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Relaciones. Estudios de historia y sociedad

versión On-line ISSN 2448-7554versión impresa ISSN 0185-3929

Relac. Estud. hist. soc. vol.36 no.141 Zamora mar. 2015

 

Presentación

Presentación

Víctor Gayol


Proyectos inconclusos. Educación e interculturalidad en sociedades desiguales

La cultura es el momento autocrítico de la reproducción que un grupo humano

determinado, en una circunstancia histórica determinada, hace de su singularidad

concreta; es el momento dialéctico de su identidad.

B. Echeverría1

La Yugoslavia de Tito (1953-1980) fue el experimento más largo del paneslavismo, aquel proyecto de integración multicultural forzada cuya disgregación produjo uno de los más sangrientos conflictos bélicos del siglo XX. Sarajevo, Srebrenica o Kosovo son nombres que resuenan en nuestros oídos como sinónimos del odio interétnico y de la intolerancia religiosa, de los asesinatos y el exterminio con el pretexto de erradicar las diferencias culturales. En el polo opuesto, el apartheid (1948-1992) fue el sistema social con bases jurídicas de segregación étnica y cultural que más escandalizó a las buenas conciencias occidentales en el siglo XX. El apartheid llegó a desigualdades sociopolíticas extremas: por ejemplo, en 1985, solamente 15 % de la población (afrikáneres blancos) eran considerados ciudadanos sudafricanos mientras que 85 % restante, compuesto por xhoxas, zulúes y otros grupos de origen africano además de descendientes de indios, malayos y afromestizos, carecían de ciudadanía. Como todo aparato legal, el sudafricano se apoyaba en la coerción, que en su caso adquirió una violencia extrema. Las masacres de Soweto y Sharpeville y los nombres de Steve Biko y Héctor Pieterson son referentes de la discriminación étnica y cultural en la modernidad.

Sirvan estos dos extremos, desde la asimilación/eliminación hasta la segregación, para ejemplificar las múltiples geometrías que puede asumir la interacción cultural. Las relaciones entre la multiplicidad de culturas está presente a lo largo de la historia de la humanidad como un fenómeno continuo e inseparable de la propia experiencia humana. Pero las maneras de imaginar, aceptar, criticar, oprimir o negar al otro adquieren diversas formas y producen diferentes resultados que van desde la tolerancia hasta el conflicto.

La crisis de la cultura occidental eurocentrada, que sobrevino en la segunda mitad del siglo XX, llevó a plantear la necesidad de establecer un nuevo modelo de pluralidad cultural que permitiera diseñar y llevar a cabo acciones (políticas) para lograr interacciones culturales más justas y equitativas. En este sentido, la interculturalidad -como dice Beuchot- es "ese desideratum por alcanzar",2 en el que exista equidad en la interacción cultural. Sin embargo, diversas experiencias en países latinoamericanos -México y Brasil son los que nos incumben ahora- ponen de manifiesto las dificultades que se presentan a la hora de implementar políticas de pluralidad en diversos ámbitos específicos, aunque generalmente interrelacionados. Podemos referirnos a las discusiones acerca del acceso a la ciudadanía (política, étnica), a los servicios de salud o a la administración de justicia. En este último, por ejemplo, resalta la dificultad de llegar a acuerdos en cuanto a la conciliación de los derechos individuales con los derechos comunitarios, particularmente en situaciones de interlegalidad en las que están presentes tanto las prácticas jurídicas comunitarias como los dispositivos de administración de justicia gubernamental.

La sección temática de este número de Relaciones trata de los problemas del pluralismo cultural en el plano de las políticas educativas. Laura Mateos y Gunther Dietz abordan la reciente aparición de las Universidades Interculturales, sus proyectos, sus logros y sus limitantes, en el México del siglo XXI, a partir de un breve recorrido por el estado de la cuestión contrastado con trabajo etnográfico sobre el caso veracruzano. Lo anterior le permite a los autores detectar discrepancias entre el discurso y la práctica de la interculturalidad educativa a nivel superior, y la necesidad de generar una retroalimentación que permita reorientar aspectos políticos y pedagógicos de este tipo de experiencias. En un primer momento, y a pesar de los ropajes discursivos, la universidad intercultural funcionó en realidad como un paliativo para los jóvenes indígenas ante las pocas posibilidades de cursar una educación universitaria, por lo que es necesario repensar dichas instituciones como verdaderas formadoras de agentes interculturales.

Mariana Paladino nos lleva al caso brasileño que no difiere mucho en el aspecto de la discordancia entre discursos y prácticas. Sin embargo, y a través de tres etnografías, la autora pone el acento en las formas de apropiación de la institución escolar por parte de distintas comunidades y sus variaciones. Las instituciones educativas interculturales en Brasil no incluyen experiencias autónomas, sino que han sido completamente implementadas por el gobierno. Uno de los resultados es que las escuelas interculturales funcionan como puerta de acceso y asimilación a la cultura occidental, pero no como instrumento de diálogo para los indígenas. Un aspecto muy interesante que se desprende del anterior es que el discurso de interculturalidad que hay detrás de la implementación de las políticas educativas brasileñas para los pueblos indígenas no se aparta de un modelo occidental de entender la otredad y, aún en la creación de un espacio para "el otro", no integra en su semántica las formas de comprender la organización del mundo o las relaciones de alteridad propias de los pueblos indígenas. Los dos artículos que cierran la sección temática se pueden leer como anexos para entender el debate central. Por un lado, María Bertely presenta la experiencia chiapaneca de la Unión de Maestros de la Nueva Educación para México mientras que Elizabeth Martínez aborda algunos aspectos de las políticas para la educación intercultural y el bilingüismo.

Abordar la interacción cultural es un asunto muy amplio y complejo, pues, tiene muchas aristas. Pensemos solamente el problema del cómo las diferentes culturas conciben el proceso de territorialización de su espacio vital y mitológico: el análisis consumiría cientos y cientos de páginas. Pero si profundizamos en la interacción entre dos grupos que conciben sus territorios de manera distinta culturalmente nos enfrentamos a problemas en los que suele haber conflictos muy serios, como los que viven actualmente los wirrárika (huicholes) o los yoreme (yaquis). Dejamos constancia de la riqueza del tema con los dibujos que ilustran las portadillas de cada sección. Fueron hechos por adolescentes yoreme de Vícam Estación y representan el territorio yaqui. Recabados en marzo de 2009 entre estudiantes de primer año de bachillerato, debemos su inclusión aquí a la generosidad de la Dra. Enriqueta Lerma Rodríguez.

El documento que presenta Martha C. Velázquez tiene que ver también con relaciones interculturales, pero esta vez en el Pátzcuaro de principios del siglo XVII. Se trata de parte de un litigio de los indios principales del pueblo de Santa Clara de los Cobres contra los asentistas de minas españoles, de 1631, en el que se aprecia la ya conocida destreza que adquirieron las elites indias para utilizar a su favor los dispositivos institucionales de gobierno y administración de justicia hispánicos.

México, como el resto de las jóvenes naciones latinoamericanas en formación después de las independencias, sufrió transformaciones vertiginosas así como nuevos encuentros y desencuentros culturales a lo largo del siglo XIX. Al principio, acaparó la mirada de las naciones europeas como una tierra fértil para el capital. La apertura de ese extenso territorio, otrora cerrado al extranjero por la monarquía hispánica, atrajo comercio e inversionistas, más la fascinación por una cultura exótica. La cantidad de viajeros franceses e ingleses se incrementó de manera notable después de 1830, gracias a la avidez que tenía el viejo continente de información, relatos e imágenes de la joven América. Grabadores, litógrafos, fotógrafos y editores, hicieron gran negocio al crear una representación nueva de esa cultura diferente y lejana, de la misma forma como lo estaban haciendo en Oriente, reafirmando así la propia identidad occidental de una Europa en su segunda expansión colonialista. Arturo Aguilar escribe sobre uno de estos personajes, el multifacético empresario francés Julio Michaud, quien estuvo activo en México entre 1837 y 1900. Michaud se dedicó, entre otras cosas, a comerciar con la imagen de "lo mexicano" que fueron creando aquellos viajeros extranjeros a los que él mismo patrocinaba.

El siglo XIX mexicano cerró con nuevas formas de desarrollo empresarial y tecnológico. La pax porfiriana permitió un incremento en la introducción de infraestructura: ferrocarriles, obras hidráulicas y electrificación. Los saberes técnicos y de gestión empresarial experimentaron también una reordenación, lo que permitió a sus agentes (empresarios, ingenieros, técnicos), la creación de soluciones innovadoras como lo demuestra Moisés Gámez para el caso de la industria eléctrica.

El proceso de secularización de la cultura occidental se aceleró de manera notable entre el siglo XIX y el XX. Uno de los campos en los que se aprecia de manera mucho más evidente dicha aceleración es, justamente, la presencia de la fe cristiana (católica o reformista), que en siglos anteriores había jugado un papel como elemento rector de la vida cotidiana. Resulta por ello interesante el análisis de Mario T. Padilla acerca de la disminución de las vocaciones sacerdotales en la Arquidiócesis de México entre 1930 y 2000. Cerramos el número con una interesante mirada crítica a los métodos de reconstrucción lingüística diacrónica, por Víctor de la Cruz, para lo que toma el ejemplo de las diversas interpretaciones e intentos de recuperación de la lengua zapoteca histórica.

La lectura de cada uno de los textos que componen este número nos lleva siempre de vuelta a las relaciones entre culturas disímiles o entre sus diferentes elementos, así como sus distintas configuraciones; unos de manera expresa, otros entre líneas. Escribimos esto mientras circulan las noticias de la destrucción de valiosas piezas del patrimonio cultural en Medio Oriente. La interculturalidad como el diálogo deseable que tome en cuenta tanto lo único como lo diverso, ese desideratum por alcanzar, se torna cada vez más una utopía que está en el horizonte y que se aleja a cada paso que damos hacia ella. Sin embargo, al ver otras realidades queda claro que el diálogo intercultural es una posibilidad real y en continua construcción, desde las épocas de la escuela de traductores de Toledo hasta los debates políticos y pedagógicos actuales.

1Bolívar Echeverría, Definición de la cultura, México, UNAM, Ítaca, 2001, 187.

2Mauricio Beuchot, Interculturalidad y derechos humanos, México, Siglo XXI, UNAM, 2005, 13.

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