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Relaciones. Estudios de historia y sociedad

versión On-line ISSN 2448-7554versión impresa ISSN 0185-3929

Relac. Estud. hist. soc. vol.36 no.142 Zamora jun. 2015

 

Sección general

La Ciénaga de Chapala, Michoacán: cambios y permanencias en la construcción regional

The Chapala Wetlands in Michoacán: change and permanence in regional construction

A Ciénaga de Chapala, Michoacán: mudanças e permanências na construção regional

Les marais de Chapala, Michoacán: changements et permanences dans la construction régionale

Pedro Damián Loeza Lara1  * 

Rubén Darío Ramírez Sánchez1  ** 

Mario Alberto Reyes Téllez1  *** 

1Universidad de La Ciénega del Estado de Michoacán de Ocampo.


Resumen:

El presente artículo ilustra los procesos que definieron la conformación agrícola, social y política de la región de la Ciénaga de Michoacán de Ocampo, desde la llegada de los españoles hasta la actualidad. Ponemos atención en fenómenos, desde el nacimiento de las haciendas agroganaderas hasta el establecimiento del modelo neoliberal. En su conjunto, analizamos cómo la región es el resultado de procesos sociales que han permitido la generación de un nuevo esquema de dominio en el que convergen empresarios, hacendados y el Estado.

Palabras clave: Región; cambios sociales; estructura política; modernización; neoliberalismo

Abstract:

This essay illustrates the processes that defined the agricultural, social and political conformation of the region of the Chapala Wetlands in the state of Michoacán, from the arrival of the first Spaniards to modern times. Attention focuses on such phenomena as the birth of agricultural-ranching haciendas up to the imposition of the neoliberal model. In general, the article analyzes how this region developed as the result of social processes that permitted the generation of a new scheme of dominion through the convergence of entrepreneurs, hacendados and the State.

Keywords: region; social change; political structure; modernization; neoliberalism

Resumo:

O presente artigo ilustra os processos que definiram a conformação agrícola, social e política da região de La Ciénaga de Michoacán de Ocampo, que partem desde a chegada dos espanhóis até a atualidade. Pomos atenção nos fenômenos, desde o nascimento das fazendas agropecuárias até o estabelecimento do modelo neoliberal. No seu conjunto, analisamos como a região é resultado dos processos sociais que têm permitido a geração de um novo esquema de domínio no qual convergem empresários, fazendeiros e o Estado.

Palavras chave: Região; mudanças sociais; estrutura política; modernização; neoliberalismo

Résumé:

Le présent article illustre les processus qui définissent la mise en forme agricole, sociale et politique de la région de La Ciénega de Michoacán de Ocampo, depuis l'arrivée des espagnols jusqu'à aujourd'hui. Nous prêtons une attention particulière à certains phénomènes, depuis la naissance des haciendas d'élevage jusqu'à l'établissement du modèle néolibéral. Dans son ensemble nous analysons comment la région est le résultat de processus sociaux qui ont permis la création d'un nouveau schéma de domination dans laquelle convergent les entrepreneurs, les propriétaires terriens et l'Etat.

Mots clés: Région; changements sociaux; structures politiques; modernisation; néolibéralisme

Introducción

La región de la Ciénaga de Chapala de Michoacán de Ocampo, desde la época prehispánica hasta la actualidad, ha sido sometida a cambios sociales drásticos impulsados desde el centro del país y auspiciados por los grupos hegemónicos de la región. Desde la llegada de los españoles, pasando por la desecación del lago de Chapala iniciada en el porfiriato, hasta la consumación del modelo neoliberal en la década de los noventa, la región fue sometida a un violento reordenamiento en su estructura territorial y social que transformó las prácticas de vida y los saberes tradicionales y locales.

El primer momento histórico que marcó una de las transformaciones más importantes para la Ciénaga y sus pobladores se dio en la época colonial, debido a que se impusieron nuevos sistemas de producción mercantiles (se modificó la agricultura de autoconsumo, se introdujo la ganadería y se incrementó la pesca para venta), acordes con el modelo capitalista proveniente del continente europeo, a partir del cual las áreas rurales fueron sometidas a las necesidades de las áreas urbanas.

En el porfiriato se dio una de las transformaciones más radicales para la región, puesto que se desecaron cerca de 70,000 hectáreas del lago de Chapala, principal vaso regulador de la zona, cuyas tierras se utilizaron para la siembra de cultivos básicos como maíz, frijol, garbanzo y trigo. Esta intervención tuvo repercusiones sobre el ecosistema lacustre, provocó la sobreexplotación de los recursos naturales y la contaminación del ambiente adyacente, lo cual se refleja actualmente en la agonía del lago y de la pesca, actividad que durante cientos de años ha dado empleo y alimentación a la población ribereña.

Otro momento importante en la historia de la Ciénaga de Chapala es el ejercicio de gobierno de Lázaro Cárdenas, pues, la ejecución de su proyecto de gobierno contó con una amplia política social que transformó las condiciones socioeconómicas de la región. La expropiación de las haciendas, entre ellas la de Guaracha; la formación de los ejidos, como alternativa viable a la agricultura capitalista de gran escala; la creación de instituciones públicas como el Banco Nacional de Crédito Ejidal (BNCE), así como la construcción de la carretera México-Guadalajara, impactaron de manera significativa la vida de la región.

Después del gobierno cardenista (1934-1940) y hasta la década de los setenta, se modificaron sustancialmente las relaciones sociales, económicas y políticas, puesto que los ejidatarios recibieron crédito para la siembra exclusiva de algunos cultivos, como sorgo, maíz y trigo. Sin embargo, a la par de este proceso comenzó la formación de grupos de poder conformados por dirigentes ejidatarios, caciques y funcionarios del gobierno, lo que al paso del tiempo provocó la entrega selectiva de créditos. Este periodo coincidió con la puesta en marcha de la "revolución verde" en México, cuyo objetivo fue incrementar el rendimiento de los cultivos mediante la aplicación masiva de agroquímicos cuyo efecto negativo en los ecosistemas (contaminación de mantos freáticos, ríos y lagunas, toxicidad sobre organismos que no son plaga, incorporación en las cadenas tróficas, etcétera) y en la salud humana (toxicidad y desarrollo de cáncer) siguen vigentes.

Con el establecimiento del modelo neoliberal y la debacle del Estado de bienestar en los ochenta, la región empezó a resentir cambios en la actividad económica causada por el desmantelamiento de la planta productiva nacional y local a partir de los privilegios que el Estado otorgó a la inversión extranjera especulativa. A todo lo anterior, habrá que añadir que, en la actualidad, la Ciénaga tiene problemáticas importantes como el deterioro y agotamiento de los recursos naturales, la incorporación de su economía en el mercado global, la marginación de la mayoría de las familias campesinas y el abandono de las parcelas y la actividad agrícola por la migración.

En este contexto, reflexionamos las transformaciones sociales y problemáticas que subyacen y se entrecruzan en la vida regional de la Ciénaga de Chapala, con el fin de generar perspectivas de análisis multidisciplinario puesto que es un recurso que nutre la mirada científica.

Acercamiento al concepto de región

Para abordar los procesos de cambio en la Ciénaga consideramos necesario hacer un ejercicio básico de aproximación al concepto de región, que como categoría de análisis ha pasado por un sinnúmero de debates que han dado como resultado una caracterización heterogénea del concepto. Entre ellas destaca "La teoría de los lugares centrales" de W Christaller; la de "Los espacios económicos" de Jaques Boudiville; y la de "Polos de crecimiento" de Perroux Francois. Estas perspectivas dan amplia diversidad semántica que nos permite conocer las formas en que se ha pensado la región.

El concepto es polisémico, derivado de la diversidad de corrientes, escuelas y estudiosos (Sandoval 2012). En esta diversidad interpretativa destacan las geográficas e históricas porque permitieron "la localización del objeto en el espacio y en el tiempo y su distinción de otros objetos con una misma característica" (Boehm 1997, 17). A este esfuerzo se unió el aporte antropológico, el cual destacó la preponderancia de la presencia humana y permitió abonar a la cons trucción del estudio teórico metodológico de la región.

Para fines analíticos, aquí retomamos la interpretación de Juan José Palacios, quien considera a la región como una "noción abstracta de un ámbito en cuyo interior se cumplen ciertos requisitos de semejanza u homogeneidad, ya sea que éste se conciba en el mundo material que conocemos o hasta en cualquier lugar del universo" (Ávila 1993, 104). El mismo autor considera que el "término se utiliza para identificar porciones determinantes de la superficie terrestre, definidas a partir de criterios específicos y objetivos preconcebidos" (Ibid.).

Debido a este amplio universo semántico, el concepto de región puede variar, ya que al provenir de distintas disciplinas, incluso puede contraponerse. De ahí la necesidad de estudiar la región desde una dimensión interdisciplinaria porque permite explorar la complejidad de los fenómenos sociales desde su dimensión espacial, y las condicionantes que establecen las relaciones sociales prevalecientes entre los grupos humanos asentados en el "continuo geográfico" (Ibid., 106).

En abono a la conceptualización de Palacios, Guillermo Paleta considera que la región es "una construcción social con referentes espacio-temporales que diseñan las personas que los habitan y viven a partir de la interacción que mantienen con otras regiones y con la cultura nacional" (2012, 41). Entonces podemos considerar a la región como un espacio abierto a la propia acción de sus habitantes, quienes la moldean y son moldeados por ella.

Existen algunas visiones convencionales como la de "Los espacios abstractos", propuesta por la Escuela Francesa; la "Región económica", expuesta por la Escuela Alemana; y "La región productiva" sustentada por la doctrina neoclásica inglesa. Hay otras corrientes como la teoría de Corragio, la cual considera que las realidades social y material conforman el "ámbito territorial", donde el territorio es un "lugar o escenario en donde se ubican procesos y relaciones sociales, así como elementos y procesos naturales, los cuales, al estar indisolublemente articulados, conforman lo que se denomina un complejo social-natural" (Ibid., 111).

Por su parte, la Escuela Argentina propone "La región integral", la cual reconoce que "cada sociedad organiza su espacio y le imprime una forma específica de configuración". Esto significa que, acorde con el modelo nacional imperante, la formación social es un elemento determinante para diferenciarse. Por último, "La región histórica" propone explicar la organización territorial y la estructura regional de México a través del examen de los procesos históricos que subyacen y conforman las regiones actuales (Ibid., 113).

En México, el estudio de la región data de la época colonial desde la geografía, la cual se orientó a estudiar la división de los espacios que el poblamiento europeo generó; en el siglo pasado predominaron los trabajos sobre la ordenación natural de la superficie y la acción del hombre en este espacio. La historia por su parte aportó la dimensión temporal y "sus concepciones sobre los tiempos históricos y los límites geográficos de sus construcciones socioculturales" (Boehm 1997, 27). El aporte antropológico se caracterizó por vincular en sus estudios la relación hombre-naturaleza, lo cual permitió abrir nuevos cauces de análisis de la región. Esta simbiosis de las tres disciplinas permitió que el concepto de región fuera superando su "carácter tautológico" y adquiriera un valor heurístico y su capacidad de explicar a "la nación, al Estado, la Iglesia, al mercado, por un lado, a la localidad por otro" (Boehm 1997, 41).

Las regiones, entonces, representan una expresión administrativa territorial que configura "Grandes polos" o "Lugares centrales de desarrollo", cuya delimitación se da a partir de la integración de cuencas hidrológicas, económico-agrícolas, político-administrativas, naturales, geoeconómicas, hasta las de crecimiento hacia afuera que buscaron acortar la brecha de desigualdad entre una región y otra. Esta delimitación ha sido permeada por la lógica centralista debido a la influencia que tuvo en las políticas de desarrollo regional, la cual generó importantes contrastes y ensanchó las diferencias sociales, tal como sucedió con el Norte, Sur y Occidente del país.

En este sentido, podemos sostener que la región es un espacio con características propias y propiedades comunes que sirve para ubicar y designar unidades territoriales que son parte de una entidad. Esto implica que la región puede ubicarse como "una subdivisión estatal que corresponde a una escala intermedia entre el estado y los municipios", lo cual implica que es un espacio geográfico menor a una entidad, pero mayor que un municipio (Aguilar 2008, 1).

Los anales de la Ciénaga de Chapala, Michoacán

La Ciénaga de Chapala se ubica al oriente del lago de Chapala, es un área compartida por los estados de Jalisco y Michoacán y la constituyen los municipios de Jamay, Ocotlán, Poncitlán, Chapala, Jocotepec, Tuxcueca y Tizapán en Jalisco; Cojumatlán de Régules, Venustiano Carranza, Briseñas, Jiquilpan, Sahuayo, Venustiano Carranza y Villamar en Michoacán (Sandoval y Ochoa 2010).

Antes de la llegada de los españoles, la agricultura de la Ciénaga era de subsistencia, como en muchas otras regiones del país, lo cual le permitía a los indígenas rotar sus terrenos de cultivo para disminuir el agotamiento de los suelos. Para cubrir completamente sus necesidades alimenticias, además de sembrar maíz, frijol y calabaza, recurrían frecuentemente a la caza y a la pesca, de las cuales obtenían aves, anfibios, insectos, gusanos y tortugas de agua dulce (Ortiz 2001).

Esta forma de vida no permitía la formación de grandes concentraciones humanas, sólo pequeñas aldeas cercanas a los sitios de trabajo, donde los excedentes de las cosechas eran utilizados para el intercambio de artículos con los pobladores de otras aldeas. En estas comunidades no existían clases sociales y el trabajo colectivo era vital (Alba 2000).

Como podemos observar, la organización comunitaria de los indígenas contrastó con el tipo de organización imperante en Europa, la cual aceleró el intercambio de tecnologías y la explotación de los recursos naturales, con el objetivo de proveer a las grandes ciudades de materiales diversos, así como de alimentos. La Ciénaga de Chapala como recurso natural no fue la excepción, ya que desde la colonización española, se vio sometida a las exigencias del mercado mundial (Boehm 2005).

Con la llegada de los españoles al continente se propició la conformación de grupos diversos, desde delincuentes que se dedicaron al saqueo, hasta aquellos que deseaban convertirse en señores feudales, por lo que se apropiaron de importantes extensiones de tierra. Asimismo, la extensión del territorio y la diversidad ecológica en el continente fueron detonantes para que los conquistadores se dispersaran por todo el territorio y establecieran minas, estancias (casa de campo destinada a la ganadería y en menor grado a la agricultura), puertos, monasterios, tiendas, etcétera, que transformaron los espacios (Covarrubias y Ojeda 2009).

La expansión de los españoles y sus ambiciones de riqueza ocasionaron la fragmentación del territorio y la acentuación de los problemas con los indígenas que aún tenían terrenos comunales, los cuales eran utilizados para la agricultura de subsistencia. Por ejemplo, en el caso de la producción ganadera, el crecimiento de los hatos era tal que los colonialistas presionaron a los gobiernos para que les otorgaran nuevos terrenos de pastoreo, que eran propiedad de los indígenas. La adquisición de estos terrenos requirió, posteriormente, del establecimiento de mecanismos legales para el reconocimiento de la propiedad privada, lo que permitió que los ganaderos se apropiaran definitivamente de dichos terrenos (Ibid., 91). En este sentido, Heriberto Moreno, en Haciendas, tierras y agua (1989), detalla la forma en que algunas familias españolas se fueron apoderando de las tierras, lo que dio paso a la conformación de latifundios, tal como sucedió con los Salceda Andrade que en el siglo XVI llegaron a ostentar la mayoría de las propiedades de la región.

En respuesta a dicha expansión, los indígenas incendiaron las estancias, desaparecieron ganado, protegieron las pocas tierras de cultivo que aún tenían y las utilizaron como límites legales para apartar a los criadores y pastores. Con ello, la actividad pecuaria generó daños irreversibles a las sociedades indígenas, quienes de manera recurrente viajaban a la capital en busca de justicia o abandonaban sus escasas tierras, las cuales eran acaparadas por los ganaderos (Sandoval y Ochoa 2010).

Destaca también que en este proceso la estancia fue el principal instrumento administrativo de ordenación y distribución de espacios territoriales que aplicaba los derechos de uso de suelo, del agua y otros recursos naturales; también funcionaba como escuela de trabajo para los indígenas que eran empleados en la ganadería, la construcción, la herrería, la carpintería y la curtiduría. Con la expansión de la clase ganadera, los grupos indígenas empezaron a decrecer, al grado que se llegó a mencionar sarcásticamente que "las vacas se comieron a los indígenas" (Ibid., 166). Debido a esto, los españoles comenzaron a importar masivamente negros en calidad de esclavos, cuyos hijos fueron convertidos en jornaleros.

La apropiación de la tierra definió las relaciones sociofamiliares y el proceso de formación de sus dominios en la región y sus alrededores. Esto propició que la estructura de poder regional se articulara a partir de las relaciones que se fueron construyendo con base en actividades realizadas como funcionarios civiles, militares, comerciantes, hacendados y eclesiásticos (Ibid., 134). Esta proximidad con los cargos públicos y con el poder eclesial permitió el desarrollo de actividades agropecuarias (Gerhard 2000), con lo cual se dio el nacimiento de las haciendas y, con ello, cambió la forma de trabajo, la explotación del medio natural y el control del agua y de la tierra (Paleta 2008, 3).

Salvo las haciendas de Copándaro y Cuitzián, las de San Simón, San Nicolás, Sindio, San Antonio, Platanal, La Palma y Cojumatlán del Monte, por su cercanía al sistema fluvial lacustre del Lerma-Chapala-Santiago, adquirieron mayor valor y tuvieron una destacada participación en la producción agropecuaria, aunque no alcanzaron el desarrollo que tuvieron las de Guaracha y Buenavista. Según González (1979), Guaracha fue la hacienda más importante en la Ciénaga de Chapala, debido a que llegó a controlar más de cien mil hectáreas y llegó a ser la más grande del Estado. Los productos principales que se cultivaron eran maíz, trigo, garbanzo y garbanza, cebada, alfalfa, frijol, y caña de azúcar; la cría de vacas, becerros, borregos y ganado caballar, que se complementaron con pesca, cestería, rebocería y curtiduría (Gerhard 2000).

Con el dominio español, los poblados de la región pronto fueron sometidos al control de la Colonia y grandes extensiones de tierra de la Ciénaga fueron aprovechadas para agostar el ganado, sobre todo, en la temporada de secas y gozar del servicio personal de los naturales (Ochoa 2003, 47). Finalmente, las haciendas materializaron las posturas económicas, políticas y sociales de la época, a las cuales acudieron numerosos indígenas en busca de trabajo. El despojo y conversión de estos últimos en peones vendedores de su fuerza de trabajo generó un proceso de proletarización (Vargas 1993, 25).

La época de las haciendas continuó sin cambios significativos, hasta que en 1810 comienza la guerra de independencia, la cual tuvo un impacto importante en la región de la Ciénaga debido a que las haciendas fueron los principales blancos de ataque de los independentistas, ya que sus propietarios apoyaron a la Corona española. En esta época, la producción agroganadera disminuyó significativamente, lo que afectó a toda la población, principalmente a los más pobres. Al final de la guerra, comenzó a registrarse una recuperación significativa de la producción agroganadera; sin embargo, empezó a vislumbrarse también una cruda realidad para los indígenas y mestizos que participaron en ella, ya que seguían siendo peones de las haciendas, ahora en otras manos. El panorama no había cambiado, la posibilidad de recuperar sus tierras era insignificante, puesto que los independentistas dejaron a la burguesía un país donde ésta pudiera desarrollar su propio proyecto capitalista, sin tener que entregar cuentas a la Corona española, esta situación se presentó hasta mediados del siglo XIX (Covarrubias y Ojeda 2009).

Con las reformas del gobierno de Benito Juárez, en la Ciénaga de Chapala, disminuyeron considerablemente las grandes propiedades del clero, se privatizaron las tierras, lagunas y ciénagas, las cuales se pusieron en venta y se eliminó la tenencia de los comuneros indígenas. Estas reformas ocasionaron desalojos en las comunidades indígenas y la aparición de nuevos terratenientes comerciales, quienes se vieron beneficiados en el gobierno de Porfirio Díaz (Pichardo 2006, 46).

Efectos de la "modernización" porfiriana

Durante la época del porfiriato se incrementaron notablemente las vías de comunicación, lo que permitió la expansión del transporte masivo de mercancías, pero también estimuló la expropiación de las tierras que aún estaban en manos de algunos indígenas, argumentando que no tenían documentos probatorios. Díaz puso al Estado al servicio del capital, convirtiendo nuevamente a la hacienda en la unidad económica de la producción agropecuaria y el centro de la organización socioeconómica y política, con lo cual se transformó en una empresa capitalista. Con ello, la hacienda de Guaracha fue el ejemplo más claro de este prototipo, pues, se constituyó como el principal núcleo agroganadero, industrial y comercial en la región (Covarrubias y Ojeda 2009, 123, 124).

Por otro lado, el proceso de "modernización" porfirista abonó en la construcción de intermediaciones políticas caciquiles, que sirvieron de base para articular centros económicos y tecnológicos, desde donde se controlaba el mercado, las redes de comercialización y el crédito, así como el asentamiento de la burguesía agraria regional. Con ello, se construyó una cultura política basada en lealtades patrimoniales, paternalismo y corrupción. De esta manera, el porfiriato promovió una actividad agrícola importante, pues, además de incorporar gran cantidad de terrenos a la producción, fomentó la tecnificación e introducción de maquinaria agrícola (Aguilar 2008).

En esta euforia productiva, la Ciénaga resultó atractiva para los grandes terratenientes, como Manuel Cuesta Gallardo, gobernador del estado de Jalisco (1911), quien al vislumbrar el potencial productivo de la zona, le propuso a Porfirio Díaz desecar los terrenos del lado sureste del lago, mediante la construcción de un bordo. Así, entre 1904 y 1908 se realizó la obra civil del bordo de contención de Maltaraña, para desecar 560 km2 en los límites de Jalisco y Michoacán, y formar lo que hoy se conoce como Ciénaga de Chapala, una planicie de aproximadamente 80,000 hectáreas (Guzmán et al., 2001; Boehm 2002). Esto dio paso a la consolidación hegemónica de los hacendados.

La administración y dirección de la desecación fue cedida por el gobierno federal a empresarios de Jalisco y Michoacán ligados a la hacienda de Guaracha, debido a la influencia que los hacendados tenían para controlar los negocios derivados del proyecto modernizador y más de la mitad de la producción agrícola del distrito de Jiquilpan. El poderío de su dueño fue tal que impidió que las líneas férreas penetraran a esta región y dislocaran su dominio, lo cual muestra la hegemonía de los hacendados locales (Covarrubias y Ojeda 2009, 28). De esta forma, Jiquilpan se empezó a constituir en el asiento político donde se distribuían los servicios administrativos y civiles y se desarrollaba una importante producción ganadera, manufacturera y rebocera.

Sahuayo, por su parte, se empezó a especializar en actividades comerciales y manufacturas, y logró un importante crecimiento económico y poblacional que superó a Jiquilpan debido a su cercanía con el lago de Chapala. Esto le permitió trasladar sus productos al mercado regional o nacional, ya fuera a Guadalajara o al centro del país (Ibid., 29). Actualmente, esta vocación agropecuaria se mantiene sólo en las personas de mayor edad, entre quienes se observa una notoria identificación y apropiación de la actividad. Sin embargo, las nuevas generaciones han optado por emigrar de la región a los centros de trabajo urbanos y a Estados Unidos, por lo que la minoría continúa con las actividades agrícolas. Esto explica el incremento de tierras agrícolas rentadas para el riego, el acaparamiento de los medianos y grandes productores de granos y hortalizas; además del cambio de uso de suelo agrícola por habitacional en las áreas circundantes a los grandes centros urbanos, propiciado por la venta de tierras al mejor postor.

Sin embargo, como en todo el país, en la Ciénaga, la desigualdad social alcanzó altos niveles. Los indígenas que habían perdido sus tierras durante la colonia y la desecación, vieron afectados sus derechos de pesca, tulares y zacatales. Con estas medidas, muchos indígenas y mestizos se vieron en la necesidad de romper con la costumbre de vivir en comunidad y vender nuevamente su fuerza de trabajo. Este proceso de "modernización" afectó notablemente a los trabajadores por la falta de empleo y la constante alza en los precios de los alimentos y las mercancías, mientras que los salarios permanecieron bajos. Los trabajadores que no sobrevivían con el salario, que no cumplían con la faena, que expresaron su descontento y fueron identificados, fueron despedidos de las haciendas y no tuvieron otra opción que emigrar hacia los Estados Unidos. La mano de obra cienaguense tuvo buena acogida en aquel país, debido a la necesidad de fuerza de trabajo para la construcción del ferrocarril. Los cambios propiciaron que una buena parte del territorio cayera en manos de unos cuantos, lo que ocasionó las luchas laborales y el estallido de la Revolución mexicana en 1910 (Boehm 1985, 95-96).

La Revolución dio paso al proyecto ejidal, lo que reivindicó algunas de las demandas indígenas y mestizas. No obstante, los nuevos gobernantes se mostraron renuentes a repartir la tierra por lo cual, hasta 1920, la Ciénaga de Chapala no había modificado su estructura agraria. En este periodo surgieron las primeras asociaciones agraristas organizadas por ingenieros de Morelia y de México, cuya tarea fue deslindar y medir tierras para reparto. Sin embargo, muchos ingenieros murieron a manos de los opositores al reparto agrario (Ibid., 96). Al concluir el movimiento armado, el reparto de tierras se mantuvo sin que la estructura agraria de la región se modificara trascendentalmente, tal como sucedía en otras partes del estado y del país.

Fue hasta el gobierno de Lázaro Cárdenas del Río (1934-1940) que se promovió el desmantelamiento de la hacienda y se dio fuerte impulso a la actividad agraria, con lo cual se sentaron las bases del nuevo régimen político. La acción principal del gobierno cardenista fue el reparto masivo de tierras, con lo que el ejido se convirtió en la forma de tenencia predominante en la Ciénaga de Chapala, lo cual permitió que los campesinos pudieran cultivar sus tierras con el financiamiento y la asesoría del gobierno federal (Covarrubias y Ojeda, 2009, 38). Sin embargo, la Ciénaga se mantuvo como una región de alta expulsión de migrantes campesinos al interior del país y al extranjero (Boehm, 1994), debido a que muchos de los nuevos ejidatarios contrajeron deudas con el Estado y con agiotistas que no pudieron solventar, por lo cual, la mayoría de ellos se contrataron en los programas braceros que los llevaron a los Estados Unidos (Boehm, 1985, 98-99).

Transformaciones socioeconómicas

El gobierno cardenista transformó las condiciones socioeconómicas y políticas en la región, mediante acciones importantes como la expropiación de las haciendas de Cumuato, Guaracha, Buenavista y San Simón entre 1936 y 1938; la formación del ejido como el eje principal del desarrollo rural y parte integral de la economía nacional; la creación del Banco Nacional de Crédito Ejidal (BNCE), la Aseguradora Nacional Agrícola y Ganadera S.A. (ANAGSA); el Comité Regulador de los Precios del Trigo; el Comité Regulador del Mercado de las Subsistencias; y la construcción de la carretera México-Guadalajara, entre otras. Estas operaciones propiciaron un cambio fundamental en la dinámica económica y social de la región (Covarrubias, Cruz y Ojeda 2012, 5; Tetreault 2007, 185-186).

En el país, Cárdenas modificó las relaciones políticas al transitar del poder individual al de las corporaciones, con el cual puso fin al caudillismo. De esta manera, consolidó el sistema político postrevolucionario basado en el control corporativo que el PRI mantuvo sobre las organizaciones de campesinos y trabajadores (Gledhill 1997, 214). En la Ciénaga de Chapala, su hermano Dámaso Cárdenas construyó un aparato caciquil de poder centrado en su propia persona, ya que se encargó de construir una red de relaciones personales con numerosos subalternos, colocados estratégicamente en cada una de las cabeceras municipales de la Ciénaga, con el fin de controlar al municipio conforme con sus disposiciones (Vargas 1993).

Con la trasformación de la estructura de la propiedad de la tierra y de su explotación, se dieron cambios en la estructura del poder regional. Un ejemplo de ello fueron los conflictos entre indígenas y caciques, debido a que estos últimos imponían funcionarios en los municipios, en las tenencias, así como las autoridades judiciales y policiales. En contraparte, los campesinos propusieron un ejercicio basado en el carácter colectivo de la toma de decisiones para resolver los asuntos y elegir de manera directa a sus representantes y líderes agrarios (Ibid., 79).

Después de 1940, la organización de masas a partir de la creación de organizaciones populares ligadas al Estado le permitió a Cárdenas tener el control de la gente del campo. Un ejemplo que ilustra es el caso del distrito de Jiquilpan, en el ocaso de la hacienda de Guaracha, donde la familia Cárdenas, bajo la jefatura de Dámaso Cárdenas se constituyó en la más influyente. Esta influencia se observa en la disputa que se dio por el uso del agua, controlado por el Departamento de Irrigación, el cual limitó su uso a la hacienda de Guaracha y surtió las tierras de Jiquilpan en poder de los Cárdenas.

Con el control corporativo, clientelar y su cercanía con el cacique, la burguesía agraria se vio beneficiada. Sin embargo, el abuso de los ganaderos de Sahuayo y Jiquilpan sobre los ejidatarios ocasionó una disputa fuerte por la autonomía en el control del agua. Entre los años treinta y mediados de los sesenta, en la Ciénaga se inició un proceso de institucionalización del poder y decadencia del cacicazgo, derivado de la implementación del periodo de crecimiento sostenido (1940-1970) denominado "el milagro mexicano". Esta tecnificación o modernización de la agricultura, ocasionó movimientos en las estructuras de poder local y propició la emergencia de nuevas organizaciones agrícolas y sindicatos que emprendieron fuerte resistencia popular contra el régimen (Ibid., 95-96).

Otro elemento de disputa política, lo encontramos en el corporativismo del Distrito de Riego de la Ciénaga de Chapala (46,000 hectáreas), que en 1932 ocasionó que los hacendados construyeran un dique, al mismo tiempo que la Ley Federal de Aguas les permitía la administración, operación, regulación de la explotación, uso y aprovechamiento de las aguas, principalmente para el riego.

La formación del Distrito de Riego de la Ciénaga, los financiamientos agrícolas y ganaderos, los seguros agrícolas, los movimientos sociales, los cambios gubernamentales y las álgidas disputas por las candidaturas al interior del PRI propiciaron que Dámaso Cárdenas perdiera fuerza en la región. Sin embargo, la corrupción no cesó a pesar de la decadencia de la estructura caciquil, tal como sucedió con los inspectores de BNCE y de ANAGSA. A la par de los cambios en la economía regional se produjeron cambios en el poder, el Distrito de Riego de la Ciénaga con sus facultades, asumió el mando del nuevo poder cuya característica fue el corporativismo (Vargas 1993).

Los financiamientos del BNCE dependieron de la fuerza política del presidente del Comisariado Ejidal en turno, la cual estaba dada por sus vínculos con los caciques de la región y con el aparato gubernamental. Algunos comisariados conseguían créditos especiales para sus ejidatarios, incluidos permisos para la perforación de pozos profundos y el equipamiento necesario para el servicio de agua a las tierras de un solo propietario o de un grupo de ejidatarios. Lo anterior modificó la geografía del paisaje agrícola, una geografía distinta a la de los sistemas de presas, canales y bordos (Boehm 2005).

Algunos ejidatarios que lograron establecer vínculos sólidos con empleados de BNCE y ANAGSA, consiguieron créditos suficientes para ampliar sus cultivos y adquirir maquinaria agrícola, se convirtieron en miembros de la pequeña burguesía regional. Asimismo, conseguían dictámenes de pérdida total de sus cosechas mediante la entrega de una cantidad que representaba más o menos 30 % del monto de la deuda contraída. El dinero era entregado a los inspectores de campo y ellos hacían lo mismo con sus jefes, el sistema permitía la corrupción y la estimulaba. En cada ejido se formaba una sociedad de crédito, la cual, a su vez, nombraba a un delegado, casi siempre el Comisariado Ejidal, quien tramitaba los créditos refaccionarios, llenaba la documentación y tramitaba el pago (Covarrubias et al., 2012, 8).

En este orden de ideas, el Distrito de Riego de la Ciénaga realizó gran cantidad de obras hidráulicas para la incorporación de más terrenos al sistema de riego, la diversificación de cultivos y el incremento en la productividad. Con la "revolución verde" se ampliaron los créditos a los agricultores, esto permitió la adquisición de maquinaria e implementos agrícolas modernos como trilladoras, bombas, tractores, y la utilización de fertilizantes químicos, semillas mejoradas, insecticidas, fungicidas, herbicidas y otros plaguicidas. Sin embargo, la mala dirección de este proyecto ocasionó que el desarrollo de las sociedades rurales quedara marginado (Pichardo 2006, 64; Cotler 2010, 152).

La "revolución verde" propició dos condiciones de ingreso, por una parte, el capital necesario para la compra de los paquetes tecnológicos y, por otro, el intermediarismo político que servía de enlace con las instituciones gubernamentales. Esto dio como resultado dos tipos de productores rurales: por un lado, el agricultor que obtuvo terrenos bien nivelados y drenados, maquinaria agrícola de uso variado, sofisticados insumos químicos, semilla importada, mano de obra abundante para la cosecha y, por otro, el pequeño ejidatario, que cultivaba en "ecuaros", utilizando semillas obtenidas a precios de garantía, con bajos insumos de maquinaria, semillas, químicos y escasa inversión de trabajo humano (Boehm 1993).

Los pobres resultados de la "revolución verde" ahondaron las diferencias al interior de las regiones y limitaron su competitividad en el mercado global, al grado que en las propuestas de desarrollo únicamente aparecían enunciados de manera marginal. De acuerdo con Barkin (1986), esta forma de promover el desarrollo regional exhibió sus fortalezas y también sus debilidades (Ramírez 2002).

Por su parte, la ribera de Chapala en Jalisco presentó una tendencia creciente de la agricultura en la zona que ocasionó una integración paulatina de los productos a los procesos industriales. Esto ocasionó también que las actividades económicas propiciaran la emergencia de una importante variedad de talleres industriales, esto favoreció que la región se empezara a perfilar como un centro susceptible de industrialización (Duran y Torres 2006).

Para la década de los setenta, producto de la tradición agropecuaria de la región, se empezó a consolidar una importante base industrial con alrededor de 17 fábricas establecidas en la cuenca del río Lerma-Santiago: ocho químicas, cinco alimenticias, una textil, dos metal-mecánicas y una de productos de hule. Siete en El Salto, tres en Atequiza, dos en Poncitlán, tres en Ocotlán y dos en La Barca. Como resultado de esta vocación agropecuaria, la región empezó a tener una intrínseca relación con la industria agroquímica, que fue parte del proceso industrial.

Efectos neoliberales

A partir de los años ochenta, las políticas regionales se dirigieron a abrir el mercado al exterior a costa del abandono de los mercados internos. Este proceso trajo consigo "un fenómeno de doble vía donde se crearon y se destruyeron lugares" (Ramírez 2002, 4). Por un lado, se intentó construir zonas de competencia global, pero, al mismo tiempo, se definieron las regiones con base en un modelo de desarrollo económico que, al no obtener los resultados esperados, se convirtieron en "regiones problema" (Taylor 1994, 294-295). Los resultados fueron poco alentadores y se condenó a la pobreza a grandes franjas de población, puesto que la visión centralista del "desarrollo" benefició a un reducido grupo y marginó a grandes capas poblacionales, como se explica a continuación.

El quebranto financiero de las instituciones públicas dedicadas a apoyar al campo, propiciado en parte por la corrupción del aparato gubernamental, de los organismos descentralizados y de las empresas estatales (Covarrubias et al., 2012, 11), sirvió de pretexto, en 1982, para desechar el modelo "populista", implementado desde el gobierno cardenista, e imponer el modelo neoliberal, el máximo referente fue el gobierno de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994).

Este modelo estableció profundas reformas al sistema ejidal, acabó con los subsidios, abrió la agricultura mexicana a la competencia internacional y liquidó las empresas gubernamentales (Gledhill 1997, 215). A la par de la desaparición de instituciones como ANAGSA, se modificó la ley agraria con el fin de permitir la compra-venta de tierras ejidales, por lo que la organización ejidal sufrió cambios sustanciales en su concepción histórica y comenzó a tener prioridad la regularización de la propiedad rústica, debido a que la titulación ofreció certeza legal, elevó el valor de los bienes y atrajo la inversión. Con estas medidas se abrieron las puertas a la concentración de las propiedades agrícolas en la Ciénaga de Chapala. Sin embargo, el desempleo y el subempleo se dispararon; los ejidatarios tanto pobres como prósperos se vieron afectados (Covarrubias y Ojeda 2009, 153; Gledhill 1997, 215-216).

Estos cambios empezaron a modificar las funciones de algunas instituciones. Por ejemplo, el Banco Nacional de Crédito Rural (BANRURAL, creado en 1975 a partir de la fusión del BNCE y del Banco Nacional Agropecuario), paulatinamente, empezó a abandonar su función de promotor y modernizador de la agricultura ejidal y comenzó a constituirse en el contenedor de la masa campesina depauperada y con un déficit crónico causado por la transferencia del valor de su trabajo frente al capital y al Estado. La concentración y privatización de la mejor tierra relegó a esta masa campesina a las áreas de temporal, laderas y ciénaga; a donde los apoyos y subsidios no llegaron; el uso desmedido de los productos químicos atrofió la regeneración biológica y los paquetes tecnológicos eliminaron la diversificación de cultivos (Boehm 1993; Covarrubias et al., 2012, 8).

Otro efecto importante en la agricultura de la Ciénaga fue la introducción de cultivos hortícolas, luego de varias décadas de sembrar granos como sorgo, maíz, cártamo, girasol y alpiste. Dichos cultivos modificaron las relaciones sociales, económicas y políticas, ya que la horticultura implicó el establecimiento de relaciones productivas y comerciales nuevas, además de que gran mayoría de los productores no tenía el capital para realizar inversión. Por ejemplo, el cultivo de una hectárea de jitomate para el año 2008 requería de una inversión de alrededor de 50 mil pesos en tanto que una hectárea de cebolla requería en promedio 40 mil. Esto implicaba que un ejidatario con cinco hectáreas no contaba con el capital suficiente para invertirlo en un cultivo de este tipo (Paleta 2008, 5, 161, 162). Lo anterior trajo como consecuencia el arrendamiento y la venta de parcelas ejidales, lo que dio paso al surgimiento del neolatifundismo y a la transformación de la burguesía agropecuaria en burguesía agrícola, la cual acaparó tanto las parcelas como los productos y acentuó la desigualdad económica y la diferenciación entre lo urbano y lo rural (Zepeda 1983, 103).

El proceso de "transnacionalización de la agricultura mexicana", tal como sucedió con la introducción de la fresa en el valle de Zamora, ocasionó que esta actividad entrara en la dinámica del capital nacional e internacional, con lo que se inició un fuerte proceso de tecnificación, proletarización, control de la producción y la comercialización, que propició mayor desempleo, migración interna y externa, (Ibid., 63, 55, 100).

Con el modelo económico neoliberal en marcha, la región de la Ciénaga empezó a padecer el desmantelamiento de la agricultura endógena y la rigidez del mercado global. Las políticas centralistas, entre ellas, las de la "revolución verde", continuaron estimulando cambios tecnológicos; la expansión urbana se extendió por los valles anárquicamente; se estableció una agricultura con bases capitalistas; la modernización agrícola se convirtió en la panacea de la autosuficiencia alimentaria; y el deterioro medioambiental generó una relación conflictiva por el uso de los recursos.

Otros fenómenos derivados de la aplicación de este modelo fueron el poblamiento anárquico de las tierras agrícolas, la emergencia de empresarios agrícolas, la conformación de organizaciones jornaleras, la identidad cultural y la sobrevivencia campesina, la contaminación por las descargas urbanas y agrícolas de aguas contaminadas, el uso indiscriminado de agroquímicos que han deteriorado la vida lacustre y afectado a la población.

Conclusiones

Las regiones se han convertido en espacios funcionales y de convivencia donde convergen procesos globalizados y locales en medio de cambios acelerados en las formas y contenidos de las regiones (Sandoval 2012, 16). En esta complejidad, las fuerzas sociales y políticas han ido moldeando la región al tiempo que se han configurado distintos esquemas de dominación, lo cual le da una específica formación histórica (Palacios 1993).

Por ello, la región es un mar de "relaciones, formas y funciones" que articulan procesos económicos, socioculturales, ambientales y productivos, cuya formación no ha sido sólo un asunto de fuerzas tecnológicas, sino también de relaciones de poder entre los distintos grupos e instituciones que intervienen, lo cual implica que sus etapas se encuentran intrínsecamente ligadas a criterios políticos (Curzio 1995).

El análisis de la región de la Ciénaga nos permite poner atención en la forma en que los grupos sociales se identifican con un territorio que les da significado a sus prácticas, cómo se crean, recrean y transforman los espacios y territorios que habitan, cómo la naturaleza sigue generando ambientes y disponibilidad de recursos diferenciados y al mismo tiempo impone sus propias divisiones en el espacio geográfico.

La formación regional de la Ciénaga es el resultado de amplios y largos procesos sociales, determinados por las relaciones de dominio socioeconómico, político y cultural que le han dado vida, así como de las exigencias del desarrollo capitalista, el cual ha permitido la generación de un nuevo esquema de dominio en el que siguen convergiendo empresarios, hacendados y el Estado. Tanto el porfiriato como en la etapa posrevolucionaria, el nacionalismo revolucionario (incluido el cardenismo y el poscardenismo) fueron procesos inherentes en la transformación de la Ciénaga, ya que constituyeron un canal de control corporativo de las políticas agrarias en la región.

En este devenir histórico, el valor cultural del trabajo labriego honrado se ha desvalorado en la Ciénaga de Chapala, ya que para obtener la tierra, el agua, el crédito y el permiso para la siembra, los campesinos se han tenido que someter a las disposiciones de los grandes productores que controlan el mercado regional. Este sometimiento económico y político, la baja retribución de su trabajo y el paternalismo estatal han generado un campesinado reclamante de prebendas cuya escasez aumenta notoriamente y provoca el desamparo de jornaleros y los niños (Boehm 1993).

Otro fenómeno que se ha presentado en las últimas dos décadas y que ha tenido una incidencia significativa en la dinámica social de la región es la presencia intensiva del narcotráfico, agudizada por la ubicación geográfica limítrofe de Michoacán con el estado de Jalisco y la disputa permanente por el control del territorio entre los cárteles de una u otra demarcación.

La presencia de estos grupos ha propiciado que las actividades productivas se vean permeadas por el capital que mueve la narcoeconomía ya sea a través del financiamiento o la extorsión. En un ambiente generalizado de tensión por la inseguridad y frente a la falta de empleos, esta economía ilícita no es mal percibida por la sociedad, debido a que distribuye ingresos, mediante costos de producción, sobornos, lavado de dinero, aportación a fiestas patronales y deportivas, apoyo a construcción de iglesias, obras de infraestructura social, etcétera (Aguilar 2012), lo cual constituye una articulación social entre la sociedad y el narcotráfico que empieza a solidificarse en una práctica social común en la cultura regional.

Por todo lo anterior, consideramos que no se puede entender el desarrollo de esta región sin conocer esta red de control político y económico, donde prevalecen intermediarismos de distintos tipos que controlan los recursos naturales y la dirección de los proyectos de modernización ligados a la actividad agropecuaria y al comercio.

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Recibido: 02 de Diciembre de 2012; Revisado: 29 de Abril de 2013; Aprobado: 21 de Octubre de 2013

* Autor para correspondencia: pdloeza@ucienegam.edu.mx; pedrodamian1@lycos.com

** Autor para correspondencia: rubendario105@hotmail.com

*** Autor para correspondencia: marey02@hotmail.com; mreyes@ucienegam.edu.mx

El doctor Pedro Damián Loeza Lara es biólogo por la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, con doctorado en Biotecnología por la misma Universidad. Actualmente está adscrito a la Universidad de La Ciénega del Estado de Michoacán de Ocampo, donde realiza investigaciones del área de la biotecnología. Asimismo, está interesado en analizar las estrategias que adoptan los productores agropecuarios de la región de La Ciénega para organizarse y enfrentarse al desafío de la producción y comercialización de sus productos.

Rubén Darío Ramírez Sánchez es licenciado en Sociología por la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco, maestro y doctor en Ciencias Sociales. Especialidad en Estudios Rurales por El Colegio de Michoacán (2002-2007). Ha sido profesor en la Universidad Popular de la Chontalpa, la Universidad de La Ciénega del Estado de Michoacán de Ocampo y la Universidad Intercultural del Estado de Tabasco. Actualmente desarrolla el proyecto de investigación: "Fracaso del Estado, violencia y disputa territorial en México". Su publicación más reciente: Hegemonía, movilización social y proyecto educativo en Tabasco, Zamora, El Colegio de Michoacán, UCM, en diciembre de 2014.

Mario Alberto Reyes Téllez. Psicólogo por la UNAM, actualmente es coordinador de la Licenciatura de Innovación Educativa de la Universidad de La Ciénega del Estado de Michoacán de Ocampo, coordina el trabajo docente para el diseño, estructuración y actualización de programas de asignaturas de la licenciatura; ha organizado y coordinado más de 20 eventos académicos sobre violencia, educación, intervención comunitaria y temas relacionados con los procesos socioeducativos. Su línea de investigación está enfocada en los procesos de aprendizaje e intervención educativa.

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