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Relaciones. Estudios de historia y sociedad

versión On-line ISSN 2448-7554versión impresa ISSN 0185-3929

Relac. Estud. hist. soc. vol.36 no.144 Zamora dic. 2015

 

Reseñas

Javier Garciadiego, 1913-1914. De Guadalupe a Teoloyucan

Pablo Yankelevich* 

*El Colegio de México. Correo electrónico: pabloy@colmex.mx

Garciadiego, Javier. 1913-1914. De Guadalupe a Teoloyucan. México: Gobierno del Estado de Coahuila, Clío, 2013. 250p.


Mucha agua ha pasado bajo los puentes de la historiografía de la Revolución. A más de un siglo de su estallido, si en algo coinciden los historiadores es que se trata de un fenómeno enrevesado y múltiple. Los Muchos Méxicos que descubrió Lesley Simpson en su clásica obra de 1941 se han convertido en muchas revoluciones. Sucede que a lo largo de las últimas cuatro décadas los historiadores han terminado por construir un enorme rompecabezas cuyas piezas, bajo el formato de estudios locales y regionales, dan cuenta de la descomunal diversidad política, social, económica y cultural de la llamada Revolución Mexicana.

Los profesionales de la historia armados con microscopios han abandonado los grandes relatos de miradas monocordes y canónicas en torno a una Revolución popular y justiciera, progresista y redentora, para internarse en zonas más acotadas: regiones y municipios, ciudades y pueblos, fábricas y haciendas, rancherías y escuelas. Algo similar ha ocurrido con los próceres del panteón nacional para dar lugar a una estela de biografías de líderes locales, caudillos militares, dirigentes de segunda línea, maestros y tinterillos de pueblo. Todo es historia, todo es posible de ser historiado. Esta expansión de la microhistoria ha puesto en evidencia las excepciones, la magnitud de las peculiaridades y todo un mundo plagado de discrepancias en los comportamientos políticos y sociales de aquellos que hicieron la Revolución.

De ahí se derivan los problemas para realizar trabajos de síntesis capaces de colocar en su lugar las cada vez más sofisticadas piezas del rompecabezas de la Revolución. La singularidad del trabajo microscópico ha terminado por construir nichos de especialización que impiden volver la mirada a la totalidad del bosque. El problema no es menor, si los practicantes del oficio de historiar tienen dificultad para ver el bosque, los grandes públicos no especializados están condenados a permanecer presos de las visiones canónicas que tanto critican los historiadores de hoy.

En realidad, la micro y la macrohistoria debieran ser el anverso y el reverso de una misma moneda, una necesita y da sentido a la otra en el entendido que sólo las dos caras de esa misma moneda son capaces de devolver una imagen verosímil de lo que alguna vez ocurrió en la historia. No es un asunto de imposibilidad sino de dificultad. No es imposible sintetizar, en realidad es cada vez más difícil y complicado.

No abundan los historiadores capaces de transitar las rutas de lo micro y de lo macro en la historia de la Revolución, Javier Garciadiego es uno de ellos, reconocido especialista en la historia del Constitucionalismo. 1913-1914. De Guadalupe a Teoloyucan es una impecable síntesis que examina las modalidades con que una vida, la de Venustiano Carranza, a lo largo de un año y medio, imprimió dirección a un proceso que definió el rumbo del siglo xx mexicano. En buena medida, este libro puede leerse en clave biográfica en tanto explicación de la génesis, el desarrollo y el triunfo del Constitucionalismo a través de un fragmento de la vida de su líder.

El gran desafío de escribir biografías no es investigar y narrar la historia de una vida, de toda la vida de uno o de varios personajes, sino descubrir los momentos en que esa vida se conecta con la historia de una época. Por ello, en este libro el lector encontrará permanentes referencias, grandes y pequeñas, a biografías a un ancho repertorio de personajes. Desde generales de división hasta sargentos y soldados, desde hacendados hasta campesinos, abogados, farmacéuticos, mineros, obreros, maestros y bandoleros. No es poca cosa reconstruir genealogías de actitudes, percepciones, afinidades y rechazos en los comportamientos políticos de los principales dirigentes y caudillos. A manera de círculos concéntricos son presentados los actores de esta historia y los espacios geográficos y políticos de esos comportamientos a lo largo del enorme norte mexicano. El eje de esta constelación es Venustiano Carranza, quien construye un liderazgo político desde Saltillo cuando un 19 de febrero de 1913 firmó el decreto 1421, desconociendo el gobierno de Victoriano Huerta hasta la rendición incondicional del Ejército Federal en Teoloyucan el 13 de agosto de 1914.

Este libro es una explicación de ese liderazgo. Garciadiego advierte que el núcleo fundador de la coalición constitucionalista portaba una cultura política diametralmente opuesta a la de sus adversarios huertistas, pero también a la de villistas y zapatistas aliados coyunturales en la lucha contra Huerta, convertidos en enemigos feroces después de la entrada de los revolucionarios a la ciudad de México. El triunfo del carrancismo y el reconocimiento de su autoridad se tornan inteligibles si se toma en cuenta que aún antes de la redacción del Plan de Guadalupe, aquel núcleo se concibió como parte un proyecto de alcance nacional. Esa perspectiva construida desde una racionalidad política que no olvidó que las fronteras de la lucha eran también las de México, aparece como un elemento distintivo que permitió derrotar militarmente al ejército federal y, más tarde, posibilitó enfrentar con éxito a las otras facciones revolucionarias en las cuales el ejercicio de la autoridad transitó bajo liderazgos más tradicionales, enarbolando proyectos que difícilmente rebasaban límites y reclamos regionales. Una frase en este libro ilustra las fracturas que cobijó el Constitucionalismo desde su nacimiento y subraya el imperativo del liderazgo de Carranza. Dice Garciadiego: "no es lo mismo restaurar el orden constitucional que vengar la muerte de Madero y conseguir beneficios para los sectores populares" (p. 71).

Restaurar el orden constitucional era un proyecto político-militar toda vez que el Plan de Guadalupe fue una auténtica declaración de guerra al huertismo. Por los entresijos de esa guerra se interna Garciadiego para explicarla en su dimensión política, en tanto expresión militar de una lucha de sectores y fracciones de la sociedad mexicana; y desde una dimensión estrictamente militar, en tanto rescate de formas de reclutamiento de tropa, formación de cuadros militares, formulación de estrategias y de tácticas guerreras cristalizadas en los campos de batalla.

Garciadiego dilucida las razones que llevaron a Carranza a condenar a Huerta para asumirse como garante de una institucionalidad rota por el Cuartelazo de febrero de 1913. Las distancias políticas entre el gobernador de Coahuila y el presidente Madero no fueron obstáculo para deslindar posiciones y reprobar de inmediato la asonada que condujo a la detención de Francisco Madero y José Ma. Pino Suárez. Para Carranza, una vez asesinados el presidente y vicepresidente, Victoriano Huerta no fue más que un delincuente. Qué había pasado en Coahuila durante la breve presidencia de Madero para que un antiguo reyista como Venustiano Carranza se convirtiera en el más acérrimo enemigo de la restauración porfiriana. Para responder a esta pregunta se revisa con detalle el primer círculo del poder del gobernador Carranza, se analiza y coteja las trayectorias de colaboradores y funcionarios de aquella administración, mostrando los vericuetos de una decisión que tuvo enorme repercusión política y que activó un colosal esfuerzo militar.

Las claves para descifrar la derrota del huertismo se presentan en la primera parte del libro, cuando se anota la imposibilidad de entender la génesis del constitucionalismo sin tomar cuenta a las "fuerzas irregulares", es decir, a los contingentes de los ejércitos maderistas que después de los acuerdos de Ciudad Juárez, se integraron a distintos cuerpos militares con algún tipo de vinculación con las fuerzas armadas regulares de la Federación y de los estados. Se examina la experiencia de una sociedad norteña que nunca fue desmilitarizada por completo y se reconstruyen las coordenadas de ese ejército de "fuerzas irregulares" convertidas en un auténtico laboratorio del que saldrían los grandes ejércitos revolucionarios. Siguiendo trayectorias biográficas, el libro revela cómo fue posible que Pablo González, Pancho Villa y Álvaro Obregón crecieran como figuras militares tras sus cortas experiencias en la lucha maderista y, además, explica quiénes y cómo en los diferentes ámbitos regionales se fueron integrando a las órbitas de influencia de cada uno de los tres grandes ejércitos norteños.

Si las biografías funcionan como las brújulas que orientan en un espacio y un tiempo histórico, ese espacio y ese tiempo sólo es inteligible en sus dimensiones regionales. Así lo expresa Garciadiego: "El norte es inmenso. Imposible sujetarlo a cualquier homogeneidad social, política económica y cultural. Para analizarlo debe dividirse en varias regiones. Si así lo determinaron la geografía y la historia, así debe intentarse su compresión" (p. 133).

Por esta razón el libro se despliega sobre tres grandes avenidas: el noroeste, el norte y el noreste (Sonora, Sinaloa, Durango, Chihuahua Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas), mostrando como la lógica regional se impone por sobre las soberanías políticas en cada uno de esas entidades norteñas. Se trata de espacios articulados desde coordenadas geográficas, económicas, militares e inclusive étnicas, determinando comportamientos políticos pero también decisiones militares. El trazado de las rutas principales y secundarias de los ferrocarriles, la existencia de determinadas actividades productivas, como la minería; y las peculiaridades socioeconómicas de la comarca Lagunera en la colindancia entre Coahuila y Durango, entre otras realidades regionales y subregionales, pautaron la magnitud y el ritmo de la revolución constitucionalista.

La Revolución incrementa su heterogeneidad a medida que se extiende en la geografía norteña. Carranza no deja de advertirlo, de hecho los avatares de sus largos y complicados trasladados a Sonora y luego a Chihuahua sirven para tomar el pulso de intereses, reclamos y caudillos que no siempre reconocen su autoridad. El gran desafío fue imponer un común denominador a los acuerdos políticos para controlar militarmente el norte, y recién entonces enfilar los ejércitos hacia la capital del país. Y el gran problema para alcanzar este objetivo no sólo estaba en la capacidad militar del enemigo huertista, sino en los disensos en el interior de las fuerzas revolucionarias. El mayor de esos disensos fue con la División del Norte y su líder Pancho Villa. La manera en que el Primer Jefe gestionó el conflicto con Villa claramente expresado en la toma de Zacatecas y luego en los Pactos de Torreón, expresa según Garciadiego la distancia entre un dirigente con visión de Estado y un poderoso caudillo popular.

En esa distancia, hay otra cuestión que el libro exhibe con claridad. Desde un principio Carranza advirtió que alcanzar la victoria dependía tanto de una adecuada estrategia militar como de un eficaz trabajo propagandístico. Se trataba de acrecentar adhesiones restando apoyos a los enemigos internos y externos; y en este último terreno destaca la rapidez en la puesta en marcha de una política exterior. Estos revolucionarios sabían que la guerra debía ganarse en los campos de batalla, pero los triunfos para serlos de verdad necesitarían el reconocimiento del gobierno estadounidense. Garciadiego revela la visión de Estado de Carranza que sobreponiéndose a los primeros descalabros de las fuerzas que capitaneaba, nunca desatendió el frente internacional desde el inicio de la lucha hasta el final de esos 17 meses cuando desplegó una astuta diplomacia en las Conferencias de Niágara Falls convocadas a raíz de la ocupación norteamericana de los puertos de Tampico y Veracruz.

Sintetizar es el acto de componer un todo a través de la reunión de sus partes. Garciadiego ha estudiado cada una de las partes: personajes, regiones y conflictos articulados nacional e internacionalmente, para devolver una mirada unitaria sobre las muchas revoluciones contenidas entre febrero de 1913 y agosto de 1914. En resumen, 1913-1914. De Guadalupe a Teoloyucan muestra una erudita capacidad para explicar breve y nítidamente uno de los momentos más complejos de la historia mexicana en el siglo pasado, y muestra también el compromiso y responsabilidad de un historiador por acercar porciones del pasado nacional a públicos amplios no exclusivamente universitarios.

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