It is shown that even though the discussions reveal the conflicts among characters, projects and institutions, they also offer a glimpse of the various work proposals of each actor and their different backgrounds and traditions. The lack of consensus allows us, at the same time, to observe the construction process of the discipline of archeology, trying to escape from those interpretations that consider the stratigraphic method introduced by Franz Boas the watershed that led to the achievement of the scientific nature of archeology.

Keywords: history of archeology, scientific practice, Teotihuacán, tradition, scientific debate.

 

Résumé

Cet article explore brièvement quelques propositions archéologiques des trois premières décennies du XXe siècle, en soulignant les grands débats qui ont eu lieu autour de l'exploration de Teotihuacán. Il est montré que, bien que les discussions préfigurent les conflits entre les personnages, les projets et les institutions, offrent également un aperçu en mosaïque des propositions de travail de chacun des acteurs et de leurs origines et des différentes formations et traditions. L'absence de consensus permet, en même temps observer le processus de construction de la discipline de l'archéologie, en essayant d'échapper à ces interprétations qui considèrent que la méthode stratigraphique introduite par Franz Boas a marqué un tournant pour atteindre le caractère scientifique de l'archéologie.

Mots-clés: histoire de l'archéologie, pratique scientifique, Teotihuacán, tradition, débat scientifique.

 

Buena parte de las historias sobre la arqueología en México consideran su inicio como ciencia con la aplicación de la estratigrafía en las excavaciones de Franz Boas en la Cuenca de México en 1911.1 Fue así como hace ya varios años Guillermo de la Peña propuso a Manuel Gamio (1883-1960), discípulo de Franz Boas, como el "intermediario intelectual" de las ideas del alemán en México (1996: 41); mientras que Luis Vázquez y Mechthild Rutsch (1997) analizaron profusamente el impacto del culturalismo alemán en la práctica arqueológica en el país.

Esta mirada, si bien brinda elementos para comprender la influencia de algunos alemanes en México, deja pendiente el análisis de las prácticas con las que tales teorías y metodologías convivieron o a las que desterraron, aquellas que eran parte del quehacer cotidiano de los estudiosos del México prehispánico. El detalle permitiría alejarse de aquella mirada que observa ese periodo como la abrupta implantación de técnicas importadas del otro lado del océano y reconsiderar la posición de las llamadas periferias científicas,2 ahondando en la comprensión de las innovaciones y debates ocurridos durante este proceso y, sobre todo, en cómo estos definieron la disciplina en un proceso paulatino de cambio, que no necesariamente involucró el consenso absoluto de la comunidad científica.

 

I

Teotihuacán fue desde principios del siglo XX la ciudad arqueológica emblemática. A partir de que el inspector Leopoldo Batres Huerta (1852-1926) descubriera los frescos del que llamó Templo de la Agricultura en 1884-1886, puso todo su empeño en persuadir a la comunidad de estudiosos, nacional e internacional, así como a las autoridades mexicanas, de que en ese lugar existía una ciudad, la "Pompeya americana", y que era digna de explorarse. No lo consiguió. Fue el duque de Loubat (1837-1921) quien convenció al ministro Justo Sierra (1848-1912), en la Exposición Universal de París en 1900, de la necesidad de excavar el sitio y darlo a conocer. Cinco años después Sierra conversará al respecto con Batres y el presidente Díaz aceptará el proyecto (Batres, 1906: 12). La zona fue abierta en 1910, en ocasión del Congreso de Americanistas celebrado en México, y así el mundo pudo observar lo que el inspector exploró, consolidó y reconstruyó. Desde entonces la ciudad de los dioses ha sido objeto de investigaciones sin descanso, convirtiéndose en "la piedra de toque para todos."3

La ciudad arqueológica, quizá por ello, permite como ningún sitio de la época confrontar las polémicas y el quehacer de los principales actores, quienes la inspeccionaron y trabajaron durante las primeras tres décadas del siglo XX. El sitio puede funcionar así como el perfecto laboratorio historiográfico que devela las diferentes formas de hacer arqueología.4

Esto es posible, en buena medida, gracias a que la arqueología, a principios del siglo pasado, no tenía ubicación administrativa única, sino que fue una empresa sujeta a debate por diversos actores que pretendían obtener su usufructo exclusivo desde sus proyectos. De tal suerte, la investigación arqueológica del país se llevó a cabo, desde finales del siglo XIX y hasta la mitad de la tercera década del XX, por dos dependencias en paralelo: primero por la Inspección General de Monumentos Arqueológicos de la República Mexicana y el Museo Nacional, y luego por este último y la Dirección de Antropología. El Museo, creado en 1825 y renovado en 1864, era una institución con larga tradición en el resguardo de las colecciones históricas y arqueológicas, así como en los estudios de historia, etnología, antropología física, lingüística y arqueología. Sin embargo, con los movimientos armados de la revolución, la vida del establecimiento se tornó problemática, acentuándose tal situación a partir de 1917 cuando tuvo que lidiar con el creciente prestigio de un nuevo proyecto que resultó más atractivo para los nuevos caudillos revolucionarios y populistas: la Dirección de Estudios Arqueológicos y Etnográficos. Esta nueva dependencia denominada Dirección de Antropología (DA) a partir de 1919, fue creada en la estructura de la Secretaría de Agricultura y Fomento (SAF) para sustituir a la anterior Inspección General de Monumentos Arqueológicos de la República –dependiente del Ministerio de Justicia e Instrucción Pública, y posteriormente de la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes–, ampliando su rango de acción a la antropología aplicada, por lo que compartía con el Museo las funciones de investigación. Manuel Gamio Martínez estaba a la cabeza del proyecto (López, 2003).

La coexistencia de ambas dependencias (Museo y DA) significó la duplicidad de la investigación en las instancias federales más que su crecimiento, ya que no existieron proyectos conjuntos ni diálogo entre ambas instituciones, por el contrario, cada una pretendía obtener la exclusividad de las tareas, sobre todo las arqueológicas.

Además, la da significó un enfrentamiento para el Museo. Su director, Manuel Gamio, había sido alumno de los profesores de este último, pero al crear la Dirección rompió sus relaciones con aquella institución y no convocó a ninguno de sus mentores y condiscípulos, e integró a personas totalmente ajenas y carentes de experiencia en el ámbito de investigación arqueológica, de tal forma que en el Departamento de Arqueología de la da aprendieron el oficio sobre la marcha el arquitecto Ignacio Marquina Barredo (1888-1981), el ingeniero José Reygadas Vértiz (1886-1939) y Eduardo Noguera Auza (1896-1977).

El proyecto de Gamio daba continuidad a los viejos enfrentamientos librados entre el Museo y la Inspección General de Monumentos por el control oficial de la arqueología. Teotihuacán fue el sitio que sirvió, en muchos sentidos, para ventilar tales discrepancias. Con la salida de Batres de la Inspección de Monumentos y la designación de Francisco Rodríguez, comenzaron estos dimes y diretes, al menos de manera pública. El último acusó de malversación de fondos y mala conducta al primero, pero sobre todo de cometer graves errores en las exploraciones, es decir, de realizar una mala práctica arqueológica.5

Al poco tiempo la potestad de la Inspección de Monumentos cambió de manos, al igual que la ciudad arqueológica. En este lugar la Dirección de Antropología realizó, desde 1917, investigaciones arqueológicas y antropológicas de índole práctica, denominadas "integrales", las cuales representaban el ideal para la dependencia. Los resultados de estos trabajos fueron dados a conocer en 1922 (Gamio, 1922) en tres gruesos volúmenes que, sin mencionarlo explícitamente, pretendían establecer los principios metodológicos y teóricos de la antropología y la arqueología.

Ignacio Marquina, arquitecto de profesión convocado por Manuel Gamio para formar parte del equipo de la da, fue el encargado de realizar los registros topográficos y arquitectónicos, así como la liberación de los edificios en Teotihuacán. También fue quien continuó el debate y las pugnas sobre los lineamientos que deberían regir la práctica arqueológica.

El arquitecto no tenía experiencia alguna en las actividades académicas que se le encomendaron, por lo cual inicialmente parecía un encargo que sobrepasaba sus capacidades:

[…] yo no tenía ninguna preparación especial en arqueología; es cierto que me habían interesado los conocimientos que en su clase de Historia del Arte nos impartía el arquitecto don Carlos Lazo […Y que] años más tarde el arquitecto Federico Mariscal decidió reunir un pequeño grupo de los que habíamos sido sus discípulos y dictar unas cuantas conferencias para que tuviéramos cuando menos una idea general de lo que había sido la arquitectura en México antes de la Conquista (Marquina, 1994: 29).

Pese a su ignorancia en la materia, Gamio le indicó: "vaya usted a Teotihuacán, vea los monumentos, y como arquitecto escriba usted lo que le parezca interesante" (Marquina, 1994). Así lo hizo, recorrió la ciudad y con un plano topográfico logró hacerse una idea de la simetría del lugar, y pronto comenzó sus exploraciones en La Ciudadela. Sus conocimientos sobre arquitectura –aprendidos de Mariscal y Lazo–, al igual que el apoyo del ingeniero José Reygadas y la experiencia de Ignacio Herrera como ex trabajador de Batres y ahora empleado de la da, fueron la base para que Marquina reconstruyera La Ciudadela y diera inicio a una nueva forma de quehacer para la disciplina.6

En el capítulo tercero de la publicación de los resultados, "Arquitectura y escultura", correspondiente a la historia prehispánica, Marquina presentó el recuento de los trabajos realizados sobre arqueología, con la finalidad de dar a conocer "el concepto que se ha tenido de las ruinas en distintas épocas y el estado en que han quedado después de las exploraciones." El autor brindaba un esbozo histórico y crítico de los trabajos arqueológicos, sin mencionar que por medio de este pretendía posicionar las labores de la Dirección, así como sus ensayos en la reconstrucción arquitectónica (Marquina, en Gamio, 1922: 108). La obra, de esta forma, se convirtió en una palestra para el debate sobre el ideal de la práctica arqueológica.

El recuento de Marquina inicia con los cronistas, quienes, señala, al no conocer la ciudad en funcionamiento, brindaron referencias vagas y erróneas; entre los viajeros –continúa– destaca el barón Humboldt porque, a diferencia de los demás, no se limitó a repetir lo ya señalado sino que aportó datos relevantes para el estudio de los monumentos. Siguen los "estudios modernos", entre los cuales Marquina menciona los realizados por la Comisión Científica de Pachuca, Antonio Peñafiel, Désiré Charnay, Gumersindo Mendoza, William H. Holmes, Hubert Bancroft y Stansbury Hagar. Tomando como criterio de juicio los métodos usados en cada investigación, el arquitecto consideraba que los autores mencionados al final incurrieron en fantasías e imaginaciones sin fundamento, mientras que los demás hicieron verdaderas aportaciones modernas e interesantes, aunque no siempre exentas de errores.

Por ejemplo, la participación de la Comisión Científica de Pachuca era relevante porque determinó las coordenadas geográficas, hizo un plano de la zona que indicaba los principales montículos y trató de establecer la orientación de los edificios, medidas y unidades de medición, los posibles sistemas constructivos, y su relación con el meridiano astronómico actual. Lamentablemente, considera el arquitecto, las exploraciones de esta comisión destruyeron el montículo explorado y dejaron los escombros amontonados en el mismo lugar. En su opinión, también los escritos de Holmes resultaban de interés porque aprovechaban los datos ya conocidos y mostraban un "espíritu moderno" al describir con método la distribución de los montículos y su sistema de construcción.

El recuento histórico de las exploraciones previas a los trabajos de la Dirección culmina con las "exploraciones oficiales", es decir, las realizadas por Antonio García Cubas y luego Leopoldo Batres, en su calidad de inspector de Monumentos.7 Más allá de destacar las faltas, el arquitecto se concentró en subrayar que Batres, además de incurrir en graves errores de interpretación, destruyó el patrimonio (edificios y objetos muebles) sin dejar registro de sus trabajos, por lo que ocasionó la pérdida irremediable de los vestigios.

Los cargos imputados por Marquina en esta publicación eran sumamente graves y se sumaban a la ola de críticas en contra del ex inspector: mala reconstrucción de la Pirámide del Sol, falta de registro de los objetos descubiertos y de las pinturas, ausencia de mecanismos de conservación de los frescos y de limpieza en el manejo del escombro, destrucción de varios montículos debido al paso del Ferrocarril Pirámides, etcétera.

Es posible que Marquina hiciera suyas las palabras de los críticos de Batres dejándose arrastrar por las pasiones de aquellos sin demasiado conocimiento ni convicción. Con sus acusaciones estaba desconociendo la trayectoria en investigación de Batres, e incluso los inventarios detallados que dejara a su sucesor Rodríguez, al entregar el cargo que durante tantos años ejerció y que sin duda pervivían en la Dirección de Antropología en la que laboraba el arquitecto.8 De hecho, Marquina recordará muchos años después, contradiciendo sus argumentos de 1916, cuando copió las pinturas que había encontrado Batres en el Templo de la Agricultura, que éstas "estaban bastante bien conservadas gracias a la protección de grandes cristales que tuvieron desde la época de su descubrimiento" (Marquina, 1994: 31).

Este tipo de denuncias fue, no obstante, moneda corriente no solo en contra de Batres (Pruneda, 2013), sino comunes entre otros arqueólogos de la época. Como se ha mencionado (Rutsch, 2001; López, 2003), en no pocas ocasiones los arqueólogos usaron la acusación "por destrucción del patrimonio" para ventilar disputas personales. Pero tales acusaciones también permiten observar los debates en torno a las discrepancias técnicas y metodológicas y al quehacer científico de estos autores.

 

II

Batres, a los pocos años de publicada la obra del equipo de Gamio, dedicó un documento puntual titulado "Algunas rectificaciones a las burdas calumnias contenidas en el libro La población del Valle de Teotihuacan, publicado por la Dirección de Antropología de la República mexicana", para defender sus investigaciones "que con tanta ligereza señala el asalariado amanuense del señor Gamio" (Acervo Batres, Secc. Sitios Arqueológicos, Doc. 68, s/ fecha). El ex inspector brinda un relato minucioso sobre las condiciones en las que inició sus exploraciones, así como los tropiezos que superó en aras de descubrir y conservar las pirámides, sobre todo considerando el escaso presupuesto gubernamental: además de usar el plano detallado de los montículos realizado por la Comisión Científica del Valle de México, hizo los planos correspondientes –porque, de lo contrario, no hubiera obtenido recursos del erario para sus labores ni la aprobación necesaria–; clasificó y etiquetó los materiales procedentes de la pirámide del Sol y consolidó los edificios descubiertos. Destaca también la serie de registros de aquellos restos que no podían conservarse, tanto por la falta de presupuesto como por la carencia de métodos adecuados para protegerlos de la intemperie y el tiempo, enfatizando que hizo "todo lo que estuvo de mi parte y lo que fue humanamente posible para la conservación." Sobre la vía del ferrocarril, aclaró que no cortaba los montículos sino que aprovechó su trazo para sacar los escombros, valiéndose de la tecnología del ferrocarril, no como sus colegas de la Dirección, quienes utilizaron "cuatro carritos tirados por un par de fatigadas acémilas de orejas caídas, impulsadas a fuerza de chicote."

Batres, al igual que Marquina, además de describir sus trabajos en Teotihuacán, aprovechó la ocasión para calificar de "destructores" los realizados por García Cubas y Gamio. Al último, incluso lo acusó de usar sus descubrimientos y láminas en la publicación de El Valle de Teotihuacan, sin darle los créditos correspondientes,9 y de haber destruido la obra que realizó en el Museo de Teotihuacán, pues el:

[...] emporio de antigüedades y de maravillas que yo, con tantos años de dedicación y de empeño jamás desmentido, formé poseído del santo amor a la ciencia y a mi patria, hoy es tan solamente una bodega de cachivaches, un hacinamiento de sillones viejos, de mesas extraídas por el señor Gamio de los curatos de los alrededores, y de platos de Puebla que ha puesto este señor allí sin ninguna razón ni con el menor objeto.

En cuanto a la Pirámide del Sol, enfatizó que no incurrió en la reconstrucción sino que únicamente descubrió el edificio desde su base y en sus cuatro lados (dejando sin explorar solo una pequeña área, a solicitud de un grupo de hombres de ciencia), de los cuales eliminó espesores distintos, porque "los indios no usaron un cartabón métrico decimal para dar un espesor uniforme a las construcciones superpuestas". El inspector argumentaba que si al final de la exploración la pirámide resultó irregular, era explicable porque él no trazó las aristas, ya que "no iba a hacer la pirámide de nuevo sino a presentar lo que los antiguos habían hecho, respetando la técnica original de los constructores." En otro texto Batres, además, recordaba que al visitar la zona después de los trabajos de la Dirección de Antropología:

[…] pude ver con asombro, lo que se desarrollaba ante mis ojos, toda una obra de reconstrucción en donde sólo existían vestigios de edificios originales y de los cuales descubrí uno de ellos situado al poniente de la gran plataforma destinada a sustentar una docena de templos menores que hoy han desaparecido debajo de las cucharas de los albañiles encargados de edificar aquellos templos sin más punto de partida que diseminados fragmentos de las primitivas construcciones. Fragmentos que no podían dar los elementos indispensables para su reconstrucción científica sino fantástica como ha sucedido con mengua de la verdad histórica constituyendo esa obra un verdadero atentado que ameritaría un proceso técnico para que quedase deslindada hasta donde avanzó el sacrilegio y depurada la verdad que debe resplandecer en asuntos históricos y con las lamentaciones del caso consignar en la que el libro de piedra las adulteraciones que han sufrido sus arcaicas páginas (Acervo Batres, "El Museo local de las ruinas de Teotihuacán", ms, s/f).

La intención de Batres en estos escritos era tanto para defenderse y resaltar el valor de su trabajo –por sus méritos científicos, como por sus alcances al haber sido el pionero en un ambiente adverso–, además de desacreditar la labor de reconstrucción y la cientificidad enarbolada por la Dirección de Antropología en la voz de Ignacio Marquina. Si bien Batres consideraba que la arquitectura era una herramienta indispensable para la arqueología, porque era necesario:

[…] conocer la arquitectura para poder aplicar los métodos y reglas en la definición de los caracteres en la forma total y en cada una de las partes de la construcción, fijando por medio de la observación la manera [de] hacer el corte de las piedras, de su ornamentación así como los módulos, según el estilo de la tribu a que pertenece y si hay símbolos estudiarlos fijando los caracteres de cada uno (Acervo Batres, Sitios Arqueológicos, Documento 58, s/f),

razonaba en la necesidad de conocer detalladamente los "distintos sistemas de construcción entrando aquí la parte de ingeniería en sus materiales y sistemas de construcción, entre estos, sus argamasas y ligamentos de las partes por medio de morteros y arcillas de cal y arena y los niveles y plomos que aseguran la estabilidad de los edificios," para poder replicar el sistema constructivo en la consolidación arqueológica. Contrario a estos planteamientos, el equipo de la Dirección de Antropología había completado los elementos arquitectónicos faltantes en los edificios y, lejos de utilizar argamasas de cal y arena, introdujo la más reciente innovación en materia de construcción para la reconstrucción: el cemento.10

Con seguridad el ex inspector añoraba el lugar privilegiado y el poder que había gozado durante tantos años, así como el reconocimiento de sus compatriotas y colegas. Su intención de esclarecer su labor respondía en el mismo tono a La población del Valle de Teotihuacán, la cual pretendía colocarse como el ejemplo científico a seguir. El recorrido histórico de Marquina concluye con el apartado "trabajos recientes", los hechos por la Dirección de Antropología. El método seguido en esta dependencia, según el arquitecto, estaba guiado por el uso de las técnicas modernas que podían proporcionar datos cuantificables –como la exploración sistemática-estratigráfica y el registro metódico– lo cual permitía entresacar el trigo de la verdad de entre la paja de la imaginación. De esta forma, todos los trabajos anteriores a esta metodología, como los realizados por Batres y los estudiosos decimonónicos, eran meras "imaginaciones" sin base objetiva, que solo repetían datos y ofrecían reconstrucciones erróneas.11

El énfasis en el método apelaba a la autoridad académica de Franz Boas, por haber sido el mentor de Gamio como fellow de la Escuela Internacional de Arqueología y Etnología Americanas, aunque los postulados del primero difícilmente podrían encontrarse en las labores realizadas por la Dirección en Teotihuacán, pues el equipo de la da sólo simplificó los principios del alemán y dio un paso atrás en los ensayos estratigráficos de la época. Boas había propuesto, en sus trabajos arqueológicos de la Escuela, la excavación estratigráfica (la extracción de cada uno de los estratos en el orden inverso a su deposición) para determinar una secuencia temporal relativa de los objetos, es decir identificar los restos arqueológicos de acuerdo a su posición en cada uno de los estratos (en donde los más profundos corresponden a una temporalidad relativa más antigua en relación a los más superficiales). Este principio (derivado de la geología), en términos generales había sido aplicado previamente por Batres (Batres, 1906) también en Teotihuacán, y por Holmes (Schávelzon, s/f) en Estados Unidos.12 Sin embargo, Boas también proponía el análisis de los restos (obtenidos por medio de esta técnica) de acuerdo con sus características estilísticas y de manufactura, para proponer tipos ideales cerámicos que pudieran corresponderse con la temporalidad relativa de los estratos.13 Sin embargo las exploraciones del equipo de Gamio en Teotihuacán, no siguieron esta metodología, sino que simplificaron la técnica estratigráfica excavando por niveles métricos (retirando el sedimento en capas de 20 cm, sin respetar el grosor natural de cada estrato) y ubicando en los estratos la presencia/ausencia de los tipos cerámicos previamente identificados por Boas (López, 2007).14

 

III

La discusión no se centró en la técnica estratigráfica y sus implicaciones en la recolecta de datos.15 En este sentido, más que la importación de un método o teoría, Teotihuacán significó la plataforma ideal para explorar las innovaciones en las labores arqueológicas de reconstrucción derivadas de los principios de la escuela mexicana de arquitectura. Si los arquitectos mexicanos aspiraban a identificar el sino de los pueblos para plasmar un estilo nacional en los edificios públicos (Acevedo, 2000), Marquina, en un proceso inverso –siguiendo los pasos de su maestro Federico Mariscal–, trató de encontrar el estilo de los edificios arqueológicos para vislumbrar el espíritu de sus constructores. Este método resultaba idóneo para generar museos al aire libre que pudieran coadyuvar en el turismo en la zona, convirtiendo a esta naciente industria en el complemento económico ideal para los pobladores de San Juan, quienes cada vez veían más mermadas sus oportunidades de subsistencia con las tareas agrícolas.16

Pero Marquina no describió esto en la obra sobre Teotihuacán, sino que centró el debate en la calidad científica de los trabajos, derivada del método estratigráfico en Gamio y Boas. Y funcionó. La extensa publicidad con la que contó La población del Valle de Teotihuacán hizo que la obra se conociera rápidamente, tanto entre la comunidad nacional como la internacional, y seguramente contribuyó para que la balanza presupuestal se inclinara en favor de la da.17

En la misma medida, el éxito de la empresa en Teotihuacán hizo que el presupuesto y las labores arqueológicas de campo del Museo se vieran afectados. En esas fechas el Museo trataba de estirar los magros $5 000.00 destinados en su presupuesto para las exploraciones de campo, mientras la Dirección de Antropología gestionaba $225 000.00 para la exploración en el Valle de Teotihuacán y presentaba la publicación de los resultados de sus investigaciones.18 El Museo logró realizar solo tres exploraciones arqueológicas de menor envergadura en Puebla y Guerrero. Fue Enrique Palacios (1881-1953), quien recién había ingresado como bibliotecario, uno de los investigadores privilegiados designados para tal empresa. En febrero fue comisionado al sur del país para realizar exploraciones arqueológicas durante 90 días, y su trabajo sería utilizado para tratar de reposicionar la labor arqueológica del Museo Nacional (AC-INAH, exp. Palacios Mendoza, Enrique Juan, ms., 07 de febrero de 1922, s.n.f.). Junto con Miguel E. Sarmiento –empleado del Museo–, Palacios recorrió la zona del Cofre de Perote y a su regreso informó al Museo que, tras visitar varios sitios de relevancia (entre ellos el Huayaltépetl) llegó a Cantona, Puebla, lugar que consideró como la "ciudad más extraña del mundo", admirándose de haber localizado una zona arqueológica en donde se creía que ya no había nada por conocer (Palacios, 1922).

La satisfacción de los miembros del Museo por este descubrimiento no fue menor que la de los exploradores. Las autoridades del establecimiento reportaron a la Secretaría de Educación Pública que el Museo, "centro neto, legal y científico", recuperaba las actividades y atribuciones que otros le disputaban, pero que legítimamente le correspondían (SEP, 1922).

El descubrimiento también fue dado a conocer a la comunidad internacional como el episodio más reciente de la historia científica de la arqueología en México. En 1922 José Vasconcelos (1882-1959) le pidió al profesor de arqueología Ramón Mena (1874-1957) una historia ilustrada de las exploraciones arqueológicas en la República, para presentar al Congreso Histórico celebrado en Brasil con motivo del centenario de su independencia. La obra llevó el título de "Las exploraciones arqueológicas en México" e incluyó 131 ilustraciones; ofrecía un trayecto cronológico por las principales investigaciones, en el que se inserta el recorrido de Palacios y Sarmiento por el Cofre de Perote, así como el descubrimiento de las ruinas del Hueyaltépetl, y se destaca que esta extensa ciudad con pirámides de tres o cuatro cuerpos sería investigada, consolidada y conservada por el Museo siguiendo el sistema racional, es decir:

[...] recogiendo el material en los mismos lugares y acomodándolo en sus mismos sitios de procedencia, sin quitar ni añadir, sin retocar, sin inventar; ni siquiera del mampostado piensan hacer uso; en todo caso, cuando los sillares no pueden sostenerse en sus paramentos, cuñas de madera servirán para consolidarlos [a los monumentos] (AHSEP, 4.11 Departamento de Antropología, folder 1, 1922).

El escrito de Mena reafirmaba la calidad científica del Museo, en un discurso que pretendía mostrar su superioridad por encima de la DA. Mena consideraba que Manuel Gamio "exploró la Ciudadela, reincidiendo en los mismos errores que censuró al señor Batres. En la Ciudadela se perdió todo antecedente antiguo del sistema constructivo y un 90% de la edificación es obra nueva", y no se llevó un diario de excavación (AHSEP, 4.11 Departamento de Antropología, fólder 1, 1922, f. 22).

De esta forma, Mena se sumaba al debate sobre la cientificidad de la práctica arqueológica y a la crítica de la reconstrucción seguida por la DA. Al igual que Batres –aunque personalmente fueron personajes confrontados–, el profesor del Museo mostraba su desconfianza ante los trabajos realizados por la Dirección en Teotihuacán porque –consideraba– se encontraban más cercanos a la imaginación de los exploradores que a la verdad de la ciencia.

Y es que el gran proyecto de la Dirección de Antropología en Teotihuacán despertó no pocas inquietudes, que se encontraban lejos de la simple complacencia ante la introducción de un método foráneo. Enrique Juan Palacios también participó en esta polémica usando a Teotihuacán como pretexto, ciudad que era "piedra de toque" para todos. Es posible que alrededor de la fecha en que ingresara al Museo como bibliotecario y anunciara el descubrimiento del Hueyaltépetl, Palacios haya recorrido la zona de Teotihuacán en compañía del presbítero C. Flores, y así publicara sus apreciaciones en el Álbum histórico mexicano (Palacios, 1923).

Al observar la Calzada de los Muertos, Palacios pensaba que Teotihuacán había sido el lugar donde se celebró un nuevo atado de años.19 Pero, más allá de esto, consideraba que existían varias preguntas cruciales sobre la ciudad, de entre las cuales se destacaba aquella concerniente a los constructores de la urbe, es decir, a la pertenencia cultural del lugar. Palacios opinaba que era posible estudiar los restos materiales procedentes de las excavaciones, es decir, los datos que el suelo suministra y que son "directos por su índole, [e] indirectos porque hay que interpretarlos" y, con base en éstos y el análisis de los edificios, se debían realizar estudios comparativos, de índole arquitectónica y estratigráfica. Si bien los estudios estratigráficos eran modernos, sólidos y seguros en los resultados, Palacios consideraba que debían complementarse con otros análisis, porque:

En presencia de dos tipos de cerámica sobrepuestos, cualitativamente diferenciados ¿cómo podría decirnos el método estratigráfico por sí sólo, si se trata de productos de distintos pueblos o de fases sucesivas de una misma evolución? Habrá que acudir a la arqueología comparada, a las aportaciones de la tradición o a los otros documentos históricos, cuando falten constancias de carácter más preciso (Palacios, 1923, s/p).

La objetividad, para este autor, estaba en las historias ya escritas por los propios prehispánicos y los cronistas, así como en la pericia del investigador para indagar y comparar diferentes fuentes y datos.20 De esta forma, aceptaba que los estudios arqueológicos podían ser complementados con análisis cerámicos, arquitectónicos, incluso, osteológicos, pero estaba plenamente convencido de que se tenían que basar, primordialmente, en los análisis comparativos de fuentes y monumentos. De tal suerte, Palacios reiteraba la idea de sus mentores del Museo Nacional, de que un edificio tenía el mismo valor que un códice, porque tan monumento era el uno como el otro.21

A los pocos años (1929) Palacios ahondó en estas reflexiones en una nueva publicación de varias entregas titulada "Los estudios histórico-arqueológicos en México. Su desarrollo a través de cuatro siglos" (Palacios, 1929). En este escrito, como antes lo hicieran Marquina y Mena, Palacios pretende dar cuenta del origen y el desarrollo de la disciplina, utilizando esta genealogía para estipular implícitamente los límites válidos de la práctica arqueológica y su tradición. Ese fue su objetivo. Su ancla temporal coincide con la del profesor Ramón Mena, pues como lo indica el título de su trabajo, los estudios histórico-arqueológicos comenzaron con los primeros cronistas de la Nueva España, lo cual les confiere una tradición de cuatro siglos, que alcanza a los principales historiadores liberales del siglo XIX y hereda su legado al tiempo de sus contemporáneos y predecesores inmediatos. El legado, la lectura de las fuentes coloniales y la interpretación de los glifos, constituían la base para la interpretación de la cosmogonía de los pueblos pasados y, con ello, la de su historia. Las técnicas modernas –como la estratigrafía o la comparación de estilos arquitectónicos– eran, en este sentido, complementarios pero no la base para la interpretación. Quizás por ello, Palacios no integró en su narrativa el devenir de la disciplina en manos de sus contemporáneos en el siglo XX, sino que su historia culmina con sus mentores del Museo Nacional y los viajeros decimonónicos. Su conclusión es clara: la arqueología es, fundamentalmente, historia, y las fuentes escritas son la base para la investigación del pasado.

 

IV

Es cierto, como mencionamos, que todas estas posturas alrededor de la práctica arqueológica en Teotihuacán fueron resultado de las pugnas existentes entre los miembros de la comunidad del Museo, la Dirección de Antropología y la anterior Inspección de Monumentos y que, a la postre, impactaron los criterios que definieron los parámetros de cientificidad de la disciplina así como sus derroteros.

Las fuertes críticas de los miembros de la Dirección de Antropología tenían la intención de justificar y validar sus trabajos ante la comunidad internacional y nacional en los tiempos convulsos de los años posrevolucionarios, distanciándose con ello del precedente inmediato (tanto para la dependencia como para el país): el pasado porfiriano. En este discurso la Revolución, entendida como cambio hacia el progreso, no solo se limitaba a los acontecimientos políticos, sino que también marcaba una diferencia en el conocimiento. Como señala Thomas Benjamin (2003) la "Revolución" –con mayúscula– se cosificó en el discurso de los actores hasta convertirse en una entidad autónoma que se confundía con el liberalismo, la patria y, agregaríamos, la ciencia.

Al distanciarse de la comunidad del Museo, la da necesitaba validar académicamente su trabajo y colocarlo como la punta de la modernidad científica y la revolución. En buena medida, la participación de Gamio en la Escuela Internacional y, sobre todo, la presencia de Franz Boas en la misma, brindó las credenciales necesarias para revestir de prestigio internacional al mexicano y su proyecto. En este sentido, la publicación de El Valle de Teotihuacán... fue promovida como el primer estudio cabalmente interdisciplinario y antropológico, enarbolando las características fundamentales para la ciencia moderna, tal como se entendía en ese momento. A la vez, el proyecto se presentó como un trabajo de indiscutible aplicación social, elemento capital para la política de los gobiernos posrevolucionarios, en particular el de Carranza, y una de las preocupaciones centrales del Constituyente de 1917 y para intelectuales como Andrés Molina Enríquez.22

Si bien el escrito que Mena presentó ante el Congreso de Brasil también albergaba la intención de promover y posicionar al Museo, la institución no logró insertarse en el nuevo escenario político, al menos no para favorecer sus labores arqueológicas. Lo mismo ocurrió con Batres, quien pese a que se defendió de los ataques de sus contemporáneos aduciendo que sus decisiones en Teotihuacán estaban plena y científicamente justificadas, no consiguió el reconocimiento que esperaba. En esta misma tónica Palacios y la tradición de sus mentores del Museo Nacional corrieron una suerte similar y no fueron integrados al panteón de la historia de la arqueología.23

Por otro lado, sin embargo, estas polémicas develan la diversidad de criterios que existía en la época frente al trabajo arqueológico y la interpretación histórica, como un cuadro representativo de la conformación disciplinaria en esos años. Todos los autores mencionados aquí se forjaron sobre la marcha como arqueólogos, y por caminos heterogéneos en las primeras instituciones especializadas en la materia y subsidiadas por el Estado, pues la profesionalización de este campo todavía se encontraba en un largo proceso de gestación. Sabemos que Batres recibió instrucción especializada con las grandes personalidades de la antropología en Francia, mientras que Marquina combinó su experiencia como arquitecto y las enseñanzas de su maestro y colega, Federico Mariscal, con su aprendizaje informal en la da; y Mena y Palacios aprendieron el oficio con los profesores del Museo (Manrique, 1988; Pruneda, 2009, Rutsch, 2007; López, 2006).

La diversidad de mentores que los guiaron se trasluce en su falta de consenso en torno al quehacer arqueológico. Aunque todos apelan a la cientificidad de su práctica atendiendo al estatus que este conocimiento alcanza en el cambio de siglo, ninguno atiende criterios similares, ya sean metodológicos o técnicos. Si bien es posible observar ciertas coincidencias entre algunos de ellos, sobre todo en lo que respecta a las ligas entre la arqueología y la historia, cada autor parte de su propia forma de hacer arqueología y pretende instaurar los principios rectores para la disciplina.

Batres, en su alegato de defensa, deja traslucir su papel de pionero en la arqueología como actividad subsidiada por el Estado y aclara que, en buena medida, la labor arqueológica es una tarea de gestoría y administración, que implica convencer a la mirada política –siempre reticente a dilapidar el erario en estos tópicos– sobre la importancia de las ruinas, tanto para procurar los recursos necesarios para su investigación como para asegurar su conservación. En este último sentido, insiste en la imperiosa necesidad de la conservación de los restos ya sea por medio de mecanismos tendientes a impedir su deterioro o, en su defecto, con un registro calificado, y en su debida catalogación y difusión para la posteridad de la ciencia, porque la arqueología es un deber para el Estado y un asunto universal. La exploración de los monumentos, por tanto, debe respetar el estado original de las ruinas, sin agregado alguno que distorsione la realidad y, en este sentido, la reconstrucción es sencillamente inaceptable.

En buena medida las actividades de Batres rindieron frutos porque, a partir de la década de los años veinte, la importancia de invertir los fondos del erario en la investigación arqueológica ya no se puso en duda. Esta seguridad se observa claramente en los escritos de aquellos años, los cuales, una vez asegurado el financiamiento, ya pueden concentrarse en la discusión de las cuestiones técnicas y metodológicas. En este último sentido Marquina enfatiza la calidad objetiva y moderna de los registros, y justifica la reconstrucción con bases objetivas, tomando como criterio de autoridad la figura de Manuel Gamio pero fundamentando a la vez, y sin mencionarlo, su tradición como arquitecto y sus propias innovaciones en materia de reconstrucción.

Y es que el debate sobre la conservación y reconstrucción era un tópico sobre el que no existía un acuerdo, y alcanzaba el ámbito internacional. Al respecto, en 1910 Justo Sierra refería que:

Lo que nos hemos propuesto, lo repetimos y repetiremos, ha sido preservar las ruinas de la destrucción, y no reedificarlas, sino reconstruirlas con sus propios elementos para retardar indefinidamente, si posible fuere, su desaparición. Resueltos, eso sí, que allí donde se necesitase optar por agregar obra nueva a la vieja para llegar a ese resultado de preservación, o abandonar a la rapiña o a la muerte el monumento, no vacilaríamos y salvaríamos la obra antigua sin pretender disimular la nueva: en Egipto, en Grecia, en Roma, no ha podido seguirse otro camino, ese es el nuestro (Sierra, 1968: 22).

Ramón Mena no aprobaba la reconstrucción por ningún motivo y, además, rescata como antecedentes fundamentales de la disciplina a aquellos cronistas y autores decimonónicos que Marquina no considera científicos. Muy de cerca a la propuesta de Mena, Palacios se inserta en la polémica tratando de dar continuidad a la tradición de sus mentores, aquellos que realizaron los primeros estudios sobre los pueblos prehispánicos décadas atrás, Alfredo Chavero, Jesús Galindo y Villa y Justo Sierra, y sus contemporáneos, uno de ellos Miguel Othón de Mendizábal. En calidad de discípulo de aquellos, incluso pretendió ir más allá y asegurar que las fuentes del virreinato son indispensables para la comprensión de las culturas prehispánicas, incluso el mejor acceso, aun de frente a métodos más modernos de análisis como la estratigrafía. En ello también coincidía con el ex inspector de monumentos, quien aseguraba que:

La historia es la mitad del estudio de la arqueología, cuando hay historia, [sic] y la otra mitad se completa con la investigación fundada en vastísimos conocimientos en las ciencias y en las artes. […] La arqueología se divide en dos partes esenciales de cuya [sic] división resultan las bases del método que se debe seguir en la investigación científica. La arqueología cronológica basada en las fechas y la analítica en el análisis de las cosas. Cuando la arqueología cuenta con el poderoso auxilio de la historia y de la filología se aplica con toda seguridad la cronología y se sacan deducciones seguras y fijas. Las cuales forman la historia de los acontecimientos y de las cosas, más cuando hay que hacer la historia porque ya no existe el silabario del pueblo en estudio no queda más que aplicar la arqueología analítica y por medio de la observación y de la aplicación del conocimientos previos en el saber humano aplicándolos para la filiación de los objetos en estudio formando series que establecen con los caracteres dominantes en el tipo humano de cada pueblo en estudio así como el tipo característico de la forma de sus producciones industriales simbólicas y religiosas y para llegar a obtener conclusiones capaces de formar leyes constantes y que sirvan de base, hay que conocer bien a fondo muchas ciencias y artes aplicables desde el primer momento en que se presente a uno cada caso de estudio (Acervo Batres, Sitios Arqueológicos, Documento 58, s/f).

Esta posición sobre la importancia de los vastísimos conocimientos en las ciencias y en las artes que deben conformar los estudios sobre el pasado prehispánico, así como acerca del valor de las fuentes y los estudios iconográficos y filológicos parece haber permeado buena parte de los trabajos de la época como una tradición de los estudiosos mexicanos que muestra, en buena medida, su formación enciclopédica y previa a la profesionalización de la mayor parte de las ciencias que hoy conocemos. A la postre, sin embargo, la técnica estratigráfica y los análisis arquitectónicos y cerámicos se insertarán paulatinamente en la arqueología, hasta consolidarse como el eje fundamental de su práctica.

***

Los debates sobre los procedimientos que deben guiar la práctica arqueológica de carácter científico, basados sobre todo –como mostramos– en la técnica de excavación y de restauración/reconstrucción, muestran una faceta de la disciplina en construcción que comienza a perfilarse y a delimitar los elementos constitutivos de su ejercicio o práctica como saber especializado.

Tales debates no alcanzaron la discusión sobre las implicaciones teóricas y metodológicas de cada propuesta. Aunque en la mayor parte de los trabajos se puede observar la persistencia de los preceptos evolucionistas,24 sería aventurado generar conclusiones al respecto. Los estudiosos de la época, en general, fueron reticentes a hablar sobre estos tópicos teóricos, aunque quedan pendientes análisis que puedan dar cuenta puntualmente de estos aspectos.

En general, y allende de la pretendida introducción de la concepción teórica boasiana, parece prevalecer entre los estudiosos la tendencia de considerar a la arqueología como parte de la historia y, en este sentido, a las fuentes como el acceso idóneo al pasado prehispánico. Esta tradición, sin embargo, no trascendió más allá de la primera mitad del siglo pasado porque, a la postre, la excavación estratigráfica (que no el método o teoría boasiana) desterrará el ejercicio del análisis iconográfico y la lectura de las fuentes. Y es que ninguno de los autores que sostuvo tales propuestas contó con discípulos que pudieran dar continuidad a sus ideas, mientras que, paulatinamente, se fue consolidando la propuesta de concebir a la antropología como el tronco de estos saberes, posiblemente a raíz de la influencia de las propuestas de Lewis Binford en la segunda mitad del siglo XX.25

A pesar de que estos debates sobre la cientificidad de la arqueología no trascendieron en los siguientes años, en cierta medida fundamentaron la memoria del gremio, porque con el paso del tiempo la balanza del juicio histórico se inclinará hacia la evaluación de Marquina, perpetuando la "leyenda negra" de Leopoldo Batres por un lado y, por el otro, la hagiografía de Manuel Gamio.26 No obstante, si bien la reconstrucción arquitectónica y el análisis comparativo de los edificios se tornarán parte del quehacer arqueológico, con el tiempo también quedarán ocultos debido al creciente prestigio de la tradición norteamericana, que paulatinamente oscurecerá todos los aportes nacionales y otorgará el único crédito de la cientificidad de la disciplina a la presencia en México del alemán Franz Boas.

 

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Notas

1 Sin duda el texto de Ignacio Bernal, Historia de la arqueología en México (1992), es uno de los pioneros sobre la temática, junto con el escrito por Willey y Sabloff, A History of American Archaeology (1974). En general, la explicación de estos autores acerca de la implementación de la técnica estratigráfica es seguida por autores posteriores, por ejemplo Eduardo Matos Moctezuma, Las piedras negadas (1998).

2 Una reflexión, por demás interesante, sobre las periferias científicas en López Beltrán, 1997.

3 Así fue llamada por Enrique Juan Palacios.

4 El sitio también puede mostrar las polémicas en torno a las interpretaciones sobre la historia prehispánica. Al ser considerado por varios autores (Batres, Gamio y Palacios) como la Tollan descrita por Sahagún en su Libro X de La historia de las cosas de la Nueva España, el sitio fue el eje para explicar el surgimiento y desarrollo civilizado de los pueblos, al menos entre las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX. A partir de que la comunidad arqueológica decidiera en la Primera Mesa Redonda de la Sociedad Mexicana de Antropología (1941) que tal título le correspondía a Tula (Hidalgo), el debate para Teotihuacán se centró en el surgimiento del "Estado" y otros tópicos. No obstante, tales análisis escapan por completo al presente artículo, aunque constituyen temas pendientes de investigar en la historia de nuestra disciplina.

5 Las acusaciones en contra de Batres se ventilaron incluso en la prensa, véase "La fuga de Batres y Dr. Pruneda", El Ahuizote, 12 de septiembre de 1911, p. 7. Es posible contrastar las acusaciones con los reportes emitidos por el propio Batres, véase Acervo Batres, Secc. Sitios Arqueológicos, Doc. 45, "Mis exploraciones en las Pirámides y monumentos arqueológicos de Teotihuacan del año de 1905 a 1911, y del expediente de entrega que hice de esas obras al ser destituido por el gobierno de Don Francisco L. de la Barra siendo ministro de Instrucción Pública el Sr. Don Francisco Vázquez Gómez."

6 Durante un periodo que Marquina no precisa, las exploraciones estuvieron a cargo de Reygadas, mientras aquel atendía su despacho de arquitecto, el cual le proporcionaba mejores ingresos económicos (Marquina, op. cit.: 34).

Por otro lado, la presencia de trabajadores como Ignacio Herrera, jefe responsable de las obras de Teotihuacán, y Bernardino Verazaluce, guardián y jefe junto a Herrera de las obras de Xochicalco, al lado de Batres y, luego, de Gamio, podría ayudar a rastrear algunas continuidades en la práctica de campo de estos años. Herrera, de hecho, fue el brazo derecho de Reygadas en las exploraciones de Tenayuca en la década de los años veinte. Véase al respecto López Hernández, 2004.

7 Aquí Marquina acusa a Batres de haber autorizado a García Cubas la realización de exploraciones. No obstante, Batres aclarará que en 1895 García Cubas y Próspero Cahuantzi, gobernador de Tlaxcala, recibieron la encomienda verbal del presidente Díaz para realizar las exploraciones. Al llegar Batres y encontrar que un grupo de zapadores excavaba sin ninguna guía, ordenó que se detuviera la excavación, argumentando que el presidente de la República se encontraba infringiendo la ley al autorizar tales trabajos sin el conocimiento y autorización de la Inspección. Dice: "al darle cuenta al sr. Presidente por la vía telegráfica, ordené retirar en calidad de urgente a la tropa que allí operaba, disponiendo al mismo tiempo se reincorporase en la matriz de su batallón." Véase Acervo Batres, Secc. Sitios Arqueológicos, Doc. 68, "Algunas rectificaciones a las burdas calumnias contenidas en el libro La población del Valle de Teotihuacan, publicado por la dirección de Antropología de la República mexicana". Este texto fue integrado a la compilación de documentos sobre Teotihuacán hecha por Roberto Gallegos (1997: 317-338), en donde se considera que este documento "Independientemente del valor por la información que contiene y por ser una de sus mejores prosas, es importante por la defensa que hace de sus trabajos y gestión pública, pues es la primera vez que se le da la palabra." Asimismo, Gallegos estima que el texto puede ser fechado en 1925-1926, año de la muerte de Batres. No obstante, creemos que es anterior a la aparición del libro de Gamio (1922).

8 Véase el inventario de Batres en Acervo Batres. Secc. Correspondencia Oficial. 38. 1911. 19 de julio, "Inventario que manifiesta los muebles e inmuebles de la zona arqueológica de Teotihuacan, entregados al nuevo inspector de monumentos arqueológicos Sr. Ingeniero D. Francisco M. Rodríguez, por el Sr. D. Leopoldo Batres, Inspector saliente. Hoy 19 julio de 1911, en el campamento de la Pirámide del Sol en Teotihuacan".

En la entrega intervino, por la Tesorería de la Federación, Ricardo Olmedo, y por la secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes, Rubén Campos, y está firmado por Leopoldo Batres, Francisco Rodríguez, Rubén M. Campos y Ricardo Olmos. El inventario consta de 40 hojas útiles, foliadas del 01 al 40. El documento es sumamente detallado y contiene la descripción de la casa del director y demás construcciones que se hicieron para el mejor desempeño del proyecto, de sus trabajos con datos importantes. De igual manera se detalla el inventario del Museo Local y los ejemplares arqueológicos depositados en las vitrinas, así como el depósito de vestuario, furnituras de tropa y las herramientas e implementos de jardinería.

9 María del Pilar Iracheta Cenecorta (1998: 9) refiere que Batres comisionó al pintor Saturnino Herrán para copiar los murales descubiertos en 1909 en el Templo de la Agricultura, mediante el pago de 25 pesos mensuales para pasajes y útiles de trabajo, y que tales copias se reprodujeron en el libro de La población del Valle… sin dar ningún crédito ni a Batres por el descubrimiento ni a Saturnino Herrán por la copia.

10 A la postre, esta decisión afectó severamente el drenaje y, por tanto, la estabilidad de los edificios de La Ciudadela.

11 Respetamos el uso de Marquina de la palabra "método" y "metodología", aunque en realidad se refiere a la aplicación de la técnica estratigráfica queriendo emular el método propuesto por Boas, el cual trascendía esta técnica.

12 Al parecer, en las siguientes décadas en México fue común la excavación por niveles métricos, y poco a poco se introduce el reconocimiento de los estratos culturales (producidos por el hombre). Sería hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX, cuando inicia la exploración por estratos culturales, y solo en las últimas décadas se incluirá la propuesta de Edward Harris sobre las leyes de la estratigrafía. No obstante, queda pendiente un análisis puntual de estos desarrollos en el país.

13 Al menos en México, era común el análisis de figurillas o piezas de cerámica completas, pero no de tiestos (fragmentos de cerámica) como lo proponía Boas.

14 De hecho, uno de los objetivos de las exploraciones estratigráficas en el sitio, dirigidas por Reygadas, tenían el objetivo de determinar si había correspondencia entre el grosor de los estratos y el tiempo transcurrido en su formación. El experimento fue hecho al pie de las construcciones religiosas (cuya edificación podía datarse históricamente) y, evidentemente, no tuvo éxito.

15 Es evidente que, tampoco se discutió la construcción de los datos. Las preocupaciones sobre estos tópicos ocurren en la segunda mitad del siglo XX, cuando se cuestiona la objetividad del conocimiento científico.

16 Véase el trabajo de Gallegos (1999) sobre el impulso a las artesanías como una industria coadyuvante en la economía de los pobladores de San Juan.

17 Sin duda, a este éxito también colaboró el cabildeo político que realizó Gamio para dar a conocer sus trabajos. Véase al respecto el artículo de Zermeño (2014).

18 El año en el que las diferencias presupuestales entre las dos dependencias se hicieron más patentes fue en 1922. El Museo, hasta 1924, obtuvo entre $2 000.00 y $5 000.00 anuales para la investigación de campo de todos sus departamentos, mientras que el presupuesto de la da osciló entre $15 000.00 y $225 000.00 durante el mismo periodo (Ley de ingresos…, 1922; Presupuesto de egresos…, 1923 y 1924).

19 Años antes Batres había ofrecido una interpretación similar. En la Memoria del Congreso de Americanistas de 1906 describe sus hallazgos en el costado Oeste de la Pirámide: "dos dados, el uno hecho pedazos y el otro aunque mutilado en mejor estado de conservación, llevando en sus dibujos de alto relieve los mismos símbolos que tienen esculpido los tableros de piedra. Estos dados miden un metro de alto y cincuenta y un centímetros de ancho por lado. Me inclino a creer que ese lazo, esa cuerda retorcida y esas llamas en conjunto simbolizan una atadura de años y la gran fiesta de la renovación del fuego sagrado cada siglo. Sobre el plano superior horizontal del templo central de tres cuerpos, descubrí un gran brasero que afecta la forma de una doble copa, ceñida por el centro con una banda que parece sujetar dos cuadretes que colocados lateralmente opuestos en las paredes exteriores del vaso, llevan esculpidos los calabrotes retorcidos iguales a los de los tableros y además cuatro barras atadas por el centro. Probablemente este brasero servía para encender el fuego en la renovación de ese elemento sagrado, cada siglo de cincuenta y dos años, como los mexicanos." Véase Batres, 1906: 25, fig. 21.

20 Ahondó sobre estas ideas en su análisis sobre la Piedra del Calendario (Palacios, 1920).

21 De esta opinión eran Jesús Galindo y Villa y Alfredo Chavero.

22 Véanse las coincidencias con la propuesta moliniana en Gallegos, 1996 y González, 2004.

23 Nótese cómo, incluso, Enrique Palacios no figura entre los personajes referidos por Ignacio Bernal en su Historia de la arqueología en México. Por otra parte, Ramón Mena y Leopoldo Batres son denostados en la mayor parte de las historias de la disciplina: el primero descrito la mayor parte de las veces como un personaje fantasioso y carente de cientificidad (incluso que atentó en contra del patrimonio), y el segundo descalificado por ser porfirista y poco científico.

24 Beatriz Urías (2001), por ejemplo, propone que Gamio no puede considerarse seguidor teórico de las propuestas de Boas, sino que el acercamiento entre ambos estuvo motivado por intereses coyunturales, con el objetivo de concretar proyectos. Por su parte, Gallegos (1996) analiza las múltiples influencias del pensamiento gamiano y muestra su eclecticismo.

25 En el periodo aquí analizado, solo Manuel Gamio sostendrá que la arqueología es parte de la antropología (presumiblemente, retomando la propuesta boasiana), aunque en sus principales trabajos únicamente es posible observar tal integración disciplinaria en función de la antropología aplicada, mientras que sus contemporáneos sostienen que es historia.

26 Véase Matos Moctezuma, 1998 y 2010; Vázquez León; 2003 y Pruneda, 2013.

 

Información sobre las autoras

Haydeé López Hernández es arqueóloga por la ENAH y doctora en Filosofía de la Ciencia por la UNAM. Ha realizado exploraciones arqueológicas en el Distrito Federal y el estado de Hidalgo y, a la vez, se ha enfocado a la investigación histórica de las disciplinas arqueológica y antropológica en México. Es profesora de la licenciatura de Arqueología de la ENAH, y de la licenciatura de Desarrollo y Gestión Interculturales de la UNAM. Actualmente es investigadora de la Dirección de Estudios Históricos del INAH, miembro del Consejo de Redacción de la Revista Contemporánea (DEH-INAH).

Elvira Pruneda se inició como restauradora de material documental antiguo en el Instituto de Patología del Libro en Roma, Italia en 1972 y en los Archivos Nacionales de París en 1976. Lleva treinta años laborando en el Centro Regional Morelos del INAH. En el 2000 recibió en custodia el Acervo personal de su bisabuelo Leopoldo Batres (1852-1926). Al conocer a fondo el contenido de la labor del llamado Arqueólogo del Porfiriato estudió la maestría en historia en el Centro de Investigación y Docencia en Humanidades del Estado de Morelos (CIDHEM). Ha publicado artículos en los congresos internos del INAH Morelos, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, en la ENAH y en la DEH del mismo instituto.

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