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Relaciones. Estudios de historia y sociedad

versión On-line ISSN 2448-7554versión impresa ISSN 0185-3929

Relac. Estud. hist. soc. vol.33 no.132bis Zamora sep./nov. 2012

 

Reseñas

 

Rafael Torres Sánchez, El negativo de la Revolución: Vida cotidiana

 

Antonio García de León*

 

Gobierno del Estado de Hidalgo, Consejo Estatal para la Cultura y las Artes, Conaculta, INAH, Sistema Nacional de Fototecas, México, 2010, 213 p.

 

* INAH, antoniorg@yahoo.com.mx.

 

La memoria que suscita este libro une varios elementos a partir de los instantes del fragmento fotográfico, pues muestra el lado único de un orden que está siendo alterado en escalas más amplias pero que se sigue reproduciendo en la paz de lo cotidiano, en el día a día que permite a los actores sobrevivir mientras no llegue la muerte. La vida en sí tiene espesores simultáneos; o se inserta en una simultaneidad fragmentada de donde se desprenderán después los "acontecimientos" escogidos para convertirse en "históricos"; y así, mientras lo cotidiano fluye por un cauce, la violencia puede estar a la vuelta de la esquina sin alterar el conjunto. Sin embargo, no hay que perder de vista, que de la violencia a veces inconexa de aquellos años se conformará la idea de una gesta única cuyo significado se asocia a la idea de nación. En este libro, el autor escoge las imágenes de esa simultaneidad y al hacerlo "interpreta" y construye un discurso histórico singular.

Son los inicios del fotoperiodismo, del oficio itinerante y aventurero como el de los hermanos Casasola, imbuido de un cierto formalismo que poco a poco fue domesticando la imagen y acostumbrando a la gente a la presencia cada vez más inadvertida de las cámaras en los desfiles, las manifestaciones, los carnavales, los circos, los burdeles y las fiestas. Esta colección de imágenes, parte de la memoria colectiva de un horizonte de sucesos que hace un siglo marcó la vida de los mexicanos, tiene la virtud de reflejar momentos de la vida continua, de esas vivencias marginales en las que estaba envuelto un periodo conflictivo y de definiciones en la vida del país. Y si lo pensamos en términos fotográficos, refleja un orden indagador, una mirada a contraluz donde la violencia parece estar muy localizada mientras que la vida apacible, esa que "no pasó a la historia", predomina en la mayoría de las escenas. Los destellos de ese orden son la fugaz revelación que se convierte en imagen al abrirse el obturador; ya que al observarlas, estas fotos se cargan de significados que aluden a la propia experiencia de un pasado rural que no existe más; de allí su carácter insustituible de documento histórico polisémico. La serie seleccionada por Torres Sánchez está dentro de un escenario mayor: corresponde a un caleidoscopio múltiple de la vida cotidiana y de la violencia de las gentes sin historia. Por una parte, es el testimonio de las secuelas de los combates, de las hileras de muertos, de las escenas en el campo de batalla y de muchas situaciones que acompañan a la guerra en los momentos inmediatamente posteriores a la perpetración de sus excesos, crueldades y situaciones absurdas; pero, por la otra, es un inventario de las realidades comunes que lograban reproducirse en los márgenes de la tensión y el enfrentamiento: las diversiones, los bailes, los deportes, los más insólitos lugares de reunión y las escenas de calma hogareña.

La colección de fotos, de por sí riquísima y depositada en la Fototeca Nacional del INAH (Pachuca, Hidalgo), va precedida de un excelente análisis de Torres Sánchez, dueño de una prosa ágil e iluminada, que sigue los acontecimientos de la Revolución (con mayúsculas) como si fuera un meteorólogo del huracán y de las trombas, alguien que siguiera en tren o a caballo los avatares de aquella conflagración; como relator puntual de una secuencia marcada por los instantes capturados desde el obturador de inmensas cámaras... "desde un presente que se vuelve a su vez pretérito en el momento de ocurrir", dice el autor... pues ninguna imagen tiene sentido sin su contexto, o de lo que ahora sabemos que pudo haber sido su contexto. El autor sigue el despliegue de "la bola" en tren, efectiva arma de combate de la época, como lo fueran las redes de arriería en la independencia. Y aquí, las imágenes de la violencia son también decodificadas una por una y a pie de página, en frases certeras y precisas, porque su solo impacto emocional anula el resto de posibilidades de significación. En esto, la nitidez juega un papel y el "fuera de foco" lo complementa, lo borroso aparece como elemento expresivo del movimiento y de la acción que acompaña a muchas escenas. La mayoría de las fotos aparecen así encuadradas como si viéramos el pasado por el ojo de un huracán que recorría los campos de batalla, los pueblos, las ciudades y los vecindarios. El movimiento, el drama, el asombro ante la cámara, la tensa violencia que la rigidez fotográfica de aquellos años impuso a sus figuras, les quita el particularismo de una fisonomía, pero transforma a los personajes retratados en seres emblemáticos: como aquellos Zapatistas de Sanborn's que conocemos gracias a otras imágenes, pero que aquí se refrendan como un actor colectivo y anónimo. Son los combatientes de una causa implícita, vuelta explícita en su contexto, como imágenes puras sin necesidad de redundancias. Escribir historia es "darle fisonomía a los datos", es de principio considerar a la historia como algo natural, como un amasijo de ruinas, como una sucesión de fracasos, derrotas, traiciones y desastres. Como una serie continua de pérdidas, de las cuales no subsisten sino algunos datos marcados por el azar: piedras, ruinas, vestigios, inscripciones, textos. y, en este caso, fotos en blanco y negro. De estas alegorías se construyen las conmemoraciones y las fechas, pero también la posibilidad de enmarcarlas en otra historia, de revelarlas de manera diferente, como lo hace Torres Sánchez. En última instancia, estos restos materiales representan también imágenes del presente y contienen en sí una doble articulación temporal: la de ser al mismo tiempo vestigios materiales palpables en el presente, y objetos que contienen imágenes o referencias del pasado.

Porque, efectivamente, la fotografía permite esa aprehensión fugaz del tiempo presente que se convierte inmediatamente en pasado: cuyo lugar se encuentra en el punto en el que se cruzan la visión ilusoria y la mirada fugitiva, que yace bajo la inexorable y minúscula chispa de azar que permitió congelar un instante y entregarlo a la posteridad. El negativo de la Revolución es algo más que un libro de fotografías: es un Atlas de la condición humana que ejercita la mirada sobre aspectos insólitos de una gesta conocida bajo otras formas, analizada tal vez en sus detalles y sus aparentes causas, pero que en esta colección —y en el texto de Torres Sánchez— se muestra con la profundidad que sólo puede producir la imagen directa, ese algo que permite imaginarnos el antes y el después de cada escena. Es en ese momento, en la cauda del acontecimiento, en que interviene la reconstrucción textual de Torres Sánchez: un relato hermenéutico que incorpora la fotografía en la literaturización de todas las relaciones de la vida, logrando conjugar un discurso histórico en un referente analítico y literario, todo bajo la argumentación del historiador y del poeta...

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