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Relaciones. Estudios de historia y sociedad

versión On-line ISSN 2448-7554versión impresa ISSN 0185-3929

Relac. Estud. hist. soc. vol.38 no.150 Zamora jun. 2017

https://doi.org/10.24901/rehs.v38i150.286 

Reseñas

Alejandra Pita González, comp. Redes intelectuales transnacionales en América Latina durante la entreguerra

Martín López Ávalos1 

1EL COLEGIO DE MICHOACÁN, mlopez@colmich.edu.mx

González, Alejandra Pita. Redes intelectuales transnacionales en América Latina durante la entreguerra. México: Universidad de Colima, M. A. Porrúa, 2016. 279p. ISBN: 978-607-524-059-6.


Tradicionalmente, la historia de o sobre los intelectuales en Latinoamérica había sido un campo específico de una subdisciplina historiográfica como era la historia de las ideas o bien de los estudios literarios enfocados a la vida del intelectual y su vehículo preferido, la revista literaria, que remitía inevitablemente a la llamada “República de las Letras”, modelo gestado desde finales del siglo XVII en Europa occidental y con vínculos muy visibles con sus contrapartes americanas desde el siglo XVIII. Este enfoque cambiaría en el siglo XX cuando desde la ciencia social se empezara a hablar sobre la red social y ya sistemáticamente como teoría social con la aparición del trabajo antropológico de J. A. Barnes en la década de 1950 en la Universidad de Manchester, de tal manera que hoy en día se ha vuelto necesario referirnos a las redes como una forma de aproximación de construcción de cualquier experiencia −más que contemporánea, del tiempo presente− en los diversos ámbitos de la vida humana, ya sea histórica, social o cultural, aunque dicho sea de paso concebida ahora a partir del ciberespacio y sus vehículos que se iniciaron con el correo electrónico y las páginas web y han evolucionado en lo que genéricamente se llama “red social” que tiene en el llamado Smartphone a su plataforma de uso universal de comunicación y generación de nuevas comunidades, organizadas a partir del uso de ese novedoso espacio impensable hace cincuenta años, cuando Barnes daba a conocer sus trabajos antropológicos en Manchester. Incluso en ese plano, el de la generación de la teoría, tiene que ver más con desarrollos científicos que de conocimiento social, derivados del big data y la construcción de algoritmos que van “prediciendo” el comportamiento de los ahora concebidos usuarios de redes, en vez de sujetos sociales.

En este contexto −transformado por el desarrollo de nuevas tecnologías de la información-, Alexandra Pita González nos presenta un estudio netamente histórico de las redes intelectuales en América Latina en el periodo de entreguerras, como ha definido el periodo que corresponde al esplendor del populismo y, en buena medida, al desmantelamiento del Estado oligárquico en nuestra región. A diferencia de sus trabajos anteriores, donde el enfoque estaba más cargado a la historia de las ideas y de los grupos culturales e intelectuales, ahora nos ofrece un panorama de la conformación de “redes transnacionales”, término importado de algunos círculos académicos europeos y norteamericanos que coquetean con las posturas posmodernas que dan por terminada la propia experiencia nacional en cualquier parte del mundo. Sin llegar a tal extremo, Redes intelectuales transnacionales reúne un conjunto de trabajos que nos informan y acercan al tema a partir de dos tradiciones disciplinarias muy marcadas, la historia de las ideas y, a su lado, los estudios hermenéuticos de los estudios literarios, que han venido estudiando desde las humanidades el fenómeno de lo intelectual. En ese sentido, el libro coordinado por Pita González se mantiene fiel a su origen disciplinario, pero también encontramos un paso adelante al incorporar colaboraciones con un enfoque más complejo del tratamiento de la hermenéutica historiográfica y literaria, cuando se plantean la construcción de redes libres de escala, propuesto por Lászlo Barabási, a partir de identificar nodos egocéntricos (véanse los trabajos de Iglesias, Pita González y Grillo) para mostrar la nueva tendencia que se viene perfilando en la construcción historiográfica.

El paso resulta trascedente, pues, en nuestro medio académico el término “red” suele usarse con poco criterio metodológico, y la mayoría de las veces, como metáfora que no necesita comprobación empírica, es decir, demostrar la vinculación y relación de entre quienes participan en ella como sugiere la teoría de la red social. Aunque todos los colaboradores participantes vienen del análisis hermenéutico y literario se nota una preocupación mayor por incorporar esta nueva tendencia de lo social como una articulación más rica con respecto a las interpretaciones de las disciplinas estructurales prevalecientes. Sin embargo, aún quedan resabios del anterior paradigma que apela a Bourdieu, como as bajo la manga con el habitus, para poder establecer su criterio de la existencia de una red. El seguir explicando a la “revista” como como espacio y lugar de la estructura (de lo intelectual) que a su vez da soporte estructurante a los individuos que se identifican o construyen como intelectuales es olvidar o complicar de más que la revista es un espacio de sociabilidad que permite a los individuos establecer relaciones que derivan en la construcción de una estructura específica donde conviven una serie de ramificaciones que determinan jerarquías y lealtades dentro del grupo. Así, lo intelectual suele definirse por la idea ilustrada de la República de las Letras que tiene de la revista, de su estructura física y material, pero también simbólica, a la vez que señala el ethos social y políticamente canonizado para obtener la categoría sociológica de “intelectual”.

Los temas trazados por la estructura del libro nos plantean por lo menos tres niveles importantes. Se atiende una temporalidad notable para entender la construcción del Estado contemporáneo en América Latina en el siglo XX que se encargaría de darle su faz moderna; en términos políticos nos referimos al populismo como el espacio histórico de “entreguerras”. El segundo está en la noción de red, su construcción y funcionamiento a partir del primer contexto político-histórico desde la revista de los letrados como evidencia empírica. El tercero estaría en la construcción del espacio, es decir, de la región en concreto América Latina.

Estos tres pisos, comunicados uno con otro, nos permiten disponer de mayores herramientas de interpretación histórica, y si se quiere literaria de la región, en un momento histórico donde la construcción del Estado forma parte de una discusión colectiva, con los intelectuales en un plano notable que revela nítidamente la construcción del espacio público a partir de la formación de una opinión pública informada: no sólo estamos hablando de circulación de bienes culturales, su función está en la difusión y expansión de ideas que plantean una modernidad encarnada por el populismo, cuyo eje es, sin duda, un Estado interventor y creador de la nueva noción de lo social, basado en el ascenso de las capas medias, mediado entre la revolución mexicana y la reforma universitaria de Córdoba como punto de arranque y continuado con los partidos populares como los radicales, pero sobre todo con el APRA peruano.

En esa medida y contexto, tampoco resulta descabellado plantearnos los intelectuales como socializadores de las políticas públicas del nuevo Estado latinoamericano. Ver a los intelectuales sesgados y no como parte de la estructura de clases de una sociedad sería minimizar su importancia política, que muchas veces resulta más importante que su papel de productor cultural, entendido como miembro de la República de las Letras únicamente. Esta dicotomía se puede apreciar en la confección del libro, donde las propuestas más llamativas (las tres señaladas anteriormente) son la minoría frente al enfoque tradicional de percibir al intelectual como productor de cultura cuya principal actividad está en la circulación de bienes culturales.

Pese a este enfoque, también es importante resaltarlo, son los intelectuales del siglo XX los que contemplan a la región como proyecto, sin duda, primero como comunidad imaginada de intelectuales. En ese sentido, el título puede verse en controversia conceptual, pues, me parece muy forzado definirlo como “transnacional”, cuando el espíritu de la comunidad es todo lo contrario, es el de la unidad, buscar lo único y singular en lugar de lo “trans”. El espacio, es decir, Latinoamérica, se define en todos sus ámbitos como un proyecto de unidad desde el siglo XIX que los intelectuales del periodo estudiado retoman con un sentido revolucionario, alejado de cualquier sentido de dinámica transnacional. Otro tanto sucede con la apreciación expresada en el estudio introductorio (p. 16), cuando se pone en el primer plano la dinámica del hispanoamericanismo producido en la academia norteamericana (Hispanic Society) que coloniza implacablemente este espacio en construcción. En dado caso, el latinoamericanismo es una expresión cultural y política que se define a partir del rechazo al hispanismo y, sobre todo, en su oposición a todo producto cultural proveniente de los Estados Unidos, de allí el antiimperialismo que prevalecerá sin mayores retoques los siguientes cincuenta años. Si Latinoamérica tiene vigencia histórica en este momento es precisamente por representar todo lo contrario que asume el hispanismo y la acción transnacional que viene de los Estados Unidos. El latinoamericanismo es nacionalismo radical expresado como antiimperialismo que congrega a los intelectuales y le da sentido a la comunidad, imagina si se quiere, pero que construyó nuestro imaginario intelectual a lo largo del siglo XX, diferenciándonos como cultura específica que prefigura a todos los movimientos pan (eslavo, árabe, africano) propios del periodo de entreguerras de todo el mundo.

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