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Relaciones. Estudios de historia y sociedad

versión On-line ISSN 2448-7554versión impresa ISSN 0185-3929

Relac. Estud. hist. soc. vol.41 no.161 Zamora mar. 2020  Epub 19-Nov-2020

https://doi.org/10.24901/rehs.v41i161.621 

Artículos originales

Redes migratorias embrionarias en la migración entre México-Estados Unidos (década de 1920)

Embryonic Migration Networks in the Migration between Mexico-United States (1920s)

Fernando Saúl Alanís Enciso1 

1El Colegio de San Luis, email: fernando.alanis@colsan.edu.mx


Resumen

El objetivo de este artículo es demostrar la existencia de redes migratorias en la década de 1920, que comenzaron a formarse entre los primeros migrantes mexicanos que fueron a Estados Unidos y familiares, amigos y paisanos que estaban en sus comunidades de origen en el centro. La propuesta central es que estas redes pioneras, basadas en relaciones interpersonales, fueron un factor que contribuyó al desplazamiento de personas de México a Estados Unidos en esa época.

Palabras clave: Redes migratorias; migración; México; Estados Unidos

Abstract

The objective of this article is to demonstrate the existence of migratory networks in the 1920s that began to form among the first Mexican migrants to the United States with their relatives, friends, and countrymen who continued to live in their communities of origin in central Mexico. The principle proposal sustains that these pioneering networks, based on interpersonal relationships, were a factor that contributed to the displacement of people from Mexico to the United States in that period.

Keywords: Migratory networks; migration; Mexico; United States

Introducción

En la década de 1920, varios hombres de comunidades del centro occidente de México, que habían emigrado a Estados Unidos en los primeros años del siglo XX, ayudaron a sus familiares, amigos y paisanos, para que también fueran a ese país. Algunos retornaron para llevarlos a trabajar; otros, para que fueran a vivir con ellos; asimismo hubo quien, por medio de cartas, invitó a sus paisanos y amigos a hacer el viaje, los recibió en su casa en Estados Unidos y les consiguió trabajo. Los primeros hombres que emigraron incentivaron y facilitaron la emigración de quienes se habían quedado en la comunidad de origen ya que contaban con el conocimiento previo del viaje a otro país, el cruce por la frontera, la llegada a un lugar seguro y trabajo. Este tipo de experiencias han sido analizadas a la luz de la teoría de las redes migratorias, enfoque que se ha convertido en una de las mejores herramientas que existen en el medio académico para explicar por qué las personas emigran de un país a otro. Han ayudado a romper con las interpretaciones que se basaban principalmente en motivos de carácter económico, pues, muestran que las relaciones interpersonales que se dan entre familiares, amigos y paisanos son fundamentales para provocar la migración.

En la literatura sobre la migración entre México y Estados Unidos hay una amplia producción, de corte antropológico y sociológico, que usa esta teoría como base de su interpretación, principalmente, enfocada en situaciones que se han dado en las últimas décadas del siglo XX o principios del XXI.1 Poco se han estudiado sus antecedentes más remotos a comienzos del siglo XX; la historiografía de la migración mexicana a Estados Unidos contiene escasas referencias acerca de su existencia en el periodo de 1920 a 1930.2 En un flujo de personas que lleva más de un siglo de vida -la migración México-Estados Unidos- cabe preguntarse ¿desde cuándo podemos encontrar las primeras evidencias de esas redes? El objetivo de este artículo es responder esta pregunta y presentar algunas pruebas que se dieron a partir de la década de 1920, cuando algunos hombres llevaron a Estados Unidos a paisanos, amigos y familiares gracias a su experiencia previa en ese país -en los primeros años del siglo XX y durante la década de 1910-. Ello les facilitó a los nuevos migrantes el viaje, el cruce por la frontera, la llegada a un lugar seguro, trabajo, así como introducirse, en general, a la sociedad estadounidense -en términos de la propuesta teórica, disminuyó el costo y los riesgos de la migración-. Así, lo que muestra este trabajo es un momento inicial, pionero, donde algunas redes comenzaron a formarse entre los primeros migrantes y sus comunidades de origen en el centro de México.

La propuesta central de este trabajo es que estas redes elementales -así las califico, pues no tienen la complejidad y el desarrollo, ni las condiciones sociales, económicas y tecnológicas, que tienen las actuales- que comenzaron a formarse en los albores del siglo XX, fueron un factor que contribuyó al desplazamiento de personas de México a Estados Unidos, junto con otras causas que ya han sido señaladas en la historiografía sobre la migración: las relacionadas con la Revolución; el afán de aventura y deseos de viajar; los altos salarios y mejoría económica; la desocupación y subocupación en México, entre las principales.3 Así, a diferencia de otros trabajos, lo que aquí se muestra es que, parte de la migración de principios del siglo, se debió a motivos sociales, como fueron contar con familiares, amigos y paisanos que incentivaron y facilitaron el éxodo. Igualmente, presenta como las redes fueron un respaldo para algunas personas o familias que emigraron, debido a que las condiciones no eran propicias para desarrollar su vida en México.

Este artículo se basa en tres tipos de fuentes: a) los textos clásicos que, sobre la migración mexicana a Estados Unidos, elaboró el famoso antropólogo Manuel Gamio, quien rescató testimonios de migrantes a comienzos del siglo XX, así como en el estudio del sociólogo Paul S. Taylor, quien realizó una investigación sobre la migración en Arandas, Jalisco, a finales de los veinte y comienzos de los treinta; b) los testimonios de algunos migrantes de Jalostotitlán, Jalisco, que fueron al Norte en las primeras décadas del siglo XX, de quienes, Verónica de Alba Ornelas, una alumna de posgrado en Historia,4 recuperó en diferentes archivos de la localidad; y c) dos entrevistas a personas que vivieron la experiencia migratoria en los años veinte.

El trabajo se enfoca en la etapa de los veinte del siglo pasado, pues, la mayoría de los testimonios son de ese periodo. Igualmente centra su atención en la emigración, pues, las fuentes consultadas tratan de la salida de personas. Por esa razón, no entro en detalle de la situación económica y social en Estados Unidos que se generó a raíz de la Gran Depresión de 1929, que desencadenó el desplazamiento de miles de personas de origen mexicano que volvieron a México, sobre todo, a partir de 1930. Incluir un análisis sobre esa etapa me habría llevado a incluir un examen de la migración de retorno (o como se le conoce tradicionalmente en la historia de la migración: la repatriación) esto rebasa el objetivo de este artículo, por ello reconozco los límites que tiene la interpretación que aquí se presenta, pues sólo contempla una parte en la construcción de las redes -la salida-, y no ambas direcciones -migración y retorno-, como propone el planteamiento teórico del transnacionalismo.

La teoría de las redes migratorias

La teoría de las redes migratorias constituye uno de los modelos explicativos de las migraciones contemporáneas más desarrollados y aceptados en el medio académico. Blanca Cordero Díaz señala que “El planteamiento surgió en los años ochenta del siglo pasado, siendo uno de sus precursores Richard Mines, con su estudio acerca de Las Animas, Zacatecas”.5 Cordero Díaz también apunta que “este estudio abrió la posibilidad de conocer la manera en que los aspectos sociales tenían un peso determinante en las decisiones y los patrones migratorios”.6 Surgió en el marco de la corriente revisionista de las teorías clásicas, y la aparición de nuevos enfoques teóricos y metodológicos aplicados al estudio de los movimientos migratorios.7 De ahí nació una corriente de estudios que hizo contrapeso a una visión más estructural. Los autores más distintivos de este enfoque han sido Alarcón, Durand, González y Massey.8

Asimismo, los estudios sobre redes de parentesco y paisanaje fueron fundamentales para transformar la discusión en torno a los procesos migratorios, pues, como señala María Dolores París Pombo, “permitieron a las ciencias sociales ir más allá de las macroteorías sobre las migraciones que las concebían como movimientos provocados por factores estructurales”:9 en particular, las fuerzas de atracción y de expulsión. Fue entonces que “hablar de las redes fue centrar el estudio de los migrantes como actores sociales, con motivaciones, relaciones, intereses e identidades; entonces se observa la migración como un proceso social que provoca cambios importantes en la trama existencial de los individuos, en los valores, las normas y las formas de identificación de las familias y de las comunidades”.10

Las propuestas centrales de esta teoría son 3. La primera es que las redes son un conjunto de relaciones interpersonales que se dan entre los inmigrantes y los emigrantes retornados con parientes, amigos o compatriotas, que residen en el país de origen.11 Es decir, es una “infraestructura social relativamente compleja en la que se insertan individuos, familias y comunidades”.12 en la cual se constituyen entramados de relaciones interpersonales que adquieren funciones específicas (de apoyo mutuo, de intercambio de favores, de protección, de información y de orientación) durante el proceso migratorio.13 Así, como señala Simón Pedro Izcara Palacios, “la teoría sostiene que el mecanismo que favorece la migración es la eclosión de relaciones interpersonales que ligan al emigrante con personas residentes en las comunidades locales”.14 Los individuos que emigran lo hacen a partir de contactos y mecanismos de movilidad establecidos por parientes, vecinos y amigos que emigraron antes que ellos. Entonces, muchos migrantes deciden emigrar porque otros relacionados con ellos lo han hecho con anterioridad, “por ello las redes también pueden inducir a la emigración a través del efecto demostración”.15

La segunda propuesta es que las redes disminuyen los costos y riesgos de la migración. Los primeros emigrantes que partieron en busca de un nuevo destino no tenían lazos sociales a los que aferrarse, y para ellos la emigración era muy costosa, especialmente, si suponía la entrada en otro país sin conocimientos del proceso para internarse, a dónde llegar y con quién conseguir trabajo. Una vez que el primer emigrante parte, el costo potencial de la migración se reduce sustancialmente para los amigos y parientes que parten tras él, ya que los emigrantes con experiencia transmiten información, proporcionan ayuda económica, alojamiento, transporte, comida, les consiguen los primeros trabajos y ofrecen apoyo de distintas maneras. Es decir, los nuevos migrantes tienen más parientes, amigos y paisanos a quienes recurrir en busca de información y asistencia en el país de inmigración que aquellos que les precedieron. Esto disminuye los costos y riesgos de la migración.16

Asimismo, cada nuevo emigrante expande la red y reduce los riesgos de desplazamiento para todos aquellos con los que está relacionado (el cruce de la frontera, el acceso a un empleo), eventualmente, haciéndolos virtualmente seguros y livianamente costosos. En ese sentido, las redes migratorias pueden ser vistas como una forma de capital social, en la medida en que se trata de relaciones sociales que permiten el acceso a otros bienes de importancia económica como el empleo o mejores salarios.17 “Por lo tanto, la migración lejos de presentar una racionalidad puramente económica implicaría una racionalidad social compleja. Es decir, la población migrante no necesariamente se desplaza a lugares con salarios elevados sino a sitios que cuentan con un mayor capital social”.18 Es por ello que “limitan las decisiones individuales y las opciones de los migrantes sobre los recorridos y los lugares donde establecerán sus nuevos hogares; los nuevos migrantes se dirigirán a donde están los primeros migrantes que los reciben y los apoyan en el proceso para introducirse a una nueva sociedad”.19

La tercera proposición es que “las redes son el principal mecanismo que hace que la migración se perpetúe a sí misma. Su naturaleza es acumulativa, con tendencia a crecer y hacerse más densa, al constituir cada desplazamiento en un recurso para los que se quedan atrás y facilitar desplazamientos ulteriores, que a su vez amplían las redes y la probabilidad de expandirse en el futuro”,20 es decir, incrementa su intensidad, va teniendo un efecto multiplicador, generando una ampliación y perpetuación de la red. Entonces, “el desarrollo de las redes sociales puede explicar que la inmigración continúe, con independencia de las causas que llevaron al desplazamiento inicial”.21 Es decir, “como la migración internacional se institucionaliza a través de la formación y elaboración de redes, se independiza progresivamente de los factores que la originaron, ya fueran estructurales o individuales”.22 Entonces, el flujo migratorio se convierte en menos selectivo en términos socioeconómicos y más representativo respecto de las comunidades o sociedades de origen.

En los casos que más adelante se examinan aparecen algunos rasgos de las dos primeras características de la teoría, las relaciones interpersonales y la disminución de costos y riesgos, de ahí la insistencia en subrayar que se trata de un momento embrionario, pues, debe tomarse en cuenta: a) el tipo de información consultada limitó la interpretación a una etapa determinada así como a ciertas formas de actuar de las personas; y b) se trata del contexto social y económico de la década de 1920, momento en que la migración llamó la atención de la sociedad mexicana y algunos actores de la clase política, pero aún no era un tema central de la política interna (económica y social) ni internacional de México. En esa etapa, el éxodo tenía poco más de 40 años de haberse iniciado de manera continua e iba en aumento constante. En los ochenta del siglo XIX comenzaron a emigrar trabajadores del norte de México a laborar en la construcción del ferrocarril en el suroeste de Estados Unidos; a comienzos del siglo XX, la demanda de mano de obra mexicana para labores agrícolas se incrementó notablemente gracias a las grandes obras de irrigación en el suroeste norteamericano y el auge agrícola de la región a partir de la Ley de Recuperación de Tierras (1902). En 1917, en plena guerra mundial, se hizo patente la demanda de brazos mexicanos para sostener sectores clave de la economía agrícola e industrial estadounidense. Se calcula que de 1910 a 1920 cerca de 25 mil personas cruzaban anualmente la frontera como inmigrantes, legales, ilegales, trabajadores temporales, exiliados políticos, refugiados pobres y ricos. El éxodo sólo se vio interrumpido brevemente por la recesión de 1923, cuando volvieron a México cerca de 100 mil personas, pero después de ese año nuevamente el flujo de trabajadores mexicanos recobró el vigor que venía teniendo desde comienzos del siglo XX, gracias a la demanda de mano de obra en Estados Unidos y a las condiciones sociales y económicas en las que vivía gran parte de la población (peonaje, poco acceso a la tierra, bajos salarios, tienda de raya, entre otros) y a la situación política inestable en México (guerra civil 1910-1920 y la Guerra Cristera 1926-1929). Manuel Gamio, que llevó a cabo una investigación acerca de la migración mexicana a Estados Unidos en esa década, calculó que de 1920 a 1928 salieron de México a Estados Unidos alrededor de 470,658 individuos.23

Manuel Gamio y las redes remotas

Durante 1926 y 1927, Manuel Gamio llevó a cabo diversas entrevistas a migrantes, como parte de un gran proyecto cuyo objetivo central era analizar la migración entre México y Estados Unidos.24 En algunas de esas entrevistas aparecen ejemplos de redes embrionarias. Uno de los casos más interesantes es el de Bonifacio Ortega, quien contó que él y varios de sus paisanos recibieron unas cartas de unos amigos que tenían en Estados Unidos, “y nos dieron ganas de venirnos para conocer este famoso país”. Vendió su comercio y “otras cosas que tenía y otros amigos hicieron” lo mismo. Así, salieron ocho muchachos con dinero suficiente para el viaje en carros de segunda clase desde Acatlán, Jalisco, hasta Los Ángeles. Entraron a Estados Unidos por Nogales, Arizona, y cuando llegaron a Los Ángeles, unos paisanos los recibieron y los llevaron a una casa de una señora de Jalisco, “quien les rentó dos cuartos en los que se instalaron ocho personas”; además les daba de comer. A los tres días de estar en esa ciudad todos habían conseguido trabajo gracias a la ayuda de los paisanos; cinco en una ladrillera y “los otros en otra cosa”.25

Bonifacio decidió irse a Santa Mónica, California, lugar donde, durante un trabajo, se dislocó un brazo y tuvo que estar en el hospital cerca de tres meses. Afortunadamente sus paisanos lo apoyaron; los que trabajaban reunían “algo todos los sábados” y le llevaban al hospital dinero para “lo que me hiciera falta”, afirmaba Bonifacio. Por esta experiencia, y otras que vivió, consideraba que “nosotros nos protegemos los unos a los otros entre los paisanos”; casi todos eran del mismo pueblo o de los ranchos cercanos. Como ejemplo de esa solidaridad estaba su caso, y, otro, en el cual un paisano, a quien se le había muerto su esposa, apoyaron con una colecta para comprar el ataúd y para trasladar el cuerpo de la difunta hasta Acatlán.26

El caso de Bonifacio muestra la importancia de las comunicaciones escritas entre migrantes y no migrantes, que en cierta medida fueron un factor, entre otros, que motivó la migración ya que, al menos en este caso, era evidente que Bonifacio tenía medios para vivir en su comunidad de origen y no tenía necesidad urgente de salir de su pueblo para sobrevivir. Como señaló; él y varios de sus paisanos lo hicieron por “ganas” y por la invitación de paisanos ya establecidos en Estados Unidos. Asimismo, llegaron a ese país y fueron apoyados con casa, comida y trabajo por sus conocidos que habían emigrado años antes; ahí podemos observar que las relaciones de paisanaje indujeron y facilitaron la emigración, a través del “efecto de la demostración [ejemplo]” asimismo, incrementaron la probabilidad del traslado internacional porque bajaron los costos y los riesgos del movimiento. Además, se nota la concentración de paisanos en ciertos lugares de Estados Unidos que, a su vez, determinó los sitios a donde se dirigían los nuevos migrantes. Igualmente, las conexiones creadas entre estos paisanos constituyeron “una forma de capital social” que la gente pudo usar para tener acceso al empleo en el otro país. Incluso, cuando se accidentó y quedó imposibilitado para trabajar, los mismos paisanos lo apoyaron económicamente, además respaldaron a otro para el traslado del cuerpo de su familiar fallecido a México.

Gamio también rescató el testimonio de varios migrantes que después de unos años de estar trabajando en Estados Unidos en diversos empleos y lograr cierta estabilidad enviaron por sus familiares para llevarlos a vivir a ese país. El conocimiento previo de estos primeros migrantes facilitó el traslado y establecimiento de otros familiares. En 1927, Pedro Nazas, originario de Zapotlán, Jalisco, y radicado en Los Ángeles, California, fue a Ciudad Juárez a esperar a su hermano menor para llevárselo a donde vivía junto con su hermana. Llevaba cerca de nueve años de haber llegado a Estados Unidos a donde se había ido para “buscar fortuna”; trabajó en las vías de tren, también consiguió trabajo de limpiador nocturno en un rastro de Los Ángeles, en esa ciudad se estableció ganando 35 dólares a la semana. Cuando ahorró un poco de dinero, envió por su hermana y la metió en la escuela.27

Felipe Valdés emigró de Guadalajara, Jalisco, junto con mamá y hermanos, a Estados Unidos. Señalaba que, “como ya teníamos un hermano que vivía en esta ciudad [Los Ángeles] desde hace como cuatro años, no tropezamos con dificultades”. Desde que llegó a Estados Unidos no había tenido que trabajar, pues, lo sostenían sus hermanos mientras aprendía “bien mi oficio [mecánico automovilístico]”. Ellos también le pagaban la escuela.28 Por su parte, en 1911, Anastasio Torres, con 17 años de edad fue a Estados Unidos en compañía de su cuñado José Chávez. En León, Guanajuato, de donde era originario, había trabajado como empleado en una pequeña tienda “y sabía además algo de trabajo de agrícola”. A finales de 1918, fue por su hermana y sobrinos a Ciudad Juárez para cruzarlos a Estados Unidos, con ella venía también su papá. Entonces se fueron a Calipatria (ciudad ubicada en el condado de Imperial en el estado de California) donde toda la familia se dedicó a pizcar algodón.29 Así, cada migrante nuevo reducía el costo de la migración subsecuente de un conjunto de amigos, familiares y algunos eran inducidos a migrar, lo cual expandía el conjunto de personas con lazos en el exterior.30

En los primeros años de los veinte, Ignacio Maravilla salió de Chavinda, Michoacán, para dirigirse a Gary, Indiana, donde trabajó en la U.S. Steel Corporation. Al poco tiempo de estar laborando en ese lugar, llevó a su esposa a vivir con él; después de veinte años de trabajo, llegó a ocupar el puesto de mayordomo y fue entonces cuando empezó a invitar a sus paisanos de Chavinda a ir a trabajar a esa fundición. Según Rafael Alarcón, de las entrevistas que llevó a cabo en 1946, John Milton Armstrong, un estudiante de doctorado en antropología, entre migrantes que estuvieron en Estados Unidos entre 1923 y 1942, es posible observar algunas tendencias en siete casos de varones. Entre otras cosas, estaba el hecho de que algunos viajaron con parientes cercanos lo que, según Alarcón, “destaca la importancia de las redes sociales de la migración”.31 En varios de los casos mencionados se puede observar que, gracias a la naturaleza de las estructuras del parentesco y la amistad, cada nuevo migrante creaba un conjunto de lazos sociales en el área de destino. Los migrantes estaban “ligados a los no migrantes y los segundos hacían uso de las obligaciones implícitas en las relaciones de parentesco y amistad para poder emigrar, tener acceso al empleo y asistencia en el lugar de destino”.32

No sólo hubo casos de personas que fueron llevados por parientes y motivados a emigrar por amigos y conocidos que laboraban en Estados Unidos en trabajos no calificados: ladrilleras, vías del tren, rastros y agricultura. También se dio la presencia de personas de clase media con cierta formación educativa. Fernando Sánchez, originario de Saltillo, Coahuila, “formador” (ajustador de tipógrafo) “del mejor periódico” de esa ciudad, fue invitado a trabajar en el diario Evolución de Laredo, Texas, por lo que salió del país con su esposa y dos hijos. Después de un año decidió dejar Evolución y dirigirse a San Antonio, Texas, pues, le “habían dicho que allí se ganaban mejores sueldos y la vida era más barata”. Al poco tiempo, encontró trabajo como formador en el diario La Prensa con un sueldo mínimo, apenas suficiente para vivir; desde 1918 hasta 1926, trabajó en ese periódico después lo dejó para regresar a Saltillo. A su retorno las cosas no fueron bien para él, pues, no encontraba trabajo por lo que decidió nuevamente ir a San Antonio, “ya que allí tengo amistades y trabajo en cualquier lugar”; al presentarse a solicitar empleo en La Prensa, el dueño del periódico le ofreció “chamba” en Los Ángeles; a partir de entonces se llevó a uno de sus hijos y a dos hermanas que tenía en Saltillo.33

Paul S. Taylor y algunos indicios de redes en Arandas, Jalisco

Paul S. Taylor (1895-1984), economista doctorado en la Universidad de California en Berkeley, quien realizó importantes investigaciones sobre la migración mexicana a Estados Unidos en los veinte y treinta, también dejó constancia sobre la presencia de lo que podrían ser redes incipientes. Taylor reconstruyó la historia migratoria de algunos pobladores de Arandas, Jalisco, con base en “la memoria de los residentes” que habían “observado la emigración desde el principio”, pues, no había estadísticas disponibles para trazar históricamente el curso de la emigración en la localidad. De acuerdo con los recuerdos de los informantes, el número de emigrantes fue en aumento de 1905 a 1914 en tanto se difundía “la noticia de los atractivos trabajos en Estados Unidos” (se trasmitían imágenes de aquel país a través de interacciones personales) gracias al retorno estacional de los que se habían ido. Señalaba que hacia 1914 el número de emigrantes creció “algo más rápido”, en parte como resultado de las oportunidades en Estados Unidos y “del mayor conocimiento que ya se tenía de ese país” y en parte como expresión de la intranquilidad que se vivía en la localidad: el paso de los ejércitos revolucionarios de Venustiano Carranza y Francisco Villa, las tensiones económicas de la revolución, la inflación de la moneda a través del uso de papel moneda y una mayor inseguridad de las personas. Entre 1917 y 1929, la demanda de trabajadores en Estados Unidos se sintió fuertemente en Arandas, debido a la Primera Guerra Mundial y las condiciones inmediatamente posteriores a la guerra. Ello, según Taylor, dio gran ímpetu a la emigración de la región; la marea de emigrantes aumentó más que nunca a partir de 1923, principalmente, por las condiciones en Estados Unidos y no tanto por los conflictos internos nacionales -por ejemplo, la revuelta encabezada por Adolfo de la Huerta entre 1923 y 1924, durante la cual tuvo lugar la batalla cerca de Ocotlán, no tuvo ningún efecto notable en Arandas-. Entre 1926 y 1929, los efectos de la Guerra Cristera, y la inestabilidad que provocó en Los Altos, hicieron que aumentara la emigración.34

El aspecto que destacar en el análisis de Taylor acerca del comportamiento del flujo migratorio, desde comienzos del siglo hasta 1929, es acerca del “mayor conocimiento” que ya se tenía de ese país desde mediados de la década de 1910, gracias al retorno de los que habían emigrado; aunque no menciona qué tipo de aprendizaje, se puede deducir que se trataba de conocimientos sobre el viaje, la manera de cruzar la frontera, contratarse para ciertos trabajos, los salarios, los lugares en donde laborar, entre otros; enseñanzas que los primeros migrantes trasmitieron a sus paisanos, amigos y familiares, que no habían emigrado, lo cual facilitaba e incentivaba su salida. Así, nuevamente, las estructuras del parentesco, de amistad y de paisanaje creaban un acumulado de lazos sociales en el área de destino que incentivaban la migración, situación que se puede analizar con mayor precisión en el caso de Jalostotitlán, Jalisco.

Las primeras redes en Jalostotitlán, Jalisco

Verónica de Alba Ornelas analizó la emigración a Estados Unidos de los primeros migrantes que salieron de Jalostotitlán a comienzos del siglo XX. En las partidas matrimoniales de la parroquia de Jalostotitlán y de San Gaspar de los Reyes de 1902 a 1929, De Alba encontró 20 casos de hombres que emigraron a Estados Unidos: 5 en lo que llamó “la primera fase de 1902 a 1921” y 15 en “la segunda de 1922 a 1929”. Asimismo, analizó el caso de 27 migrantes originarios de Jalostotitlán y 13 familias que localizó en el familysearch.org. Las partidas, junto con los 27 casos de migrantes, muestran que el mayor número de migrantes se dio en 1925 (cerca de 26); le siguieron en importancia los que salieron en 1919 (21); y los que partieron entre 1927 y 1928 (21 cada uno respectivamente). Los picos de los datos muestran que los varones emigraron principalmente en momentos de auge económico en Estados Unidos (1919 y 1925) y en el instante que se agudizó el conflicto cristero en la región (1927-1928). En el caso de las familias de Alba encontró que la mayoría salió en 1916 y 1920 (5 respectivamente), y otras 3 en 1924 y 2 en 1914. La partida de la mayoría coincide con los momentos de auge económico en la Unión Americana y, en menor grado, con las condiciones locales que no se vieron fuertemente afectadas por la lucha revolucionaria. Incluso, algo que llama la atención, es que sus datos muestran que el conflicto cristero no fue un factor que incidiera en el incremento de la salida de familias de manera notable, pues, ésta fue mayor en 1920 que en 1927 y 1928 (3 y 1 respectivamente).35

Con base en las entrevistas que realizó en la comunidad, así como por la información de las partidas, De Alba muestra como los primeros migrantes (los apellidos paternos más recurrentes entre ellos eran González, Gutiérrez, Jiménez, Romo, Pérez, Ramírez, Reynoso, Gómez, Ornelas y Jáuregui) apoyaron a sus hermanos para que éstos emigraran. Según ella, en más de la mitad de los casos entre 1922 y 1929, algún hermano salió en la primera fase, destacándose entonces la importante influencia de estos pioneros en el considerable aumento de migrantes directamente emparentados. Además, encontró que algunos migrantes, ya establecidos en Estados Unidos, recibían a parientes. Ignacio Estrada, un joven migrante, una vez establecido en Estados Unidos, recibió a algunos de ellos; Pascual Jiménez y Francisco Soto también recibieron apoyo de la parentela. Pascual llegó a California con sus tíos, y Francisco fue recibido en casa de sus primos.36

De Alba también localizó casos de hombres que migraron con amigos que los apoyaron con los gastos del traslado y otros que los recibieron en sus casas en Estados Unidos. En casi la mitad de las historias de vida que obtuvo se mencionan amistades como compañeros de viaje, de trabajo -los amigos eran un medio recurrente para insertarse en el ámbito laboral o cambiar hacia mejores oportunidades- o con quienes compartían residencia. A Ignacio Estrada, una amistad que ya estaba establecida en aquel país, ofreció conseguirle empleo en el “traque”; posteriormente, él mismo recibió a varios amigos que llegaban de Jalostotitlán. Pascual Jiménez salió a Estados Unidos en compañía de un amigo y paisano, José Nieves Ornelas. Hicieron el viaje a lomo de burro desde Jalostotitlán hasta la estación del tren en Santa María Transpontina, cerca de Encarnación de Díaz, y ahí tomaron el ferrocarril hasta llegar a Ciudad Juárez. Pasaron la frontera muy fácil y sin problemas para dirigirse a Las Cruces, Nuevo México, lugar que Pascual ya conocía.37

Asimismo, De Alba cita varios casos de migrantes que volvieron por sus familias para llevárselas a Estados Unidos debido a las difíciles condiciones de inseguridad provocadas por la Guerra Cristera (1926-1929), conflicto armado entre el gobierno de México y la Iglesia católica, que se opuso a la aplicación de la llamada Ley Calles que proponía limitar el culto católico en el país. En esa época, la región se vio afectada por los enfrentamientos y las reconcentraciones que el gobierno organizó para obligar a pobladores de rancherías a reunirse en las cabeceras municipales en las zonas de presencia cristera a fin de controlar la insurrección.38 El esposo de Francisca González y su cuñado, después de ciertos años de residir en Estados Unidos, determinaron llevar a sus familias a Estados Unidos. En 1927, el padre de José Cruz Ramírez, quien desde hacía algún tiempo se encontraba trabajando en Estados Unidos, decidió volver a México para llevarlos. Al siguiente año, Francisca González emigró con su pequeño hijo y su cuñada. Su esposo y el hermano de su esposo ya tenían algún tiempo laborando en California. Al agudizarse los conflictos locales determinaron que sus familias viajaran a la frontera para luego reunirse con ellos en territorio estadounidense.39

En los primeros meses de 1929, Inocencia Gómez y su esposo salieron a Estados Unidos. Él había cruzado la frontera para trabajar y residía allá, no obstante, frente a la difícil situación que se padecía en la región a raíz del conflicto armado y las reconcentraciones, regresó para llevar consigo a su esposa. El papá de Cruz Ramírez regresó de Estados Unidos para hacer el viaje junto a ellos hasta California, donde tuvieron un lugar cómodo para residir, él y su hermana asistían a la escuela; en fin, “vivíamos bien a gusto”. Además de la reunificación familiar, se puede ver que las redes de parentesco tenían una importante función como medio de financiamiento para migrar; el conocimiento del viaje; el cruce de la frontera; la certeza de un lugar al cual arribar; facilitar la inserción al mundo laboral y a la nueva sociedad. Algunas personas al ingresar a Estados Unidos tenían a miembros de la familia esperándolos allá, otras al pasar la frontera fueron recibidas por parientes cercanos, algunos más viajaban con el jefe de familia que sólo había regresado a México para llevarlos con él. La acción de redes con base en vínculos de parentesco se hace evidente en un grupo de hombres que viajaban junto a familiares. La mayoría de éstos -sin experiencia y pocos recursos económicos- dependían en gran medida del apoyo de los hombres que volvieron para llevarlos a Estados Unidos.40

Además, De Alba muestra que existía una concentración geográfica de migrantes de un mismo origen en Estados Unidos, que pudo determinar hacia dónde se dirigían los nuevos migrantes debido al apoyo que recibieron de los primeros migrantes. Los migrantes localizados en las partidas matrimoniales de la parroquia de Jalostotitlán provenían principalmente de 7 puntos -no los menciona- y en territorio estadounidense se concentraban principalmente en Miami, en Arizona y Corona, en California. Algo similar encontró en la información de la parroquia de San Gaspar de los Reyes, donde el 75 % de los hombres salieron de 5 lugares -no los menciona- y California fue un importante lugar de arribo, sobre todo, Sacramento. Las entrevistas que realizó De Alba reafirman esta situación. Pascual Jiménez, en la segunda ocasión que cruzó la frontera, trabajó algún tiempo en un rancho de Corona, California, donde “había muchos de Jalos”. Francisca González y su familia residían cerca de Fresno, California, en un sitio donde trabajan y vivían “muchos de aquí [San Gaspar de los Reyes]”, y José López que había emigrado a Estados Unidos vivió con otros migrantes de “La Barranca”, un rancho de la municipalidad.41 En ese caso se puede ver que posiblemente el flujo se convirtió en menos selectivo en términos socioeconómicos y más representativo respecto a la comunidad de origen.

Algunos casos rescatados por la historia oral

Durante la elaboración de un proyecto acerca de la migración de retorno de mexicanos durante la Gran Depresión (1929-1934) realicé cerca de 20 entrevistas en diversos puntos de México (Baja California, Sonora, San Luis Potosí, Guanajuato, Michoacán) a personas que habían vivido el retorno en esos años o sus hijos que aún guardaban los recuerdos de sus padres. Una parte central de las entrevistas fue rescatar la historia de la migración en las primeras décadas del siglo XX. Dos historias fueron sobresalientes por los recuerdos y la cantidad de detalles que aportaron. Esas historias dieron origen a la elaboración de este artículo, ya que fue ahí donde, por primera vez, encontré evidencia de redes remotas anteriores a 1929.

La primera es la historia de Martha Ornelas Villalobos, quien nació en 1912. Ella me contó que “en la época de la Revolución”, doña Severa, su suegra, al quedar viuda, decidió emigrar a Estados Unidos con toda la familia (hijos e hijas). Salieron de León, Guanajuato, para dirigirse a Kansas City, donde se establecieron por algunos años, después fueron a Detroit, Michigan, donde su hijo José Manrique y algunos de sus yernos trabajaron en la compañía Ford. José regresaba regularmente a León donde conoció a Marta con quien se casó y, posteriormente, la llevó a Detroit. Para el cruce por la frontera, José arregló los papeles de Marta en el consulado americano, así viajaron en tren rumbo a Laredo, Tamaulipas. Al ingresar a Estados Unidos se transportaron en un pequeño vehículo; hicieron una escala en San Antonio, Texas, donde José tenía algunos conocidos de su mismo lugar de origen, quienes les dieron hospedaje para que descansaran; después emprendieron el viaje rumbo a Chicago y de ahí a Detroit. José y Marta llegaron a vivir a la casa donde estaban los integrantes de la familia de doña Severa, hijos e hijas, yernos y sobrinos -muchos de ellos nacidos allá-.42

El caso de la familia de José Manrique muestra como la jefa de familia, la viuda, decidió emprender -iniciar- la emigración en busca de mejorar la situación de sus hijos debido a que la situación económica familiar se vio severamente afectada a raíz de la muerte del padre de familia. También debió ser importante el contexto social en que vivía parte del país en esos años: la situación de inseguridad y la violencia generada por la guerra civil. En la entrevista realizada no hay indicios de que doña Severa contara, en principio, con parientes o relaciones que le ayudaran a emigrar a Estados Unidos, pero si hay rastros de que rápidamente pudieron conseguir trabajo y establecerse, definitivamente, en ese país a sólo unos cuantos años de haber arribado. Ya instalados algunos de los hijos de la familia hicieron continuos viajes a su lugar de origen y se llevaron a algunos paisanos; José trasladó a Marta con base en el conocimiento previo de los requisitos migratorios, el cruce por la frontera, lugares para descansar y hacer escala en Estados Unidos con conocidos hasta, finalmente, llegar a casa de familiares en donde el nuevo migrante, Marta, tenía comida, casa y familia. En el caso de Marta, los costos de la migración fueron a la baja, pues, los primeros migrantes, quienes buscan un nuevo destino, no tenían lazos sociales en los cuales confiar y, para ellos, la migración fue costosa.

La segunda entrevista que realicé fue al señor Alberto Ayala, quien nació en 1909. Me contó que a principios de los veinte, “el tío Madaleno” convenció a Leocadio Ayala Cervantes -Madaleno era hermano de Leocadio y Alberto era hijo de este último- de irse a Estados Unidos. Madaleno llevaba años de trabajar en el Ferrocarril Santa Fe donde ganaba buen salario. Leocadio decidió vender su cosecha y emprender el viaje con toda la familia desde Surumuato, Michoacán, a Kansas City. Madaleno los acompañó en todo momento desde su salida hasta el cruce por Ciudad Juárez, Chihuahua, donde no tuvieron ninguna dificultad para ingresar. Ya en Estados Unidos hicieron una escala en San Antonio, Texas, donde fueron recibidos por familiares que llevaban años establecidos en esa ciudad. Después siguieron su camino hasta Kansas City, donde se instalaron. Tanto Leocadio como sus hijos mayores, entre ellos Alberto, alternaban su trabajo en el ferrocarril y en los cultivos del betabel.43

El tío Madaleno motivó (indujo) la migración al convencer a Leocadio, su hermano, de ir a Estados Unidos; le habló de los buenos salarios que se ganaban allá y de la posibilidad de conseguir trabajo. Entonces Leocadio tomó la decisión de trasladarse con su familia; el proceso fue relativamente seguro, pues, contó con el conocimiento previo que tenía Madaleno, quien los traslado, les ayudó a establecerse y a conseguir trabajo. En este caso, la relación de parentesco funcionó como un medio para emigrar; la experiencia de Leocadio y su familia reiteran la forma en que algunos migrantes de principios del siglo insistieron y mostraron a sus familiares en México las grandes ventajas del trabajo en Estados Unidos, sobre todo, los salarios y condiciones laborales. Otros elementos que debieron favorecer el convencimiento para emigrar fueron las percepciones que las personas de los pueblos en México se formaban de aquellos que ya habían emigrado: el cambio en la forma de vestir, así como “las maravillas que les contaban de la vida en Estados Unidos”.44 A esto habría que agregar la variedad de condiciones sociales y económicas que cada uno vivió en México.

La entrevista que realicé a Alberto Ayala, quien emigró a Estados Unidos junto con su padre Leocadio, da pocos indicios de las condiciones de vida en que estaban antes de emigrar y otras razones que los llevaron a salir del país. Se puede inferir que su condición económica no era mala como en el caso de Leocadio, quien contaba con tierras que sembraba; no hay evidencia de que emigraran porque su condición fuera desesperada. En este caso, puede verse que el movimiento de personas se intensificó en parte gracias a las relaciones sociales establecidas entre los actores, en función de motivaciones y esperanzas que se generaron a partir de “interacciones cara a cara” al estar en relación con migrantes que se encontraban en Estados Unidos o de regreso en la comunidad de origen. Algunas personas emigraron por motivos sociales, es decir, tener familiares y contactos para ofertas de trabajo en Estados Unidos.45

Las historias de José Manrique y la familia Ayala Cervantes revelan, entre otras cosas, ciertas relaciones interpersonales entre parientes con experiencia migratoria previa que indujeron y facilitaron a su vez la emigración de otros familiares a Estados Unidos, además, en algunos casos proveyeron de contactos para ofertas de trabajo en ese país. Las historias de Marta Órnelas y Leocadio Ayala Cervantes además muestran algunas características de la migración mexicana a Estados Unidos en la década de la Revolución y los años veinte. Revelan los sectores productivos en los cuales se ocupó, primordialmente, la mano de obra mexicana desde finales del siglo XIX y principios del XX: la agricultura y los ferrocarriles (a lo cual habría que agregar la minería). Asimismo, dan constancia de la manera en que la fuerza de trabajo mexicana -además de los sectores tradicionales en que jugó un papel predominante en el suroeste- se colocó en trabajos industriales del Medio Oeste: la ensambladora de Ford.46

Las narraciones de los entrevistados ejemplifican los lugares a donde se dirigían algunos migrantes en los años veinte: Kansas City, Missouri, y Detroit, Michigan. A principios del siglo, los mexicanos iban preferentemente a zonas rurales o bien apartadas de los grandes centros urbanos debido al tipo de trabajo desempeñado (agrícola, minero y ferroviario). A partir de 1917, con el ingreso de Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial y de la demanda de mano de obra mexicana para trabajos en las industrias y las fábricas, ésta comenzó a desplazarse a los grandes centros urbanos-industriales, uno de los ejemplos más importantes fue el flujo de trabajadores que se dirigieron a Detroit, Michigan, como lo muestra el caso de la familia de doña Severa.47

La gran movilidad geográfica fue otra de las peculiaridades de los migrantes mexicanos de esta etapa. Muchos salieron de sus pequeños pueblos o ciudades en el centro de México para viajar miles de kilómetros y cruzar la frontera. Ya en Estados Unidos se desplazaron de un lugar a otro en busca de trabajo o de establecerse con algún familiar. San Antonio, Texas, y Kansas City (así como Los Ángeles, California) fueron grandes centros urbanos a los que muchos se dirigían como primera escala en su peregrinar. De ahí salían a otros lugares: Chicago, Detroit, Denver, Lamar, etcétera. En California y en Arizona se daba una movilidad similar: los trabajadores, solos o con familia, iban de San Pedro, California a Miami y Marinetti, Arizona, o a otros lugares, ocupándose en actividades agrícolas o mineras, dependiendo la época del año.

Otro aspecto que salta a la vista de los testimonios que aquí se han analizado es la presencia de mujeres, niños y familias en la migración a Estados Unidos. Las mujeres son actores centrales ya sea como artífices de la migración, esposas, hermanas e hijas. Doña Severa decidió emprender la migración llevando, entre otros, a sus hijas menores; Leocadio Ayala se llevó a su esposa e hijos menores; Pedro Nazas envió a México por su hermana; Felipe Valdés emigró con su madre y hermanos menores; Anastasio Torres fue por su hermana y sus sobrinos a la frontera para llevarlos al interior de Estados Unidos; Ignacio Maravilla se llevó a su esposa, y Fernando Sánchez, cuando emigró por primera vez, se llevó a su esposa y dos hijos, después cuando volvió a emigrar envió por dos de sus hermanas y dos de sus hijos menores.

Los testimonios de Jalostotlitlán también muestran la presencia de mujeres, así como de familias (con niños y niñas) que se trasladaron a Estados Unidos en los veinte. Los niños y las niñas aparecen como integrantes de las familias que emigraron, hermanos de los migrantes, sobrinos e hijos. En las entrevistas que realicé las familias también aparecen. La esposa e hijos de Leocadio Ayala salieron de su comunidad para ir a laborar en el tren y en los campos de betabel de Kansas City y en Lamar, Colorado. Anastasio Torres se llevó a su hermana, sobrinos y su padre, todos fueron a Calipatria donde se dedicaron a la pizca de algodón. A principios del siglo XX, el éxodo de algunas familias (padre, madre e hijos) no era una novedad, pues, en algunos casos, respondía a razones de carácter económico: muchas eran contratadas, pues, daba grandes beneficios al empleador ya que podía contar con un grupo familiar en el que todos trabajaban, además aseguraba una estancia más duradera de los trabajadores, pues, su movilidad y cambio de labor era más difícil si llevaban a toda la familia. En términos generales, lo que los empleadores, sobre todo, agrícolas, buscaban con esta práctica era tener más mano de obra barata y segura para llevar a cabo su producción.48

Conclusión

La migración de México a Estados Unidos tiene más de un siglo de historia. A pesar de ello, más allá del modelo de atracción y expulsión, existen pocos estudios locales y regionales en México que hayan profundizado en el análisis de las razones -sociales y económicas- por las que las personas emigraron en las primeras tres décadas del siglo XX. Asimismo, hay muy pocos trabajos que han estudiado con rigor las características de los primeros migrantes. Persiste la idea de que emigraban principalmente hombres, jóvenes, solteros y lo hacían de manera temporal. Más aún, los antecedentes históricos de la mayoría de los estudios contemporáneos, en estudios de zonas de gran tradición migratoria, se remontan, principalmente, al Programa Bracero (1942-1964); sólo se mencionan algunos datos aislados del periodo anterior.

Las fuentes que han sido empleadas para elaborar este artículo, analizadas a partir del enfoque teórico de las redes migratorias, permiten hacer algunas reflexiones acerca de las características de la migración mexicana a comienzos del siglo XX. En primer lugar, muestra que, en algunas comunidades del centro de México, como Arandas y Jalostotitlán, la migración de hombres comenzó en los primeros años del siglo XX y fue en aumento durante la década de 1910 y 1920, instante en que empiezan a encontrarse evidencias de lo que hoy se conoce como redes migratorias.

En segundo lugar, da pie a poner en la mesa de debate nuevas propuestas sobre las razones por las cuales las personas emigraban, es decir, éstas no sólo salieron del país debido a los factores de atracción en Estados Unidos (el desarrollo económico vertiginoso del suroeste: ferrocarriles, agricultura y minería) y los de expulsión en México (poco acceso a la tierra, bajos salarios, alta densidad demográfica en el centro-occidente, inestabilidad social y política provocada por la Revolución y la Cristiada), sino por los contactos sociales que se dieron entre los primeros migrantes y los no migrantes de la comunidad de origen -aunque en el caso de Jalostotitlán también fueron determinantes los conflictos provocados por la Guerra Cristera, es decir, es una mezcla compleja de situaciones-. Igualmente, permite un análisis micro más cercano a las decisiones de las personas a partir de situaciones cotidianas que se daban entre familiares, amigos y paisanos del centro de México: la carta de un amigo invitando a otro a ir a Estados Unidos, la invitación de un familiar a otro, así como el hecho de que el padre de familia viniera a México para llevarse a toda la familia y otros parientes pues su condición era mejor en aquel país. Asimismo, da una visión más completa de aquellos actores que se vieron involucrados en la migración entre ambos países, lo que contribuye a matizar quiénes eran los que emigraron a comienzos del siglo XX, pues, además de hombres, jóvenes, solteros que iban por temporadas a laborar, hubo familias con menores de edad y mujeres que salieron del país por motivos sociales, económicos, de seguridad y reunificación. Sobre este último punto, los testimonios de Jalostotitlán y algunos obtenidos por Gamio muestran que -ya desde esa época- las redes facilitaron la reunificación familiar. Cuando un integrante de la familia emigraba, sobre todo el padre de familia, se daba un proceso de separación, pero después de un tiempo de haber vivido fuera del país decidía llevarse a toda la familia, por cuestiones económicas o de seguridad, entonces se daba la reunificación. En ese proceso, los primeros migrantes no sólo ayudaron a sus familiares a disminuir los costos y riesgos de la migración, sino fomentaron su establecimiento definitivo en otro país.

La teoría de las redes migratorias plantea que “la migración se perpetúa a sí misma”, es decir, que va creciendo y tiende a persistir como ha sucedido en varias comunidades del centro-occidente de México durante cerca de 100 años. Visto este planeamiento a los ojos de un historiador, y tomando en cuenta comunidades con larga tradición migratoria como Arandas y Jalostotilán, Jalisco y León, Guanajuato, da pauta para establecer que algunas redes empezaron a construirse desde las primeras décadas del siglo XX. Hay constancia de algunas familias que vivieron los grandes ciclos de historia de la migración y, en ellas, las relaciones interpersonales para emigrar fueron centrales. La de Alberto Ayala emigró gracias a su tío en los veinte y tuvo que volver a México a comienzo de 1930 debido a la recesión en Estados Unidos, pero en los cuarenta y cincuenta él y sus hijos nuevamente se fueron de braceros gracias al conocimiento previo que tenían de la migración y los familiares y amigos que tenían en aquel país. En los sesenta y setenta, familiares y amigos de Alberto siguieron emigrando de Surumuato, hoy Pastor Ortiz, gracias al apoyo que han recibido de los migrantes que se establecieron en Estados Unidos.49

En algunas comunidades de México hay indicios de que las redes comenzaron a formarse en las primeras décadas del siglo XX y con el paso del tiempo han cambiado, evolucionado y transformado hasta llegar a la complejidad que hoy tienen. Es decir, la elaboración de estudios con una perspectiva histórica, de largo aliento, ayudan a explicar la relevancia que las relaciones interpersonales han tenido en la historia de la migración, así como las diversas etapas por las que han transcurrido y sus cambios más significativos. Es más, como señaló atinadamente uno de los dictaminadores de este artículo, la migración de mexicanos a Estados Unidos se dio desde mediados del siglo XIX, en el área de California, además de Texas. Ello lleva a subrayar que la historia de la migración entre ambas naciones no es un tema del siglo XX. Asimismo, da pie para pensar; si parte de las redes embrionarias del siglo pasado pudieron incluso tener su origen antes, en el XIX. Para ello sería necesario hacer un análisis de las rutas que, en esa época, construyeron los arrieros y viajeros del centro occidente y del norte del país hacia el suroeste de Estados Unidos.

Entrevistas personales

Marta Órnelas Villalobos (comunicación personal, 20 de mayo de 2006). León, Guanajuato. [ Links ]

Alberto Ayala (comunicación personal, 18 de enero de 2003). Pastor Ortiz, Michoacán. [ Links ]

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Notas

1 Richad Mines, Developing a Community Tradition of Migration: A Field Study in Rural Zacatecas, Mexico, and California Settlement Areas (San Diego: University of California at San Diego, 1981). Douglas S. Massey et al., Return to Aztlan: The Social Process of International Migration from Western Mexico (Berkeley: University of California Press, 1987). Rafael Alarcón, “Norteñización. Self-Perpetuating Migration from a Mexican Town”, en U.S.-Mexico Relations. Labor Market Interdependence, ed. Jorge Bustamante, Clark Reynolds y Raul Hinojosa (Stanford: Stanford University Press, 1992). Douglas S. Massey, Luin Goldring y Jorge Durand, “Continuities in Transnational Migration: An Analysis of Nineteen Mexican Communities”, American Journal of Sociology 99(6) (mayo 1994): 1492-1533. Federico Besserer, Topografías transnacionales. Hacia una geografía de la vida transnacional (México: Universidad Autónoma Metropolitana y Plaza y Valdés, 2004), entre otros.

2 Mark Reisler, By the Sweat of Their Brow; Mexican Immigrants Labor in the United States 1900-1940 (Connecticut: Greenwood Press Inc., 1976). Lawrence A. Cardoso, Mexican Emigration to the United States 1897-1931 (Arizona: The University of Arizona Press, 1980). Mario T. García, Desert Immigrants. The Mexicans of El Paso, 1880-1920 (New Haven y Londres: Yale University Press, 1981). Michael Innis-Jiménez, Steel Barrio. The Great Mexican Migration to South Chicago, 1915-1940 (Nueva York: New York University Press, 2013).

3 Manuel Gamio, El inmigrante mexicano (México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1969), 25. Reisler, By the Sweat, 3-47. Cardoso, Mexican Emigration, 1-70.

4Verónica de Alba Ornelas, “Haciendo camino. Migración del Municipio de Jalostotitlán a los Estados Unidos, 1902-1929” (Tesis de maestría en Historia, El Colegio de San Luis, 2017), 155-158.

5 Blanca L. Cordero Díaz, “La migración como proceso social total. Un acercamiento a los estudios de la migración internacional México-Estados Unidos”, en In god we trust, del campo mexicano al sueño americano, Rosío Córdova Plaza, María Cristina Núñez Madrazo, David Skerritt Garder, 118-119 (México: Universidad de Veracruz, 2007). Mines, Developing a Community.

6 Cordero, “La migración como proceso social total”, 118-119.

7 Rocío García Abad, “Un estado de la cuestión de las teorías de las migraciones”, Historia Contemporánea (26) (2003): 345-346.

8 Cordero, “La migración como proceso social total”, 118-119.

9 María Dolores París Pombo, “Redes migratorias y transnacionalismo de los mercados de trabajo en la agricultura: México y California”, Veredas, año 8(15) (segundo semestre 2007): 54-55.

10 París, “Redes migratorias y transnacionalismo”, 54-55.

11 Joaquín Arango, “La explicación teórica de las migraciones: luz y sombra”, Migración y Desarrollo (1) (octubre 2003): 19.

12 París, “Redes migratorias y trasnacionalismo”, 54-55.

13Idem.

14 Simón Pedro Izcara Palacios, “Redes migratorias o privación relativa: La etiología de la emigración tamaulipeca a través del programa H-2A”, Relaciones Estudios de Historia y Sociedad XXII(122) (primavera 2010): 251-252.

15 Arango, “La explicación teórica”, 19.

16 Douglas S. Massey et al. “Teorías sobre la migración internacional: una reseña y una evaluación”, Trabajo 2(3) (enero 2000): 27.

17 Massey et al. “Teorías sobre la migración internacional”, 27.

18 Izcara Palacios, “Redes migratorias”, 251-252.

19Con modificaciones en la redacción, la referencia ha sido utilizada por varios autores que han trabajado las redes migratorias. Véase Massey et al., “Teorías sobre la migración internacional”, 27. Mines, Developing a Community, 34-38.Arango, “La explicación teórica”, 19. Además de los señalados José M. Medrano Gutiérrez, “El derecho al voto municipal del migrante mexicano: un análisis enfocado en Ahualulco de Mercado, Jalisco” (Tesis de maestría en Derechos Humanos y Paz, Universidad Jesuita de Guadalajara, 20 de enero de 2019), 36.

20 Arango, “La explicación teórica”, 20.

21Idem.

22 Massey et al., “Teorías sobre la migración internacional”, 28.

23 Reisler, By the Sweat, 20-60. Cardoso, Mexican Emigration, 37-58. García, Desert Immigrants, 40-41. Manuel Gamio, Número, procedencia y distribución geográfica de los inmigrantes mexicanos en los Estados Unidos (México: Talleres Gráficos Editorial y Diario Oficial, 1930), 21, tabla III. Linda B. Hall, “El Refugio: migración mexicana a los Estados Unidos, 1910-1920”, Históricas (enero-abril 1982): 23.

24 Manuel Gamio, The Mexican Immigrant: His Life Story (Chicago: University of Chicago Press, 1931). Fernando Saúl Alanís Enciso, “Manuel Gamio: el inicio de las investigaciones sobre la inmigración mexicana a Estados Unidos”, Historia Mexicana LII(4) (abril-junio 2003): 979-1020.

25 Gamio, The Mexican Immigrant, 25-28. Gamio, El inmigrante mexicano, 101-102.

26 Gamio, El inmigrante mexicano, 101-102.

27 Gamio, The Mexican Immigrant, 47-49; Gamio, El inmigrante mexicano, 115-116.

28Ibid., 64-65; 126-127.

29Ibid., 55-58; 120-122.

30 Massey et al., “Teorías sobre la migración internacional”, 26-27.

31 Rafael Alarcón, “Restricciones a la inmigración en Estados Unidos”, Relaciones Estudios de Historia y Sociedad XXVIII(110) (primavera 2007): 158, 176-177.

32 Massey et al., “Teorías sobre la migración internacional”, 26-27.

33 Gamio, The Mexican Immigrant, 66-69; Gamio, El inmigrante mexicano, 127-129.

34 Paul S. Taylor, “Arandas, Jalisco, una comunidad campesina”, en Migración México-Estados Unidos. Años veinte, comp., Jorge Durand, 179-180 (México: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1991).

35De Alba, “Haciendo camino”, 131-154.

36Ibid., 155-158.

37Ibid., 159-160, 168.

38 Jean Meyer, La Cristiada. 1 La guerra de los cristeros (México: Siglo XXI Editores, 1974), 171-177. Jean Meyer, La Cristiada. 3 Los cristeros (México: Siglo XXI Editores, 1974), 163-171. Julia Young, “Cristero Diaspora: Mexican Emigrants, the U.S. Catholic Church, and Mexico’s Cristero War, 1926-1929”, The Catholic Historical Review 98(2) (abril 2012): 271-300.

39De Alba, “Haciendo camino”, 166-167.

40Ibid., 158, 166-167.

41Ibid., 162.

42 Marta Órnelas Villalobos (comunicación personal, 20 de mayo de 2006). León, Guanajuato.

43 Alberto Ayala (comunicación personal, 18 de enero de 2003). Pastor Ortiz, Michoacán.

44 Daniel Venegas, Las aventuras de don Chipote o cuando los pericos mamen (México: Secretaría de Educación Pública, Centro de Estudios Fronterizos del Norte de México, 1984), 63.

45 Mario Pérez Monterosas, “Tejiendo redes para futuras movilidades: las interacciones sociales y el capital social en la migración emergente de México a Estados Unidos”, Sociológica año 28(78) (enero-abril 2013): 148.

46Cardoso, Mexican Emigration, 18-54; Reisler, By the Sweat, 3-48. Zaragoza Vargas, Proletarians of the North. A history of Mexican industrial workers in Detroit and the Midwest, 1917-1933 (Berkeley: University of California Press, 1999), 56-85. Innis-Jiménez, Steel Barrio.

47 Vargas, Proletarians of the North, 13-80. Paul S. Taylor, Labor in the United States. Chicago and the Calumet Region, vol. 7 (Berkeley: University of California Press, 1932). Innis-Jiménez, Steel Barrio, 28-50.Dennis Nodín Valdés, Al Norte: Agricultural Workers in the Great Lakes Region, 1917-1970 (Austin: University of Texas Press, 1991).

48 Reisler, By the Sweat, 77-90.

49 Alberto Ayala (comunicación personal, 18 de enero de 2003). Pastor Ortiz, Michoacán.

Recibido: 23 de Octubre de 2018; Aprobado: 25 de Junio de 2019

Fernando Saúl Alanís Enciso

Doctor en Historia por El Colegio de México. Actualmente Profesor Investigador Titular C en El Colegio de San Luis, Programa de Historia. Líneas de investigación: migración de retorno México-Estados Unidos 1906-1940, migración mexicana a Estados Unidos, 1917-1944. Últimas publicaciones: “La ‘Ley Box’ y la prensa mexicana (1929-1930)”, Historia Mexicana 69(2) (276), (abril-junio 2020): 1681-1727; “La colonia Número 2, Pinotepa Nacional, Oaxaca, 1933-1934”, Tzintzun. Revista de Estudios Históricos (69) (enero-junio 2019): 219-245, ISSN: 1870-719X, ISSN-e: 2007-963X; “Ideas y reflexiones de Manuel Gamio acerca de los migrantes de retorno (1925-1930)”, Migraciones Internacionales, vol. 10 (2019): 1-24. e-ISSN 2594-0279 http://dx.doi.org/10.33679/rmi.v1i1.2169

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