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Relaciones. Estudios de historia y sociedad

versión On-line ISSN 2448-7554versión impresa ISSN 0185-3929

Relac. Estud. hist. soc. vol.44 no.176 Zamora oct./dic. 2023  Epub 19-Ene-2024

https://doi.org/10.24901/rehs.v44i176.997 

Sección general

El legado de los paisajes: el caso del suroeste de Morelia Michoacán, México (1924 a 2020)

The legacy of landscapes: the case of southwest Morelia Michoacán, México (1924 a 2020)

Nicolás Alejandro Rosas-Rangel2 
http://orcid.org/0009-0005-8516-6257

Karine Lefebvre1 
http://orcid.org/0000-0003-1466-4935

Gerardo Alberto Hernández-Cendejas3 
http://orcid.org/0000-0003-0624-6688

1Centro de Investigación en Geografía Ambiental Universidad Nacional Autónoma de México klefebvre@ciga.unam.mx

2Escuela Nacional de Estudios Superiores Universidad Nacional Autónoma de México nicolasalejandro.rosas@gmail.com

3Escuela Nacional de Estudios Superiores Universidad Nacional Autónoma de México ghercendejas@enesmorelia.unam.mx


Resumen

Este artículo examina la influencia de los paisajes antiguos en la formación de las planimetrías actuales. El estudio se basa en el territorio de la exhacienda de San José de la Huerta (Morelia, Michoacán), y su evolución desde su desarticulación hasta la conformación de los actuales ejidos y asentamientos urbanos en la periferia suroeste de la ciudad, durante el periodo 1924-2020. La información planimétrica se localizó mediante el uso de un sistema de información geográfica histórica, con base en el cruce de documentos visuales (mapas antiguos, fotografías aéreas, imágenes de satélite), documentos escritos y datos de visitas de campo. La visualización de las coherencias morfológicas de las planimetrías permite registrar fenómenos de permanencia, influencia, transformación, ruptura y creación de formas. Aunque son posibles varios escenarios, se observa que, en la mayoría de los casos, las formas antrópicas perduran más allá del sistema social que las produjo y de su función inicial, para inscribirse en la larga duración.

Palabras clave: Arqueogeografía; paisaje; formas planimétricas; hacienda; SIG-H

Abstract

This article examines the influence of ancient landscapes in forming present-day planimetries. The study is based on the territory of the exhacienda of San José de la Huerta (Morelia, Michoacán) and its evolution from its disarticulation to the conformation of the current ejidos and urban settlements in the southwestern periphery of the city during the period 1924-2020. The planimetric information was located using a historical geographic information system based on the crossing of visual documents (old maps, aerial photographs, satellite images), written documents, and data from field visits. Visualizing the morphological coherences of the planimetries allows the recording of phenomena of permanence, influence, transformation, rupture, and creation of forms. Although several scenarios are possible, it is observed that, in most cases, anthropic forms persist beyond the social system that produced them and their initial function to be inscribed in the long term.

Keywords: Archaeogeography; landscape; planimetric forms; hacienda; GIS-H

Introducción

El paisaje es un concepto polisémico, que puede trabajarse de distintas maneras según las disciplinas y enfoques que lo estudien. Sin embargo, existe un cierto consenso acerca de su naturaleza intrínseca, que permite definirlo como una porción de territorio, cuya composición es la combinación de elementos físicos, biológicos y antrópicos. Es el resultado de acciones ejercidas por el ser humano en un espacio natural en específico, impactando de manera tangible e intangible y atribuyéndole un valor o significado (Cruz Pérez y Español Echániz, 2009). Por lo tanto, se puede entender como la integración de elementos naturales y antrópicos. Así, el modo de vida de las personas que viven, y han vivido allí a lo largo de los siglos, está inscrito en este espacio a través de huellas físicas y simbólicas. Las primeras consisten en marcas observables en la superficie terrestre y resultantes de prácticas económicas y/o sociales, o que reflejan una identidad cultural, tales como caminos, asentamientos y parcelarios, por mencionar algunos. Las huellas simbólicas corresponden a significados atribuidos a elementos específicos de los paisajes, como lo son las formas del relieve o los cuerpos de agua, entre otros. Este simbolismo -elemento intangible del paisaje- es el resultado de un discurso social y está vinculado a una época concreta y a una sociedad o parte de ella.

El estudio de estas huellas contribuye a comprender algunos de los procesos sociales, políticos o económicos que ocurrieron en el pasado. Así pues, las formas de organización de las sociedades y de aprovechamiento de sus entornos, los cuales cambian a lo largo del tiempo, también transforman las maneras en que se experimenta el espacio y, por consiguiente, las formas que marcan las superficies terrestres. Por lo tanto, se observa que “[un paisaje] no es permanente en el tiempo; al contrario, un paisaje modelado o construido para responder a un uso específico puede ser posteriormente reinvertido y transformado para tener otros usos, dinámicas, que por consecuencia podrán repercutir en las formas” (Lefebvre, 2022, pp. 52-53). Por estas características, el paisaje se asocia con frecuencia a un palimpsesto (Chouquer, 2009), que es una tablilla de cera utilizada en la antigüedad para escribir, borrar y volver a escribir varias veces sobre el mismo soporte. Esta expresión resalta su aspecto dinámico (Cruz Pérez y Español Echániz, 2009), en donde cada sociedad inscribe nuevas huellas que vienen a superponerse a las ya existentes y a sustituir a los vestigios de las estructuras o acondicionamientos caídos en desuso y abandonados. Estas características implican un paisaje en constante transformación, bajo la influencia de los hechos históricos y de decisiones individuales.

Aunque este proceso de renovación perpetua está hoy en día plenamente aceptado, es importante subrayar que las mutaciones que sufren los paisajes no son lineales ni simples. Las sociedades construyen una estructura, un acondicionamiento o atribuyen un valor a elementos aparentemente inertes en un momento dado; sin embargo, esta necesidad o significado se modifica con el tiempo y puede expresarse de distintas maneras. Así, es posible borrar las huellas físicas y/o simbólicas del paisaje tras décadas o siglos de uso; pero también, en otras ocasiones, estas son transformadas utilizando su traza como base para la construcción de una forma original, que a veces tendrá una morfología nueva y/o un uso muy diferente. Finalmente, pueden transmitirlas a las generaciones siguientes, aunque no se conserve su función primigenia (Chouquer, 2009; Robert, 2003; Watteaux, 2011; Lefebvre, 2022).

Del mismo modo, cabe señalar que, como menciona Elissalde (2000), el paisaje no se caracteriza por una temporalidad única, como si una nueva capa de formas se superpusiera sincrónicamente a otra más antigua. Por el contrario, un cambio en la sociedad -ya sea económico, político o religioso- puede afectar, de distintas maneras y a ritmos diferentes, a varios elementos (físicos o simbólicos) de la superficie terrestre. En ese sentido, un paisaje se compone de elementos heredados de temporalidades pasadas y de formas originales resultantes de las nuevas necesidades de las poblaciones.

Así pues, es interesante reflexionar sobre el peso de los paisajes antiguos, y de las formas antrópicas que los componen, en la formación de los paisajes actuales ¿Tienen las transformaciones socioeconómicas que experimentan las sociedades un impacto radical en las formas humanas del paisaje? y ¿En qué medida podemos ver reflejada la organización de las sociedades pretéritas en nuestros paisajes actuales?

En este artículo, nos centraremos en las características materiales de los paisajes, es decir, en la parte tangible del mismo, y no en su simbolismo. Nos proponemos analizar el espacio que ocupó la exhacienda de San José de la Huerta, ubicada en la parte suroeste de Morelia, Michoacán (México), y su evolución desde su desarticulación hasta la conformación de los actuales ejidos y asentamientos urbanos en la periferia sur de la ciudad, resultado de su fragmentación durante el periodo 19241-2020. El territorio de la exhacienda abarcaba aproximadamente 8,116 hectáreas. Actualmente su parte norte se encuentra completamente urbanizada e integrada a la ciudad de Morelia, mientras que, en su parte sureste, presenta un alto grado de periurbanización en la Tenencia Morelos, San José del Cerrito y Zimpanio2 [ver Figura 1].

Fuente: Elaborado por Nicolás Alejandro Rosas Rangel con base en el Plano de la hacienda de San José de la Huerta, Mapoteca Manuel Orozco y Berra, CGF. MIC.M11. V3.0230-2.2; INEGI, mapa topográfico E14A23, Marco Geoestadístico (2020).

Figura 1. Ubicación de la zona de estudio 

A partir de este caso de estudio, buscaremos identificar y analizar las huellas fósiles3 de la hacienda de San José de la Huerta en el paisaje actual y su influencia en la configuración urbana de la zona sur de la ciudad de Morelia, Michoacán. De esta manera, intentaremos entender cómo han impactado las actividades pasadas en las formas actuales del paisaje en el área correspondiente a dicha exhacienda y cómo hoy en día se sigue aprovechando su infraestructura.

Transformación socioeconómica la zona de estudio

Antes de presentar el estudio de las transformaciones del paisaje, es necesario recordar los contextos socioeconómicos en los que se produjeron los cambios geográficos.

En la región de Morelia las haciendas cobraron importancia durante el periodo colonial, y hasta su disolución con el reparto agrario, gracias a su alta producción agropecuaria, destinada al mercado local y regional (Sánchez Sepúlveda y Urquijo Torres, 2014). En ese entonces, contaron con un apoyo incondicional mediante la introducción de infraestructura, la obtención de préstamos y de concesiones de agua, la exención de impuestos y el establecimiento de una red ferroviaria por parte de los gobernantes (López Núñez, 2015). Estos apoyos se dieron principalmente durante el periodo del gobernador Aristeo Mercado (1891-1911), fiel partidario de los ideales porfiristas. Aunado a esto, la mayoría de los hacendados contaba con una gran influencia en el sector político y económico regional, lo que les permitió participar directamente en la toma de decisiones (López Núñez, 2015).

En los alrededores de la ciudad de Morelia se registraban cinco haciendas: la del Rincón, la de Atapaneo, la de La Soledad, la de Quinceo y la de San José de la Huerta (Mercado, 1909). Su localización y extensión impidió el crecimiento urbano de la ciudad, que quedó limitada a unas pocas manzanas por la falta de terrenos sobre los cuales expandirse. La hacienda de San José de la Huerta fue la de mayor extensión territorial y logró mantenerla hasta 1920, cuando empezó su paulatina desarticulación. Posteriormente, junto a la de la Cuadrilla e Ichaqueo, fue la más afectada por el reparto agrario y las expropiaciones, con 1,468 hectáreas repartidas entre los años 1921 y 1943 (Aguilar Méndez, 1999).

Debido a las redes que los hacendados tenían dentro del ayuntamiento municipal, la Comisión Agraria decidió que la forma de repartir las tierras sería tomada por las autoridades federales y no por las locales (Baitenmann, 2001). El ejido constituyó entonces una forma de propiedad de la tierra para satisfacer las necesidades productivas de la población, lo que permitió la gestión independiente de su territorio (Hernández Cendejas, 2018). Durante este periodo, el ejido era considerado como una unidad esencialmente productiva y no mercantil, esto con base en el código agrario de 1934 (Bouquet, 1996), por lo que se prohibió asignar un valor comercial a las tierras ejidales para su compraventa. Sin embargo, en la práctica, estas habían sido vendidas, compradas, expropiadas y arrendadas ilegalmente desde su creación, principalmente con el fin de ampliar la ciudad.

En el caso de Morelia, dicho proceso tuvo lugar principalmente entre 1954 y 1992, cuando un gran número de hectáreas pertenecientes a ejidos circunvecinos se fraccionó en lotes y se agrupó en distintas colonias (Aguilar Méndez, 1999). No fue hasta la reforma de la Ley Agraria en 1992, concretamente la modificación del artículo 27 de la Constitución, cuando se eliminaron las prohibiciones para comprar, vender o rentar las tierras ejidales, abriéndose así libremente al mercado de manera legal. Fue entonces cuando los ejidatarios finalmente obtuvieron el control total de las parcelas como propiedad privada (Bouquet, 1996). Estos cambios dieron lugar a una nueva configuración territorial y espacial en los ejidos, no sólo en el caso estudiado, sino también a nivel nacional.

Como lo demuestra esta breve contextualización, el territorio se encuentra en una constante transformación y reconstrucción a lo largo del tiempo, adaptándose a las nuevas necesidades y a los intereses que la sociedad ejerce sobre este. A través de distintos procesos e intervenciones, la hacienda San José de la Huerta dio origen a los ejidos de Santiago Undameo, San Nicolás Obispo, Boruca (Morelos), Atécuaro, San José del Cerrito, Emiliano Zapata, Simpanio Norte, Santa María de Guido, además de las ampliaciones de Cointzio y de Tres Puentes [ver Figura 2].

Fuente: Elaborado por Nicolás Alejandro Rosas Rangel con base en información obtenida del Marco Geoestadístico (Instituto Nacional de Estadística y Geografía [INEGI], 2022) y Aguilar Méndez (1999, p. 51).

Figura 2. Repartición de las tierras de la exhacienda San José de la Huerta a los ejidos de Santiago Undameo, San Nicolás Obispo, Boruca (Morelos), Atécuaro, San José del Cerrito, Emiliano Zapata, Simpanio Norte, Santa María de Guido, Cointzio y Tres Puentes en 1941 

Posteriormente, la constante expansión urbana ejerció una presión sobre la tierra ejidal, que derivó en su expropiación y posterior repartición, pero ahora en forma de colonias urbanas. Estas transformaciones sucesivas de la tenencia de la tierra durante el último siglo, aunado a los cambios de uso de suelo consecuentes, tuvieron un impacto mayor sobre el paisaje. Pero si las transformaciones socioeconómicas fueron drásticas ¿Qué tanto favorecieron las transformaciones de las formas del paisaje?

Fuentes y metodología

El análisis de la transformación de las formas del paisaje durante un siglo en el que se han producido tantos cambios sociales requiere la reconstrucción de sus morfosistemas. Estos pueden ser entendidos como sistemas desarrollados para dar cuenta de los patrones espaciales de las formas planimétricas (caminos, parcelario, linderos, asentamientos) (Watteaux, 2011), en diferentes momentos del periodo de estudio. Para llevar a cabo este ejercicio, e identificar los legados que el paisaje actual ha recibido de la organización espacial de esta antigua unidad productiva, contamos con fuentes primarias de distinta índole y procedentes de diferentes archivos. Presentaremos brevemente aquí las más notables.

Las fuentes más importantes para este tipo de investigación son, sin duda, los documentos visuales (mapas antiguos, fotografías aéreas, imágenes de satélite). Esto se debe a que no sólo proporcionan una mirada a las relaciones que existen (o han existido) entre las sociedades y sus lugares en distintos momentos de la Historia, sino también, ofrecen una descripción espacial, que facilita la identificación y localización de los elementos y formas planimétricas que componen el paisaje.

Entre las fuentes cartográficas, se destacan dos mapas antiguos (ya mencionados) -complementarios y pertenecientes al mismo archivo de la Mapoteca Manuel Orozco y Berra- que representan el territorio de la hacienda de San José de la Huerta en 1924. Para los periodos más recientes, se utilizaron fotografías aéreas e imágenes de satélite. Referente a las primeras, se recopilaron documentos de cuatro periodos distintos: en primer lugar, aerofotos de 1933 y 1953 (a través de la Fundación Ingenieros Civiles Asociados [ICA]); estas imágenes no cubren toda la zona de estudio, ya que cada una de ellas se tomó en respuesta a objetivos y necesidades específicas. Por otra parte, contamos con ortofotos del año 1995 procedentes del Instituto Nacional de Estadística y Geografía [INEGI]. En cuanto a las segundas (las imágenes de satélite) se obtuvieron de Google Earth Pro4 del año 2020.

Estas fuentes visuales se complementaron con documentos escritos, entre ellos, actos de compraventa, libros de Hijuelas5 del distrito de Morelia para el año 1907, Censos Generales de Población de los años 1985 a 2010, expedientes de dotación de ejidos y notas del Diario Oficial de la Federación [DOF]. A pesar de la dificultad de localizar en el espacio estos datos manuscritos que no tienen necesariamente un marco de referencia preciso, resultan indispensables, ya que permiten identificar ciertas características, como el régimen de tenencia de la tierra, un cambio específico en el uso de esta o el momento en que se construyó o cayó en desuso un determinado acondicionamiento agropecuario.

Por último, se realizaron recorridos de campo en zonas específicas, con el fin de corroborar y precisar la información histórica. En particular, se buscó evidenciar indicios de la infraestructura que tenía la hacienda antes, durante y después de su desarticulación, entre ellos los caminos, canales de agua y acueductos. El objetivo era identificar el grado de permanencia, transformación o abandono de estos elementos en el paisaje rural y urbano de la ciudad de Morelia.

De esta manera, el uso de fuentes diversas y complementarias permite obtener una imagen más fiable del paisaje para cada fase cronológica. Sin embargo, para determinar el legado de las formas antiguas en la estructura moderna de la ciudad de Morelia, fue necesario superponer los datos relativos a las diferentes épocas y de diversa naturaleza (geográficos, históricos, arquitectónicos, entre otros) en un espacio geográfico y geométrico común. Para ello, se localizaron las informaciones planimétricas contenidas en estos documentos a partir de un fondo cartográfico contemporáneo, mediante el uso de un Sistema de Información Geográfico en su modalidad Histórica (en adelante SIG-H). Para este fin, se georreferenciaron los documentos digitalizados y se incorporaron los datos de campo gracias a las coordenadas geográficas recogidas por GPS. Esta etapa indispensable permite elaborar lo que Chouquer (2009) denomina un “mapa compilado”, es decir, un mapa en el que se superponen los documentos de diferentes épocas en un mismo referente geográfico. De este modo, es posible visualizar las coherencias morfológicas de las planimetrías, examinar el peso de formas antiguas vinculadas a la explotación agrícola de un territorio, en la formación de paisajes nuevos y singulares, y medir los fenómenos de continuidad, ruptura o transformación en los paisajes urbano y periurbano del suroeste de ciudad de Morelia.

Resultados

Para presentar los resultados de manera clara, se decidió partir del enfoque adoptado por Chouquer (2009). Esto es, identificar las huellas o formas antrópicas en los diferentes documentos visuales y clasificarlas en función de su evolución en el tiempo, basándose en los procesos que han experimentado de continuidad o permanencia, transformación y desaparición. Como la extensión de un artículo no nos permite presentar el estudio de caso en su totalidad, nos centraremos aquí en tres ejemplos concretos y representativos de los fenómenos observados, para poder llevar a cabo nuestra reflexión. El primero corresponde al de “permanencia e influencia sobre nuevas formas”, el segundo a “transformación morfológica e influencia sobre nuevas formas”, y por último a “desaparición y creación de nuevas formas”.

Para cada zona analizada, se rastrearon las transformaciones morfológicas observadas a través del tiempo, desde 1924 (con los mapas históricos) hasta la actualidad, utilizando las etapas cronológicas que permite la documentación histórica: 1933 y 1953 (aerofotos de la Fundación ICA), 1995 (ortoimagen de INEGI), y 2020 (imagen satelital de Google Earth). El destino de las formas antrópicas se contrastó con los acontecimientos sociales, económicos y políticos que pudieron haber influido en ellas.

Ejemplo 1: Permanencia e influencia sobre nuevas formas

Entre los elementos representados dentro de la cartografía histórica, existe una zona que resulta ser particularmente llamativa para el contexto que abordamos. Esta corresponde a los parajes conocidos como Loma del Obispo, El Retajo y La Ladrillera. Mismos que actualmente se encuentran dentro de la mancha urbana, al sur del centro histórico de la ciudad de Morelia [ver Figura 1, ejemplo 1]. Para facilitar la lectura planimétrica de este sector, rico en información, expondremos primero el caso de la Loma del Obispo.

A lo largo del periodo de estudio (1924-2020), se produjo una serie de adaptaciones y readaptaciones de la zona, en respuesta a las necesidades de la población. Estos cambios se manifestaron a distintos niveles, tanto en lo que respecta a la tenencia de la tierra como al uso del suelo.

Aunque las fuentes escritas consultadas no permiten definir con precisión su uso a principios del siglo XX, la parte baja de la hacienda reunía las características necesarias para la agricultura de temporal y de riego, tales como tierras fértiles y recursos hídricos perennes, especialmente el arroyo de las Tierras. En ese sentido, es probable que fuera utilizado con fines agrícolas. Según el Catálogo de frutas, raíces y tubérculos y de las producciones agrícolas de Michoacán, para el año 1892, la hacienda producía distintas variedades de duraznos, melones y pitahaya, además de ser uno de los principales proveedores de maíz y trigo a la ciudad de Morelia (Aguilar Méndez, 1999). Estas producciones se vieron particularmente favorecidas por la implementación de una extensa red de irrigación facilitada por la construcción de cinco acueductos, así como por la implementación de numerosas infraestructuras conexas, como presas, canales, norias, jagüeyes. Estas han dejado su huella en el territorio de la exhacienda en los vestigios que aún hoy son visibles (como es el caso de los acueductos).

En el documento cartográfico de la hacienda de San José de la Huerta fechado en 1924, el paraje de la Loma del Obispo se caracteriza por la presencia de un polígono alargado de grandes dimensiones (65-70 hectáreas aproximadamente) del que, como veremos más adelante, se seguirá haciendo eco durante varias décadas. Esta forma, orientada este-oeste, no sólo se registró cartográficamente, sino que probablemente correspondía a una delimitación marcada físicamente en el paisaje. Sin embargo, la representación no aclara cuál era su naturaleza; podría tratarse de un muro de piedra seca, una línea de árboles o una zanja. Por otra parte, la falta de representación de subdivisiones internas -que ciertamente no corresponde a una realidad física, sino más bien a una simplificación de la información facilitada- parece indicar que en aquella época toda la zona tenía el mismo uso.

A principios del siglo XX, el propietario de la hacienda de San José de la Huerta era Ramón Ramírez. Su familia estuvo al mando de la propiedad por lo menos hasta el año de 1910, cuando su hijo apareció como heredero (Aguilar Méndez, 1999). Pero, para 1923, por medio de una permutación, la hacienda pasó a ser administrada y controlada por la “Caja de Préstamos para Obras de Irrigación y Fomento de la Agricultura S.A.”6 dependiente del Gobierno Federal (Resolución, 1926). Presumiblemente, dicha permutación fue parte de una estrategia de los terratenientes para enfrentar las transformaciones sociales y económicas que se estaban gestando y que ya habían sido anunciadas por los primeros expedientes de restitución de tierras comunales por parte de los ejidos de Santiago Undameo, Cointzio, San Nicolás Obispo y Atécuaro en 1915.7 Para 1926, se decidió la liquidación de la caja y, a partir de ese año, todas sus actividades estuvieron encaminadas a dar término a los proyectos existentes, hasta que, en 1934, fue absorbida por el Departamento de Bienes Inmuebles de Nacional Financiera (Secretaría de Gobernación, 2020). Con esta nueva financiera, el Departamento de Bienes se enfocó principalmente en reincorporar a la economía privada los bienes inmuebles adjudicados al Gobierno y a los antiguos bancos de emisión.

Desde finales del siglo XIX, parte de las tierras ubicadas al norte del territorio de la hacienda San José de la Huerta ya habían sido separadas. En 1883, Ramón Ramírez, entonces propietario de la finca, donó un terreno de seis hectáreas para la construcción del cementerio municipal, que posteriormente fue ampliado en 1900, 1945 y 1955 (Romero Soto, 1972).

La permuta de la hacienda con la Caja de Préstamos inició su desmantelamiento. A principios de la década de 1920 la finca se sometió a un proceso de desarticulación. Entre 1921 y 1937 se llevó a cabo la fase de dotación a distintos ejidos (Santiago Undameo, San Nicolás Obispo, Boruca [Morelos], Atécuaro, San José del Cerrito, Emiliano Zapata, Simpanio, Santa María de Guido, además de las ampliaciones de Cointzio y de Tres Puentes). Aunado a estos ejidos, en 1926 se donó una gran parte de la finca, para formar la Escuela Central Agrícola, la cual estaba dirigida por la Secretaría de Agricultura y Fomento. La nueva institución educativa estaba ubicada en los terrenos de la hacienda San José de la Huerta; el casco se convirtió en aulas, comedor, dormitorios y oficinas. De la extensión total de la propiedad, se destinaron 4 433 hectáreas para uso exclusivo de la escuela (Loyo, 2004).

Asimismo, junto al panteón, se creó un campo de aviación con la donación de 70 hectáreas de terreno en el predio llamado Loma del Obispo (Resolución, 1936a). La fecha de la cesación del territorio no es conocida, pero esta ocurre entre 1926, año de creación de la escuela, y 1931.8 Una fotografía oblicua, fechada de 1933 [ver Figura 3], tomada de sur a norte, muestra información de mayor alcance acerca del impacto de la construcción de esta infraestructura. Se observa parte del arroyo de las Tierras; al centro de la imagen la Loma del Obispo, entonces ya transformada en el campo de aviación de la ciudad de Morelia; en la derecha parte de la construcción de la colonia Juárez; a la izquierda el panteón; mientras que al fondo se logra apreciar el centro histórico de Morelia. También podemos ver que, a pesar del gran cambio en la tenencia y uso de la tierra que ha sufrido Loma del Obispo, la forma de la parcela permanece inalterada.

Fuente: Campo de aviación, 1933, Fondo Aerofotográfico Oblicuas, FAO _01_ 000858, Acervo Histórico Fundación ICA.

Figura 3. Vista sobre el campo de aviación 

En cuanto a las parcelas circunvecinas, en el año 1924, no se aprecia ningún tipo de asentamiento o infraestructura. Una década después, aunque el crecimiento de la ciudad de Morelia en la primera mitad del siglo XX se dio hacia el sureste, para 1933 aún respetaba los límites de la hacienda de San José de la Huerta [ver Figura 3]. Así, las parcelas que podemos observar en un primer plano de la fotografía oblicua mantienen su vocación agrícola, probablemente porque siguen en manos de la Escuela Central Agrícola. Además de la conservación del uso del suelo, también se preservan las infraestructuras necesarias para la producción agrícola de riego (como el canal de agua).

Las primeras transformaciones significativas se registraron con el análisis de la fotografía aérea de 1953, donde son visibles las trazas de las colonias. La urbanización se dio, entonces, principalmente al noroeste de la loma, específicamente al norte y oeste del panteón de la ciudad.

La Loma del Obispo fue ocupada por el campo de aviación hasta 1964, cuando se reubicó. Su desplazamiento fue el resultado de la Ley de Planificación y Zonificación del Municipio de Morelia, implementada en el año 1958, y la reubicación de las actividades insalubres y poco seguras contempladas dentro del Código Sanitario del Estado (Pérez Ortiz, 2014). En 1966, el Gobierno federal y el estatal donaron los terrenos del antiguo campo de aviación para la construcción de una ciudad universitaria para la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (UMSNH) (Sánchez Díaz, 2017). Con la implementación del Plano Regulador de Morelia en el año 1958, se proyectaron calles, manzanas y colonias que, si bien ya se encontraban trazadas, aún estaban poco pobladas. Cabe destacar que en estas calles se conserva el patrón reticular, en su mayoría con un eje de norte a sur (Pérez Ortiz, 2014), característico del parcelario agrícola observable en la fotografía oblicua de 1933 [ver Figura 3]. Esto marcó el inicio del desarrollo de las infraestructuras vinculadas y adyacentes a lo que sería la Universidad.

Se han creado calles en el emplazamiento de los antiguos canales de agua: al norte la actual calle General. Francisco J. Mujica y al sur la Avenida Universidad, dando un ejemplo de cómo se ha mantenido la forma de estas antiguas trazas, a su vez que se ha modificado su morfología y función. De este modo, la forma planimétrica de los canales de agua permanece cristalizada en el paisaje urbano actual de la ciudad, a pesar de los cambios drásticos de tenencia de la tierra y de uso de suelo.

Directamente al sur de la Loma del Obispo, se extienden los pajares del Retajo y de la Ladrillera [ver Figura 4] que se vieron particularmente afectados por la urbanización de la zona tras la creación de la ciudad universitaria.

Fuente: Elaborado por Nicolás Alejandro Rosas Rangel con base en: a) Plano de la hacienda de San José de la Huerta, hoja 2, Mapoteca Manuel Orozco y Berra, CGF. MIC.M11. V3.0230-2.2; b) Fotografías aéreas, Fundación ICA, FAV_00864_01_000_00036 y FAV_00864_01_000_00034; c) Ortofoto, escala 1:20 000 (INEGI, 1995); d) Imagen satelital (Google Earth, 2020).

Figura 4. Desarrollo cronológico de la zona de El Retajo y La Ladrillera 

Una de las formas más notables en este sector es el arroyo de las Tierras [ver Figura 4], el cual sirvió de límite natural entre los predios de la Ladrillera y el Retajo. Las fuentes visuales permiten observar que su cauce natural se mantuvo entre 1924 y 1953, mientras que en una serie de fotos-mapas fechada de 1978-19809 este aparece rectificado. La documentación consultada no permitió fechar este arreglo.

En este sector también se observa una fosilización del parcelario resultante de la construcción de colonias y fraccionamientos en la zona del Retajo.10 Desde entonces, las líneas del parcelario, que marcaban un damero estricto, sirvieron de eje director para las subdivisiones, mediante líneas paralelas y perpendiculares, que permitieron formar las cuadras [ver Figura 4]. Aquí, los límites del parcelario no sólo han permanecido y se han transmitido hasta la fecha, sino que también se nota su influencia en la disposición de las calles que subdividen el espacio.

Ejemplo 2: Transformación morfológica e influencia sobre nuevas formas

Otro caso de estudio de particular interés es el paraje de La Troje, ubicado en la parte noroeste del territorio de la exhacienda San José de la Huerta [ver Figura 1, ejemplo 2]. Hoy en día, esta zona está plenamente integrada a la mancha urbana de Morelia y corresponde a los límites del fraccionamiento Paseos de la Hacienda y de la colonia Lomas de la Huerta, al sur de la ciudad. En el mapa de 1924, el área correspondiente a La Troje sigue en manos de la hacienda San José de la Huerta [ver Figura 5]. Aunque el documento cartográfico no proporciona información sobre el uso del suelo, la presencia de un canal de agua permite inferir la explotación agrícola de la zona.

Dicho canal fue una de las mayores infraestructuras de la hacienda, proveniente de uno de los afluentes del río Grande de Morelia, que iniciaba en el cañón de Cointzio. El mapa nos indica que se dirige hacia el noroeste y luego marca una curva pronunciada hacia el noreste. Su trazo está influenciado por la pendiente natural del relieve, bordeando una pequeña loma que impide su cauce recto. El documento cartográfico no muestra el trazado de las parcelas, aunque es seguro que existen subdivisiones en esta zona.

Fuente: Elaborado por Nicolás Alejandro Rosas Rangel con base en: a) Plano de la hacienda de San José de la Huerta, hoja 2, Mapoteca Manuel Orozco y Berra, CGF. MIC.M11. V3.0230-2.2; b) Fotografías aéreas, Fundación ICA, FAV_00864_01_000_00036 y FAV_00864_01_000_00034; c) Ortofoto, escala 1:20 000 (INEGI, 1995); d) Imagen satelital (Google Earth, 2020).

Figura 5. Desarrollo cronológico de la zona de La Troje 

Al igual que la zona de Loma del Obispo, este sector pasó a manos de la Escuela Central Agrícola en 1926, lo que contribuyó a mantener la explotación de los suelos y a propiciar el uso continuado de la infraestructura, a pesar de la desarticulación de la finca. De esta manera, la fotografía aérea de 1953 todavía muestra el canal de agua que recorre la ladera en dirección noreste [Figura 5]. En aquel momento el trazado del acondicionamiento no había sufrido ningún cambio y el canal seguía en uso. Por lo tanto, dicho elemento conservó tanto su forma como su función, debido a que la escuela lo empleaba para el riego de estas tierras. Es de notar que el documento fotográfico muestra claramente las subdivisiones de las parcelas, lo que confirma el uso agrícola de la zona. Es posible que la disposición de las parcelas, y en particular su trazado ortogonal, también desempeñe un papel importante para aprovechar el riego brindado por el canal de agua.

En 1995, la ortofoto no sólo muestra la forma del canal, sino que también atestigua que su curso permanece inalterado. En este caso, la baja resolución de la imagen de satélite no permite afirmar que su función de transporte de agua se haya conservado. No obstante, la presencia de una línea de árboles acompañando su curso en ambos lados sugiere un cierto nivel de humedad. De la misma manera, la existencia de parcelas agrícolas (cuyo trazado se ha mantenido inalterado) adyacentes al canal en su parte norte sugiere que, a pesar de la inserción de esta zona en la mancha urbana, el canal aún conserva su función de transporte del agua.

En efecto, la zona parece cada vez más urbanizada [ver Figura 5], en particular por la presencia del periférico (Paseo de la República, propuesto desde 1958 con el plano regulador de la ciudad de Morelia (Pérez Ortiz, 2014) y construido en años posteriores). Asimismo, aparecen los fraccionamientos Morelia 450 y Paseo de la Hacienda al oeste del canal y, al este, la colonia Lomas de la Huerta. Es importante observar que, si bien las tierras agrícolas ya no existen en estas áreas, el trazado de las antiguas parcelas se ha fosilizado con el diseño de las calles y en los límites de los fraccionamientos.

Las imágenes satelitales del año 2020 muestran que el curso del canal quedó plasmado dentro del ámbito urbano, con las líneas de árboles atestiguando la presencia previa de la infraestructura. Lo anterior evidencia que la forma planimétrica de este ducto de agua se conservó, no así la morfología. En efecto, aunque el INEGI menciona que para 2017 el canal seguía en operación, una visita de campo y las mismas imágenes satelitales desmintieron dicha información, o por lo menos demostraron que en 2021 el panorama era diferente. El canal fue seccionado; algunas partes se convirtieron en calles y otras se mantuvieron. Sin embargo, su función parece haber cambiado: las observaciones in situ mostraron que se convirtió en un canal de drenaje para facilitar el flujo de agua durante la temporada de lluvias y para evacuar las aguas negras de los edificios que se construyeron en sus linderos.11 Al mismo tiempo, también funge como límite entre la colonia Lomas de la Huerta, y los fraccionamientos Morelia 450 y Paseo de la Hacienda. Su trazado sirvió de base para delimitar ambas colonias y guiar el bosquejo de calles, fosilizando la forma de este antiguo acondicionamiento agrícola.

La conservación de las formas antiguas no se detiene aquí. Como ya se mencionó, al menos desde la década de 1990, el parcelario agrícola se cristalizó en la urbanización de esta zona. Así, las imágenes de satélite de la década de 2020 muestran un aumento de estas huellas fósiles y, más aún, de su influencia en la creación de nuevas formas. Dentro de las áreas ahora urbanizadas (colonias Lomas de la Huerta y Xangari y fraccionamientos Morelia 450 y Paseo de la Hacienda), la traza aparece en forma de damero. Sigue el antiguo trazado parcelario, pero con subdivisiones internas, cuyas líneas (correspondientes a las calles de las cuadras) son estrictamente paralelas y perpendiculares a los límites perimetrales de los antiguos campos.12

De la misma manera, en la colonia Lomas de la Huerta, la calle Dátil retoma un camino preexistente, que ya en épocas anteriores seguía la forma del canal de agua (al igual que la calle Canela y Rocío, que corre en paralelo). Por tanto, es evidente que las formas antiguas no sólo se han cristalizado en el paisaje, sino que también han contribuido en la aparición de todo un morfosistema.

Ejemplo 3: Desaparición y creación de nuevas formas

Finalmente, el último caso de estudio corresponde al área de la ciénega Grande y de la ciénega Chica, las cuales se localizaban en la parte norte-noroeste de la hacienda, directamente adyacentes al río Grande13 [ver Figura 1, ejemplo 3]. Ambas ciénegas tenían un tamaño considerable; la primera contaba con una superficie aproximada de 145 hectáreas, mientras que la segunda ocupaba unas 64 hectáreas de acuerdo con la georreferenciación del mapa de 1924 [ver Figura 6]. Este sector ha experimentado cambios importantes en el último siglo, ya que ambos cuerpos de agua sufrieron un proceso de desecación total14 para obtener tierras, utilizadas con fines agrícolas en un primer tiempo y, posteriormente, para el crecimiento urbano.

Fuente: Elaborado por Nicolás Alejandro Rosas Rangel con base en a) Plano de la hacienda de San José de la Huerta, hoja 2, mapoteca Manuel Orozco y Berra, CGF. MIC.M11. V3.0230-2.2; b) Fotomapa [Morelia E14A23-A3] Coordinación general de los servicios nacionales de estadística, geografía e informática, escala 1:10 000 (Secretaría de Programación y Presupuesto, 1980); c) Ortofoto, escala 1:20 000 (INEGI, 1995); d) Imagen satelital (Google Earth, 2020).

Figura 6. Desarrollo cronológico de la zona de Ciénega Grande y Ciénega Chica 

Antes de la desarticulación de la finca, esta zona de tierras bajas era especialmente apta para la agricultura, por la presencia de suelos de tipo vertisol,15 así como los numerosos arroyos que permitían el establecimiento de sistemas de regadío. En el mapa fechado de 1924 [ver Figura 6] podemos observar el límite de la ciénega Grande con el bordo de la Purísima, al norte con el lugar llamado Barajas y al este con el río Grande.

La Revolución mexicana no tuvo un impacto inmediato en la tenencia de la tierra en este sector. A partir de 1926, pasó a formar parte de la Escuela Central Agrícola, lo que, al igual que en los ejemplos 1 y 2, permitió mantener el uso de suelo durante otra década. A mediados de los años 1930, esta parte del territorio de la exhacienda comenzó a fraccionarse para su distribución a los ejidos de San José del Cerrito, Emiliano Zapata, Simpanio y Tres Puentes. Para ello, el presidente de la República acordó con la Secretaría de Hacienda poner a disposición del Departamento Agrario una superficie de 2,644 hectáreas de terreno para dotar dichos poblados. En el sector de las ciénegas, la distribución fue gradual y condujo a su desecación.

En 1936, los vecinos del pueblo de San José del Cerrito solicitaron al gobernador Rafael Ordorica (enero de 1935 a septiembre de 1936) que les diera tierras debido a que no tenían lo suficiente para satisfacer sus necesidades. La Comisión Local Agraria resolvió dotarles de 315 hectáreas, parte de las cuales se situaban entre las dos ciénegas, en Barajas. El mismo año se atendieron las solicitudes de dotación de los poblados de Emiliano Zapata y Simpanio. Para el primero, el resultado fue la asignación de 416 hectáreas (Resolución, 1936b), parte de estas se tomaron de la ciénega Grande. Asimismo, al pueblo de Simpanio se le concedieron 448 hectáreas. En este caso, algunos de los terrenos cedidos eran de la ciénega Grande y de Barajas. En lo referente a la ampliación al ejido de Tres Puentes, al no existir propiedades con una colindancia inmediata al poblado, nuevamente las tierras otorgadas (36.50 hectáreas de terrenos de riego) pertenecían a la hacienda de San José de la Huerta (Resolución, 1940), en particular, a la superficie correspondiente a la ciénega Chica.

La desecación de los pantanos, ciénegas, lagunas o encharcamientos de la zona de estudio fue resultado de una serie de proyectos de saneamiento en la periferia de la ciudad (Ávila García, 1994), con el fin de contener los agentes insalubres, en particular el paludismo y las miasmas, que su presencia implicaba (Oseguera Medina, 2014). Por otro lado, se consideró que estos lugares tenían un alto potencial económico que no se estaba explotando. Además, estas masas de agua aumentan de tamaño durante las estaciones lluviosas, cubriendo zonas productivas con agua insalubre. Así, las obras también pretendían reducir las inundaciones en las áreas bajas, e incluso liberar las que poseían un gran potencial agrícola, que podían entregarse a los ejidos. Esta política se inscribe en la continuidad de la iniciada algunas décadas antes, durante el porfiriato, en toda la República con base en las leyes de Colonización y de Tierras Baldías. Estas ampliaciones de tierras eran tanto más necesarias en el contexto del reparto agrario.

Las fotografías oblicuas conservadas por la Fundación ICA muestran que las dos ciénegas aún existían en 1933; pero en la de 1953, la ciénega Chica ya se había desecado y la ciénega Grande aún estaba en proceso. Ambas masas de agua se drenaron al mismo tiempo, pero la Grande tardó más debido a su tamaño. En 1939, se otorgan ampliaciones de los ejidos de Emiliano Zapata y de Tres Puentes, con tierras de riego o de humedad en la desecación de dichas ciénegas (Resolución, 1939 y 1940).

La fotografía aérea de 1953 muestra el terreno de la exciénega Chica, entonces aprovechado para la agricultura. Las parcelas recién creadas marcan franjas paralelas que corren en dirección sureste-noroeste a lo ancho del antiguo cuerpo de agua, facilitando el flujo y la descarga del agua hacia el río Grande. En dirección sur-norte, todavía es visible el canal de desagüe que tenía la misma función.

En el fotomapa de 1980 [ver Figura 6], se aprecian los inicios de algunas obras de urbanización, como calles, que más tarde formarán colonias urbanas. Es interesante observar que, a diferencia de las zonas 1 y 2, en este sector no se respetó la orientación del parcelario establecido durante la desecación, ni el relieve del terreno. Si bien la retícula todavía sigue un eje sureste-noroeste, las cuadras marcan una ligera desviación hacia el norte.

En 1995, la mancha urbana cubrió por completo el espacio donde se extendían las dos ciénegas, dejando sólo algunas pequeñas zonas libres de urbanización. El establecimiento del patio de maniobras del ferrocarril desconectó este sector del río Grande y dificultó su drenaje. De esta manera, los cuerpos de agua se consideraron enemigos del avance de la agricultura y, posteriormente, del crecimiento de las ciudades sobre el campo. Sin embargo, dejaron sus huellas cristalizadas en el ámbito urbano. En este sentido, a pesar de los intentos de borrar las masas de agua del espacio urbano, estos lugares reflejan su naturaleza al inundarse año tras año. Uno de los ejemplos más evidentes es el caso de las canchas de la Liga Municipal de Fútbol de Morelia, las cuales se inundan cada temporada de lluvias. Así, la consolidación de espacios antes dedicados a actividades del sector primario (agricultura, ganadería y silvicultura), antiguas ciénegas o depresiones naturales, presentan problemas recurrentes de inundaciones. De acuerdo con Hernández y Vieyra (2010), en el caso de Morelia, en los últimos 30 años, el proceso urbano se ha incrementado considerablemente, ocupando espacios de difícil acceso para la prestación de servicios, irregulares y de zonas naturales de anegación, lo que detona la vulnerabilidad a las inundaciones.

Reflexiones finales

Habiendo presentado brevemente estos tres ejemplos, es necesario reflexionar sobre los legados que la hacienda de San José de la Huerta ha tenido en la planimetría actual de la ciudad de Morelia. En general, hemos registrado fenómenos de permanencia, influencia, transformación, ruptura y creación de formas.

En primer lugar, se observa que numerosas huellas de la hacienda han quedado fosilizadas en el paisaje urbano, a través de la creación de calles y límites de fraccionamientos y colonias. Este fenómeno se registra en la zona 1 (Lomas del Obispo, El Retajo, La Ladrillera) y en la 2 (Troje), donde los antiguos caminos, pero también los parcelarios y los canales de riego, se han convertido en calles y límites. Desde luego, es de notar que, mientras que la forma planimétrica se conserva -a veces sin ninguna modificación y otras con rectificaciones menores-, su función y morfología pueden transformarse radicalmente (por ejemplo, mediante el relleno de una acequia o el derrumbe de un muro de piedra seca que delimitaba los campos). En otras palabras, su naturaleza intrínseca ha cambiado mientras que su trazado sigue siendo el mismo.

Estas formas perduran más allá del sistema social que las produjo y de su función inicial, para inscribirse en la larga duración. Por lo tanto, su conservación es evidencia de resiliencia, es decir, la capacidad para hacer frente a las transformaciones (en nuestro caso, principalmente sociales, económicas y tecnológicas) sin modificar significativamente su configuración (Elissalde, 2000). Así, la forma en damero que caracteriza las nuevas colonias residenciales no es solamente el producto de una planificación urbana, como ocurrió en los centros históricos de los asentamientos de origen colonial. También, es resultado en gran medida del aprovechamiento de una estructura preexistente. El espacio agrario (algunos de cuyos aspectos se planificaron durante el periodo colonial) pasa a formar parte de un proceso de urbanización, en el que las parcelas fueron compradas, expropiadas, dadas a concesión o regularizadas para la expansión urbana y construidas sucesivamente, siendo este mecanismo el generador de la morfología urbana.

Por otra parte, es interesante destacar que, en ambos sectores, la cristalización y el anclaje de estas formas en la planimetría es tal que han estado en el origen de la creación de otras. Dentro de los polígonos de las parcelas en proceso de urbanización se inscribieron nuevas calles destinadas a delimitar las cuadras; dichas vialidades mantienen el eje del sistema al orientarse paralelas y perpendiculares a las formas resilientes. Así, los nuevos proyectos urbanísticos se inscriben en formas heredadas, que en gran medida los han constreñido, de modo que las trazas preexistentes pueden considerarse ejes estructuradores del paisaje y agentes morfogéneos de su entorno. Paradójicamente, estos cambios han contribuido a su mantenimiento y transmisión, ya que siguen siendo apropiados y satisfacen sus necesidades.

Por otro lado, cuando las antiguas formas (y su función) ya no satisfacen las necesidades de la sociedad (o de parte de ella), desaparecen para dar paso a nuevos morfosistemas. Esto es lo que ocurrió en la zona 3 (ciénega Grande y Chica). En dicho sector, los criterios de productividad del sistema económico y la necesidad de tierras para satisfacer el reparto agrario hicieron que los grandes cuerpos de agua dejaran de ser un elemento clave del paisaje y se convirtieran, por el contrario, en un obstáculo para el desarrollo agrario y urbano. Por lo tanto, se produce un fenómeno de ruptura brutal de las formas del paisaje, de transformación profunda. Pero si este fenómeno está indudablemente vinculado a la idea de destrucción o desaparición, no puede disociarse de la creación de nuevas formas que lo sustituyen, ya que la desecación de las ciénegas dio lugar a un paisaje nuevo, caracterizado por la presencia de un parcelario. Unas transformaciones tan rápidas y radicales, a tal escala, sólo pueden observarse en el caso de políticas dirigidas por los poderes públicos (Lefebvre, 2022). A diferencia del fenómeno de urbanización, que se ha producido a lo largo de varias décadas, las rupturas suelen ser el resultado de una planificación que tiene lugar en un corto periodo de tiempo.

Finalmente, desde un punto de vista temporal, es importante resaltar que los grandes cambios paisajísticos no siempre están ligados con un corte cronológico importante, que en nuestro caso corresponde a la Revolución mexicana y al reparto agrario. En este sentido, la desarticulación de la hacienda de San José de la Huerta fue el origen de una importante reestructuración de la tenencia de la tierra, en beneficio de la Escuela Central Agrícola y de los distintos ejidos. Este acontecimiento histórico es, en parte (pero no exclusivamente), responsable de la desecación de las ciénegas. Sin embargo, a excepción de este sector, las consecuencias morfológicas han sido mínimas. La continuidad del uso del suelo (principalmente agrícola) experimentado por la institución educativa y por las comunidades favoreció la preservación de casi todas las estructuras durante algunas décadas más. En contraste, durante los años 1964 y 2001, cuando los terrenos pasaron a manos de la ciudad de Morelia a través de expropiaciones para la ampliación del fundo legal, la extensión de la mancha urbana hacia el suroeste provocó los principales cambios morfológicos. Existe entonces un desfase entre el acontecimiento histórico y su repercusión en el paisaje, durante el cual las formas sobreviven a los procesos que los originaron.

A través de estos breves ejemplos quisimos demostrar la complejidad de las transformaciones de los paisajes, los cuales no siguen trayectorias lineales relacionadas con los grandes recortes temporales establecidos sobre la base de acondicionamientos históricos. En este sentido, la creación de un “mapa compilado” fue esencial para comprender el legado de las formas paisajísticas del pasado en la configuración urbana actual. Los resultados obtenidos contribuyen al debate sobre la dinámica de las formas antrópicas y su papel en la configuración de paisajes singulares y en constante transformación.

Estos procesos complejos, que implican ritmos y devenires diferentes, están en el origen de la multitemporalidad de los paisajes, al ser sus componentes físicos el resultado de la herencia de formas pasadas de organización y explotación, y de nuevas necesidades. Su estudio también permite comprender las consecuencias de decisiones tomadas en épocas anteriores, como las inundaciones, la escasez de agua, la fragmentación o el crecimiento urbano incontrolado. Asimismo, una parte significativa de la infraestructura de la ciudad de Morelia se desarrolló sobre este espacio a partir de la segunda mitad del siglo XX. Importantes espacios públicos, recreativos, educativos, residenciales, comerciales y gubernamentales se construyeron sobre el área que alguna vez formó parte de la hacienda. Lo anterior demuestra la importancia de entender los procesos históricos en el momento en que los terrenos de la exhacienda de San José de la Huerta se incorporaron a la zona urbana de Morelia, y cómo algunos de los elementos que ya estaban presentes en el espacio geográfico de la finca son parte de la traza urbana actual, formando huellas del pasado impresas en la ciudad que vivimos actualmente.

Agradecimientos

Los resultados presentados en este artículo se obtuvieron en el marco del Proyecto “Transformación y transmisión: un análisis arqueogeográfico de las dinámicas de las formas del paisaje”, el cual se benefició del apoyo financiero del Programa de Apoyo a Proyectos de Investigación e Innovación Tecnológica de la Dirección General de Asuntos del Personal Académico de la UNAM (PAPIIT-DGAPA IA40082). Agradecemos también a la Mapoteca Manuel Orozco y Berra, a la Fundación Ingenieros Civiles Asociados, al Archivo General e Histórico del Poder Ejecutivo del estado de Michoacán y al Instituto Nacional de Estadística y Geografía por facilitarnos la documentación necesaria para esta investigación. Agradecemos, finalmente, a Janik Granados Herrera por su revisión y sus valiosos comentarios sobre el borrador de este manuscrito.

Archivos

Mapoteca Manuel Orozco y Berra [ Links ]

Fundación Ingenieros Civiles Asociados [ Links ]

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1Se decidió empezar el estudio en 1924, porque en esta fecha se realizó la última representación cartográfica de la hacienda de San José de la Huerta, antes de su reparto. Este mapa compuesto de dos hojas está conservado en la mapoteca Manuel Orozco y Berra (Ciudad de México): “Plano de la hacienda de San José de la Huerta hoja 1 y hoja 2”, código clasificador CGF.MICH.M11.V3.0230-1.2 (hoja1) y CGF. MIC.M11. V3.0230-2.2 (hoja 2).

2La ortografía de los topónimos ha variado a lo largo de los siglos. En los documentos históricos estudiados pueden encontrarse variantes de un mismo nombre. Es en particular el caso de Simpanio (siglo XIX) / Zimpanio (moderno). Por ello, cuando nos referimos a un asentamiento o paraje, utilizamos la grafía moderna, pero en el caso de citas o discusiones sobre documentos históricos, puede adoptarse la grafía antigua.

3Bajo la influencia de la arqueología, el término "forma o huella fósil" se utiliza en arqueogeografía para designar las formas antrópicas del paisaje que han caído en desuso. Aunque a menudo siguen marcando el paisaje, su forma o morfología pueden haberse alterado. Así, esta expresión se opone a las formas activas que siguen en uso (Robert, 2003; Chouquer, 2009).

4Se emplearon imágenes LandSat/Copernicus fechadas el 20/04/2020.

5Los Libros de Hijuelas registraron las privatizaciones de tierras pertenecientes a las comunidades indígenas de Michoacán, entre 1719 y 1929 (Serrano García, 2020). Estos libros están conservados en el Archivo Histórico de la Dirección de Archivos del Poder Ejecutivo del Estado de Michoacán.

6La Caja de Préstamos fue una institución que brindó servicios entre los años 1908 y 1934, para facilitar fondos a largo plazo y créditos moderados a las empresas nacionales de irrigación, a las empresas agrícolas o ganaderas (Secretaría de Gobernación, 2020).

7El proceso de desarticulación de la hacienda San José de la Huerta es objeto de una publicación específica actualmente en preparación.

8El campo de aviación aparece en un documento cartográfico fechado en 1931, titulado “Proyecto del río Grande de Morelia” y conservado en la Mapoteca Orozco y Berra, código clasificador: CGF.MICH.M11.V5.0389.

9Esta serie está conservada en la Mapoteca Orozco y Berra, código clasificador: CINEGI.FOTOMAP.M91.V5.0274

10El sector del Retajo corresponde hoy al fraccionamiento de Real Universidad y a las colonias Villa Universidad, Valle Quieto, Rincón Quieto y Pinos de Michoacán.

11Es posible que el canal de agua se haya entubado para mantener su correcto funcionamiento.

12Una de las razones de la conservación de las formas es que las empresas constructoras encargadas de edificar las urbanizaciones o polígonos adquieren la totalidad de la parcela. A continuación, se dibuja y subdivide esta parcela, fosilizando las líneas perimetrales.

13El mapa de 1924 indica que, dentro del territorio de la hacienda, se encuentran tres ciénegas: la Ciénega Chica, la Ciénega Grande y la Ciénega del Frijolar, en la zona oeste y noroeste del polígono. Además, se registró una laguna nombrada “laguna del Carrizal” en su colindancia con la “Ciénega Grande” y el lugar de enzolves.

14No se han encontrado las fechas exactas en las que inicia y termina dicho proceso; sin embargo, la desecación ocurrió en la década de 1930.

15Este tipo de suelo arcilloso, y con una alta proporción de minerales, es particularmente fértil y favorable a la agricultura, especialmente de riego.

Recibido: 17 de Marzo de 2023; Aprobado: 08 de Agosto de 2023

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