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Relaciones. Estudios de historia y sociedad

On-line version ISSN 2448-7554Print version ISSN 0185-3929

Relac. Estud. hist. soc. vol.33 n.130 Zamora Jan. 2012

 

Sección temática

 

Modernización, territorio y políticas indigenistas: Isla do Bananal (Mato Grosso, Brasil) y Los Altos de Chiapas (México), entre 1940 y 1960

 

Modernization, territory and indigenist politics: the island of Bananal (Mato Grosso, Brazil) and the highlands of Chiapas (Mexico); 1940-To-1960

 

Modernisation, territoire et politiques indigénistes : Isla do Bananal (Mato Grosso, Brésil) et Los Altos de Chiapas (Mexique), entre 1940 et 1960

 

Carlos Alberto Casas Mendoza*

 

* Universidad Autónoma de San Luis Potosí, casasmendoz@hotmail.com

 

Fecha de recepción del artículo: 27 de enero de 2010
Fecha de aceptación y recepción de la versión final: 3 de febrero de 2012

 

Resumen

Este artículo ilustra comparativamente dos procesos de modernización, impulsados en regiones periféricas de México y Brasil: Los Altos de Chiapas, en México e Isla do Bananal, región localizada en la parte norte del actual estado de Mato Grosso, Brasil. Para ejemplificar ambos casos se recurre a distintas fuentes de estudio: la prensa, los informes de los funcionarios, así como el uso del teatro, utilizado como mecanismo de persuasión y de divulgación de las políticas indigenistas de la época.

Palabras clave: Modernización, territorio, indigenismo, políticas indigenistas, teatro.

 

Abstract

This article undertakes a comparison of two processes of modernization, propelled in peripheral regions of Mexico and Brazil: namely, the Highlands of Chiapas in Mexico, ant the Island of Bananal, a region situated in the northern zone of the modern state of Mato Grosso, Brazil. To elaborate the two cases several sources of information were consulted, including newspapers, reports by government functionaries, and the theater, which was one of the principal means of persuasion and diffusion used to promote the indigenist policies of the period.

Keywords: Modernization, territory, indigenism, indigenist policies, theater.

 

Résumé

Cet article met en valeur, comparativement, deux processus de modernisation, stimulés comme des régions de la périphérie du Mexique et du Brésil : Les Altos de Chiapas (Mexique) et Isla do Bananal, région localisée dans la partie nord de l'actuel état du Matto Grosso (Brésil). Pour rendre exemplaire les deux cas, on a recours à diverses sources : la presse, les rapports des fonctionnaires, ainsi que l'usage du théâtre comme mécanisme de persuasion et de divulgation des politiques indi-génistes de l'époque.

Mots clés: Modernisation, territoire, indigénisme, politiques indigénistes, théâtre.

 

Introducción

Brasil y México representan dos casos paradigmáticos y bien diferenciados en sus políticas indigenistas. Durante el siglo pasado produjeron dos modelos institucionales distintos para dar atención a la población indígena. En el caso brasileño, el Servicio de Protección a los Indios (SPI), creado en 1910 y, posteriormente, la Fundación Nacional del Indio (FUNAI), que vino a sustituir al SPI en 1968, desarrollaron un aparato institucional centrado en el modelo de las llamadas reservas indígenas: áreas territoriales con presencia de uno o más grupos indígenas, sujetas a procesos de demarcación y diferenciación por parte del Estado.

Por su parte, en el caso mexicano, durante la primera mitad del siglo XX varios departamentos e instituciones fueron creados, muchas veces con duración efímera, para atender a la población indígena (la Dirección de Antropología, el Departamento Autónomo de Asuntos Indígenas, la Dirección de Asuntos Indígenas, las Misiones Culturales, etcétera). Ese proceso habría de cerrarse en 1948, con la creación y mayor permanencia del Instituto Nacional Indigenista (INI), el cual habría de mantenerse hasta el año de 2003, cuando también terminó por ser sustituido por la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI). El modelo indigenista aplicado en México durante ese largo periodo transitó por distintas corrientes del indigenismo (incorporativismo, asimilacionismo, pluralismo étnico, etnodesarrollo, etcétera), pero a diferencia del caso brasileño no estableció un modelo centrado en la demarcación y diferenciación de espacios de la población indígena. Las características poblacionales y el proyecto histórico de nación, centrado en la categoría del mestizo, produjo en México un modelo de fuertes contrastes y formas de diferenciación socioeconómicas y culturales (Bonfil 1987), pero con procesos territoriales y espaciales distintos a los del caso brasileño.

Más allá de las diferencias entre los aparatos institucionales, los tipos de poblaciones y de los proyectos de nación, la discusión sobre la necesidad de encauzar un proceso de modernización fue un tema que surgió de manera recurrente en ambos países, con especial énfasis durante la década de 1940. La manera de encaminar este proceso supuso, tanto la reorganización del territorio (especialmente para el caso brasileño), como también el desarrollo de varias estrategias para producir cambio sociocultural y promover la modernización. En el presente artículo me interesa mostrar dos casos que ilustran la manera en cómo fueron cristalizados tales proyectos de modernización en espacios con población indígena. Ambos estuvieron dirigidos hacia regiones consideradas periféricas dentro del contexto histórico de cada nación, pero que ofrecieron ser lugares privilegiados para poner en marcha experiencias particulares de transformación sociocultural: Isla do Bananal, en la parte norte del actual estado de Mato Grosso, en Brasil y Los Altos de Chiapas, en México. Con estos casos me interesa hacer un recorrido por el papel que tuvieron los discursos políticos, la prensa, así como las instituciones indigenistas y los propios antropólogos de la época. No pretendo de ninguna manera agotar cada caso, ni mucho menos equipararlos. Busco aproximarme un poco a las políticas concretas que cada caso desarrolló y a los recursos simbólico-sociales de que se valieron tales proyectos.

 

Primera viñeta: La marcha hacia el oeste y la apropiación del territorio

Seis de agosto de 1940, el Correio da Manhá, uno de los principales periódicos de circulación brasileña de la época, mostraba en el cintillo central de su plana las últimas noticias sobre los bombardeos europeos y enfatizaba los indicios, venidos desde Roma, de lo que parecía ser la confirmación de una guerra prolongada, que hasta ese momento, ya había llevado a la descarga de por lo menos 37,000 bombas lanzadas en medio del escenario bélico. Estaba a punto de cumplirse el primer año de la Segunda Guerra Mundial y no sólo la prensa del Brasil seguía con atención el desarrollo del conflicto. Lo mismo sucedía en el resto de Latinoamérica y del mundo entero.

Sin embargo, ante la abrumadora ola de noticias venidas del exterior, una nota en el periódico brasileño dirigía su atención hacia un evento peculiar e inusitado en la historia del Brasil. Getulio Vargas, presidente de la República, llevaba a cabo la primera visita de un mandatario brasileño a tierras indígenas, situadas en lo que, hasta ese momento, los propios brasileños consideraban una de las regiones más remotas y alejadas del país. Simbólica y políticamente se abría con esto un periodo de transformaciones, que quedaría conocido como la "Marcha hacia el oeste"; una iniciativa de la dictadura del Estado Novo de Vargas, que pretendía impulsar la "colonización del interior del país". Con este proyecto iniciaba un amplio proceso de modernización que incluía la creación de colonias agrícolas, la construcción de carreteras, el incentivo al desarrollo agroindustrial y, de manera central, la regulación y apropiación territorial de un espacio ocupado mayoritariamente por población indígena.

En el imaginario nacionalista de la época Vargas, la "Marcha para el oeste" significaba la consolidación del Estado brasileño y un paso importante en la reorganización del espacio. El interior de Brasil era visto como un espacio salvaje, agreste y distante. Para muchos de los brasileños establecidos en el litoral —sede del poder político y económico de la época—, el oeste constituía un espacio "vacío", una frontera interior lejana e indómita, pero que era parte del país y, por lo tanto, formaba parte también de una misma unidad; la cual, como mostraré más adelante, fue imaginada casi en términos de una representación corporal.

En ese sentido, era necesario "domesticar" el espacio; sumar las regiones, en aras de promover la modernidad y encumbrar el espíritu nacionalista, que alimentaba todo el proyecto. De forma semejante a la hipótesis turneriana sobre la historia norteamericana (Turner 1893), para los políticos de la era Vargas, la corrida hacia el oeste representaba también, metafóricamente, los límites fronterizos entre lo "civilizado" y lo "salvaje" (Casas 2008). El viaje de Getulio Vargas al oeste brasileño estaría cargado, por esta razón, de una fuerte carga simbólica, en la que no sólo las categorías de "frontera", "región" y "territorio" serían negociadas, sino también, de forma central, el lugar que dentro de este proceso de apropiación territorial, habrían de tener los más de cincuenta grupos indígenas establecidos e invisibilizados en la aparentemente "vacía" región central del Brasil (Casas 2005).

Aunque por sus objetivos y resultados la "Marcha hacia el oeste" supuso una movilización y apropiación territorial del litoral hacia el interior de Brasil, tal proyecto no era enteramente nuevo. El proceso de expansión territorial iniciado por Getulio Vargas en los años cuarenta tiene por lo menos dos antecedentes, que son importantes de mencionar, pues permiten clarificar la manera en cómo fueron construidos los imaginarios sociales sobre el centro-oeste brasileño. El primero de ellos fue la experiencia de Couto de Magalhães, casi un siglo atrás, durante la segunda mitad del siglo XIX.

Magalhães, quien fue gobernador de las provincias de Para, Goiás y Mato Grosso, entre 1863 y 1868, intentó transformar la región norte de Mato Grosso a través de la creación de un gran polo de desarrollo económico fluvial. Su plan consistía en ligar la desembocadura del Amazonas con la del Río de la Plata. Según dicho proyecto, la creación de tal vía fluvial repercutiría en la transformación de la economía-política de la región del Araguaya y de sus provincias, localizadas en la misma zona a donde Getulio se dirigiría en 1940. La jerarquía regional de asentamientos se vería alterada, ya que la capital de Goiás (principal centro urbano desde la colonia) se trasladaría a la localidad ribereña de Leopoldina, una población que surgió en 1849 como presidio militar y que puede ser considerada el principal polo creado por el Estado para atraer al grupo indígena de los carajás.

Para impulsar su proyecto, Couto compró algunos buques sobrantes de la guerra de Paraguay —en la que él mismo participó— y los hizo arrastrar por más de 500 kilómetros. El plan de Couto no consiguió modificar el pasaje entre el río de la Plata y el Amazonas, pero sí conllevó la creación de la primera Empresa de Navegación y Vapor del Río Araguaya, la cual funcionó entre 1870 y 1900. El segundo efecto que tuvo su proyecto fue alimentar fervorosamente el imaginario sobre la región. La publicación de su libro Viagem ao Araguaya, editado originalmente en 1863, se convirtió en una fuente central para hablar de las potencialidades económicas y naturales no explotadas del interior de Brasil y, en particular, de la región del centro-oeste.

El segundo antecedente de la "Marcha hacia el oeste", surgió con la creación de la denominada: Comisión de Líneas Telegráficas y Estratégicas de Mato Grosso al Amazonas (cltemga, por sus siglas en portugués). En este caso no se trató de un proyecto individual, sino de una tentativa de carácter federal, que fue comisionada al Ministerio de la Defensa. La Comisión funcionó durante cuatro décadas, de 1890 hasta 1930 y durante ese periodo fueron instalados más de seis mil kilómetros de cables telegráficos que ligaron gran parte de Mato Grosso con las fronteras de Paraguay y de Bolivia, por una parte, y con el litoral carioca y paulista, en la otra dirección. Sin embargo, más allá de las labores técnicas que implicó establecer estas líneas de comunicación entre el litoral y el interior de Brasil, el principal objetivo fue de carácter estratégico y militar.

La introducción de estos cableados tuvo que atravesar territorios poblados por distintos grupos indígenas: caiapos, bororos, carayas, nambikwaras, xavantes, caduveos, gavióes, guaicurúes, entre otros más. Para muchos de estos grupos, la Comisión se tornó en el principal agente de contacto con el Estado y en la principal fuente de mediación política. En esta Comisión participaron gran cantidad de ingenieros y médicos militares, entre los que destacó el general Cándido Mariano Rondon. El grupo que encabezó Rondon estaba formado por varios de los principales militares republicanos y positivistas brasileños de finales del siglo XIX. Este grupo adoptó la filosofía de Augusto Comte como su principal soporte ideológico e intentó aplicarla a la cuestión indígena. Según Rondon:

Moralmente el indio [era] un elemento primitivo que la nación abandonó en medio de la selva, donde vivía vegetando, perseguido en todos los rincones de su hinterland por las ansias de aventureros que buscaban explotar las riquezas de [los] sertones brutos, donde la civilización teológica lo acorraló, después de apoderarse de sus tierra del litoral y de destruir la organización social y política de su civilización y cultura fetichistas en la que vivía feliz en la evolución general de la humanidad. Por tal motivo, corresponde por esto auxiliarlo, erguirlo a la civilización moderna, reparando el mal de la conquista (Rondon 1939, 31; traducción propia del portugués).

Este marco ideológico sería la semilla de la primera institución indigenista brasileña creada en el siglo XX: el SPI. A partir de dicho modelo se produjo una imagen de los indígenas como "menores de edad", los cuales sólo podrían sobrevivir a través de la tutela y la protección del Estado (situación que apenas comenzó a cambiar hasta después del movimiento contra la dictadura, en 1983).1 Por otra parte, la Comisión Rondon —como quedó identificado este grupo— sustentó una política en la que la ciencia y la técnica eran consideradas elementos claves para el funcionamiento de las políticas indigenistas. Nuevamente cito a Rondon: "El aprovechamiento del indio sociológicamente tiene que obedecer a reglas dictadas por leyes científicas generales y por la experiencia, nuestra y de otros [.. .Hay] que revelarle [al indígena], por la educación libre y adecuada, nuevos horizontes de vida, seleccionando los más capaces para guías de su pueblo" (Rondon 1942, 30; traducción propia).

Este pensamiento derivó en un tipo de cientificismo aplicado en las distintas Comisiones y Exploraciones llevadas a cabo por el grupo de Rondon (más de sesenta en un lapso de cincuenta años). Produjo también un acercamiento con algunos de los principales antropólogos y etnógrafos de la época, como Roquette Pinto y Heloisa Torres (ambos pertenecientes al Museo de Río de Janeiro). Inclusive, Roquette Pinto acompañó directamente algunas de las exploraciones emprendidas por la Comisión. La influencia de los antropólogos llevó a Rondon a publicar en 1946 un libro sobre etnografía intitulado: A etnografía e a etnología do Brasil em revista. En este texto Rondon intento dar respuesta a tres cuestiones:

a) ¿Cuál es el concepto moderno; el estado actual de los conocimientos y de los métodos de investigación referentes a la etnografía?

b) ¿Qué opinión se tiene sobre la situación actual en Brasil de las investigaciones efectuadas y del empleo de los métodos modernos usados en la etnografía?

c) ¿Qué medidas se sugieren para que el Consejo Nacional de Geografía, dentro de sus atribuciones, promueva el mejoramiento y la intensificación en el país de las investigaciones etnográficas? (Rondon 1946, 5; traducción propia del portugués).

Estos aspectos serían afines con el debate entre modernidad-ciencia-Estado y ocuparían, dentro y fuera de Brasil, un lugar muy importante en la discusión sobre los procesos de territorialidad y sobre las formas de negociación del Estado y las regiones.

 

Fronteras interiores y cuerpos de nación: (RE) imaginando los espacios regionales, el viaje de Vargas al centro-oeste

Aunque Rondon no fue parte de la comitiva que acompañó a Getulio Vargas durante su viaje a la región del Araguaya y, en particular, a la Isla do Bananal, si fue un elemento que influenció, en cierta medida, el diseño de las estrategias que serían adoptadas por las subsecuentes expediciones de colonización y de contacto. El mismo Rondon asumió públicamente una posición favorable al respecto del viaje de Getulio y del programa general emprendido por la Marcha hacia el oeste:

Es el ejemplo edificante que el Jefe de la Nación quiso imprimir a su gobierno, indicando el rumbo a las iniciativas particulares en la ocupación del vacío existente en el territorio nacional, en el que la actividad económica del país se podrá desenvolver, fomentando el poblamiento del sertón. Éste, hasta el día de hoy, a pesar de los caminos que le abrieron las puertas [...] permanece en casi total despoblamiento, desconocido por el propio Brasil. La colonización portuguesa se limitó al litoral y a las zonas adyacentes. La expansión de entonces al Oeste fue relativamente insignificante delante de la inmensidad del territorio conquistado [...] La expansión de las fronteras fue de tal naturaleza que mal podría ser sustentada, si no fuera por la habilidad diplomática, el arrojo de los navegantes lusitanos y el sentimiento de la nacionalidad que brotaba en el pueblo que surgía del entrelazamiento de las razas en fusión (Rondon 1942, 5; traducción propia del portugués).

La imagen de "heroicidad" sería un atributo constantemente reelaborado por los distintos agentes que participaron en este proceso de reterritorialización. Este aspecto generó una sintaxis particular que rescató conceptos de gran contenido simbólico, que aparecieron de forma recurrente a lo largo del viaje de Getulio. Nociones como: "unidad", "frontera", "educación", "salud", "sangre" y, sobre todo, la de "cuerpo", aparecieron constantemente en todos los discursos que fueron registrados durante el viaje de Getulio y fueron utilizados casi siempre con el mismo objetivo: "La nación precisa de articular las unidades separadas y remotas, de unir los archipiélagos [como una metáfora de regiones separadas y fragmentadas en forma de islas], de restablecer el cuerpo y la sangre de la nación" (discurso de Getulio Vargas, citado en el Correio da Manhá, agosto de 1940).

Aunque el viaje de Getulio Vargas duró poco tiempo (apenas siete días), tuvo alcances simbólicos muy importantes. El viaje fue marcado por la ejecución de distintos ritos públicos, llevados a cabo a lo largo de todas las etapas en que se desarrolló. El viaje, en sí mismo, trazó una metáfora concebida para enfatizar el momento simbólico de corporalización y de expansión de la nación sobre sus fronteras y regiones internas. Como el funcionario público que arroja una primera piedra en un edificio puesto en construcción, para materializar y solemnizar el emprendimiento de una obra pública, de la misma forma, Getulio Vargas expresó a su descenso del avión presidencial: "Estoy aquí, en su tierra [...] para iniciar la marcha para el oeste" (Correio da Manhá, agosto de 1940). Es decir, para materializar con su propio cuerpo, el acto mismo de la expansión territorial.

Como si se tratará de un gran rito de paso, la visita de Vargas estableció distintas etapas, que intentaron resignificar la lógica del cambio, propuesta por la Marcha hacia el oeste. La travesía de Vargas puede ser leída a partir de tres momentos particulares: 1. La Salida de Río de Janeiro; 2. El arribo a Goiás y el viaje al norte de Mato Grosso (Isla do Bananal); y, finalmente, 3. El tránsito de regreso a la capital política del país. El momento de mayor efervescencia fue su llegada al puesto indígena caraya de Santa Isabel:

Cerca de las 10:30 el avión [presidencial] levantó el vuelo [de Goiás para dirigirse al puesto indígena] de Santa Isabel. Por determinación del Jefe de Gobierno, el avión fue conducido de manera que sobrevolara [durante su trayecto] las regiones habitadas por varios grupos indígenas. Desde días [antes de la visita del presidente Vargas] ya se encontraban aquí algunos miembros de la comitiva presidencial, incluyendo al Capitán F. de Mattos Vanique. El tratamiento amigo otorgado a los indios por todos esos miembros de la comitiva presidencial rompieron la natural desconfianza y la reserva innata. Por este motivo, los indígenas locales se mostraron vivamente interesados en la llegada del presidente. El mayor interés que muestran es la posesión de instrumentos agrarios. La pista donde aterrizó el avión estaba completamente cercada por una grande y alegre multitud de indígenas que rompieron en aplausos y gritos ensordecedores. El presidente inmediatamente fue cercado por toda la tribu de los carayas. El jefe de la tribu de nombre Ataul, saludo al jefe de gobierno en nombre de toda la tribu de los carayas. El Sr. Getulio Vargas se dirigió a la casa donde se quedaría hospedado, atravesó a pie todo el campamento de los carayas, parándose en repetidas ocasiones a conversar con los indios. En ese momento llegaba la tribu de los javaés que viven en el otro extremo de la isla [...] el presidente mantuvo con varios de sus miembros demorados discursos. En ese momento fue invitado por los javaes y los carayas para asistir a la danza sagrada del Aruaná, así como a luchas corporales entre elementos de sus tribus, las cuales habían sido preparadas en su honra. Luego después del almuerzo acompañado de miembros de sus comitivas se dirigió a la aldea de los carayas para asistir a aquellas demostraciones, Allí los carayas, vestidos típicamente, realizaron la lucha sagrada y las competiciones de lucha corporal [...] Terminadas las demostraciones, el presidente hizo entrega a los indios de instrumentos agrarios, hachas y cuchillos, lo que provocó nuevas y demoradas demostraciones de alegría (Correio da Manhá, sábado 9 de agosto de 1940, 3).

A partir de ese momento, Vargas se quedaría tres días más en la región, antes de abandonar a los carajás. Durante dicho tiempo haría varios recorridos y sobrevolaría algunas de las aldeas xavantes situadas más al norte.2 Es interesante citar a este respecto algunas de las notas finales que aparecieron en varios de los periódicos brasileños que cubrieron el retorno del viaje presidencial:

El jefe de la nación ha tomado el pulso de la nación [...] en su visita con los habitantes de Bananal, el jefe de gobierno recogió impresiones reales no solamente sobre la vida natural de los indígenas como de su estado de civilización y de sus posibilidades individuales para producir y para trabajar, tornándose colectividades capaces de contribuir para el progreso brasileño. Los carajás y javaes son accesibles, intuitivos y podrán aprender a aceptar con facilidad la civilización [...] Otro resultado práctico de todas las providencias determinadas por el Sr. Getulio Vargas consiste en devolver a la Isla do Bananal un centro de irradiación para todo el interior. Será reorganizada aquí la Inspectoría de Indios, se abrirán escuelas, diseminando instrumentos agrarios, distribuyendo semillas, el gobierno concurrirá para que en breve la región se transforme en un área de cultura y de educación dentro de la selva brasileña (Correio da manha; Diario Carioca; revista O Cruzeiro).

 

Segunda viñeta: cuerpos apropiados, educación, teatro y (RE)creación cultural en los Altos de Chiapas.

En el caso mexicano, la creación del Instituto Nacional Indigenista, en el año de 1948, echó a andar un proyecto piloto que involucró mucho más la participación de los antropólogos. Para esto se seleccionó la región de los Altos de Chiapas como lugar para testar el proyecto, el cual se esperaba repetir en distintas regiones del país. Históricamente, los contextos de surgimiento y de desarrollo de tal proyecto difirieron en varios sentidos con el caso brasileño. En principio, en Brasil, el proceso tuvo un marcado sesgo de apropiación territorial. Las nociones de "frontera" y de "expansión" fueron determinantes en dicho proyecto. Para el caso mexicano las nociones centrales fueron la "integración" y el "cambio social dirigido".

El surgimiento del INI tiene como antecedente los debates abiertos durante el Primer Congreso Indigenista de Pátzcuaro celebrado en 1940. En México existían fuertes críticas a la propuesta sobre la "asimilación" de los indígenas a la nación (propuesta de Vasconcelos en la década de 1920) y de la "incorporación" (sustentada por los maestros rurales de los años treinta). De este congreso surgió la tesis de la "integración", teorizada, en un primer momento, por Moisés Sáenz, quien uso como laboratorio de su experiencia al pueblo de Carapan, Michoacán (a mediados de la década de 1930).

Sin embargo, la tesis de la "integración" no adquirió bases institucionales sino hasta finales de 1940, cuando fue creado el Instituto Nacional Indigenista. Como es sabido, el proyecto fue encabezado por Alfonso Caso. Sin embargo, quien le dio un planteamiento teórico y lo puso en marcha fue el antropólogo mexicano Gonzalo Aguirre Beltran. Éste crearía su propia teoría sobre la región, sustentada en dos conceptos centrales: 1) el "proceso dominical", dirigido para explicar históricamente los procesos de dominación histórica y las relaciones de subordinación indígena; y 2) el concepto de "regiones de refugio", orientado a explicar las relaciones centro-periferia y de jerarquía de asentamientos dentro de espacios interétnicos, en los que la presencia y acción de la población mestiza no era, en lo absoluto, excluida del análisis, sino, por el contrario, adquiría un lugar central para explicar las relaciones de dominación y de subordinación (Aguirre Beltran 1991).

La teoría de Aguirre Beltrán tenía un trasfondo que estaba más allá del análisis sociológico. Tenía como principal objetivo proporcionar bases teóricas para el diseño de la acción directa y para propiciar el cambio. Así, como ya mencioné antes, la región de los Altos de Chiapas fue escogida como laboratorio donde experimentar el modelo de acción indigenista. El proyecto se habría de echar a andar en 1951, estableciéndose en la ciudad de San Cristobal de las Casas el primer Centro Coordinador Indigenista (CCI).

San Cristobal era básicamente una ciudad mestiza que controlaba el mercado regional a través de mecanismos de explotación. Los indígenas —de distintas grupos, pero mayoritariamente tzotziles y tzetales— estaban articulados a este mercado, ocupando las peores posiciones. Entre San Cristobal y su hinterland existía una clara oposición identitaria, que tenía como principal escenario relaciones de discriminación, de control económico y de explotación.

En principio, la teoría de la integración interétnica planteaba promover entre los indígenas un modelo de "aculturación dirigido", en el que no se trataría de eliminar la identidad cultural de los grupos, sino, por el contrario, reforzarla. No obstante, se actuaría el cambio dentro de los aspectos técnicos-económicos, así como en el aprendizaje del español. Según Aguirre Beltrán, la única manera de defender a las poblaciones étnicas, ante los procesos de dominación y de perdida cultural, era propiciando su mayor integración al desarrollo y a través de la adopción de programas de modernización, que los capacitarían para hacerle frente al mercado y a los procesos de explotación.

Paradójicamente y a pesar de las distintas orientaciones ideológicas y teóricas de los programas indigenistas mexicano y brasileño, en este punto adoptaron posiciones semejantes. La modernización y, en particular, el proceso de tecnificación, fueron concebidos como las piedras angulares para resolver el problema de la explotación económica. Los informes producidos por los funcionarios que participaron en las instituciones indigenistas, tanto en Brasil, como en México, muestran la importancia que adquirió en el repaso de la tecnología como principal instrumento. Las áreas que marcaban estos paquetes incluían aspectos que iban desde la agricultura, los programas de salud, los insumos, hasta la educación. En este último rubro, el caso mexicano fue mucho más allá que el brasileño, adoptando nuevas modalidades educativas. En principio, se abrieron escuelas en las comunidades indígenas donde los profesores no eran mestizos, sino promotores indígenas originarios de los mismos Altos de Chiapas, que durante la semana trabajaban en las aulas de las comunidades indígenas y los fines de semana recibían cursos en el CCI de San Cristobal de las Casas. A la vez, se comenzó a experimentar con otros instrumentos de apoyo como las proyecciones de cine, la elaboración de propaganda (principalmente carteles) y el teatro.

Creado en 1953, el teatro de marionetas Petul aparece en los informes de los funcionarios del CCI de la época y en los principales medios de difusión del INI, como un recurso fundamental en la difusión de los programas de modernización del Centro Coordinador Indigenista tzeltzal-tzotzil, de los Altos de Chiapas. Para su creación se contó con el apoyo de destacados especialistas del área teatral y de importantes personalidades del medio literario nacional, como Rosario Castellanos, quienes ayudaron en la formación de un pequeño teatro de marionetas, construido y manipulado por jóvenes tzeltales y tzotziles de la región. La propuesta para crear el grupo se originó en el CCI y para darle forma fue invitado un profesor de la ciudad de México, que trabajaba en el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA). De esta forma, fue comisionado, en junio de 1953, el profesor José Díaz Núñez para organizar y seleccionar a los miembros del grupo de teatro, así como para enseñarles a los indígenas las diversas técnicas de fabricación y manipulación de los muñecos.

Al inicio, el grupo estuvo integrado por cuatro tzotziles (tres hombres y una mujer), pero después fueron invitados tres integrantes más de origen tzeltal. De forma general, los miembros seleccionados del grupo seguían los parámetros establecidos por el CCI: jóvenes, bilingües y radicados en las comunidades de la región. Éstos fueron seleccionados de entre un grupo de aspirantes a promotores culturales que, año con año (desde 1951), estaban siendo reclutados por el CCI para ocupar funciones de educadores, técnicos agrícolas y auxiliares de salud.

El grupo se comenzó a preparar durante todo 1953 y fue encabezado por Teodoro Sánchez, el hombre más viejo del Teatro Petul (31 años), sólo superado por María Antonia González Pérez (42 años), la única mujer que participó en el grupo. Teodoro era considerado sumamente inteligente, creativo y con un amplio sentido del humor y una simpatía que lo convirtieron rápidamente en el personaje más destacado del grupo. Él había vivido en varias localidades de los Altos de Chiapas (Ixtapa, Cancuc y Chalchihuitán) y también había pasado por la ciudad de México, donde hizo el servicio militar a los 18 años. Además de esto, poseía una cualidad innata para las artes, tocaba marimba y era extremadamente habilidoso para hacer juegos de palabras. Antes de ingresar al grupo, Teodoro ya había sido promotor indígena del CCI (en 1952), enseñando a hablar español a niños tzotziles y a escribir en su propia lengua. A pesar de sus habilidades, para sobrevivir, trabajó en varios empleos al mismo tiempo, durante los años que existió el Teatro Petul, conectó líneas de teléfono y se dedicó a la agricultura.

La determinación y creatividad de Teodoro crearon un vínculo fuerte al interior del grupo, que se incrementó con la inclusión de Marco Antonio Montero, quien fue nombrado director en 1954. Para ese momento, el Teatro Petul estaba bien entrenado y había incorporado de forma satisfactoria las técnicas en el manejo de los títeres.

De los ensayos fue surgiendo un personaje que terminaría por darle una identidad propia a las marionetas: Petul, nombre con alto contenido simbólico en los Altos de Chiapas. Se trataba de la adaptación a la lengua tzotzil del nombre de Pedro, muy estimado entre los tzeltales y tzotziles de los Altos. Como lo indican los libros de sacramentos, desde la época colonial, éste fue un nombre muy común en la región, vinculado con San Pedro apóstol y San Pedro Nolasco, cuyos cultos fueron ampliamente difundidos por los padres dominicos.3 Sin embargo, llama la atención que en la justificación de la selección del nombre, hecha por el INI, a través de su principal órgano de divulgación de la época, se le relacione más con uno de los personajes de la historia regional, Pedro Díaz Cuscat:

¿Tienen alguna razón para escoger este nombre o algún otro? Sí, si lo tienen. [En] los anales de la historia regional encontramos personajes cuya actuación es juzgada de diferentes formas, según la posición del que lo haga. Pedro Díaz Cuscat fue un visionario indígena chamula que en 1869 dirigió una sublevación, cuya verdadera historia se escribirá algún día sin apasionamiento. Por esto el nombre de Pedro es muy popular y apreciado entre los tzotziles. Llamando así a los muñequitos, se asegura una inmediata simpatía por parte de los indígenas (Acción Indigenista, México, INI, 1955, 24)

La historia de Díaz Cuscat está entrelazada a una movilización indígena tzotzil acontecida en la segunda mitad del siglo XIX (entre 1868 y 1870). Según Jan Rus este movimiento ha originado una amplia secuencia de usos e interpretaciones de la historia regional, poco estudiadas en sus fuentes primarias (Rus 2004, 146). Fundamentalmente, ha sido visualizado (erróneamente), como parte de una guerra de castas, sin recibir un análisis más profundo. Alrededor de él hay varias distorsiones y versiones apócrifas de los sucesos, tal como la crucifixión de un indígena tzotzil a manos de Cuscat, personaje que junto con Agustina Gomes Checheb fungió como una de las figuras centrales de dicho movimiento. En muchos sentidos, señala Rus, el relato enfatizó los aspectos exóticos y poco favorables al punto de vista indígena, dibujando de ellos una imagen violenta, exótica y bárbara.

Por otra parte, Rus también señala que alrededor de esta serie de sucesos existen además otras versiones, más recientes, que han desarrollado una interpretación romantizada de los episodios. En ella, los acontecimientos de 1868-1870 aparecen como parte de "una gloriosa revolución popular —una prueba de que los chamulas y sus vecinos se sublevaron masivamente en el pasado para derrocar a la sociedad ladina—" (Rus 2004, 174). Tal parece que la interpretación del INI, de 1955, se enmarca en una manifestación temprana de esta tendencia, subrayando el liderazgo de Cuscat en la región e intentando recuperar su imagen para sus propios fines.

En el principal órgano de difusión del INI de la época, el personaje de Petul fue recreado para introducir entre los tzeltales y tzotziles una visión del mundo que rescataba elementos simbólicos presentes en el ámbito regional, pero usándolos de forma en que se adecuaran a los programa de integración y de desarrollo. Como toda propuesta de teatro didáctico, para ser completa, exigía la presentación de un opuesto, de un personaje contrario que marcase las diferencias y actitudes consideradas erradas; así, junto a Petul, fue creado Xun (Juan). Si Petul era comprensivo e innovador, Xun era conservador y derrotista; si Petul era trabajador, Xun era flojo. A través de los diálogos de estos personajes era tejida toda una estructura moral, retransmitida al público durante las funciones a lo largo y ancho de la región. Los diálogos siempre eran en tzotzil y los muñecos vestían la ropa usada en la región, intentado crear una mayor identificación con el público.

En 1954, el Teatro de Petul tuvo su primera función en Ichintón, una pequeña localidad chamula, próxima a la ciudad de San Cristóbal. El lugar escogido representaba un verdadero desafío. Aunque en el paraje funcionaba ya de forma regular una de las escuelas del CCI, la comunidad no se había destacado por ser condescendiente con los planes del CCI. Durante los primeros años de introducción del CCI, Ichintón resistió activamente los proyectos del INI. Junto con los parajes de Bechjtik y de La Ventana, rechazó inicialmente la introducción del primer trecho de camino protegido por el INI. La construcción de la escuela en la localidad conllevó obstáculos y negociaciones. El primer promotor cultural que el INI estableció en la localidad tuvo que abandonarla, por temor a las amenazas de parte de un grupo de habitantes, bautizados como tradicionalistas por el CCI.

Ichintón era un buen lugar para evaluar al grupo y observar la respuesta que podría suscitar. Existen pocos datos sobre los pormenores de esta primera obra de marionetas, sólo sabemos que desencadenó reacciones favorables en el resto de las demás comunidades. La primera representación oficial se efectuó unos días después, en el paraje de La Granadilla y en adelante el grupo continuó viajando de una comunidad a otra. Donde el grupo se presentó siempre consiguió atraer a buen número de público de las más diversas edades. Las representaciones eran versátiles, los guiones eran seguidos por los titiriteros, pero no se limitaban a ellos e improvisaban constantemente diálogos con el público, en los que hacían y respondían preguntas.

Sus obras siempre seguían un ritmo cómico, particularizando situaciones concretas en las comunidades donde eran efectuados sus montajes. Los titiriteros procuraban informarse, antes de iniciar sus funciones, sobre los principales conflictos locales, los nombres de las personas destacadas, sus edades y otras características. Esta información era siempre incorporada al espectáculo, lo que daba a la trama un carácter más local, que provocaba la mayoría de las veces diálogos entre el público asistente. Al respecto, Agustín Romano, director del CCI entre 1954 y 1955, escribió:

Los muñecos adquirieron un gran prestigio en toda la región. Los protagonistas Petul y Xun fueron conocidos y discutidos en todos los parajes. Ellos con toda impunidad podían recriminar públicamente a aquellas personas que no enviaban sus hijos a la escuela y que se negaban a vacunarlos. Los afectados, en una curiosa reacción, se defendían y argumentaban como si estuviesen hablando con una persona (Romano, tomo III, 1996, 415).

Los personajes del Teatro Petul se hicieron famosos en toda la región de los Altos de Chiapas y pasaron a ser conocidos como los Bikit olol, los hombres pequeños, según la traducción ofrecida en las publicaciones de Acción Indigenista.4 Según el personal del CCI, los Bikit olol adquirieron gran poder de persuasión en la mayoría de las localidades tzotziles y tzeltales, toda vez que ellos acompañaron, casi siempre, las principales campañas que el Centro emprendió durante la primera década de su funcionamiento: campañas de vacunación, de fumigación, de promoción de cooperativas de consumo, de introducción de cultivos de árboles para la producción de frutos, etcétera. En varias ocasiones, los funcionarios del INI señalaban en sus informes que el poder de persuasión y negociación de los funcionarios del CCI era insuficiente para lograr el convencimiento de alguna comunidad de la región, sobre alguno de los proyectos de modernización, los Bikit olol conseguían obtener los resultados no alcanzados por los funcionarios.

Un ejemplo sobre este manejo discursivo apareció de nueva cuenta en 1955, en la revista Acción Indigenista, refiriéndose al paraje de Navenchauc, localizado a 25 kilómetros de la ciudad de San Cristóbal.5 Según la nota de la revista, la comunidad de Navenchauc estaba formada por un conjunto de casas espaciadas a lo largo de un valle rodeado por montañas; las casas ubicadas en las partes más bajas del valle eran afectadas cada año por la formación de una laguna, que crecía en los periodos de lluvia. El CCI intentó solucionar el problema, implantando una infraestructura de canales que resguardaban las casas afectadas, pero los moradores de las partes más altas se negaron a participar en las obras, argumentando que ellos no eran afectados por las crecientes. En la nota se describe la existencia de antiguas rencillas entre los pobladores de las partes altas y bajas. En un intento por tratar de convencer a las dos partes, el grupo de teatro representó una pieza en la localidad. Un funcionario de la CCI describió la representación de la siguiente forma:

A las cuatro de la tarde se citó al vecindario en un improvisado escenario, en el que se efectúo la representación de Petul. La obra trató de la problemática del pueblo frente a las amenazas de las inundaciones. El diálogo, eficaz y vivo de los personajes, fue creciendo en intensidad. Hombres y mujeres, niños y viejos exageraron en la dimensión de sus propios problemas y en las posibles consecuencias. No tenían dudas sobre las advertencias de Petul: Navenchuc podría inundarse completamente; tanto las casas del valle, como las de la montaña ("Petul, Promotor Cultural", en Acción Indigenista, núm. 24, México, INI, junio de 1955, 4).

Aunque es previsible el giro propagandístico y magnificado de la nota, lo que me interesa resaltar es la manera cómo se engarzaba en el discurso de la institución el uso del Teatro Petul como un instrumento de promoción de las políticas indigenistas, que pretendía resolver los conflictos y promover el proyecto de modernización de ese entonces.

 

Dos historias frente al espejo: algunas reflexiones finales

La década comprendida entre 1940 y I960 significó en varias regiones de América Latina un periodo de hondas transformaciones y de cambios, encaminados a la búsqueda por consolidar los proyectos de modernidad. Este proceso tuvo su mayor énfasis en el periodo posterior a 1950, cuando en el contexto internacional surgió una amplia red de instituciones y de agencias internacionales, que pusieron en el centro del debate la cuestión del "desarrollo económico" (Viola 2000). Aunque desde plataformas distintas, tanto México, como Brasil se vieron envueltos por estos procesos. Sujetos a discursos y marcos ideológicos particulares, ambos compartieron la preocupación por afirmarse a sí mismos y, también, por reafirmarse dentro del contexto internacional, como Estados nacionales modernos. Intentaron resolver el problema nación-modernidad a partir de realidades y tendencias históricas diferentes. No obstante, en gran medida, los dos participaron de un mismo debate: ¿Qué hacer con las diversidades regionales? ¿Qué camino seguir para resolver el problema de la diversidad indígena? Las fórmulas para resolver estas preguntas tuvieron en muchas ocasiones resultados contradictorios y fatídicos para muchos de estos grupos.

El escenario del viaje de Getulio Vargas al Araguaya se inscribe dentro de una secuencia amplia de tentativas por tratar de consolidar el proyecto de apropiación territorial del Estado nacional brasileño. Euclides da Cunha, uno de los intelectuales naturalistas brasileños más importantes de finales del siglo XIX y de principios del siglo XX, describió en su libro Inferno Verde, el dilema de la Amazonia: situada en el medio de la dureza selvática y hostil, pero dotada de amplias y siempre sugerentes riquezas (Cunha 2000). El "interior", imaginado como un lugar lleno de abundancia y marcado por la dificultad para obtener su conquista, fue objeto de reflexión de distintos escritores, viajeros y cronistas —brasileños y extranjeros— que, con sus relatos, alimentaron el imaginario social, que se fue creando durante el tiempo sobre dicho espacio; el cual, de alguna forma, todavía sigue presente en muchas de las actuales narrativas culturales.

Como señalamos antes, el acto mismo del viaje de Getulio Vargas se inscribe en la (re)elaboración de una metáfora de apropiación y de "corporalización". Al realizarse el "viaje", simbólicamente, también se construía la noción de cuerpo nacional que era "apropiado". De "interior salvaje" que era "domesticado"; atraído a la "modernidad" por un Estado nacional que, en un doble juego, intentaba afirmarse hacia adentro de sus regiones y frente a las otras naciones que lo rodeaban,6 buscando, de esta forma, consolidar su control y la hegemonía territorial.

Esta noción de corporalización territorial fue alimentada durante distintos momentos de la historia brasileña. Se plasmó en distintos proyectos. Como en el de Couto de Magalhães —en el siglo XIX— o desde otra perspectiva política e ideológica, en los proyectos de Cándido Rondon y sus seguidores, durante la primera mitad del siglo XX. Para varios de los militares que acompañaron la construcción de las líneas telegráficas hacia Mato Grosso, en 1910, los cableados eran como una gran red sanguínea por la que corría la "sangre de la nación". En buena parte de sus escritos y correspondencias, se aludía a que la instalación de las líneas telegráficas tenía como objetivo no sólo comunicar al litoral con el oeste, sino también, unir a las partes —léase regiones— de la nación: producir un cuerpo.

Desde otra latitud geográfica y pensando el caso mexicano, es posible reflexionar también sobre el papel que estas metáforas corporales tuvieron en el proceso de construcción de los imaginarios nacionales y de modernidad. Desde una escala distinta y a través de marcos ideológicos diferentes, la idea de cuerpo y nación también estuvo presente. El Teatro Petul apareció como una estrategia que intentó tener un impacto en las nociones, no sólo de cambio y de transformación, sino, además, en la idea de "pertenencia" y de identidad. A través del "cuerpo" de las marionetas —"animadas" por los miembros tzotziles del grupo—, no sólo se transmitía un mensaje de cambio y de adopción de nuevas prácticas sociales, también se enfatizaba que los marionetistas tenían un origen común "compartido", una pertenencia identitaria, que no era ajena al grupo de espectadores tzotziles y que podía hacerse compatible con el discurso nacional y de modernidad, que el INI intentó introducir en su momento.

No obstante, es importante subrayar que, a pesar del uso de estas metáforas corporales, cada uno de estos casos mantuvo sus características particulares y se definió en función de sus propias historicidades. El uso del concepto de cuerpo, en el caso del Teatro Petul, se acerca más a la noción de integración; diferente al caso brasileño, sustentado más en el binomio: frontera-expansión. Así, desde prácticas y trayectorias distintas, fueron elaboradas narrativas que intentaron (re)inventar los discursos de nación y de modernidad. Intentando apropiarse y corporalizar lo diferente, domesticarlo y atraerlo hacia los sentidos de la nación.

 

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Notas

2 Durante estos recorridos al interior de la región caraya y xavante se produjo un rico arsenal fotográfico que, por mucho tiempo, alimentó el imaginario social sobre los grupos étnicos del interior de Brasil. La prensa y las revistas tuvieron un papel central en la construcción de los imaginarios sociales sobre los indígenas brasileños, enfatizando su estado "salvaje" y "aislado"; subrayando, además, el papel del Estado como el agente más indicado para promover el cambio y la modernidad. De entre las imágenes que fueron producidas, destaca la famosa fotografía publicada, primero, en la revista brasileña O Cruzeiro y, posteriormente, en la revista norteamericana Times (publicadas a inicios de los cuarenta), en ella aparecía un grupo de indígenas lanzando flechas al avión presidencial de Vargas (Casas 2008).

3 Agradezco a los dictaminadores, quienes en sus observaciones sobre el artículo me indicaron este último dato; así como la indicación bibliográfica de Jan Rus (2004), la cual permitió contextualizar mucho mejor el análisis de estos sucesos.

4 Está traducción está equivocada ya que "olol' es un término referente a cabeza y no a persona.

5 Acción Indigenista, núm. 24, México, Instituto Nacional Indigenista, 1955, 4.

6 Vale la pena señalar, brevemente, que en Brasil, una vez alcanzado el proyecto de (re)afirmación territorial del centro, se desarrollará durante la década de los años sesenta y en las siguientes décadas, una discusión pujante dirigida hacia las fronteras externas. Esta discusión pondrá en el centro aspectos como: soberanía nacional, presencia de grupos étnicos en espacios de fronteras nacionales, controles territoriales y seguridad nacional, entre otros aspectos incluidos dentro de la agenda política. Quizás uno de los casos más trágicos en este debate fue el que envolvió a las poblaciones yanomami, situada a ambos lados de la frontera brasileña-venezolana.

 

Información sobre el autor

Carlos Alberto Casas Mendoza, antropólogo, doctor en Ciencias Sociales por la Universidad Estadual de Campinas (UNICAMP), Campiñas, SP, Brasil. Realizó estudios de maestría en Antropología Social, en el Colegio de Michoacán (COLMICH) y de Licenciatura en Antropología en la Universidad Veracruzana (UV). Es Profesor-Investigador de Tiempo Completo de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí desde 2006. Pertenece al Cuerpo Académico Estudios Regionales y de Frontera Interior en América Latina (CCSYH/UASLP). Sus líneas de investigación son: 1) Estudios sobre sistemas rituales y ceremoniales; 2) Procesos políticos y etnografía del Estado; y, 3) Historia oral y estudios comparados sobre Etnografía Histórica.

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