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Relaciones. Estudios de historia y sociedad

versión On-line ISSN 2448-7554versión impresa ISSN 0185-3929

Relac. Estud. hist. soc. vol.36 no.144 Zamora dic. 2015

 

Reseñas

Evelia Reyes Díaz, Ciudad, lugares, gente, cine. Apropiación del espectáculo cinematográfico en la ciudad de Aguascalientes. 1897-1933

Sergio Valerio Ulloa* 

*Universidad de Guadalajara. Correo electrónico: valerio601223@yahoo.com.mx

Reyes Díaz, Evelia. Ciudad, lugares, gente, cine. Apropiación del espectáculo cinematográfico en la ciudad de Aguascalientes. 1897-1933. Aguascalientes: Universidad Autónoma de Aguascalientes, 2012. 410p.


El libro de Evelia Reyes no es un texto que trate sobre lo que se mostraba en la pantalla, aunque está muy relacionado con ello, el tema principal de este texto es sobre la gente que acudía al cine para ver lo que se exhibía en la pantalla. Por tal motivo, la historia que nos cuenta se ubica en la intersección de dos estilos narrativos o corrientes historiográficas: la historia social y la historia del cine, de lo que sale algo que la autora denomina: "la historia social del cine".

El periodo histórico que delimita el tema de estudio es el que va de 1897 a 1933, que para el caso corresponde a la época del cine mudo en México, desde la llegada de los primeros proyectores cinematográficos hasta la llegada del cine sonoro a la ciudad de Aguascalientes. Evelia se reconoce y se confiesa como una apasionada del cine, y por ese gusto cinéfilo escogió un tema relacionado con el también llamado séptimo arte, decidiendo estudiar su etapa inicial en su ciudad natal. Ella, al mismo tiempo que quería estudiar el cine también deseaba analizar al público que acudía a las salas de cine y, a través de esto, estudiar a la sociedad aguascalentense. No obstante que no lo confiesa abiertamente, Evelia es una enamorada de su terruño, al estilo de don Luis González, de la matria o de la patria chica, de "ese espacio que se abarca con la mirada desde las torres del templo de la parroquia o desde una loma", y, por eso, Evelia, al mismo tiempo que está haciendo la historia social del cine, también está contribuyendo a la microhistoria de Aguascalientes, y la microhistoria, según Luis González, tiene mucho que ver con los sentimientos y el apego al terruño, de otra manera sería muy difícil o imposible hacerla.

En el corazón de ese terruño está la plaza principal, el centro con sus edificios: el palacio municipal, la iglesia y el centro comercial, el lugar o el espacio donde se sitúan las salas de cine, que es el espacio urbano de mayor relevancia para una sociedad, un espacio cargado de gran simbolismo, historicidad, sociabilidad, identidad y sentimentalismo local.

El libro Ciudad, lugares, gente, cine. Apropiación del espectáculo cinematográfico en la ciudad de Aguascalientes, 1897-1933 es producto de una profunda y sólida investigación por parte de su autora, quien consultó gran cantidad de documentos históricos, periódicos de la época, y una bibliografía amplia sobre el tema de estudio, además de haber realizado diversas entrevistas a personas muy relacionadas con la historia del cine en Aguascalientes. Fundamentalmente, la autora del libro tuvo que pasar largas jornadas de trabajo consultando documentos y todo tipo de materiales gráficos y hemerográficos en los archivos municipales de Aguascalientes y en el Archivo Histórico del Estado de Aguascalientes. De tal manera, que como investigación histórica, cumple con uno de los principales requisitos para ser creíble y convincente en su relato, pues lo que dice está respaldado por la consulta, análisis e interpretación de una masa considerable de testimonios escritos, documentales y orales.

Además de eso, la estructura de la obra o la trama, tiene una coherencia interna, lo cual la hace comprensible al público lector, los capítulos abordan subtemas que van respondiendo a las preguntas que la autora se formula como guías de explicación y análisis, con la ventaja de que el texto del libro está escrito de una manera simple, agradable y comprensible para todo lector. En esta obra el público encontrará lo que el título anuncia en su portada, es decir, una historia social del cine o de cómo la gente se apropió del espectáculo cinematográfico en una ciudad específica y en un tiempo determinado: Aguascalientes de 1897 a 1933.

En su mayor parte, el libro es una historia social y cultural del cine en Aguascalientes, sin embargo, se le agradece mucho a la autora que los dos primeros capítulos los haya dedicado al análisis del desarrollo económico y social de la ciudad de Aguascalientes durante el porfiriato y a la forma en que el cine se instauró y desarrolló en dicha ciudad. Evelia Reyes nos dice que en este periodo la ciudad de Aguascalientes tuvo un crecimiento social y económico muy importante debido a sus actividades comerciales e industriales, las cuales la convirtieron en un centro importante de medianas dimensiones, además de ser el centro de encuentro de las vías del ferrocarril que conectaban el centro con el norte de México, todo esto contribuyó al crecimiento demográfico de la ciudad, haciéndola, al mismo tiempo, muy atractiva para las inversiones económicas y para la instauración de gran variedad de empresas tanto industriales, comerciales como de servicios, entre las cuales estuvieron las compañías y empresas cinematográficas.

La sociedad de Aguascalientes, como la de toda ciudad mediana o grande, es un conjunto muy amplio y abigarrado de seres humanos que habitan en unos cuantos kilómetros cuadrados; analizar a dicha sociedad no es nada sencillo, para ello se requiere recurrir a las ciencias sociales y humanas, a sus teorías y sus conceptos. La autora trata de explicar cómo fue la conformación social de Aguascalientes en el periodo de estudio, los individuos, grupos y clases sociales que la habitaron, para de ahí desprender el análisis del público que iba a las salas de cine y explicar cuáles eran sus interrelaciones, gustos y hábitos.

El objeto de estudio para la autora no es el cine como producción y exhibición de películas, sino el público asistente y la sociedad a la que pertenecía. Sin embargo, toda sociedad está compuesta por individuos que interactúan entre sí y establecen una serie de interrelaciones de carácter económico, social, político, cultural o ideológico, los cuales son compartidos por varios o por todos los miembros de dicha sociedad. Las personas que acudían a las salas a ver el cine no se desprendían de dichas relaciones al entrar a la sala cinematográfica, provenían de la burguesía o de los trabajadores, de las clases altas, medias o bajas, de las elites o de los grupos subalternos, según el marco teórico que se desee utilizar.

Pero una vez que pagaban su boleto de entrada, en la sala se convertían en un público determinado, con una configuración social específica, según lo determinara el precio del boleto y el lugar que ocupara cada quien dentro de la sala, así se podía observar que la configuración social dentro de la sala cinematográfica establecía una cierta diferenciación social, que no necesariamente debía coincidir con la estructura de toda la sociedad aguascalentense, pero que no estaba muy alejada de ella, así, la configuración social dentro de la sala dividía a los seres humanos en palcos, luneta y gradería, y se establecían determinados códigos o reglamentos para la convivencia y comportamiento dentro de la sala. Fuera de ella cada quien volvía a tomar su lugar social, económico o político dentro de la sociedad aguascalentense.

Para la autora la conformación social dentro de las salas de cine era una sinécdoque de la sociedad en su conjunto, o sea, que la parte mostraba cómo era el todo. Sin embargo, yo creo que la configuración social del público dentro del cine era una configuración propia, que distaba de ser un reflejo fiel de toda la sociedad aguascalentense, la sociedad en su totalidad era un referente y determinante obligado, pero el público del cine era una configuración social muy particular. No hay ninguna duda en que los asistentes a las salas cinematográficas provenían de las clases sociales o grupos sociales de la sociedad hidrocálida, sin embargo, esta afirmación es una respuesta muy general y superficial a la pregunta de ¿quién o quiénes asistían al cine? Desde luego que es imposible saber quién era el público cinéfilo con nombres y apellidos, pero esto se va aclarando cuando se hace el análisis socioeconómico de la ciudad y de la población de Aguascalientes de esa época.

Dentro del cine, según los reglamentos correspondientes, la gente debía adoptar toda una serie de normas y composturas que iban a tono con un comportamiento civilizado, respetuoso y decente, según los valores propios de la época y de la cultura de la sociedad hidrocálida. Sin embargo, las prácticas y comportamientos reales de algunos asistentes al cine podían distar mucho de ese comportamiento ideal establecido por los reglamentos, era entonces cuando las autoridades correspondientes les llamaban la atención, los sancionaban o de plano los sacaban de la sala.

La ubicación de las salas de cine dentro del centro urbano, comercial político y religioso hace posible la concurrencia cotidiana de la gente al centro de la ciudad, lo cual da la posibilidad de que las salas que ofrecen un espectáculo cinematográfico capten a un público deseoso de satisfacer sus necesidades hedonistas de diversión, curiosidad, información, lúdicas, fantásticas o realistas, sociales, familiares, sexuales o sentimentales. La gente va al cine para ver en la pantalla la representación de lo que hacen otro seres humanos, conocer e imaginar otros mundos y, al mismo tiempo, experimentar sensaciones y sentimientos, viendo lo que les pasa a otros en la pantalla, principalmente por placer.

Habría que ver al fenómeno cinematográfico como un sistema en sí mismo, en el que se comprenda la producción, la distribución, la comercialización, la difusión y el consumo de imágenes, códigos, símbolos y discursos. Cada una de estas esferas con su propia autonomía, pero también con su interdependencia con el resto de las demás, y como parte de una totalidad que es la sociedad moderna, industrial y capitalista.

La autora de este libro aborda específicamente la distribución, la comercialización, la difusión y el consumo del cine, en una ciudad y en un periodo determinados, la ciudad de Aguascalientes de 1897 a 1933. En este texto nos explica las etapas que tuvo que pasar el cine desde su llegada a esta ciudad, primero con aparatos itinerantes, luego con las salas multifuncionales, posteriormente con las protosalas y, finalmente, con las salas de cine construidas especialmente para la proyección de películas.

Evelia Reyes sostiene que los lugares de exhibición cinematográfica en Aguascalientes tuvieron varios fines entre los que se pueden destacar los de diversión, educación y moralización, pero también había ciertos procesos de diferenciación y distinción social en este fenómeno del cine, pues los lugares de exhibición, como el lugar que se ocupaba dentro de la sala, era un signo de prestigio y, por tanto, un indicador de estatus social. También los gustos por determinadas películas o contenidos, eran signos de una cierta distinción social y de pertenencia a ciertos grupos o a ciertos públicos selectos.

La autora no tiene ninguna duda en sostener que la introducción del cinematógrafo y los lugares de exhibición de cine fueron elementos que acompañaron la modernización de la sociedad aguascalentense en el periodo de estudio. Pero no comparte la idea de que la introducción del cine fue un espectáculo "democratizador", como sostienen otros autores sobre el tema, ya que el acceso a los lugares de exhibición no fue "democrático" ni "igualitario". El hecho de que la asistencia a estos lugares fuera masiva no hacía que el cine fuera democrático ni igualitario, pues el acceso a estos lugares era diferenciado según el lugar de exhibición, el prestigio y el precio de entrada, y aun dentro de los lugares de exhibición había una distinción y una diferencia social por el lugar que cada persona ocupaba dentro de las salas, lo cual estaba determinado por el precio del boleto y por el grupo o clase social a la que pertenecían los sujetos que iban al cine, lo cual daba cierto prestigio y estatus. No era lo mismo estar en las graderías que en luneta. Esto reflejaba, aunque no directamente, una sociedad clasista. En resumen, podemos estar de acuerdo con la autora de que lo que se analizó en este libro no fue sólo la filmografía exhibida en Aguascalientes de 1897 a 1933, sino la experiencia sociocultural de ver una película.

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